Capítulo 18

¡KYLE era oficialmente su hijo! Emma bailó alrededor de la cocina antes de arrojarse a los brazos de Jake, casi atropellándolo mientras él estaba de pie riéndose de ella. Un mensajero había entregado los papeles de la oficina del abogado al final de la tarde y Emma se había echado a llorar cuando vio el registro oficial.

– No puedo creer que hayas logrado esto tan rápido, Jake. Eres un hacedor de milagros. Si apenas he firmado los papeles hace un par de días.

– Sabía que era importante para ti, cariño, y no había ninguna razón para retrasarlo. Por suerte el juez lo vio de la misma forma. -Jake la sostuvo en sus brazos, mientras usaba las yemas de los dedos para borrar las lágrimas que caían de sus ojos. Él le besó la punta de su nariz-. Me gustaría quedarme y celebrarlo contigo, pero tengo que despedir a Hopkins y asegurarme que no ha hecho ningún daño permanente a mi negocio de bienes inmuebles. He tenido a mis secretarias, Ida y Clara, haciendo el papeleo por mí. Ida, en particular, es realmente buena en detectar incongruencias. Básicamente Hopkins estaba siendo usado para distraerme del objetivo principal, que ahora sabemos eras tú. Pero por otro lado, era demasiado estúpido para intentar alguna triquiñuela creativa en los libros de contabilidad ya que era notorio que perdíamos dinero. Puede ser procesado.

Ella escondió su sonrisa contra el hombro de él. Jake y sus empleados poco convencionales. Ida se acercaba a los ochenta años, pero era más lista que un coyote. Él la había encontrado en las oficinas internas de una pequeña firma de contabilidad hacía aproximadamente doce años. Su marido la había abandonado años antes, obligándola a regresar al trabajo, y a pesar de ser brillante en lo que hacía, nadie la trataba con el respeto -o los salarios- que Jake creía que merecía. Nadie quería contratarla debido a su edad, y la pequeña firma la había mantenido en su puesto por un salario mínimo, así que él no tuvo ningún escrúpulo en robarla de allí.

Clara era otra persona inadaptada. Su marido la abandonó cuando su cuarto hijo nació autista. Ella se había casado con él apenas acabada la escuela secundaria y no tenía ninguna experiencia laboral. Con los niños pequeños, Clara a menudo tenía problemas para conseguir una niñera, sobre todo para la más pequeña; había estado desesperada, sin hogar e intentando adquirir habilidades con las que poder mantener a su familia unida e ir a la escuela cuando podía. Jake había descubierto a los niños en el coche destartalado y, furioso, la había encarado. Él la había contratado en el lugar. Le encontró un lugar para vivir y puso una pequeña guardería infantil en uno de sus edificios de oficinas.

Emma no tenía dudas de que las dos mujeres serían meticulosas en revisar cada documento, y si Dean Hopkins había robado a Jake como él sospechaba, encontrarían las pruebas. Lo besó otra vez, sólo porque era Jake y nunca sospechaba la bondad en sí mismo. Él habría dicho que había contratado a Ida y Clara porque eran brillantes y leales, sin notar que él había fomentado su lealtad por sus propias acciones.

– Las noticias dijeron que la tormenta será muy fuerte -recordó ella-. Habrá inundaciones extendidas. Si no puedes regresar a casa, quédate en la ciudad, así sabré que estás a salvo.

Jake la abrazó con más fuerza contra él, oyendo la nota de su voz, que le comunicaba su preocupación y amor, la única que escuchaba por el momento. Ir a su oficina para encarar a Hopkins no era tan divertido como había esperado. En este momento prefería mil veces quedarse en casa con Emma y los niños, pero había aplazado la confrontación durante demasiado tiempo.

– Estaré bien, cariño. Te llamaré, si creo que los caminos son demasiado malos.

Emma presionó los papeles contra su corazón otra vez.

– Amo ver mi nombre en su partida de nacimiento. Gracias, Jake, esto significa el mundo para mí.

– Soy yo quién está agradecido por tenerte como la madre de Kyle, Emma. -Él la besó otra vez y recogió su maletín-. Si necesitas cualquier cosa, házselo saber a Drake.

– Las tormentas no me asustan -aseguró ella.

Emma lo vio marcharse. Aunque apenas estaba atardeciendo, el cielo ya había oscurecido y los vientos habían aumentado. No temía a las tormentas, por lo general disfrutaba de ellas, pero en verdad se sentía incómoda. Mariposas le revoloteaban en el estómago. Andraya entró corriendo en la habitación, perseguida por Susan.

– Mami. -Los pequeños brazos rechonchos se alzaron.

Emma se inclinó para recoger a Andraya, y cuando la colocó contra su cadera, la niña se rozó contra su pecho. Eso dolió. Realmente dolió. De tal forma que inmediatamente puso a su hija en el suelo, mientras inhalaba bruscamente. Sus músculos le dolían. No quería contraer la gripe y contagiársela a los niños.

Cuando la tarde cayó, sus síntomas aumentaron. Desarrolló una sensibilidad al sonido. La luz le irritaba los ojos. A veces sus ojos repentinamente cambiaban su visión, de modo que bandas de color aparecían ante sus ojos. Sus articulaciones dolían, resquebrajándose y reventando con cada movimiento que hacía.

Pero más que el dolor físico, el dolor que invadía su cuerpo era algo mucho, mucho peor, algo insidioso y espantoso.

Era muy consciente de su cuerpo. Cada curva. Cada pulgada de su piel. Un calor se formaba en su interior. La tensión se expandía a lo largo de cada terminación nerviosa. Se frotó los brazos como si sufriera de una extensa picazón, no sobre la piel, sino debajo, como si algo mucho tiempo inactivo se estuviera alzando y tratara de salir.

Emma intentó jugar con los niños, pero cuando la noche llegó, se encontró observando el reloj, sus dientes permanecían apretados, esperando que el tiempo pasara más rápido para así poder acostarlos. Sus emociones se salían de control en una u otra dirección. En un momento estaba cerca de las lágrimas y al siguiente podría ladrar a todo el mundo. Varias veces Susan le preguntó que estaba mal, y ella captó que la muchacha la miraba extrañamente, como si hasta su aspecto fuera diferente.

A la hora de la cena, Emma estaba segura de que se estaba volviendo loca. Su cuerpo dolía por la necesidad. Si Jake no hubiera ido a su oficina, ella le estaría rogando que le hiciera el amor. Sus pechos dolían más allá de lo creíble, sus pezones estaban duros, rozando contra su sujetador con cada paso que realizaba hasta el punto de hacerla desear desesperadamente arrancarse la ropa para conseguir algún tipo de alivio. Sentía como si un millón de hormigas avanzaran lentamente sobre su piel, suaves, diminutos roces de plumas golpeaban a lo largo de cada terminación nerviosa. Profundamente en su interior, se estaba quemando, estaba vacía y desesperada por ser llenada. Estaba más caliente de lo que alguna vez hubiera estado, su temperatura se elevaba en varios grados, y ni siquiera una compresa de hielo en su cuello aliviaba el calor.

La tormenta en formación aumentaba su incomodidad y malestar. Dos veces tomó el teléfono, y luego colgó. No podía dejar que su miedo pusiera en peligro a Jake. Los partes meteorológicos habían estado enviando advertencias continuas sobre la posible inundación, y la lluvia ya había comenzado.

Con el viento arreciando, la lluvia cayendo por todos lados. No quería a Jake fuera en el peligro porque estuviera inquieta y atemorizada.

Emma se obligó a pasar una agradable cena, intentando hacer algo positivo con la agitada energía que iba en aumento dentro de ella, pero estaba lista para salir lentamente de su piel. Le hacía daño llevar ropa. La necesidad sexual llegaba en ondas, cada una más fuerte que la anterior, de modo que su piel enrojecía, y la hacía desear arrancarse la ropa y frotar su cuerpo contra algo que aliviara la terrible presión.

– Susan, después de que los niños terminen y mientras friego los platos, ¿quieres darles un baño por mí? Les gusta jugar en la bañera, podrías mantenerlos ocupados por unos minutos hasta que pueda terminar e ir a leerles. -Y conseguir que todo el mundo saliera de su camino para así poder averiguar lo que le estaba pasando.

– Claro. Estarán bien en la bañera. Sé donde están todos sus juguetes.

Emma no confiaba en su voz. Ella quería -no, necesitaba-, desnudarse, quitarse el peso de la ropa sobre su piel ultra sensible. No podía dejar de moverse. Su cuerpo ondulaba con la necesidad ahora. El calor aumentaba, la presión en su más sensible nudo hacía que sus caderas buscaran alivio. Deseaba gritar por el dolor entre sus piernas.

Emma besó a Kyle y a Andraya en la coronilla, y agradecidamente los envió arriba. Apoyándose en el fregadero, bajó la cabeza, tomando grandes y profundos alientos. Apenas si podía andar, sus pies dolían, los nudillos de sus manos ardían junto con las yemas de los dedos. Empezó quitándose los zapatos, los cuales cayeron en el piso de la cocina, mientras avanzaba lentamente hacia el intercomunicador, ahora aterrorizada, desesperadamente necesitada de Jake.

Su cuerpo se movió con sensual deslizamiento, sus nalgas se alzaban, sus brazos se balanceaban, como si su cuerpo estuviera separado de su mente y ella ya no pudiera controlarlo. Tenía el impulso de tocarse, remontar las curvas de su cuerpo, encontrar su ardiente centro y aliviar el dolor. Su mente gritaba por Jake. Necesitaba a Jake.

Fuera la lluvia azotaba sobre las ventanas y su pulso latía con el mismo ritmo salvaje del silbante viento. La fiebre quemaba su sangre. Imágenes de Jake llenaron su mente, desnudo, su musculoso cuerpo, demandante, conquistando el de ella. No con el trato sexual que ella ansiaba de él, sino con algo totalmente diferente. Su pulso palpitó profundamente en su interior como si la sangre se reuniera y exigiera. Su mente se hizo un caos y sus manos -oh, sus manos- se cerraban y abrían rastrillando el suelo por la frustración.

Sollozando, golpeó el botón del intercomunicador.

– Drake. -Su voz era diferente. Su garganta dolía. Era ronca por la ardiente necesidad. No había un lugar en su cuerpo que no doliera. Si el material de encaje de su sujetador rozara contra sus pezones una vez más, podría volverse loca.

– ¿Qué pasa, Emma? -La voz de Drake era tensa.

Ella sabía que él estaba trabajando en asegurar el rancho para la tormenta. Todo el mundo lo estaría. Ella tosió, sentía que sus manos se deslizaban sobre sus pechos, tratando de aliviar el terrible dolor y rápidamente bajó las manos.

– Tienes que venir aquí. La cocina. -Y que Dios le ayudara si alguien más venía. Debía decirle a Drake lo que pasaba. Ella sabía que él era el único con mayor conocimiento sobre su especie. Sabía que llamaría a Jake. Su madre nunca le había dicho una palabra sobre el cambio, pero algo aterrador pasaba y tenía que ser su leopardo.

Minutos. Horas. Cada ola de hambre sexual era peor que la anterior. Casi sollozaba cuando oyó que la puerta se abría.

– ¿Emma?

– Drake. -El alivio manó de su voz. Ella no se había dado cuenta de cuánto contaba con él para que la ayudara. Una vez que lo entendiera, debería ser capaz de manejar la intensidad de la necesidad que ardía en ella. Si esta era la forma en que se sentía Jake todo el tiempo, podía entender su necesidad de alivio continuo.

– Emma, ¿están todos bien? -Drake entró en la cocina, dio varios pasos cuando la esencia lo golpeó con fuerza. Se detuvo repentinamente, sus dedos se curvaron en apretados puños. Profundamente en su interior, su leopardo saltó y rugió, rastrillando en él, forcejeando profundamente en un esfuerzo por salir.

– Drake, tienes que decirme lo que le pasa a una mujer cuando entra en celo. Jake comenzó a explicármelo, pero estaba tan segura que no poseía al leopardo. Tienes que ayudarme.

Él estudió su cuerpo desde más allá del cuarto, aferrándose al respaldo de una silla, aplastando casi la madera, aclarándose la garganta antes de contestar:

– Necesitas a Jake.

– Sé que necesito a Jake. Él no está aquí, obviamente, así que tienes que ayudarme. Dime qué hacer. No puedo seguir así.

Él apretó los dientes, venciendo el impulso de saltar sobre la mesa y tomarla.

– Ninguno de los hombres puede entrar aquí, Emma, incluido yo. Es demasiado peligroso. Haz que los niños duerman y enciérrate con llave en tu cuarto. No dejes a Susan cerca de ti. Todos los hombres, leopardos o humanos, se verán afectados por ti en este momento. Tienes que alejarte de ellos.

– No me ayudas.

– Maldición, Emma. Soy un macho tanto si puedo o no cambiar. No puedo estar aquí. -Sus uñas se enterraron en la silla de la cocina.

Cuando ella miró detenidamente alrededor de la mesa hacia él, la respiración se le atascó en la garganta. Sus ojos se habían fundido, fijos y miraban detenidamente al igual que un depredador. Su cabeza se movía de un lado al otro, pero su mirada nunca se apartó. El cuerpo de él cambió, musculoso, compacto, fuerte. Ella sentía que el vacío palpitaba entre sus muslos cuando contemplaba cada aliento que él tomaba.

Drake retrocedió ante ella, casi a la puerta, cuando ella avanzó lentamente hacia él.

– Tengo que salir de aquí, Emma. Tu leopardo emerge. Está en celo y vas a sentir todo lo que ella siente. Es intenso y difícil, y necesitarás a Jake.

Ella no quería oír eso otra vez. Colocó la cabeza en el suelo y lloró, aterrorizada de ser lo bastante egoísta para llamar a Jake en medio de una de las peores tormentas de la temporada. Tenía que controlarse. Era todo que lo que haría. Oyó la puerta de la cocina cerrarse y ella se quedó allí, justo en el suelo, cuando la marea de sentimientos amainó, la dejó drenada. Durmió y soñó con Jake, en una selva, caliente y húmeda, y a ambos rodando juntos en la tierra, consumidos con la necesidad de estar tan cerca como fuera posible.

– Emma. -La voz de Susan la llamaba. Una mano tocó su hombro, gentilmente la sacudió-. ¿Estás enferma? ¿Debería llamar a Drake?

Emma de mala gana abrió los ojos, parpadeando rápidamente. El cuarto estaba oscuro. En el exterior, el viento aullaba. Podía oír el ocasional roce de una rama de árbol contra la casa. Su boca sabía a algodón. Experimentalmente, ella recorrió sus dientes con la lengua.

– Emma. -Las manos de Susan eran suaves cuando intentó ayudar a Emma a sentarse-. Está ardiendo. Tienes mucha temperatura.

El toque sobre su sensible piel quemaba, y Emma se obligó a no alejarse.

– La gripe, quizás, nada serio. -Se sentía serio. Su cuerpo dolía, cada articulación, cada músculo. Respiró hondo y se obligó a ponerse en pie, usando la mesa como ayuda para impulsarse.

Susan se precipitó al refrigerador para conseguirle un vaso de agua helada.

– Los niños están listos para la cama. Podría acostarlos por ti, pero están asustados por la tormenta.

Emma tomó un largo y refrescante sorbo. El agua se sentía bien en su garganta. Los síntomas en su cuerpo habían amainado, dejándola con una sensación de aterido dolor, pero al menos podía manejarlo.

– Los arroparé y les leeré una historia. Gracias, Susan.

Cuando subió las escaleras, echó un vistazo a las ventanas, lamentando no poder salir donde la salvaje naturaleza era elemental y viva. Se sentía atrapada, enjaulada. Su piel tan tensa sobre sus huesos que temía fuera a reventar.

Kyle corrió hacia ella, lanzando los brazos alrededor de sus piernas, y Andraya, como de costumbre, siguió su ejemplo. Ambos alzaron la vista hacia ella con miedo en los ojos.

– Es sólo una pequeña tormenta -los calmó ella-. Vamos. Voy a contaros una de mis historias de los dos niños mágicos. Entremos en la cama de Kyle.

Ella tomó sus manos y los llevó al cuarto del pequeño. Subieron a la cama con ella. La tormenta golpeó con toda su fuerza mientras ella comenzaba la historia. Los relámpagos zigzagueaban a través del cielo, chisporroteando y desprendiéndose como grandes fustas, iluminando las rechonchas nubes negras. La fuerza del viento conducía la lluvia contra las ventanas. Los niños se pusieron a llorar, asustados cuando los truenos retumbaron con fuerza justo sobre ellos, agitando las ventanas.

Emma empujó a Andraya y Kyle a sus brazos y alzó la vista cuando Susan llegó corriendo al cuarto de Kyle, pareciendo un poco afectada también.

– Quiero a Papi -sollozó Andraya.

– Está en la oficina, pequeña -dijo Emma, besando la cima de la cabeza de la niña-. Estará en casa pronto. -Esperaba que no fuera así, que tendría el sentido común de mantenerse seguro de la tormenta en su oficina, en vez de intentar conducir un coche en medio del chaparrón. Ella acarició la cama de Kyle-. Iba a contarles a los niños una historia, Susan. Ven y únete a nosotros.

Susan rápidamente se hundió encima de la cama, arrastrando a Andraya a su regazo y meciéndola suavemente de acá para allá mientras Emma mecía a Kyle.

– ¿Emma? -La voz de Drake llamó-. ¿Todo bien allí? -Sabía que él no deseaba subir y estar cerca de ella. Su leopardo estaba demasiado cerca, y el calor en ella se había extendido, hasta casi consumirla. Esto era todo lo que podía hacer, sentarse con los niños y meterlos en la cama.

– Estamos bien, Drake, gracias. -Cada parte de su cuerpo estaba sensible, y la tormenta no la ayudaba en absoluto. Podía sentir cada latido del viento y la lluvia, salvajes y sin domar, azotando en ella, deseando liberarla, como la tormenta a sí misma.

Otro relámpago iluminó la habitación y Andraya se acurrucó contra Susan cuando los truenos rugieron como un tren de carga. Muy lejos, un caballo gritó. El sonido congeló la sangre de Emma. No era el grito de un animal asustado, sino el sonido de terror y agonía entremezclados. De un salto se puso en pie. Entonces otros caballos comenzaron a gritar, sonando aterrorizados.

– ¡Drake!

– Quédate en la casa, Emma -gritó él desde la escalera-. Bloquearé la casa.

Un bloqueo automático significaba que cada ventana y puerta se cerrarían herméticamente y que la alarma sería activada. Por primera vez, Drake no apostó guardaespaldas en la casa, con miedo por la seguridad de Emma y por último por la seguridad de cualquiera de los hombres que pudieran ser lo bastante tontos para tocarla en medio de las convulsiones de la locura. Jake mataría a quien fuera que osara poner un dedo sobre ella.

Kyle y Andraya colocaron las manos sobre sus oídos para acallar el sonido de los caballos que relinchaban.

– ¿Hay fuego? -preguntó Susan-. Estoy asustada, Emma.

– Drake lo manejará -dijo Emma tranquilamente. Metió a Kyle bajo las mantas y comenzó a contarles la historia de los niños mágicos.

El caballo que chillaba más fuerte repentinamente dejó de relinchar, pero los sonidos de angustia siguieron desde las cuadras. El viento aumentó en su furia y las luces parpadearon. Una vez. Dos veces. La casa se sumergió en la oscuridad. Ambos niños lloraron en voz alta. La rápida respiración de Susan le dijo a Emma que sus nervios también estaban afectados.

– El generador funcionará en unos segundos -dijo ella con seguridad, cuidadosa de no delatar el hecho de que su estómago era un nudo y que su corazón palpitaba a gran velocidad. Ella contó en su cabeza. Parecía que tomaba una cantidad de tiempo extraordinaria. Las luces oscilaron. Se fueron. Regresaron, débiles, y luego la casa estuvo una vez más sumergida en la oscuridad.

Emma golpeó el botón de intercomunicador. Nada pasó.

Su inquietud se convirtió en auténtico miedo.

– Bien, niños -dijo, manteniendo su voz llana y calma-. Vamos a tener una pequeña aventura. Voy a mostrarles un lugar secreto y se quedarán allí con Susan hasta que Papi regrese a casa. Podemos ir a dormir allí. Susan, trae sus mantas favoritas.

– No puedo ver en la oscuridad -dijo Susan, con la voz temblorosa.

Emma podía ver muy bien, aunque su visión fuera más bandas de calor. La información manó sobre ella como si tuviera antenas, diciéndole donde estaban todos los objetos en el cuarto y donde estaban los niños y Susan. Ella recogió las mantas, tomó las almohadas y las empujó en los brazos de Susan.

– Todo el mundo a cogerse de las manos. Esto es una gran aventura.

– No lo quiero -dijo Andraya-. Quiero a Papi.

– Ya viene -dijo Emma, sin saber si era verdad, pero el miedo en ese momento cedía el paso a algo más extraño. Ella alzó la cabeza, olfateó el aire y la esencia de… felino. Él. El leopardo que la había atacado en la fiesta de Bingley. Él estaba en su casa, acechando a sus niños.

Su propio leopardo saltó y se cerró de golpe con fuerza contra su piel y huesos.

– Tenemos que apresurarnos -dijo urgentemente. No confiaba en sí misma para encerrarse en el cuarto seguro con los niños. Ella no sabía lo suficiente sobre su leopardo, pero se encontraba salvaje por ser libre, andando, rugiendo, furioso de que algo amenazara a sus niños.

Tomó a ambos niños y corrió desde el cuarto de Kyle por el pasillo hasta la suite de Jake, Susan se apresuraba por alcanzarla. Él escucharía y sentiría sus esencias, pero una vez que estuvieran dentro, él no sería capaz de llegar a ellos, no sin un soplete de soldar. Abrió de un tirón la puerta del armario y empujó su ropa para así acceder al cuarto secreto.

– Entra, Susan. Hay mucho espacio. Hay una linterna. Pon a los niños en los colchones. Cierre con llave la puerta y no salgas por ninguna razón. Nadie puede alcanzaros. Hay agua y comida.

– Pero tienes que quedarte con nosotros.

Emma la empujó suavemente al interior, se estiró y encendió la linterna. Los pequeños se aferraron a ella pero rápidamente los apartó y se los entregó a Susan.

– Te confiamos a los niños, Susan. Son todo para nosotros. Mantenlos a salvo.

Ella misma cerró la puerta, e inmediatamente la puerta insonorizada cortó el sonido de los sollozos de los niños.

Emma se dio la vuelta lentamente, flexionando los músculos, los dedos, escuchando el reventar y chisporrotear de sus huesos. Ahora estaba cerca. Su leopardo. Su otra mitad.

– Él quiere llevarse a nuestros niños -susurró ella suavemente, ya sin miedo.

Sus pies estaban descalzos cuando cruzó la habitación de Jake, tomando el consuelo del olor de él que la rodeaba. Sabía exactamente donde estaba el otro macho, en su forma de leopardo, el cual se arrastraba hacia la escalera, creyéndose inadvertido por ella y capaz de hacer cuanto él deseara. Era fuerte, como lo eran todos los machos de su especie, pero ella era una madre que defendía a sus crías. Ella desabotonó cada botón fuera de su ojal y dejó que la blusa se deslizara de sus hombros al suelo, desenganchó su sujetador y lo arrojó sobre la cama de Jake, en todo momento caminando hacia la puerta abierta.

En el pasillo se quitó la falda y las bragas, sintiendo el aire fresco con alivio en su piel sensible. Se estiró otra vez, llena de resolución. Él podría matarla, pero se lo llevaría con ella. No conseguiría a los niños. Cruzó el pasillo con los pies desnudos, silenciosos, su visión era magnífica, sus músculos sueltos y flexibles. Agarró el pasamano con una mano y saltó sobre este, aterrizando ligeramente en cuclillas sobre el primer descansillo del tramo de escaleras.

El leopardo tenía una gran pata en la escalera, sus ojos brillaban en la oscuridad ante ella. Él se retiró, asustado cuando ella se puso a cuatro patas. Ella echó la cabeza hacia atrás, su largo pelo caía alrededor de ella como una capa.

La cara del hombre se contorsionó, su pecho y manos cambiaron, de modo que estuvo de pie en piernas de felino, afrontándola, mitad hombre, mitad leopardo. Rory, el hombre a quien habían pagado para impregnarla, violarla y usarla contra su voluntad, la contempló con calculadores y viciosos ojos.

– Me perteneces. Te prometieron a mí.

El calor era casi insoportable, su temperatura corporal aumentaba. Ella debería sentirse avergonzada de estar desnuda frente a él, pero el felino en ella se había combinado ya tan profundamente que no se preocupó.

– Sal de mi casa.

El relámpago destelló a través del cielo, iluminando el descansillo donde ella estaba en cuclillas. Diminutas cuentas de sudor surcaban su enrojecida piel. Ella sabía que su sexo estaba hinchado y húmedo, su olor lo llamaba. Sus pechos dolían, sus pezones erectos, su respiración venía en jadeos desiguales.

– Mírate. Estás en celo. Me necesitas. -Había satisfacción en su voz-. Pronto tu felino tomará el control y te pondrás de rodillas frente a mí y te tendré, tanto al leopardo como a la mujer. Serás mía y nadie será capaz de hacer una maldita cosa sobre ello. -Su voz era ronca por la tensión sexual.

– No te aceptaré.

Él sonrió con satisfacción ante ella.

– No tienes opción. Por si no lo has notado, soy mucho más grande que tú.

– Drake vendrá.

– Drake no puede cambiar -se mofó Rory-. Él es inútil para ti.

– Él vendrá y traerá a los otros hombres con él.

– Los hombres están en las cuadras donde un leopardo salvaje ha causado estragos con los caballos. Estarán intentando salvar a los preciosos caballos de Bannaconni durante un rato.

– Uno de tus compinches.

– Así es. Y él no puede entrar aquí. Bloqueaste todo el lugar, sólo estoy yo en el interior. Tu precioso Drake no me olió.

– Te cubres con otros olores.

– Como una mofeta. -Parecía contento consigo mismo por burlar a los otros leopardos.

– Jake te perseguirá y te matará.

– Nunca nos encontrará. Soy del bosque, y una vez que estemos de vuelta allí, él estará en mi terreno.

Las manos de Emma se curvaron en un nudo, sus músculos se extendieron. Ella alcanzó a su leopardo, llamándola, impertérrita. Aceptándola. Eran astutas juntas. Eran fuertes. Necesitaba su otra mitad.

El Han Vol Don estaba sobre ella y lo abrazó, en vez de luchar contra ello. No importó que su cráneo se sintiera demasiado grande para su cabeza y que el dolor aporreara sus sienes. Ella se extendió al cambio… deseándolo.

Otro relámpago iluminó la habitación y él vio los músculos de ella contorsionarse. Tan pronto como él vio que su cuerpo cambiaba, él tomó su otra forma, preparado para luchar por ella, totalmente preparado para hacer su reclamo sobre el leopardo hembra. Estaba fascinado por sus ojos aguamarina y le sostuvo la mirada fijamente, rechazando apartar la mirada, demostrándole que él era el macho que la conquistaría.

Emma recorrió con la lengua los afilados dientes, todo el rato manteniendo la mirada fija sobre el macho. Sabía que le estaba seduciendo y usó su sensual condición para obnubilarle, mientras la ondulación bajo su piel corría de su vientre a sus brazos. La adrenalina inundó su cuerpo, y con ello la fuerza… la fuerza que ella tendría para derrotar al macho mucho más grande y pesado. Una onda de piel dorado rojizo emergió sobre su piel, decorada con rosetones oscuros. En vez de encontrar el cambio repulsivo, ella encontró sensual el estado a medio transformar, deliberadamente estiró su cuerpo otra vez, permitiéndole captar la esencia de su disposición.

Sus sentidos aumentaron y la furia estalló en ella. Ella volvió la cabeza mientras su hocico se formaba y la piel se rizaba sobre el resto de su cuerpo. El leopardo hembra estaba sobre sus cuatro patas, flexible, grácil, reluciente. Emma había esperado encontrarse en el fondo, pero estaba allí, sólo que ahora su inteligencia era doble, ahora su determinación y voluntad estaban reforzadas por el agresivo animal que era su otra mitad.

En las convulsiones de su calor sexual, el leopardo hembra frotó la longitud de su cuerpo a lo largo del pasamano, extendiendo su seductora esencia por todas partes, provocando a su compañero. El varón la miró fijamente con ojos amarillos-verdosos, fijos y enfocados. Su nariz se arrugó y él curvó el labio superior. Hizo una mueca con la boca abierta y bostezó ampliamente en respuesta de un leopardo macho reclamando a una hembra.

Emma mostró los dientes e intentó morderlo, advirtiéndole que se alejara de ella, incluso mientras deslizaba su cuerpo hacia el suelo, lo seducía alzando el trasero. Ella se agachó, pero en el instante en que él dio un paso hacia ella, Emma siseó y le mostró los dientes, haciéndolo retroceder como si ella fuera demasiado caprichosa para aceptarlo.

Si pudiera ganar tiempo, llevarlo lejos de la escalera y de la cámara donde los niños estaban escondidos, Drake vendría para comprobar cómo estaban. No sería de su agrado que el generador no funcionara como debería. Incluso si los caballos estuvieran en estado crítico, el hecho de que ellos hubieran sido atacados por un leopardo haría que Drake volviera corriendo a ella y que trajera a los demás. Necesitaba tiempo. Si pudiera dirigir al leopardo al gran salón donde había grandes ventanas. Y si todo lo demás fallaba, ella podría saltar, romper los cristales y dar la alarma. Eso atraería a todos los hombres hacía la casa.

Su cautelosa mirada se concentró en el macho, ella bajó un peldaño, continuó frotando su cuerpo a lo largo del poste del pasamano. El macho la siguió con la mirada, observándola precavidamente. Extendió las garras y siseó, diciéndole claramente que se echara hacia atrás, que ella no estaba lista. El macho se alejó un paso de la escalera, con cautela, expectante. Ningún macho leopardo que tuviera amor propio intentaría forzar a una hembra hasta que fuera receptiva a él, no al menos que tuviera deseo de morir.

Emma sabía por sus amplias lecturas que el cortejo entre leopardos era ruidoso, pero los sonidos que la hembra estaba emitiendo la impresionaron. Al macho, la vocalización le parecía completamente seductora. Siseó otro rechazo y él se retiró mucho más, dándole acceso al salón. Ella siguió frotando su piel a lo largo de cada objeto con el que entró en contacto. Cuando alcanzó el suelo al final de la escalera, ella rodó de modo seductor y se estiró.

El macho se acercó, resoplando suavemente, intentando atraerla, ella inmediatamente saltó sobre sus patas, asestándole un golpe con las garras extendidas. El macho la rodeó mientras ella continuaba provocando y jugando al modo seductor de un leopardo durante el cortejo. Podía olerlo, una mezcla de felino, sexo y hombre, todos entremezclados.

Ella rodó otra vez, intentando facilitar su camino desde las escaleras, guiando al macho hacia el salón donde las ventanas eran más grandes y mucho más abundantes. Cada pocos pasos ella se agachaba, casi ofreciéndose a él, pero cuando él trataba de acercarse para frotar su cuerpo con el de ella, levantaba la cabeza, siseaba y daba un zarpazo, obligándolo a saltar lejos de ella.

Los círculos del macho se hicieron más apretados cuando pasaron por el vestíbulo de mármol que se abría hacía el enorme salón. Cuando un relámpago azotó a través del cielo, el suelo brilló durante un breve momento, blanco con pequeños hilos de oro que lo atravesaban. Propulsado por la furia de la tormenta y el olor atractivo que ella emitía, el macho la apresuró, golpeándola de lado sin advertencia.

Emma se tambaleó, y usó su flexible columna para girar incluso mientras caía. El macho estuvo sobre ella en un instante, agarrándole el cuello con los dientes, mordiendo con la suficiente fuerza para hacerla sangrar mientras la cubría, usando su peso superior para aplastarla con su cuerpo y dominarla. Emma le clavó las garras, intentando herir su vientre o lados, para luego ir por sus piernas, pero los dientes se hundieron más, en un intento para obligarla a rendirse.

Ella luchó con todas sus fuerzas, intentando continuamente encabritarse como un caballo sobre sus piernas traseras para tirarlo, usando los poderosos lazos y bandas de los músculos para ayudarle. La sangre le corría por la nuca y se filtraba en su piel, el olor de ella dominaba en la habitación. El macho saltó lejos para evitar matarla mientras ella arremetía y rastrillaba contra él. Devolvió el golpe con un pesado zarpazo, las garras rozaron su costado otra vez, el impacto tuvo la suficiente fuerza para golpear a la mujer de lado. Ella rodó y se puso de pie, la cabeza baja, levantándose a duras penas.

Emma sabía que otra batalla era inminente y que la perdería. Tenía que encontrar un modo de matarlo. No había contado con la fuerza superior de él. En su forma de leopardo se sentía tan poderosa y fuerte, que había creído poder emparejarse con él en la batalla. Él había vivido la mayor parte de su vida en el bosque tropical, y dominaba el cambio por años. Ella era nueva en esto y no tenía ninguna experiencia real en combate.

Lentamente giró la cabeza y examinó sus ojos. Su corazón se detuvo con fuerza en su pecho. Ella sintió que su leopardo se retiraba también. Los ojos amarillos-verdosos hablaban de triunfo, fulminándola con perversa satisfacción. Estaba desgastándola, cansándola, para luego tener el camino libre. En ese instante él era totalmente leopardo, hasta su astuta inteligencia había sido derrotada por la enloquecida compulsión dentro de él.

El macho comenzó a dar vueltas otra vez, vocalizando su interés, sus ojos se enfocaban directamente en los suyos. Ella siseó, advirtiéndole, dando vueltas con él para impedirle saltar sobre su espalda otra vez. Detrás de ella, oyó el rugido de otro macho. Rory giró, su flexible espina le daba la capacidad de doblarse casi por la mitad. Él había reconocido el sonido antes de que ella lo hiciera y ya arremetía contra el intruso macho.

Emma captó el olor de Drake antes de que registrara el sonido de su voz y se arrojó con la fuerza de su cuerpo contra Rory, golpeándole en el costado en un esfuerzo por impedirle acercarse a Drake, el cual sólo había logrado cambiar parcialmente. Sus patas traseras se negaban a cambiar y estaba en una severa desventaja. Él había dejado abiertas las puertas de la casa y los otros leopardos no podrían dejar de oír la caótica batalla.

Rory volvió su furia contra Emma, asestándole un potente puñetazo que la asombró, y luego saltó sobre la espalda de ella y dirigió los dientes hacia su garganta en un asfixiante apretón. En un instante estuvo bajo él, reconociendo su capacidad de matarla. Drake cambió a su forma humana y detuvo a Conner y Joshua cuando ellos irrumpieron en la casa.

– Déjala ir, Rory -dijo Drake, reconociendo al hombre del bosque tropical. Un traidor que había desechado el código con que su pueblo vivía y había decidido usar sus capacidades únicas como un mercenario, trabajando para aquel que pagara más.

Joshua y Conner, en forma de leopardos, rodearon de uno y otro lado al leopardo macho, cada uno rugiendo un desafío con toda la garganta.

Emma sintió la presión del macho más grande contra ella, impulsándola a moverse hacia la entrada que Drake guardaba. Ella dio un paso, luego un segundo, antes de que sus piernas se hundieran abajo. Los dientes pellizcaban su garganta, se aferraban y mordieron otra vez. Rory hundió sus garras profundamente en cada hombro, obligándola a ponerse de pie. Su piel estaba salpicada con sangre, oscura ahora por las manchas. Los costados subían y bajaban, Emma se esforzó por seguir moviéndose hacia la puerta.

– Maldición, Rory, déjala ir -suplicó Drake. Él se apartó, pero sólo lo suficiente para permitir que los dos leopardos pasaran por allí.

Rory apretó aún más el agarre sobre Emma, medio arrastrando a Drake a su paso. En el último momento la dejó caer, giró y acuchilló el muslo de Drake con un potente golpe, rasgando el músculo y el tendón hasta el hueso, dejando caer al hombre como una piedra. La sangre salpicó a través del suelo y las paredes.

Emma hundió sus dientes en una pata de Rory desde donde yacía bajo él. Incluso cuando Joshua y Conner saltaron hacia adelante, el leopardo macho la aferraba por la garganta, apretando dura, y furiosamente ahora, preparado para matar. Conner cambió a fin de salvar a Drake mientras la sangre fluía de la enorme herida.

Drake lo empujó a empellones.

– No a mí. Sálvala. Si él se la lleva de aquí, la matará por rencor o la tomará para él.

– Lo siento, hombre -dijo Conner mientras tiraba del cinturón de los vaqueros de Drake y lo envolvía alrededor del muslo herido-. Eso ahora es trabajo de Joshua. Él puede tumbar al hijo de puta.

Emma oyó a Drake y su corazón se hundió. No iba a permitir que Rory la sacara del rancho. Si su compañero lo estaba esperando en algún sitio en medio de la noche para ayudarlo, ellos podrían derrotar a Joshua, y ella rechazaba la idea de dejar morir a Joshua por protegerla. Así que no iría con Rory. Ella se movió con él por el amplio vestíbulo, atravesó la cocina hacia la abierta puerta trasera. Joshua los siguió, retumbando una advertencia en su garganta.

Emma reunió toda su fuerza y resolución. Una vez fuera de la puerta, forzaría a que Rory la matara, o la soltara. Si ella forcejeaba, Joshua saltaría sobre Rory y si aún estaba viva podría ayudar, pero no podía ser llevada lejos de la casa. ¿Quién sabía dónde esperaba el compinche de este?

El leopardo macho sintió la tensión femenina y supo que ella estaba a punto de resistirse otra vez, entonces él abrió las mandíbulas y las cerró al instante, hundiendo sus dientes con mayor profundidad para una mejor sujeción. La sangre caliente llenó su boca cuando el aire de la noche golpeó su cara. El viento azotó su piel y la lluvia cayó sobre él. La mujer jadeó, sus costados se alzaban y bajaban, sus pulmones luchaban por aire. Él era muy consciente del macho que le seguía, su rival, y sabía que tenía que arrastrarla lejos de los demás para permitirse luchar en espacio abierto.

El golpe lo impactó desde un lado, tremendamente poderoso, enormemente fuerte, cuando un tercer macho entró en la lucha sin advertencia. Incluso el viento lo había engañado, enmascarando la presencia del gran macho con dorados y salvajes ojos que brillaban con furia asesina. Rory perdió su apretón sobre Emma cuando algo dentro de él se rompió y su gato gritó, enroscándose en el aire para caer agazapado, preparado para luchar hasta la muerte.

Una frenética llamada anterior de Drake a Jake lo había puesto en camino inmediatamente, insensible a la ferocidad de la tormenta. Había llegado para encontrar el olor abrumador de leopardos machos y el femenino grito de dolor de Emma. Luego escuchó el ronco grito de Drake y supo que había caído. Se quitó las ropas tan rápido como pudo, convocando el cambio, corriendo para interceptar al atacante de Emma. Lo golpeó con todas sus fuerzas, agarrándole con la guardia baja cuando Rory surgió de la casa, sosteniendo a Emma por la garganta.

Jake trazó un medio círculo, cambiando de dirección con el aire para seguir a dónde su contendiente fuera, arqueando su flexible espina, atacando con un golpe lateral para agarrar a Rory otra vez, rasgándole la gruesa piel, atravesando músculos y tendones hasta el hueso. Con el olor de la sangre de Emma llenando sus fosas nasales, Jake casi se volvió loco, saltó sobre la espalda de Rory, enterrando sus garras y rasgando el suave bajo vientre mientras luchaba por conseguir un apretón mortal en la garganta.

Rory se defendió ferozmente, los dos felinos se contorsionaban y retorcían en una lucha a muerte. Emma se tambaleó sobre sus pies y giró hacia los machos, dio un paso en un esfuerzo de unirse a su compañero para derrotar a su enemigo, pero cayó otra vez. Rory, dio la vuelta y se apresuró hacia ella, su única esperanza de fuga.

En esa fracción de segundo, Jake supo que tenía una oportunidad de confiar en su leopardo. Cedió ante el rugiente macho, abandonando el control, permitiendo al leopardo fusionarse totalmente en su mente. Su leopardo estuvo sobre Rory en un segundo, más rápido de lo que Jake creía posible, cerniéndose sobre su presa, hundiendo los dientes para ahogarle hasta la muerte, manteniéndolo absolutamente inmóvil, dominante, un leopardo macho en la flor de la vida completamente liberado.

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