Where e'er we go, we celebrate

The land that makes us refugees,

From fear of priests with empty plates

From guilt and weeping effigies.

Shane MacGowan, «Thousand Are Sailing»


La Cocina del infierno

Nueva York

1977


Callan crece mecido por fábulas sangrientas.

Cuchulain, Edward Fitzgerald, Wolfe Tone, Roddy McCorley, Pádraic Pearse, James Connelly, Sean South, Sean Barry, John Kennedy, Bobby Kennedy, Domingo Sangriento, Jesucristo.

El rico mejunje rojo de nacionalismo irlandés y catolicismo, o de nacionalismo católico irlandés, o de catolicismo nacionalista irlandés. Da igual. Las paredes del pequeño apartamento sin ascensor del West Side y las paredes de la escuela primaria de Saint Bridget están decoradas, si esa es la palabra, con espantosas imágenes de mártires: McCorley colgando del puente de Toome; Connelly atado a su silla, de cara al pelotón de fusilamiento inglés; san Timoteo asaeteado de flechas; el pobre y desesperado Wolfe Tone cortándose el cuello con una navaja, pero la caga y se cercena la tráquea en lugar de la yugular, aunque de todos modos consiguió morir antes de que le colgaran; el pobre John y el pobre Bobby mirando desde el cielo; Cristo crucificado.

Por supuesto, en el propio Saint Bridget existen las doce estaciones del Calvario. Cristo azotado, la corona de espinas, Cristo recorriendo dando tumbos las calles de Jerusalén con la cruz a la espalda. Los clavos atraviesan sus manos y sus pies benditos (un Callan muy joven le pregunta a la hermana si Cristo era irlandés, y ella suspira y le dice: No, pero como si lo fuera).

Tiene diecisiete años y se está trincando una cerveza detrás de otra en el pub Liffey de la Cuarenta y siete con la Doce, en compañía de su amigo O-Bop.

El otro tío que hay en la barra, aparte de Billy Shields, el camarero, es Little Mickey Haggerty. Little Mickey está sentado al final de la barra y está bebiendo como si le fuera la vida en ello, debido a una inminente cita con un juez que va a alejarle entre ocho y doce meses de su siguiente Bushmills. Little Mickey llegó con una pila de monedas de veinticinco centavos, que ha ido introduciendo en la máquina de discos mientras apretaba el mismo botón. E-5. De modo que Andy Williams ha estado cantando «Moon River» durante toda la última hora, pero los chicos no dicen nada porque conocen la mala hostia que gasta Little Mickey.

Es una de esas tardes mortales de Nueva York (una de esas tardes de «no es el calor, es la humedad»), cuando la camisa se pega a la espalda y las rencillas se recrudecen.

Y de eso está hablando O-Bop a Callan.

Están sentados a la barra y beben cervezas, y O-Bop no puede cambiar de tema.

Lo que le hicieron a Michael Murphy.

– Lo que le hicieron a Michael Murphy no estuvo bien -dice O-Bop-. Estuvo mal.

– Sí -admite Callan.

Lo que le pasó a Michael Murphy fue que mató a tiros a su mejor amigo, Kenny Maher. Fue una de esas cosas. Los dos estaban colocados en aquel momento de barro mexicano, la heroína que corría por el barrio en esa época, y fue una de esas cosas. Una discusión entre dos yonquis que se les escapa de las manos, y Kenny le da unas cuantas hostias a Michael, Michael se cabrea, se larga, consigue una pistola pequeña del 25, sigue a Kenny hasta su casa y le mete una bala en la cabeza.

Después se sienta en mitad de la puta calle Cuarenta y nueve, llorando porque ha matado a su mejor amigo. Es O-Bop el que aparece y se lo lleva antes de que llega la pasma, y como la Cocina del Infierno es como es, los polis nunca descubren quién le dio el pasaporte a Kenny.

Solo que los polis son los únicos del barrio que no saben quién mató a Kenny Maher. Todo el mundo lo sabe, incluido Eddie Friel, lo cual es una mala noticia para Murphy. Porque Eddie «Carnicero» Friel es el recaudador de impuestos de Big Matt Sheehan.

Big Matt es el jefe del barrio, es el jefe del sindicato de estibadores del West Side, es el jefe de los camioneros locales, es el jefe del juego, de los usureros, de las putas, lo que quieras… pero Matt Sheehan no permite la entrada de drogas en el barrio.

Es una cuestión de orgullo para Sheehan, y el motivo de su popularidad entre la gente mayor de la Cocina.

– Ya podéis decir lo que queráis de Matt -dicen-. Ha mantenido a nuestros chicos alejados de las drogas.

A excepción de Michael Murphy, Kenny Maher y unos cuantos más, pero da la impresión de que eso no afecta a la reputación de Matt Sheehan. Y una gran parte de la reputación de Matt se la debe a Eddie el Carnicero, porque todo el mundo le tiene un miedo tremendo. Cuando Eddie el Carnicero va a recaudar dinero, pagas. Pagas con dinero, preferiblemente, y, si no, pagas con sangre y huesos rotos.Y aun así, le sigues debiendo dinero.

En un momento dado cualquiera, la mitad de la Cocina del Infierno le debe dinero a Big Matt Sheehan.

Otra explicación de por qué todos fingen apreciarle.

Pero O-Bop oye a Eddie hablar de que alguien debería encargarse del puto yonqui de Murphy, y va a ver a Murphy y le dice que debería marcharse un tiempo. Y Callan también. Callan se lo dice no solo por la fama de Eddie de apoyar con hechos sus amenazas, sino porque Matty ha corrido la voz de que las matanzas entre yonquis son perjudiciales para el barrio y perjudiciales para su reputación.

Así que O-Bop y Callan le dicen a Murphy que debería abrirse, pero Murphy dice que a la mierda, que se va a quedar donde está, y ellos se figuran que quiere suicidarse por haber matado a Kenny. Y unas semanas después, ya no se le ve el pelo, así que llegan a la conclusión de que ha sido listo y se ha largado, hasta la mañana en que Eddie el Carnicero aparece en el Shamrock Café con una gran sonrisa y un cartón de leche.

Lo va exhibiendo por el bar, y cuando llega a donde Callan y O-Bop están intentando tomar un café tranquilamente para matar la resaca, inclina el cartón para que O-Bop lo vea y dice:

– Eh, echa un vistazo.

O-Bop mira dentro del cartón y vomita al instante sobre la mesa, lo cual a Eddie le parece para morirse de risa, y llama marica a O-Bop y se marcha soltando carcajadas.Y la comidilla del barrio durante las siguientes semanas es que Eddie y el capullo de Larry Moretti, su colega, fueron al apartamento de Michael, le metieron en la ducha y le apuñalaron unas ciento cuarenta y siete veces, y después lo cortaron en pedazos.

La historia es que Eddie el Carnicero se trabaja el cuerpo de Michael Murphy, lo trocea como si fuera un cerdo, mete los diversos pedazos en bolsas de basura y las esparce por toda la ciudad.

Excepto la polla de Michael, que mete en el cartón de leche para exhibirla por el barrio, para que no exista la menor duda de lo que te puede pasar cuando jodes a uno de los amigos de Eddie.

Y nadie puede hacer nada al respecto, porque Eddie es uña y carne con Matt Sheehan, y Sheehan ha llegado a un acuerdo con la familia Cimino, así que es intocable.

Solo que seis meses después, O-Bop sigue dándole vueltas al asunto.

Y dice que no está bien lo que le hicieron a Murphy.

– De acuerdo, tal vez tenían que matarle -dice O-Bop-, pero ¿así? ¿Exhibiendo por ahí esa parte de él? No, eso está mal. Muy mal.

El camarero, Billy Shields, está limpiando la barra (tal vez la primera vez en su vida), y se está poniendo muy nervioso al oír a este chico poner verde a Eddie el Carnicero. Está limpiando la barra como si fuera a practicar una operación quirúrgica sobre ella.

O-Bop ve que el camarero le está mirando, pero eso no le refrena. O-Bop y Callan le han estado dando todo el día, paseando por la orilla del Hudson, fumando porros en un garito y bebiendo cervezas que llevaban en bolsas de papel marrón, de manera que, si no están del todo idos, tampoco están exactamente allí.

Y O-Bop, dale que dale.

De hecho, fue Kenny Maher quien le puso el mote de O-Bop. Están todos en el parque jugando al hockey, y se toman un descanso cuando Stevie O'Leary, como se le conocía todavía entonces, aparece, y Kenny Maher mira a Stevie y dice:

– Deberíamos llamarte Bop.

A Stevie no le disgusta. ¿Qué tiene?, ¿quince años? Que un par de tíos mayores te pongan un mote es guay, así que sonríe y dice:

– ¿Bop? ¿Por qué Bop?

– Por tu forma de andar -dice Kenny-. Das un saltito a cada paso. Como si bailaras.

– Bop -dice Callan-. Me gusta.

– ¿A quién le importa lo que te gusta? -pregunta Kenny. Interviene Murphy.

– ¿Cómo puedes llamar «Bop» a un irlandés? Mira ese puto pelo rojo. Cuando se para en una esquina, los coches frenan. Fijaos en la puta piel blanca y las pecas, por los clavos de Cristo. ¿Cómo puedes llamarle «Bop»? Suena a negro. Es el tío más blanco que he visto en mi vida.

Kenny medita al respecto.

– Tiene que ser irlandés, ¿eh? -Sí, joder.

– De acuerdo -dice Kenny-. ¿Qué tal O'Bop? Aunque pone énfasis en la O, de modo que se convierte en O-Bop.

Y se queda.

En cualquier caso, O-Bop sigue dale que dale con Eddie el Carnicero.

– O sea, que le den por el saco a ese tío -dice-. ¿Porque está conchabado con Matty Sheehan puede hacer lo que le salga de los huevos? ¿Quién cojones es Matty Sheehan? ¿Un irlandés borracho de clase media que aún sigue llorando por Jack Kennedy? ¿Tengo que respetar a ese tío? Que le jodan. Que se jodan los dos.

– Tranqui -dice Callan.

– Tranqui, una mierda -dice O-Bop-. No estuvo bien lo que le hicieron a Michael Murphy.

Se inclina sobre la barra y se concentra en su cerveza. Se ha vuelto amarga, como la tarde.

Unos diez minutos después, Eddie Friel entra.

Eddie Friel es un tipo grandote.

Se sienta, ve a O-Bop y dice en voz muy alta:

– Eh, pelopolla.

O-Bop no se incorpora ni se da la vuelta. -¡Eh! -chilla Eddie-. Estoy hablando contigo. Lo que tienes en la cabeza es vello púbico, ¿verdad? Todo rizado y rojo.

Callan ve que O-Bop se da la vuelta.

– ¿Qué quieres?

Intenta hablar como un tío duro, pero Callan percibe que está asustado.

¿Por qué no? Callan también.

– He oído que tienes un problema conmigo -dice Friel.

– No, no tengo ningún problema -dice O-Bop. Callan piensa que es la respuesta más inteligente, pero Friel no se queda satisfecho.

– Porque si tienes un problema conmigo, aquí estoy.

– No, no tengo ningún problema.

– Eso no es lo que me han dicho -dice Friel-. Me han dicho que andabas por el barrio dando la tabarra con que tenías un problema con algo que hice.

– No.

Si no fuera una de esas tardes de agosto criminales de Nueva York, es probable que la discusión hubiera acabado entonces. Mierda, si Liffey tuviera aire acondicionado, es probable que hubiera terminado entonces. Pero no tiene, tan solo un par de ventiladores en el techo que remueven el polvo y las moscas muertas, así que la cosa no acaba como debería.

Porque O-Bop está acojonado del todo. Es como si las pelotas se le hubieran caído al suelo, y no hay necesidad de seguir insistiendo, pero Eddie es un sádico.

– Eres un gilipollas mentiroso.

Al final de la barra, Mickey Haggerty levanta al fin la vista de su Bushmills.

– Eddie, el chico ya te ha dicho que no tiene ningún problema -dice.

– ¿Alguien te ha preguntado algo, Mickey? -dice Friel.

– No es más que un crío, por el amor de Dios -dice Mickey.

– Entonces, no debería hablar como un hombre -dice Friel-. No debería ir por ahí hablando de que ciertas personas no tienen derecho a dirigir el barrio.

– Lo siento -lloriquea O-Bop.

Su voz tiembla.

– Sí, lo sientes -dice Friel-. Lo sientes mucho, cabronazo. Miradle, está llorando como una nena, y este es el gran hombre convencido de que ciertas personas no tienen derecho a dirigir el barrio.

– Escucha, ya he dicho que lo siento -lloriquea O-Bop.

– Sí, oigo lo que me dices a la cara -dice Friel-, pero ¿qué dirás cuando te dé la espalda, eh?

– Nada.

– ¿Nada? -Friel saca una 38 de debajo de la camisa-. Ponte de rodillas.

– ¿Qué?

– ¿Qué? -le imita Friel-. Que te pongas de rodillas, cabronazo.

O-Bop es pálido, pero Callan ve ahora que está blanco. Ya parece muerto, y tal vez lo esté, porque da la impresión de que Friel va a ejecutarle de un momento a otro.

O-Bop está temblando cuando se baja del taburete. Tiene que apoyar las manos en el suelo para no caerse, antes de ponerse de rodillas. Y está llorando, grandes lagrimones brotan de sus ojos y ruedan sobre su cara.

Eddie tiene esa sonrisa de hiena en la cara.

– Basta ya -dice Callan a Friel.

Friel se vuelve hacia él.

– ¿Quieres participar en la fiesta, chico? -pregunta Eddie-.Tienes que decidir con quién estás, con nosotros o con él.

Callan mira fijamente hacia abajo.

– Con él -dice Callan, al tiempo que saca una 22 de debajo de la camisa y dispara dos veces a Eddie el Carnicero en la cabeza.

Eddie pone una expresión de absoluta incredulidad. Mira a Callan como diciendo «¿Qué cono?», y después se desploma. Está tendido de espaldas sobre el sucio suelo cuando O-Bop le quita la 38 de la mano, la introduce en la boca de Eddie y empieza a apretar el gatillo.

O-Bop chilla y profiere obscenidades.

Billy Shields levanta las manos.

– Yo no tengo ningún problema -dice.

Little Mickey levanta la vista de su Bushmills.

– Deberíais pensar en iros -le dice a Callan.

– ¿Dejo la pistola? -pregunta Callan.

– No -dice Mickey-.Tírala al Hudson.

Mickey sabe que el río Hudson, entre la calle Treinta y ocho y la Cincuenta y siete, alberga más ferrarla en el fondo que, digamos, Pearl Harbor. Y la poli no va a dragar el fondo para encontrar el arma que mató a Eddie el Carnicero. La reacción en Manhattan Sur será algo así como: «¿Alguien ha apiolado a Eddie Freil? Oh. ¿Le apetece a alguien este último pedazo de chocolate glaseado?».

No, el problema de estos chicos no es la ley, el problema de estos chicos es Matt Sheehan. No será Mickey el que vaya corriendo a ver a Big Matt para contarle quién se ha cargado a Eddie, porque Mickey no le debe ninguna lealtad a Sheehan.

Pero Billy Shields, el camarero, perderá el culo por hacer méritos con Big Matt, de modo que estos chicos podrían optar por colgarse de ganchos de carne para ahorrar esfuerzos a Matt. A menos que sean capaces de quitar de en medio a Matt antes, cosa que no harán. Así que estos chicos están muertos, pero no deberían quedarse a esperar.

– Marchaos ya -les dice Mickey-. Marchaos de la ciudad.

Callan guarda la 22 debajo de la camisa, pasa una mano por debajo del codo de O-Bop y le levanta del suelo.

– Vámonos -dice.

– Espera un momento.

O-Bop busca en los bolsillos de Friel y saca un fajo de billetes arrugados. Le pone de costado y saca algo del bolsillo trasero.

Una libreta negra.

– Vale -dice O-Bop.

Salen por la puerta.

La poli llega unos diez minutos después.

El tío de Homicidios pasa por encima del charco de sangre que forma un gran halo rojo alrededor de la cabeza de Friel, y después mira a Mickey Haggerty. El tío de Homicidios acaba de ascender desde Cajas Fuertes y Pisos, de manera que conoce a Mickey. Mira a Mickey y se encoge de hombros como diciendo: «¿Qué ha pasado?».

– Resbaló en la ducha -dice Mickey.


No se van de la ciudad.

Lo que hacen es salir del pub Liffey, seguir la sugerencia de Mickey Haggerty, llegarse hasta el río y tirar las armas.

Después cuentan el fajo de Eddie.

– Trescientos ochenta y siete pavos -dice O-Bop.

Una decepción.

No van a ir muy lejos con trescientos ochenta y siete pavos.

De todos modos, no saben adónde ir.

Son chicos de barrio, nunca han estado en otra parte, no sabrían qué hacer, qué no hacer, cómo actuar, cómo arreglárselas. Deberían tomar un autobús para ir a algún sitio, pero ¿cuál?

Entran en una tienda de la esquina y compran un par de litronas de cerveza, y se meten debajo de un contrafuerte de la autopista West Side para pensar.

– ¿Jersey? -dice O-Bop.

Es más o menos el límite de su imaginación geográfica.

– ¿Conoces a alguien en Jersey? -pregunta Callan.

– No. ¿Y tú?

– No.

Donde conocen gente es en la Cocina del Infierno, de modo que acaban bebiendo un par de litronas más y esperan hasta que oscurezca, y luego vuelven al barrio. Entran en un almacén- abandonado y duermen allí. Por la mañana temprano van al apartamento de la hermana de Bobby Remington, en la calle Quince.

Bobby se está peleando una vez más con su padre.

Abre la puerta, ve a Callan y a O-Bop y les hace entrar.

– Joder -dice Bobby-, ¿qué habéis hecho, tíos?

– Iba a disparar a Stevie -explica Callan.

Bobby sacude la cabeza.

– No iba a dispararle. Iba a mearse en su boca, nada más. Eso es lo que afirman los rumores.

Callan se encoge de hombros.

– Da igual.

– ¿Nos andan buscando? -pregunta O-Bop.

Bobby no contesta. Está demasiado ocupado bajando persianas.

– ¿Tienes café, Bobby? -pregunta Callan.

– Sí, voy a prepararlo.

Beth Remington sale de su dormitorio. Lleva un jersey Rangers hasta los muslos. Tiene el pelo rojo enredado que le cae sobre los hombros. Mira a Callan.

– Mierda -dice.

– Hola, Beth.

– Tenéis que largaros.

– Voy a prepararles café, Beth.

– Eh, Bobby -dice Beth. Saca un cigarrillo del paquete que hay sobre la encimera de la cocina, se lo mete en la boca y lo enciende-. Encima que te dejo el sofá para pasar la noche, ahora aparecen estos tipos. Sin ánimo de ofender.

– Bobby, necesitamos alguna arma -dice O-Bop.

– Fantástico -dice Beth. Se deja caer en el sofá al lado de Callan-. ¿Para qué cono habéis venido aquí?

– No sabíamos adonde ir.

– Qué gran honor. -Se emborracha un par de veces, echa un polvo con él, y ya se cree que puede venir aquí cuando se mete en líos-. Bobby, prepárales una tostada o algo por el estilo.

– Gracias -dice Callan.

– No vais a quedaros aquí.

– Bien, Bobby -dice O-Bop-, ¿puedes encontrarnos algo?

– Si lo descubren, estoy jodido.

– Podrías acudir a Burke, decirle que es para ti -sugiere O-Bop.

– ¿Qué estáis haciendo todavía en el barrio? -pregunta Beth-. Ya deberíais estar en Buffalo.

– ¿Buffalo? -pregunta O-Bop sonriente-. ¿Qué hay en Buffalo?

Beth se encoge de hombros.

– Las cataratas del Niágara. Yo qué sé.

Beben café y comen tostadas.

– Iré a ver a Burke -dice Bobby.

– Sí, es justo lo que necesitas -dice Beth-, enemistarte con Matty Sheehan.

– Que le den por el culo a Sheehan -dice Bobby.

– Sí, ve a decírselo -dice Beth. Se vuelve hacia Callan-. Lo que necesitáis no son pistolas, sino billetes de autobús. Tengo un poco de dinero…

Beth es cajera en el Loews de la calle Cuarenta y dos. De vez en cuando, vende una entrada del cine, además de la suya. Así que ha ahorrado algo.

– Tenemos dinero -dice Callan.

– Pues largaos.

Se largan. Llegan hasta el Upper "West Side, matan el tiempo en Riverside Park y van a ver la tumba de Grant. Después vuelven hacia el centro. Beth les cuela en Loews y se quedan sentados en el anfiteatro todo el día, viendo La guerra de las galaxias.

La jodida Estrella de la Muerte está a punto de estallar por sexta vez, cuando Bobby aparece con una bolsa de papel y la deja a los pies de Callan.

– Buena película, ¿eh? -dice, y se va tan rápido como ha llegado.

Callan acerca el tobillo a la bolsa y palpa el metal.

Entran en el lavabo de caballeros y abren la bolsa.

Una 25 antigua y una 38 especial de la policía, igualmente antigua.

– ¿Qué pasa? -dice O-Bop-. ¿No tenía trabucos?

– Los mendigos no pueden elegir.

Callan se siente mucho mejor con una pistolita en el cinto. Es curioso que la eches de menos tan deprisa. Te sientes ligero, piensa. Como si pudieras echarte a volar. El metal te ancla en la tierra.

Se quedan sentados en el cine hasta que está a punto de cerrar, y después regresan con cautela hasta el almacén.

Una salchicha polaca les salva la vida.


Tim Healey lleva esperándoles casi toda la puta noche y se está muriendo de hambre, de modo que envía a Jimmy Boylan a buscar una salchicha polaca.

– ¿Con qué la quieres? -pregunta Boylan.

– Chucrut, mostaza picante, lo de siempre -dice Tim.

Boylan va y viene, y Tim devora la salchicha polaca como si hubiera pasado la guerra en un campo de concentración japonés, y justo cuando la robusta salchicha se está convirtiendo en gas en sus intestinos entran Callan y O-Bop. Están en el hueco de una escalera, al otro lado de una puerta metálica, cuando oyen que Healey se tira un pedo.

Se quedan petrificados.

– Joder -oyen decir a Boylan-. ¿Alguien se ha hecho daño?

Callan mira a O-Bop.

– ¿Bobby nos ha vendido? -susurra O-Bop.

Callan se encoge de hombros.

– Voy a abrir la puerta para que corra un poco el aire -dice Boylan-. Joder, Tim.

– Lo siento.

Boylan abre la puerta y ve a los chicos parados.

– ¡Mierda! -grita al tiempo que levanta la escopeta, pero lo único que Callan puede oír es el estruendo que estremece el hueco de la escalera, cuando O-Bop y él abren fuego.

El papel de plata se resbala del regazo de Healey cuando se levanta de la silla de madera plegable y busca su pistola, pero ve a Jimmy Boylan tambaleándose hacia atrás, y cómo pedazos de carne salen volando de su espalda, y pierde la valentía. Deja caer la 45 al suelo y levanta las manos.

– ¡Acaba con él! -grita O-Bop.

– ¡No, no, no, no! -chilla Healey.

Conocen a Fat Tim Healey desde siempre. Les daba monedas de veinticinco centavos para comprar tebeos. Una vez estaban jugando al hockey en la calle y Callan rompió sin querer el faro derecho delantero de Tim Healey, y este salió del Liffey y se rió.

– Me regalaréis entradas cuando juguéis con los Rangers, ¿vale? -fue lo único que dijo Healey.

Callan impide que O-Bop mate a Healey.

– ¡Coge su pistola! -grita.

Grita porque le zumban los oídos. Su voz suena como si estuviera al otro extremo de un túnel, y le duele la cabeza una barbaridad.

Healey tiene mostaza en la barbilla.

Está diciendo algo acerca de que está demasiado viejo para esta mierda.

Como si hubiera una edad para esta mierda, piensa Callan.

Cogen la 45 de Healey y la escopeta de Boylan y salen a la calle.

Huyen.


Big Matty flipa cuando se entera de lo de Eddie el Carnicero.

Sobre todo cuando le dicen que han sido dos chicos que aún llevan los pañales recién cagados. Se pregunta adonde va a ir a parar el mundo, qué clase de mundo se avecina, cuando las nuevas generaciones no respetan la autoridad. Lo que también preocupa a Big Matty es la cantidad de gente que le pide clemencia para los dos chicos.

– Tienen que ser castigados -les dice Big Matt, pero le molesta que cuestionen su decisión.

– Sí, hay que castigarlos -le dicen-, tal vez romperles las piernas o las muñecas, expulsarles del barrio, pero no merecen la muerte por esto.

Big Matt no está acostumbrado a que le lleven la contraria. No le gusta nada. Tampoco le gusta que no haya chivatazos.Ya tendría que haber echado el guante a esos dos animales, pero han pasado días y corre el rumor de que siguen en el barrio (lo cual equivale a burlarse en su cara), pero nadie parece saber dónde.

Ni siquiera la gente que debería saberlo lo sabe.

Big Matt llega a replantearse la idea del castigo. Decide que lo más justo sería cortar las manos que han apretado los gatillos. Cuanto más lo piensa, más le gusta la idea. Dejar que esos dos chicos paseen por la Cocina del Infierno con dos muñones, a modo de recordatorio de lo que pasa cuando no muestras el debido respeto a la autoridad.

Les cortaré las manos, y lo dejaremos así.

Les demostraré que Big Matt Sheehan puede ser magnánimo.

Entonces recuerda que ya no tiene a Eddie el Carnicero para encargarse de la tarea.

Un día después, se ha quedado también sin Jimmy Boylan y Fat Tim Healey, porque Boylan ha muerto y Healey ha desaparecido.

Y Kevin Kelly ha considerado conveniente encargarse de unos asuntos en Albany. Marty Stone tiene una tía enferma en Far Rockaway. Y Tommy Dugan se ha ido de juerga.

Todo lo cual conduce a Big Matt a sospechar que tal vez se esté gestando un golpe de Estado, una verdadera revolución.

Por lo tanto, reserva un vuelo a su otra casa, en Florida.

Lo cual sería una noticia estupenda para Callan y O-Bop, pero, por lo visto, antes de que Matty subiera al avión, se puso en contacto con Big Paulie Calabrese, el nuevo representante de la familia Cimino, y pidió un favor.

– ¿Qué crees que le dio? -pregunta Callan a O-Bop.

– ¿Una parte del Javits Center? -dice O-Bop.

Big Matt controla los sindicatos de la construcción y los sindicatos de los camioneros que trabajan en el enorme centro de congresos planeado en el West Side. Hace más de un año que los italianos están babeando por una parte de ese negocio. Solo el contrato del cemento vale millones. Ahora Matt no está en posición de negarse, pero podría esperar un favor razonable a cambio de acceder.

Cortesía profesional.

Callan y O-Bop están atrincherados en un apartamento de un segundo piso de la Cuarenta y nueve, entre la Décima y la Once. No duermen gran cosa. Se pasan el día mirando el cielo. O lo que se puede ver desde un tejado de Nueva York.

– Hemos matado a dos tíos -dice O-Bop.

– Sí.

– Legítima defensa, desde luego -dice O-Bop-. O sea, estábamos en nuestro derecho, ¿no?

– Claro.

– Me pregunto si Mickey Haggerty nos va a vender -dice un poco después O-Bop.

– ¿Tú crees?

– Se enfrenta a una condena de entre ocho y doce meses por robo -dice O-Bop-. Podría vendernos.

– No -dice Callan-. Mickey es de la vieja escuela.

– Es posible que Mickey sea de la vieja escuela -dice O-Bop-, pero también podría estar cansado de dormir entre rejas. Es su segunda condena.

Callan sabe que Mickey cumplirá su sentencia y volverá al barrio con la cabeza alta. Y Mickey sabe que no podrá conseguir ni unos cacahuetes en la Cocina si se va de la lengua con la pasma.

Mickey Haggerty es la última de sus preocupaciones.


Es lo que está pensando Callan mientras mira por la ventana el Lincoln Continental aparcado al otro lado de la calle.

– Sería mejor acabar de una vez por todas -dice a O-Bop.

O-Bop tiene la cabeza de pelo rojo ondulado metida bajo el grifo de la cocina, intentando refrescarse. Sí, eso funcionará: la temperatura es de casi cuarenta grados, están en un apartamento de dos habitaciones de una quinta planta, con un ventilador del tamaño de la hélice de un barco de juguete, y la presión del agua es cero debido a que los bastardos del barrio han abierto todas las bocas de incendios de la calle y, por si eso no fuera suficiente, hay un pelotón de la familia Cimino buscándolos para hacerles fosfatina.

Y los harán fosfatina, y pronto, porque es lo bastante tarde para que la oscuridad les proporcione un manto de decoro.

– ¿Qué quieres hacer? -pregunta O-Bop-. ¿Quieres salir a tiro limpio? ¿Como en Duelo de titanes?

– Sería mejor que cocerse aquí hasta morir.

– No -dice O-Bop-. Esto es una mierda, desde luego, pero si bajamos nos coserán a balazos como a perros.

– Tenemos que bajar en algún momento -aduce Callan.

– No -dice O-Bop. Saca la cabeza de debajo del grifo y se sacude el agua-. Mientras haya pizzas a domicilio, no tendremos que bajar.

Se acerca a la ventana y mira el Lincoln largo y negro aparcado al otro lado de la calle.

– Los jodidos italianos nunca cambian -dice O-Bop-. Uno se cree que podrían aparecer en un Mercedes, un BMW, no sé, un puto Volvo o algo por el estilo. Cualquier cosa, salvo estos putos Lincolns y Caddies. Debe de ser una norma de esos spaghetti, te lo aseguro.

– ¿Quién está en el coche, Stevie?

Hay cuatro tíos en el coche. Tres más merodean por las proximidades. Muy natural. Fuman cigarrillos, beben café, matan el tiempo. Como un anuncio de la mafia dirigido al barrio: vamos a dar una paliza a alguien, de modo que mejor os vais a otro sitio.

O-Bop se explica mejor.

– La sub-banda de Piccone de la banda de Johnny Boy Cozzo -dice-. La rama Demonte de la familia Cimino.

– ¿Cómo lo sabes?

– El tío del asiento del acompañante está comiendo una lata de melocotón en almíbar -explica O-Bop-. Por lo tanto, es Jimmy Piccone, Jimmy Peaches. Le vuelve loco el melocotón en almíbar.

O-Bop es un fanático de la mafia. La sigue como algunos tíos siguen a los equipos de béisbol. Tiene todo el organigrama de las Cinco Familias grabado en la cabeza.

Por lo tanto, O-Bop está enterado de que, como Cario Cimino murió el año pasado, la familia ha sufrido una temporada de inestabilidad. Casi todos los tipos del núcleo duro estaban seguros de que Cimino elegiría a Neill Demonte como sucesor, pero en cambio se decantó por su cuñado Paulie Calabrese.

Fue una elección impopular, sobre todo entre la vieja guardia, convencida de que Calabrese es demasiado blando, está demasiado obsesionado en invertir el dinero en negocios legales. Al núcleo duro (los prestamistas, los artistas de la extorsión y los ladrones propiamente dichos) no le gusta.

Jimmy «Big Peaches» Piccone es uno de ellos. De hecho, está sentado en el Lincoln alardeando de ello.

– Somos la Familia del Crimen Cimino -está diciendo Peaches a su hermano, Little Peaches. Joey «Little Peaches» Piccone es más grande que su hermano mayor, Big Peaches, pero nadie se atreve a decirlo, de modo que los motes no cambian-. Hasta el jodido NewYork Times nos llama la Familia del Crimen Cimino. Nos dedicamos al crimen. Si hubiera querido dedicarme a los negocios, habría trabajado en, yo qué sé, la IBM.

A Peaches tampoco le gusta que Demonte fuera descartado como jefe.

– Es un viejo, ¿qué hay de malo en dejarle disfrutar de sus últimos años tomando el sol? Se lo ha ganado. El Viejo tendría que haber nombrado jefe al señor Neill y subjefe a Johnny Boy. Habríamos tenido nuestra cosa nostra.

Pese a su juventud (tiene veintiséis años), Peaches es un carca, un conservador, un William F. Buckley sin corbata. Le gusta el viejo estilo, las viejas tradiciones.

– En los viejos tiempos -dice Peaches, como si él hubiera vivido en los viejos tiempos-, nos habríamos quedado un pedazo del Centro Javits. No tendríamos que haberle lamido el culo a un irlandés como Matty Sheehan. Tampoco es que Paulie nos lo vaya a dejar probar. Le da igual si nos morimos de hambre.

– Eh… -dice Little Peaches.

– Eh… ¿qué?

– Eh… Paulie le da este trabajo al señor Neill, que se lo da a Johnny Boy, que nos lo da a nosotros -dice Little Peaches-. Es lo único que me interesa saber: Johnny Boy nos da un trabajo, nosotros hacemos el trabajo.

– Vamos a hacer el puto trabajo -dice Peaches. No le hace falta que su hermano pequeño le dé discursos sobre cómo funciona el asunto. Peaches sabe cómo funciona, le gusta cómo funciona, sobre todo en la rama Demonte de la familia, donde funciona como en los viejos tiempos.

Además, Peaches adora a Johnny Boy.

Johnny Boy representa todo lo que la mafia era.

Lo que debería volver a ser, piensa Peaches.

– Pronto se hará de noche -dice Peaches-. Subiremos y les daremos el pasaporte.


Callan está sentado, hojeando la libreta negra.

– Tu padre sale -dice.

– Menuda sorpresa -dice con sarcasmo O-Bop-. ¿Cuánto?

– Dos de los grandes.

– Debió de apostar a que los Budweiser Clydesdales aparecerían en el Aqueduct -dice O-Bop-. Eh, aquí viene la pizza. Oye, ¿qué cono está pasando? ¡Nos están robando la pizza!

O-Bop está muy cabreado. No le irrita en especial que estos tíos hayan venido a matarles (era de esperar, los negocios son así), pero se toma el secuestro de la pizza como una afrenta personal.

– ¡No deberían hacer esto! -aulla-. ¡No está bien!

Así empezó todo, recuerda Callan.

Levanta la mirada de la libreta negra y ve al gordo con una gran sonrisa en la cara, que alza hacia ellos un trozo de pizza.

– ¡Eh! -chilla O-Bop.

– ¡Está buena! -grita Peaches.

– ¡Se están comiendo nuestra pizza! -dice O-Bop a Callan.

– No pasa nada -dice Callan.

– ¡Estoy hambriento! -lloriquea O-Bop.

– Pues baja y quítasela -dice Callan.

– Sería capaz.

– Llévate una escopeta.

– ¡Joder!

Callan oye las carcajadas de los tíos de la calle. Le da igual. No le afecta tanto como a O-Bop. O-Bop detesta que se rían de él. Cuando ocurre algo así, significa pelea segura. A Callan se la suda.

– ¿Stevie?

– ¿Qué?

– ¿Cómo has dicho que se llama el tío de abajo?

– ¿Qué tío?

– El que han enviado a liquidarnos.

– Jimmy Peaches.

– Sale aquí.

– ¿Y qué pone?

O-Bop se aleja de la ventana.

– ¿Cuánto?

– Cien mil.

Se miran y empiezan a reírse.

– Callan -dice O-Bop-, el partido acaba de empezar de nuevo.

Porque Peaches Piccone debe a Matty Sheehan cien mil dólares. Y eso es lo principal: los intereses se estarán acumulando con más rapidez que el hedor en una huelga de basureros, de modo que Piccone se halla en serios apuros. Está endeudado con Matt Sheehan hasta las cejas. Lo cual sería una mala noticia (más motivos para hacerle un buen favor a Sheehan), de no ser porque Callan y O-Bop se hallan en poder de la libreta.

Lo cual les abre una nueva perspectiva.

Si viven lo suficiente para aprovecharla.

Porque está oscureciendo, y deprisa.

– ¿Se te ocurre alguna idea? -pregunta O-Bop.

– Sí.

Es una jugada desesperada, pero, mierda, la situación es desesperada.


O-Bop se dirige hacia la escalera de incendios con una botella de leche en la mano.

– ¡Eh, vosotros, bastardos! -grita.

Los chicos del Continental levantan la vista.

Justo cuando O-Bop prende fuego al trapo metido en la botella.

– ¡Comeos esto! -grita, y la lanza hacia el Lincoln. -¿Qué cono…?

Peaches aprieta el botón que baja la ventanilla y ve la antorcha que cae del cielo hacia él, así que abre la puerta para salir cagando leches del asiento trasero.del Lincoln, y lo hace justo a tiempo, porque la puntería de O-Bop es perfecta y la botella se estrella sobre el coche y las llamas se extienden sobre el techo.

– ¡El coche es nuevo, joder! -grita Peaches hacia la escalera de incendios.

Y está muy cabreado, porque ni siquiera tiene la oportunidad de disparar contra alguien, ya que se ha formado un gentío numeroso, se oyen sirenas y toda esa mierda, y no pasan ni dos minutos antes de que toda la manzana se llene de polis irlandeses y bomberos irlandeses, que se ponen a regar lo que queda del Lincoln.

Polis irlandeses y bomberos irlandeses, y unas mil quinientas drag queens de la Novena avenida, que rodean a Peaches chillando y aullando, bailando y tocando los huevos. Envía a Little Peaches al teléfono de la esquina para hacer una llamada y conseguir un puto vehículo nuevo, y entonces siente la presión del metal contra su puto riñón izquierdo y alguien susurra:

– Señor Piccone, haga el favor de darse la vuelta muy despacio.

Con respeto, cosa que Peaches agradece.

Se vuelve y ve al chico irlandés (no el capullo pelirrojo de la botella, sino un chico alto y moreno), con una pistola en una bolsa de papel marrón y algo en la otra mano.

¿Qué coño será?, se pregunta Peaches.

Entonces cae en la cuenta.

La libretita negra de Matty Sheehan.

– Deberíamos hablar -dice el chico.

– Deberíamos -asiente Peaches.


Están en el sótano del palacio de tomaínas de Paddy Hoyle, en la puta Doce, y podría parecer un garito mexicano, pero no hay mexicanos en las cercanías.

Lo que hay es una tertulia italoirlandesa, y Callan y O-Bop están en un extremo con la espalda pegada a la pared, y Callan parece un bandido con una pistola en cada mano, y O-Bop sujeta una escopeta a la altura de la cintura. Junto a la puerta, están los dos hermanos Piccone. Los italianos no han desenfundado sus armas, están inmóviles con sus bonitos trajes, con aspecto muy tranquilo y muy duro.

O-Bop lo respeta. Le encanta. Como ya se han puesto en evidencia una vez (da igual perder un Lincoln), no van a hacer más el ridículo aparentando preocupación por el hecho de que dos rufianes les apunten con todo un arsenal. Es chic, y O-Bop lo entiende.

De hecho, le gusta.

A Callan se la suda.

Si la cosa se tuerce, empezará a apretar gatillos, a ver qué pasa. -¿Cuántos años tenéis? -pregunta Peaches.

– Veinte -miente O-Bop.

– Veintiuno -dice Callan.

– Los tenéis bien puestos -dice Peaches-, pero tenemos que hablar de ese rollo de Eddie Friel.

Ya está, piensa Callan. Está a punto de echarlo todo a perder.

– Me asqueaba ese vicio perverso -dice Peaches-. ¿Mearse en la boca de la gente? ¿Qué es eso? ¿Cuántas veces le disparasteis? ¿Ocho? Querías hacer bien el trabajo, ¿eh?

Se ríe. Little Peaches le corea.

Y también O-Bop.

Callan no. Está preparado, punto.

– Siento lo de tu coche -dice O-Bop.

– Sí -dice Peaches-. La próxima vez que queráis hablar, utilizad el puto teléfono, ¿vale?

Todo el mundo se ríe, excepto Callan.

– Es lo que intento decirle a Johnny Boy -dice Peaches-. Le digo que me lleve al West Side, con los zulús, los puertorriqueños y los irlandeses. ¿Qué cono se supone que debo hacer? Voy a decirle que escupen fuego del cielo, y que ahora tengo que comprarme un coche nuevo. Putos irlandeses. ¿Has mirado la libretita negra?

– ¿Tú qué crees? -pregunta O-Bop.

– Que lo has hecho. Estoy convencido. ¿Qué has visto?

– Depende.

– ¿De qué?

– De lo que pase aquí.

– Dime qué debería pasar aquí.

Callan oye que O-Bop traga saliva. Sabe que O-Bop está acojonado, pero va a pegarse el farde. Hazlo, Stevie, piensa Callan, adelante.

– Para empezar -dice O-Bop-, no llevamos la libreta encima.

– Oye, Ricitos -dice Peaches-, en cuanto empecemos a trabajarte, nos dirás dónde está la libreta. No te creas que tienes un as guardado en la manga.Y tú relaja el dedo sobre el gatillo, que aún estamos hablando.

Está mirando a Callan.

– Sabemos dónde está cada centavo de Sheehan -dice O-Bop.

– No me jodas… Está sudando la gota gorda para recuperar esa libreta.

– Que le den por el culo -dice O-Bop-. Si no recupera la libreta, no le debes una mierda.

– ¿Es eso cierto?

– Por lo que a nosotros respecta -dice O-Bop-.Y Eddie Friel no nos va a llevar la contraria.

O-Bop nota el alivio en la cara de Peaches, de modo que insiste.

– Hay polis en esa libreta -dice-. Sindicalistas. Concejales. Un par de millones de dólares en la calle.

– Matty Sheehan es un hombre rico -dice Peaches.

– ¿Por qué él? -pregunta O-Bop-. ¿Por qué no nosotros? ¿Por qué no tú?

Esperan mientras Peaches piensa. Le ven sopesar los peligros y las recompensas.

– Sheehan le ha hecho algunos favores a mi jefe -dice al cabo de un minuto.

– Si tuvieras la libreta -dice O-Bop-, podrías devolver los mismos favores.

Callan se da cuenta de que ha cometido un error al haber sacado las armas. Se le están cansando los brazos, le tiemblan. Le gustaría bajar la pistola, pero no quiere enviar ningún mensaje. De todos modos, tiene miedo de que si Peaches toma la decisión equivocada, sus manos tiemblen demasiado para disparar con puntería, incluso desde esta distancia.

– ¿Le habéis dicho a alguien más que mi nombre sale en esa libreta? -pregunta por fin Peaches.

O-Bop se apresura a negarlo, tan rápido que Callan comprende que es una pregunta muy importante. Lo cual le lleva a preguntarse por qué Peaches pidió prestado el dinero, para qué lo ha usado.

– Irlandeses -masculla Peaches para sí-. Portaos con discreción -les dice-. Procurad no matar a nadie durante los dos próximos días, ¿de acuerdo? Volveremos a vernos.

Da media vuelta y sube la escalera, seguido de su hermano.

– Jesús -dice Callan. Se sienta en el suelo.

Sus manos empiezan a temblar como si se hubiera vuelto loco.


Peaches toca el timbre del edificio de Matt Sheehan.

Un irlandés grandote abre la puerta. Peaches oye a Sheehan dentro.

– ¿Quién es? -pregunta.

– Es Jimmy Peaches -dice el grandote, y le deja entrar-.

Está en el estudio. -Gracias.

Peaches recorre el vestíbulo, se desvía a la izquierda y entra en el estudio.

La habitación tiene papel pintado verde. Tréboles y cosas así por todas partes. Una gran foto de John Kennedy. Otra de Bobby. Una foto del Papa. El tío tiene de todo, salvo un puto duende subido a un taburete.

Big Matt está viendo el partido de los Yankees.

Se levanta de la butaca, no obstante (a Peaches le gusta el respeto), y dedica a Peaches una de esas sonrisas de político irlandés.

– Me alegro de verte, James -dice-. ¿Has tenido suerte con esa pequeña dificultad durante mi ausencia?

– Sí.

– Has encontrado a esos dos animales.

– Sí.

– ¿Y?

Jimmy le clava el cuchillo antes de que pueda decir «esta boca es mía». Hunde la hoja bajo el pectoral izquierdo y la empuja hacia arriba. La hace girar un poco para asegurarse de que en el hospital no tengan que enfrentarse a complicadas decisiones éticas.

El jodido cuchillo se queda atascado en las costillas de Sheehan, de modo que Jimmy tiene que apoyar el pie en el ancho pecho del hombre para extraer la hoja. Sheehan cae al suelo con tal fuerza que las fotos de la pared tiemblan.

El tipo grandote que le ha dejado entrar está en la puerta.

No parece que quiera hacer nada.

– ¿Cuánto le debes? -pregunta Peaches.

– Setenta y cinco.

– No le debes nada -dice Peaches-, si desaparece. Cortan en pedazos a Matty, le llevan a Wards Island y le arrojan a las aguas residuales.

De vuelta, Peaches canta.


Anybody here seen my old friend Matty…

Can you tell me where he's go-o-o-ne?


Un mes después de lo que ha llegado a conocerse en la Cocina del Infierno irlandesa como el «Levantamiento del Río de la Luna», la vida de Callan ha cambiado un poco. No solo sigue vivo, lo cual le sorprende, sino que se ha convertido en el héroe del barrio.

Porque mientras Peaches estaba arrojando a Sheehan al vertedero, O-Bop y él utilizaban un rotulador negro en la libretita negra de Matty para saldar algunas deudas, literalmente. Se lo pasaron en grande: eliminaron algunas entradas, redujeron otras, conservaron las que iban a proporcionarles el mejor botín.

Una época estupenda para la Cocina.

Callan y O-Bop se aposentan en el pub Liffey como si les perteneciera, cosa que, si se examina con detenimiento la libreta negra, viene a ser así. La gente entra y solo hace falta que les besen los anillos, agradecidos por haberse librado de Matty, o porque están tan asustados que prefieren seguir pringados con los chicos que acabaron con Eddie Friel, Jimmy Boylan y, muy probablemente, el mismísimo Matty Sheehan.

Y también con alguien más.

Larry Moretti.

Es el único asesinato que Callan lamentará. Eddie el Carnicero era necesario. Y también Jimmy Boylan. Y también, sobre todo, Matty Sheehan. Pero Larry Moretti es simple venganza, por ayudar a Eddie a despedazar a Michael Murphy.

– Es lo que se espera de nosotros -dice O-Bop-. Es una cuestión de honor.

Moretti sabe lo que se avecina. Está encerrado en su casa de la Ciento cuatro, frente a Broadway, y no ha parado de beber para olvidar. No se ha encontrado con nadie durante un par de semanas (la borrachera ha sido permanente), de modo que es un objetivo fácil cuando Callan y O-Bop entran.

Moretti está tendido en el suelo con una botella. Tiene la cabeza entre los dos altavoces del equipo de música y está escuchando una mierda de disco, con el bajo atronando como una descarga de artillería lejana. Abre los ojos un segundo y ve a Callan y a O-Bop apuntándole con las pistolas, y entonces cierra los ojos y O-Bop grita «¡Esto es por Mikey!», y se pone a disparar. Callan lo siente, pero se suma, y le resulta raro disparar a un tipo que ya está muerto.

Después tienen que ocuparse del cadáver, pero O-Bop ha venido preparado, depositan a Moretti sobre una lámina de plástico pesada, y Callan se da cuenta ahora de lo fuerte que debía de ser Eddie Friel para cortar carne de esa manera. Es un trabajo de la hostia, y Callan entra un par de veces en el cuarto de baño para vomitar, pero al final consiguen cortar a Moretti en suficientes pedazos para meterle en bolsas de basura, y luego se llevan las bolsas aWards Island. O-Bop piensa que deberían meter la picha de Moretti en un cartón de leche y exhibirla por el barrio, pero Callan se niega.

No necesitan esa mierda. El rumor se propaga, y la gente desfila por el Liffey para rendirles homenaje.

Uno que no acude es Bobby Remington. Callan sabe que Bobby tiene miedo de que sospechen que fue él quien les delató a Matty, pero sabe que Bobby no lo hizo.

Fue Beth.

– Solo intentabas proteger a tu hermano -le dice Callan cuando ella aparece en su nuevo apartamento-. Lo comprendo.

Ella clava la vista en el suelo. Se ha puesto guapa, lleva el pelo largo cepillado y lustroso, y un vestido. Un vestido negro, con un escote que deja al descubierto la parte superior de sus pechos blancos.

Callan lo capta. Ha venido dispuesta a entregarse para salvar su vida, y la de su hermano.

– ¿Lo comprende Stevie? -pregunta ella.

– Yo conseguiré que lo comprenda -dice Callan.

– Bobby se siente fatal -dice ella.

– No, Bobby está bien.

– Necesita un trabajo -dice ella-. No puede conseguir un carnet del sindicato…

Callan se siente raro cuando oye esto. Era la clase de favor que la gente pedía a Matty.

– Sí, nosotros nos encargaremos -dice. Tiene carnets de los sindicatos de camioneros, de la construcción, lo que sea-. Dile que venga. O sea, somos amigos.

– ¿Y yo? -pregunta ella-. ¿Somos amigos?

Le gustaría tirársela. Mierda, le encantaría tirársela. Pero sería diferente, sería como tirársela porque puede, porque ella se lo debe. Porque él tiene poder ahora y ella no.

– Sí, somos amigos -dice.

Para informarla de que no hay problema, de que todo va bien, de que no tiene que entregarse así por las buenas.

– ¿Y eso es lo único que somos?

– Sí, Beth. Eso es todo.

Se siente mal porque ella se ha vestido de gala, se ha maquillado y toda la pesca, pero ya no quiere acostarse con ella.

Es triste.

En cualquier caso, Bobby va a verles, le consiguen un empleo que su nuevo jefe considera pertinente (y Bobby no le decepciona en absoluto), y más gente acude a presentarles sus respetos o a pedir algún favor, y durante más o menos un mes Callan y O-Bop juegan a aprendices de padrinos desde un reservado del pub Liffey.

Hasta que llama el verdadero padrino.

Big Paulie Calabrese extiende una mano y les pide que vayan a Queens para explicarle en persona por qué a) no están muertos, y b) su amigo y socio Matt Sheehan sí.

– Les dije que fuisteis vosotros los que os cargasteis a Sheehan -explica Peaches.

Están sentados en un reservado de la Landmark Tavern, y Pea-ches está intentando comer cordero con patatas cubierto de salsa de carne grasienta. Al menos, en la reunión con Big Paulie les darán una comida decente.

Podría ser la última, pero será decente.

– ¿Por qué lo has hecho? -pregunta Callan.

– Tiene sus motivos -dice O-Bop.

– Bien -dice Callan-. ¿Cuáles son?

– Porque -explica con cautela Peaches- si le dijera que lo hice yo, ordenaría que me mataran sin más.

– Un motivo estupendo -dice Callan a O-Bop. Se vuelve hacia Peaches-. Así que, ahora ordenará que nos liquiden.

– No necesariamente -dice Peaches.

– ¿No necesariamente?

– No -explica Peaches-. No sois de la familia. No estáis sujetos a la misma disciplina. Si yo hubiera matado a Matt Sheehan, tendría que haber pedido permiso a Calabrese, que nunca me lo habría concedido. Por lo tanto, si hubiera seguido adelante pese a todo, me encontraría en serios problemas.

– Ah, una noticia cojonuda -dice Callan.

– Pero vosotros no necesitabais permiso -dice Peaches-. Solo necesitáis un buen motivo.Y la actitud adecuada.

– ¿Qué clase de actitud?

– De futuro -dice Peaches-. Una actitud de amistad. De colaboración.

O-Bop alucina en colores. Es como un sueño convertido en realidad.

– ¿Calabrese quiere contratarnos? -pregunta. Se está corriendo vivo.

– No sé si quiero que nos contrate -dice Callan.

– ¡Es nuestra oportunidad! -exclama O-Bop-. ¡La puta familia Cimino! ¡Quieren trabajar con nosotros!

– Hay algo más -dice Peaches.

– Estupendo -dice Callan-.Ya imaginaba que eso no era todo.

– La libreta -dice Peaches.

– ¿Qué pasa con ella?

– Mi entrada -dice Peaches-. Los cien de los grandes. Calabrese no debe enterarse. Si lo hace, estoy muerto.

– ¿Por qué? -pregunta Callan.

– El dinero es de él -dice Peaches-. Sheehan le sacó un par de cientos a Paulie. Yo le pedí un préstamo a Matt.

– Por lo tanto, estás estafando a Paul Calabrese -dice Callan.

– Estamos -corrige Peaches.

– Santo Dios -dice Callan.

Hasta O-Bop parece menos entusiasta ahora.

– No sé, Jimmy -dice.

– ¿Qué coño? -dice Peaches-. ¿No sabes? Yo debía liquidaros. Eran mis órdenes, y no las obedecí. Podrían matarme solo por eso. Salvé vuestras putas vidas. Dos veces. La primera porque no os maté, y después porque os libré de Matty Sheehan. ¿Y no sabes?

Callan le mira.

– O sea -dice-, que de esa reunión saldremos ricos o muertos.

– Más o menos -dice Peaches. -Hay que joderse -dice Callan.

Ricos o muertos.

Hay peores alternativas.


La reunión se celebra en el cuarto interior de un restaurante de Bensonhurst.

– En plena zona spaghetti -dice Callan.

Muy conveniente. Si Calabrese decide matarnos, solo tiene que marcharse y cerrar la puerta tras de sí. Sale por la de delante, y nuestros cadáveres por la de servicio.

O por la salida, o lo que sea.

Está pensando en esto mientras se mira en el espejo e intenta anudarse la corbata.

– ¿Nunca te habías puesto corbata? -pregunta O-Bop. Su voz es aguda, nerviosa.

– Claro que sí -contesta Callan-. El día de mi primera comunión.

– Mierda. -O-Bop se acerca y empieza a anudarle la corbata-. Date la vuelta, no te la puedo anudar por detrás.

– Te tiemblan las manos.

– Joder, sí, están temblando.

Van a la cita desnudos. Sin armas de ningún tipo. Nadie lleva armas cerca del jefe, excepto la gente del jefe. Así será todavía más fácil eliminarles.

Tampoco es que su intención sea ir solos. Tienen a Bobby Remington y a Fat Tim Healey, y a otro tipo del barrio, Billy Bohun, que harán guardia en el coche delante del restaurante.

Las instrucciones de O-Bop son muy claras.

– Si alguien que no seamos nosotros sale por la puerta -les dice-, matadle.

Y otra precaución: Beth y su amiga Moira comerán en la parte pública del restaurante. Beth y Moira también llevarán una 22 y una 44 en sus respectivos bolsos, por si las cosas se ponen feas y los chicos pueden salir del reservado.

Como dice O-Bop, «si voy a ir al infierno, será en un autobús abarrotado».

Toman el metro hasta Queens porque O-Bop dice que no quiere salir de una reunión satisfactoria y productiva, subir al coche y bum.

– Los italianos no ponen bombas -intenta decirle Peaches-. Eso es mierda irlandesa.

O-Bop le recuerda que él es irlandés y toma el metro. Bajan en Bensonhurst, Callan y él siguen la calle hacia el restaurante, doblan la esquina y O-Bop dice:

– Puta mierda.

– ¿Puta mierda? ¿Por qué?

Hay cuatro o cinco gangsters apostados ante el restaurante. Callan diría: ¿Y qué?, siempre hay cuatro o cinco gangsters apostados ante los restaurantes de los gangsters.

– Ese es Sal Scachi -dice O-Bop.

Un tipo grande y grueso, cuarenta y pocos, ojos azules a lo Sinatra y pelo plateado, demasiado corto para ser un spaghetti. Parece un gángster, piensa Callan, pero tampoco parece un gángster. Y calza auténticos zapatos negros de punta cuadrada, pulidos como el mármol negro.

No hay que tomarse en coña a ese tipo, piensa Callan.

– ¿Cuál es su historia? -pregunta a O-Bop.

– Es un jodido coronel de los Boinas Verdes -dice O-Bop.

– Me estás tomando el pelo.

– Que no, mierda -dice O-Bop-.Toneladas de medallas en Vietnam. Es de la mafia. Si deciden quitarnos de en medio, será Scachi quien se ocupe de ello.

Scachi se vuelve y les ve venir. Se separa del grupo, camina hacia O-Bop y Callan, sonríe.

– Caballeros -dice-, bienvenidos al primer o último día del resto de sus vidas. No se ofendan, pero debo asegurarme de que no portan armas.

Callan asiente y levanta los brazos. Scachi le cachea con unos pocos movimientos eficaces hasta los tobillos, y después repite la juagada con O-Bop.

– Bien -dice-. ¿Vamos a comer?

Les conduce hasta el salón interior del restaurante. Callan lo ha visto antes, en unas cuarenta y ocho películas de gángsters. Los murales de las paredes plasman escenas bucólicas de la soleada Sicilia. Hay una mesa larga con un mantel de cuadros rojos y blancos. Copas de vino, tazas de café, pequeñas porciones de mantequilla en platos helados.

Botellas de tinto, botellas de blanco.

Aunque han sido puntuales, ya han llegado algunos tipos. Peaches les presenta nervioso a Johnny «Boy» Cozzo y a Demonte, y a un par más. Después, la puerta se abre y entran dos matones, con el pecho como una tabla de carnicero, y después Calabrese se sienta a la mesa y Peaches se encarga de las presentaciones.

A Callan no le gusta que Peaches parezca asustado.

Peaches recita sus nombres, y después Calabrese levanta una mano.

– Primero la comida, después los negocios -dice.

Hasta Callan tiene que admitir que la comida no es de este mundo. Es la mejor que ha tomado en toda su vida. Empieza con un gran antipasto con provolone, prosciutto y pimientos rojos tiernos. Delgados rollos de jamón y tomates diminutos que Callan no había visto nunca.

Los camareros entran y salen, como monjas que siguieran al Papa.

Terminan los entrantes y llega el plato de pasta. Nada exótico, pequeños cuencos de espaguetis con salsa roja. Después, piccata de pollo (delgados pedazos de pechuga de pollo guisado con vino blanco, limón y alcaparras) y pescado al horno. Después otra ensalada y postre, tarta blanca dulce empapada en anisette.

Todo esto y vino sin parar, y cuando los camareros sirven por fin los cafés, Callan está medio bolinga. Ve que Calabrese da un largo sorbo a la taza de café.

– Decidme por qué no debería mataros -dice entonces el jefe.

Una pregunta de examen muy jodida.

En parte, Callan tiene ganas de chillar. No deberías matarnos porque «¡Jimmy Piccone te robó cien de los grandes y nosotros podemos demostrarlo!», pero se calla la boca y trata de pensar en una respuesta diferente.

– Son buenos chicos, Paul -oye decir a Peaches.

Calabrese sonríe.

– Pero tú no eres un buen chico, Jimmy. Si fueras un buen chico, yo estaría comiendo hoy con Matt Sheehan.

Se vuelve y mira a O-Bop y a Callan.

– Todavía estoy esperando vuestra respuesta.

Y también Callan, que piensa si es que va a escuchar alguna, o si debería intentar abrirse paso entre los dos cachos de carne que vigilan la puerta, entrar en el comedor y apoderarse de las pistolas, de Beth, y volver vomitando fuego.

Pero aunque consiguiera salir y volver, piensa Callan, O-Bop ya estaría muerto para entonces. Sí, pero puedo enviarle en su autobús abarrotado.

Intenta deslizarse hasta el borde de su silla sin que nadie se dé cuenta, centímetro a centímetro, para flexionar las piernas y salir disparado de la silla. Tal vez lanzarse hacia Calabrese, cogerle por el cuello y salir por la puerta…

¿Para ir adónde?, piensa. ¿A la puta luna? ¿Adónde podríamos ir donde la familia Cimino no pudiera encontrarnos?

A la mierda, piensa. Ve a por las armas, salgamos como hombres.

Al otro lado de la mesa, Sal Scachi sacude la cabeza hacia él. Es un gesto casi imperceptible, pero le está diciendo que, si sigue moviéndose, es hombre muerto.

Callan no se mueve.

Tiene la impresión de que ha estado pensando una hora, aunque en realidad solo han sido unos segundos en la, digamos, tensa atmósfera de la sala, y Callan se queda muy sorprendido cuando oye la voz de O-Bop.

– No debería matarnos porque…

Porque… hummmmmmmmmmmmm…

– … porque podemos hacer más por usted de lo que habría hecho nunca Sheehan -dice Callan-. Podemos entregarle un pedazo del Javits Center, los camioneros locales, la construcción local. No se moverá ni un cacho de cemento del que usted no obtenga un poco. Recibirá un diez por ciento de todo el dinero que movamos en la calle, y nos ocuparemos de todo esto en su nombre. No tendrá que levantar un dedo ni implicarse.

Callan ve meditar a Calabrese.

Y se toma todo el tiempo del mundo.

Lo cual empieza a cabrear a Callan. Como si esperara a que Calabrese dijese «Que os den por el culo, muchachos», para acabar con todo ese rollo diplomático e ir al grano.

Pero, en cambio, Big Paulie dice:

– Hay algunas condiciones y algunas reglas. En primer lugar, nos llevaremos el treinta por ciento, no el diez, de vuestra recaudación. En segundo, nos llevaremos el cincuenta por ciento de cualquier dinero generado por actividades sindicales y de la construcción, y el treinta por ciento de cualquier dinero producto de cualquier otra actividad. A cambio, os ofrezco mi amistad y protección.

«Aunque no podréis convertiros en miembros de la familia porque no sois sicilianos, podréis convertiros en socios. Trabajaréis bajo la supervisión de Jimmy Peaches. Le hago personalmente responsable de vuestras actividades. Si tenéis una necesidad, acudid a Jimmy. Si tenéis un problema, acudid a Jimmy. Esta chorrada del Salvaje Oeste tiene que terminar. Nuestros negocios funcionan mejor en una atmósfera de tranquilidad. ¿Comprendido?

– Sí, señor Calabrese.

Calabrese asiente.

– De vez en cuando podré necesitar vuestra colaboración. Se lo comunicaré a Jimmy, que os lo comunicará a vosotros. Espero que, a cambio de la amistad y la protección que os dispenso, no me deis la espalda cuando os necesite. Si vuestros enemigos han de ser mis enemigos, los míos tienen que ser los vuestros.

– Sí, señor Calabrese.

Callan se pregunta-si es ahora cuando tienen que besarle el anillo.

– Una última cosa -dice Calabrese-. Dedicaos a vuestros negocios. Ganad dinero. Prosperad. Haced lo necesario, pero nada de drogas. Esta era la regla que Cario nos dejó en herencia, y sigue siendo la regla ahora. Es demasiado peligroso. No tengo la menor intención de pasar la vejez en la cárcel, de manera que la regla es drástica: si traficas con drogas, mueres.

Calabrese se levanta de la silla. Todo el mundo le imita.

Callan sigue en su sitio cuando Calabrese se despide y los dos matones le abren la puerta.

Y Callan se dice: Hay algo en esta película que no encaja.

– Stevie, el hombre se va -dice.

O-Bop le mira como diciendo: Pues bueno.

– Stevie, el hombre ha salido por la puerta.

Todo se detiene. Peaches está anonadado por este faux pas.

– El don siempre es el primero en marcharse -dice con la mayor elegancia posible.

– ¿Hay algún problema? -pregunta Scachi.

– Sí -dice Callan-. Hay un problema.

O-Bop palidece como un muerto. Peaches tiene la mandíbula tan tensa que haría falta una llave inglesa Alien para desbloquearla. Demonte les está mirando como si fuera un especial del National Geographic. Johnny Boy solo piensa que es divertido. Scachi no.

– ¿Cuál es el problema? -le pregunta con brusquedad.

Callan traga saliva.

– El problema es que tenemos gente en la calle a la que hemos dicho que matara a la primera persona que saliera por la puerta si no éramos nosotros.

Un momento de tensión.

Los dos guardias de Calabrese tienen las manos sobre sus pistolas. Scachi también, solo que su revólver del 45 está apuntando a la cabeza de Callan.

Calabrese está mirando a Callan y a O-Bop, y sacude la cabeza.

Jimmy Peaches está intentando recordar el texto exacto del acto de contrición.

Entonces Calabrese ríe.

Ríe de tan buena gana que hasta tiene que sacar un pañuelo blanco del bolsillo de la chaqueta y secarse los ojos. Ni siquiera esto basta. Tiene que volver a sentarse. Termina de reír y mira a Scachi.

– ¿A qué esperas? Dispárales. -Con idéntica rapidez-: Es broma, es broma. ¿Pensabais que saldría por esa puerta y estallaría la Tercera Guerra Mundial? Muy divertido.

Les indica que vayan hacia la puerta.

– Esta vez-dice.

Salen por la puerta y se cierra a sus espaldas. Desde el comedor del restaurante aún les oyen reír. Pasan al lado de Beth y su amiga Moira, y salen a la calle.

Ni rastro de Bobby Remington y Fat Tim Healey.

Solo un montón de Lincolns negros de esquina a esquina.

Tíos de la mafia a su alrededor.

– Jesús -dice O-Bop-. No han encontrado sitio para aparcar.

Más tarde, un lloroso Bobby les dirá que dio vueltas y vueltas a la manzana, hasta que uno de los tíos de la mafia paró el coche y les dijo que se fueran cagando leches. Cosa que hicieron.

Pero eso será más tarde.

Ahora O-Bop mira el cielo azul desde la calle.

– Sabes lo que esto significa, ¿verdad? -dice.

– No, Stevie, ¿qué significa?

– Significa -dice O-Bop al tiempo que pasa el brazo alrededor de Callan- que somos los reyes del West Side.

Los reyes del West Side.

Esa es la buena noticia.

La mala es lo que Jimmy Peaches ha hecho con los cien de los grandes que se ha quedado de las últimas voluntades y testamento de Matty Sheehan. Lo que ha hecho es comprar droga.

No la heroína habitual de la conexión habitual Turquía-Sicilia. No de la conexión de Marsella. Ni siquiera de la conexión de Laos que Santo Trafficante montó. No. Si compra a una de esas fuentes, Calabrese se enterará unos quince segundos después, y al cabo de una semana el cuerpo, ensangrentado de Jimmy Peaches dará un susto a los turistas en el Circle Line.

No, tiene que encontrar una nueva fuente.

México.

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