Capítulo 20

JAKE colgó el teléfono y le dirigió una larga, pensativa mirada a la escalera. Emma no se encontraba bien -de nuevo. Las noticias sobre Drake eran muy buenas. Todos deberían estar eufóricos, pero Emma sólo le había dirigido a Drake unas pocas palabras alentadoras y le había devuelto el teléfono a Jake -muy raro en ella.

La policía había ido y venido, su investigación aparentemente se terminó tras unos pocos días de intensas averiguaciones. Hopkins ya fue declarado culpable de malversación y esperaba sentencia. Los niños se habían asentado. Incluso Susan había regresado a casa para ver a su padre. Las cosas deberían haber empezado a volver a la normalidad, pero su Emma no era la misma. Dos veces la había pillado llorando, aunque ella le dijo que no pasaba nada malo. Permanecía cerca de los niños, casi como si tuviera miedo de que algo pudiera pasarles. No se opuso cuando él incrementó la seguridad y le pidió a Brenda que durante una temporada trabajara más días, lo que era totalmente extraño en Emma -nunca quiso a nadie más en su casa haciendo su trabajo.

Ella estaba de un humor cambiante, nerviosa y más de una vez hoy le había contestado mal. Suspiró y caminó hacia la escalera, frotando la barandilla de aquí para allá hasta que empezó a subir. Los niños estaban en la cama -ella les leía historias hasta que los dos se dormían- ya no había una barrera entre ellos, impidiéndoles hablar, pero ella todavía se negaba a venir a él y decirle lo que estaba mal.

Él respiró y exhaló, demasiado consciente de su corazón bombeando aterrado. Ella debió de pasar tanto miedo. Y podían haber perdido a ambos niños. No la había advertido contra sus padres, no realmente. Nunca había compartido su niñez con ella. Nunca se fió de ella lo bastante para darle esa parte de él, incluso había esperado que viviera con él y con el peligro que lo rodeaba. Se sentó en el peldaño inferior y se cubrió la cara con las manos.

No la podía perder -no ahora. No cuando sabía que era su mundo. Había dejado de ser un hombre lo suficientemente egoísta para traerla a su vida por muchas razones equivocadas, fingiendo adorar a su hijo, amarlo por ella. Emma le había enseñado cómo amar. Había traído alegría a su vida. Ternura. Risas. Deseaba que llegara cada noche, levantarse por la mañana. Deseaba vivir.

Ella no podía dejarlo. Simplemente no podía. Tenía que encontrar una forma de dejarle saber cuánto significaba para él. Ni siquiera estaba seguro de poder dar ese paso todavía. Al menos podía admitirlo para sí mismo, pero ¿sería ya demasiado tarde? No podía ser. Levantó la cabeza y la determinación lo atravesó. Estaba muy próxima a tener su celo de leopardo y todavía parecía luchar en cada paso del camino, hasta tal punto que mantenía a Jake a distancia.

¿Podía ser eso el problema? Ella le había dicho que aceptaba a su felino, la unión y llegar a ser uno, pero ¿se había asustado de su propio leopardo? ¿Cómo demonios comprendían los hombres alguna vez a las mujeres y sus cambios de humor?

Subió las escaleras, decidido a forzarla a hablar con él. Emma estaba sentada en su silla favorita en su habitación, las luces apagadas, sólo la luz de la luna que entraba por la ventana iluminaba su cara mientras miraba fijamente la noche. Jake cerró la puerta y pasó el pestillo, consiguiendo su inmediata atención.

– ¿Qué está mal, Emma? -preguntó tranquilamente.

Ella apretó los labios. Respiró, pasándose una mano por el pelo desaliñado.

– Nada. Sólo estoy disfrutando de la soledad.

Una orden clara de dejarla sola. Él inclinó la cabeza, deslizando la mirada sobre su cuerpo. Ella tenía el encanto que las hembras desplegaban cuando necesitaban a sus compañeros. Cuándo inhaló y atrapó su olor en los pulmones sintió la conmoción del cuerpo. Ella estaba definitivamente en celo y más que preparada, pero se resistía, se sentaba tiesa, retorciéndose los dedos.

Emma lo miró.

– Deja de mirarme, Jake. No estoy de humor.

– Estás de humor, verdaderamente, sólo que no lo admites. -Su voz le ronroneaba-. Si me quieres, dulzura, todo lo que tienes que hacer es decirlo. No hay necesidad de ponerte temperamental conmigo.

La mirada de ella saltó a su cara.

Ella tiene ganas. Ella está nerviosa, no yo. Está como loca ahora y no la dejo salir. Estuvo como una gatita mimosa, frotándose por todas partes, y puedo jurar que en unos pocos minutos quizás le hubiera permitido a ese horrible hombre montarla. Es así de mala.

Ahora él lo sabía. Su leopardo se había llevado al macho de los niños, seduciéndolo con cada movimiento. Emma se avergonzaba de eso. Su olor estaba sobre toda la barandilla y ella no podía evitar olerlo. Las había restregado y le había sacado brillo a la escalera tres veces.

– Ella eres tú -le recordó suavemente-. Ella no habría permitido que cualquier otro macho la montara más de lo que lo hubieras hecho tú.

– Detesto sentirme así. -Y lo hacía. Caliente. Malhumorada. Fuera de control. Capaz de pensar sólo en atacarlo y tenerlo profundamente en su interior. ¿Esto iba ser su vida? ¿Sexo sin amor? ¿Era eso todo lo que había para ella? No lo quería. Que se lo quedara otra persona.

Jake lentamente se desabrochó la camisa y la dejó caer al suelo al lado de su silla. La mirada fascinada de Emma saltó al ancho tórax, a pesar de su intención de permanecer bajo control. Él era todo músculos prietos, el amplio pecho, sus duros pezones, y ella sintió su cuerpo tensarse de anticipación mientras abarcaba la estrecha cintura y la extensión de músculos que cubrían el vientre plano.

Emma quería gemir en voz alta. Su mente protestaba pero su cuerpo se incendió, estaba ya en llamas por la necesidad. Él sólo estaba arrojando combustible a las llamas. No quería esto -sin inteligencia, sin amor, lo único que importaba era sólo el ardiente sexo. Pero ¿cómo podía evitar que su propio cuerpo la traicionara?

– ¿Qué quieres Jake? -Su voz era áspera, cada terminación nerviosa en alerta.

– A ti, Emma.

Ella lo miró fijamente, asombrada de que su voz pudiera reducirla a crudo deseo sexual. Él elevó una ceja mientras dejaba caer las manos a la apertura de sus vaqueros.

– Si la ropa es tu favorita, quizás quieras salir de una maldita vez de ella.

Ella odió que su cuerpo reaccionara contra su voluntad a la seducción del terciopelo en la orden cruda, volviendo completamente líquido su núcleo femenino. El calor atravesó rápidamente su cuerpo y se extendió como un incendio descontrolado. Con una mano él desabrochó sus vaqueros y su largo, grueso y muy excitado pene se liberó, captando su mirada hipnotizada. Su matriz se apretó de esa extraña forma y dedos excitantes provocaron sus muslos.

– No voy a hacerlo. El sexo gobierna todo esto y yo no voy a ser así. Yo no, Jake, así que simplemente guarda eso.

Ella quizás lo hubiera hecho mejor si hubiera logrado dejar de mirarlo fijamente con hambre en los ojos, total y cruda, pero sabía que estaba en su gesto, en su mente. Consumiéndola como lo había hecho en cada momento a lo largo de estos días hasta que apenas podía pensar en otra cosa que no fuera tenerlo dentro. No el hacer el amor gentil que ella anhelaba de él, sino áspero y salvaje, y que Dios la ayudara, no quería ser esa persona. Quería sentir amor cuando él la tocara, no locura, no un frenesí que era un anhelo obsesivo.

Sin apartar nunca la dorada mirada de su cara, Jake empujó los vaqueros por las estrechas caderas, y los bajó por las piernas para patearlo lejos de él.

– ¿Crees que no sé lo que necesitas, Emma? -La miró totalmente seguro, supremamente masculino.

– No me importa. -Ella se pasó la mano por el pelo-. No, Jake. ¿Tienes la más mínima idea de cómo es para mí encontrarme frotando mi cuerpo por todas partes de la cama como una gata en celo? Sabes cómo me siento cuando… -Apretó los labios y apartó la mirada de él.

– Sí, dulzura. Lo sé. Caminas por la casa y quiero levantarte la falda y tomarte junto ahí en mitad de la cocina o en el suelo. Así que, sí, sé cómo es. -Dio un paso acercándose más-. Pero también sé que ahora es por ti, no por cualquier otra mujer. Sé cómo estoy porque respondo a ti. Emma. No a cualquier mujer.

Ella levantó la mano para detenerle.

– Tengo que tener algún control.

– No, no lo necesitas. Tienes que dejarme cuidar de ti.

Ella saltó de la silla utilizando la agilidad de su leopardo, alejándose de él y colocando el asiento entre ellos. Él podía ver y poder oler el efecto que provocaba en su traicionero cuerpo. Sus pezones estaban duros, los senos hinchados y doloridos. Sus bragas estaban húmedas y eran inútiles como cualquier tipo de barrera bajo su larga falda.

– Es obsesión, Jake.

Jake siguió acercándose, su pene oscilaba contra el vientre a cada paso que daba, un arma mortal, gruesa y fuerte y ya exudando pequeñas y perladas gotas. Su aroma era un afrodisíaco que ella no necesitaba. La boca se negó a dejar de salivar. Quería ser como Jake y culpar a su leopardo, pero se conocía mejor que eso. Ella y su leopardo eran uno mismo. Simplemente lo quería. Desesperadamente. Anhelaba su cuerpo como alguna terrible adicción secreta que nunca se iba.

– No me importa mucho cómo quieras llamarlo, Emma.

Ella gimió cuando Jake se rodeó el miembro con la mano y lo acarició fuerte, desvergonzadamente. Oleadas de excitación atravesaron su sangre, haciéndola sentirse aturdida y mareada por la necesidad. Se sintió agradecida de que ya no estuviera sentada o su falda se habría empapado como sus bragas. Estaba tan caliente que tuvo miedo de poder sufrir una combustión espontánea.

Parecía tan perdida. Su Emma. Luchando contra su excitación. Por primera vez luchando contra su gato y contra ella misma. Ella necesitaba y él proporcionaba. La ley de la selva. La ley de su gente. Su ley.

– Deja de huir de mí, cariño. No vas a escaparte.

Jake saltó sobre la silla, aterrizando agachado, asustándola con su repentina agresividad. Ella dio marcha atrás rápidamente hasta que chocó con la pared y no pudo ir más allá. Él siguió, aterrizando justo delante de ella, cerca, tan cerca que las perladas gotas cayeron en su camisa, su cuerpo aprisionándola, dominándola deliberadamente, provocando su instinto de lucha. Los dedos agarraron duramente la parte superior de sus brazos mientras la arrastraba acercándola, levantándola hasta dejarla de puntillas para poder cerrar su boca sobre la de ella en un áspero, casi brutal beso, sabiendo exactamente lo que ella necesitaba.

Ella le devolvió el beso ferozmente, hundiéndole los dientes en el labio inferior, mordiéndolo, arañándole la espalda en largas y ensangrentadas marcas.

Él gimió, a medio camino entre la pasión y el dolor.

– Sí, dulzura, eso es -la animó-. Pon tu marca en mí. -Su pene se endureció aún más y sus ojos rasgados se llenaron de lujuria-. Hazlos más profundos. Márcame como tu compañero. Lo quiero, Emma. Lo necesito, así que hazlo. Pon tu jodida marca por todas partes en mí.

El ronco gruñido que retumbaba en su pecho hizo que su matriz se contrajera otra vez. Odió que él tuviera razón, que tuviera que arañar su piel y morderle en el cuello y el pecho, que no pareciera poder controlar los terribles impulsos de ser áspera y loca y estar tan fuera de control. Trató de echarse atrás y encontrar su equilibrio pero él capturó su boca otra vez, tomando todo lo que ella era sólo con su boca. Deliberadamente la marcó, mordiéndola, tomando y conquistando, agobiándola con su aroma y sabor, su intensa hambre de ella.

Un maremoto de lujuria subió hasta encontrarlo y Emma trató de frotar su cuerpo a lo largo del suyo, desesperada por sentirlo dentro de ella. Él le recorrió la columna con las manos hasta el trasero y la alzó, empujando su montículo contra su pene, frotándola como un gato en celo. Ella se aferró a sus hombros, gritando mientras el dulce placer recorría su cuerpo.

Él masculló una obscenidad y la tiró sobre la cama con los ojos dorados resplandeciendo salvajemente, el leopardo y el hombre alzándose sobre ella juntos, uno y lo mismo, unidos tan totalmente que los podía ver a ambos estampados en las líneas llenas de lujuria de su cara. Tan hambriento de ella. Famélico. Y ella sentía lo mismo, su gato subiendo hasta bordear el límite, moviéndose sensualmente por las sábanas de seda, llamando a su compañero con cada línea y cada curva de su cuerpo.

Jake se lamió la sangre que manchaba su labio y la respiración de ella se volvió áspera. La lengua chasqueó saliendo otra vez, probando el delgado hilillo, y extendió las manos, agarró el frente de su blusa y tiró. La brusquedad de su violencia envió otra oleada de excitación latiendo por su cuerpo. El material fue separado fácilmente y lo apartó. Su sostén lo siguió cuando rompió fácilmente el encaje y le arrancó los restos de los brazos, dejando los senos desnudos para su placer.

Le rompió la falda y las bragas, arrancándolas para que todo su cuerpo se estremeciera con abrasadora necesidad. Ella se retorció en la cama, su piel tan sensible que las sábanas enviaban dardos de placer que crepitaban por sus venas.

Jake se posó sobre su parte superior, inmovilizándola bajo su forma de duros músculos, su boca aplastando la de ella, metiendo sus labios entre sus dientes mientras su lengua se clavaba en su boca. Sus lenguas se enredaron cuando él entró a la fuerza y su boca la magulló, sus dientes mordisqueando repetidas veces como si se alimentaran el uno del otro. Los ruidos entusiastas que hacía ella sólo le volvieron aún más salvaje, su mano le separó bruscamente los muslos para colocar sus caderas en medio, todo el rato su boca continuaba alimentándose de la de ella.

Emma sintió la ancha y acampanada cabeza empujando contra su tensa entrada y gimió, clavando los talones en las sábanas y levantando las rodillas para darle mejor acceso. Estaba jadeando ahora, su cuerpo arqueándose bajo él, desesperada por que la llenara.

Su boca dejó la de ella y le lamió la esquina de los labios, la barbilla, le chupó el cuello justo debajo de la oreja y luego le mordisqueó el lóbulo, su cálido aliento enviando otro estremecimiento a través de su cuerpo. La marcó en la garganta, lamiéndole las heridas todavía evidentes allí, dejando su marca cubriéndolas. Besó y chupó el camino bajando por su garganta hasta el abultamiento de sus senos mientras subía una mano para ahuecar el cremoso montículo. Hizo rodar el pezón entre su dedo índice y el pulgar mientras su boca rozaba el otro pecho y luego se afianzó allí, sus dientes y su lengua lamiendo malvadamente, formando círculos.

Emma gritó, sus manos dirigiéndose a la cabeza de él, acercándole y tirándole bruscamente del pelo, sosteniéndolo junto a ella mientras él mordía y chupaba y gimió y se contorsionó bajo él, arqueando su cuerpo para empujar su carne ardiente dentro de su boca. Todo el tiempo sus dedos estaban ocupados en su otro pecho, atormentando su pezón, excitando y tironeando fuertemente, incluso pellizcando hasta que ella casi sollozó, salvaje porque él la tomara. Abrió más los muslos, empujando con las caderas, corcoveando para forzar la ancha cabeza del miembro de él en su entrada caliente, húmeda.

Emma nunca se había sentido tan excitada, tan desesperada por él mientras sus dientes arañaban sus pechos, ásperos, punzantes mordiscos que sólo le hacían arder más. Podía sentir el cálido líquido inundando su interior, saliendo a borbotones para engullir la cabeza de su eje como un incentivo. Ella apretó sus músculos internos, haciendo lo imposible por arrastrarle adentro, por forzarle a llenarla y aliviarle el terrible dolor que estaba creciendo y creciendo y todavía no se había aliviado.

– Por favor, Jake. Por favor. -Se sentía frenética, temerosa de no poder esperar más. Estaba acostada sobre un tormento de deseo, de hambre, que parecía insaciable. Creciendo, siempre creciendo, sin alivio-. Jake. -Su nombre salió como un sollozo, una súplica.

Él se puso de rodillas y la volvió sobre el estómago en un movimiento veloz como el rayo. Su brazo la enganchó por las caderas y tirando bruscamente la puso de rodillas, metiéndole su pene profundamente de un golpe, sin piedad. Ella estaba caliente, resbaladiza y tan apretada que su aliento salió siseando entre sus dientes. El placer se derramó sobre él y lo atravesó, sus tensos músculos estrangulándole con fuego, un infierno abrasador que le hacía sentir un puño de seda rodeándole. Se condujo a través de su vagina, sin esperar a que ella se ajustara a su tamaño, enterrándose profundamente, retirándose, escuchando la respiración entrecortada de ella mientras él los mantenía en equilibró al borde del éxtasis absoluto. Tan cerca. Se clavó con un golpe seco otra vez, más profundo esta vez, levantando sus caderas hacia él mientras empujaba hacia adelante.

Emma gritó. De ese modo, él era demasiado grande para ella, a pesar de estar resbaladiza, caliente y ardiente mientras él se conducía a través de sus prietos pliegues.

– No puedo tomarte entero -protestó, bajando, jadeante, a pesar de que incluso ahora empujaba impotente contra él, desesperada por él-. Eres demasiado grande. -Lo era. De verdad lo era. Pero no podía evitar que su cuerpo siguiera al de él cuando se retiraba y se clavara de golpe profundamente otra vez.

Su aliento salía rápidamente en un gemido quejumbroso.

– Jake. Es demasiado. -Las llamas parecían engullirla saliendo de su interior. Cada parte de su cuerpo estaba excitada más allá de lo imaginable.

Él se echó hacia atrás dándole un momento de respiro y se deslizó de golpe en ella otra vez, más duro y más profundo que la primera vez.

– Esto es… -Él se retiró y se adelantó otra vez, sus gemidos de dolor convirtiéndose en sollozos de placer. Apretó los dientes y afianzó los dedos en sus caderas-… Lo que… -Tiró de ella hacia él mientras se empujaba de golpe hacia delante-… necesitamos.

Él tenía razón. Cada terminación nerviosa de su cuerpo estaba ardiendo, el agonizante placer llevándola a otro nivel. No mostró piedad, bombeando en ella, levantándola más para que su cuerpo se aferrara al suyo, y cada respiración de ella quedaba suspendida, esperando -esperando, pero no podía traspasar el límite. Simplemente no iba a pasar. Era una agonía, su clímax sobrevolando fuera de su alcance.

– Jake, no puedo. No puedo. -Ella estaba sollozando ahora-. No puedo llegar y mi cuerpo está ardiendo. ¿Qué está mal en mí? Lo quiero tanto, creo y siento que voy a volverme loca. No puedo…

Él aflojó su tenso agarre sobre sus caderas y se apartó. Emma lloró en señal de protesta, pero él la lanzó sobre su espalda y le separó a la fuerza los muslos, levantando sus piernas sobre sus brazos e introduciéndose de golpe, más duro que nunca. La llenó completamente, más que llena, tan ardiente y tenso, tan profundo que hubiera jurado que era parte de su cuerpo. Pero si bien él estableció un ritmo despiadado, cada golpe enviando filones de fuego a través de ella, Emma sólo le apretó con más fuerza.

– No puedo -dijo ella otra vez.

Jake le buscó las manos, entrelazó sus dedos y le alzó los brazos sobre su cabeza.

– Mírame dulzura. Abre los ojos y míreme.

Ella movió la cabeza de un lado a otro en las sábanas, sus dedos aferrándose a los suyos, sus caderas sintiendo su cuerpo mientras él entraba y salía de ella, desesperada por el orgasmo.

– Emma, cariño, abre los ojos y mírame. Mírame. -Su voz se deslizaba sobre ella como un bálsamo, acariciando su sensitiva piel con toques de terciopelo, con ternura-. Omitimos algo y lo necesitas. Lo necesito.

– Me estoy volviendo loca, Jake. De verdad. Ella me conduce a la demencia. -gimió Emma, metiendo sus tensas caderas a la fuerza en él, aferrándolo, tratando de llegar al orgasmo mientras su cuerpo rehusaba dárselo.

– Emma -dijo Jake suavemente-. Ámame. Quiero que me ames. -Su voz era ronca y tierna-. Crees que estás apartada de tu felino porque ella hizo algo que encuentras aborrecible, pero salvó a nuestro niño. Me salvó. Ella eres tú, Emma. Y tú me amas. Cada vez que me tocas, me amas. Mírame y déjame verte amándome.

Cálidas lágrimas ardían en sus ojos, pero levantó las pestañas y miró a Jake. Había amor grabado en cada línea de su cara. Estaba allí en sus ojos. Él se inclinó y besó su boca temblorosa, sus dedos presionando sus muñecas contra las sábanas.

– Te amo, Emma. Y doy gracias a Dios de que me ames.

Él continuó empujando fuerte, introduciéndose profundamente, tirando bruscamente de sus piernas hacia él y colocando sus caderas en el ángulo que quería, su mirada atrapando la de ella para que no pudiera no ver el amor allí.

Sus ojos se abrieron, brillando mientras el orgasmo la rasgaba atravesándola, destruyendo todo lo que era, destrozándola anímicamente con un placer exquisito, haciéndola totalmente suya. Lloró mientras cada hueso de su cuerpo parecía fundirse en él, como si compartieran la misma piel, el mismo cuerpo, la misma alma.

Jake se vació en ella, el placer desgarrando su cuerpo más allá de cualquier cosa que alguna vez hubiera conocido. Sufrió un colapso, sujetándola apretadamente mientras el cuerpo de ella se estremecía y convulsionaba rodeándolo. Enterró su cara, caliente por sus propias lágrimas, contra su garganta, la cual estaba marcada con las heridas sufridas defendiendo a su hijo. Ella le acarició el muslo, sus dedos trazando caricias sobre cada cicatriz.

– Te quiero, Emma. No puedo vivir sin ti y no quiero hacerlo. No podemos separar el amor del sexo. Tú me lo enseñaste. No importa si nos sentimos como los felinos, ásperos y duros, o más como mi Emma, tierna y gentil, nosotros hacemos el amor. Nos demostramos amor. Es lo mismo. Salvaste nuestras vidas con tu valor. Y me diste valor para amarte.

Él levantó la cabeza, tomándole la cara entre las manos, su voz llena de emoción.

– ¿Tienes la menor idea de lo que me has dado? Amo a mi hijo y a mi hija por ti. Siento amor por ellos. Tengo amigos. Sobre todo, te tengo. Te amo como tú me amas, Emma. Tomas todo lo que te doy y lo conviertes en algo especial. Eso es lo que yo quiero hacer por ti.

Le secó las lágrimas con las yemas de los dedos.

– Emma, nunca seré fácil. No lo haré. No voy a fingir que tu vida será un lecho de rosas, pero te puedo decir que nadie te necesitará más, te deseará más, o te amará más de lo que yo lo haré.

Ella miró fijamente su adorada cara a través de las lágrimas que inundaban sus ojos.

– Sólo es que parece de locos algunas veces, Jake. No es normal.

– ¿Por qué tenemos que ser normales, cariño? Esto es normal para nosotros. Los niños son felices. Juro que te haré feliz. Tú ciertamente me haces sentirme así. Deja que esa sea nuestra normalidad.

Ella cerró los ojos con fuerza.

– Ella mató a ese hombre. Saboreé su sangre. -Comenzó a llorar una vez más, esta vez enterrando la cara en su cuello-. No hay nada normal en eso.

La sostuvo más apretadamente, buscando con una mano sus muslos para presionarlos más contra los suyos.

– Dulzura, mi leopardo, yo, le mató. Sin ti allí para protegerme habría muerto. En caso de no haber sido yo, habrían sido Joshua o Conner. Hiciste lo que tenías que hacer para pararlo. No tiene que gustarnos herir a otros o acabar con sus vidas, pero no tuvimos alternativa si queríamos sobrevivir.

– No sabía que eso era parte de mí, que pudiera ser así. -Ella levantó la cabeza y le miró-. ¿Es una parte de mí?

– Sí. Y estoy agradecido. Lo vi en ti el día que Cathy vino a intentar llevarse a Kyle. Sé que puedes proteger a los niños si tienes que hacerlo. Y sé que me amas lo suficiente como para hacer algo tan aborrecible para ti. Nadie me ha amado nunca, Emma. Nadie. Créeme, más que cualquier otra persona sobre la faz esta tierra, sé el regalo que es. Gasta el resto de su vida amándome, Emma y yo te juro que nunca te arrepentirás.

– Digo que sí.

– Dilo de nuevo y lo arreglaremos inmediatamente.

– Eres tan implacable cuando quieres salirte con la tuya.

Sus dientes blancos brillaron y sus ojos dorados se derritieron mientras sus caderas comenzaban a moverse otra vez entre las de ella.

– Siempre -estuvo de acuerdo, impenitente.

Emma se rió y se alzó para encontrarlo.

– Sí, un millón de veces más.

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