Papá se descolgó una tarde con que quería el divorcio. Dolores estaba ocupada en decidir un regalo de aniversario y no oyó cuando papá le repitió que la cosa ya estaba encaminada y que en cualquier momento recibiría una llamada de su abogado. La palabra quedó tintineando en alguna parte de su mente y sólo logró asociarla con una cena que tenía planificada para el sábado.
– Como quieras, Sancho, no hay problema.
– Entonces, estás de acuerdo, te parece bien…
– Me da igual.
– Tendríamos que hablar, Dolores.
– Ahora no, esto me tiene loca.
– Va a tener que ser ahora porque yo no vuelvo hasta dentro de dos semanas.
El timbre de alerta sonó en la cabecita que se irguió por primera vez y miró a su interlocutor con expresión de fastidio.
– ¿Cómo dos semanas?
– Me voy de viaje.
– ¿Y adonde?
– A Brasil. Trabajo.
– Pero, entonces no vas a estar para la cena.
Sancho se encogió de hombros.
– El sábado.
– No sabía que hubieras organizado…
– Te dije.
– No.
– Sí, te dije.
– Bueno, no me acuerdo.
– Pero te lo dije.
– Como quieras, Dolores, la cuestión es que no voy a estar.
– ¿Y qué hago yo con tu abogado?
– ¿Cómo que qué haces?
– Sí, tendré que invitar a alguien más. Que yo sepa, a los Barone no los conoce, ni a Perico, ni…
– ¿De qué hablas?
Dolores resopló molesta. Ya había perdido por completo la noción de lo que estaba haciendo, se le había cerrado la revista, no recordaba la página y papá le agotaba la paciencia. Habló como lo hacía siempre que estaba a punto de pescarse uno de sus ataques de histeria, moviendo la cabeza hacia los lados y pestañeando mucho entre resoplidos. No era mujer de discursos. De hecho, le costaba trabajo organizar el pensamiento en palabras y hablaba bastante mal. Si se tratara de escritura, podría decirse que Dolores hablaba con faltas de ortografía; pero cuando se ponía así, la atacaba una verborragia de parlamentario.
– ¿Sabes qué? Me tenés harta con tus viajes, tus idas al campo, tus vueltas a cualquier hora, la ropa hecha un asco, la cara de culo que traés, el olor a bosta, la, la…
Superada por tantas palabras seguidas, Dolores necesitó un reposo mental que papá aprovechó para contrarrestar el ataque.
– Te recuerdo que con eso pagas tus caprichitos, ¿o te olvidaste de dónde viene la plata?
– ¡¿De dónde?! De los campos que sacaste a flote con el dinero de mi padre, por si no te acordás. El dinero que te dio cuando estabas fundido, mi amor, metido hasta el pescuezo.
– No me hagas reír, Dolores. ¡Son mis tierras! Mi familia ya era rica y la tuya todavía andaba buscando trabajo en los muelles.
– ¿Ah, sí? Qué pena que no te pudiste comer el apellido.
– No tuve necesidad porque encontré a una trepadora como vos.
– ¡Trepadora! ¡Trepadora! El que salió ganando fuiste vos, querido; no sé quién trepó a quién.
Papá había dado por terminada la discusión. En realidad, había dado por terminado su matrimonio y supongo que comenzaba a anhelar la sensación de paz que le había vaticinado un amigo. Quería salir de ahí lo más pronto posible.
– Como quieras, Dolores, no voy a discutir más. Te arreglás con mi abogado y cuando haya que firmar papeles, me llaman.
– ¿Papeles de qué?
– ¿Te estás haciendo la estúpida?
– No sé de qué me hablas.
– Del divorcio, Dolores, del divorcio.
– ¿Qué divorcio?
Papá no pudo más. Se puso el saco sobre un hombro y salió dando un portazo que hizo temblar la vitrina del cristalero detrás del cual Viola y yo seguíamos la discusión. Era la platea privilegiada que usábamos desde hacía años y no nos llamaba la atención una pelea más; a veces, sentíamos algo parecido a la rabia; otras veces, tristeza. Casi siempre fantaseábamos con intervenir y detenerlos, sobre todo cuando los insultos se volvían fuertes. Nunca nos animamos. Últimamente íbamos allí guiadas por una cierta inercia, cada vez con menos interés, alentadas por una curiosidad morbosa. Supongo que habremos intuido que esa vez era para siempre.
El abogado no demoró en llamar. Dolores le pasó el número del suyo y se desentendió de la cuestión. De alguna forma, siempre había estado esperando ese momento. Sus amigas estaban casi todas divorciadas, y las que no, tenían unas ganas terribles que sofocaban con viajes y compras. Después de valorar la situación no le habrá parecido tan espantosa. De hecho, tenía un toque sofisticado eso de divorciarse. Finalmente, podría extenderse en la cama a sus anchas, no habría que fingir jaquecas ni orgasmos de fin de semana. Escuché una conversación en la que decía a una amiga que si algo la incomodaba era el asunto del apellido. Volver al de soltera le quitaba toda la gracia a su nombre. No había dudas, sería una pérdida absoluta de estilo. Parecía ser cosa grave de la que habría que ocuparse y a ello dedicó Dolores sus esfuerzos mientras olvidaba el pequeño detalle de comunicarnos la noticia.
Viola empezó a comportarse extrañamente, aunque nadie en la casa lo notó al principio. Se deshizo de su ropa y la cambió por pantalones vaqueros, camisas largas y zapatillas bigotudas. Se cortó el cabello hasta la nuca y dejó las perlas en un estuche para colgarse un aro de un lado y una plumita roja del otro. Dolores andaba como siempre, en las nubes. Alcanzó a percibir que algo estaba distinto porque la mareó el olor a marihuana que despedía el pelo de Viola. Iba con retraso a una cita y apenas esbozó un comentario acerca de cambiar de hábitos o de champú. Fue la única vez que Dolores detuvo su andar frenético para dedicarle unos segundos a Viola. Lo del divorcio la superaba: papeles por todas partes y las preguntas asfixiantes de sus amigas, nunca tan amigas ni tan regocijadas en la desgracia ajena. Si Dolores hubiera tenido dos neuronas sin ocupar en asuntos mundanos, habría bastado para medir la talla de aquellas chusmas enmascaradas tras el falso brillo del dinero. Pero Dolores no dedicaba ni un segundo a tales consideraciones. La amistad, según su limitada concepción de las cosas, empezaba y terminaba en el tamaño de las casas, el modelo del auto, las joyas o la calidad de los vestidos.
Le destrozaba los nervios el solo pensar cómo haría para desenvolverse sin el Pereira O. que hasta ahora había sido su escudo y mayor carta de presentación. Allá iba poniendo el apellido por delante y los billetes después, abriéndose camino como una reina. De sobra sabía que el dinero no alcanzaba. Podía seguir comprando como lo había hecho siempre, pero volvería a ser la hija del carnicero, el mismo que empezó con un puesto en la feria y terminó con una cadena millonaria. Claro que papá había pasado por alto ese detalle, decía a quien quisiera escuchar. Bien que le habían caído unos cuantos millones encima del apellido tapado de deudas. Pero ahora, él estaba recuperado. Tenía sus establecimientos funcionando y producía más de lo que podía contar. En cambio, ella volvía a ser Dolores, la hija del carnicero, llena de plata, pero oliendo a carne de vaca.
Unos meses después de terminado el divorcio, llegó la solución mezclada entre artículos de moda en una revista europea. A Dolores le habría pasado este anuncio inadvertido de no haber sido por el escudo de armas que lo decoraba. Le llamó la atención el par de leones enlazados y la corona fulgurante unida por guías de alguna planta cuyo nombre, por supuesto, excedía sus modestos conocimientos botánicos. Y se produjo el milagro: leyó.
"Hallony de Londres tiene el honor de presentar a la venta un título nobiliario de gran respetabilidad y estima. La posesión de dicho título otorga el derecho a ser nombrado Lord o Lady, incluir dicho apelativo en todos sus documentos y traspasar el mismo a sus herederos. Este título es plenamente reconocido por la ley británica y confiere un alto valor social así como beneficios comerciales por su gran consideración en el mundo de los negocios. Podrá ser solicitado por cualquier dama o caballero de cualquier nacionalidad, hecha la salvedad de que solamente aquel cuya integridad y honor sean considerados a la altura de las circunstancias podrá acceder a él, ya que pasará a formar parte de la historia y tradición británicas. El título viene acompañado del historial completo de la familia, escudo de armas y descripción detallada de las áreas otrora de influencia, así como determinación exacta de los sitios en los que sus antiguos poseedores fueron enterrados. Para recibir mayor información acerca de tarifas, honorarios legales e impuestos por transferencia y registro, por favor contáctese con el número abajo indicado. Todas las consultas serán tratadas con la máxima reserva".