Capítulo 10

Las rutas de escape fueron difíciles de establecer. Isabeau, montada en el helicóptero con Rio y Elijah, se encontró utilizando unos prismáticos y esforzando los ojos para divisar el pequeño globo atado a un árbol. Había sido trabajo de Jeremiah trepar al árbol y marcar el lugar con un globo, señalando al helicóptero donde debían dejar caer los suministros a lo largo de la ruta de escape. Entonces, Conner guardaría los suministros y marcaría el lugar para que cualquier miembro del equipo supiera donde recuperar el alimento, el agua y el armamento. Incluso con el globo brillante, el dosel era casi impenetrable, un mundo a gran altura que cortaba todo bajo el cielo, haciendo muy difícil localizar el objetivo.

La selva tropical parecía diferente desde el aire. La niebla parecía colgar como velos de encaje a través del dosel. Los árboles extraían mucha humedad de las nubes en los que estaban amortajados. Isabeau casi se sentía como si pudiera estirarse y tocar las cortinas que se adherían a ramas y hojas. Se olvidó de estar asustada, aunque el helicóptero corcoveara continuamente cuando el viento entraba en ráfagas. Rio lo mantuvo justo por encima de las copas de los árboles una vez hubieron localizado el globo de Jeremiah.

Ella admiró la eficiencia con que trabajaban y se dio cuenta de que habían perfeccionado definitivamente la suave manera en que el equipo funcionaba. Quería ser parte de ello o como mínimo, sentir como si contribuyera de alguna manera. Trató de aprender mirándolos e incluso envidiaba un poco a Jeremiah por poder participar activamente.

Una vez de vuelta a la cabaña, donde comieron y desmenuzaron cada cosa concebible que podría fallar y cómo prepararse para ello, Isabeau se encontró fundida en las sombras para mirar a Conner mientras hablaban. Adoraba ver el juego de luz sobre su cara, profundizando el efecto de un hombre duro y peligroso. Era inteligente y seguro de sí mismo y el sonido de su voz se había convertido en un redoble en sus venas. Cada aliento que tomaba expandía su pecho y ondulaba los músculos bajo la delgada tela de su camisa.

Conner parecía magnético todo estirado en la silla, perezoso, como sólo un leopardo podría ser. Sus vaqueros eran cómodos, encerrando las piernas largas mientras reclinaba la silla, los ojos medio cerrados, su atención en la conversación, por lo menos parecía estar enteramente concentrado allí. Levantó la mirada de golpe y la encontró en las sombras y el corazón de Isabeau comenzó a palpitar con ese mismo redoble de las venas. Ella sintió que la matriz se contraía y un calor líquido empapó sus bragas.

Una mirada ardiente. Recordaba eso tan bien. Él raramente decía algo, sólo con mirarla la podía poner en un estado de excitación. Era peligroso, sexy como el infierno. No podía apartar los ojos de él. Cuando él hablaba, su voz se vertía por el cuarto con la misma intensidad con que sus ojos dorados se fundían. Él la hipnotizaba como el leopardo hacía con la presa. Una vez su mirada la encontraba, se centraba en ella, ya no podía encontrar aliento. No podía pensar claramente.

Isabeau trató de analizar cómo podía tener tal efecto hipnótico y perturbador sobre ella. Todo su cuerpo reaccionaba a él. Los pechos le dolían, se sentían hinchados, sensibles y necesitados. El cuerpo latía con esa necesidad, ese anhelo terrible que parecía que no podía saciar. Él parecía intensamente masculino, una tentación sensual que no podía resistir.

La mano de Conner agarró casualmente el cuello de una cantimplora e inclinó el contenido por la garganta, la acción tensó el cuerpo de Isabeau. Un escalofrío de conocimiento bajó por su espina dorsal. Adoraba la manera en que él se movía, la fuerza, la seguridad que exudaba. Todo acerca de él la llamaba, incluso su dominación arrogante. Ella no podía culpar de su reacción a su gata. Esta era la mujer, o quizá ambas, quienes le anhelaban.

Él parecía un pecador con las piernas extendidas delante suyo y esa protuberancia gruesa y tentadora con la que ella estaba tan familiarizada tirando de los vaqueros desteñidos y gastados. Quería arrastrarse sobre él y rasgar la ofensiva tela para llegar al premio oculto. La boca se le hizo agua al recordar el sabor y la textura de él, la manera en que la mano le agarraba del pelo y el sonido de sus gemidos al gruñir. El había sido tan paciente con ella mientras trabajaba para aprender cómo darle placer, y siempre le había hecho sentir como si ella fuera sexy y excitante. Le había murmurado instrucciones y ella había obedecido, temblando con necesidad, con querer complacerlo. Lo que ella hacía por él era recompensado cinco veces. Él podía hacer cosas, sabía cosas acerca de ella que nunca podría compartir con otro hombre.

La mirada de él cayó a las manos que rodeaban descuidadamente la botella, ella recordó la sensación de las palmas ásperas en los senos, entre los muslos, los dedos que se deslizaban profundamente para acariciar y volverla loca de necesidad. Tragó con fuerza cuando él inclinó la botella a los labios otra vez, atrayendo la atención a la boca. Caliente. Sexy. Tan seductora que nunca podía resistirse. La boca de él había sido despiadada, conduciéndola arriba tan rápido que recordaba que nunca podía recobrar el aliento. Con las manos de Conner en las caderas, sujetándola abajo, manteniéndola abierta para su banquete, había sido tan fuerte y excitante, incluso estremecedor. Cuando la lengua la penetraba, apuñalando en lo profundo, dando golpecitos, los dientes fuertes excitando, ella se sacudía. Isabeau había utilizado los talones para tratar de salir de debajo de él, pero él la había sostenido rápidamente, lanzándola a un orgasmo feroz, uno que ella nunca olvidaría. Había sido la primera vez que había chillado bajo los servicios de la boca y nunca había parado.

Quiso chillar otra vez. En voz alta y sentir el placer que subía como una onda de la marea. Miró con fascinación como inclinaba la botella otra vez. Bajo ese acto, esos ojos dorados la encontraron en la sombra. Había una oscura lujuria patente en los ojos. Él no hizo nada para ocultar lo que deseaba de ella mientras la mirada viajaba de manera posesiva sobre su cuerpo.

Ella se congeló, como haría la presa de un leopardo, el aliento atrapado en los pulmones, los músculos del estómago ondularon y se apretaron. Bajo esa mirada directa, ella podía sentir como la humedad se le reunía entre los muslos. La excitación la hacía temblar de necesidad.

Alrededor de él, los hombres se movieron incómodamente y Rio disparó a Conner una mirada cargada de intención. Conner se levantó sin una palabra, poniendo el agua sobre la mesa y tendiendo la mano a ella.

– Vamos. Regresaremos mañana.

Su voz era áspera con la misma lujuria oscura que la había atrapado a ella. No estaba sola en su tormento. Podría ver que la impresionante protuberancia había crecido aún más gruesa de lo que había sido. Puso la mano temblorosa sobre la de él. Conner estaba cálido, incluso caliente, podía sentir el calor que se derramaba de su cuerpo para envolverla. No miró a los otros, ni siquiera le importó que probablemente olfatearan su excitación. El corazón le latía con fuerza y su cuerpo pulsaba con deseo líquido. Los senos se sentían pesados, doloridos, los pezones eran unos brotes apretados y duros. Los muslos le temblaban y la lujuria bailaba en sus venas, como pequeñas descargas eléctricas que corrían desenfrenadas por los músculos y sobre la piel.

Conner agarró una mochila grande y entonces la sacó a la galería. Ella le siguió por la escalera sin una palabra. La lluvia había comenzado otra vez, una llovizna suave que apenas penetraba el dosel. Las pocas gotas que lograron aterrizar sobre ella parecieron crepitar y convertirse en humo con el calor que emanaba de sus cuerpos. Él no dijo nada en absoluto, no la miró ni siquiera después de que estuvieran muy lejos de la cabaña, en la seguridad y el refugio de los árboles.

Él no tenía que decir nada. El aire se espesó en torno a ellos hasta que cada paso llegó a ser difícil. Cada aliento que ella tomaba era entrecortado y jadeante. La palma de Conner ardía en la parte baja de su espalda, justo encima de las nalgas, mientras se movían por un sendero estrecho y cubierto de hierba. Los pasos eran seguros en la oscuridad, los ojos de Conner exhalaban el extraño brillo nocturno de su leopardo.

Ella nunca había sido más consciente de su propia feminidad. Su cuerpo se había vuelto suave y maleable, latiendo con una necesidad dolorosa, con cada paso, su centro se apretaba y se humedecía. El sonido de cigarras subía y bajaba, el siempre presente estridente sonido se añadía a las terminaciones nerviosas en carne viva. A lo lejos, en la oscuridad, pudo oír un coro de ranas y luego la llamada de un pájaro. Una ramita chasqueó. Conner nunca vaciló. Caminaba con absoluta seguridad, todo gracia fluida y ondulantes conjuntos de músculos, así que cada vez que le rozaba la piel sensible, se quedaba sin aliento y una multitud de mariposas volaban en el estómago.

Sin avisar, él giró bruscamente, dejó caer el paquete y la tiró hacia él. Las manos la agarraron con fuerza y ella sintió la tensión que fluía como un río, enviando un estremecimiento de anticipación por su espina dorsal. Deliberadamente, ella le lamió la longitud de la mandíbula y luego trazó un camino de besos por la ensombrecida mandíbula antes de chuparle el lóbulo de la oreja y tironear con los dientes.

El aliento de Conner estalló en un fuerte jadeo y la condujo hacia atrás hasta que ella se adhirió a él para no caer. Los dientes le arañaron la garganta y le pellizcaron el hombro antes de que la boca volviera a reclamar la de ella, la lengua barriendo el interior. Él no sólo la besaba, la reclamaba, la devoraba como si fuera su última comida.

– ¿Sabes cómo de jodidamente largo ha sido este tiempo sin ti? -Su voz era un cruce entre un gruñido y una acusación. Arrastró su cuerpo hasta que se apretó contra el de él, apretando su gruesa erección contra el montículo que latía.

Un gemido bajo escapó cuando ella envolvió los brazos alrededor de su cuello.

– No puedo esperar.

– Debería hacerte esperar. -Trazó un camino de besos sobre la cara, luego atrapó la boca con la suya otra vez, una marca despiadada que envió el fuego que ya ardía entre ellos fuera de control.

Isabeau casi sollozó mientras trataba de quitarle la camisa.

– No puedo esperar, ni otro minuto. Te necesito dentro de mí. -Estaba más allá del orgullo con él. Siempre había sido así cuando estaban juntos. Ella no tenía control y no fingía tampoco, no cuando él apretaba su hinchada erección contra ella y su cuerpo entero gritaba por el de él.

– No me dejes otra vez, Isabeau. ¿Comprendes? -Su voz áspera, dura incluso, un sonido sensual y hambriento que hizo que sus rodillas se debilitaran.

Las manos de Conner estaban por todas partes, tirando de la ropa, deslizándose contra piel desnuda, instándola a salir de los vaqueros cuando ella apenas era consciente de lo que estaba sucediendo. Unas pocas gotas de agua lograron resbalar por el dosel espeso y frondoso y crepitaron contra la piel caliente de ella. Las gotas frías casi ardieron, ella estaba tan sensible.

La boca de Conner estuvo sobre la suya otra vez, caliente y hambriento, las lenguas se acariciaron, se batieron en duelo, mientras los gemidos escapaban para mezclarse con el incesante canto de las cigarras. El aliento entraba entrecortadamente y ella no podía acercarse lo suficiente, deslizó las manos sobre la piel desnuda, tirando de la pretina de los vaqueros para poder deslizar la mano dentro de la tela y acariciar la gruesa excitación.

El aliento estalló en los pulmones de Conner. Ahuecó el peso suave de los senos y bajó la cabeza. Los ojos dorados ardían con fuego líquido mientras la veía observar como descendía su boca. Ella había olvidado cuán intensa podía ser la sensación de la boca sobre el seno. Se estremeció, echando la cabeza atrás, arqueando la espalda para darle mejor acceso, un suave grito escapó.

Los dientes tironearon del pezón y la humedad caliente se reunió entre los muslos. Ella tembló con placer, retorciéndose bajo el asalto de la boca. La manera en que los dientes y la lengua le acariciaban los senos era adictiva, intoxicante, se sintió casi borracha de placer. Rayos de fuego golpearon su sangre y lamieron su centro caliente, conduciendo su necesidad más allá de cualquier cosa que jamás hubiera conocido. Casi sollozó, clavó las uñas en las caderas de él, tratando de conectar sus cuerpos.

– Dilo para mí, Isabeau. Quiero oírte decir que nunca me dejarás.

Le habría prometido cualquier cosa y lo que le estaba pidiendo no era más de lo que deseaba con cada aliento.

– Nunca, Conner.

– Tengo tu palabra.

Incluso el modo en que lo dijo la puso más caliente, eso demostraba cuán lejos estaba ella. Él la levantó, para que le cabalgara la ingle, y entonces enganchó un muslo sobre el brazo, forzándola a abrirse completamente a él. Era enormemente fuerte, los poderosos muslos como columnas gemelas que les soportaban a ambos, las manos le agarraron el culo. Ella sintió la cabeza ancha e hinchada de la erección presionando en la entrada y trató de empujar hacia abajo para reclamarlo, pero él la sostuvo sobre el premio, la cabeza alojada en ella para que sintiera cada centímetro de la lenta y firme entrada.

La polla de Conner era gruesa y larga y su invasión le estiraba la vagina, incluso con su bienvenida resbaladiza, hasta lo imposible. Ella no había estado con nadie más en todo ese tiempo y él sabía que sería incómodo para ella. Quiso ir con cuidado, asegurarse de que ella experimentara placer, no dolor. Siseó el aliento, apretó los dientes cuando el abrasador calor le agarró, le consumió, le llevó casi más allá de su control.

Las pequeñas súplicas sollozantes de ella sólo agregaron más combustible al fuego. Él podía sentir lenguas de llamas lamiéndole las piernas hasta quemar sus pelotas y asentarse como un estallido en la ingle. Ella le quemaba, terciopelo suave, más caliente que el infierno, tan apretada que le atrapaba como un torno. Gruñó una orden, incapaz de hablar con claridad, pero no importó. Ella sabía qué hacer, él se había asegurado de eso. Él nunca había comprendido a los hombres que no hablaban con sus mujeres acerca de la intensidad del placer entre un hombre y una mujer. Él creía en averiguar todo lo que podía acerca de su compañera, lo que la complacía, lo que la convertía en una amante sollozante e implorante dispuesta a darle a él la misma consideración cuidadosa.

Ella comenzó a moverse, una cabalgada lenta y deliciosa que él sintió desde la cima del cráneo a los dedos de los pies. Cada movimiento enviaba impulsos eléctricos que le atravesaban. Estaba desesperado por ella. En su inocencia, ella no tenía la menor idea de lo que le hacía. Su cuerpo encajaba perfectamente. Los senos eran hermosos, le rozaban el pecho con cada movimiento mientras corcoveaba las caderas. El pelo sedoso le quemaba la piel. Luchó por calmar el corazón desenfrenado y permanecer bajo control, pero el cuerpo de Isabeau se volvía más caliente y más apretado con cada golpe.

La sintió respingar cuando se asentó dentro de ella completamente, perforando la cerviz. Le murmuró suavemente, esperando que su cuerpo se acomodara al suyo. Todo el tiempo, mantuvo los dientes apretados, respirando a través del brutal placer.

– ¿Estás bien? -Las palabras salieron más ásperas de lo que pretendía, pero a ella no pareció importarle, ya que movió la cabeza y asintió con énfasis.

Él dobló las rodillas y se condujo hacia arriba, su suave gruñido un sonido oscuro y peligroso que acalló a las cigarras más cercanas a ellos. Ella sollozó de placer. El ángulo que él tenía, con el muslo sobre el brazo, le permitía crear fricción en la mayoría de los lugares sensibles. Bajó la cabeza a la tentación de la garganta y le dio una serie de lametones eróticos, los dientes rasparon de aquí para allá, dando varias mordeduras hambrientas.

Golpeó en su ardiente calor, necesitando sus estremecimientos, sus pequeños gritos jadeantes. Tenía que encontrar un modo de sujetarla a él a través de la tormenta venidera. Estaba desesperado por atarla irrevocablemente a él. Quería que ese orgasmo fuera el mejor que ella hubiera tenido jamás, quería que ella asociara todo ese éxtasis abrumador solamente con él. No podía perderla otra vez. No sobreviviría y los días venideros probarían la fuerza de lo que tenían juntos.

Fue implacable, conduciéndose más y más profundo, aún cuando sentía que el cuerpo de ella le agarraba como tenazas. Siguió entrando en ella una y otra vez, enterrándose en el paraíso, mientras unos relámpagos restallaban sobre su piel y los cohetes estallaban en su cráneo. La vagina pulsó entorno a él y los músculos le sujetaron.

– No, cariño. No te muevas. -Su voz fue más un siseo que una orden verdadera. Estaba seguro de que estaba loco de puro placer.

El cuerpo de ella se fundió alrededor del suyo, el infierno se volvió imposiblemente más caliente mientras se hundía una y otra vez, hasta que sintió cada terminación nerviosa que tenía centrada en su miembro. Ella se tensó. Abrió los ojos de par en par. Había una insinuación de temor mezclado con anticipación. Los ojos se le volvieron opacos y clavó las uñas en los hombros.

– ¿Conner? -Su voz era suave. Inestable.

Él la adoraba así, mirándole con esa mezcla ardiente de inocente y sirena. Su cuerpo cabalgaba el suyo, un líquido caliente le bañaba con cada empuje de su cuerpo. Sentía como el cuerpo de ella se preparaba, dando vueltas en espiral, el apretar erótico causaba una exquisita fricción que aumentaba.

– Cerca, nena, aguanta.

Ella sacudió la cabeza frenéticamente mientras su cuerpo se tensaba más, la tensión seguía creciendo hasta que ella temió que no podría soportarla. No parecía haber liberación de este terrible calor que crecía. El miembro se estrellaba contra ella, se introducía más profundamente, levantándola, más y más alto hasta que casi sollozó, mitad asustada, mitad en el frenesí erótico.

– Eso es, cariño. Déjate ir. Vuela para mí. En este momento. Conmigo -ordenó y deliberadamente bajó la cabeza y le mordió suavemente, la suave unión entre la garganta y el hombro. No era donde su gato prefería, pero era lo que a su gata le gustaba y él sabía que ella obedecería subconscientemente, liberando su cuerpo para experimentar una serie agotadora de orgasmos.

Él sintió que el cuerpo de ella le apretaba, la funda de terciopelo sufrió espasmos, onduló y luego le agarró y ordeñó. Echó la cabeza atrás y rugió su propia liberación. Alrededor de ellos los insectos y las ranas cesaron su coro nocturno, el sonido de las voces se elevó en la lujuria y el amor, mezclándose juntos para formar una armonía profunda.

Él enterró la cara en el cuello y la sostuvo en los brazos, absorbiendo su forma, el milagro de ella. Había pasado tanto desde que la había sostenido, amado, tomado todo lo que ella era y entregado todo lo suyo.

– Te he echado de menos. -Era una declaración ridícula. «Echar de menos» no comenzaba a cubrir en absoluto cómo se sentía. Había estado solo sin importar dónde estuviera, cuántos le rodearan. Apenas podía respirar sin ella. Pero sería aún más tonto decirlo.

Trazó un reguero de besos por la garganta vulnerable, todo el tiempo escuchando el latido de su corazón, ese ritmo veloz tan satisfactorio para él. Ella era suave y maleable en sus brazos, el cuerpo fundido con el suyo. Unidos como estaban, él podía sentir cada réplica y el continuo agarre y liberación de los músculos de ella alrededor de su miembro. Esperó hasta que los estremecimientos se hubieran calmado y el aliento estuviera casi bajo control antes de alejarse suavemente del calor que le rodeaba y dejó que sus piernas cayeran al suelo.

Isabeau osciló en sus bazos y enterró la cara contra el pecho.

– No se suponía que fuera a ser así. Me pierdo en ti.

– Eso nos pasa a ambos -cuchicheó él, los dientes tironeando del lóbulo de la oreja. Adoraba el aspecto de ella después del sexo, el brillo leve de la piel, su cuerpo saciado y débil, la mirada vidriosa en los ojos. Tenía la boca hinchada por sus besos y su cuerpo estaba ruborizado y marcado por el suyo. Inclinó la cabeza a la marca entre el hombro y el cuello y presionó besos hasta que la sintió temblar-. Debemos irnos. Estamos cerca de nuestro destino, Isabeau. Un lugar seguro para pasar la noche.

Ella levantó la cabeza y parpadeó.

– Puedo oír el sonido del agua.

– Vamos a una cascada que conozco. Debemos terminar allí, cariño -incitó.

Isabeau le sonrió cuando se puso de rodillas, usando su fuerte cuerpo para sostenerse. Las yemas de los dedos trazaron el estómago plano y duro, los músculos rígidos y definidos, y entonces se deslizaron alrededor de las nalgas, masajeando mientras le atraía. Ella parecía intensamente hermosa, el pelo desaliñado, derramándose alrededor de la cara angelical, las pestañas velaban sus ojos y las manos subieron por sus muslos. Mirarla con la niebla alzándose en torno a ella, acariciando sus senos y cintura estrecha, le hizo ponerse medio duro de nuevo.

La boca era cálida y húmeda, un baño caliente de intenso amor, la lengua suave como el terciopelo de un gato cuando lamió y chupó suavemente, limpiando sus olores combinados, poniendo atención especial a la cara inferior de la cabeza ancha y acunando la base del pene y por último la bolsa. Ella siempre se tomaba su tiempo, sin importar la situación, sin importar dónde estuvieran. Siempre le desgarraba con el modo en que le hacía sentir tan amado como si esta pequeña tarea fuera lo más importante que podía hacer y adorara y disfrutara hacerla para él.

Y eso siempre le hacía ponerse tan duro como una piedra, de nuevo. Muy suavemente la puso de pie, manteniéndola cautiva con la mirada. Como ella le mantuvo a él. No con su cuerpo ni la boca de fantasía. Ni con sexo alucinante. Con esto, momentos como éste. Tomó su boca, deleitándose en el sabor de ellos dos, esa mezcla explosiva de pecado, sexo, amor y lujuria. Ella le hacía suavizarse por dentro y él sabía que la quería en su vida para siempre.

– Acabamos de empezar, Isabeau -advirtió, los ojos volviéndose dorados y oscuros, su lujuria apenas saciada-. Voy a mantenerte despierta toda la noche.

Isabeau tembló ante la mirada en esos ojos. Le había visto antes así y cuando decía que la iba a mantener levantada toda la noche, sabía que hablaba en serio. Él podía ser brutalmente atento, conduciéndola más allá de todo pensamiento hasta que estaba indefensa en sus brazos, incapaz de hacer nada más excepto lo que él quería. Nunca había sabido que alguien pudiera sentirse del modo en que él la hacía sentirse. Y sólo estaba descubriendo su propio poder. ¿Quién habría pensado jamás que ella podría hacer que un hombre como Conner Vega se estremeciera y gimiera, que sus ojos dorados se oscurecieran con hambre?

– Iré a cualquier sitio contigo, Conner. Guíame. -Se estiró hacia su ropa.

Conner se la quitó de las manos y la metió en la mochila.

– Quiero mirarte. -Pasó la punta del dedo por el montículo del seno, mirando su reacción. Cuando tembló y los pezones se le pusieron de punta, sonrió, se inclinó hacia delante y les dio un golpecito con la lengua a cada uno-. He estado soñando con tu sabor. Quiero comerte como un caramelo, Isabeau. Durante horas. Tumbarte como un banquete y consumirte.

Él era bastante capaz del llevar a cabo su amenaza también. Ella le conocía a él y a sus apetitos. Su miembro ya estaba duro y grueso, contra el estómago musculoso como una bestia hambrienta que esperaba. Se estiró con dedos acariciadores y los bailó sobre él antes de ahuecar las pelotas. Él nunca se movió. No se apartó. Sólo la miró tocarle posesivamente. Su tesoro. Sólo suya.

– ¿Cómo es que el pueblo leopardo puede sobrevivir en la selva tropical cuándo otros depredadores grandes son tan raros? -preguntó cuando de mala gana permitió que los dedos se deslizaran lejos y giraba en la dirección que él había indicado-. Cuéntame sobre ellos.

Él se encogió de hombros con su mochila y la tomó de la mano, se la llevó al pecho mientras caminaban. Como todos los leopardos, estaba cómodo con su desnudez, especialmente en la selva tropical. Era natural para él, pero no para Isabeau. Podía sentir su incomodidad, pero por él, no protestó. Ella le cuestionaba cuando él quería que hiciera algo a lo que temía o que la avergonzaba, pero nunca había dicho no sin intentarlo primero. Él había sido muy cuidadoso con su confianza, porque todo el tiempo con ella había estado mintiendo. Le asombraba y humillaba que ella le pudiera entregar esa clase de confianza otra vez.

– Nosotros no cazamos animales como los otros depredadores necesitan hacer. Quizás cacemos para aprender las habilidades, pero no matamos a nuestra presa. Vigilamos a los otros animales. Para sostener a un gran depredador, necesitas una abundancia de animales como comida. -Indicó el suelo del bosque-. Estamos en una sección de espesa vegetación donde otros animales pueden vivir, pero generalmente, el suelo está desnudo porque la luz del sol no puede penetrar lo suficiente como para que las cosas crezcan. Los carnívoros tienen menos recursos de alimento aquí que los herbívoros.

– Eso tiene sentido.

El sonido del agua se volvió más fuerte cuando el sendero se estrechó y comenzó a inclinarse hacia arriba. Las vides y las flores eran más gruesas en los troncos de árbol, las hojas más anchas y más salvajes con tanta agua disponible. Muchas plantas habían arraigado en los troncos mismos, sin tocar realmente el suelo y vivían en las anchas ramas. Las raíces de las higueras estranguladoras parecían grandes bosques en sí mismas, jaulas retorcidas para que las criaturas se ocultaran dentro. En la oscuridad podía oír el continuo susurro en el dosel de arriba y en las hojas del suelo del bosque.

Su desnudez la hacía sentirse vulnerable, aunque tuvo que admitir que había algo muy sensual y erótico en andar completamente desnuda por una selva tropical de noche con un hombre como Conner. Él tenía la costumbre de protegerla mientras se movían por la maleza, para que ni siquiera las hojas le tocaran la piel. Su mano lo hacía a menudo. Le rozaba la espalda con los dedos, enviando un temblor por toda la espalda. Mientras caminaban deslizaba casualmente la mano por el trasero posesivamente, manteniéndola muy consciente de él.

La cascada entró a la vista cuando rodearon una curva y ella se paró bruscamente para mirarla. Siempre había adorado la solemnidad y la elegancia de las cascadas. Esta era mucho más grande de lo que se había imaginado en su mente. Se derramaba en una cinta estrecha desde el saliente rocoso de arriba, para caer en una piscina ancha hecha de más roca. Desde ahí caía como un velo a una piscina más profunda abajo y se precipitaba en el río mismo.

– Es hermosa.

– Sí, lo es -dijo Conner.

Pero él la estaba mirando. Isabeau podía ver el hambre brillando intensamente. Estaban completamente solos en ese escenario salvaje. Un escenario natural para él. Y Conner no estaba domesticado. Sintió el pequeño estremecimiento de temor. No le quería domesticado. Adoraba la manera en que la hacía sentirse, un poco desequilibrada y enteramente suya. Él dio un paso más cerca y le cogió las manos con las suyas. Levantó las palmas bajo sus senos hasta que el leve peso descansó allí y ella virtualmente le ofrecía el cuerpo.

La sonrisa de Conner fue lenta. Malvada. Seductora. Ella anhelaba esa mirada en su cara, los ojos entrecerrados, el oscuro dorado ardiendo con lujuria por ella. La boca, tan seductora y hábil. Las manos, experimentadas, conocedoras de lo que su cuerpo necesitaba. Y la manera en que la miraba, como si ella le perteneciera, como si su cuerpo fuera suyo y él pudiera hacer lo que deseara con ella. Lo que siempre deseaba parecía ser hacerla gritar de abrumador placer.

Él bajó la cabeza y atrajo un seno al calor de la boca. Instantáneamente el cuerpo de ella lloró de necesidad. Él tironeó del pezón con los dientes y otro chorro de líquido hizo que su matriz sufriera espasmos y apretara en el vacío. Succionó, la boca se volvió más caliente y áspera, casi arrojándola a otro orgasmo. Él dejó caer la mano, forzándola a sostener el seno para el asalto de la boca. Conner deslizó la palma por el vientre hasta bajar al montículo que latía entre los muslos.

Incapaz de detenerse, ella movió las caderas, buscando más. Él apartó la mano y continuó amamantándose del seno. Diminutas mordeduras acompañaban el tirón de los dientes sobre el pezón y las calmaba con pasadas de la lengua. El calor se precipitó por el cuerpo de Isabeau y entonces los dedos de Conner regresaron, trazando pequeños círculos en el interior de los muslos, moviéndose hacia arriba, hacia el calor de su centro. Ese ritmo lento era tortuoso dada la necesidad que aumentaba tan rápida y ferozmente dentro de ella.

– Por favor -susurró antes de poder detenerse. La sangre latía en las venas, atronaba en las orejas y palpitaba profundamente en la vagina.

Los dedos viajaron a través de los recortados rizos húmedos y acariciaron como un rayo los pliegues de terciopelo. Ella gimió suavemente, el sonido armonizó con la sinfonía de los sonidos nocturnos. Miró la amada cara de Conner, las líneas agudizadas por el deseo, las pupilas casi desaparecidas ahora que sus ojos eran completamente felinos. Un escalofrío de temor delicioso le bajó por la espina dorsal ante la mirada de hambre y determinación grabada en esa cara. Dos dedos se hundieron en sus profundidades apretadas y ella jadeó y corcoveó contra la mano invasora.

Él cambió la atención al otro seno y cuando ella lo sostuvo para él, la otra mano se deslizó a las nalgas y ella presionó contra esos dedos.

– Cabálgame, cariño -susurró.

¿Qué más podía hacer ella? Su temperatura corporal subía fuera de control y los músculos apretados y calientes agarraban con avidez esos dedos. Comenzó a empujar las caderas en torno a esa mano y él introdujo los dedos en sus profundidades.

El cuerpo de Conner se endureció más allá del punto de cordura. El suave cuerpo de Isabeau estaba tan dispuesto. Utilizó los dedos como su polla, empujando en ella, absorbiendo la sensación del calor húmedo que se volvía más y más caliente. Isabeau jadeó entrecortadamente y su corazón palpitó fuera de control. Las sensaciones que él estaba creando estaban causando que su cuerpo se tensara más y más, llevándola al borde de la liberación. Él la quería necesitada. Hambriento por él. En el borde. Pero no quería tirarla por encima de él.

Los dientes tiraron del pezón y sintió el espasmo de respuesta en el canal mojado. Bruscamente sacó los dedos.

– Casi estamos allí.

Ella lloriqueó y dejó caer la mano entre los muslos casi compulsivamente, pero él le agarró las muñecas y la tiró contra él.

– Pronto. Ten paciencia.

Le dio un pequeño golpecito en las nalgas y la empujó por el sendero que se dirigía por detrás de la cascada a la cámara donde había escondido suministros a su llegada a la selva tropical hacía una semana, antes de que hubiera informado a Rio.

– Tú has empezado esto -indicó ella, tratando de no retorcerse.

– Y yo lo terminaré. -Su mirada se oscureció más-. Te quiero deseándome.

– Creo que eso es bastante obvio -contestó ella, haciendo pucheros.

Él la ayudó los últimos pasos a través de las piedras. Se agacharon rápidamente para atravesar los bordes de la cascada y llegar a la seguridad de la cámara. Era grande y redondeada, con piedra lisa en las paredes por tres lados. Años antes, cuando Conner había descubierto el lugar secreto, había tallado un asidero en la pared de piedra para una antorcha y más tarde para una linterna de queroseno. La linterna hacía mucho que se había ido, pero la antorcha la había reemplazado unos pocos días antes. La encendió para que pudieran ver en el interior de la cámara.

A Isabeau no le importaba donde estaban, sólo que por fin estaban juntos. Había echado de menos su compañía. Su cuerpo. Y había echado de menos las cosas que él podía hacerle al suyo. Él la miraba con ojos entrecerrados, la cara en sombras mientras la luz lanzaba un resplandor en torno a ella como un proyector. Ella se movió, lenta y tentadoramente para centrar su atención en ella.

– ¿Cómo demonios he podido estar sin ti? -preguntó. Sacó una estera de la mochila y la extendió encima de lo que podía ser un gran banco de arena encima de una piedra lisa.

Era la primera vez que ella había advertido que había arena. Subió encima, quedándose en el borde de la estera y curvó los dedos en la arena. Era increíblemente fina.

– ¿Cómo has conseguido esto aquí?

Conner le tomó la mano, la atrajo a él y envolvió los brazos en torno a ella. Aunque ella estaba de pie sobre varios centímetros de arena, todavía era más baja que él. Frotó la barbilla en su coronilla.

– Mi madre me lo dio como regalo cuando fui joven. Era mi cumpleaños y pensé que ella lo había olvidado. Lo utilizaba como mi escondite. -Echó una mirada alrededor-. Me sentía adulto aquí y cuando la pubertad golpeó, mi chica de fantasía estaba siempre aquí para ayudarme.

Ella levantó una ceja.

– ¿De verdad? ¿Cómo era ella?

– Bastante hermosa, pero nunca estuvo a la altura de la verdadera. -La sonrisa se desvaneció de su voz-. He tenido un año de noches malas, soledad y una polla dolorida, Isabeau. Estaba perdido sin ti. -Se echó para atrás para mirarle la cara. Para juzgar su reacción. No quería hablar de sus sentimientos, del amor, la lujuria y la ira mezclados por completo.

– Lo sé. -Roció una lluvia de besos por la mandíbula-. Estoy aquí. Estamos juntos.

Él la atrajo hacia abajo lentamente, su puño como acero, forzándola a extenderse en la estera. Ella podía sentir la tensión corriendo por el cuerpo de él y como su propio cuerpo respondía con calor. Quizá el fuego nunca se había enfriado. Las manos acariciaron cada centímetro de ella, como si la pintara con pinceladas suaves, o memorizara cada centímetro. Su inspección fue completa y se tomó su tiempo. Justo cuando ella pensó que empezaría a gemir y a suplicar, sin ninguna advertencia él rozó esos dedos fuertes sobre su montículo mojado y ella gritó por el exquisito placer.

Las sombras se movían a través de las curvas paredes de la pequeña cámara. El sonido del agua era constante y fuerte, la caída, un velo grueso que la escondía del resto del mundo. Isabeau estaba tumbada en la gruesa estera en una cámara de piedra detrás de la catarata y giró la cabeza para mirar el agua caer en cascada cómo sábanas blancas brillantes, disfrutando de los suaves toques sobre su cuerpo, pero siempre consciente del calor que crecía, una tormenta de fuego que estallaría sobre ella.

Conner. Su amante despiadado. Cuando él la tocaba, estaba perdida. Y en este momento él quería reclamar cada centímetro de ella. No podía resistirse a su particular marca de posesión. El animal en él rugía cerca de la superficie y la intensidad de su toque reflejaba su hambre por ella. Él se había cerciorado de que estuviera cómoda, siempre se encargaba de eso, antes de tomarse su tiempo para hacer todo lo que quisiera con ella. Ella oyó su propia respiración, jadeos entrecortados que no podía controlar. La anticipación la excitaba tanto como mirarle.

Conner se arrodilló entre las piernas, inspeccionando a Isabeau durante mucho tiempo antes de estirarse y sacar una segunda estera de la mochila. La dobló y la empujó bajo sus nalgas, levantando la mitad más baja de su cuerpo y abriéndola más completamente. La estudió otra vez. Adoraba su aspecto con el pelo esparcido en torno a ella y el cuerpo desnudo y abierto a él. Había humedad rezumando entre los muslos y podía olfatear su excitación.

Dejó caer la mano para cubrir el montículo tentador. Ella dio un tirón, sensible ya con la anticipación. Él adoraba esa humedad acogedora. Había algo tan satisfactorio en ver a una mujer así, tan lista para su atención. Conner estaba hambriento de ella y no fingió nada más, adoraba que ella tampoco lo hiciera. Isabeau no estaba avergonzada de desearle, de mostrarle cuánto le deseaba. Y eso era un afrodisíaco, lisa y llanamente. Todo acerca de Isabeau era un afrodisíaco para él.

Muy lentamente bajó su cuerpo sobre el de ella, cubriéndola completamente como una manta, sosteniéndola, absorbiéndola. Era tan suave, esa larga extensión de piel y curvas femeninas. Se hundió en su calor, escuchando el latido rápido del corazón. Los brazos de Isabeau le rodearon, entrelazó los dedos en la nuca. Ella no se revolvió, no se quejó de su peso. Sólo le absorbió del modo en que él le estaba absorbiendo a ella como si comprendiera esa gran necesidad de simplemente sostenerla.

Después de unos pocos momentos, él frotó su cuerpo a lo largo del de ella, marcándola con su olor, reclamándola, la ensombrecida mandíbula se deslizó cuello abajo donde pellizcó y la besó antes de levantar la cabeza para fijar la mirada en la de ella. Bajó la cabeza lentamente, viendo como ella cerraba los ojos poco antes de que la boca se encontrara con la suya. Cada vez que la besaba, era como si encendiera una cerilla. El calor estallaba. Las llamas ardían, el fuego saltaba y no había vuelta atrás. Sus besos habían sido su caída de la gracia y el honor cuando ella era completamente inocente. Ahora, la boca se movía bajo la de él, la lengua acariciaba e incitaba hasta que él estuvo ardiendo al rojo vivo fuera de control.

La mano resbaló al seno y la sintió saltar. Las caderas corcovearon y las piernas se abrieron más para darle mejor acceso. Conner la besó garganta abajo hasta los senos, dándose un festín hasta que ella hizo esos pequeños ruiditos que adoraba. Había tenido el cuerpo caliente, duro y dolorido sin descanso desde que ella había envuelto los labios alrededor de él en el bosque. Podía notar como los músculos del estómago de ella se arremolinaban cuando tironeó de los pezones y era demasiado tentador detenerse allí. Avanzó por la cuesta del vientre y tomó el control de las piernas, abriéndolas, las colocó sobre los brazos cuando inclinó la cabeza para probarla.

– Ha pasado tanto jodido tiempo -susurró y hundió la cabeza.

Isabeau aspiró el aliento, cerró las manos en puños en la estera para aguantar cuando la áspera mandíbula le rozó los muslos y mil llamas la atravesaron. Todo su cuerpo tembló. Los pechos subieron y bajaron y no pudo detener el impotente tirón de las caderas. Las manos de Conner apretaron, como sabía que harían. Él le dirigió una mirada brillante que quería decir quédate quieta y ella intento obedecer, trató de atraer aire a los pulmones.

La necesidad era una cosa viva que respiraba, la agarraba en su fiero embrujo. Él le sujetó los muslos y le abrió más las piernas hasta que ella estuvo respirando entrecortadamente. Se oyó a si misma gritar cuando Conner bajó la boca y la lamió, la lamió como un gran gato lamía un tazón de crema caliente. Fuegos artificiales estallaron en su cabeza cuando la lengua apuñaló profundamente, hundiéndose en ella una y otra vez hasta que pensó que se rompería en un millón de pedazos. Él se tomó su tiempo, saboreando cada gota, utilizando los dientes y la lengua para extraer más quejidos y suaves sollozos de súplica, rogando la liberación.

Entonces se levantó sobre ella, le agarró de los tobillos y colocándose las piernas sobre los hombros, la mantuvo abierta para él. Parecía violento, su erección gruesa, dura y larga, apretaba, quemaba, exigía entrada. Ella le sintió allí y contuvo la respiración. Él se hundió profundamente, conduciéndose entre los apretados pliegues calientes y ella chilló otra vez, la fricción envió lenguas de fuego por todo su cuerpo. Sintió sus músculos agarrarle como un torno, estirándose ante su invasión. Su cuerpo se estremeció con placer cuando Conner se enterró completamente y luego se retiró para hundirse otra vez. El ritmo era rápido y duro, casi brutal, elevándola rápidamente para que el aliento entrara en jadeos desiguales y su cuerpo se alzara impotentemente para encontrarse con las necesidades que guiaban a Conner. Él se arqueó sobre ella, apoyándose en los brazos, forzando las piernas atrás, dándole así la posibilidad de ir más profundo.

La sujetó debajo de él, el cuerpo de Isabeau estallaba en llamas, él mantuvo el ritmo de golpes poderosos, martilleando una y otra vez, llevándola más y más profundamente a un vórtice de fuego. Conner sentía el cuerpo de Isabeau como si se fundiera en torno al de él, abrasándole, el orgasmo de ella justo fuera de alcance, pero creciendo, siempre creciendo. Isabeau se retorció bajo él, desesperada por la liberación.

La retuvo con su fuerza, su ritmo firme, rápido y duro, entrando tan hondo que tuvo miedo de perforarle la cerviz con cada golpe. Cada terminación nerviosa en llamas, ella sintió como sus músculos le sujetaban con fuerza. Se tensó, pero él la agarró con más fuerza y se hundió otra vez, haciendo que su cuerpo volara en un millón de fragmentos. Una neblina le cubrió los ojos y sintió como las llamas pasaban como rayos por las venas cuando una explosión le desgarró el cuerpo, le atravesó el estómago, los senos y bajó por los muslos, asentándose en su centro más profundo mientras sentía que los músculos agarraban a Conner. Sintió la liberación caliente de él derramándose dentro de ella, provocando otro incendio descontrolado que se precipitó sobre ella y la atravesó.

La respiración de Conner era entrecortada cuando se desplomó sobre ella, sosteniéndola cerca. Ella podía sentir la pesada erección, tan desesperada, casi brutal, calmarse lentamente mientras su cuerpo bañaba el de él en un calor líquido combinado. Las manos de Conner le enmarcaron la cara y la lengua se abrió paso en lo profundo de su boca.

– Te amo, Isabeau -susurró, mirándola a los ojos-. Cuando esto acabe, cásate conmigo y ten a mis niños.

El corazón de ella tartamudeó por un momento. Estaba en una situación delicada con las piernas arriba alrededor de las orejas y el cuerpo de él enterrado profundamente en el de ella, pero sus ojos no le dieron opción. Ella no tenía donde esconderse. Él quería la verdad. Ella no pudo encontrar el aliento para hablar así que asintió. Sintió que la tensión le abandonaba y rodó fuera de ella.

– Seré realmente agradable, cariño. Voy a dejarte dormir una media hora y luego vas a pedir clemencia. -Se arrastró a su lado y se desplomó otra vez, lanzando un brazo de manera posesiva en torno a su cintura y cerró los ojos.

Y él no estaba mintiendo.


* * *

Isabeau pasó los siguientes cuatro días con Conner como su amo despiadado, un comandante brutal que demandó perfección de ambos, de Jeremiah y de ella. Tuvo que disparar armas durante horas, desarmarlas y volver a armarlas así como seguir trabajando en técnicas de combate. Jeremiah lo tuvo peor. Tuvo que cambiar a la carrera y el equipo entero fue despiadado con él. Afortunadamente, era muy capaz con un rifle, que ella podía decir que todos estaban impresionados con él.

Las siguientes cuatro noches las pasaron detrás de la cascada, con Conner como su amante exigente, un hombre que nunca se saciaba lo suficiente y que siempre empujaba por más. Había veces en que ella no estaba segura de si sobreviviría a la intensidad de su forma de hacer el amor, pero realmente no le importaba. Todo lo que importaba era la sensación de su cuerpo dentro del suyo y el amor en sus ojos cuando la reclamaba.

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