Isabeau no permitiría que su gata surgiera aquí, en medio de este grupo loco y volara sus oportunidades de eliminar a estas personas repugnantes. Eso no iba a suceder. Siseó a su gata, de repente furiosa por que la criatura eligiera este momento para decidir surgir. Había tenido su oportunidad en la selva tropical cuando Conner estuvo con ella y podía haber sido una experiencia maravillosa.
– Tú. No. Lo. Harás. -Siseó cada palabra entre los dientes, manteniendo la cara cerca del pecho de Elijah. No se atrevía a tocarle, aunque necesitara desesperadamente tranquilidad. Estaba agradecida de que Conner no se apresurara a su lado. Dudaba que pudiera permanecer bajo control si lo hacía. Se habría lanzado a sus brazos, en medio de su temor creciente. Trató de pensar como él. Conner estaba siempre tranquilo. Se negaba a mostrar temor o a permitir que el temor lo paralizara. ¿Qué había dicho él? Que su gata formaba parte de ella. Y ella ciertamente podía controlarse.
Tomó otro aliento y forzó su voluntad sobre la gata furiosa, respirando por ella, calmándola, susurrándole en la cabeza. Conner era su compañero. No había ningún otro. Esto era todo por Conner. Para protegerle. Para proteger a su gato. Perdió la pista de lo que estaba diciendo e incluso del paso de tiempo, confiando en que Elijah y Marcos siguieran con la conversación que fluía en torno a ellos. Philip continuaría creyendo que ella estaba bajo el control de Elijah y que él la deseaba para que estuviera a su lado, como su adorno y nada más.
Le llevó varios minutos a su gata someterse a su control, calmándose pero dando a conocer sus necesidades, dejando a Isabeau con un elevado estado de sensibilidad y conciencia. Todos los sentidos estaban agudizados. El cuerpo le dolía, cada músculo, cada articulación. Los senos estaban tan sensibles, que cada vez que se movía, los pezones rozaban el sujetador de encaje y enviaban una corriente eléctrica crepitando directamente a la unión entre las piernas. Se dolía por Conner, en busca de alivio.
Era una venganza apropiada, pensó. Había negado la salida de su gata, pero no podía detener las necesidades de su especie. El Han Vol Dan. Ese momento misterioso cuando su felina era puesta en libertad y se unía por completo con su forma humana. El asombroso celo del leopardo hembra, surgiendo con un hambre desesperada e insaciable que nunca podía ser saciada por cualquier otro que su compañero.
– Buena chica -susurró Elijah en su oreja, pareciendo íntimo, pero cuidadoso de no tocarla e incurrir en la ira de su leopardo hembra.
Antes de que ella pudiera contestar, el cuarto se quedó silencioso cuando cuatro hombres con pantalones y camisas negras entraron por las dobles puertas. La entrada estaba diseñada para ser dramática y lo fue. Llevaban armas automáticas, llevaban oscuridad, gafas de sol de espejo y a Isabeau le parecieron gánster de televisión. El estómago se le apretó cuando presintió la reacción instantánea del leopardo de Elijah.
La tensión en el cuarto era sorprendente, casi al punto de ruptura cuando los hombres empujaron a las parejas contra la pared y empezaron sistemáticamente a registrarles. Era una muestra de poder, lisa y llanamente, una lección para demostrar quien estaba realmente al cargo. El ultraje en las caras de las parejas era aparente, pero ni una sola persona protestó.
La música que sonaba acompañaba el sonido de las respiraciones entrecortadas, los gruñidos y los jadeos ultrajados mientras las mujeres eran registradas. Elijah y Marcos miraron sin inmutarse como los cuatro hombres se acercaban más y más, pero ninguno se movió. Isabeau se quedó cerca de Elijah, el estómago se le llenó de nudos cuando el equipo de seguridad se acercó más. Sabía que este tipo de búsqueda era excepcional y era simplemente la manera que tenía Imelda de hacer una dramática gran entrada, pero con su elevada sensibilidad podía sentir a los hombres alrededor de ella, como su energía se volvía más peligrosa mientras los guardias se acercaban.
Justo cuando dos de los hombres vestidos de negro alcanzaron a Marcos y Elijah, Conner surgió de las sombras, colocando su cuerpo sólidamente en su camino. Rio, Felipe y Leonardo estaban allí también. Se habían movido tan rápidamente que ella pensó que debía haber parpadeado. Elijah, muy suavemente, la empujó detrás de él.
Conner miró directamente a esas gafas de espejo.
– No lo creo. -Su voz fue tranquila, pero era un látigo, un desafío.
– Registraremos a todos.
La sonrisa de Conner fue lenta y no hubo humor en ella.
– Estarás muerto antes de que les pongas un dedo encima a estos tres. Pero siempre eres bienvenido a intentarlo.
La boca de Isabeau se le secó. Estaba provocando a los guardias deliberadamente. Estaban enviando su propio mensaje a Imelda. La mujer era conocida por su locura. Podía ordenar a sus hombres que abrieran fuego con las armas automáticas, matando a todos en el cuarto. Las otras parejas en el cuarto estaban claramente sorprendidas, jadeando. Una mujer comenzó a llorar pero su compañero la hizo callar rápidamente.
Conner nunca apartó la mirada, los ojos puro gato. Parecía relajado. Parecía… Mortal. Hizo que los hombres que tenía enfrente parecieran pequeños.
El hombre más cercano a él habló por la radio.
– Martin, tenemos un problema aquí dentro.
Casi inmediatamente dos hombres entraron en la sala. Ambos tenían la constitución de los leopardos y se movían con fluido poder. La felina de Isabeau reaccionó con un gruñido y saltó. Ella vio, porque le estaba mirando, como Conner flexionó los dedos sólo una vez cuando el hombre que se consideraba que había matado a su madre entró en la sala. Isabeau reconoció a Suma por la aldea y el estómago se le rebeló ante la vista de él, casi tanto como a su gata.
Acostumbrados a la obediencia instantánea y a que la gente se encogiera ante cualquier oposición, Martin Suma y Ottila Zorba empujaron a la fuerza de seguridad a un lado y estuvieron casi nariz con nariz con Conner antes de que los golpeara a que se estaban enfrentando exactamente. Martin se encontró mirando fijamente los ojos concentrados de un asesino. Conner sonrió. No fue una sonrisa agradable. La tensión en el cuarto se estiró casi al punto de ruptura mientras los dos se miraban fijamente el uno al otro.
Ottila, el que no estaba encerrado en un combate con Conner, inspeccionó la seguridad en busca de los dos visitantes, reconociéndolos instantáneamente como leopardos. Inhaló bruscamente y atrajo el olor de hembra cerca del Han Vol Dan a su cuerpo. Inmediatamente su felino reaccionó, todo macho, el hambre le invadió, una oscura necesidad que lo abarcaba todo. Miró más allá de los otros y se centró en el objeto de su deseo.
Martin fue el siguiente en captar el olor y su mirada se movió bruscamente a la mujer que estaba detrás del hombre al que conocía como Elijah Lospostos, cabeza de un gran cártel de droga y según todas las cuentas un hombre muy poderoso y peligroso. Sólo entonces se dio cuenta de que no sólo eran leopardos el equipo de seguridad, sino que la mujer y los dos visitantes también lo eran. Estaba frente a siete leopardos, todos armados. La auto supervivencia fue fuerte y le dictó que retrocediera inmediatamente.
Isabeau vio el conocimiento que golpeó a los dos guardias casi al mismo tiempo. Los ojos les brillaron con maldad. Ella nunca querría encontrarse con ninguno de ellos a solas en una noche oscura. Estos eran los hombres que habían raptado a los niños y matado a varios aldeanos y a la madre de Conner. No podía controlar el latido desenfrenado de su corazón.
Elijah alcanzó detrás de él, un gesto casual y apacible y le colocó la mano en el brazo. Ese pequeño toque la calmó. Inhaló y se forzó a respirar normalmente, ralentizando el pulso. No podía tener miedo de ellos. Su gata detestaba el olor de los dos leopardos renegados, pero reconoció a Conner inmediatamente, casi ronroneando ante su cercanía.
Una conmoción atrajo a la puerta su atención. Isabeau se asomó en torno a Elijah y captó el primer vistazo de Imelda Cortez. Llevaba un vestido largo y fluido de color rojo sangre, a juego con las largas uñas y el pintalabios. El pelo, tan negro como el ala de un cuervo, estaba recogido en un intrincado moño para que las deslumbrantes gemas de las orejas y la garganta resaltaran. El vestido estaba cortado casi hasta el ombligo para que los globos perfectos de los senos asomaran hacia fuera, haciendo que Isabeau se sintiera apagada e infantil en comparación.
Imelda entró en el cuarto con los afilados tacones carmesí, los ojos oscuros se posaron instantáneamente sobre Conner, su mirada hambrienta le devoró en un examen lento y ávido que se embebió de los hombros anchos y el ancho pecho. No había error en el aura de peligro que él exudaba e Imelda inhaló bruscamente, los senos subiendo y bajando, con el serio peligro de que se desparramaran fuera del vestido.
La gata de Isabeau se volvió loca, desgarrando, arañando y gruñendo, reconociendo a una enemiga, desesperada por la libertad de destruirla. Por un momento terrible Isabeau estuvo segura de que no podría evitar que su leopardo surgiera y matara a la mujer en un ataque de furia. Los músculos se le retorcieron. Los huesos estallaron. El dolor explotó en su mandíbula y la boca pareció llenársele de dientes.
¡No! ¡No lo harás! Luchó contra el leopardo. Él nos necesita. A ambas. Llenó la mente de la gata con Conner, extrajo fuerza de él, de su amor a él. Y ella le amaba con cada fibra de su ser. Haría esto por él.
Imelda Cortez era alta y delgada, muy a la moda, pero le recordó a Isabeau una mantis religiosa, un insecto preparado para golpear a su presa a la primera oportunidad que tuviera. La mirada ávida de Imelda se deslizó con desdén sobre Isabeau una vez, pero se movió rápidamente a los hombres del grupo, un nuevo suministro de hombres para su apetito voraz. Eso les dijo a todos que Imelda no era leopardo o parte leopardo. Habría sabido que Isabeau estaba cerca del Han Vol Dan y que por lo tanto era su amenaza más grande. Los dos leopardos renegados estarían consumidos por su presencia. Su deber hacia Imelda estaría en segundo lugar frente a su necesidad de aparearse con un leopardo hembra en medio del Han Vol Dan.
Imelda se movió a través del cuarto, consciente de que todos los ojos estaban sobre ella. Frunció los labios e hizo un pequeño ruido de cloqueo, sacudiendo la cabeza.
– Esta no es manera de tratar a los invitados de Philip, Martin. -Deslizó los dedos juguetonamente por el brazo de Conner-. ¿A quién tenemos nosotros aquí?
La gata de Isabeau dio un gruñido violento, pero se calmó bajo el control creciente. Conner ni siquiera miró a Imelda. Su mirada permaneció fijó y centrada en Martin. Había una amenaza allí, muy real y Martin no se atrevió a moverse, ni con Imelda claramente dándole la señal de retroceder.
– Conner -dijo Marcos en tono bajo-. Creo que tiene el mensaje.
Conner retrocedió un paso inmediatamente, sin apartar nunca los ojos de Martin. El leopardo renegado retrocedió también y rompió la mirada, mirando a su empleadora. Había un fino brillo de sudor en su frente.
Imelda dio una inhalación de desprecio y le entregó un pañuelo.
– Límpiate. Pareces ridículo. -Se deslizó cerca de Conner y le pasó el dedo por el pecho esta vez, una invitación patente, los senos casi tocándole, su perfume le tragó, los ojos le devoraron-. Muy pocos hombres pueden vencer a mis guardias.
Martin se revolvió como si fuera a protestar. La mano de Imelda subió y ondeó lánguidamente.
– Vete, Martin. Me aburres.
Martin miró a Isabeau, los ojos le brillaron peligrosamente y luego miró una vez más a su jefa. El odio estalló brevemente y se giró con brusquedad, gesticulando a los otros guardas de seguridad, que se dispersaron por el cuarto. Sólo entonces, miró Conner a Imelda. Isabeau contuvo la respiración. No había expresión en absoluto en su cara.
– Perdone, señora. -Se movió en silencio de vuelta a la pared donde las sombras del cuarto se lo tragaron.
– Oh -dijo Imelda, ventilándose-. Tiene buen gusto en protectores, Marcos. Soy Imelda Cortez.
Marcos se inclinó galantemente sobre su mano.
– Un placer conocerla, Imelda, ¿puedo llamarla Imelda?
– Por supuesto. Creo que seremos grandes amigos. -Le dirigió una sonrisa encantadora, deslumbrante e hizo pucheros con los labios.
La conversación empezó cuidadosamente alrededor de ellos una vez más. Imelda no pareció advertir el caos que sus hombres habían causado. O más bien, lo sabía, decidió Isabeau, pero no le importaba que fuera inconveniente para cualquiera. Prosperaba en el drama que creaba.
– Puedo presentarte a Elijah Lospostos y a su encantadora prima pequeña, Isabeau.
– Querida prima -corrigió Elijah, convirtiéndola instantáneamente en prohibido para las atenciones de Philip o de cualquiera de sus hombres.
– Elijah -murmuró Imelda-. Tu… reputación te precede.
– Toda bueno, estoy seguro -contestó Elijah con suavidad y se agachó sobre su mano, aunque no fingió permitir que los labios rozaran la piel.
– Por supuesto -estuvo de acuerdo Imelda con una sonrisa fingida y concentró su atención en Isabeau-. Querida, que vestido tan encantador. ¿Quién es el diseñador? Debo tener uno.
Elijah contestó, tomando el codo de Isabeau, le hundió los dedos en la piel. La mirada aguda de Imelda no podía dejar de ver la señal a Isabeau para que no hablara.
– Traje el vestido para ella de una de nuestras pequeñas boutiques en Estados Unidos. Viajo bastante a menudo y cuando vi éste, supe que sería perfecto para ella. Es de su tipo y conviene a su apariencia menos dramática.
Isabeau oyó la pequeña mordedura en su voz, implicando que la inocencia del vestido de Isabeau nunca convendría a alguien que llevaba el vestido rojo que revelaba medio cuerpo de Imelda. Contuvo la respiración, temerosa de que Elijah estuviera contrariando a la mujer, pero Imelda lo tomó como un cumplido. Se pasó la mano por la cadera, acariciando la tela y haciendo que los pechos sobresalieran, dándole la espalda a Isabeau como si ella fuera de poca importancia, Isabeau se dio cuenta de que esa era la intención de Elijah, cerciorarse de que Imelda no la viera como una amenaza de ninguna manera.
Intentó no permitir que el dejarla de lado socavara la confianza en sí misma. Nunca se había considerado hermosa. Era curvilínea, con un poco más de peso de lo que estaba de moda, pero tenía un gran cabello y una buena piel. No creía que pareciera gris pero junto a Imelda probablemente lo hacía. La risa cantarina de Imelda la irritó y la manera en que se movía en el centro del círculo de hombres, como si perteneciera allí, la irritó aún más.
Una quietud cayó sobre la multitud otra vez y las cabezas comenzaron a girar hacia la puerta. Isabeau se encontró siguiendo las miradas de los otros. Un guardia, obviamente uno de los de Imelda, empujaba una silla de ruedas en el cuarto. El ocupante parecía estar en la ochentena, un hombre delgado y bastante guapo con espeso cabello plateado. Llevaba el traje como si hubiera sido hecho para él, lo cual probablemente era el caso. Su sonrisa era amable, incluso benévola, gesticuló hacia varias personas y los saludó por su nombre mientras se empujaba entre la multitud.
Las personas se estiraban para tocarlo. Cada vez que alguien le saludaba, se paraba y hablaba durante unos pocos momentos antes de continuar. Las parejas le sonreían. Él parecía conocer el nombre de todos y preguntaba por los niños o los padres. Imelda suspiró y golpeó con el pie impacientemente.
– Mi abuelo -anunció-. Es muy querido.
Parecía molestarla que su abuelo fuese tan popular entre la gente. Isabeau adivinó que alejaba la atención que ella anhelaba. El hombre levantó la mirada de repente y ella pudo ver sus ojos a través de las gafas gruesas. Viejos y débiles, eran más grises que negros, pero parecían verdaderamente interesados en lo que le rodeaban. No podía imaginar que una criatura tan inmoral y malévola como Imelda pudiera estar relacionada con este hombre.
– Por amor del cielo, abuelo -dijo con brusquedad Imelda y se separó del grupo-. Tenemos invitados importantes -siseó en su oreja, empujándose entre su silla y el guardia. Tomó el control de la silla ella misma y lo empujó por la multitud restante a su pequeño rincón del cuarto-. Ven a conocer a Marcos Santos y Elijah Lospostos. Este es mi abuelo, Alberto Cortez. Es un poco duro de oído -se disculpó.
Marcos y Elijah le estrecharon la mano y le saludaron con respeto y una deferencia que no habían mostrado con Imelda. Alberto sonrió a Isabeau.
– ¿Y quién es ésta?
– La prima de Elijah, abuelo -dijo Imelda, su tono irascible.
– Isabeau Chandler, mi prima -la presentó Elijah con una pequeña y cortés reverencia.
Tomó la mano de Isabeau con ambas manos. La gata siseó, la piel todavía demasiado sensible para el contacto.
– Encantadora, eclipsa a todas las mujeres de aquí.
Imelda puso los ojos en blanco.
– Por favor perdone al anciano, él siempre ha sido un hombre encantador.
– Es usted muy encantador -Isabeau se dirigió directamente a él, sin mirar a Imelda, sintiendo un poco de compasión por él. Imelda le trataba como a un tonto chocho, cuando era obvio que el cerebro era agudo y funcionaba completamente-. Me alegro que haya venido.
Él le guiñó, ignorando también a su nieta.
– ¿Están hablando de negocios otra vez?
– Creo que estaban a punto.
– La música es un poco salvaje, pero la comida es buena y las mujeres son magníficas. ¿Qué está equivocado con los hombres de hoy en día que creen que el negocio lo es todo? No se dan cuenta de que el tiempo vuela y que deberían tomarse el tiempo de disfrutar de las pequeñas cosas. -Levantó la mirada a las caras que le rodeaban-. Pronto serán viejos con poco tiempo.
Dos banderas rojas mancharon la cara de Imelda.
– Dispénsele, por favor. Dice muchas tonterías.
– No, no, querida -Marcos le tocó el brazo-. Dice la verdad. Pienso disfrutar de mi mismo inmensamente mientras estoy aquí. Estoy de acuerdo, el entretenimiento y el placer son muy importantes. -Su mirada barrió el cuarto y se iluminó sobre Teresa, que devolvía una bandeja vacía a la cocina-. Sólo una pequeña cantidad de negocios y nos divertiremos con amigos, ¿correcto, Elijah?
– Por supuesto, Marcos.
Alberto frunció el entrecejo.
– Perdone a un anciano, Elijah, pero conocí a su tío. Oí que murió en un accidente en Borneo. Acepte mi pésame.
Elijah inclinó la cabeza.
– No tenía la menor idea de que ustedes dos se conocían.
– Brevemente. Sólo brevemente. Usted y su hermana eran muy jóvenes cuando le conocí. ¿Dónde está su hermana? Había oído que desapareció también. Tal tragedia, su familia.
– Rachel está viva y bien. Hubo malos asuntos. -Elijah se encogió de hombros casualmente. Los ojos estaban sin vida y fríos-. Un enemigo lo bastante estúpido para tratar de utilizar la amenaza de mi hermana contra nosotros.
– ¿Está viva entonces? Bueno. Bueno. Una hermosa chica. No había oído que había sido de ella. Debería haber sabido que usted se ocuparía de cualquier problema.
Elijah le envió una sonrisa fría.
– Siempre me ocupo de lo mío. Y de mis enemigos.
– ¿Puedo pedirle prestado a su hermosa prima mientras habla de negocios? Sólo un ratito. Podemos pasear por los jardines. Mi hombre estará con nosotros para cuidarla. Y quizás uno de sus hombres nos puede acompañar también, si prefiere.
Imelda frunció el ceño.
– Eso es tonto, abuelo. Philip tiene seguridad por todas partes. ¿Qué podría sucederos a cualquiera de los dos?
Elijah lo pensó. El jardín era completamente visible desde la posición de Jeremiah. No debería haber ningún problema. Se llevó la mano de Isabeau al pecho.
– Creo que eso sería agradable para ti, Isabeau, mejor que escuchar aburridos negocios. -Le metió un mechón de pelo detrás de la oreja-. Enviaré a Felipe contigo.
– Eso no es necesario -dijo Isabeau-. Preferiría que te vigilara.
Alberto hizo gestos a su guardia.
– Este es Harry. Ha estado conmigo durante diez años. -Acentuó el conmigo.
Imelda suspiró y puso los ojos en blanco.
– Oh, por Dios. Vamos. Philip, llévanos a tu cuarto seguro. El abuelo y tu pequeña prima pueden hacer lo que quieran. -Los ojos ya habían ido a las sombras, buscando el guardaespaldas de Marcos.
Conner se movió en el momento que Marcos lo hizo, cayendo suavemente detrás de él. No les miró, pero su mirada se movió inquietamente por el cuarto, controlando a todos. Daba la apariencia de ser capaz de describir con todo detalle a todas y cada una de las personas, e Isabeau estaba segura de que probablemente podría.
– Venga conmigo y haga feliz a un anciano, Isabeau -animó Alberto-. Permítame mostrarle el jardín de Philip. El no es un hombre con el que quiera pasar tiempo, pero adora las cosas hermosas. Su gusto es impecable.
Ella tuvo que estar de acuerdo con que la casa, el trabajo artístico e incluso los muebles portaban el sello de alguien que adoraba las cosas hermosas. Pasaron por la caja llena de instrumentos de tortura y tiritó, atemorizada de que esas cosas hubieran sido utilizadas numerosas veces con personas reales.
Alberto se estiró y le tocó la mano. Otra vez su gata saltó y siseó y la piel ardió ante ese toque casual. Estaba cerca de surgir. Demasiado cerca. Y ese era un pensamiento aterrador. De repente deseó que Conner la sostuviera cerca. Estaban atrincherados firmemente en una casa de engaños con asesinos despiadados que fingían ser civiles. La multitud parecía suficientemente amistosa y muy curiosa, pero ella no podía confiar en ninguno de ellos tampoco.
Arrancó la mano suavemente, tratando de no molestarle. Alberto Cortez había sido la cara más amistosa que había visto.
– ¿Siempre ha vivido aquí? -preguntó, tratando de charlar.
– Mi familia es una de las más antiguas de Colombia. Nuestras propiedades se han expandido con el tiempo. Mi hijo fue el primero en tener interés en Panamá. Yo no estuve de acuerdo con sus decisiones, pero él tenía una voluntad fuerte y su hija es muy parecida a él. -Alzó la mirada a su asistente-. ¿No es cierto, Harry?
– Es cierto, señor Cortez -reconoció Harry, moviéndose fácilmente entre la multitud. Su voz era amable y su tono cariñoso.
– ¿Cuántas veces te he dicho que me llames Alberto? -preguntó el anciano.
– Probablemente un buen millón, señor Cortez -admitió Harry.
Isabeau se rió. Le gustó más el anciano por su compañerismo fácil con su guardaespaldas.
Alberto juntó las cejas.
– ¿Y tú, joven Isabeau? ¿Tendré el mismo problema contigo? El me hace sentir viejo.
– Está siendo respetuoso.
– Puede respetar a Imelda. Parece necesitarlo. Yo preferiría ser el simple Alberto, cuidando de mis plantas favoritas en mi jardín.
– ¿Es jardinero?
– Adoro trabajar con las manos. Mi hijo y mi nieta no comprenden mi necesidad de la tierra y de tener los dedos en la tierra.
– Adoro las plantas -dijo Isabeau-. Algún día tendré mi propio jardín también. En este momento, he estado catalogando plantas medicinales que se encuentran en la selva tropical. Lo he hecho aquí y en Borneo. Me gustaría ir a Costa Rica luego. Las plantas son asombrosas con los variados usos. La gente no tiene la menor idea de cuán valiosas son para las medicinas y estamos perdiendo las selvas tropicales demasiado rápido. Perderemos esos recursos si no conseguimos que los investigadores se muevan… -Se calló con una pequeña risa-. Lo siento. Es una pasión mía.
Harry rodeó la silla para abrir las puertaventanas que llevaban al jardín. Ella las mantuvo abiertas para que pudiera sacar a Alberto. El jardín era enorme, húmedo y vívidamente verde. Los árboles se disparaban hacia arriba, enviando paraguas de verdor que les protegían del cielo nocturno. Caminó al banco más visible al lado del bosque donde sabía que Jeremiah estaba oculto. Él los tendría a la vista y ella se sentiría un poco más tranquila, sabiendo que estaba allí.
Un riachuelo hecho por el hombre desbordaba sobre las piedras, ondeando por el jardín para culminar en una serie de pequeñas cascadas. Su cuerpo se tensó un poco ante el sonido del agua, recordándole la sensación del cuerpo de Conner moviéndose dentro del suyo. Respiró hondo y lo dejó salir, inhalando el olor a rosas y lavanda.
Las frondas de encaje de varios helechos forraban la corriente y las flores convertían un banco inclinado en un derroche de color. Reconoció la mayor parte de las plantas y se asombró de cuán hermosa era la disposición.
– Philip tiene un jardinero extraordinario. Mire cómo está todo colocado. Está más allá de hermoso.
Alberto sonrió.
– Estoy contento de que lo apruebe.
Ella giró la cabeza, asombrada.
– ¿Usted? ¿Usted diseñó este jardín?
Él inclinó la cabeza.
– Un pasatiempo mío.
– Tiene mucho talento. Esto es arte, señor Cortez.
Alberto comenzó a reír y Harry se le unió.
Isabeau le sonrió.
– Perdón, Harry me pagó por decir eso.
Alberto rugió con risa.
– Es muy buena para este anciano, Isabeau. Creo que paso demasiado tiempo sólo. Eche un vistazo y dígame que piensa.
– ¿No le importa?
– No, ya lo he visto todo, ¿recuerda? Sólo quiero mirar su cara cuando descubra todas las variadas plantas. Creo que apreciará este lugar más que cualquier otro.
La debilidad de Isabeau eran las plantas. No pudo resistir la invitación. Además, era curiosa.
– El jardín abarca un acre entero. La corriente lo rodea y el terreno está aplanado, así que utilicé eso en mi ventaja cuando diseñé la disposición -explicó-. Quería que todo fuera natural pero controlado.
– ¿Tiene un jardín en casa como éste?
– No exactamente. No lo separé de la selva tropical. Tomé lo que crecía naturalmente y lo organicé un poco.
Harry bufó burlonamente.
– Él no dice la verdad exacta, Señorita Isabeau. Usted jamás ha visto nada como eso. Su jardín es mucho más hermoso que éste. Las orquídeas están por todas partes. Cuelgan de los árboles como cadenas de flores fluyendo arriba y abajo por los troncos. Incluso los árboles y vides son mantenidos con formas…
Alberto tocó el brazo de Harry.
– He hecho un entusiasta de él.
– No tuve elección -admitió Harry.
– Él es mis piernas -dijo Alberto-. Una vez estuve confinado en la silla, pensé que mis días de horticultura habían acabado, pero Harry encontró un modo de continuar.
Harry se encogió de hombros.
– No le diré que disfruto de ello. Ha estado deseando que admitiera eso desde siempre, pero tengo que tener algo para sostener sobre él para mis aumentos de sueldo.
Isabeau se rió de su tono seco.
– Bueno, echaré una mirada alrededor y veré lo que usted ha hecho. Apuesto que puedo identificar la mayor parte de las plantas.
– Estaré interesado en discutir sobre plantas medicinales con usted para mi jardín -dijo Alberto-. Pero vaya ahora y hablaremos cuando haya tenido la oportunidad de verlo todo.
Era obvio que estaba orgulloso del jardín y quería compartirlo con alguien que esperaba lo apreciaría. Isabeau se puso en camino, bajando por un sendero muy gastado que la llevó al final del extremo sur del jardín. Era el espacio más abierto y deseaba que Jeremiah se sintiera muy cómodo con ella andando por allí.
Se tomó su tiempo, aceptando la palabra de Alberto. Disfrutó de los sonidos de la noche. Podía oír la música resonando a lo lejos, pero los insectos y el revoloteo de alas eran más prominentes y musicales para ella. Encontró el jardín tranquilizador y cuanto más se alejaba caminando de los otros, más segura se sentía. Su gata se calmó y la piel dejó de picar. Ya no había más olor a intriga y depravación. La tierra recién cavada, el perfume de flores y árboles reemplazó el empalagoso perfume y la intención maliciosa. Quizá Alberto había presentido su necesidad de paz y la había enviado fuera para permitirle espacio. Era un hombre perceptivo a pesar de su edad.
Empezó a nombrar mentalmente las variadas plantas y sus usos. Las flores de la pasionaria escarlata atraían y eran polinizadas por el colibrí ermitaño. El néctar de las bromeliadas alimentaba a una variedad de murciélagos. Un impresionante conjunto de orquídeas crecía desde el suelo por los troncos de los árboles, proporcionando alimento a toda clase de pájaros e insectos, inclusive la abeja de orquídea.
Isabeau se paró para admirar un arándano epifítico, la flor naranja brillante y los bulbos favoritos de los colibríes. Aunque se encontraban normalmente en lo alto del dosel, Alberto los había traído al alcance del suelo, lo que había atraído a varias especies de colibríes para inspeccionar.
Muchas variedades de helechos crecían más alto que ella, formando una hermosa selva de encaje. Toda clase de filodendros en varias sombras de verde, con diferentes tipos de hojas, separadas y abigarradas, dominaban por encima de ella también. El sendero sinuoso la llevó a lo alto de una pequeña cuesta donde la maleza era mucho más espesa. Allí, pequeños animales habían hecho sus casas. Podía oír el susurrar e incluso olerlos en las madrigueras.
El siguiente banco de plantas fue su favorito, todo medicinal. Alberto Cortez tenía incluso una Gurania bignoniaceae, una planta que tenía extensos usos medicinales. Las hojas y las flores podían ser aplastadas y el resultado aplicado a cortes infectados o llagados que se negaban a curar, algo que sucedía a menudo en la humedad de la selva tropical. Las hojas y las raíces podían prepararse como té y tomarse como una poción para expulsar gusanos y parásitos. Las flores podían ser aplastadas y convertidas en una cataplasma para aplicar sobre llagas infectadas. Sabía media docena de usos más de la planta para varias enfermedades, aunque dependiendo de donde creciera, las raíces podían ser tóxicas.
Frunció el entrecejo cuando vio la gran variedad de strycnos, utilizado para hacer el fuerte curare de las cerbatanas. Había cientos de plantas, tóxicas y medicinales, todas mezcladas. Estaba incluso la planta que sabía que la tribu de Adán utilizaba para neutralizar el veneno de rana utilizado en sus dardos cuando accidentalmente les tocaba la piel.
El jardín tenía de todo, desde pequeños arbustos a flores exóticas. Encontró un lecho de margaritas que le gustó. Parecía un poco incongruente al lado del más brillante pájaro del paraíso, pero la belleza sencilla de las margaritas no se malgastó en ella.
Se encontró siguiendo el pequeño lecho de flores comunes. A su alrededor, la maleza crecía espesa con abigarradas hojas y frondas. Algunas las hojas eran tan grandes que cuando llovía, formaban pequeños paraguas y el agua caía en corrientes diminutas sobre los parterres de abajo, erosionando la tierra. Se agachó más cerca para examinar los parterres y ver si las plantas de debajo estaban dañadas. Algunos de los tallos estaban marrones y marchitos como si no consiguieran agua o tuvieran un hongo.
Algo, un animal, había estado hocicando alrededor del cuadro de flores, excavando en busca de raíces. Había evidencia de pájaros también, como si algo los hubiera atraído a esta área. Se arrastró entre las flores agonizantes al centro del parterre y captó un olor a podredumbre. Su gata retrocedió ante el olor. ¿Abono? Nunca había olido nada como esto. Casi olía como la muerte.
El corazón saltó y echó una mirada alrededor para asegurarse de que estaba sola. El hedor era abrumador y podía ver claramente que los animales habían perturbado el área. Se movió más cerca, los ojos examinaban las flores marchitas. Alrededor de ellos, la tierra estaba recién excavada. Algo pequeño, blanco y brillante que asomaba de la tierra captó su atención. Isabeau miró nerviosamente entre los árboles para ver si Harry y Alberto la podían ver, pero el follaje era demasiado espeso.
Se acercó un poco más, se agachó. El olor a podredumbre se volvió más fuerte y su gata se rebeló, instándola a huir. Apartó la tierra alrededor de ese pequeño objeto blanco y casi saltó atrás. Cuando revolvió la tierra, cientos de pequeños insectos se menearon y protestaron. Muy delicadamente, empujó el objeto para revelar más. Estaba mirando un dedo parcialmente podrido. Había un cuerpo humano en el jardín.
Tratando de respirar superficialmente para no captar el olor, se puso de pie y retrocedió con cuidado, el corazón le latía con fuerza. Philip Sobre tenía su propio cementerio. El jardín tenía un acre entero. Podía enterrar cualquier número de personas aquí. Tragó con fuerza y trató de pensar que hacer. No quería ninguna evidencia de su descubrimiento. Con la mano, borró con cuidado sus huellas y avanzó de vuelta al sendero principal, tratando de cubrir cualquier cosa que hubiera podido perturbar.
¿Lo sabía Alberto? Seguramente no la había mandado deliberadamente a mirar, esperando que hiciera el descubrimiento. ¿Era posible que él tuviera su propio orden del día? ¿Que no fuera el viejo caballero dulce que parecía ser? ¿Pero qué podría lograr con que el hecho de que ella descubriera un cadáver en el jardín privado de Philip Sobre? Este lugar era horrible y ella quería salir de allí tan rápidamente como pudiera.
Se obligó a caminar, no a correr, dirigiéndose de vuelta hacia el anciano. Al echar un vistazo por encima del hombro para mirar por última vez al cementerio, golpeó algo duro. Dos manos le agarraron los brazos en un puño firme, estabilizándola y el olor de un macho excitado le asaltó la nariz. Lo reconoció instantáneamente. Ottila Zorba, uno de los leopardos renegados y la estaba mirando con la concentrada mirada del leopardo, como si ella fuera una presa. La miró fijamente sin sonreír y lentamente, casi de mala gana, la soltó.
Isabeau forzó una pequeña sonrisa.
– Hola. No le he visto. Debería haber estado mirando por donde iba. -Dio un paso como si fuera a rodearle, pero él se deslizó con esa manera silenciosa y fluida de los leopardos, cortando su escape. Era un hombre atractivo, muy musculoso, con una cara flaca y una boca atractiva y firme.
Isabeau sintió la picazón familiar corriéndole bajo la piel. Su gata se estiró sensualmente y de repente su cuerpo se sintió sensible y dolorido, tenso de necesidad. Tuvo el impulso repentino de frotarse por todo el cuerpo masculino.
¡No te atrevas! amenazó a su felina. Creía que no te gustaba.
Hacía calor en el jardín, demasiado calor. La piel se sentía demasiado apretada. Los pezones se convirtieron en picos y rozaron su sostén. Sintió gotas de sudor que se deslizaron entre el valle de los senos. Levantó una mano para apartarse el pesado cabello que le caía por la cara. Estaba tan sensible que sólo el toque casi le quemaba la piel, como la pasada de una lengua. Tragó y le atrapó mirándole fijamente la garganta con hambre en los ojos. La acción de levantar la mano al pelo fue seductora. ¿Lo había hecho a propósito? Atrajo la atención a los senos y pezones en punta
Su gata se movió, un cebo tentador diseñado para tentar a cualquier macho en la vecindad para ayudar a su compañero a demostrarle que ella estaba escogiendo al compañero correcto. Isabeau supo exactamente qué estaba haciendo la desvergonzada. Siseó, tratando de mostrar su disgusto al macho.
– No deberías haber salido sin escolta.
– No estoy sola -se apresuró a indicar Isabeau-. Estoy aquí con el abuelo de Imelda y su protector personal.
– ¿Un anciano y su guardaespaldas débil? ¿Piensas que eso es suficiente para detenerme de tomar lo que deseo?
Ella envió una mirada rápida y furtiva hacia el bosque para ver si Jeremiah tenía un disparo claro. No lo tenía. No a menos que se hubiera movido de posición. Se humedeció los labios.
– No estoy preparada.
– Pero estás cerca. -Ottila movió la cabeza hacia ella, el movimiento lento y luego inmovilizado de un gran gato cazando y la inhaló, llevando su olor carismático a los pulmones-. Muy cerca. -Se estiró y le pasó el dedo por el seno.
La gata se volvió loca, tirándose hacia adelante, chillando una protesta, ahogando el temor de Isabeau y reemplazándolo con rabia. Saltó atrás, balanceándose hacia él, las garras estallaron, la piel ardió cuando unas garras afiladas estallaron de los dedos y le arañaron el brazo. Ningún leopardo macho tocaba a una hembra hasta que estuviera lista, incluso ella sabía eso.
– Guarda tus manos para ti. -Las garras se fueron rápidamente, dejando las manos doloridas y sintiéndose hinchadas.
La sangre goteó por el brazo de él. Este se miró las marcas de garras y entonces le sonrió.
– Me has marcado, Isabeau. -Deliberadamente siseó su nombre con una mueca posesiva en el labio.
– Tienes suerte de que no te maté por tocarme -dijo con brusquedad-. No tienes modales.
– Soy leopardo. Lo mismo que tú.
– Y estoy protegida. Tócame e incluso tu jefa te deseará muerto porque mi gente exigirá tu cabeza en una fuente.
– Es sólo mi jefa siempre que quiera trabajar para ella. Y esos hombres deberían saber que es mejor no permitirte vagar sin protección. -Le alcanzó el vientre, impertérrito por la marca de garra en el brazo, colocándole la palma sobre la matriz-. Mi niño crecerá aquí.
Isabeau alejó el brazo de un golpe una segunda vez y se retiró un par de pasos, tratando de salir al claro, frente a los árboles donde estaba segura que Jeremiah esperaba con su rifle.