Capítulo 9

Conmocionada, con todo su cuerpo temblando, Isabeau se agarró a los hombros de Conner en busca de apoyo.

– ¿Qué es? -No podía pensar, no podía respirar bien.

– Tenemos compañía acercándose -dijo él-. La selva se está volviendo muy concurrida estos días-. Envolvió el brazo alrededor de ella y la atrajo bajo su hombro, deslizándose de vuelta a la maleza-. Estaremos bien. Los chicos los están rodeando.

– ¿Ellos? -Resonó débilmente. Si la supervivencia significaba estar alerta siempre, ella no iba a conseguirlo. Él había captado el olor de los intrusos o los había sentido de alguna manera, mientras que ella había estado vencida con su propia pasión. ¿Cómo lo hacía? Ella casi estaba molesta con él, aunque sabía que era una habilidad que él necesitaba, que ellos necesitaban, para sobrevivir.

– Dos hombres. Se mueven como si conocieran la selva.

– No comprendo. -No comprendía lo que quería decir, pero más que eso, no comprendía cómo su cuerpo podía estar chillando por alivio, cada terminación nerviosa gritando que él se quedara, que mantuviera su atención únicamente en ella. Era estúpido ante el peligro, pero había estado tan consumida por él, tan consciente sólo de él, pensando que él tenía la misma consciencia, necesidad y obsesión con ella.

– La mayoría de las personas entran en la selva tropical y tratan de dominarla, abriéndose camino a golpes, pero estos hombres están familiarizados y cómodos, nos dice que quizás habitan en el interior con regularidad. -Curvó la palma en torno a la nuca e inclinó la cabeza, rozando el lado del cuello con un rastro de besos-. Les podría matar sólo por interrumpirnos.

Fue su voz, vibrando un poco, áspera, incluso ronca, la que reveló que decía en serio esas malditas palabras que irónicamente, le permitieron perdonarlo por sus habilidades de supervivencia. Ella se inclinó sobre él y le dejó que la sostuviera cerca, intentando fuertemente enfriar la oleada de calor que había hecho que su cuerpo se fundiera.

– Respira. Eso ayuda.

– ¿Lo hace?

Él rió suavemente, un mero hilo de sonido.

– No realmente. Pero fingiremos. Cuando estoy contigo, Isabeau, es un poco como acercar una cerilla a un cartucho de dinamita. Parece que no puedo controlarlo. -Los dientes le pellizcaron el hombro y enterró la cara brevemente contra su cuello, luchando obviamente por refrescar el calor de su cuerpo también. Estaba todavía grueso y duro y a pesar de la potencial gravedad de la situación, ella se sentía feliz.

– Por lo menos estamos los dos igual.

– ¿Cómo podrías creer otra cosa? -Él levantó la cabeza y su mirada saltó del bosque a ella, la miró fijamente con esa mirada aguda que siempre lograba que le ardiera la sangre.

– ¿Es tu gato quien me desea?

La voz de Conner fue terciopelo suave. Casi una acaricia. Pero había una ligera insinuación de incertidumbre en su pregunta.

– ¿Por qué pensarías eso?

Un leopardo gruñó. Los pájaros huyeron. Varios monos aulladores gritaron una advertencia. Ella no pudo evitar el pequeño jadeo de alarma que pareció escapársele.

Conner la empujó detrás de él.

– Nunca te asustes, Isabeau. En cualquier situación tu cerebro es siempre tu mejor arma tanto si estás en forma de leopardo como en forma humana. Siempre hay un momento en que tendrás la ventaja. Todas estas técnicas de defensa que te estamos enseñando son geniales, pero condicionadas y pensar siempre será tu mejor arma.

Hablaba práctico, impartiendo la información incluso mientras se agachaba más en la maleza, cambiando de posición para poder encontrar la ligera brisa que se movía por la selva. Abajo, en el suelo, raramente había viento a menos que una tormenta suficientemente grande lo generara. En su mayor parte el viento permanecía en el dosel, pero con sus sentidos afilados, él podía reunir la información que necesitaba. Isabeau trató de seguir su ejemplo. Estaba decidida a aprender, a ser una ventaja para él.

Captó un débil olor en el aire y lo reconoció inmediatamente de la aldea de Adán. Sus gentes utilizaban raíces para el jabón. Esperó unos pocos momentos, Conner debía saberlo, pero no se mostró y tampoco lo hizo ninguno de los otros. No se fiaban y quizá eso era una lección en sí misma.

Dos hombres surgieron en el claro. Ambos llevaban sólo taparrabos, uno en sandalias, el otro descalzo. La selva tropical era tan húmeda, que la ropa estorbaba a cualquiera que se moviera rutinariamente por el interior y la mayoría llevaba lo mínimo. Ella lo sabía por experiencia. Incluso ella vestía con lo menos posible cuando trabajaba. Reconoció al hombre mayor como uno de los ancianos, el hermano de Adán, Gerald. El otro era el hijo de Adán, Will. Comenzó a rodear a Conner para saludarlos, pero él la empujó a sus brazos, deslizando una mano sobre su boca.

La mirada de ella se encontró con la suya y su corazón saltó. En ese momento él parecía menos un hombre y más un leopardo. Se miraron fijamente el uno al otro. Él parecía todo un depredador, los ojos fríos, ardiendo con un brillo mortal que provocó que su corazón martilleara con fuerza. Aflojó lentamente la mano sobre la boca y levantó un dedo entre ellos, todo el tiempo mirándola fijamente a los ojos.

Ella no podría haberse movido aunque hubiese querido. Se encontró hipnotizada por su mirada fija. Sabía que podía suceder con un gato grande. Tenían poder en su mirada fija, un momento embrujador cuando la presa se congelaba, esperando el golpe mortal. No podía respirar, atrapada allí, atrapada en el brillo. Permaneció absolutamente quieta. Silenciosa. Incapaz de desobedecerlo.

Él giró la cabeza lentamente, rompiendo el contacto, centrándose en los dos hombres que cruzaban el claro a zancadas hacia la cabaña. Ella no giró la cabeza, sino que movió la mirada, atemorizada de hacer un movimiento, conteniendo la respiración. Podía sentir a Conner a su lado, totalmente inmóvil, la tensión arremolinándose en él, los músculos preparados.

Los hombres tenían cerbatanas en las manos y avanzaban con cuidado, mirando el bosque circundante, caminando cuidadosamente como de costumbre. Isabeau les había visto muchas veces, moviéndose con facilidad por la espesa maleza. Un leopardo gruñó. Los dos hombres se congelaron, juntando las espaldas, las manos estables en sus armas. Otro leopardo contestó delante de ellos. Un tercero contestó a su izquierda. Conner hizo un sonido, profundo en la garganta. La llamada de Rio vino por detrás de ellos, cortando su ruta de escape, para que los hombres supieran que estaban rodeados completamente.

Gerald puso lentamente su arma en el suelo y levantó las manos, una sostenía un libro. Cuando su sobrino vaciló, dio bruscamente una orden y el hombre más joven colocó tristemente su cerbatana al lado de la de su tío. Se pararon con las manos levantadas.

– Quédate aquí -advirtió Conner-. Si hacen un movimiento equivocado hacia ti, no podré salvar sus vidas.

– Son mis amigos -protestó Isabeau.

– Nadie es nuestro amigo en un trabajo. Podrían haber cambiado de opinión y desear manejar esto de manera diferente. Haz lo que digo y mantente fuera de la vista. Déjame hablar con ellos. Si algo falla, tírate al suelo y cúbrete los ojos. E, Isabeau… -Esperó hasta que su mirada se encontró con la suya-. Esta vez haz lo que te digo.

Ella asintió con la cabeza. Ciertamente no quería ver a los leopardos matando a dos hombres que conocía.

Conner salió de la maleza al borde del claro.

– Gerald. Tu hermano no dijo nada de tu llegada.

Los dos hombres se dieron la vuelta, el más viejo mantuvo las manos arriba y lejos del cuerpo, el más joven las bajó, casi agachándose, las manos estirándose a por su arma.

– Nunca lo conseguirías, Will -dijo Conner-. Y lo sabes. Cógela y te garantizo que eres hombre muerto.

Gerald habló bruscamente con su sobrino en su propio idioma. Conner había pasado suficiente tiempo en su aldea de joven para comprender, pero fingió cortésmente que no la conocía. Will estaba siendo reprendido duramente. Habían sido amigos una vez, buenos amigos, pero eso había sido hacía mucho tiempo.

– Sentíamos que debías saber la verdad antes de embarcarte en esta misión -le dijo Gerald-. Adán me ha enviado con el libro de tu madre.

– ¿Por qué no me lo trajo Adán?

– Mi madre lo tenía -dijo Will-. Marisa lo empujó a sus manos cuando los hombres vinieron y mi madre lo dejó caer. No lo recordó hasta más tarde y mi padre ya se había ido cuando fue a buscarlo.

Conner se quedó inmóvil, casi rígido, forzando los pulmones a seguir respirando dentro y fuera. Sabía que su madre escribía un diario. Lo había visto bastantes veces mientras crecía. Ella escribía casi cada día. Adoraba las palabras y a menudo fluían en forma de poesía o cuentos. Will conjuró vívidos recuerdos que allí en la selva tropical con el peligro rodeándoles estaban mejor suprimidos, pero era una explicación plausible.

– Hay mucho para contarte -dijo Gerald-. Y el libro de tu madre apoyará mis palabras de verdad.

Conner le hizo gestos para que bajara las manos.

– Tenemos que tener cuidado, Gerald. Alguien trató de matar a tu hermano anoche.

Gerald cabeceó.

– Estoy enterado. Y hubo una división en la tribu sobre cómo manejar la situación para que los niños vuelvan.

– ¿Esa división te incluye, Will? -preguntó Conner.

– Mi hijo, Artureo, fue tomado -dijo Will-, pero apoyo a mi padre. Nada de lo que hagamos será jamás suficiente para Cortez si no la paramos ahora.

Conner les hizo señas para que se adelantaran. Gerald dio un paso lejos de las armas y caminó hacia Conner. Will le siguió, pareciendo mucho menos hostil. Sacaron delgadas esteras de los pequeños paquetes que llevaban colgados sobre los hombros y las colocaron en el suelo, colocándose a sí mismos en una posición vulnerable al sentarse. Conner hizo una pequeña señal con la mano a los otros, advirtiéndoles que retrocedieran y simplemente vigilaran.

– Gracias. -Tomó el libro que Gerald le ofrecía mientras se sentaba y cruzaba las piernas en frente de ellos-. Will, es bueno verte otra vez, viejo amigo. -Asintió con la cabeza hacia el hombre más joven. Habían pasado unos pocos años de su niñez jugando juntos. Los miembros de la tribu tomaban mujeres a una edad mucho más temprana y a los diecisiete, Will ya había tenido las responsabilidades de un hijo.

Will asintió con la cabeza.

– Desearía que la situación fuera diferente.

– Supe que uno de los nietos de Adán había sido raptado. ¿Esto es sobre tu hijo?

Will miró a su tío y entonces sacudió la cabeza, se encontró con los ojos de Conner.

Conner se preparó para un golpe. No había expresión en la cara de Will, pero había mucha compasión en sus ojos.

– No, Conner. Esto es acerca de tu hermano.

La primera inclinación de Conner fue saltar a través del pequeño espacio que los separaba y arrancarle el corazón a Will, pero se forzó a sentarse inmóvil, su mirada centrada en su presa y cada músculo preparado para saltar. Conocía a estos hombres. Eran excesivamente honestos y si Will decía que tenía un hermano, entonces Will creía que era verdad. Forzó el aire por sus pulmones abrasadores, estudiando a los dos hombres, los dedos apretándose alrededor del libro de su madre.

Isabeau había mencionado a un niño. «Marisa venía con el niño» o algo parecido. Su madre siempre estaba rodeada de niños; él no había pensado mucho acerca de eso. No había preguntado de quién era ese niño.

– Ella me lo habría dicho si hubiera tenido otro niño -dijo. No podía imaginarse a su madre ocultando a su hijo, por ninguna razón. Pero había permanecido cerca de la aldea de Adán, aún después de que él se fuera. ¿Podría haber encontrado el amor con un miembro de la tribu? Levantó la ceja, demandando en silencio una explicación.

– No el niño de tu madre, Conner. Un bebé fue traído a nuestra aldea por una mujer, una de tu gente. Ella no deseaba al niño.

El estómago de Conner dio bandazos. Sabía lo que venía y el niño en él recordó esa sensación de absoluto rechazo. Sin pensar, giró la cabeza para mirar a Isabeau. Raramente sentía la necesidad de alguien, pero en ese momento, sabía que necesitaba su apoyo. Ella salió de la maleza sin vacilación, caminó a zancadas a través del claro, pareciendo regia, la cara suave, los ojos en él. Le dirigió una pequeña sonrisa y saludando a los dos miembros de la tribu se hundió cerca de Conner. Le colocó la palma en el muslo y él la sintió allí, ardiendo. Apretó la suya sobre la de ella, manteniéndola allí mientras ella le miraba.

No quería que este momento terminara y el siguiente empezara. Ella le sonrió, mostrándole sin palabras que le apoyaría en lo que viniera. Sabía que estaba trastornado, pero no hizo preguntas, simplemente esperó. La madre de Conner había sido así. Tranquila. Aceptando. Alguien que se paraba al lado de un hombre y encaraba lo peor. Él deseaba ese rasgo en la madre de sus hijos.

– Mi padre tuvo otro niño. -Se obligo a decir las palabras en voz alta. Decirlas sirvió a un doble propósito, Isabeau comprendería y él podría agarrarse mejor a la realidad.

Will asintió.

– Ya estabas en Borneo. Tu padre tenía a otra mujer y cuando se quedó embarazada, él le dijo que debía abortar o largarse. Ella quería permanecer con él, así que tuvo al bebé y lo entregó. Volvió con tu padre.

– Maldito sea. ¿Cuántas vidas tiene él que destruir antes de estar satisfecho? -Conner escupió al suelo con repugnancia.

Isabeau cambió de postura ligeramente, lo bastante para reclinarse sobre él, como si cargara sobre los hombros cualquier carga que él tuviera. Él la amó por ese pequeño movimiento. Apretó los dedos alrededor de los de ella, el pulgar le rozó de aquí para allá sobre el dorso de la mano en una pequeña caricia.

– Conoces a tu madre, Conner -continuó Gerald-. Le echó una mirada a ese niño, sin padres que lo amaran e inmediatamente se vinculó. Vivía en la cabaña con el bebé parte del tiempo y en la aldea durante la estación de las lluvias.

– Por eso estaba en la aldea -dijo Conner.

Will asintió.

– El chico estaba en la casa de Adán jugando con mi primo cuando los hombres de Cortez atacaron. Tu madre trató de impedir que se llevaran a los chicos. Pensaron que tu hermano era uno de los nuestros. Sólo tiene cinco años, Conner.

– ¿Por qué no te contaría que tenías un hermanastro? -preguntó Isabeau.

Conner colgó la cabeza.

– Sabía que habría ido a la aldea y matado a ese hijo de puta. Le desprecio. Utiliza a las mujeres y si se quedan embarazadas, expulsa al niño y a la mujer, si ella no se deshace del niño.

La amargura en su voz le enfermaba, pero no podía evitarla. Siempre había controlado sus emociones, menos en lo que se refería a su padre. El hombre no había abusado físicamente de Conner, pero el abuso emocional era mucho peor, en opinión de Conner. Fue así como Marisa eligió a su hijo primero y construyó una vida para él. Y habría hecho lo mismo por su hermano, aunque ella no hubiera dado a luz al chico. Sabía que él no podría hacer menos.

Se llevó la mano de Isabeau a la mandíbula y la frotó distraídamente sobre la sombra débil mientras le daba vueltas al problema una y otra vez en su mente. Si los renegados de Imelda echaban una mirada de cerca al niño quizás reconocieran al leopardo en él. Con una hembra era casi imposible a una edad temprana pero los chicos… Uno nunca sabía cuando surgiría el leopardo y a menudo había signos.

– ¿Cómo es? -preguntó Conner.

A su lado Isabeau se revolvió, atrayendo instantáneamente su atención.

– ¿Cuál es su nombre?

Conner asintió y utilizó las yemas de los dedos de ella para presionar con fuerza contra las sienes que le latían.

– Sí. Debería haber preguntado eso.

– Tu madre le llamaba Mateo -dijo Will.

Conner tragó con fuerza, imaginándose a su madre con el pequeño bebé. Debería haberlo sabido. Debería haber regresado a casa para ayudarla.

– ¿Cómo es?

– Como tú -contestó Gerald-. Muy parecido a ti. Llorará la pérdida de tu madre. Vio como la mataban.

Eso no era bueno. Su leopardo trataría de surgir, para ayudar al chico. Conner recordó la ira golpeándole continuamente siendo niño, la rabia que pulsaba como los latidos del corazón en las venas. El chico creería que no tenía a nadie ahora. Si era como Conner, moriría antes de pedir ayuda a su padre. Desearía venganza.

– ¿Podrá Artureo mantener a Mateo bajo control? ¿Evitar que revele a su leopardo aún bajo presión?

Hubo un pequeño silencio.

– Es un chico testarudo -dijo Gerald-. Y devoto de su madre. -Miró inquietamente a Isabeau.

– Ella lo sabe todo -dijo Conner-. Puedes hablar libremente.

– Uno de los hombres le disparó cuando trataba de regresar con Mateo. Pensaron que estaba muerta.

– La vi caer -admitió Isabeau-. Artureo me ocultó en los árboles y corrió a ayudar. Ellos le atraparon también. Nunca la vi en su forma animal. No sabía nada sobre su leopardo.

– Marisa se arrastró a la maleza y cambió a su otra forma -contestó Gerald-. El hombre grande, Suma es su nombre, le vi cambiar y la remató. Nadie entró en la selva detrás de ellos una vez que él tomó su forma animal. El chico vio a su madre morir, la única madre que había conocido jamás. Le oí chillar, Conner y fue atroz.

Conner reprimió su propia pena creciente. Su madre esperaría que él consiguiera sacar al chico, no sólo recuperarlo, sino aceptar la total responsabilidad de él. Giró la cabeza lentamente para mirar a Isabeau. No tenía elección ahora. Tendría que hacer lo que hiciera falta, pagar cualquier precio que se le exigiera.

Isabeau podía ver la desesperación en los ojos de Conner, la pena y la conmoción. Y la distancia. El estómago hizo un pequeño salto mortal de advertencia y se asentó lentamente.

– Lo que necesites, te ayudaremos -ofreció ella.

Él le soltó la mano e inclinó la cabeza hacia Gerald y Will.

– Gracias por hacer el viaje hasta aquí para darme estas noticias en persona. Aseguradle a Adán que recuperaremos a los niños. Decidle que siga el plan. Will, encontraré a tu hijo. Me conoces. Le traeré a casa.

Will asintió, los ojos fijos en los de Conner.

– Tú eres la razón por la que tomo partido al lado de mi abuelo sobre cómo manejar esto. Ayudaremos con lo que necesites.

Conner se levantó, agachándose para poner a Isabeau de pie a su lado. Esperó hasta que los otros dos hombres se levantaron también.

– Contamos con vuestra cooperación. Es esencial que la tribu crea que Adán hará lo que Cortez desea.

Gerald asintió y le tendió la mano. Conner les miró marcharse con el corazón hundido. Casi se olvidó de dar la señal de dejarles pasar, permitiendo que los dos miembros de la tribu cruzaran por el pasillo de los leopardos de vuelta a su aldea. Rio salió trotando un momento más tarde, todavía tirando de su camisa.

– La selva está llena. ¿Cuáles son las noticias?

– Esto se ha vuelto muy personal. Parece que tengo un hermanito y Cortez le atrapó junto con los otros niños. Si averigua que es leopardo… -La voz de Conner se apagó. Nunca encontrarían al niño. Ella lo escondería y lo educaría ella misma.

Rio frunció el entrecejo.

– Esto nos debería conseguir alguna ayuda de tu aldea…

Conner se dio la vuelta, el gruñido que retumbó en su pecho fue una advertencia clara. El sonido estalló de su garganta, un rugido de furia.

– No iremos cerca de esa aldea. Vamos a acabar con esa puta. -Giró sobre los talones y salió a zancadas del claro de vuelta a la cabaña.

Isabeau levantó la mirada hacia Rio. Su ceño se había profundizado y ahora había líneas de preocupación grabados en la cara.

– Su padre abandonó al niño -explicó-. No puedes dejar que se acerque a ese hombre. -De alguna manera, se sentía como si traicionara a Conner, pero instintivamente sabía que Rio tenía la mejor oportunidad de evitar que Conner hiciera erupción.

– Gracias -dijo Rio, como si leyera sus pensamientos más internos-. Necesitaba saberlo.

Olor. Isabeau echó una mirada alrededor y se dio cuenta de que los leopardos dependían del olor para juzgar las emociones en las situaciones. Podían leer mucho más que sus contrapartes humanas. Todos utilizaban sus sentidos de leopardo incluso en forma humana, lo que les proporcionaba ventajas en cualquier situación. Debía aprender cómo hacer eso.

Le siguió a un ritmo mucho más despacio, dándole vueltas una y otra vez en su mente a la expresión que había visto en la cara de Conner. Todo el tiempo mientras trataba de recordar su olor. ¿Qué había atravesado su mente en ese momento? La resolución con toda seguridad. Estaba decidido a recuperar a su hermano y eso significaba…

Tragó con fuerza y tropezó un poco. Él le había dicho que no seduciría a Imelda Cortez. Iban a intentarlo de otra manera, quizás utilizando a uno de los otros, pero esa mirada en su cara… había decidido usar cualquier medio posible y no le daría esa tarea a otro, no cuando se trataba de su propio hermano. No cuando creía que era lo que su madre esperaría de él. Conner iba a hacer exactamente lo que ella le había pedido, seducir a Imelda Cortez.

El corazón se le apretó con tanta fuerza que sintió como si tuviera un torno apretándoselo. El dolor fue insoportable, hasta tal punto que se llevó ambas manos al pecho y se apretó con fuerza, cayendo sobre una rodilla al borde de los árboles. La bilis se le subió al estómago y se le revolvió el estomago, amenazando con estallar junto con su protesta. La garganta se sentía en carne viva, los ojos le ardían.

¿Qué podía hacer? ¿Qué haría? Quería chillar una negación, correr a su lado y arañarle con las garras de la gata por destrozarle el corazón de nuevo. Se había permitido enamorarse de él otra vez. No, eso no era verdad. Ella siempre le había amado. Había deseado que viniera a ella en busca de perdón. Le quería de rodillas rogándole y al final le perdonaría y vivirían felices para siempre.

Se suponía que él la amaba tanto que nunca pensaría en tocar a otra mujer. Cuando le dijo que no trataría de seducir a Imelda Cortez, ella había estado secretamente encantada. Había deseado esa reacción. Necesitaba que él la persiguiera, que la cortejara, que le demostrara que ella era su amor, su único amor. La gata había complicando las cosas. Ahora no sabía si era la gata la que él deseaba o a ella.

– ¿Isabeau? -Conner estuvo a su lado, le deslizó el brazo en torno a la cintura, con sombras en los ojos. Su mirada se movió sobre ella centímetro a centímetro, tratando de encontrar la razón del dolor-. ¿Qué es? Déjame ver. -Las manos fueron a su camisa como si él fuera a levantarla para examinarle el pecho en busca de signos de heridas.

Ella le empujó las manos abajo y le rodeó el cuello con los brazos, cerrando los dedos detrás del cuello. Amaba a este hombre con todo su ser. La conducta juvenil tenía que acabar, ahora, antes de que fuera demasiado tarde y le perdiera para siempre. Había estado viviendo en un mundo de fantasía, no en la realidad. Sí, él la había seducido por todas las razones equivocadas, pero ellos habían estado bien. Estaban bien. Si él sentía por ella la mitad de lo que ella sentía por él, no podría haberse detenido más de lo que ella podía ahora.

– ¿Qué es, Sestrilla? -cuchicheó contra la oreja, sosteniéndola cerca de él como ella sabía que haría.

Ella podía sentir el cuidado en su toque. La fuerza, la suavidad. Esa palabra suave con que él la llamaba, extraña, pero tan adorable la manera en que rodaba por su lengua.

– Dime que significa. -Colocó la cabeza contra el corazón, escuchando el latido estable y tranquilizador-. Necesito saber lo que significa.

– Isabeau. -Oyó el sonido de dolor. El sonido de un corazón rompiéndose.

– Dime, Conner. -Se negó a permitirle irse, aún cuando las manos muy suavemente trataban de apartarla. Ella reforzó su agarre y apretó su cuerpo con fuerza contra el de él-. Necesito saberlo.

– Es una antigua palabra de nuestro mundo y significa «amada».

El corazón de Isabeau dio un salto, se asentó y todo en ella se aclaró limpiamente. El siempre la había llamado Sestrilla, mucho tiempo antes de la primera vez que durmió con ella.

– Eres mi amado también.

Ella sintió el aliento que él tomó. Jadeante. Duro. Hondo. El descansó la frente contra la de ella, las largas pestañas velaron su expresión, pero ella podía ver las líneas profundas grabadas en su cara. Había tanta pena, tanto dolor, como si un gran peso estuviera sobre sus hombros, como si él ya hubiera perdido todo lo que le importaba.

– No lo comprendes, Isabeau -dijo suavemente.

Sentía su voz dentro de ella, envolviéndose alrededor del corazón, deslizándose profundamente en las venas donde el calor se apresuraba y su propio corazón latía al ritmo de esa voz hipnótica y ronca.

– ¿Qué no comprendo, Conner? -preguntó, su voz suave, cariñosa.

Él gimió y empujó su frente con la suya.

– No. No, cariño. No puedo perderte de nuevo y seguir viviendo. Déjame creer que fue demasiado tarde para nosotros todo el tiempo. Que se acabó y que no había ninguna oportunidad para nosotros.

– Te traje aquí con engaños, Conner. No soy tan inocente en todo esto. Necesitaba verte. No sabía que Adán te conocería por el dibujo, pero una vez que me di cuenta de que podía encontrar un modo de alcanzarte, todas y cada una de las fibras de mi ser quisieron verte otra vez. Lo hice suceder. Y muy en el fondo, donde no podía mirar, supe cómo te sentirías sobre lo de seducir a otra mujer. Quise…

– No. -Él le puso el dedo sobre los labios-. No lo digas. No tienes que decirlo.

Ella presionó los labios sobre los dedos. Los acarició con la lengua.

– Sí tengo que hacerlo. Quería castigarte. Quería herirte. Me avergüenzo de eso.

– Maldita sea, Isabeau, ¿crees que esto lo hace más fácil?

– Lo haría si me permitieras decirlo -ella casi gruñó. Su gata saltó realmente bajo la piel y la oyó vibrar en la garganta.

Captó la débil sonrisa de Conner. No alcanzó sus ojos, pero a él siempre le había gustado su pequeño estallido de genio. Ella entrecerró los ojos.

– Lo digo en serio. Tengo algo importante que decir y tú podrías escuchar antes de discutir.

– Sí, señora. -La besó.

Debería haber estado preparada para ello. La mano de Conner se había movido para anclarse en el pelo mientras se envolvía mechones sedosos en el puño. La boca capturó la de ella y el corazón se le paró. Él sabía salvaje. Masculino. Suyo. Se movió más cerca de él, negándose a permitir que pusiera fin al beso, tomando el control, deslizando la lengua entre los labios, excitando y seduciendo. Tentando. Frotó su cuerpo sobre el de él. Seduciendo.

Por un breve momento sintió que la resistencia de Conner corriendo como un alambre de acero que vibraba por los músculos y entonces, bruscamente, él capituló completamente, los brazos se apretaron en torno a ella, la boca se volvió exigente, alimentándose de ella, la lengua barrió por dentro, la fundió con su calor. El fuego estalló instantáneamente, las lenguas de llamas se apresuraron hasta que ella ardió por él, hasta que él ardió por ella.

La satisfacción dio más confianza a Isabeau. Le mordió el labio inferior, deslizó las manos bajo la camisa para encontrar la piel desnuda. Curvó una pierna alrededor del muslo mientras se apretaba más cerca, ofreciéndole todo. Decidida a tenerlo todo. No iba a dejarle ir, ciertamente no a la culpa. Las manos se movieron por la piel desnuda, sintiendo la textura de él mientras la boca absorbía su sabor extraordinario.

– Vamos, vosotros dos, nos estáis matando -dijo Rio-. Tenemos una ruta de escape que localizar y te necesitamos para eso.

Conner levantó la cabeza de mala gana.

– Estaré allí -gritó él por encima del hombro, los ojos ardían sobre los de ella-. Sabes lo que tengo que hacer -dijo en voz baja-. ¿Cómo esperas que te mire a los ojos otra vez?

– Porque soy la única que te pide que lo hagas -susurró. Le puso los dedos sobre la boca antes de que pudiera formar una protesta-. Porque tu madre era mi amiga y su hijo es tu hermano. Porque tu familia es mi familia y haré lo que sea para mantenerlos a salvo y recuperarlos. Conozco al pequeño Mateo. Marisa lo trajo a mi campamento todo el tiempo. Ni siquiera me di cuenta de que no era madre natural más de lo que supe que era tu madre, pero vi el vínculo, Conner. Estamos juntos en esto, Conner. No me hagas menos que tú, ni hagas que tu sacrificio sea menor que el mío. Lo vales todo para mí. Sin embargo, hacemos lo que tenemos que hacer.

Él sacudió la cabeza.

– Eres una mujer asombrosa y valiente, Isabeau y no te merezco, pero no puedes saber cuán repulsiva encontrarás la situación cuando me veas con ella. Y tendrás dudas. Dudas justificables. Peor, tu gata perderá el juicio. Será peligrosa y pasarás cada momento tratando de controlarla.

– ¿Cuán malo será para ti, Conner? -preguntó-. Mientras estás preocupado por mí, yo estaré preocupada por ti. Eres el único que tiene que refrenar a su gato y forzarte a mirar a los ojos de otra mujer. Quizá para algunos hombres sería fácil, pero creo que he aprendido lo suficiente acerca de ti para saber que te será aborrecible.

– ¿Estás segura, Isabeau?, porque si permaneces esta noche conmigo, no podré mantener las manos lejos de ti.

Una lenta sonrisa manó del corazón de Isabeau.

– Bien, eso es una cosa buena. -Se forzó a apartar la mirada del calor en sus ojos hacia el bosque-. ¿Entonces cómo planeamos nuestras rutas de escape?

El hundió la cabeza para depositar un rastro de besos por su cara a la comisura de la boca.

– Tenemos que trabajar, trazarlas, dejar caer los suministros y cerciorarnos de que están guardados donde los animales no los desenterrarán. Y entonces pensamos en cada cosa concebible que puede fallar y colocamos planes en el lugar para cubrir esas contingencias.

– Oh. Algo fácil. Esperaba que fuera difícil. -Le dirigió otra sonrisa.

Conner la dejó ir de mala gana y retrocedió, una sonrisa de respuesta empezaba a formársele en la cara. Había cautela en sus ojos como si tuviera miedo de esperar, pero unió los dedos con los de ella cuando Isabeau le tendió la mano y comenzó a andar con ella hacia los otros.

– Enviaré a Jeremiah a los árboles. Veremos a qué velocidad puede subir. Necesitará coger velocidad. Cuanto más practique, mejor. Tiene que ser más rápido o será demasiado peligroso para él.

– Realmente estás preocupado por él.

– Aceptó la paliza como un hombre. Confiesa sus errores. Tiene valor. Es engreído, pero ¿no lo éramos todos a esa edad?

Ella se encontró sonriendo otra vez. Adoraba la manera en que él podía ser tan intimidante, parecer tan peligroso y bajo ese exterior indomable tener un corazón. Probablemente él odiaría que pensara eso, pero ella simplemente sabía por su voz que iba a asegurarse de que Jeremiah tuviera la mejor oportunidad de sobrevivir uniéndose al equipo.

– Deja de mirarme con estrellas en los ojos, Isabeau.

Su voz se había vuelto ronca. Brusca. Los ojos se habían vuelto felinos. A Isabeau la matriz se le apretó. Sufrió espasmos. El calor líquido fluyó. Carraspeó.

– ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que mi gata surja completamente? -preguntó Isabeau-. ¿Tendremos suficiente tiempo? No quiero atravesarlo sin ti.

– No mucho tiempo. Está cerca -respondió, su mirada vagó sobre ella de manera tan posesiva y hambrienta que la dejó sin respiración e hizo que la temperatura subiera rápidamente-. Demasiado cerca.

Todavía había aquella insinuación de sombra en los ojos, como si supiera algo que ella no sabía, Isabeau concedió que probablemente lo había. No esperaba que fuera fácil mirarle con Imelda Cortez, el pensamiento francamente la enfermaba, pero no iba a perderle. No otra vez. Allí tenía que haber una manera de que pasaran por eso intactos y sacaran a los niños. Echó un vistazo para ver que se acercaban a los otros. Unos pocos metros más. Le agarró del brazo.

– Lo que haga falta, Conner. Esperaría que no tuvieras que besarla, pero no voy a poner limitaciones a lo que aceptaré. No puedes entrar en una situación a vida o muerte con eso en tu mente. Si hacemos esto, lo hacemos ambos. Juntos. ¿De acuerdo?

Él gimió suavemente y la empujó cerca otra vez. Ella podía oír su corazón.

– Sé qué crees que eres fuerte, Isabeau y te quiero por ello, pero tu gata va a tener que hablar y no va a ser fácil. Los gatos son celosos y temperamentales y nosotros no siempre podemos controlarlos. Me has visto con Jeremiah y me gusta el chico. Si desprecias a una mujer, ¿cómo crees que tu gata va a reaccionar al saber que coqueteo con ella, o peor?

– Si tu gato lo puede manejar, entonces la mía tendrá que hacerlo, ¿no? -Levantó el mentón-. Quiero recuperar a los niños, a todos, pero especialmente a Mateo porque es nuestro. Y era de Marisa. Quiero detener a esa mujer. Si alguien propone otra manera de entrar en su fortaleza, lo aceptaremos, pero si todo lo que tenemos es asegurar una invitación para ti, entonces tendremos que tomarlo. -Recobró el aliento de repente-. ¡Elijah! Conner, Elijah lo podría hacer.

Él sacudió la cabeza, rompiendo sus esperanzas.

– Tres razones. Una, Mateo es mi hermano y fingir que quiero dormir con esta mujer será un trabajo de mierda que no se lo endosaré a otra persona. Dos, Elijah, tan bueno como es y es bueno, muy frío bajo el fuego, es relativamente inexperto. Y tres, Imelda no irá a por alguien a quien supondría como igual a ella. Desea un macho dominante, pero no uno como su igual. La he estudiado y Elijah supondría una amenaza. Quizás quiera tomar su posición de poder. Un guardaespaldas no haría eso.

Ella dejó salir el aliento y forzó una sonrisa.

– Entonces vamos con nuestro plan.

Volvieron, cogidos de la mano, a la cabaña donde los otros esperaban. Conner elaboró varias rutas de escape por la selva tropical, mostrándoles las áreas más seguras donde podrían refugiar a los niños y seguir moviéndolos así como los mejores campamentos para ellos. Tendrían que ir y marcar los sitios de descanso.

– Iré y llevaré a Jeremiah conmigo -concluyó Conner-. Iremos como leopardos. Será más rápido y más seguro. Dará a Jeremiah la experiencia que necesita para trepar rápidamente y no dejar ninguna huella. Rio siempre vuela en el helicóptero. Elijah es nuestro hombre de los suministros.

Felipe sonrió a Jeremiah y presumió de músculos.

– Leonardo y yo somos las armas grandes, la fuerza.

– Eso significa que no tienes cerebro. -Jeremiah sonrió burlonamente.

Eso le ganó un puñetazo ligero de Rio, pero Jeremiah sólo se rió, en lo más mínimo disuadido. Isabeau podía ver que ya estaban desarrollando una clase de compañerismo con el miembro más nuevo de su equipo. Quizá estuviera bajo prueba y en entrenamiento, pero ya le trataban con cariño creciente.

– Entonces entramos, Conner y Felipe serán protectores personales para Marcos -Rio volvió al asunto-, Leonardo y yo seremos lo mismo para Elijah.

– No te preocupes por nuestro tío -se apresuró a asegurar Felipe-. Puede tener sesenta pero es rápido y astuto cuando es necesario. No me gustaría levantarme contra él. Y con Elijah, somos seis, todos leopardos.

– ¿Qué hay de mí? -preguntó Jeremiah.

Rio se encogió de hombros.

– Sabes que Suma estará allí y ha tratado de alistarte. No te puede ver. ¿Cómo son tus habilidades disparando?

Jeremiah pareció feliz de nuevo.

– Soy un crack disparando.

– No lo digas si no es verdad -advirtió Conner.

– Viento fuerte. Sobre un kilómetro y medio.

Los hombres se miraron los unos a los otros.

– Te daremos una oportunidad de demostrar lo que puedes hacer -dijo Rio-. Si no estás exagerando, nos vigilarás las espaldas.

– ¿Y yo? -se aventuró Isabeau-. Podría entrar como la novia de Elijah. Ninguno de ellos me ha visto nunca. Elijah podría estar aquí para verme y se enteró de que venía su viejo amigo Marcos.

– De ninguna manera. -Conner lo indicó como un hecho.

– Tiene que ser protegida -indicó Elijah-. No podemos dejarla fuera y lo sabes, Conner. Podría resultar una ventaja valiosa. Tienen dos leopardos renegados. Esos leopardos no pensarán en nada más que en Isabeau.

– Eso es lo iba a hacerme estar de acuerdo, ¿verdad? -dijo Conner, el sarcasmo goteaba de su voz.

– No su novia -dijo Rio-. Algo más cercano. Una hermana o prima. Un pariente. Eso provocará la guerra si la tocan. Una novia podría ser considerada de usar y tirar y los renegados sabrán que es leopardo. Se lo tragarán. Ha venido a verla y a traerle algunas noticias de casa. Mientras tanto, sospecharán que Marcos y Elijah tienen una reunión secreta. Cortez no podrá arriesgar el cebo. Es demasiado dulce. Elijah y Marcos, aliados que podrían abrirle puertas y tú, Conner. Por no mencionar a todos los leopardos.

Conner se frotó las sienes y miró la cara levantada de Isabeau. Parecía tan inocente. Ella no tenía la menor idea de con que monstruos estaba tratando. Ella había visto su trabajo, pero no tenía la capacidad de comprender las profundidades de la depravación y la avaricia.

– Si te decimos que salgas, Isabeau…

– Soy muy inteligente, Conner. Aceptaré órdenes de aquellos con experiencia.

No tenía objeto protestar. No había otra respuesta. Y tenía una mente aguda. Quizá fuera una ventaja.

– Vamos a establecer las rutas de escape y luego pensaremos en todas y cada una de las cosas que podrían fallar y haremos planes para cubrir eso también.

Загрузка...