Capítulo 4

Cuatro meses más tarde


DESPUÉS de setenta y dos horas sin dormir, Jake se movió con cansancio por la cocina cuando descubrió la luz en la cafetera y el plato de comida con la tapa sobre él.

– Maldita sea, Emma -dijo con brusquedad a través de los dientes apretados, pero anduvo rápidamente hasta la larga encimera de granito y levantó la tapa del plato.

Estaba todavía caliente. Ella no tenía nada que hacer saliendo de la cama y bajando la escalera para prepararle una comida. Había contratado a un cocinero. Maldición si nunca la había visto cocinar. Emma ya estaba recorriendo la casa, y en el momento en que él se iba a ocuparse del negocio, ella bajaba las escaleras. Declaraba que se quedaba en el sofá, o que se sentaba en las sillas mullidas de la cocina, pero en su mayor parte no tumbaba su pequeño trasero y hacía lo que quería. Como ahora, al haberse asegurado de que él tuviera una comida caliente esperándole al volver a casa.

Él estaba acostumbrado a volver a una casa silenciosa. Ahora raramente había silencio. Ella adoraba la música y casi siempre la ponía por toda la casa. Se había acostumbrado a oír su risa, suave e invitadora, el murmullo bajo de su voz cuando hablaba con Kyle. La enfermera que había contratado le decía que probablemente ella no debería estar ahí, porque Emma quería a Kyle con ella todo el tiempo.

La casa misma era diferente. Todo era diferente. Él no había esperado eso. Velas. Olores. Galletas y pan fresco. El sonido bajo de su voz. El conocimiento de su presencia. Emma estaba por todas partes cuando pensaba que la había confinado a una habitación individual. La última visita del doctor había sido un desastre. El médico había advertido que el embarazo y el nacimiento quizás fueran aún más difíciles de lo que primero había sospechado y que Emma estaba en peligro tanto como el bebé. Ella había sido firme contra terminar el embarazo y ahora él vivía atemorizado con perderla. A veces, si pensaba sobre ello demasiado, apenas podía respirar.

La mayoría de las noches cuando volvía a casa iba a su cuarto y pasaba la noche con ella y el bebé. No se suponía que ella levantara al niño, así que él le colocaba al niño en sus brazos y la miraba observar fijamente a la cara del chico con esa mirada. La que quería para él. Un mes y ella ya estaba loca por el chico. Siempre alzaba la mirada hacia Jake con una sonrisa acogedora, complacida de verlo, pero él encontraba que deseaba más, deseaba esa mirada. La mirada.

Se sentía atraído a su cuarto, el tirón era tan fuerte que comenzaba a alarmarle. No esta noche. Esta noche comería sólo en la cocina y se retiraría hasta encontrar el equilibrio. Era esencial permanecer bajo control, y de algún modo Emma siempre le hacía sentirse un poco fuera de control.

A pesar de su resolución, se encontró en la escalera, y se detuvo, mirando la estatua de bronce de un leopardo de tamaño natural en la base del atrio donde crecían las plantas, estirándose hacia la claraboya.

– Realmente necesito más fuerza de voluntad -murmuró en voz alta, luego llevó el plato escaleras arriba y fue al cuarto de ella, maldiciendo cada paso del camino.

Una pequeña lamparilla era la única baliza, pero dio un paso dentro del espacioso cuarto y se movió infaliblemente a la silla. Podía oler su esencia. Toda Emma. Había un salvajismo en su perfume que nunca podía explicar del todo, a aire libre, claro y vigorizante después de la lluvia de verano, un débil olor a melocotones mezclado con una especia exótica. Pero era el extraño, meloso y muy evasivo, el sabor salvaje que podía saborear es lo que le volvía loco.

Emma se incorporó en la cama, sus ojos iluminándose, con una rápida sonrisa acogedora en la cara que hizo que el corazón de Jake tropezara.

– Pareces tan cansado -saludó ella suavemente, pasándole las puntas de los dedos sobre el brazo-. Trabajas demasiado duro, Jake.

El vientre de él se anudó. Lo hacía mucho alrededor de ella. El sonido de su voz causaba estragos en sus sentidos, mas encontraba una extraña paz en su presencia.

Tomó un bocado y la miró severamente por encima del plato.

– Se supone que tienes que estar arriba. ¿Qué voy a tener que hacer para mantenerte en la cama?

– Te preocupas por todos excepto de ti mismo.

El intestino de Jake se apretó ardientemente ante eso. Una protesta. Se preocupaba por él mismo primero, siempre moviendo peones en un tablero de ajedrez para ajustarse a él, dirigiendo vidas… dirigiendo la vida de ella. Pero ella creía en su acto de «gran padre y amoroso proveedor». Se levantaba de noche con Kyle y se lo traía a ella, permaneciendo en el cuarto mientras ella le alimentaba. Ella pensaba que era porque él amaba a su hijo. Y después ella siempre le ponía al niño en sus brazos esperando que él meciera a Kyle para que volviera a dormirse. Y lo hacía, pero no porque quisiera hacerlo. No porque disfrutara de sostener a un bebé en sus brazos, aunque a veces se preguntaba si estaba comenzando a esperar secretamente ese tiempo con su hijo. De ninguna manera. Casi sacudió la cabeza violentamente ante sus pensamientos. Quería que Emma le viera bañando a Kyle con atención; esa era su única razón.

– Quiero que hagas lo que dice tu médico, Emma. Permanece en la cama. Tienes que pensar en tu bebé, no en si he cenado o no. Tenemos un cocinero para eso.

Emma estudió las líneas en la cara de Jake. Parecía más cansado de lo habitual. Algo no estaba bien.

– El cocinero se va a casa después de las cuatro. Tú siempre trabajas hasta tarde y algunos de los chicos tienen hambre así que me gusta tener algo preparado en la cocina. Y el médico no me ha prescrito reposo absoluto en cama todavía, Jake, así que deja de preocuparte tanto. Todo lo que hago es holgazanear.

Los extraños ojos dorados de Jake ardieron sobre ella. Él se estiró para capturarle el mentón y mantenerla mirándole, el agarre fuerte, los dedos apretándola un poco.

– Sé exactamente lo que estás haciendo, Emma, y yo no lo llamaría holgazanear. ¿Te gustaría decirme por qué empleo a una enfermera y a un cocinero, cuando tú haces todo el trabajo?

La estaba castigando. Ella dejó caer la sonrisa, sabiendo que él no apreciaría su extraño sentido del humor. Todos parecían atemorizados de Jake con sus maneras bruscas y duras y ojos agudos, pero ella le encontraba irresistible y a veces incluso tierno, cuidando de aquellos que vivían en el rancho con una actitud protectoramente violenta. Incluso a sus hombres. Había un grupo de rufianes que venían ocasionalmente a la casa, los perforadores de petróleo que se dispersaban a los cuatro vientos cuando no trabajaban y los vaqueros que cuidaban de su ganado y los campos que vivían en el rancho, en casas o en el barracón. A menudo venían hasta la casa principal para hablar con Jake, y ella tomó el hábito de hacer pan fresco y pasteles para ellos.

– No tengo la menor idea de por qué les contrataste. Te dije que si iba a tomar el trabajo de ama de llaves de esta casa y cuidar de Kyle, no quería a nadie más correteando por la casa.

Ella inclinó el mentón, negándose a ser intimidada por la advertencia que brillaba en los ojos de él. Por mucho que se preocupara por él, por mucho que quisiera suavizar las líneas en su rostro, se negaba a alimentar su genio o su autoritarismo. El hombre no sabía cómo hablar sin dar una orden. A menudo ella se encontraba queriendo complacerle, diciéndose que era para aliviar el esfuerzo constante bajo el que él estaba, pero más probablemente era por su terrible inclinación hacia las criaturas heridas. Y él estaba herido, tanto si cualquiera podía verlo o no. Sabía que él estaría horrorizado ante su evaluación. Jake era el hombre más independiente que jamás había conocido.

Él se inclinó más cerca.

– Nadie correteará por la casa después de que te hayas recuperado de tener al bebé. Mientras tanto, permíteles que te sirvan.

– No voy a quedarme en la cama hasta que tenga absolutamente que hacerlo. El reposo parcial en cama significa que puedo levantarme un poco. Y Kyle me prefiere a la enfermera.

– Bien, por supuesto que te prefiere a ti que a un viejo murciélago.

– Nunca esboza una sonrisa, al menos no a mí alrededor.

– No la contraté por su capacidad de sonreír.

– ¿Por qué la contrataste?

– Sus credenciales son impecables.

– No sabe nada sobre bebés; no realmente. Algunas personas tienen una capacidad natural. Ella no -insistió Emma.

La enfermera estaba especializada en embarazos difíciles, no en bebés. Se encogió de hombros y puso el plato vacío a un lado.

– Ella no aprueba mi estilo de vida. -Le disparó una mueca tímida-. No creo que mis considerables encantos funcionen con ella.

Emma sentía los primeros indicios de actitud posesiva hacia Jake. Y más que una pequeña ira hacia la enfermera ausente.

– ¿Quién es ella para juzgar tu estilo de vida? ¿Qué está mal con él?

Jake se encogió de hombros otra vez.

– Estás protegida aquí, Emma, pero hay muchas personas interesadas en mi vida. Cuándo no pueden encontrar que ningún detalle sobre el que hablar, lo inventan.

Ella dio vueltas a su declaración práctica una y otra vez en su mente.

– Yo. -Se encontró con su mirada dorada-. Especulan acerca de mí y acerca de quién soy y por qué estoy aquí.

– El accidente fue en California hace cuatro meses. Todos pensaron que Shaina me rompió el corazón. Y ahora tengo a una mujer misteriosa viviendo conmigo, pero a la que nadie ve. El rumor es que ella está embarazada también.

– ¿Y la enfermera… la señorita Hacker cree que el bebé es tuyo?

– No he dicho nada diferente -admitió.

– ¿Por qué?

Él apartó la mirada de ella brevemente, entonces se estiró y le tomó la mano, le deslizó el pulgar arriba y abajo por el dorso de la mano.

– No puedo. No podemos. Tenemos que pensar en proteger al bebé. Necesitamos permitirles pensar que es mío.

– ¡No! -Emma arrancó la mano-. Es el bebé de Andrew, la última parte de él.

– Emma, cariño, no estás pensando. Ambos sabemos que el bebé es de Andrew, pero ¿qué sucede sí algo falla? Yo pienso así, planifico por adelantado. Es lo que hago. Desarmo las compañías y las vendo pedazo a pedazo, pero para tomar el control en primer lugar, tengo que mirar hacia delante y determinar las cosas que quizás sucedan y planear en consecuencia. No voy a dejar a tu bebé sin hogar ni a las autoridades. Enójate conmigo por ello, pero sé lo que es ser educado como…

Bruscamente cerró la boca, se puso en pie de un salto y salió furiosamente.

Emma se sentó en la oscuridad durante mucho tiempo, el corazón latiendo, mientras encaraba la posibilidad muy real de que su bebé quizás viviera y ella no. Los médicos habían discutido la posibilidad con ella, pero ella la había descartado. Evidentemente Jake no, y él ya se estaba preparando para salvar a su hijo, cuando ella ni siquiera había pensado en lo que podría suceder. Se levantó, se puso la bata y caminó descalza sobre la alfombra del vestíbulo hasta la guardería infantil. Él estaba allí, tal y como sabía que estaría, montando guardia sobre su hijo.

– Jake. -Él no se giró pero ella sabía que había sido consciente de su entrada-. Lo siento. Tienes razón acerca de esto, pero no quiero que pienses que espero…

Él le lanzó una mirada de advertencia por encima del hombro.

– Ve a la cama, Emma. No soy yo mismo esta noche y tú eres la última persona con la que quiero pelear.

– Sólo quería decir que lo sentía.

Él se balanceó de ese modo fluido y depredador suyo y la barrió a sus brazos como si fuera una niña, acunándola del modo en que ella le había enseñado a sostener a Kyle.

– ¿Qué parte de «cama» no comprendes?

Él sonó áspero y exasperado, pero las manos fueron apacibles mientras la llevaba a la cama y le empujaba la sábana hasta el mentón. Dejó caer un beso en su coronilla, como ella le había visto hacer con Kyle.

– A dormir. Tenemos todo el tiempo del mundo para resolverlo.

Que Dios le ayudara, esperaba que eso fuera verdad.


Un mes después

JAKE tiró la pluma sobre el escritorio y suspiró exageradamente. Si hubiera habido alguien a quien gritar, lo habría hecho, pero en vez de eso estaba sólo él, encerrado en el silencio de su oficina. Había creado esta ala de la casa para que estuviera conectada pero separada. Insonorizada. Se encontró con que su audición aguda podía ser una distracción cuando estaba intentando estudiar a las varias compañías que estaba interesado en adquirir últimamente. Había pequeñas alarmas dispersadas por los varios cuartos para alertarle de los intrusos porque su oficina estaba doblemente insonorizada. Siempre le había gustado el silencio. Había necesitado el silencio, la paz en ello. El silencio era una de las pocas cosas que le calmaban la mente, como correr libre a última hora de la noche en su otra forma.

Suspiró otra vez y enlazó los dedos detrás de la cabeza. El silencio no estaba funcionando tan bien con él actualmente y no comprendía por qué. Su casa era tan diferente ahora. Emma y Kyle habían estado aquí cinco meses y el lugar ya estaba transformado. Ahora había una calidez, y se sentía en paz cuando se sentaba en la guardería infantil o cuando entraba al cuarto de Emma. Ahora su oficina parecía fría y lejana. El silencio le distraía. Se encontró escuchando para oír el murmullo bajo de la voz de Emma y los pequeños sonidos suaves que hacía su hijo.

Jake se irguió, la alarma se disparó por él. Su hijo. Nunca había pensado en esos términos. Emma a menudo se refería a Kyle así, pero Jake pensaba en él como el infante, el bebé, incluso el niño… no su hijo. ¿Qué demonios le estaba sucediendo? ¿Qué le hacía ella? Estaba volviendo su vida al revés. Así no era como se suponía que iba a funcionar. Se suponía que su vida no iba a ser afectada, quizá más fácil, pero ciertamente no más difícil.

Emma nunca le escuchaba. Bien, escuchaba, pero simplemente no hacía lo que él le decía que hiciera. Ella siempre le daba esa pequeña y misteriosa sonrisa suya y… y nada. Hacia simplemente lo que ella quería. Nadie jamás hacía eso a su alrededor. El mundo le temía, y con razón. No importaba cuán severo se pusiera con ella, o cuán feo fuera su genio. Ella mantenía esa pequeña sonrisa y hacía lo que quería. Era frustrante y excitante, y le hacía querer utilizar otros métodos para controlar sus pequeñas rebeliones.

Se pasó las manos por el pelo. Le gustaba el sonido de su voz, el olor de su piel, las velas que quemaba, la manera en que siempre tenía algo de comer para él. Adoraba la mirada en su cara cuando sostenía a Kyle y cuando se frotaba las manos en actitud protectora sobre el pequeño montículo de su estómago. Tenía la sensación de que estaba un poco obsesionado con Emma. Seguía esperando que la verdadera naturaleza de ella surgiera, pero permanecía generosa, amable y tan apacible. Las sombras de sus ojos retrocedían lentamente. Ella todavía tenía pesadillas y él pasaba la mayoría de las noches en su cuarto con ella, pero Emma no se echaba a llorar tan a menudo.

Un hormigueo de conocimiento se arrastró por su espina dorsal y se puso en pie antes de darse cuenta siquiera de que estaba reaccionando.

No hubo ninguna otra advertencia, sólo la extraña sensación que el «otro» le dio, pero supo que algo estaba mal. Corrió por el vestíbulo espacioso a la puerta y se dirigió desde el ala de negocios a la parte principal de la casa, con el corazón latiendo con fuerza.

Podía oír llorar a Kyle, la voz generalmente calmada de Emma levantada y gritos de otra mujer. Con el corazón hundido, reconoció la otra voz viciosa de mujer. Por un momento estuvo desorientado, fue lanzado atrás en el tiempo al pequeño e impotente niño que había sido. Las cicatrices en el muslo vibraron al mismo ritmo que el rápido latido.

– ¿Emma? -Gritó su nombre mientras tomaba la escalera de dos en dos, saltando, utilizando la agilidad de su leopardo para saltar sobre la barandilla cuando estuvo cerca de la cima.

Golpeó el suelo del pasillo corriendo, pasando como un rayo, el temor le atascaba la garganta. Cathy Bannaconni era más que capaz de dañar a Emma. Presentiría inmediatamente la vulnerabilidad de Emma e iría a por su yugular, golpeándola emocional y físicamente. Peor, Emma quizás admitiría que el niño que llevaba era de Andrew, y él podría perder todo lo que planeaba.

– Tú, avariciosa, pequeña puta intrigante, nunca serás la señora aquí. No eres nada. Una oportunista. Alguna pequeña fulana que ha perdido a su marido y salta a la cama con mi hijo para atraparlo al día siguiente con tu niño mestizo. Dame a mi nieto inmediatamente o sacaré tu puto culo de aquí.

Cuando Jake entró en la guardería infantil, pudo ver a Emma, pálida y desafiante, con el mentón en alto y los ojos aguamarina brillando con fuego, mientras sostenía a Kyle con ella con una furia protectora. La sangre se encrespó en su polla, caliente, inesperada, inoportuna. Ella parecía gloriosa, una furiosa gata salvaje protegiendo a su cachorro, bastante capaz de morder una mano si te acercabas demasiado.

– No lo toque -dijo Emma-. Jake está abajo en su oficina y él puede decidir si usted va a sacar a Kyle de la casa o no. Nadie toca a Kyle sin el permiso de Jake, ni siquiera usted. Y no entrará en nuestra casa e intimidará a nuestra enfermera o a nuestro cocinero, y ciertamente no sacará al bebé de la cuna y le asustará de este modo. No me importa quién sea.

– ¿Tu enfermera? -chilló Cathy-. Nada en esta casa es tuyo y nunca lo será. -Dio un paso más cerca, empujando su cara torcida y enojada más cerca de la de Emma-. Puedes contar con ello. Te veré en el infierno antes que ver alguna vez a tal vagabunda conectada a mi familia.

– Cathy. -Jake dijo su nombre, su voz baja, retumbando con amenaza.

Ambas mujeres giraron para encararlo. Instantáneamente el cuarto se quedó silencioso. Kyle paró bruscamente de llorar, como si el sonido de la voz de Jake le tranquilizara. Emma dejó caer la cara en actitud protectora sobre el bebé, pero no antes de que Jake viera el repentino brillo de lágrimas. Caminó hacia ella, respirando profundamente, tranquilizando al monstruo furioso que se alzaba en la superficie, queriendo desgarrar, romper y destruir. Muy suavemente descansó las manos sobre los hombros de Emma, dejando caer deliberadamente un beso en su coronilla.

– Toma a Kyle y vete a tu cuarto, Emma. Déjame tratar con esta persona.

– ¡Jake! -Cathy gimió su nombre-. Esta… tu amante ha sido muy grosera conmigo.

Emma sacudió la cabeza.

– Jake, no lo he sido.

– Vete, cariño. -Le acarició el pelo-. No se supone que tengas que estar fuera de la cama. Llévate a Kyle. Él no necesita estar aquí.

Emma no miró a Cathy, pero agarró la manta favorita de Kyle y salió, con los pies desnudos bajando por el vestíbulo hacia su cuarto.

Jake tomó otro aliento calmante y lo dejó salir.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– Vine a ver mi nieto. -Los ojos de Cathy se estrecharon-. Y he oído los rumores; todos los hemos oído. Puedo ver que nada ha cambiado. Eres todavía el mismo, Jake. Irresponsable e insensato. Eres un mujeriego y no pareces darte cuenta de que hay mujeres que son listas y manipuladoras y que te atraparán de cualquier forma que puedan. Soy tu madre…

– Sal. -Ladró, curvando los dedos involuntariamente, los nudillos doloridos, los huesos se le rompieron. Sintió las garras afiladas rasgando la palma de la mano, rompiendo su propia carne. Abrió las manos y las flexionó, sosteniendo lejos de su cuerpo las rápidamente formadas patas donde ella pudiera ver las garras largas y malvadas sobresaliendo de los dedos mientras el cambio amenazaba con consumirle-. Sal ahora. -El olor de algo salvaje, algo fiero, penetró en el cuarto.

Cathy retrocedió, apestaba temor. Él podía oír el corazón latiendo deprisa, atrayendo al depredador. Ella jadeó cuando vio los ojos de Jake volviéndose completamente dorados, sus orbes se oscurecieron en la mirada enfocada de leopardo. Ella giró y corrió, un pequeño gemido de absoluto terror se le escapó. Empujó por delante de la enfermera parada a los pies de la escalera y salió corriendo por la puerta principal.

Jake logró acercarse a la puerta de la guardería infantil, cerrándola con un golpe, se inclinó contra ella mientras el cambio barría por él, la ropa se rasgó por las costuras, la espalda se le dobló al estirarse la espina dorsal, los huesos estallando. Se dejó caer a cuatro patas, respirando profundamente, tratando de echar atrás la marea de furia que lo consumía. Excepto en el primer cambio, el leopardo sólo había salido cuando él lo convocaba. Pero el animal estaba furioso ahora, arañando por la libertad, determinado a cazar al enemigo.

Agachó la cabeza, respirando con dificultad, jadeando, los costados subiendo y bajando mientras la piel picaba y una onda de pelaje se deslizaba sobre la espalda, por las piernas y la espina dorsal. La boca se llenó de dientes, y los nudillos giraron, curvándose hacia abajo, las garras muy afiladas rasgaron tiras largas en el suelo cuando las clavó profundamente y arañó, desesperado por hacer retroceder a la bestia.

– ¿Jake? -La voz de Emma le llamó. Un aliento de aire, fresco y limpio, apartó el hedor de su enemigo de sus fosas nasales.

La atrajo a sus pulmones, a su mente, temblando con el esfuerzo de mantener al leopardo bajo control. Lentamente, demasiado lentamente, su forma humana se reafirmó.

– Estaré bien -dijo cuando pudo hablar. Su voz sonó diferente, retumbando con un gruñido de terciopelo, aún a sus propias orejas.

Se hundió contra la puerta y dejó caer la cara entre las manos. Olfateó sangre y el leopardo trató de salir otra vez. Se empujó con fuerza contra la puerta, por si acaso, forzando al leopardo, y a él mismo, de vuelta bajo control. Muy lentamente, se arrastró poniéndose de pie. Su camisa estaba destrozada, pero los vaqueros intactos. Había poco que pudiera hacer por el suelo. Se enjuagó la cara con lo quedaba de su camisa y se sorprendido cuando encontró manchas de sangre. Curioso, giró las manos. Las garras habían estallado de los dedos y habían desgarrado las palmas cuando las cerró en puños.

– Dime que estás bien -insistió Emma.

Él tomó otro aliento y lo dejó salir, dándose cuenta de que quería estar con Emma y Kyle más de lo que quería desaparecer en el cambio, correr libre de su pasado en su otra forma e infligir venganza en sus enemigos. Jake no se permitió pensar demasiado duramente en el por qué. Se puso de pie y fue a ellos como estaba, con la camisa destrozada, las manos sangrando y los pies desnudos.

Emma jadeó cuando lo vio, parándose inmediatamente, poniendo a Kyle en la cama mientras lo alcanzaba.

– ¿Qué ha sucedido? ¿Qué te ha hecho?

Él la atrapó y la empujó apretada contra él, sosteniéndola cerca, aspirándola dentro, permitiendo que los recuerdos retrocedieran hasta que pudo cerrarles la puerta. Le atrapó la cara en las manos y presionó besos sobre los ojos, suaves como plumas bajando hacia el mentón, resistiendo apenas la boca levantada, esa boca de fantasía. El latido del corazón era demasiado fuerte y él temía que ella le empujara lejos, pero no lo hizo. En vez de eso, ella deslizó los brazos alrededor de su cintura y descansó la cara contra su pecho, dejándole sostenerla.

– Lo siento -dijo ella suavemente-. Ella estaba enojada conmigo, no contigo.

– Ella es malvada -dijo Jake-. Gracias por no dejar que tocara a mi hijo.

Muy suavemente, abandonó a Emma, no fiándose de sí mismo en su desacostumbrado estado actual. Se sentía vulnerable e inestable. No se fiaba de su genio, del leopardo, ni de su necesidad de ella. Ya su cuerpo respondía a la suavidad del de ella, a su olor y a la seda del cabello. No podía permitirse el lujo de hacer volar todo lo que había hecho permitiéndola ver cómo le afectaba.

Levantó a Kyle en sus brazos y sostuvo al chico cerca.

– Ella te mantuvo a salvo, como dijo que haría -murmuró, asombrado de que fuera verdad. Emma. Ella esgrimía alguna clase de magia que él no comprendía. Sintió el corazón suave y extraño mientras miraba a su hijo-. Ella te mantuvo a salvo -repitió y besó la pequeña frente. El cuerpo entero de Jake tembló. Se sentía realmente débil.

– Jake. -La voz de Emma fue suave-. Siéntate. Quiero mirarte las manos.

Él la miró por encima de la cabeza del bebé. Ella parecía pequeña y frágil, tan pálida y delgada, sin maquillaje, su rico cabello rizado en todas direcciones, pero ella estaba hecha de acero.

– Eres una mujer asombrosa, Emma.

– Necesitas sentarte, Jake. -Emma le engatusó suavemente.

Le tiró del brazo, su mirada buscando su cara. Por primera vez ella se dio cuenta de que Jake Bannaconni, el hombre con todo, el hombre que podía comprar y vender el mundo, necesitaba a alguien. Le necesitaba a ella. A pesar de todas sus maneras bruscas y órdenes arrogantes, no tenía la menor idea de cómo sentir emociones, y cuando sus sentimientos le abrumaban, como ahora, estaba perdido, o se enojaba y huía. Ella no creía que nadie necesitara ayuda tanto como Jake. Ahora mismo, él estaba mirando a su hijo con una expresión aturdida y confusa, como si nunca hubiera esperado amar al chico. Ella se lo podía haber dicho desde el primer día, cuando él manoseó torpemente para cambiarle el pañal, que el amor crecía a pesar de la persona, y que algún día Kyle tomaría el control de su vida.

La mirada de Jake chocó con la de ella y por un momento algo caliente crepitó y ardió entre ellos, pero él parpadeó y esa máscara lisa y arrogante se deslizó en su lugar.

– Sé que el médico dijo reposo absoluto en cama, Emma. La próxima vez que te encuentre levantada, estarás en problemas.

Emma quiso reír. Él sonaba tan serio. Tan al cargo. Probablemente pensaba que lo estaba.

– Entonces dame a Kyle y ve a conseguir las cosas que necesito para limpiar esos rasguños de tus manos. Estaré bien.

Él le frunció el ceño.

– No, no lo estarás. -Esperó hasta que ella se recostó en la cama y le entregó al bebé-. Me exasperas.

– Sé que lo hago. -Emma simplemente le sonrió. En ese momento ella se dio cuenta de que a pesar de sus maneras mandonas, y a pesar del sentido de peligro que a veces enviaba un temblor por su espina dorsal, él le gustaba-. Ve por el antiséptico. Kyle y yo te esperaremos aquí mismo. -Casi rió ante la confusa mirada masculina que se arrastró por la cara de Jake antes de girar y salir a zancadas.


Dos meses más tarde

– Es demasiado pronto, Jake -sollozó Emma, apretándole la mano mientras la llevaban al helicóptero-. No permitas que le suceda nada al bebé. No importa cómo. Me lo prometiste. Si algo falla, sabes que quiero que te quedes con ella.

– No hables así -dijo con brusquedad Jake-. Estarás bien, Emma. Y también la bebé. Relájate y deja que los médicos hagan su trabajo.

Había reunido al mejor equipo de expertos que había podido encontrar y volaba con ella al mejor hospital, y no iba salir de allí sin Emma y el bebé. Saboreó el temor en la boca. El corazón martilleaba demasiado rápido, demasiado duramente, pero se negaba a considerar aún que algo podría sucederle.

– Gracias a Dios que usted contrató a este viejo murciélago -dijo la enfermera con un rápido guiño y una sonrisa dirigida a Emma-. De otro modo quizás no lo habríamos sabido hasta que fuera demasiado tarde. -Palmeó el hombro de Emma.

Jake no pudo lograr sonreír al chiste. Durante los últimos meses había llegado a conocer a Brenda Hacker, el viejo murciélago, como se refería a ella a menudo. Ella había conseguido superar su aversión hacia él, en su mayor parte pensaba él porque le gustaba Emma. ¿A quién no le gustaba Emma? Incluso los vaqueros habían venido hasta la casa principal cuando el helicóptero aterrizó para llevarla al hospital. Todos parecían tan sombríos y disgustados como se sentía él. Había reforzado la seguridad en el rancho y dejado al cocinero y a un guardaespaldas a cargo de Kyle y con órdenes de que nadie entrara o saliera mientras él no estaba.

Una vez que terminó de dar a todos todas las órdenes posibles que pudo pensar, salió con la sensación de que ya no tenía el control. Era una sensación aterradora. Emma le agarró la mano, sosteniéndola apretadamente mientras la ponían en una camilla y se apresuraban hacia la sala de preparación.

– Prométemelo, Jake. No importa lo que pase. Dilo.

– Maldita sea, Emma. Nada va a pasarte. -Se agachó al lado de su cabeza, los labios contra la oreja. Podía ver la brillante sangre rojo fuerte goteando de la mesa mientras ellos deslizaban vías en sus brazos, corriendo contra el reloj, preparándose para llevarla a cirugía.

– Tienen que llevársela ahora, Jake -dijo Brenda-. Déjales ir.

– ¡No! Tiene que prometerlo -dijo Emma.

Jake le agarró la cara entre las manos y la besó. Justo en la boca. Indiferente a que ella quizás no lo deseara o a que estuviera enojada más tarde. Los ojos le ardían y la garganta se sentía atascada con un millón de remordimientos.

– Te doy mi palabra. Pero vive, maldita sea. ¿Me oyes, Emma? Vive.

Brenda le tomó del brazo y tiró suavemente. Jake se la sacudió, dando un paso después de que la camilla saliera, advirtiendo que ellos prácticamente corrían mientras la alejaban de él. Juró suavemente para sí y dio un paso hacia la ventana, mirando hacia fuera, queriendo estar sólo. La enfermera se marchó y él dio un suspiro de alivio.

Ya no tenía la menor idea de cómo manejar su vida sin Emma en ella. Sus planes cuidadosamente trazados no importaron tanto como asegurarse de que ella estaba viva, en algún lugar en el mundo, preferiblemente en su casa. Ella era sol y risa y simplemente le hacía sentirse bien. Era la mujer más exasperante en el mundo, pero con ella, él se encontraba cada día lleno.

Cuando trabajaba en su oficina, ella se introducía en sus pensamientos continuamente. Cuando corría libre como leopardo, ella corría con él en su mente. Cuándo estaba montando a caballo y verificado al ganado en el escarpado barranco, ella estaba allí. Incluso en los campos petrolíferos se introducía, para que él anhelara la vista, el sonido y el olor de ella. De noche, cansado y agotado, esperaba regresar a casa… a ella.

¿Cuántas noches se había sentado él en su cama, dándole un codazo para poder estirarse mientras hablaban juntos en la oscuridad? Ella era pequeña y suave al lado de él, el cabello como seda en la almohada. A veces él había frotado los mechones entre los dedos mientras ella le contaba sobre su día. Cuándo el bebé pateaba, ella le agarraba la mano y la ponía en su estómago, y él sentía el diminuto ruido sordo y el asombro se extendía por él como una marea cálida.

No quería perder esa pequeña vida que crecía dentro de ella más de lo quería perder a Emma. Jake frunció el entrecejo y sacudió la cabeza, tratando de negar su ansiedad. Seguramente el bebé no le importaba tanto, pero la pérdida devastaría a Emma. Ella no podría tomar otra muerte. Él mismo no se podía permitir pensar en eso demasiado. Tenía que confiar en sus preparativos. El equipo de médicos, para Emma y su hija no nacida aún. La sangre que estaba seguro estaba en su mano.

– ¿Jake?

Jake se balanceó dando la vuelta y cabeceó al hombre que había entrado, su abogado, John Stillman. Había comprobado los antecedentes de Stillman mucho tiempo antes de acercarse al hombre para que representara sus intereses personales. Stillman era un hombre que su bisabuelo había mencionado casualmente, un abogado prometedor que era impresionante. Si el hombre había impresionado a su bisabuelo, Jake estaba dispuesto a conocerlo. Durante la entrevista Jake había hecho preguntas, muchas preguntas, diseñadas para hacer que el hombre se sintiera incómodo, pero ni una vez olió una mentira.

– La enfermera me llamó en el minuto que hubo problemas, como usted instruyó. Emma firmó los papeles en el helicóptero, dando consentimiento formal para que usted adoptara al bebé. La señora Hacker presenció su firma. El resto es una formalidad. Se lo llevaré al juez.

– Esta noche, John -dijo Jake-. Lo quiero hecho en el momento que el niño nazca.

Si el bebé vivía, llevaría su nombre. Le había prometido a Emma que le daría su nombre al niño y lo criaría, y tenía toda la intención de cumplir su palabra. Otro lazo más con ella. Si Emma moría… Cerró la puerta a ese pensamiento, el corazón se le contrajo dolorosamente.

– ¿Ella está en cirugía?

Jake asintió, incapaz de encontrar su voz. La actividad en los vestíbulos le envió a pasar dando zancadas por delante del abogado. Se giró cuando se acercó un médico.

– ¿Emma? -ladró su nombre, el temor saltaba por su cuerpo como una serpiente mortal.

– Lo siento, señor Bannaconni, todavía está en cirugía.

Él no podía respirar. Se paró allí, la cabeza gacha, sin mirar a ninguno de ellos, y pensó que iba a estrangularse en su propio temor. Era tonto, realmente. Él había sido golpeado casi hasta la muerte siendo niño y no había experimentado tal onda de terror. ¿Cómo había hecho ella eso? ¿Cómo se había colado sigilosamente en su cabeza y envuelto tan apretadamente alrededor de él, que no sabía cómo vivir sin ella en su vida?

El médico carraspeó.

– Su niñita no tiene el peso suficiente, por supuesto, y tendrá que permanecer en una incubadora. Es incapaz de mantener su temperatura corporal, pero lo esperábamos, siendo tan prematura. Tiene un pequeño problema respirando por sí misma y la tenemos con un ventilador. Hay unos pocos problemas…

Jake se balanceó, encontrándose con la mirada del doctor.

– Hará lo que sea para que mi hija viva y esté sana. Por eso está usted aquí. Ambos sabíamos que no sería fácil, pero me dijeron que era el mejor en lo que hace. Así que hágalo.

– Lo haré lo mejor que pueda. -El médico sabía que lo mejor era no prometer algo de lo que no estaba seguro cumplir a un padre apesadumbrado.

– Su nombre es Andraya Emma Bannaconni.

– Sí, señor. Las enfermeras traerán el papeleo.

– Lo quiero inmediatamente. Quiero que ella tenga un nombre oficial inmediatamente.

– ¿Le gustaría verla?

Jake forzó aire por los pulmones.

– No hasta que Emma esté a salvo.

Le dio la espalda otra vez, despidiendo al hombre. Los dedos se le curvaron y las uñas se le clavaron en la palmas. Hacía años desde que había sentido el corte de un cuchillo en el muslo, pero quería sentirlo ahora, para anotar otra victoria. Su hija estaba viva. Ahora necesitaba que Emma viviera.

Esperó hasta que oyó los pasos del médico retirándose antes de echar un vistazo por encima del hombro a su abogado y entonces se volvió a la ventana, sin atreverse a mostrar la cara mientras estaba vulnerable.

– Tan pronto como nos encarguemos del papeleo aquí, sal y ocúpate de la adopción. Lo quiero legalizado inmediatamente.

– Jake, con tu nombre en el certificado de nacimiento, ella está a salvo por ahora.

La voz de Jake fue baja, amenazadora.

– La quiero legalizada hoy -repitió-, cueste lo que cueste. Y asegúrate de que la resolución sea sellada y que no se convierta en un acontecimiento periodístico. Quiero eso, John. Asegúrate de que cualquiera que vea esos papeles comprenda que habrá repercusiones severas si sale que no soy su padre biológico. -Miró por encima del hombro, sujetando a Stillman con una dura mirada-. Convertiré en mi negocio particular destruirles si joden esto. Deja que sepan con quien están tratando.

Stillman se paró detrás de él durante mucho tiempo, luego fue a sentarse, esperando que la enfermera trajera los papeles para rellenar. No se sorprendió cuando un administrador trajo el papel inmediatamente. Jake se tomó su tiempo, escribiendo ordenadamente, asegurándose de que la niña estaría a salvo si algo le sucedía a la madre. Stillman permaneció calmado en un rincón, sintiendo como si no pudiera dejar a Jake solo, aunque el hombre obviamente quería estarlo.

Jake comenzó a pasear como un animal peligroso. Él se sentía peligroso, disperso, fuera de control, todas las cosas que traían al leopardo cerca de la superficie. La piel picaba y su temperamento ardía. Se encontraba enojado con Emma por continuar un embarazo que la podía matar. Estaba enojado consigo mismo por permitirla acercársele lo suficiente para hacerle sentirse tan perdido sin ella. No sabía honestamente cómo había sucedido cuando él había arreglado todo para atraparla en una trampa a ella.

Descansó la mano en la ventana, abriendo los dedos, la garganta en carne viva, el vientre apretado con nudos de protesta.

El cristal se empañó con el aliento y trazó letras en el vaho. Déjala vivir. Dos palabras. Eso era todo. Una vida de nada y finalmente Emma. Déjala vivir. Se inclinó hacia delante y descansó la frente contra el cristal. No sabía si podría parar de pensar en ella, pero sabía que si ella pasaba esto, él tendría que alejarse lo bastante para recobrar el control entre ellos. Por favor, Dios, si existes, déjala vivir.

Cerró los ojos y respiró profundamente, girando su voluntad para encontrarla. Emma. No permitiré que me dejes. No puedes irte. ¿Me oyes? Te estoy dando una orden. Aférrate a la vida. Los niños te necesitan. Kyle. Andraya.

Él no se utilizaría a sí mismo como una baza a jugar. Ella no le miraría con esa mirada. La que reservaba para Kyle. O Andrew. Ese bastardo de Andrew, que lo había tenido todo. Tenemos una niña. Una hermosa niña. Vive por ella.

Por mí. Vive por mí.

¿Por qué nadie podía amarle? Se echó para atrás y miró fijamente su propio reflejo. Frío. Insensible. Los ojos de un depredador. Mas en ese momento no era insensible. Los pulmones subieron y bajaron y los ojos le ardieron. El leopardo saltó y rugió, arañó en busca de libertad para protegerle de sentir demasiado.

Olió la sangre de Emma mucho tiempo antes de que el médico avanzara por el vestíbulo a donde él esperaba, el pulso latiendo con fuerza, atemorizado de moverse, de girar, de ver la mirada en la cara del hombre.

– ¿Señor Bannaconni?

– Sólo dígamelo. -Jake siguió de espaldas al hombre, los hombros tensos, la espalda recta.

– Su prometida está en recuperación. Tuvimos que darle mucha sangre, pero pasó la cirugía. Hemos hecho cuanto hemos podido para corregir el daño que ocurrió en el momento del accidente, así que es posible que pueda llevar a otro niño alguna vez en el futuro, pero tiene que pasar esta noche. Está débil, señor Bannaconni. No le mentiré. No estamos fuera del bosque todavía.

Jake se balanceó, los ojos dorados brillando, así que el médico retuvo la respiración y dio un paso atrás.

– Quiero verla ahora. Lléveme a ella.

– Está en recuperación. Tendrá que esperar hasta que esté fuera y en su cuarto.

Los ojos de Jake se estrecharon y dio un paso hacia adelante. Un gruñido bajo de advertencia retumbó en su garganta. Stillman se acercó y dio un paso entre los dos hombres.

– Sugiero, Doctor, que lleve al señor Bannaconni donde su prometida inmediatamente. Si alguien puede asegurarse de que no muera, será él. No interferiría en su camino. -La voz del abogado fue suave, pero dejaba poco con lo que discutir.

El médico es estiró detrás de él y deslizó su tarjeta por el mecanismo para abrir la cerradura.

– Por aquí, señor.

Jake siguió al hombre a la sala de postoperatorio. Emma parecía pequeña y perdida, la cara blanca, los ojos cerrados. Había sangre en una bolsa y un líquido claro en otro. Brenda Hacker le disparó una rápida sonrisa de aliento mientras empujaba con el pie una silla en su dirección. Jake se sentó a horcajadas cerca de la cabeza de Emma, frente a ella, y se acomodó para una larga noche. No tenía intenciones de perder Emma en ese punto, y si puro quería significar algo, ella permanecería con él.

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