I wish they all could be California girls.

Brian Wilson, «California Girls»


La Jolla , California

1981


Nora Hayden tiene catorce años la primera vez que uno de los amigos de su padre le tira los tejos.

La está llevando a casa después de hacer de canguro de su crío, y de repente toma su mano y la pone encima de su paquete. Ella está a punto de apartarla, pero se queda fascinada por la expresión de su cara.

Y por cómo la hace sentir.

Poderosa.

De manera que deja la mano allí. No la mueve ni nada, pero al parecer ya es suficiente, porque oye su respiración agitada y ve sus ojos, intensos y peculiares, y tiene ganas de reír, pero no quiere… pues eso… romper el hechizo.

La siguiente vez que él lo hace apoya su mano sobre la de ella Y la mueve en círculos. Ella nota que crece bajo su palma. Siente que da tirones. La expresión de él se le antoja ridícula.

Tiempo después, él frena el coche y le pide que se la saque.

Y ella, como que odia a este tipo, ¿vale?

Le da asco, pero lo hace tal como él le enseña, pero nota que es ella la que manda, no él. Porque puede parar y volver a empezar cuando le da la gana.

– No es un pene -le dice a su amiga Elizabeth-. Es una correa.

– No, es todo un cachorrito -contesta Elizabeth-. Lo mimas, lo acaricias, lo besas, le das un lugar confortable para dormir y te va a buscar cosas.

Tiene catorce años y aparenta diecisiete. Su madre se da cuenta, pero ¿qué puede hacer? Nora divide su tiempo entre su padre y su madre, y la expresión «custodia compartida» nunca ha tenido un significado más picante. Porque cada vez que va a casa de su padre, eso es lo que está haciendo él: compartiendo un joint.

Papá es una especie de rastafari blanco sin rastas ni convicciones religiosas. Papá no sabría encontrar Etiopía en un mapa de Etiopía. A él solo le gusta la hierba. Esa parte es la que comprende a la perfección.

Mamá ha superado todo eso, y ese es el principal motivo de su divorcio. Ella superó su fase hippy con creces, de hippy a yuppy, de cero a sesenta en cinco segundos. Él está pegado a sus Birkenstocks como si los tuviera pegados a los pies, pero ella continúa avanzando.

De hecho, consigue un empleo muy bueno en Atlanta y quiere que Nora vaya con ella, pero Nora, no, a menos que me enseñes la playa de Atlanta, no quiero ir. Por fin, todo acaba ante un juez que pregunta a Nora con cuál de sus padres querría vivir, y está a punto de decir «Con ninguno», pero lo que dice es «Con mi padre», de modo que cuando tiene quince años va a ir a Atlanta de vacaciones y un mes en verano.

Lo cual es soportable, porque cuenta con suficiente buena hierba.

Los chicos del colegio la llaman Nora la Putorra, pero a ella le da igual y a ellos, en realidad, también. No es tanto un término peyorativo como el reconocimiento de una realidad. ¿Qué dirías de una compañera de clase a la que van a buscar en Porsches, Mercedes y limusinas, y ninguno de ellos es de sus padres?

Nora está colocada una tarde, rellenando un estúpido cuestionario para el asesor de orientación, y debajo de «Actividades extraescolares» escribe «Mamadas». Antes de borrarlo, enseña el formulario a su amiga Elizabeth y ambas ríen.

Y esa limusina no va a entrar en el aparcamiento de Mickey D's. Ni en Burger King,Taco Bell o Jack in the Box. Nora tiene la cara y el cuerpo para exigir Las Brisas, el Inn de Laguna, El Adobe.

Si quieres a Nora, dale buena comida, buen vino, buena mierda.

Jerry el Colgao siempre tiene buena coca.

Quiere que se vaya a Cabo con él.

Pues claro. Es un traficante de coca de cuarenta y cuatro años con más recuerdos que posibilidades: ella tiene dieciséis años, con un cuerpo como la primavera. ¿Por qué no iba a querer que le acompañara a pasar un fin de semana guarro en México?

A Nora se la suda.

Tiene dieciséis años, pero para nada dulces.

Sabe que él no está enamorado de ella, por decir algo. Sabe con absoluta seguridad que ella no está enamorada de él. De hecho, cree que es más o menos un colgao, con la chaqueta de seda negra y la gorra negra de béisbol que cubre su pelo ralo. Los tejanos desteñidos, las Nikes sin calcetines. No, Nora sabe de qué va el rollo: al tipo le aterroriza envejecer.

No temas, tío, piensa. No hay nada de que acojonarse.

Eres viejo.

Jerry el Colgao solo tiene dos cosas a su favor.

Pero son dos buenas cosas.

Dinero y coca.

En realidad, es lo mismo. Porque, como bien sabe Nora, si tienes dinero, tienes coca. Y si tienes coca, tienes dinero.

Se la chupa.

Tarda más por culpa de la coca, pero le da igual, no tiene nada mejor que hacer. Y derretir el polo de Jerry es mejor que tener que hablar con él, o, peor aún, escucharle. No quiere oír nada más acerca de sus ex esposas, sus hijos (mierda, conoce a dos de sus hijos mejor que él: va al colegio con ellos), ni de cómo consiguió el triple que ganó el partido de la liga de softball.

– ¿Quieres ir? -pregunta cuando termina.

– ¿Ir adónde?

– A Cabo.

– Vale.

– ¿Cuándo quieres ir? -pregunta Jerry el Colgao.

Ella se encoge de hombros.

– Cuando sea.

Está a punto de bajar del coche cuando Jerry le da una bolsa llena de hierba del copón.

– Hola -dice su padre cuando entra. Está espatarrado en el sofá, viendo una reposición de Con ocho basta-. ¿Qué tal ha ido el día?

– Bien. -Tira la bolsa sobre la mesita auxiliar-. Jerry te envía esto.

– ¿Para mí? Guay.

Tan guay que hasta se pone en pie. De repente se convierte en el señor Iniciativa, mientras se lía un porrito bien apretado.

Nora entra en su cuarto y cierra la puerta.

Se pregunta qué pensar sobre un padre que hace de macarra de su hija a cambio de droga.


Nora sufre una experiencia en Cabo que cambia su vida.

Conoce a Haley.

Nora está tumbada junto a la piscina al lado de Jerry el Colgao y esa tía de la tumbona que hay al otro lado de la piscina la está examinando de pies a cabeza.

Una tía con mucha clase.

Veintimuchos, pelo castaño oscuro corto bajo una visera negra. Un cuerpo menudo y delgado esculpido en el gimnasio, exhibido gracias a un biquini negro casi invisible. Bonitas joyas: discretas, de oro, caras. Cada vez que Nora levanta la vista, la tía la está mirando.

Con esa sonrisa de complicidad, casi de suficiencia.

Y siempre está acechando.

Nora levanta la vista de la tumbona… y allí está. Pasea por la playa… y allí está.

Cena en el comedor del hotel… y allí está. Nora teme el contacto visual. Siempre es Nora la que aparta la vista antes. Por fin, ya no puede aguantarlo más. Espera a que Jerry se suma en una de sus siestas poscoitales, sale a la piscina y se sienta en la tumbona contigua a la de la mujer.

– Me has estado observando -dice.

– Sí.

– No me interesa.

La mujer ríe.

– Ni siquiera sabes lo que no te interesa.

– No soy lesbiana -dice Nora.

O sea, no le interesan los tíos, pero tampoco las tías. Lo cual nos deja a perros y gatos, pero los gatos no la enloquecen.

– Yo tampoco -dice la mujer.

– ¿Y?

– Deja que te haga una pregunta -dice la mujer-. ¿Estás ganando dinero?

– ¿Eh?

– Esnifando coca. ¿Estás ganando dinero?

– No.

La mujer sacude la cabeza.

– Nena, con tu cara y tu cuerpo, podrías ganar lo que quisieras.

A Nora le gusta la frase.

– ¿Cómo? -pregunta.

La mujer busca dentro de su bolso y entrega a Nora una tarjeta.

Haley Saxon, con un número de teléfono de San Diego.

– ¿A qué te dedicas?, ¿a las ventas? -pregunta Nora.

– Podría decirse así.

– ¿Eh?

– ¿Eh? -se burla Haley-. Me refiero a eso. Si quieres ganar lo que quieras, tienes que dejar de decir cosas como «¿Eh?».

– Bueno, a lo mejor no quiero ganar lo que sea.

– En ese caso, que tengas un buen fin de semana -dice Haley.

Levanta su revista y vuelve a leer. Pero Nora no se va, sigue sentada con la sensación de ser estúpida. Transcurren cinco minutos antes de que reúna valor para hablar.

– De acuerdo, tal vez desee ganar lo que quiera.

– De acuerdo.

– ¿Qué vendes?

– A ti. Te vendo a ti.

Nora está a punto de decir «¿Eh?», pero se contiene.

– No sé a qué te refieres.

Haley sonríe. Apoya su elegante mano sobre la de Nora.

– Es tan sencillo como suena. Vendo mujeres a hombres. Por dinero.

Nora lo capta enseguida.

– Así que se trata de sexo -dice.

– Nena, todo trata de sexo -dice Haley.

Le suelta un buen discurso, pero todo se reduce a esto: todo el mundo, siempre, tiene ganas de follar.

Acaba la charla con:

– Si quieres regalarlo, o venderlo barato, es tu problema. Si quie-res venderlo por pasta gansa, ese es mi problema. ¿Cuántos años tienes, por cierto?

– Dieciséis -dice Nora.

– Joder -exclama Haley. Sacude la cabeza.

– ¿Qué?

Haley suspira.

– Las posibilidades.


Primero, la voz.

– Si quieres continuar haciendo mamadas en el asiento posterior de los coches por cuatro chavos, puedes hablar como una chica de la playa -le dice Haley dos semanas después de conocerse en Cabo-. Si quieres ascender en el mundo…

Haley pone a trabajar a Nora con una refugiada alcohólica de la Royal Shakespeare Company, que baja la voz de Nora un octavo. («Eso es importante -dice Haley-. Una voz profunda consigue que una polla se siente y escuche.») La maestra dipsomaníaca redondea las vocales de Nora, exagera sus consonantes. La obliga a recitar monólogos: Porcia, Rosalía, Viola, Paulina…


«¿Qué estudiados tormentos tienes para mí, tirano?»

«¿Qué ruedas, qué potros, qué piras? ¿Qué desollamiento o qué cocción de plomo o aceite?»


Su voz se educa. Más profunda, más llena, más baja. Todo forma parte del lote. Como la ropa que Haley la lleva a comprar. Los libros que Haley la obliga a leer. El periódico de cada día.

– Y no será la página de modas, nena, ni de arte -dice Haley-. Una cortesana lee antes que nada la sección de deportes, después las páginas económicas, y luego, si acaso, las noticias.

De manera que empieza a aparecer en el colegio con el periódico de la mañana. Sus amigas están en el aparcamiento, para darle una última calada a la pipa antes de que suene el timbre, y Nora sentada examinando los resultados deportivos, el Dow Jones, el editorial. Está leyendo la National Review , el Wall Street Journal, el fanático Christian Science Monitor.

Es el único rato que pasa en el asiento trasero.

Nora la Putorra se va a Cabo y vuelve convertida en Nora la Doncella de Hielo.

– Vuelve a ser virgen -explica Elizabeth a sus desconcertadas amigas. No lo dice con resentimiento. Parece que es verdad-. Fue a Cabo y le reconstruyeron el himen.

– No sabía que podía hacerse -dice su amiga Raven.

Elizabeth se limita a suspirar.

Raven le pregunta el nombre del médico.

Nora se convierte en una fanática del gimnasio, se pasa horas en el ciclo estático, más horas en la cinta para correr. Haley contrata a una entrenadora personal, una fascista obsesionada con la salud llamada Sherry, a quien Nora bautiza como su «terrorista física». Esta nazi tiene el cuerpo de un galgo, y empieza a transformar el cuerpo de Nora en ese pequeño paquete firme que Haley quiere vender. La obliga a hacer flexiones, abdominales, estiramientos, y la inicia en pesas.

Lo interesante del asunto es que a Nora empieza a gustarle todo eso.

Todo: el riguroso entrenamiento físico y mental. A Nora le va la marcha. Se levanta una mañana y va a lavarse la cara (con la crema limpiadora especial que Haley le ha comprado), se mira en el espejo y se pregunta: «Caramba, ¿quién es esta mujer?». Va a clase, se oye discurseando sobre asuntos de actualidad y se pregunta: «Caramba, ¿quién es esta mujer?».

Sea quien sea, a Nora le gusta.

Su padre no se fija en el cambio. ¿Cómo iba a hacerlo?, piensa Nora. No vuelvo en un Baggie.

Haley la lleva de paseo a Sunset Strip, en Los Angeles, para enseñarle las putas del crack. La cocaína del crack ha azotado la nación como un virus, y las putas lo han pillado. Se lo pasan bomba. Están de rodillas en los callejones, tumbadas de espaldas en los coches. Algunas son jóvenes, algunas viejas. Nora se queda asombrada de que todas parezcan muy viejas. Y muy enfermas.

– Nunca podría ser como estas mujeres -dice Nora.

– Sí, podrías -replica Haley-. Si no sigues el camino recto. Aléjate de la droga, no dejes que te jodan la cabeza. Sobre todo, ahorra dinero. Podrás ganar dinero entre diez y doce años, siempre que te cuides. A tope. Después, la decadencia. Así que deberás acumular acciones, bonos, fondos de inversión. Bienes raíces. Te pondré en contacto con mi asesor financiero.

Porque la chica va a necesitar uno, piensa Haley.

Nora es el paquete.

Cuando cumple dieciocho años, está preparada para ir a la Casa Blanca.


Paredes blancas, alfombras blancas, muebles blancos. Limpieza y mantenimiento significan un coñazo, pero vale la pena porque tranquiliza a los hombres en cuanto entran (a todos sin excepción les ha asustado de niños derramar algo sobre cualquier cosa blanca de su madre). Y cuando Haley está presente, siempre viste de blanco: la casa soy yo, yo soy la casa. Soy intocable, ergo mi casa es intocable.

Sus mujeres siempre visten de negro.

Nada más, siempre de negro.

Haley quiere que sus mujeres destaquen.

Y siempre van vestidas de pies a cabeza. Nada de ropa interior o batas. Haley no está al frente de un rancho de sementales baratos de Nevada. Es famosa porque viste a sus mujeres con jerséis de cuello alto, trajes, levitas negras, vestidos. Viste a sus mujeres con ropa que los hombres pueden imaginarse quitando. Y ella les obliga a desear hacerlo.

Tienen que pasar por el aro, incluso en la Casa Blanca.

En las paredes cuelgan imágenes en blanco y negro de las diosas: Afrodita, Niké, Venus, Hedy Lamarr, Sally Rand, Marilyn Monroe. Nora considera las imágenes intrigantes, sobre todo la de Monroe, porque se parecen un poco.

No es coña, se parecen, piensa Haley.

Está presentando a Nora como a una joven Monroe, pero sin grasa.

Nora está nerviosa. Tiene la vista clavada en un monitor de vídeo de la sala de estar, contemplando esta reunión de clientes, uno de los cuales va a ser su primer polvo profesional. Hace un año y medio que no practica el sexo, y ni siquiera está segura de recordar cómo se hace, pese a los quinientos pavos que le van a caer. Por lo tanto, confía en que sea ese tipo alto, moreno y tímido, y da la impresión de que Haley está intentando conducir las cosas en esa dirección.

– ¿Nerviosa? -le pregunta Joyce.

Joyce es el polo opuesto, una gamine de pecho plano con un vestido de París años cincuenta (Gigi de puta), que la ha estado ayudando con el maquillaje y la ropa, la blusa negra de cuello abierto y la falda negra.

– Sí.

– Todas lo están la primera vez -dice Joyce-. Después se convierte en rutina.

Nora sigue mirando a los cuatro hombres sentados con torpeza en el gran sofá. Son jóvenes, de unos veinticinco años, pero no parecen universitarios ricos mimados, y se pregunta de dónde habrán sacado el dinero para venir aquí. Cómo han venido a parar aquí.


Callan se pregunta lo mismo.

¿Qué coño estamos haciendo aquí?

Big Paulie Calabrese cagaría sangre si supiera que Jimmy Peaches está aquí, conectando el oleoducto que chupará cocaína como una gigantesca paja desde Colombia hasta el West Side, pasando por México.

– ¿Quieres relajarte? -dice Peaches-.Te he reservado un sitio en la mesa. ¿Quieres hacer el puto favor de sentarte y comer?

– «Si traficas con drogas, mueres» -le recuerda Callan-. Eso dijo Calabrese.

– Sí, «Si traficas con drogas, mueres», pero si no traficamos, nos morimos de hambre -replica Jimmy-. ¿Es que el jodido de Paulie nos va a dar algo de los sindicatos? No. ¿De los sobornos? No. ¿De los camioneros? ¿De la construcción? No. Que le den. Si me entrega una parte de eso, entonces puede decirme que no trafique. Entretanto, trafico.

Las puertas todavía no se han cerrado detrás de los botones, y Peaches ya dice que quiere ir a esa casa de putas de la que le han hablado.

A Callan no le va la idea.

– ¿Volar cinco mil kilómetros para echar un polvo? -pregunta-. Podemos hacerlo en casa.

– De esta clase no -dice Peaches-. Dicen que en ese lugar tienen los mejores coñitos del mundo.

– El sexo es el sexo -dice Callan.

– ¿Qué sabrás tú de eso? -pregunta Peaches-. Eres irlandés.

No es que no le tiente la historia, es que esto era un viaje de negocios, y en lo tocante a los negocios, Callan es todo negocios. Ya es bastante difícil evitar que los hermanos Piccone no piensen en su polla cuando trabajan, no veas cuando persiguen mujeres.

– Pensaba que estábamos en viaje de negocios -dice.

– Jesús, ¿quieres animarte? -dice Peaches-. Vas a morir, en tu lápida escribirán que nunca te divertiste. Echaremos un polvo, haremos negocios. Hasta es posible que dispongamos de un minuto para comer, si te parece bien. Me han dicho que el marisco es estupendo allí.

Sí, qué listo es Peaches, piensa Callan. Por la ventana no se ve otra cosa que mar, de manera que alguien habrá imaginado alguna forma de preparar pescado, piensa.

– Eres un puto bastardo, ¿sabes? -dice Peaches.

Sí, un puto bastardo, piensa Callan. Me he cargado a cinco tíos para los Cimino, y Peaches me dice que soy un puto bastardo.

– ¿Quién te dio el número? -pregunta Callan. No le gusta. Peaches llama a este número, una muñeca le dice: Claro, venid, y van a este almacén donde lo único que les espera es una tormenta de mierda.

– Sal Scachi me dio el número, ¿vale? -dice Peaches-. Ya conoces a Sal.

– No sé -dice Callan. Si Calabrese fuera a matarles por ese asunto de las drogas, sería Scachi quien se encargaría.

– ¿Quieres relajarte? -dice Peaches-. Estás empezando a ponerme nervioso.

– Bien.

– «Bien.» Quiere que me ponga nervioso.

– Quiero que estés vivo.

– Agradezco tus deseos, Callan, yo también. -Peaches agarra a Callan por la nuca y le da un beso en la mejilla-. Ahora ya puedes ir al cura y confesarle que has cometido un acto homosexual con un spaghetti. Te quiero, bastardo. Esta noche, solo placer, te lo digo yo.

No obstante, Callan enfunda su 22 con silenciador antes de salir. Frenan ante la Casa Blanca y un minuto después se encuentran en el vestíbulo, boquiabiertos.

Callan piensa en beber una cerveza, pero después se contiene y echa un vistazo a su alrededor. Si alguien se ha planteado eliminar a Peaches, esperarán a que Jimmy esté dale que dale y le meterán una bala en la cabeza. De modo que Callan irá a beber su cerveza, agarrará a O-Bop y montará un poco de seguridad. Claro, O-Bop le enviará a la mierda, quiere echar un polvo, la seguridad será responsabilidad de Callan. De modo que bebe su cerveza, mientras Haley deja tres carpetas negras con aros sobre la mesita auxiliar de cristal.

– Esta noche contamos con unas cuantas damas -dice al tiempo que abre una carpeta. Cada página tiene una lustrosa fotografía en blanco y negro de veinticuatro por treinta, dentro de una funda de plástico, con otras más pequeñas de cuerpo entero, en diversas posturas, en el reverso. Haley no está dispuesta a exhibir a sus mujeres como si fuera una subasta de ganado. No, esto es elegante, digno, y sirve para disparar la imaginación de los hombres-. Conociendo a estas damas como las conozco yo -dice-, será un placer ayudarles a elegir la pareja adecuada.

Después de que los demás hombres hayan tomado su decisión, se sienta al lado de Callan, observa que se ha quedado clavado en la foto del primer plano de Nora y susurra en su oído:

– Una sola mirada suya bastaría para que se corriera.

Callan enrojece hasta la raíz del pelo.

– ¿Le gustaría conocerla? -pregunta Haley.

Callan consigue asentir.

Resulta que sí.


Y se enamora al instante. Nora entra en la habitación, y le mira con aquellos ojos suyos. Callan nota una descarga que va desde el corazón a la ingle, y viceversa, y en ese momento ya está perdido. Nunca había visto nada más bonito en su vida. La idea de que algo (alguien) tan bonito pueda ser suyo siquiera un instante es algo que no consideró posible en toda su vida. Ahora es inminente.

Traga saliva.

Nora, por su parte, está aliviada de que sea él.

No está mal físicamente, y no parece malo.

Extiende la mano y sonríe.

– Soy Nora.

– Callan.

– ¿Tienes nombre, Callan?

– Sean.

– Hola, Sean.

Haley les sonríe como una casamentera. Quería el tímido para la primera vez de Nora, de modo que manipuló a los demás para que eligieran a las mujeres con más experiencia. Ahora, todo el mundo está emparejado tal como ella deseaba, charlan y pasean, se preparan para ir a las habitaciones. Se escapa a su despacho para poder llamar a Adán y decirle que sus clientes se lo están pasando bien.

– Yo me ocuparé de la cuenta -dice Adán.

No es nada. Es calderilla comparada con los negocios que los hermanos Piccone podrían reportarle. Adán podría vender un montón de cocaína en California. Tiene muchos clientes en San Diego y Los Ángeles, pero el mercado de Nueva York sería enorme. Colocar su producto en las calles de Nueva York mediante la red de distribución de los Cimino… Bien, Jimmy Peaches puede tener todas las putas que le dé la gana, y por cuenta de la casa.

Adán ya no va a la Casa Blanca. No como cliente, en todo caso. Acostarse con prostitutas, ni que sean de clase alta, ya no es adecuado para un hombre de negocios serio como él.

Además, está enamorado.

Lucía Vivanca es hija de una familia de clase media. Nacida en Estados Unidos, ha «conseguido el Doblete Diario», como dice Raúl. Es decir, goza de doble nacionalidad, mexicana y estadounidense. Recién graduada en el instituto de Nuestra Señora de la Paz, de San Diego, vive con una hermana mayor y va a clase al San Diego State.

Y es una belleza.

Menuda, de pelo rubio natural e impresionantes ojos oscuros, con una figura esbelta sobre la que Raúl hace comentarios obscenos a la menor oportunidad.

– Vaya chupas, hermano -dice-. Cómo sobresalen de la blusa. Podrías cortarte con ellas. Lástima que sea una chiflona.

No es una calientabraguetas, piensa Adán, sino una señora. Bien educada, culta, de un colegio de monjas. De todos modos, debe admitir que está frustrado después de incontables achuchones en el asiento delantero de su coche aparcado, o en el sofá del apartamento de su hermana, las escasas ocasiones en que la bruja vigilante les concede unos minutos a solas.

Lucía no cederá hasta que estén casados.

Y yo no tengo dinero para casarme todavía, piensa Adán. No con una señora como Lucía.

– Le harías un favor yéndote de putas -arguye Raúl-, en lugar de someterla a tanta presión. De hecho, le debes a Lucía ir a la Casa Blanca. Tu moralidad es indulgencia egoísta.

Raúl no es nada egoísta a ese respecto, piensa Adán. Su generosidad es más que abundante. Mi hermano, piensa Adán, arrasa la Casa Blanca como un cocinero de restaurante arrasa la despensa y devora todas las provisiones.

– Es mi naturaleza generosa -dice Raúl-. ¿Qué quieres que te diga? Me gusta la gente.

– Esta noche guárdate dentro de los pantalones tu naturaleza generosa -dice Adán-. Esta noche toca negocios.

Confía en que todo vaya bien en la Casa Blanca.


– ¿Te apetece una copa? -pregunta Callan a Nora.

– ¿Un zumo de pomelo?

– ¿Eso es todo?

– No bebo -dice Nora.

Callan no sabe qué decir o hacer, de modo que se queda mirándola.

Ella le devuelve la mirada, sorprendida. No tanto por lo que siente, sino por lo que no siente.

Desprecio.

Da la impresión de que no puede hacer acopio de desprecio.

– ¿Sean?

– ¿Sí?

– Tengo una habitación. ¿Te apetece ir?

Callan agradece que se haya dejado de tonterías y evitarle seguir ahí parado como un capullo.

Pues claro que quiero ir, piensa. Quiero subir a la habitación, quitarte la ropa, tocarte por todas partes, metértela, y después quiero llevarte a casa. Llevarte de vuelta a la Cocina y tratarte como a la reina del West Side, y conseguir que seas lo primero que vea por la mañana y lo último que vea por la noche.

– Sí. Sí, me apetece.

Ella sonríe, le toma de la mano y se disponen a subir cuando se oye la voz de Peaches desde el otro lado de la sala.

– ¡Eh, Callan!

Callan se vuelve y le ve parado en una esquina al lado de una mujer bajita de pelo negro corto.

– ¿Sí?

– Quiero hacer un cambio.

– ¿Qué? -pregunta Callan.

– No pienso…-empieza Nora.

– Bien. Sigue así -dice Peaches. Mira a Callan-. ¿Y bien?

Peaches está cabreado. Se fijó en Nora nada más entrar en la sala. Tal vez la pieza más hermosa que haya visto en su vida. Si se la hubieran enseñado antes, la habría escogido.

– No -dice Callan.

– Venga, sé comprensivo.

El mundo se detiene en la sala.

O-Bop y Little Peaches dejan de meter mano a sus acompañantes y empiezan a analizar la situación.

Lo cual es peligroso, piensa O-Bop.

Porque si bien está muy claro que Jimmy Peaches no es el que está más chiflado de los hermanos Piccone (dicho honor recae en Little Peaches, sin la menor duda), Jimmy tiene su temperamento. Le da de repente, como caído del cielo, y nunca sabes qué va a hacer (o, peor todavía, lo que te ordenará hacer), sin pensarlo dos veces.

Y Jimmy está irritado en este momento, pensando en Callan, porque Callan se ha vuelto hosco y silencioso desde que llegaron a California. Y esto pone nervioso a Jimmy, porque necesita a Callan. Y ahora, Callan está a punto de subir para tirarse a la mujer que Peaches quiere tirarse, y eso no es justo, porque Peaches es el jefe.

Hay algo más que convierte en peligrosa la situación, y todos lo saben, aunque nadie de la banda de Piccone lo va a decir en voz alta: Peaches tiene miedo de Callan.

Así de claro. Todos saben que Peaches es bueno. Es duro, listo y malvado.

Es como piedra.

Pero Callan…

Callan es el mejor.

Callan es el asesino más despiadado que haya existido jamás.

Y Jimmy Peaches le necesita y tiene miedo de él, y esa combinación es volátil. Como nitrógeno en una carretera llena de baches, piensa O-Bop. No le gusta nada esta mierda. Le ha costado un huevo asociarles con los Cimino, todos están ganando dinero, ¿y ahora todo se va a ir al carajo por una rajita?

– ¿Qué coño pasa, chicos? -pregunta O-Bop.

– No, ¿qué coño pasa? -pregunta Peaches.

– He dicho que no -repite Callan.

Peaches sabe que Callan puede sacar su pequeña 22 y meterle una bala entre ceja y ceja antes de que tenga tiempo de parpadear. Pero también sabe que Callan no puede cargarse a toda la puta familia Cimino, que es lo que tendrá que hacer si mata a Peaches.

Por eso Peaches va a por él.

Y es lo que en realidad cabrea a Callan.

Está harto de ser el perro de presa de los spaghetti.

A la mierda Jimmy Peaches.

A la mierda él, Johnny Boy, Sal Scachi y Paulie Calabrese.

– ¿Me cubres las espaldas? -pregunta a O-Bop sin apartar los ojos de Peaches.

– Te cubro.

Ya está.

Menuda situación.

No parece que vaya a acabar bien para él ni para nadie, hasta que Nora interviene.

– ¿Por qué no decido yo? -dice.

Peaches sonríe.

– Muy justo. ¿Te parece justo, Callan?

– Es justo.

Aunque piensa que no lo es. Estar tan cerca de la belleza que no puedas ni respirar. Y que se te escape entre los dedos. Pero ¿qué coño tiene que ver la justicia con eso?

– Adelante -dice Peaches-. Elige.

Callan experimenta la sensación de que el corazón se le sale del pecho. Está latiendo delante de todo el mundo.

Ella le mira y dice:

– Te gustará Joyce. Es guapa.

Callan asiente.

– Lo siento -susurra ella.

Y lo dice en serio. Quería irse con Callan, pero Haley, que ha vuelto a la sala y está haciendo lo que puede por tranquilizar la situación, la ha mirado de aquella manera, y Nora es lo bastante lista para comprender que tiene que elegir al grosero.

Haley se siente aliviada. Esta noche tiene que salir bien. Adán ha dejado muy claro que esta noche lo importante no es el negocio de ella, sino el de él. Y como Tío Barrera fue quien aportó el dinero para abrir el local, tiene que cuidar de los negocios de la familia Barrera.

– No lo sientas -dice Callan a Nora… No se va con Joyce.

– No te ofendas -le dice-, pero no, gracias.

Sale y se queda junto al coche. Saca la 22 y la sujeta a su espalda unos minutos después, cuando frena un coche y baja Sal Scachi.

Va vestido al estilo informal californiano, pero aún lleva puestos los lustrosos zapatos del ejército. Los spaghetti y sus zapatos, piensa Callan. Dice a Scachi que se pare y mantenga las manos donde pueda verlas.

– Ah, es el tirador -dice Scachi-. No te preocupes, Tirador, Jimmy Peaches no tiene que preocuparse por mí. Lo que Paulie no sabe…

Le da un leve puñetazo a Callan bajo la barbilla y entra en la casa. Se alegra mucho de haber venido, porque ha pasado los últimos meses con su traje verde, trabajando en una operación de la CIA llamada Cerbero. Scachi, con un grupo de tíos de las Fuerzas ha levantado tres torres de radio en la puta selva colombiana, vigilándolas para impedir que los guerrilleros comunistas las derribaran.

Ahora tiene que asegurarse de poner en contacto a Peaches con Adán Barrera. Lo cual le recuerda…

Se vuelve y llama a Callan.

– ¡Eh, chico! Vienen un par de tíos mexicanos -dice-. Hazme un favor: no les dispares.

Ríe y entra en la casa.

Callan alza la vista hacia la luz de la ventana.


Peaches entra a saco.

Nora intenta pararle un poco, ablandarle, enseñarle las cosas tiernas y lentas que Haley le enseñó, pero el hombre no lo acepta. Ya está empalmado, debido a su victoria de abajo. La tira boca abajo sobre la cama, le arranca la falda y las bragas y se la mete.

– Sientes eso, ¿eh? -dice.

Ella lo siente.

Duele.

El hombre es grande, y ella aún no se ha puesto húmeda y él dale que dale, de modo que lo siente sin el menor asomo de duda. Siente que desliza las manos por debajo de ella, le quita el sujetador y empieza a estrujarle los pechos, y al principio intenta hablar con él, decirle que… pero entonces siente la ira y el desprecio que se derraman sobre ella, y se dice: «Pierde el conocimiento, gilipollas», de modo que deja salir el dolor en forma de gritos, que él interpreta como de placer, así que arremete con más violencia y ella se acuerda de apretarle para que se corra, pero él se sale.

– No me vengas con trucos de putas.

Le da la vuelta y se sienta a horcajadas sobre ella. Junta sus pechos, mete la polla en medio y la empuja hacia su boca.

– Chupa.

Ella lo hace.

Lo hace lo mejor que él le permite, porque quiere acabar de una vez. De todos modos, él se lo monta en plan porno, de manera que termina pronto, saca la polla, la sacude y se corre sobre su cara.

Ella sabe lo que él quiere.

Ella también ha visto películas.

De modo que coge un poco con el dedo, se lo mete en la boca, le mira a los ojos y gime:

– Hummmmmmmmm.

Y le ve sonreír.

Cuando Peaches se marcha, va al cuarto de baño, se cepilla los dientes hasta que las encías le sangran, hace gárgaras con Listerine un minuto y lo escupe. Toma una larga ducha muy caliente, se pone una bata, va hacia la ventana y mira.

Ve al simpático, al tímido, apoyado contra el coche, y piensa que ojalá hubiera sido su novio.

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