Mientras el coche marchaba rápidamente por la larga y sinuosa avenida, Isabeau miraba por la ventanilla, evitando los ojos de todos. Sabía que podían oler el aroma de Ottila en ella. Las manchas de sangre que había en su vestido eran imposibles de ocultar en los reducidos confines de un vehículo. Oyó la exclamación de Conner cuando vio los moretones oscuros que estropeaban su piel y la sangre en su vestido, pero no le miró. Sabía que estaba al límite y que solo necesitaba algo de espacio. Todos necesitaban darle un espacio… especialmente Conner. Philip Sobre, Imelda Cortez y los leopardos renegados le daban repulsión. Se sentía sucia y sólo deseaba encontrar una buena ducha caliente.
El vehículo aminoró la marcha y Leonardo abrió la puerta de un empujón. Jeremiah salió volando del tupido bosque y corrió a través de un grupo más ralo de árboles y matorrales. Estaba más o menos a medio camino hacia el SUV cuando algo pesado cayó de los árboles encima de él, estrellándolo contra el suelo. Piel, dientes y hombre se derrumbaron y rodaron por el suelo revolcándose. El rifle salió volando.
Teresa comenzó a gritar y Elijah se inclinó sobre ella, de forma muy casual y la sujetó al mismo tiempo que con el pulgar apretaba fuertemente un punto de presión, haciendo que se desplomara hacia delante inconsciente, con su expresión enmascarada por el terror. Un rugido de furia sacudió el SUV y Felipe frenó violentamente, haciendo que el vehículo girara sobre sí mismo hasta detenerse, mientras Conner saltaba por la puerta abierta, desnudándose mientras se transformaba.
Isabeau pestañeó, pasmada por la velocidad con la que Conner se había transformado mientras iba a la carrera, sacándose la ropa al mismo tiempo. Había visto a Jeremiah practicando y había visto a Felipe trabajando con él, pero eso no la había preparado para la vertiginosa velocidad real. Si no hubiera sabido la verdad acerca de la especie, no hubiera creído a sus propios ojos. Se transformaba en leopardo tan rápidamente que ella nunca hubiera sido capaz de procesar el hecho de que alguna vez había sido un hombre.
Leonardo y Rio también saltaron fuera del coche, casi antes de que éste hubiera dejado de girar, pero ellos se quedaron escudriñando los árboles en busca de algún francotirador, espalda contra espalda, examinaban con mirada aguda cada centímetro de la cubierta forestal, con los rifles preparados, usando sus sentidos animales para obtener datos.
Conner estuvo sobre el leopardo antes de que éste siquiera se diera cuenta de que había llegado alguien, golpeándolo fuertemente en el jadeante costado, con su inmensa zarpa derribó al furioso gato, apartándolo del cuerpo desgarrado de Jeremiah. Elijah corrió velozmente entre los árboles mientras los dos leopardos se encontraban gruñendo y girando, con las flexibles espinas dorsales prácticamente doblándose por la mitad en tanto se tiraban zarpazos y rasguños uno a otro.
– ¡Maldición, Isabeau, despierta! -estalló Rio-. Toma un rifle.
Su voz la sacó del estado de shock. No vaciló, de un tirón sacó un rifle del baúl abierto a sus pies y se bajó de un salto.
– ¿Adónde?
– Acércate lo más que puedas a ellos. Si ves que puedes disparar, hazlo -ordenó Rio.
Corrió a través del espacio que los separaba, con el corazón en la boca. En su línea de visión, vio a Elijah inclinarse, levantar a Jeremiah y ponérselo sobre el hombro para trasladarlo al estilo bombero. Por su brazo y espalda chorreaba sangre. Su cuerpo estaba cubierto de heridas punzantes. Elijah pasó disparado junto a ella, y para su espanto le pareció que Jeremiah no respiraba.
Suma saltó, veteado en sangre y retorciéndose, utilizando la flexible espina dorsal del leopardo para girar en medio del aire, mientras Conner se levantaba sobre sus patas traseras y le incrustaba las garras en los cuartos traseros, tirando del leopardo hacia abajo. Suma, casi doblado por la mitad, plantó sus poderosas garras en el cuello y costado de Conner. Conner giró y embistió a Suma, haciéndolo caer de tal forma que los dos leopardos formaron una maraña de pelajes, garras y dientes. El rugido de los dos machos leopardos llenó el bosque.
Isabeau se llevó el rifle al hombro en el mismo momento en que sonaba un disparo y se astillaba la corteza del tronco de un árbol en el lugar en el que Conner había estado medio segundo antes. Si no hubiera rodado por el suelo, el disparo podría haberle dado en la cabeza. Ella elevó la mirada rápidamente hacia los árboles, intentando encontrar el lugar desde donde había salido el disparo.
En la distancia, Rio y Leonardo rociaron inmediatamente de balas la cubierta forestal, sin tener, evidentemente, ningún problema en adivinar la trayectoria del disparo.
– Dispárale al hijo de puta, Isabeau -gritó Rio.
Ella desvío rápidamente la atención regresando a la feroz pelea entre los dos leopardos. Estaban enzarzados en combate mortal, rodando una y otra vez, chasqueando las colas y emitiendo sonidos horripilantes. Se sentía casi surrealista, como si estuviera inmersa en una pesadilla y no en la vida real. No había forma de disparar un tiro que no implicara el riesgo de herir o matar a Conner.
– Estoy intentándolo -respondió con acritud.
Con ambos cuerpos entrelazados tan estrechamente entre ellos, no podía distinguir uno del otro. Parecían una aturdidora marea de manchas, que se volvían borrosas al chocar uno contra el otro, separándose solo para volverse a juntar. Sus ojos aparecían como dos simples manchas más, perdidos en medio de los cientos de manchas, salvo por la intensidad. Abrasadoramente ardientes. Asombrosamente inteligentes. Astutos. Mostrando una furia como nunca había visto.
Este era el hombre que había matado a Marisa Vega, la madre de Conner. La furia absoluta que sentía el leopardo de Conner golpeaba y derribaba repetidamente al otro leopardo. Con las garras desgarraba sus flancos y su vientre dejando grandes hendiduras. Suma se estremeció e intentó escapar, pero el leopardo de Conner no lo toleraría. Parecía no notar las laceraciones de su propio cuerpo; en vez de ello, estaba decidido a cortar, literalmente, en pedacitos a Suma. Lo único que había impedido que lo matara en el acto había sido la fuerza y la experiencia de Suma, que era un macho en la plenitud de la vida. Éste parecía saber que estaba en problemas y Ottila, a pesar del asalto de los rifles de Rio y Leonardo continuaba con el fuego de forma intermitente, intentando ayudar a su compañero.
– Demonios, Isabeau, quedaremos atrapados aquí. Acaba con él de una jodida vez -gruñó Rio.
Las emociones de los leopardos eran intensas y en ese momento, no podía ver que alguno de los dos fuera a ceder terreno. La sangre corría por los flancos de uno de ellos y después de un primer momento dramático se dio cuenta que esa era la forma de identificar a Suma. Jeremiah debía haberlo herido. Su propia sangre y la de Jeremiah, le cubrían la piel. Los listones rojos comenzaban a transferirse al pelaje de Conner pero ni por casualidad había la misma cantidad de sangre sobre él.
Inspiró y se concentró, bloqueándolo todo, en la forma en que Conner le había enseñado. Al principio oía los rugidos y gruñidos, los disparos, otra bala que hizo volar hojas y tierra junto a los dos leopardos. Luego se encontró en un túnel donde solo estaban los leopardos con los pelajes impregnados en sangre y ella. Nadie más. Nada más. Apuntó a la nuca.
Le retumbaba el corazón. Tenía la boca seca. Le daba terror herir a Conner. Los dos leopardos furiosos se movían rápido, se enlazaban, se separaban y se volvían a enlazar. Tan rápido. Demasiado rápido. Si le disparaba al equivocado… volvió a inspirar, deseando que la bala fuera exactamente a donde ella apuntaba y apretó el gatillo.
Suma se alzó, con los ojos amarillos ardiendo furiosamente con odio. Tanto odio. Ella se estremeció cuando Conner aprovechó y fustigó el vientre expuesto, desgarrándolo profundamente. Suma se derrumbó y yació inmóvil, con los ojos abiertos fijos en ella. Tenía la lengua colgando fuera de la boca y con cada jadeo, sus costados se elevaban. Alrededor de su hocico burbujeaba la sangre. Conner hundió los dientes en su garganta y los mantuvo allí, asfixiando al leopardo, buscando su muerte. Llovió una descarga de disparos, que seccionó la falda de Isabeau, levantó tierra a su alrededor e hirió a Conner en el flanco haciéndolo rugir y girar para enfrentarse a su nuevo enemigo. Su mirada enfurecida aterrizó sobre ella. Su corazón se saltó un latido y luego comenzó a aporrearle en el pecho. El leopardo, con un último acto de odio y venganza desgarró el vientre expuesto abriéndolo de lado a lado, luego se volvió completamente hacia ella y bajó la cabeza poniéndose al acecho, atravesándola con la ardiente mirada.
– Cálmalo -gritó Rio-. Y luego salgamos de ese puto sitio. No podemos llegar al francotirador. Lo mejor que podemos hacer es mantenerlo apartado de vosotros.
¿Cálmalo? Repitió ella, sintiéndose a punto de desmayarse Si hubiera tenido a Rio frente a ella hubiera considerado el uso de la violencia contra él.
– ¿Estás loco?
El leopardo, cubierto de sangre, con la piel y la carne desgarradas se agazapó aún más y dio un paso hacia ella moviéndose con el tipo de movimiento en cámara lenta que metía miedo en el corazón de la presa. Sabía, que durante el resto de su vida nunca olvidaría esos penetrantes ojos, ardiendo de pura rabia. Su hocico y su cara estaban manchados de sangre, al igual que sus dientes.
– Conner. -Le temblaba la voz. Bajando el cañón del rifle, extendió la mano en su dirección-. Lo siento, cariño. Ya ha terminado. Vayámonos de aquí. Ven conmigo.
El leopardo gruñó, arrugando la nariz en un despliegue de salvajismo. Su poderosa mandíbula se abrió, enseñando los cuatro prominentes caninos, los dientes que usaba para perforar y sostener a la presa durante una matanza. Sabía que la abertura que había detrás de cada uno de los caninos le permitía al leopardo hundir los dientes profundamente durante la dentellada mortal. Sus incisivos podían fácilmente raer la piel de los huesos y los dientes laterales podían cortar a través de piel y músculo como los cuchillos más afilados.
Con cada paso lento, esa poderosa mandíbula y la boca llena de dientes se acercaba a ella hasta que sintió el calor de su aliento estallando en su rostro. Nuevamente aisló todo hasta que solo estuvieron el leopardo y ella.
– Conner.
Usó su nombre deliberadamente, llamándolo para que regresara de las tribulaciones de su furia negra. En esos ojos no había humanidad. No había amor, ni reconocimiento.
– Conner.
Eligio al amor por encima del miedo y la ira y, con dedos temblorosos, extendió la mano hacia él
Antes de que pudiera establecer contacto, hundirle los dedos en el pelaje manchado de sangre, él le lanzó un golpe con su larga zarpa. Un relámpago de fuego le recorrió el brazo. Jadeó y por un momento fue incapaz de respirar, debido al dolor que se apoderó de su brazo. El miedo la sacudió, pero se negó a romper el contacto visual y convocó a su felina.
Ahora o nunca pequeña desvergonzada. El desertar no es una opción. Sal aquí afuera y haz lo tuyo. Se tentadora. Sedúcelo para que entre al coche.
Intentó recordar lo que había sentido en el jardín cuando la había recorrido aquella ola de calor, que la había dejado desesperada por tener un hombre entre las piernas. En ese momento, deseaba correr por su vida y no permanecer allí frente a la bestia que gruñía. No se atrevía a mirarse el brazo, pero se consolaba pensando que igual de fácilmente, en vez de ese golpe de advertencia podía haberle dado uno mortal dirigido hacia su muy vulnerable garganta.
Su leopardo se acercó a la superficie, no en las alas de la pasión, sino con el desdén que una hembra le demuestra a un macho. No estaba de humor y no deseaba ser molestada. Saltó hacia el macho dándole un golpe a su vez. En lo que refiere a desaires, no fue gran cosa, pero sorprendió al gato macho casi tanto como a Isabeau.
– Ups -Isabeau retiró la palma de la mano. Le ardía por el duro bofetón que le había dado a la cara gruñona del macho. ¡Por Dios! ¿Estás jodidamente loca? Le demandó a su felina. Qué buena manera de calmarlo, eres muy graciosa-. Lamento eso.
La rabia menguó un poquito en los ojos ardientes, siendo reemplazada por inteligencia. Ella aguardó a que la ira se disipara, hasta ver que regresaba su agudo y perspicaz intelecto.
– Conner, hay un francotirador en la cubierta forestal. Debemos marcharnos. Ahora.
Él le dio un ligero topetazo y ella se giró y comenzó a correr, agradecida por el fuego de cobertura que le brindaban Rio y Leonardo. Se sentía totalmente expuesta con el leopardo detrás de ella y el francotirador entre los árboles. Se subió al SUV de un salto y se arrastró hasta el otro extremo para dejarles el mayor lugar posible a los demás. El leopardo casi la aplasta, al aterrizar prácticamente encima de ella. Ya estaba cambiando, gateando hacia el tercer asiento, atrás del todo, donde Elijah tenía tendido a Jeremiah y evidentemente respiraba por él.
Leonardo entró y se giró rápidamente para ayudar a Marcos a proveerle cobertura a Rio.
– ¡Arranca! -dijo bruscamente mientras cerraba la puerta de un golpe.
Antes de que la palabra hubiera salido de su boca, el SUV ya iba dando coletazos por el camino de tierra.
– ¿Cómo de mal está? -sombrío, Rio se permitió mirar hacia el fondo.
No podía ver a Jeremiah, pero Elijah y también Conner estaban trabajando sobre él.
– Va a necesitar un doctor -gritó Conner-. Solía haber un doctor, uno de los nuestros, al que mi madre me llevaba, pero han pasado años. Vivía a unos veinticinco kilómetros de la primera cabaña, donde nos encontramos.
Rio miró su reloj.
– ¿Qué te parece, Felipe?
– Puedo llegar en veinte minutos.
– Estaremos justos de tiempo -dijo Conner-. Tú decides, Rio.
– Nunca estará a salvo en un hospital. Sabemos que Imelda tiene a demasiada gente controlada. Acabamos de liquidar a su mejor hombre de seguridad. Su compañero intentará darnos caza. En un hospital Jeremiah será demasiado vulnerable. Haz lo que puedas para mantenerlo con vida.
Isabeau presionó la mano contra su boca para no protestar. Ellos sabían más de la operación de Imelda. También conocían mejor el funcionamiento de la mente de un leopardo. Se enroscó sobre sí misma formando una bola y comenzó a temblar incontrolablemente, incapaz de detener las olas de nausea que la atravesaban.
– ¿Y la mujer? ¿Teresa? -se obligó a preguntar.
Rio le echó un rápido vistazo.
– Tenemos que asegurarnos de que permanezca apartada. Leonardo, trae el botiquín. Dentro hay una jeringa adormecedora.
– No me refiero a eso. ¿Por qué insististe en que viniera?
– Pasó demasiado tiempo con nosotros y Conner la defendió -le explicó Marcos-. En primer lugar corría peligro por parte de Philip ¿viste la cara que puso cuando Conner interfirió? Pienso que la iba a matar después de la fiesta. Y si no, ciertamente la hubiera lastimado. Y si Imelda estaba mirando los videos y esto se pone feo bien puede pensar que Teresa era una infiltrada. De cualquiera de las dos formas, parecía más seguro sacarla de la situación y ponerla a salvo.
Isabeau permaneció en silencio, levantó las rodillas y se las abrazó.
Marcos le dedicó una sonrisa.
– ¿Pensaste que era un viejo pervertido?
– Hiciste el papel de forma muy convincente -accedió, intentando devolverle la sonrisa.
Rio la miró por primera vez. Emitió un sonido, más de leopardo que de humano.
– ¿Qué demonios te ha ocurrido, Isabeau? -tiró de su brazo para mirar la sangre que manaba formando ríos-. Maldita sea, ¿Por qué no dijiste algo? Es probable que esto se infecte rápidamente.
Conner se levantó lo suficiente como para mirar por encima del asiento y entrecerró los ojos al mirar el brazo de Isabeau.
– ¿Qué ocurrió?
– Es que no tienes nada de control, jodido bastardo -rezongó Rio-. Eso es lo que ocurrió.
– Necesito que te concentres, Conner -dijo Elijah bruscamente-. No vamos a perder a este chico.
Isabeau pudo ver la angustia en los ojos de Conner, la disculpa y luego volvió a quedar detrás del asiento concentrado una vez más en Jeremiah. Se sentía agradecida de que no estuviera mirándola. Necesitaba ordenar sus emociones. La noche entera había sido un horror.
Ella había provocado esto… había insistido en que fueran tras Imelda Cortez. Nada de lo que había visto esa noche la había hecho cambiar de opinión -solo había fortalecido su resolución- pero no estaba preparada para el nivel de inmoralidad, para el absoluto desprecio por la vida y los derechos de otros seres humanos. Imelda se rodeaba de gente despreciable. Era como si se reconocieran entre ellos, como si gravitaran unos hacia otros para reforzar su propio comportamiento.
Se mordió los nudillos. Había matado a un hombre. Aunque Conner lo había terminado, había sido ella la que había apretado el gatillo. Nunca hubiera pensado, nunca hubiera imaginado ni en sus sueños ni en sus pesadillas, que mataría a otro ser vivo. Observar como la vida abandonaba sus ojos no la había emocionado, sino que más bien la había asqueado. Philip Sobre poco más que había dicho que amaba torturar a sus víctimas y posiblemente matarlas también. Porque era emocionante. Oyó un sonido roto y perdido y se dio cuento que salía de su propia garganta.
Rio se inclinó acercándose a ella con algo en la mano.
– Esto te va a doler como el infierno.
No se detuvo y el aire abandonó explosivamente sus pulmones cuando presionó un paño empapado en un líquido ardiente sobre los desgarrones de su brazo. La sostuvo allí mientras ella se enfocaba en contar en voz baja y luchaba por no llorar.
Marcos pinchó a Teresa en el brazo y ella gimió suavemente. Le dio una palmadita.
– Estarás bien. Estás a salvo -le aseguró.
Isabeau no estaba segura de si alguna vez alguno de ellos volvería a estar seguro. Imelda parecía una abultada araña, tejiendo una telaraña que los abarcaba a todos. Todos los que habían acudido a la fiesta eran funcionarios, oficiales de la policía de alto rango y jueces. Era imposible que no hubieran notado a la gente llevándose a los sirvientes a las habitaciones de los pisos superiores. Ahora hasta temían llevar a Jeremiah a un hospital.
Rio retiró el paño e, ignorando su protesta, siguió sujetándoselo para examinar las laceraciones.
– No son profundas. -Lo dijo en voz lo suficientemente alta como para que Conner lo oyera-. Pondré una loción antibacteriana -dijo a nadie en particular, pero cuando comenzó a aplicar la loción obligó a Isabeau a mirarlo-. Tenemos veneno en nuestras garras, Isabeau. No puedes pasar eso por alto. Límpiala meticulosamente y aplícate la loción varias veces al día. Te daré una inyección de antibióticos, una dosis grande y luego debes asegurarte de tomar todo el frasco de píldoras.
Ella enfrentó su mirada.
– ¿Conner tuvo una infección cuando lo arañé con mis garras? -lo dijo para hacerle recordar.
Enfadada con él. Era el líder del grupo y su deber era mantenerlos a todos a raya, incluyendo a los leopardos afligidos, pero de todas formas estaba enfadada con él.
Él encogió sus grandes hombros, aceptando su ira.
– Sí, la tuvo, a pesar de los antibióticos. Pero le salvaron la vida y harán lo mismo por ti.
Apretó los labios. Había tenido una infección. Ella no había estado allí para cuidarlo. Y si Rio estaba preocupado por los pequeños rasguños de su brazo, ¿Qué sentiría por Jeremiah y Conner? Ambos estaban cubiertos de mordeduras, marcas de garras e incisiones. Había captado un atisbo del cuerpo de Conner, antes de que saltara hacia el asiento trasero y le había parecido que estaba destrozado.
– ¡Isabeau! ¿Me estás prestando atención? Esto es serio.
Lo miró sin verlo en realidad, pero se obligó a asentir. Podía oír a Elijah respirando por Jeremiah, lenta y firmemente, pero sabía que se estaba cansando.
– Alcánzame la intravenosa -dijo Conner-. Necesito una vena. No podemos arriesgarnos a que tenga un paro cardíaco y perdamos las venas.
Rio volvió su atención a los hombres del asiento trasero, pasándole a Conner todo lo que necesitaba del botiquín.
Marcos le palmeó la pierna:
– Respira. Estás en estado de shock.
Lo había considerado. Se había sentido más o menos así al darse cuenta que Conner la había seducido para acercarse a su padre… que no era el hombre que pretendía ser. Ahora, por supuesto, sabía que era exactamente ese hombre. Podía haberse cambiado el nombre, pero había actuado de forma peligrosa, intensa y completamente comprometido con lo que hacía. Tenía el mismo sentido del humor y la misma naturaleza dominante. Era leopardo y todos los rasgos que habían hecho que se enamorara de él seguían estando allí.
Bajó la vista hasta su brazo. Él sufriría a causa de esto. En realidad eran pequeños rasguños. Estaba en camino de controlar a su felino. Pero su felina… suspiró. Había fallado en su intento por controlarla. Tal vez nunca más te deje salir. Pero era una falsa amenaza y ambas lo sabían. Ella deseaba a su leopardo. Estaba lista para aceptarla.
Después de que Conner le pusiera la intravenosa a Jeremiah, Rio se volvió hacia ella. Entró en su campo visual, sosteniendo una jeringa.
– Debo inyectarte esto en el trasero.
Eso logró captar su atención. Lo miró furiosa.
– Bueno, elige otro lugar. Pues te puedo asegurar que eso no va a suceder. -Algo de respaldo sería de ayuda, gatita. No voy a bajarme los pantalones frente a todos estos hombres. No me importa tu falta de pudor. Dios mío. De qué sirves si no ayudas a una chica cuando lo necesita. Adopta un aspecto de tipa dura o algo.
– No seas bebé. Todos tenemos que vacunarnos en el culo.
Lo miró con frialdad.
– Yo no. Inténtalo y perderás un ojo.
Felipe rió burlonamente. Marcos sonrió. Y hasta Leonardo intentó ocultar una sonrisa.
– Podemos hacerlo de la manera fácil o de la difícil. Haré que Leonardo te sostenga.
Enarcó una ceja. Su felina se agitó. Al fin.
– Estás enfadándo a mi gata -le dijo satisfecha-. Todavía no tengo mucha habilidad para mantenerla a raya.
– Yo la vacunaré más tarde -dijo Conner.
Su voz sonó tan neutral que Isabeau tuvo la seguridad de que a pesar de la situación de vida o muerte que se desarrollaba en el asiento trasero, él y Elijah habían intercambiado una rápida sonrisa. No le importaba que todos ellos estuvieran riéndose a su costa. Ella estaba fijando los límites. Rio le había puesto un arma en las manos, le había gritado, gritado y la había obligado a calmar a un leopardo al acecho. Ya había tenido suficiente de testosterona y de leopardos macho dominantes. Le dedicó a Rio la mirada furiosa más felina que pudo, retándolo a que lo intentara.
– Gatita -refunfuñó Rio en voz baja-. Vas a tener que contenerla.
– Yo lo haré -aseguró Conner.
– Puede intentar contenerme -murmuró Isabeau en rebeldía y sintió a su gata estirarse lánguidamente y sacar las garras.
Rio puso los ojos en blanco.
– Mujeres -dijo en voz baja.
Todos eran leopardos, por lo que era imposible que dejaran de oírlo.
– Hombres -respondió ella en voz baja de forma infantil.
– ¿Dónde esconderemos a Teresa? -preguntó Marcos-. Me siento responsable de ella.
– En algún lugar donde no la encuentren y desde donde no pueda ponerse en contacto con nadie -dijo Rio.
– Adán tiene un primo -dijo Conner- que no vive lejos del lugar al que nos dirigimos. Si no puedo persuadir al doctor de que nos ayude, podemos recurrir a él.
– ¿Cuánto conoces al doctor? -preguntó Rio.
– Bastante bien. Él y mi madre eran amigos. Jugaban al ajedrez. De hecho me enseñó a jugar al ajedrez. Nunca traicionaría a nuestra gente.
– Cambia de lugar conmigo -dijo Elijah, con voz fatigada.
Isabeau oyó crujidos en el asiento trasero.
– Por ese camino, Felipe -gritó Conner-. La tercera granja. Ahora que está retirado, ejerce la práctica en su domicilio.
La carretera estaba llena de profundos baches. Podía imaginarse a un leopardo eligiendo ese lugar para vivir. El bosque invadía las casas y las granjas estaban bien distanciadas una de otra, lo que otorgaba abundante intimidad. Pasaron dando botes frente a las dos primeras granjas, en ambas ocasiones salió alguien al porche para atestiguar que pasaban. Era evidente que los motivaba algo más que la curiosidad y ella se preguntó si también serían leopardos. Se dio cuenta de que volvía a ponerse nerviosa, o tal vez su ansiedad no había tenido oportunidad de disiparse. El hecho de que todos los hombres comprobaran sus armas y Rio le deslizara una pequeña Glock, no ayudó mucho.
– Tómala -siseó-. Solo por si acaso.
Descubrir la forma en que tenían que vivir estos hombres fue toda una revelación. Sabía que era lo que habían elegido y que ella también estaba optando al igual que ellos, porque ella elegía a Conner ahora y siempre. Tomó el arma y la comprobó para asegurarse que tenía el cargador lleno y el seguro puesto.
Elijah volvió a tomar el lugar de Conner para que éste pudiera ponerse un par de vaqueros antes de que Rio abriera la parte trasera del SUV. Se dirigieron hacia el porche juntos. Conner llamó a la puerta y aguardó. Pudo oír movimientos: a una, no, a dos personas. Una tenía el andar más pesado que la otra. La de andar más pesado se acercó a la puerta y la abrió, no sólo una rendija para espiar, sino más bien ampliamente, como dando la bienvenida.
– ¿Qué puedo hacer por…? -la voz se quebró al ver el cuerpo desgarrado de Conner-. Entra.
– Doctor, soy Conner Vega. ¿Me recuerda? Tengo a un muchacho en mal estado. En muy mal estado. Un ataque de leopardo. Necesitamos su ayuda.
El doctor no formuló preguntas sino que les hizo señas para que entraran al muchacho.
– Lo siento, Doc, pero debemos saber quién está en su casa -dijo Conner.
– Mi esposa Mary -respondió el doctor sin vacilar-. Tráelo dentro, Conner. Si es tan mortal como insinúas y tu amigo tiene que efectuar un registro, dile que se apresure.
Rio entró a la casa y Conner corrió de regreso al SUV, haciéndoles señas a los demás para que llevaran a Jeremiah. Isabeau se puso a la retaguardia para proteger a Elijah mientras llevaba a Jeremiah a la casa. Leonardo se quedó en el porche. Felipe y Marcos se fueron en el coche, llevándose a Teresa con ellos, presumiblemente hacia la casa del primo de Adán, pues sabían que allí el hombre de la tribu la cuidaría.
– Heridas punzantes en el cuello. Hemos estado respirando por él la mayor parte del tiempo -explicó Conner mientras Elijah tendía a Jeremiah en la mesa de la pequeña oficina del doctor.
Colgaron la bolsa de fluidos en el gancho y se apartaron para dejarle espacio al doctor.
– ¡Mary! -gritó el doctor-. Te necesito. Esto es más importante que tu comedia.
Ella entró, era una mujer pequeña con cabello cano y ojos risueños.
– Yo no miro comedias, vejestorio y tú lo sabes.
Le dio un golpe con un periódico enrollado cuando pasó junto a él, de camino hacia el fregadero donde se lavó las manos y se puso guantes.
– Sal de aquí, Conner. Pero no te vayas lejos. Eres el siguiente y luego la joven -ordenó el doctor gruñón-. Y no te pasees como sueles hacerlo. Siéntate antes de que te caigas. Hay café caliente en la cocina.
Mary los miró por encima del hombro.
– Y pan fresco debajo del paño de cocina -dijo antes de inclinarse sobre Jeremiah.
Conner los observó trabajar juntos fluidamente, casi sin hablarse, pasándose instrumentos uno a otro, el doctor gruñía y negaba con la cabeza ocasionalmente.
Isabeau enlazó los dedos con los de él y lo miró a la cara. Estaba exhausta y preocupada. Él le apretó la mano y tiró, saliendo de la habitación. Elijah los siguió renuentemente.
– ¿Es bueno? -preguntó.
Conner asintió.
– Todos los leopardos acudían a él. Puede que ahora esté retirado, pero sabe lo que hace. No lo dejará morir si existe la posibilidad de salvarlo. Su nombre es Abel Winters. Doctor Abel Winters. Vivió en nuestro pueblo durante un tiempo, pero se fue antes de que mi madre y yo lo hiciéramos. Obviamente era muy joven y probablemente fuera a estudiar. En realidad yo no lo recuerdo, porque era muy pequeño pero mi madre sí. Ella conocía a todo el mundo en nuestro pueblo.
Miró a su alrededor buscando una toalla que pudiera mojar para intentar limpiar algo de la sangre que lo cubría antes de sentarse
– Cuando se mudó a la cabaña, mi madre me llevaba a él para que me curara los habituales huesos rotos. Mi transformación ocurrió relativamente temprano y solía saltar desde la cubierta forestal, intentando efectuar el cambio en mi camino hacia abajo. Me rompí una buena cantidad de huesos de esa forma.
Elijah rió.
– Apuesto a que sí.
La tensión se aflojó un poco. Isabeau tomó la toalla de manos de Conner y él se inclinó sobre el lavabo y se apoyó en el borde mientras ella intentaba limpiar las partes más ensangrentadas.
– Maldición, eso duele como el infierno. Iré a buscar una ducha.
Ella deseó ir con él, pero se quedó en la cocina con Elijah, sintiéndose torpe y fuera de lugar.
– Lo hiciste bien Isabeau -dijo Elijah, rompiendo el incómodo silencio.
– Estaba asustada. -No lo miró, en vez de ello miró a través de la ventana-. Muy asustada.
– Todos lo estábamos. Sabía que corría un gran riesgo al intentar llegar hasta Jeremiah y esperaba que el francotirador me disparara en cualquier momento. Imagino que tú esperarías lo mismo.
Ella sacudió la cabeza.
– No, yo esperaba que le disparara a Conner. Él tenía el mismo problema que yo. No quería dispararle a su amigo. Yo no quería acertarle a Conner.
Apartó los mechones de cabello que caían alrededor de su rostro.
– ¿Qué significa «marcar», Elijah?
Él frunció el ceño.
– ¿En qué contexto?
Volvió a evitar su mirada, sintiéndose cohibida, la fijó en el suelo.
– Como las marcas que accidentalmente le hice a Conner en el rostro. ¿Qué significa eso en el mundo del leopardo?
Él se encogió de hombros.
– Es tu compañero, así que no es gran cosa. Pusiste tu marca sobre él. Más profundamente que al nivel de la piel. Tienes un cierto compuesto químico en tus garras. Puedes transferir ese compuesto al cuerpo de un hombre. Eso fue lo que hiciste cuando arañaste a Conner. Tú no sabías lo que estabas haciendo, pero tu gata sí. Se aseguró de que él la deseara. Habitualmente una hembra no suele hacer eso a menos que esté en pleno Han Vol Dan. No puedo decir que nunca ocurra y la prueba está, en que tu felina marcó a Conner, pero probablemente ese sea el mayor riesgo durante la manifestación.
– Entonces ¿qué ocurre si marca a alguien que no es su compañero?
Elijah se irguió lentamente, el silencio se extendió angustiosamente hasta que se sintió obligada a enfrentar su mirada.
– ¿Fue eso lo que ocurrió, Isabeau?
– ¿Qué cosa ocurrió? -preguntó Conner entrando a zancadas en la habitación, secándose el cabello con una toalla. Llevaba los vaqueros caídos en las caderas y las profundas laceraciones, las marcas de mordidas y la piel desgarrada resultaban muy evidentes.
Ella se mordió el labio con fuerza. Tenía el mal presentimiento de que Elijah iba a revelar algo que ella no quería saber.
– Isabeau quiere saber qué ocurriría si marcara a alguien que no fuera su compañero.
Allí estaba ese silencio otra vez, extendiéndose hasta que se le pusieron los nervios de punta.
– ¿Isabeau? -preguntó Conner-. ¿Fue eso lo que ocurrió?
Ella eludió la pregunta.
– Encontré un cadáver en el jardín. Creo que Philip Sobre es un asesino en serie.
Para evitar mirar a ninguno de los dos, fue hacia el otro lado de la mesa y levantó el paño de cocina, revelando la hogaza de pan recién horneada.
Su declaración fue recibida en silencio. Sintiendo que la miraban, se volvió. Conner parecía aturdido.
– ¿Qué encontraste, qué?
Cortó el pan y lo puso en un plato. Estaba tibio y su aroma era paradisíaco.
– Un cadáver. Alberto me habló de cómo diseñar y plantar un jardín. Aparentemente es jardinero y uno muy bueno. Me invitó a que diera un vistazo. Él me esperaría junto al estanque.
– Ve a la parte del cadáver, Isabeau -dijo Elijah.
– Y a lo de marcar a otro hombre -la alentó Conner.
Tomó un platillo con mantequilla de manos de Elijah y untó dos rebanadas, luego empujó los platos hacia ellos antes de servir café.
– ¿Alguno lo toma con crema?
Conner dejó la taza de café, rodeó la mesa y le rodeó la cintura con el brazo.
– Deja lo que estás haciendo y siéntate. Debes decirnos qué ocurrió.
Isabeau permitió que retirara una silla y la sentara en ella. Los dos hombres también se sentaron. Ella sacudió la cabeza.
– No sé si Alberto sabía que el cuerpo estaba allí y quería que yo lo encontrara. Tal vez quería que yo llamara a la policía y denunciara a Sobre.
– ¿Estás segura de que era un cadáver? -preguntó Conner.
– Muy segura. Me acerqué a él. Algo, un animal, había estado cavando. Había insectos y olor a descomposición. Vi un dedo. Era un cadáver. Retrocedí y borré cualquier evidencia de mi presencia. No sabía qué hacer. No confiaba en Alberto ni en su guardia. No daba señales de ser otra cosa que un agradable anciano, pero a mi gata no le agradaba que me tocara y simplemente tenía esa sensación… -se presionó el estómago con la mano y miró a Conner con impotencia.
Él le tomó la mano y se llevó la punta de sus dedos a la boca.
– Lo siento, cariño, nunca debí permitir que te mezclaras en esto. Si hubiera estado pensando coherentemente, te hubiera escondido en algún lugar seguro hasta que todo hubiera terminado.
– No hubiera ido. Yo comencé esto, Conner y me aseguraré de verlo terminado. Alguien tiene que detenerlos.
Elijah tomó un sorbo de café y emitió un sonido apreciativo.
– Lo ha hecho genial, Conner. Se acercó a dos leopardos cuando estaban enzarzados en medio de una lucha y le disparó al hijo de puta. Encontró un cadáver en el jardín y no gritó como una demente. Se mantuvo en calma y quitó toda evidencia de haber estado allí.
La evaluación de la situación de Elijah, la tranquilizó. Le dedicó una rápida sonrisa.
– Cuando me estaba retirando apareció Ottila. Me cortó la vía de escape. Estábamos metidos en medio de tupidos matorrales y estaba bastante segura de que Jeremiah no podía apuntarle bien. Lo que no supe hasta más tarde fue que los dos renegados habían asumido que habías puesto un tirador en el dosel y que Ottila era la carnada que atraería a Jeremiah para que Suma le diera caza.
Conner volvió a cubrirle la mano para aquietar sus dedos que golpeteaban nerviosamente sobre la mesa.
– Nadie podía haberlo sabido, Isabeau.
– Quizás, pero probablemente tú te hubieras dado cuenta de lo que estaba haciendo. Él habló en vez de actuar. Sabía que Harry y Alberto podían aparecer en cualquier momento pero continuó hablándome. Debí haberme dado cuenta. No lo hice hasta que intentó tentarme diciendo donde estaba Suma. Intenté atraerlo a un lugar abierto, hablando y dando pequeños pasos hacia atrás. Él me siguió, pero luego me agarró, y cuando di la señal, Jeremiah no disparó.
Se mordió el labio con fuerza, el recuerdo de ese momento la aterraba. En aquel momento no había podido abandonarse al miedo, pero ahora, estando a salvo con Elijah y Conner y lejos de Ottila, se puso a temblar. Bajó los ojos, avergonzada, pero decidida a contárselo todo a Conner.
– Y entonces ella se puso toda amorosa.
Conner se enderezó en la silla. Elijah tomó otro sorbo de café.
– Continúa -la alentó Conner.
El contacto de sus dedos sobre los de ella le aportó valor.
– Él se puso realmente desagradable e intentó obligarme a ir con él, entonces ella, mi leopardo, le golpeó fuertemente el brazo. Lo marcó. Él dijo algo al respecto que me hizo pensar que yo había hecho algo mal… algo más además de defenderme. Fue por la forma en que lo dijo.
Conner cruzó la mirada con Elijah por encima de su cabeza. Volvió a levantarle la mano y se la llevó a la boca para morderle suavemente las puntas de los dedos.
– Está bien, Isabeau. Lograste escapar. Utilizaste los medios necesarios que tenías a disposición y no entraste en pánico.
– Pero ¿qué significa?
– Tiene derecho a desafiarme por ti.
El corazón le dio un brinco. Ottila era fuerte. Tenía confianza en sí mismo. Pensó que el hecho de que no le disparara era significativo. Ella estaba a campo abierto. Los dos leopardos estaban rodando juntos, salvajemente enredados, pero la mayor parte del tiempo había sido ella la que había estado más expuesta. Tenía un rifle en las manos y él debía saber que estaba intentando dispararle a Suma y aún así Ottila no le había disparado. Apoyó la cabeza en la mano.
– Estoy cansada, Conner. Lo único que quiero es acostarme unos minutos. Tal vez tomar una ducha primero. Juro que esa gente me hace sentir sucia solo por estar en la misma habitación que ellos.
– En el bosque, hay un centro turístico que es propiedad del hijo del doctor. La mayoría de los que se quedan en el área son leopardos porque no es muy conocido, no lo anuncian, se da a conocer mayormente por el boca a boca. Esta noche podemos quedarnos allí. Tienen cabañas individuales. Estaremos lo suficientemente cerca de Jeremiah como para mantenerlo vigilado y al mismo tiempo estaremos a salvo. Este camino parece terminar en un callejón sin salida, pero hay una pequeña ruta lateral un kilómetro y medio más arriba, que serpentea internándose más profundamente en el bosque. La mayor parte del tiempo es transitable. A veces no lo es, después de una lluvia copiosa.
El doctor entró en la habitación, con aspecto cansado. Retiró una silla de la mesa y se hundió en ella.
– Vivirá, pero su voz será muy diferente. Y tendrá que hacer algo de terapia para deglutir. Está respirando y eso es lo que cuenta. -Suspiró y miró directamente a Conner, con ojos exigentes-. ¿Quieres decirme en que te has metido? Tú no le hiciste eso a ese muchacho, ¿verdad?
Conner pareció un poco conmocionado.
– No. Debí haber supuesto que eso sería lo que parecería. Fue atacado y yo intervine. Elijah lo sacó de allí. No querrá involucrarse en esto, Doc.
– Me involucraste al traer a ese chico aquí.
Conner se encogió de hombros y miró a Elijah.
– Imelda Cortez rapta niños del pueblo de Adán. También se llevó a mi medio hermano y mató a mi madre.
– Ah. -Había pocas cosas que impresionaban al doctor, pero estaba visiblemente conmocionado-. En ese caso, deja que llame a mi hijo y te consiga un lugar donde quedarte. Los demás hombres van a necesitar algo caliente que los mantenga en pie mientras te atiendo a ti.