Capítulo 8

Estaba ocurriendo una vez más. Isabeau echó una rápida y furtiva mirada a su alrededor, esperando que nadie notase que se estaba retorciendo. Su piel ardía, se sentía demasiado tensa, cada terminación nerviosa en carne viva y vibrando. Se frotó los brazos pero incluso con esos ligeros toques, la piel le dolía. En su más profundo interior la picazón crecía hasta convertirse en un demandante dolor que no podía ignorar.

Había dormido toda la noche, curvada contra el enorme leopardo, la lluvia había sido un ritmo continuo, relajante, el pelaje grueso y cálido. El latido del corazón había estado en su oído y había recostado la cabeza utilizando el suave pelaje como almohada. No había habido signos de esta locura. Se las había arreglado incluso para sacarse de la mente la imagen de Conner encorvado desnudo en la corriente. Ahora, no podía inspirar sin oler su fresco y salvaje almizcle… un tentador señuelo que no parecía poder ignorar.

Sin ni siquiera mirarle, era completamente consciente de él. Sabía su posición exacta en cada momento. Conner Vega se estaba convirtiendo rápidamente en la maldición de su vida. Intentaba con desesperación simplemente respirar con normalidad, pero sus pulmones ardían de la misma forma que su piel, el aire saliendo en irregulares y rudas bocanadas.

Los hombres le lanzaban pequeñas y rápidas miradas por encima de sus desayunos, pero nadie la miraba realmente y eso le decía que a pesar de estar haciendo su mayor esfuerzo sabían que estaba a punto. Era una condición humillante y sumamente incómoda. Su hambre se hizo más profunda cuándo Conner volvió de su ducha matutina, vestido con indiferencia con unos pantalones vaqueros que abrazaban sus firmes piernas y ahuecaban su trasero. Lo último que necesitaba hacer era mirar, pero, honestamente, ¿cómo podía detenerse? Presionó las puntas de los dedos contra sus sienes con fuerza en un intento de recuperar el control. Los dientes le dolían por la continua tensión de apretarlos.

Los hombres tuvieron una conversación en voz baja mientras ella bebía un café que sabía tan amargo que apenas podía tragarlo. Adán se había marchado. Apartó el repentino desasosiego que sintió con la marcha de su único verdadero aliado, pero por más que quisiera negarlo, desde que se había despertado esa mañana, un lento calor había empezado a construirse en su cuerpo. Espeso, como el magma de un volcán, el calor se movía a través de sus venas y se derramaba como una insidiosa adicción por todo su cuerpo.

No ayudaba que después de desayunar el equipo hubiera decidido trabajar con Jeremiah y con ella en las técnicas de lucha. Por supuesto era Conner el que la tocaba, de forma completamente impersonal, sus manos le colocaban el cuerpo de forma correcta hasta que sólo el roce de las puntas de sus dedos le hacía querer gritar de necesidad. Ella no iba a perder esta oportunidad de aprender de ellos, pero sus cuerpos estuvieron enseguida brillantes de sudor e inmediatamente los hombres se despojaron de las camisas.

Ella puso todo lo que tenía en el entrenamiento, apreciando las difíciles técnicas físicas de dar puñetazos y patadas. Trabajó duro con su cuerpo en un esfuerzo por engrandecerse. Si no podía tener ardiente y sudoroso sexo a montones, esperaba cansarse hasta llegar al punto de extenuación. Cada vez que Conner corregía su postura, o su pierna cuando pivotaba y golpeaba, hacía todo lo que podía para no sacudirse y alejarse de su ardiente toque.

Deliberadamente ponía distancia entre ellos, tratando de trabajar en el correr, saltos con patadas y en la precisión de los puñetazos. Oía a Conner y Rio hablar de combate y posturas con Jeremiah, intentando no advertir las miradas amorosas que él le dirigía. Su gata quería rozarse contra las ramas de los árboles, básicamente frotarse contra cualquier cosa. Todo lo que ella quería hacer era frotarse con Conner, pero si ellos querían boxear eso es lo que iban a tener.

Felipe fue el primero en colocarse frente a ella, levantando los puños y fijando la mirada en ella. Ella pudo ver que estaba intentando no respirar, no inhalar su aroma. Ella no se había dado cuenta hasta ahora de que sus pestañas fueran tan largas, curvándose un poco en las puntas. Tenía una bonita nariz y una mandíbula firme. Era extremadamente guapo, no tan musculoso como Conner o Rio, sino más ágil y flexible…

– ¿Qué demonios estás haciendo, Isabeau? -preguntó Conner-. Acaba de acorralarte seis veces y ni siquiera has intentado bloquearlo.

– ¿Lo ha hecho? -Ella parpadeó rápidamente y miró alrededor al círculo de caras, un poco confundidas. ¿Se había movido de verdad Felipe?-. No me ha golpeado.

– Detuvo el puñetazo porque si te toca, le haré tragarse los dientes -le contestó Conner entre dientes, claramente exasperado-. Aún así tienes que bloquear.

Él tenía un aspecto muy sexy cuando se enfadaba. No se había dado cuenta hasta ahora. Extendió la mano para acariciar el ceño de su cara. Él se echó hacia atrás, su respiración salió con fuerza de los pulmones. Dejó caer la mano, haciendo un pequeño mohín.

– Lo estoy intentando, Conner.

– Bueno, inténtalo con más ahínco -le gruño él.

Su voz era ronca y erótica y otro ramalazo de calor se deslizó como fuego a través de sus venas. A ella le gustó. Felipe fue reemplazado por Elijah. Elijah parecía como si le estuviera prestando más atención a Conner que a ella. Experimentalmente, lanzó una serie de patadas y puñetazos ligeros, decidida a hacer retroceder a Elijah. Él no se retiró como debería, sino que le dio un golpecito en la mano con increíble velocidad. Ella podía ver realmente el fluir de sus músculos, la firmeza de su mandíbula, la forma sensual de sus labios.

Carne chasqueó contra carne y ella parpadeó. La palma abierta de Conner había capturado el puño de Elijah justamente a escasos milímetros de su cara.

– Isabeau -dijo él entre dientes-. No lo estás intentando.

– Lo estoy. De verdad -protestó ella. ¿Cómo se suponía que se iba a concentrar cuando el cuerpo entero de Elijah pareció estar hecho de fluidos músculos? Era poético. Y sexy. Caliente. Total y absolutamente caliente.

Conner hizo un sonido parecido a un gruñido. Elijah se apartó de Isabeau, dejando caer las manos y negando con la cabeza. Pequeñas perlas de sudor cubrían su frente.

– He terminado aquí, Conner.

Isabeau miró con esperanza a Leonardo. Seguramente podría darle una patada o dos. El hombre parecía como si estuviera aterrorizado, dirigiéndose a su condena. Eso debería decirle a Conner que estaba asustando al hombre.

El cuerpo de Isabeau se sentía maravilloso, muy vivo, cada terminación nerviosa sensible y preparada para responder. Cada movimiento deslizaba su camiseta sobre sus tensos pezones, rozándolos con deliciosos toques que enviaban rayos de excitación hacia su vientre. Cuando se movía con un sensual fluir de músculos, era más consciente del mecanismo de su cuerpo de lo que nunca había sido, de su propia feminidad y de lo maravillosos que eran sus vaqueros, rozándole en los sitios correctos cuando levantaba la pierna para lanzar una patada.

Leonardo rompió a sudar y abruptamente dejó caer las manos, echándose hacia atrás mientras ella se acercaba más. Conner dio un paso entre ellos y la cogió por los hombros.

– ¿Qué es exactamente eso?

– ¿Qué? -le sonrió ella adormilada. Si se moviera sólo un poco para acercarse a él, probablemente podría rozarse a lo largo de su pecho. Dio un paso hacia él.

– Ese ruido. Ronroneas -acusó él.

– ¿De verdad? ¿Lo hago? -Deslizó su cuerpo hacia arriba contra el suyo y frotó los senos contra su pecho, necesitando dejar su aroma en él, disfrutando de los rayos de fuego que se deslizaban por sus venas y hacían que sus sensitivos pezones se tensaran aún más-. ¿Sabes que tienes una boca de lo más asombrosa?

Rio hizo un sonido a medio camino entre la frustración y la diversión.

– Esto no está funcionando, Conner. Creo que vamos a trabajar en el cambio de forma de Jeremiah durante un rato. -Apuntó hacia un claro que había cerca-. Justo allí.

Conner giró la cabeza para ver al joven leopardo clavar los ojos en Isabeau con un gesto absorto en la cara, con la boca abierta, casi salivando. Una suave mano se coló entre el cuerpo de Conner y el de ella y frotó la parte delantera de sus vaqueros, justo sobre su gruesa y dolorida ingle, trayendo de golpe su atención de nuevo a Isabeau. El ronroneo había aumentado y sus ojos se habían vuelto un poco más brillantes. Blasfemando, capturó sus muñecas y tiró bruscamente de sus manos hacia su pecho, manteniéndolas ahí.

– Buena idea -casi gruñó la respuesta. El chaval necesitaba distraerse.

El felino de Isabeau necesitaba emerger pronto o esta oleada debía cesar antes de que todos los hombres cayeran en una especie de frenesí sexual. Podía oler la testosterona alzándose. Las cosas pronto se iban a convertir en un infierno. Necesitaba asumir el mando.

– Vas a matar a alguien -le siseó al felino.

Cometió el error de arrastrar a Isabeau a sus brazos. Todas esas suaves curvas se fundieron contra él. Ella recostó la cara en su cuello y le lamió. Una delicada cata, su lengua como terciopelo se deslizó sobre su agitado pulso. Su polla palpitante sintió esa tentadora caricia y se tensó duramente contra la restrictiva tela de sus vaqueros. El fuego recorría a toda velocidad su piel, quemaba sus huesos, bailaba en sus venas hasta que no pudo pensar por la lujuria que lo consumía.

– Ven conmigo ahora. -Tuvo la fuerza de voluntad de arrastrarla hacia los árboles, fuera de la vista de los demás. Ella no tenía sentido de supervivencia, yendo con él sin resistirse, mirándole con ojos llenos de deseo.

La respiración salió como un siseó de los pulmones y su boca cayó encima de la de ella antes de tener una posibilidad de salvarles a ambos. La tentación latía en él como un tambor, golpeando a través de sus venas, a través de su pene, todo su sistema nervioso inflamado, intoxicado, con ella. Tomó su boca con la propia, largos, adictivos besos hasta que no supo ni dónde estaba. Todo se distanció, los árboles, la maleza, incluso el aroma de los otros hombres. Sólo estaba Isabeau, suave y cálida, una sirena arrastrándole más profundamente en su red de placer.

Ya había estado allí antes. Cada partícula de honor que poseía había estallado en llamas en el momento en que su sabor se convirtió en una adicción y estaba volviendo a comenzar de nuevo. Separó la boca de la suya y bajó la mirada hacia sus líquidos ojos, luchando por respirar, luchando contra sus propias necesidades.

– Tienes que controlarte, Isabeau -su voz era ronca-. Cada hombre presente aquí es un leopardo. ¿Tienes la menor idea de los estragos que estás causando?

– Amo tu voz -sus manos se deslizaban bajo su camisa para encontrar su piel desnuda-. Y tu boca. Cuando me besas es como si el fuego se disparara a través de mí.

Su voz era más seductora que cualquier cosa que él hubiera oído alguna vez, derramándose sobre él, llenándolo, carcomiendo su disciplina. Cerró los ojos por un momento, intentando recordar la cantidad de problemas en los que se había metido antes por no haber podido resistir su atractivo y no había tenido la tentación añadida de su gata emergiendo.

– Isabeau -le dio una pequeña sacudida. Eso no detuvo las manos errantes-. Mírame. No quieres hacer esto. Dentro de unas pocas horas me odiarás incluso más de lo que ya lo haces. Ya te defraudé una vez y maldita sea si vuelvo a hacerlo de nuevo.

¿A quién demonios quería engañar? No tenía ése tipo de control. Ni en un millón de años. La quería cada vez que respiraba. No por su gata, sino porque era Isabeau Chandler, la mujer que amaba por encima de todas las cosas. Llevó el aire a sus pulmones. La amaba y conocía la diferencia habiendo estado sin ella. No iba a dejar que la historia se repitiera.

– Para ya, Isabeau -su voz fue más ruda de lo que pretendía.

Ella se quedó rígida, dejando caer las manos como si le hubiera quemado. Dio un paso hacia atrás apartándose de él.

– Lo siento si te hice sentir incómodo -le dijo, con voz temblorosa-. Verdaderamente no querríamos eso ¿no? El gran Conner Vega. Es divertido cuando la seducción es idea tuya, ahí no hay problema.

– ¿Es eso lo que tienes en mente, Isabeau? ¿Seducción? Estás jugando con fuego.

Ella le miró de arriba a abajo.

– Lo dudo. No creo que ahí haya mucho.

Deliberadamente se giró y dirigió la mirada haciendo un barrido por los otros machos, con abierta especulación en su rostro.

– Lo siento si te molesté.

La cogió por el brazo y la atrajo hacia él cuando ella se dio media vuelta para marcharse.

– Ni siquiera lo pienses.

Ella levantó una ceja.

– No tengo ni idea de lo que me estás hablando. -Miró su mano y él la dejó ir. Le dio la espalda y se marchó, sus caderas cimbreando, su pelo un poco salvaje, despeinado y curvándose alrededor de su cara y cayendo por su espalda como si no se diera cuenta de que se le había aflojado su coleta. Él no recordaba haberlo hecho, pero la sensación de seda estaba todavía en las yemas de sus dedos.

Isabeau parpadeó para apartar las ardientes lágrimas de los ojos. Se había lanzado a por él y la había rechazado. Su orgullo estaba por los suelos, pisoteado. Él no la quería. Agachó la cabeza, doblándose por la cintura para inspirar aire. Fue un error. Ahora podía oler a todos los hombres, una mezcla intoxicante de lujuria y potencia masculina.

Si no paras ya, tú libertina, voy a estrangularte, le siseó a su gata. Quería clavar las uñas en la musculosa espalda de Conner. ¿Quién habría pensado que los músculos pudieran estar tan definidos? Sabía que no era la gata o al menos no sólo ella. Quería a Conner y su gata emergiendo era una gran excusa. Pero él no la deseaba.

¿Cómo podía pasar eso cuando ella le deseaba con cada fibra de su ser? No podía cerrar los ojos sin que imágenes suyas la acecharan. No podía respirar sin necesitarle. Maldito fuera por rechazarla. Él había sido el que había estado soltando que la ley de la selva era una ley superior pero cuando ella había cogido su oportunidad, se había cerrado en banda. Le había llevado cada gramo de valor que tenía hacer que la besara, esperando que continuara a partir de ahí. Si él ya no la quería más, entonces… Levantó la cabeza y miró al hombre que le hablaba a Jeremiah en el claro sólo a una pequeña distancia.

Le había dicho a Adán que intentaría seducir a uno de los guardias de Imelda Cortez porque sabía que nunca sentiría por otro hombre lo que sentía por Conner. La seducción todavía tenía posibilidades. Tal vez el ser un leopardo quería decir que podía ser promiscua y no preocuparse. Tal vez sus escrúpulos morales podían ser descartados mucho más fácilmente de lo que había creído siempre. Se acercó más, queriendo oír lo que decían.

Era agudamente consciente de que Conner estaba uniéndose a los otros hombres. Sobresalía. Para ella, se temió que siempre sobresaldría. La luz caía sobre su pelo y su cuerpo, iluminándole en el claro oscuro, con rayos de luz filtrándose. Él se pasó los dedos por el pelo, echándoselo hacia atrás de esa manera que ella encontraba sexy. Casi le odió en ese momento. Apartó la vista de él y su mirada se encontró con la de Jeremiah.

Él continuó lanzándole a Isabeau pequeñas miradas amorosas, incapaz de apartar sus ojos de ella. Claramente la encontraba atractiva. Flexionó los músculos para ella y ella intentó no reírse de él. No era justo que pensara en él como un jovencito cuando era casi de su edad. Conner simplemente parecía mucho más un hombre, con el físico rotundo de un hombre.

Jeremiah se dobló de nuevo y le dirigió a Conner una mirada rápida antes de lanzarle a ella una sonrisa. Rio le gritó y él echó a correr, desnudándose mientras tanto, echando a un lado la camisa y desgarrando sus vaqueros al bajárselos, volviendo a mirar a Isabeau mientras lo hacía. El material se enredó en sus tobillos y se cayó, de cabeza, rodando por el claro, semidesnudo, enmarañado en sus vaqueros.

– ¿Qué diablos fue eso? -demandó Rio.

– Sé exactamente lo que fue -dijo Conner inquietantemente, cruzando el claro hacia Jeremiah.

– ¡Conner! -Elijah se movió rápidamente para la interceptarlo-. Es simplemente un chiquillo.

– Conoce las reglas.

Jeremiah gateó para ponerse en pie, de forma desafiante.

– ¿Quizás estás simplemente preocupado porque vengo más equipado de lo normal y crees que ella va a preferirme?

– ¿Por el tamaño de tu polla? -Conner lo miró de arriba abajo con desprecio en su cara-. Lo siento, niño, eso no va a bastar. Ni siquiera puedes quitarte los pantalones cuando se necesita. Dudo que seas demasiado impresionante intentando funcionar.

Jeremiah indignado, se arrancó los vaqueros de los tobillos y los arrojó con repugnancia, abalanzándose sobre Conner. Elijah le atrapó y le apartó del otro hombre.

– Idiota. Vas a conseguir que te maten. ¿No te das cuenta de cuándo la compañera de un hombre está en el Han Vol Dan? Ten algún jodido respeto.

Jeremiah detuvo sus pasos y miró a Isabeau. Todos lo hicieron con la excepción de Conner. Ella intentó no ponerse como un tomate. Miró al suelo, deseando que se abriera y la tragara. Ella se dio la vuelta y echó a andar hacia la relativa seguridad de los árboles mientras veía como Jeremiah se vestía y se preparaba para empezar otra vez.

Observarle correr, desnudarse y cambiar le hizo entrar la picazón de intentar cambiar. Había revisado la oficina de su padre cuidadosamente, accediendo a sus documentos privados y no había habido mención de las gentes leopardo. No creía que él lo supiese. Su madre debía de haber muerto en el parto tal y como Conner había especulado y nadie había venido para reclamar al bebé. Se había trasladado del Amazonas a Borneo más o menos cuando ella nació. Había muchas probabilidades de que su gente estuviera allí. Tal vez debería ir para tratar de encontrarlos.

No podía volver a Borneo. No podía quedarse en Panamá. Conner estaba en todos los sitios. Habría ido a cualquier sitio con él, incluso sabiendo que iba a causar la caída de su padre. Presionó una temblorosa mano contra su boca, avergonzada de sí misma. Fue una buena excusa, una forma de mantener viva su herida. Su padre había causado su propia caída. El pecado de Conner había estado en seducirla sin tomársela en serio.

Él había herido su orgullo. Todavía lo lastimaba, pero no era responsable de las cosas que su padre había hecho. La había usado tal y como ella le había pedido que usara a Imelda Cortez para recuperar a los niños perdidos. ¿Justificaba el fin los medios? ¿No le hacía eso ser una hipócrita?

Presionó los dedos contra sus sienes y obligó a su cuerpo a calmarse. No quería marcharse sin llegar al fondo del asunto. Se lo debía a Adán e incluso a la madre de Conner, con quien había hecho amistad, así como también a todos los niños que habían sido raptados. Inspiró profundamente y dejó salir el aire, paseándose de acá para allá para librarse de tanto excedente de energía como pudiera antes de volver a unirse a los demás.

Isabeau caminó con la cabeza alta, rechazando sentirse intimidada o humillada por el grupo de hombres. Lo que fuera que ella era, cualquier cosa que le estuviera ocurriendo aparentemente era normal en su mundo y se negaba a tener miedo. Podría querer sexo con desesperación, pero no carecía de coraje.

Observó la mecánica de la conversión una y otra vez. Eventualmente consiguió sobreponerse a ver un cuerpo desnudo y se quedó fascinada por el cambio actual. Parecía como si pudiera ser doloroso, aunque parecía suceder tan rápido mientras Jeremiah corría que quizás no fuera tan malo.

Rio, Felipe y Elijah sacudían la cabeza y se miraban el uno al otro mientras cronometraban la carrera de Jeremiah por enésima vez.

– Demasiado lento, Jeremiah -dijo Conner entre dientes-. Hazlo de nuevo. Y esta vez piensa en que alguien te está disparando mientras corres. Eres más joven que cualquiera de nosotros y deberías ser más rápido. Necesitas bajar quince o veinte segundos de tu tiempo.

Jeremiah le lanzó a Conner una mirada de absoluto disgusto.

– Bastardo celoso -masculló en voz baja-. No puede hacerse.

Jeremiah debería haber tenido mejor criterio. Conner tenía un oído excelente. Conner caminó a través del suelo del piso del bosque para amenazar al leopardo más joven.

– ¿Crees que no puede hacerse? No sólo puede hacerse, pequeño cachorro perezoso, sino que puede hacerse corriendo a través de los árboles, no en un agradable claro como éste.

Jeremiah agravó sus pecados burlándose abiertamente.

– No te creo.

Rio se acercó por detrás en silencio y le pegó en la parte posterior de la cabeza, el golpe lo suficientemente fuerte como para hacer oscilar al chico.

– Deja de lloriquear e intenta aprender algo. Si vas a trabajar con nosotros, tienes que saber cómo mantenerte con vida. Ni siquiera me has oído llegar.

Isabeau se giró para ocultar una sonrisa. Jeremiah realmente era un niño grande, queriendo el respeto de los otros leopardos, pero sin querer trabajar duro para lograrlo. Los exasperaba a todos. Habían estado trabajando toda la mañana y estaba claro que era un poco inmaduro y perezoso.

– ¿Dijiste que tu familia era de Costa Rica? -se aventuró ella, obligándose a mantenerse seria.

Jeremiah asintió.

– Pero estoy haciendo esto por mí mismo. Mis padres no necesitan saberlo -agregó él precipitadamente.

Rio se dio la vuelta. Había estado caminando por el claro, sus hombros tensos por la irritación.

– ¿Tus padres no saben dónde estás?

– Pensé que tu madre te había criado -masculló Elijah-. Y que eras hijo único.

Jeremiah lo miró, revelando toda su altura y sacando pecho.

– Soy de una gran familia, el más joven de ocho. Tengo siete hermanas. Mi padre quería un hijo.

Los hombres intercambiaron miradas conocedoras.

– Y te tuvo -masculló Elijah por lo bajo.

– Eso explica mucho -dijo Conner-. Pues bien, chico, esto no es tu casa y tus hermanas no están aquí para mimarte. Mejora tu tiempo o lleva de vuelta tu apenado trasero con mamá donde esté seguro. Si te quedas con nosotros, entonces alguien va a dispararte.

Jeremiah se sonrojó.

– No soy un niño de mamá, si eso es lo que insinúas. Sólo te digo que mi tiempo es rápido, probablemente más rápido que cualquiera de los vuestros.

Conner suspiró.

– ¿Quién tiene el peor tiempo de nosotros transformándose a la carrera a través de los árboles? -miró alrededor a sus hombres.

Felipe levantó la mano.

– Creo que soy yo, Conner.

Conner dio un paso atrás y le hizo un gesto a Felipe para que siguiera. Felipe recorrió con la mirada a Isabeau y arqueó una ceja hacia Conner.

– Ella tiene que aprender. Y seguro que ha visto bastante del culo desnudo de Jeremiah.

Isabeau se sonrojó, maldiciendo en voz baja mientras volvía a convertirse en el centro de atención. Estaba tratando de encajar, tanto si lo creían como si no y no necesitaba la carga añadida de que estuvieran constantemente recordando que era una hembra y básicamente estallando en llamas como una gata enloquecida.

Ella dejó que su mirada se deslizara sobre Conner. Se había pasado toda la noche acurrucada junto a un leopardo, tan cálida y segura como nunca había soñado poder estar. Escuchar el ritmo constante de la lluvia y el latido del corazón del leopardo le había permitido quedarse dormida rápidamente, incluso en medio de tantos desconocidos. Se había sentido cómoda y totalmente a gusto. Ahora, viéndole en acción, la gracia fluida, el juego de músculos bajo la piel, los ardientes ojos y la mirada fija, su cuerpo había comenzado a fundirse. Apenas podía apartar los ojos de él. Y era agudamente consciente cada segundo de por qué le había traído a Panamá, para seducir a otra mujer y de que la había rechazado.

Conner carraspeó.

– ¿Isabeau? -la provocó.

Ella se sonrojó, percatándose de que Felipe estaba esperando su permiso.

– Necesito aprender a cambiar también -dijo ella, tratando de sonar indiferente, como si estuviera acostumbrada a ver hombres desnudos durante todo el día.

Felipe le tomó la palabra, quitándose la ropa sin ninguna modestia mientras echaba a correr. Tuvo que admirar la forma eficiente en que se desnudó, un suave y practicado movimiento que le llevó sólo un par de segundos. En el momento en que se quitó los zapatos y se arrancó los calcetines, ya estaba corriendo, desnudándose a la vez, transformándose ya mientras se quitaba los vaqueros y la camisa, los músculos deformándosele mientras adquiría velocidad, por lo que estuvo saltando, cubriendo grandes áreas antes de que su camisa tocara el suelo.

Conner paró el cronómetro y caminó hacia Jeremiah. La boca del muchacho colgaba abierta mientras clavaba la mirada en el gran leopardo con absoluto asombro.

– Apenas pude verle hacerlo -dijo Jeremiah, con admiración en la voz-. Te lo juro, casi pienso que no doy crédito a mis ojos.

– Ningún movimiento desaprovechado -señaló Isabeau, incapaz de mantenerse al margen. Se apresuró junto a Jeremiah para mirar el reloj-. Ni siquiera han sido siete segundos. ¿Cómo puede ser?

– No estoy seguro de lo que he visto realmente -dijo Jeremiah, todavía observando el reloj.

Isabeau se acercó más, rozando al desnudo leopardo con el brazo. Conner gruñó profundamente desde la garganta y el chico saltó hacia atrás. Todos los hombres se pusieron tensos y se giraron para ver la cabeza de Conner moverse lentamente, siguiendo al apocado cuerpo de Jeremiah, la ardiente mirada brillante y con la atención fija en su presa.

– Conner -dijo Rio con dureza.

Conmocionada por la reacción de Conner, Isabeau instintivamente se apartó de Jeremiah.

– Realmente no puedes pensar… -se calló, llevándose la mano defensivamente a la garganta, aunque había una parte mezquina que encontraba la situación divertida-. Es un chiquillo.

– Está más cerca de tu edad que yo -espetó Conner.

Ella no pudo reprimir su risa.

– Vamos, Conner, no seas ridículo.

– ¡Oye! -dijo Jeremiah-. Las mujeres no pueden tener bastante de mí.

Conner gruñó, los dientes alargándose, curvándose, las garras explotando desde las yemas de los dedos. Isabeau lo empeoró al doblarse de risa ante la cara indignada de Jeremiah y los otros hombres pusieron los ojos en blanco sorprendidos de que el chico no tuviera el suficiente sentido de supervivencia para dar un paso para alejarse de Isabeau y cerrar la boca.

– ¿Estás diciendo que mi mujer te desea? -demandó Conner, acercándose más al chico-. ¿Qué te prefiere a mí?

Eso hizo que Isabeau se pusiera seria inmediatamente. Se enderezó, los ojos se le habían vuelto verdes y brillaban como dos joyas.

– No soy tu mujer, miserable excusa de compañero.

Todo el mundo la ignoró. Jeremiah contuvo el aliento. Esas letales garras estaban demasiado cerca de la más preciada parte de su cuerpo y Conner tenía un aspecto lo suficientemente enfadado para rebanarle un trozo.

– No, no es eso lo que quería decir -protestó Jeremiah, dándose cuenta de su error demasiado tarde. Los felinos reaccionaban muy mal cuando los hombres rondaban a sus compañeras, especialmente si la compañera estaba a punto de entrar en celo. Se percató de que ninguno de los otros hombres se había acercado a Isabeau.

– ¿Qué querías decir exactamente? -dijo Conner entre dientes.

Isabeau era muy consciente de cómo se estaban moviendo los otros hombres ahora, probablemente para salvar a Jeremiah si fuera necesario. Repentinamente la situación ya no se trataba sobre ella. Jeremiah estaba en peligro real por el hombre que antes había rechazado sus avances. Lo que fuera que estaba guiándole era real y peligroso.

Dio un paso acercándose a Conner y le puso la mano sobre el brazo. Podía sentir la determinación y la adrenalina recorriéndolo como un río de fuego. Empezaba a entender el terrible coste del leopardo sobre el hombre. Las leyes de los felinos eran imposibles de ignorar por el hombre. Siempre caminaban sobre la delgada línea divisoria cuando sus rasgos animales aparecían.

– Q… quería decir que vaya buen tiempo que ha hecho Felipe y que necesito trabajar mucho más duro para acercarme a eso -tartamudeó Jeremiah.

– Choqué con él -apuntó Isabeau-. Por favor, Conner, te lo pido.

Conner se detuvo por un momento, su cuerpo luchando por librarse de la adrenalina y entonces repentinamente se giró, rodeándola con un brazo, forzándola a apartarse del otro leopardo, la cabeza tan cerca de la de ella que los labios podrían rozarle la oreja.

– Él es quien se excitó con tu aroma. Su primer maldito error.

La llevó hacia el interior de la selva, lejos de los demás y del aroma a varón excitado que conducía a su felino y a él mismo a la locura.

Ella estaba sonrojada como un tomate. ¿Cómo podría no estarlo? No estaba acostumbrada a discutir nada que tuviera que ver con el sexo en un trasfondo informal y la forma en que estos hombres trataban la desnudez y el celo de su gata rozaba lo mundano. No es que fuera ofensivo, exactamente, era simplemente un poco perturbador saber que todos podían decir que estaba entrando en una especie de ciclo. No sólo era que pudieran decirlo, más que eso, todos eran híper conscientes de eso.

– Espero que sea algo más que mi aroma -dijo Isabeau, intentando aligerar el momento, pero queriéndolo decir de todos modos-. No quiero ser deseada por la forma en que huelo.

Él inspiró profundamente, inundando deliberadamente sus pulmones con su aroma. Ella podía enviar llamas a dar saltos por su sangre sin ni siquiera intentarlo, pero ahora mismo, con su inocente ceño fruncido y la larga curva de sus pestañas, apenas podía mantener el hambre a raya.

– El aroma es importante para los gatos. -Frotó la cara contra la piel desnuda de su cuello-. Así como el aroma es una marca. Cualquier hombre lo suficientemente estúpido como para cruzarse en mi terreno va a encontrarse con una pelea entre las manos.

Ella se apartó de él.

– Solía ser tu territorio. Hace tiempo, cuando tú eras algo más, ¿te acuerdas?

– Recuerdo cada instante -sus ojos dorados ardían mirando profundamente a los suyos-. ¿Y tú?

Ella contuvo una réplica aguda. No iba a pelearse con él. Podría llevarla al punto de las lágrimas en segundos. No era rival para él, nunca lo había sido.

– No puedes hacer esto, Conner. No me deseas, pero ¿vas a matar a cualquier otro que lo haga? Eso ni siquiera tiene sentido.

– ¿Que no te deseo? -masculló las palabras, con un gruñido retumbando en el pecho. Sus dedos le apretaron la parte superior de los brazos y la presionaron contra su cuerpo, dejándole sentir deliberadamente su gruesa excitación-. Desear es una palabra insípida, Isabeau, para lo que siento por ti. No voy a destrozarlo todo contigo porque no pueda mantener las manos lejos de ti. Ya pasó una vez y maldito sea si pasa de nuevo.

– ¿No puedes mantener las manos apartadas de mí?

– No hagas como que no lo sabías. Yo lo sabía muy bien. Seducir a una mujer no siempre implica llevársela a la cama. No me pude detener y mira lo que mi falta de control nos hizo. -Por un momento su cara reflejó dolor desnudo-. Ya era suficientemente malo saber que te había traicionado, pero encontrarse con que antes de morir mi madre supo lo que había hecho… -Su voz se desvaneció mientras sacudía la cabeza. La máscara y la resolución de vuelta a su lugar-. Cuando te lleve a la cama será porque nos quieres allí, no porque tu gata pida alivio a gritos.

Ella se sonrojó una vez más, pero su orgullo no tenía tanta importancia como las palabras de Conner. Las retuvo muy cerca de su corazón, sintiendo por primera vez como si su mundo patas arriba pudiera enderezarse de nuevo. ¿Era sólo su gata la que lo deseaba? No lo creía, pero no estaba segura y Conner tenía razón, tenía que estar segura. Simplificaba las cosas saber que él no la había rechazado totalmente.

Él le enmarcó la cara con las manos, deslizando el pulgar por sus labios mientras su mirada ardía en la de ella.

– Eres mía, Isabeau. Siempre serás mía. No hay error posible. Tanto si eliges perdonarme y darnos una segunda oportunidad como si no, serás sólo mía.

El corazón de Isabeau se detuvo. Simplemente se detuvo. Lo podía sentir allí en su pecho, retorcerse con la tensión para empezar después un frenético latido. Por una vez la gata permaneció quieta y se permitió éste momento perfecto. Buscó en su cara, una cara que estaría grabada para siempre en su mente, en su alma y supo que estaba perdida una vez más.

– ¿Por qué no volviste a por mí? -Eso la había lastimado más de lo que podía decir.

– Estaba decidido a ir -admitió él-. Hace seis meses. Supe que tenía que tratar de explicártelo aunque realmente no tuviera excusas. Tenía trabajo que hacer, Isabeau y en el momento en que me di cuenta de que estaba deslizándome, llevándonos a ambos demasiado lejos, debería haberlo cortado. Me gustaría decir que no lo hice porque las víctimas de los secuestros me importaban mucho, pero lo he pensado mucho y no es verdad. Una vez que estuve contigo, en cuando sobrepasé la línea, ya no había vuelta atrás para mí. No pude encontrar la voluntad para hacer lo correcto y dejarte.

Sus palabras fueron escuetas. Crudas. Y eran verdad. Lo vio en sus ardientes ojos, lo escuchó en el terciopelo de su voz y lo olió con el intenso sistema sensorial de un leopardo. Sólo podía clavar los ojos en él, intentando no dejar que la felicidad que florecía en la boca del estómago y se propagaba a todo lo largo de su cuerpo con absoluta alegría se mostrara en su cara. Se tocó el labio inferior con la lengua e inmediatamente la mirada de Conner estuvo ahí, siguiendo el pequeño movimiento.

Se quedó quieta. Absolutamente quieta. Incluso contuvo el aliento. Él había rechazado sus avances antes, pero ella no iba a ponerse en ridículo por segunda vez, ni siquiera cuando él le había asegurado que su tiempo juntos no había sido una mentira. La verdad la barrió como una ola, trayendo tal alivio que le temblaron las piernas. O tal vez fue la excitación recorriendo sus muslos y haciendo que su temperatura se elevara.

Él bajó la cabeza. Lentamente. Esperando su reacción. Se quedó quieta bajo sus manos, observando cómo su posesiva mirada se deslizaba por su cara. Mirando como cambiaban sus ojos, saliendo los del leopardo, brillando con hambre. Su boca lo era todo. Seductora. Le paraba el corazón. Perfecta. Y entonces sus labios tocaron los suyos. Un simple roce. El estómago le dio un vuelco. Su matriz se tensó. El calor líquido se formó. La boca de Conner se movió otra vez sobre la de ella, un pequeño vaivén destinado a tentarla, a volverla loca. Y lo consiguió.

Sus pechos dolían, los pezones tensos en dos apretados brotes, presionándose contra la tela de la camiseta en un esfuerzo por acercarse más a su calor. El deslizó la lengua por el labio inferior. Saboreando su sabor. Los dientes pellizcaron y el pinchazo de dolor envió otro espasmo arrasando hacia su interior. Él hizo un sonido, un ronco gruñido con la garganta que la empapó inmediatamente de necesidad.

– Te eché de menos cada segundo -murmuró él-. Soñaba contigo cuando podía cerrar los ojos y la mayoría de las veces no podía acostarme por la necesidad de ti.

La besó, un largo, narcótico beso que intoxicó cada uno de sus sentidos. Cuando él se apartó, fue para presionar la frente contra la de ella mientras respiraba con dificultad.

– Amo el sonido de tu risa. Me enseñaste tantas cosas, Isabeau, sobre lo que importa. Cuando lo encuentras todo y luego lo pierdes…

Su boca encontró la de ella de nuevo, una y otra vez, cada beso más exigente que el último, más lleno de hambre, hasta que estuvo casi devorándola, lanzándola a una gigantesca ola de deseo. Él siempre había sido capaz de hacer eso, eliminar cada vestigio de cordura hasta que dejaba de ser una persona razonable para convertirse en una criatura de puro sentir. Nunca había sabido que pudiera ser apasionada o sexy hasta que Conner había aparecido en su vida y todo había cambiado, ella había cambiado.

Él enredó los dedos en su pelo, inclinándole la cabeza hacia atrás, anclándola en el lugar, mientras su mirada ardía marcándola. Líneas de pasión estaban trazadas profundamente en su cara, la oscura lujuria brillaba intensamente en sus ojos. El corazón de Isabeau saltó. Otra oleada de calor se extendió como líquido inflamable. Sus rodillas se volvieron débiles. Siempre había sido susceptible a sus apetitos sensuales, pero ahora el hambre era como un redoble de tambor en sus venas.

Su respiración salió como un siseo cuando la boca de Conner descendió otra vez. La gentileza se había ido, reemplazada por cruda pasión. Él se tomó su respuesta a su confiada y desafiante manera. Sus manos eran firmes, su cuerpo duro, el calor se alzaba entre ellos como el vapor en el bosque. El cuerpo de ella se convirtió en gelatina, suave, fundiéndose con el de él. Él gruñó, una nota baja, vibrante que hizo que unas llamaradas se deslizaran como lenguas sobre su piel. Las manos bajaron por su espina dorsal hasta la curva de su trasero y la levantó. Instintivamente ella le rodeó la cintura con las piernas, cerrando los tobillos.

La unión entre sus piernas encajó apretadamente contra la gruesa protuberancia, los unió como si estuvieran soldados. Todo el tiempo la boca de Conner devoraba la suya. Su mundo se estrechó, hasta centrarse sólo en Conner. Sus manos. Su calor. El sabor y textura. Era consciente de cada respiración entrecortada, del mordisco de sus dientes, de la aspereza de sus caricias, incluso de la sensación de su piel bajo la tela que le impedía tocarle.

Todo desapareció hasta que su mente quedó consumida sólo por Conner. Tenía el sabor del pecado. Como una mezcla de cielo, por el placer, y de infierno, por el anhelo que siempre sentía por él. El movió la boca sobre la de ella y empezó a deslizarse lentamente, bajando seductoramente por la cara, por el lateral del cuello, por la garganta y después por el hombro. Ella sintió el roce de los dientes y tembló de necesidad. No quería suavidad y gentileza. Necesitaba su áspera posesión, reclamándola, marcándola, llevándola a una tormenta de fuego, calor y llamas que devastara el mundo a su alrededor, dejándoles sólo cenizas, limpios, feroces y fundidos para siempre.

Él levantó la cabeza alertado y su dorada mirada barrió el bosque a su alrededor. Los hombres, en el lejano claro, se desvanecieron, simplemente desapareció como si nunca hubieran estado. Conner dejó que las piernas temblorosas cayeran al suelo mientras inhalaba profundamente aire e información.

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