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Todas las noches soplaba el viento del oeste; pero la mañana de la siguiente sesión, el 1º de diciembre, fue cálida y agradable. Uno buscaba reflejos primaverales en el aire.

Tras una partida de shogi el día anterior, el Maestro había ido al pueblo para jugar al billar. Había estado con el mahjong hasta la medianoche con Iwamoto, Murashima y Yawata. Esa mañana salió a caminar por el jardín antes de las ocho. Rojas libélulas se posaban en el suelo.

El arce que estaba debajo de la habitación de Otake en el piso superior todavía estaba verde. Otake se había levantado a las siete y media. Tenía miedo de sufrir retortijones de estómago, según dijo. Sobre su escritorio había diez remedios distintos.

El anciano Maestro parecía haber superado su resfrío, y su joven adversario, en cambio, estaba padeciendo varios males. Otake, curiosamente, era el más alterado de los dos. Lejos del tablero, el Maestro procuraba distraerse con otros juegos. En la soledad de su habitación, no tocaba nunca una piedra de Go. Otake aparentemente seguía pendiente del tablero durante los días de descanso y era incansable en su estudio de las formaciones más recientes. La diferencia se debía no sólo a la edad sino también a los temperamentos.

– El Cóndor voló anoche a las diez y treinta. -El Maestro se dirigió a la sala de los organizadores la mañana del primero-. ¡Pueden ustedes imaginar esa velocidad!

El sol brillaba sobre las puertas de papel de la sala de juegos, que se orientaba al sudeste.

Algo extraño sucedió antes de que la sesión comenzara.

Tras someter los sellos a verificación, Yawata rasgó el sobre. Se inclinó sobre el tablero, con el plano en su mano, y buscó Negro 121. Y no pudo encontrarlo.

El jugador, cuyo turno coincide con el final de la sesión, marca su jugada sellada en un plano, el cual se ensobra, sin mostrarlo a nadie. Al final de la sesión anterior, Otake se retiró al vestíbulo para guardar su jugada. Los dos jugadores habían colocado sus sellos sobre el sobre, el cual, a su vez, había sido lacrado en otro mayor, que se guardó en la caja fuerte de la posada durante el receso. De modo que ni el Maestro ni Yawata conocían la jugada de Otake. Las posibilidades eran limitadas, sin embargo, y el juego nos parecía a los espectadores algo claramente predecible. Observábamos con gran excitación. Negro 121 bien podía ser la culminación del juego.

Yawata debería haberlo encontrado de inmediato, pero sus ojos se pasearon por el plano.

– Oh -dijo finalmente.

Yo estaba cerca del tablero, pero incluso cuando la piedra negra fue colocada, tuve dificultad para encontrarla. Cuando la encontré, no hallé explicación. En la parte superior del tablero, muy lejos de la batalla en que se había transformado el nudo en el centro.

También para un aficionado como yo, tenía el aspecto de una jugada cumplida, dada la situación ko, en una distante zona del tablero. Una sensación de rechazo me invadió. ¿Había sacado ventaja Otake por ser Negro 121 una jugada sellada? ¿Había utilizado el artificio de la jugada sellada como una táctica? Si así era, estaba siendo indigno.

– La esperaba cerca del centro -dijo Yawata, sonriendo irónicamente mientras regresaba del tablero.

Negro se había preparado para destruir la maciza posición de Blanco desde la zona inferior derecha hacia el centro del tablero, y parecía casi irracional que, en el momento culminante del ataque, jugara en cualquier parte. Como era de esperar, Yawata había buscado la jugada sellada por la zona de batalla, desde el centro hacia abajo a la derecha. El Maestro resguardó sus "ojos" [32] jugando Blanco 122 como respuesta a Negro 121. Si no lo hubiera hecho, las ocho piedras Blancas en la parte superior del tablero habrían muerto. Y habría sido renunciar a responder una jugada desde el ko.

Otake tomó una piedra, y se quedó pensando durante un rato. Sus manos firmemente apoyadas sobre sus rodillas, con la cabeza inclinada hacia un costado, el Maestro estaba sentado con una actitud de gran concentración.

Negro 123, que le llevó tres minutos, condujo a Otake a romper la formación de Blanco. Primero invadió el ángulo inferior derecho. Negro 127 volvió una vez más al centro del tablero, y Negro 129 atacó para destruir el triángulo que tan obstinadamente el Maestro había mantenido con Blanco 120.

Wu del sexto rango comentó: "Firmemente encerrado por Blanco 120, Negro se embarcó resueltamente en una agresiva sucesión desde Negro 123 a Negro 129. Es el tipo de jugada que sugiere un espíritu fuertemente competitivo, y que uno puede observar en juegos muy reñidos".

Pero el Maestro se escapó de este ataque despiadado, y contraatacando desde la derecha clausuró la embestida desde la posición de Negro. Yo estaba atónito. Era una jugada completamente inesperada. Sentí una tensión en mis músculos, como si se me revelara súbitamente el costado diabólico del Maestro. Al detectar una imperfección en los planes atisbados gracias a Negro 129, una jugada muy característica del estilo de Otake, ¿había el Maestro tratado de eludirlo para volver a luchar mediante un contraataque? ¿O estaba pidiendo un ataque de modo que pudiera devolverlo, envolviéndose junto con su adversario? Yo hasta veía en ese Blanco 130 algo que hablaba no tanto de un deseo de luchar como de un amargo desdén.

– Perfecto -murmuraba Otake una y otra vez-. Muy bien. -Todavía estaba pensando su Negro 131 cuando llegó el descanso del mediodía-. Hizo algo muy refinado por mí. Algo terrible, eso es. Un sismo. Hice una jugada estúpida, y heme aquí con mi brazo doblado contra mi espalda.

– Así ha de ser la guerra -dijo Iwamoto con voz grave. Quería decir, obviamente, que en la presente batalla los sucesos y hechos imprevisibles se sellaban en un instante. Ésas eran las consecuencias de Blanco 130. Todos los planes y estudios de los jugadores, todas nuestras predicciones de aficionados y de profesionales se habían diluido.

Como aficionado, no me percaté de inmediato de que ese Blanco 130 sellaba la derrota del "Maestro invencible".

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