Capítulo 2

JAKE Bannaconni juró enconadamente mientras desviaba al suave y ronroneante Ferrari para evitar al Buick que se le metió justo delante. Renunciando a lo innecesario, rodeó el coche y se fue, su Ferrari era un rayo de plata en el traicionero camino de montaña. Delante de él, en los zigzags, vislumbró al Porsche que estaba siguiendo. El descapotable coche deportivo se desviaba por toda la carretera, viajando loca y rápidamente por el escarpado y estrecho carril. Gracias a su «otro», Jake poseía una asombrosa visión y reflejos, y esa ventaja le permitió empujar su coche al límite en una tentativa por alcanzar a su presa, incluso en la estrecha y retorcida carretera de montaña.

Una rápida mirada en el espejo retrovisor reveló que su cara era una máscara de granito, líneas duras grabadas profundamente, los ojos verde-dorados con astillas gemelas de hielo, brillaban de modo amenazador. No importaba que pudiera asustar a todo el mundo con una mirada, sinceramente se sentía asesino en ese momento. No le importaban los dos ocupantes de ese coche, ambos borrachos, ambos manoseándose obscenamente delante de todos en la fiesta del senador, pero maldición, no iba a permitir que destruyeran a su hijo.

Shaina Trent, la adorada de la sociedad, miembro del jet set, alma de las fiestas y preciosa hace-cualquier-cosa-para-papi, hija de Josiah llevaba a su hijo. ¿Cómo podía haber sido tan malditamente descuidado? Había sabido exactamente lo que era cuando se había acostada con ella. Había sabido que su familia y la de ella habían deseado esa alianza. Cada familia sospechaba que él era la cosa que habían estado buscando todo el tiempo: un cambiaformas. Deseaban que su línea de sangre aumentara sus debilitadas capacidades. Y querían recobrar el control sobre él. Debería haber sospechado algo cuando Shaina se había tirado sobre él, después de todo, nunca lo había mirado antes, siempre actuando como si estuviera muy por encima de él.

Aceleró y captó otro vistazo del Porsche patinando a un lado en una vuelta. El corazón se le fue a la garganta. El conductor estaba tan bebido que permanecían en el carril equivocado. Jake dudaba que alguien se diera cuenta de que estaba persiguiéndolos. Shaina se inclinó coquetamente hacia el conductor para darle masajes en el cuello.

Jake se maldijo por meterse en tal apuro. Desesperados por encontrar un modo de ponerle grilletes, las dos familias habían hecho una alianza, y, como un idiota, había caído en su trampa. Una parte de él aún se sentía culpable y pensaba que merecía exactamente lo que había conseguido.

Había dormido deliberadamente con Shaina para luego devolvérsela a su padre, pero Shaina lo había estado utilizando como él la había utilizado. No había sido lo suficientemente estúpido para creerle cuando le dijo que usaba anticonceptivos, pero había sido lo bastante tonto como para utilizar los condones que ella tenía. Pero lo que ninguno de ellos había calculado aún, era que él gustosamente ardería en el infierno antes que complacerlos.

El embarazo planeado era la trampa más vieja en el libro. Era demasiado tarde ahora; tenía que vivir con las consecuencias… al igual que ellos. Ambas familias y Shaina le habían subestimado gravemente. Él había planeado su venganza durante años. Lo tenía todo en su lugar. No le tomaría mucho arruinar financieramente a cualquiera de las familias, y así no tendría que comprar la libertad para su niño.

Jake golpeó la palma abierta en el volante en agónica recriminación. Lo sabía muy bien, pero no pudo resistir pasar la mano bajo la nariz de Josiah. Pero ellos nunca tendrían a su hijo. No importaba si el chico era cambiaformas o no. Jake encontraría una niñera, una decente, para que viniera y lo educara bien. Seguro que no podría amar al chico, pero finalmente encontraría a alguien que sí pudiera.

Un músculo dio un tirón en la mandíbula. Él siempre había sido un salvaje, arañando y luchando por salir de la jaula en la que habían intentado mantenerle. No tendrían oportunidad de enjaular a su niño. Su hijo nunca sabría de esa vida poco natural y engañosa. Una niñera no era la solución perfecta, pero sería lo mejor que podía hacer por el niño.

No podría fiarse de Shaina para mantener saludable al bebé nonato, así que aquí estaba en California, persiguiéndola. Su jet esperaba para llevarla a su rancho donde sus guardias la mantendrían fuera de problemas, lejos de las drogas y el alcohol hasta que el bebé naciera. Tenía a un equipo de médicos a su disposición, los mejores que su injerencia pudo encontrar en Texas, y se iba a cerciorar de que el niño tuviera el mejor comienzo posible.

Jake juró apasionadamente otra vez. Shaina podría caerse en un precipicio por lo que a él le concernía, pero le aclararía que poseía la compañía de su padre, que había comprado las acciones, y los arruinaría a todos si se atrevían a cruzarse con él. El niño era suyo, comprado y pagado. Shaina no iba a ponerlo en peligro. Había girado las tornas ordenada y despiadadamente, encontrando un placer amargo en todos esos rostros conmocionados.

Shaina, maldita sea, no tenía derecho a emborracharse y a envenenar al bebé nonato aún. No tenía derecho de irse con un tonto borracho cuando estaba tan cerca de dar a luz. Había pensado que estaría a salvo, a miles de kilómetros de su casa, sin soñar que él se preocuparía lo suficiente por el bebé para localizarla.

Con cada kilómetro que pasaban, acortaba la distancia entre el Ferrari y el Porsche, cerrando la brecha constantemente, sin descanso. Podría ver al descapotable zigzagueando por toda la carretera, cruzando la línea central, cambiando de carril, los neumáticos chirriaban en protesta alrededor de cada acentuada curva. Estaba justo encima de ellos mirándolos y vio a Shaina mover la mano para acariciar el regazo del conductor. El Porsche se desvió otra vez directamente al otro lado.

De repente su corazón saltó otra vez, y un temblor helado la acarició la espina dorsal. Vislumbró un pequeño escarabajo Volkswagen dos curvas adelante, viniendo directamente por el sendero hacia la destrucción. Jake gritó realmente una advertencia, totalmente impotente para detener lo inevitable.

El choque meció el suelo, rompiendo la paz de la noche, una cacofonía de ruidos terribles que nunca olvidaría. Metal machacado, chirrido de frenos, la fuerza de los vehículos juntándose, doblándose como acordeones. La vista y los sonidos enviaron escalofríos por su espina dorsal. Las chispas volaron, el descapotable dio volteretas una y otra vez, rociando gasolina por todas partes. El Volkswagen, un trozo de chatarra de metal retorcido y comprimido, se estrelló contra la montaña, las llamas lamieron su longitud y se elevaron por el césped seco.

El olor de gasolina, llamas y sangre le golpearon duramente. Jake vaciló lo suficiente en informar del accidente con su móvil. Saltando del Ferrari, corrió hacia el coche más cercano, el Volkswagen aplastado. El camino estaba regado con fragmentos rotos de vidrio y metal. Shaina y su nuevo novio yacían inmóviles en el suelo a lo lejos, la sangre fluía de ellos en arroyos. Ninguno llevaba cinturón de seguridad, y ambos habían sido tirados a varios metros del coche. Dudaba que alguno pudiera haber sobrevivido a la fuerza de ese choque directo, pero algo lo propulsó adelante a pesar de las llamas que se mueven rápidamente por la carretera.

La gasolina estaba por todas partes, en todas direcciones, salpicando la falda de la montaña donde el Volkswagen había acabado de rodar. Dentro del Escarabajo, dos ocupantes colgaban al revés, sostenidos por los cinturones de seguridad, las cabezas y los brazos balanceándose sin fuerzas. Arrancó la puerta más cercana. Estaba ya caliente con las llamas que hacían arder el pasto que creía en la montaña. Con fuerza sobrehumana la abrió rompiéndola, y se estiró dentro para soltar el cinturón de seguridad. Un cuerpo cayó en sus brazos.

Era una mujer, cubierta de cristales y sangre, pero aún viva. Consciente de que no tenía otra opción, ni tiempo para examinarla primero, la sacó, cerrando los oídos a su grito de dolor. Corrió alejándose de los coches para depositarla en la hierba. La sangre manaba de un terrible tajo en la pierna. Él tiró de su cinturón y lo envolvió apretadamente alrededor del muslo, justo encima de la herida.

Cuándo se volvió, el Volkswagen ya estaba sumergido en llamas. No tenía esperanza de sacar a la otra víctima. Envió una oración silenciosa para que el ocupante hubiera muerto instantáneamente. Resueltamente, giró hacia el descapotable. Había cubierto la mitad de la distancia cuando un grito agonizante lo congeló en un fragmento de tiempo que se quedaría grabado en su mente para siempre.

– ¡Andy!

La mujer que había rescatado había logrado de algún modo ponerse de pie, lo cual era un milagro, teniendo en cuenta sus heridas. Ella tropezó hacia el Volkswagen. Por un momento, él sólo pudo mirar fijamente con incredulidad. Tenía huesos rotos, estaba cubierta de profundas y desiguales heridas, su rostro era una máscara de sangre… pero aún así estaba corriendo directamente a una pared de llamas, y corría con velocidad asombrosa.

Por una fracción de segundo, el puro asombro mantuvo a Jake congelado en el lugar. La gasolina en la carretera se había encendido. Las llamas lamían realmente las piernas de la mujer, pero ella continuaba hacia el vehículo que ardía violentamente. La mujer sabía que el coche iba a estallar en cualquier momento, pero a pesar de eso corría hacia él.

Le cortó el camino a pocos pasos del coche, agarrándola entre sus brazos, alejándolos corriendo del intenso calor y la conflagración que se estaba formando. Ella luchó como una gata salvaje, pateando, arañando. La sangre la hacía tan resbaladiza que él perdió el asidero más de una vez. Cada vez que la dejaba caer, ella no dudaba en volverse, los ojos fijos en el coche que ardía mientras intentaba correr, para luego ser arrastrada de vuelta.

– Es demasiado tarde -gritó él duramente-. ¡Él ya está muerto! -Despiadadamente la lanzó al suelo, cubriendo su cuerpo con el suyo, manteniéndola agachada mientras la tierra bajo ellos se mecía con la fuerza de la explosión.

– Andy. -Ella susurró el nombre, un sonido perdido y acongojado arrancado directamente del corazón.

En un instante, toda lucha la abandonó. Yació inmóvil en los brazos de Jake, pequeña, completamente vulnerable y rota, los ojos mirándolo fijamente sin ver. Otra vez, el tiempo pareció detenerse. Todo se redujo hasta enfocarse completamente en sus ojos. Enormes, rasgados como los de una gata, aguamarina con orbes oscuros, excepcionales e hipnotizadores, ahora angustiados. Parecía tan familiar, demasiado familiar. La conocía y al mismo tiempo no lo hacía.

Por primera vez en su vida, sintió que un fuerte impulso protector brotaba de algún sitio. Llegó a ser consciente de la multitud que se reunía y miraba fijamente a la mujer mientras que otros se topaban con la escena. Instintivamente la protegió, ladrando órdenes para verificar al descapotable volteado, y asegurándose que las ambulancias y la policía estaban de camino.

Trabajó frenéticamente para contener el flujo de sangre que se vertía de la sien y la pierna de la mujer. Una parte de él sabía que debería estar pensando en Shaina y en el niño que ella llevaba, pero su mente estaba consumida con la mujer que protegía. Todo lo que podía hacer era prometerse en silencio que no permitiría que se escabullera como tan claramente quería hacer.

Los apesadumbrados ojos verdes le rogaban que la dejara ir. ¿Dónde había visto esos ojos antes? Los estudió otra vez, atraído por alguna fuerza invisible. Con forma almendrada, pupilas redondas y negras, los iris de un raro aguamarina, el verde azulado rodeado por un círculo dorado. Excepcional. Y conocía esos ojos. ¿Dónde los había visto?

– Déjame ir.

Sabía que la voluntad de él la sostenía cuando ella sólo quería deslizarse lejos. Jake se encontró inclinándose cerca de ella para que la boca bajara hasta su oreja, el caliente aliento contra la piel. Los ojos dorados brillaron despiadadamente, sin compasión en los de ella.

– No. -Dijo la palabra implacablemente-. ¿Me oyes? No. -Negó una segunda vez, los dientes blancos chasqueando en irrevocabilidad mientras aplicaba más presión en la herida que sangraba en su pierna.

Ella cerró los ojos, cansada, y giró la cara lejos de él como si no pudiera luchar. La ambulancia estaba allí, los paramédicos lo empujaron a un lado para trabajar en ella. A corta distancia, los bomberos cubrieron con una manta al amigo de Shaina. Era un accidente que el padre de Shaina no podía borrarr con su dinero.

Más paramédicos trabajaban desesperadamente al lado de Shaina. Le tomó un minuto darse cuenta de que estaban tomando al bebé… a su hijo. Con el corazón en la garganta, esperó hasta que oyó las aclamaciones triunfantes. El niño estaba vivo, más de lo que podían decir de la madre. Esperó sentir emoción, cualquier emoción, ante la muerte de Shaina o el nacimiento de su hijo. No sentía nada de nada, sólo una sensación de desprecio por la manera en que Shaina había vivido y había muerto. Maldiciendo silenciosamente su propia naturaleza fría, bajó la mirada hacia la mujer que estaba tumbada tan quieta, los oscuros ojos mirando más allá del paramédico hacia el quemado coche. Se movió ligeramente mientras trabajaban en ella, para bloquear su vista.

Jake siguió a las ambulancias que llevaban a su hijo y a la mujer a un pequeño hospital. Aunque el lugar parecía un poco primitivo para los estándares de Jake, el agotado personal parecía conocer su trabajo.

– Soy el Oficial Nate Peterson. -Un joven policía de carretera empujó un café en sus manos sangrientas.

Sangre de ella. Por todas partes sobre él. Los hombros de Jake se hundieron y de repente estuvo inmensamente cansado, pero necesitaba averiguar si ella todavía estaba viva.

– ¿Puede decirme que ha sucedido, señor? -preguntó el oficial. El joven policía estaba temblando tanto que apenas podía sostener su pluma-. Andy y yo éramos buenos amigos -admitió el hombre, estrangulándose con la emoción.

– Dígame algo acerca de él -pidió Jake, curioso acerca del hombre que inspiraba tal lealtad, que hacía que una mujer quisiera correr a través del fuego para salvarle, a pesar de sus propias y terribles heridas. Un hombre que podía hacer que un policía temblara y tuviera verdaderas lágrimas. Jake podía sentir la verdadera emoción que manaba del otro hombre. Echó una mirada alrededor del hospital y encontró a otros viéndose igualmente apenados.

– Su nombre era Andrew Reynolds y tenía veinticinco años, era el mejor mecánico en el pueblo. Podía fijar cualquier cosa en un motor. Fui su padrino en su boda hace sólo cinco meses. Estaba tan feliz de que ella se hubiera casado con él. Ellos estaban tan felices.

Emma. Ese era su nombre.

– ¿Todavía está viva? -contuvo la respiración.

El policía asintió.

– Por lo que sé. Está en cirugía. ¿Vio usted el accidente?

Jake desmenuzó la taza de papel de café y la tiró en el cesto de basura.

– Estaban bebidos. Los seguía desde la fiesta del Senador Hindman. Shaina Trent, la mujer, llevaba a mi hijo. No lo quería y me lo había cedido, pero no paraba de beber y de ir de fiestas con sus amigos. Estaba preocupado porque ambos parecían estar borrachos. Lo siento, no conozco al hombre.

Jake le dio el resto de su declaración tan claramente cómo era posible, sabiendo que las huellas del patinazo lo confirmarían.

Jake oyó por casualidad a una joven enfermera llorando en el vestíbulo y caminó hacia ella con el pretexto de consolarla.

– ¿Está usted bien?

Ella se sorbió varias veces, los ojos brillantes y un poco interesada cuando le vio. Jake levantó la mano y le tocó el hombro.

– Soy Jake Bannaconni. -Sabía que el nombre sería reconocible y cuando los ojos se agrandaron la satisfacción se asentó en el vientre-. ¿Puede decirme algo acerca de la mujer? ¿Está viva?

Miró la etiqueta del nombre de la enfermera. Chelsey Harden.

Chelsey asintió con la cabeza.

– Está en cirugía. Sólo tiene veintiuno. No entiendo cómo ha podido suceder esto. Ella me llamó temprano hoy y me dijo que se había hecho una prueba de embarazo, estaba tan feliz. Dijo que se lo iba a contar a Andy esta noche en la cena. Apuesto a que él ni siquiera tuvo la oportunidad de saberlo. -Se cubrió la cara por un momento y rompió en sollozos.

Jake le tocó el hombro otra vez.

– Por lo que entiendo, las dos son amigas.

Chelsey hipó y se sonó la nariz.

– Muy buenas amigas. Fui a la escuela con Andrew y él nos presentó. Ahora ella no tiene a nadie. Los padres de Andrew murieron el año pasado en un choque de coches y los de Emma murieron cuando era adolescente. Sólo se tenían el uno al otro. Parece alguna clase de maldición o algo, todos esos coches destruidos. -La cara palideció y se cubrió la boca con la mano-. Lo siento. Su mujer ha muerto también. Lo siento mucho.

Jake sacudió la cabeza.

– No estábamos casados, pero teníamos un niño.

– Él va a estar bien. Es un poco pequeño, pero muy sano -se apresuró a asegurarle Chelsey.

– ¿Cuánto tiempo tendrá que permanecer aquí?

Lo que en verdad quería decir era cuánto tiempo tenía para poner las cosas en movimiento. Tenía una idea vaga de lo que quería hacer, pero ningún plan verdadero. Era obvio que el personal sentía compasión por él. Su amiga embarazada se había fugado con otro hombre. Shaina estaba en las noticias todo el tiempo. Los paparazzi la adoraban y por supuesto Jake no era un desconocido, pero las hazañas de Shaina eran siempre carnaza para las revistas de cotilleos y ella adoraba las cámaras.

El mundo creía que había dejado a Jake con el corazón destrozado. En verdad, se habían despreciado el uno al otro. Su padre le había llenado con la convicción de que los Trents estaban muy por encima de los Bannaconnis y de Jake en particular. Ella se sentía como si se hubiera rebajado al dormir con él. No es que no lo hubiera disfrutado y hubiera seguido regresando por más, pero los tabloides sólo sabían lo que Shaina quería. Ahora que estaba muerta y la simpatía le rodeaba, Jake supo que podría utilizarlo para su ventaja.

– Usted tendrá que hablar con el médico, pero para un bebé prematuro, está sano. Quizá una semana, pero honestamente no se lo podría decir. -Chelsey dejó salir un suspiro suave-. Emma deseaba realmente una familia. Era tan importante para ella y Andy, porque no tenían a nadie, así que siguieron diciendo que tendrían una gran familia.

Jake se pasó una mano por el pelo. Debía transportar a su hijo inmediatamente a un hospital en Texas y regresar a casa. Esto no era su lío para limpiarlo. Pero sabía que no lo haría. Había mirado a los ojos verde azulados de Emma Reynolds y algo se había abierto en él, algo sin nombre que no comprendía. Pero a pesar de todo, no podía irse.

Un hombre se acercó y Jake fue instantáneamente consciente de la tensión de Chelsey, que cambió inmediatamente su comportamiento a una cara muy profesional. Así que este debía ser el administrador del hospital. Alguien había reconocido a Jake y enviaba al peso pesado a cerciorarse de que estaba cómodo con el tratamiento de su hijo.

– Está quemado, señor Bannaconni, en las manos y brazos. Necesita curarse.

– Ni lo he notado -dijo Jake sinceramente.

Evaluó al hombre mientras sus quemaduras eran tratadas. Digno. Sincero. Era un hombre que tenía demasiado trabajo, demasiado poco tiempo libre y que creía en lo que hacía. Y estaba fieramente orgulloso de su hospital, Jake lo supo en el momento en que el médico empezó a mostrarle los alrededores, pero aparentemente tenía poco dinero para introducir un instrumental moderno.

Jake aprovechó el instante, golpeando donde sabía que sería lo mejor, murmurando sobre un gran donativo por el cuidado que su hijo había recibido, haciendo preguntas acerca de su niño, cuánto tiempo tendría que permanecer, cuáles eran las repercusiones de un nacimiento prematuro, qué podía hacer para ayudar mejor al hospital por cuidar de él. Por último logró girar la conversación a Emma Reynolds y cuán terriblemente se sentía por su situación. ¿Cuáles eran sus heridas? ¿Necesitaba médicos especiales? Sería más que feliz de traer volando a quién o lo qué necesitara…

El doctor John Grogan, jefe del hospital, trató de convencer a Jake de que Emma Reynolds no era su responsabilidad.

Jake parecía muy grave.

– Estoy bien enterado de que el resto del mundo quizás piense eso, pero fueron mi amiga y su amante los responsables de la muerte del marido de Emma y de sus heridas. Ella no tiene a nadie más. Ocuparme de sus facturas o asegurarme de que tiene todo lo que necesita es lo menos que puedo hacer por ella. -Miró alrededor y bajó la voz otra octava-. Preferiría si ningún periodista supiera que estoy aquí o que mi hijo está todavía aquí.

Grogan asintió.

– Somos un hospital pequeño, señor Bannaconni, pero somos muy discretos con nuestros pacientes.

Jake dejó salir un suspiro de alivio y se desplomó un poco para mostrar cuan cansado y trastornado estaba.

– Por favor, permita que los doctores de Emma sepan que estoy dispuesto a ayudar. Necesito ver a mi hijo ahora, si es posible.

El primer paso para involucrarse en la vida de Emma estaba cumplido. Se dejó guiar a la guardería infantil donde fue obligado a llevar una bata, máscara, y guantes para mirar fijamente al pequeño y arrugado bebé que yacía desnudo en una incubadora con luces por todas partes.


– ¿Cómo está ella hoy, Chelsey? -preguntó Jake mientras la joven enfermera bajaba por el pasillo hacia él-. Acabo de llegar a ver a mi hijo y pensé en echarle un vistazo.

El cuarto de Emma era el primer cuarto más cercano a la guardería infantil. Estaba embarazada y el médico de Obstetricia quería acceso fácil a ella si empezaba a abortar después de su dura y traumática prueba. Fue bastante fácil para Jake utilizar la excusa de que ella estaba tan cerca de su hijo para visitarla. Emma había sido insensible a los médicos y enfermeras, pero cuando él entraba, su mirada verde azulado saltaba a su cara y permanecía allí.

Chelsey suspiró.

– Ella no habla con nadie, señor Bannaconni. Estamos todos un poco atemorizados por ella. Pero he oído que su bebé lo estaba haciendo mejor. Respira por si mismo ahora y sólo tiene tres días.

– Sí, él parece estar mejor, aunque me dicen que debería estar ganando más peso. -Jake se detuvo con la mano en la puerta de Emma. Hasta ahora nadie jamás le había impedido entrar. Hoy quería que Emma le diera el personal su permiso para permitirle ayudarla-. Hoy voy a intentar darle a Emma una razón para vivir. Usted me dio la idea el otro día cuando hablamos.

Chelsey le tocó el hombro y esta vez su sonrisa fue coqueta.

– Espero que pueda encontrar uno modo de comunicarse con ella.

Jake le sonrió, permitiendo que su mirada resbalara sobre ella con el interés de un hombre. Chelsey contuvo la respiración y le hizo un gesto mientras se marchaba, balanceando las caderas más de lo normal. Jake abrió la puerta del cuarto de Emma y se deslizó dentro.

Mientras cerraba oyó la risita de Chelsey.

– Es tan caliente, Anna. Mi Dios, cuando sonríe pienso que voy a tener un orgasmo en el sitio.

Miró a Emma y supo que ella oía. Cerró las puertas a las risas de las enfermeras y cruzó a su lado.

Emma contuvo la respiración. Él había regresado. Podía alejarse de los otros y no tener que encarar la realidad de estar completamente sola otra vez, no tener que pensar en su amado Andrew muerto, no tener que tratar con perder a su bebé, pero entonces este hombre entraba y se sentaba, llenando la habitación, llenándole la cabeza con su olor y su imagen, obligándola a vivir otra vez. La forzaba a volver a la superficie cada vez donde no había escape de la terrible pena que la abrumaba.

En silencio imploró que se fuera, que simplemente la dejara estar en un estado medio viva, medio muerta que la protegía de sentir. Pero una vez que la mirada de él se centraba en ella, no la abandonaba.

– ¿Cómo andas hoy, Emma? -Siempre sonaba íntimo, hablando con ella como si fueran los mejores amigos… más que amigos, más cercanos. Utilizó las yemas de los dedos para acariciarle el pelo y echárselo atrás-. ¿Te estás sintiendo mejor?

Cada vez que la tocaba, no importaba cuan ligero fuera el toque, sentía como si la electricidad se arqueara entre ellos, recargándola con vida otra vez, para que los temores y la pena estuvieran más cerca que nunca. Y la sostenía allí, suavemente pero firmemente, forzándola a mirar su vida vacía mientras una pena inimaginable se vertía sobre ella, sosteniéndola presa.

No le respondió. Raramente lo hacía, sólo le miraba mudamente rogándole que la dejara vagar de regreso a su pequeño capullo seguro.

Jake arrastró una silla al lado de la cama, la giró y se sentó a horcajadas.

– Le he puesto nombre al bebé esta mañana. No había pensado mucho acerca del proceso de ponerle nombre, pero he querido darle un buen nombre, uno con el que estará contento siendo adulto. Encontré un libro de nombres de bebé en la sala de espera.

Ella no podía apartar la mirada de su cara. Su tono era suave, bajo y muy intenso, pero había algo que era un poco lejano. No podía decir que era. La mirada de él nunca abandonaba la de ella. Le recordaba a un leopardo con sus ojos verdes-dorados y su mirada penetrante, tan concentrada en ella que no había donde ocultarse.

Él se inclinó hacia delante.

– Es tan pequeño, Emma, juro que le podría encajar en la palma de la mano. Me espanta pensar en llevarlo a casa cuando yo no sé nada acerca de cuidar de un bebé. ¿Te asusta a ti? Vas a tener un bebé. ¿Te dijeron eso? ¿Qué el bebé todavía está vivo y qué sólo te tiene a ti para protegerlo?

El aliento se le atascó en la garganta y Emma movió las manos para cubrirse el estómago. ¿Era verdad? Podía oír a su corazón latir, oírlo tronar en sus oídos. Deseaba morir, quería morir, y se habría llevado a su niño, el bebé de Andy, con ella. Cerró los ojos brevemente, atemorizada de haber oído mal.

Jake suspiró suavemente, y él se pasó los dedos por el pelo debido a la agitación.

– Eso es lo que me asusta. Sólo estoy yo para ser el padre, para dar al bebé una buena casa y estoy tan lejos de ser un buen ejemplo. -Esa admisión escapó y su voz sonaba con la verdad.

Ella tragó, duramente. La garganta se convulsionó. Le llevó un esfuerzo separar los secos labios y tuvo que esforzarse por alcanzar su voz. Cuándo esta salió era tan fina, temblorosa, casi irreconocible.

– ¿Está seguro? ¿Acerca de mi bebé? ¿Está seguro que no lo he perdido?

Él se inclinó más cerca de ella. Jake Bannaconni. Había oído su nombre dicho en cuchicheos callados y temerosos y no podía averiguar por qué ella lo conocía. ¿Qué era tan familiar acerca de él, y por qué se sentía como si su voluntad la sostuviera?

– Tu bebé está bien, Emma. El médico dijo que incluso con la pérdida de sangre, el bebé parece estar sano. No hay signos de que el embarazo terminará. Serás madre.

Las lágrimas ardieron en sus ojos otra vez. Su bebé. Su precioso bebé estaba a salvo. No estaba enteramente sola y había un pequeño pedazo de Andy creciendo dentro de ella.

– Gracias por decirme lo del bebé. Tenía miedo de preguntar y nadie pensó en decírmelo. Sólo lo de mi cabeza, la pierna, un millón de otras heridas y… -las palabras se desvanecieron, y miró fijamente al techo, parpadeando, las lágrimas brotando de sus ojos.

– Andrew -agregó él suavemente-. Lo siento, Emma, ambos tenemos que vivir con lo que sucedió. Y ambos tenemos bebés que criar por nosotros mismos. -Destelló una pequeña sonrisa-. Tengo la sensación que tú serás mejor en la parte de cuidar de los niños que yo.

– Usted será un buen padre -alentó-. No se preocupe tanto. -¿Cómo demonios iba ella a cuidar de un bebé?

Jake cogió la mano de Emma, moviendo el pulgar por el dorso de la mano. Su toque era dolorosamente familiar.

– ¿Han dicho cuando puedes salir de aquí?

Emma sacudió la cabeza.

– ¿Adónde iría? -Pensar en su apartamento, su casa con Andrew, era demasiado para que lo contemplara. No podía afrontar el volver al apartamento y tratar de empacar las cosas de Andy.

– Trataremos con ello más tarde, cuando te sientas más fuerte -aseguró él-. Llamé a mi abogado y le pedí que revisara tu seguro para algún arreglo de algún tipo. Al menos, para poner la cosa en marcha. Sé que no quieres pensar en el dinero, pero será importante cuando tengas al bebé.

Emma levantó las pestañas, permitiendo que su mirada vagara por la cara de él. Había algo en él que la obsesionaba, la conminaba, la atraía como un imán cuando quería quedarse sola, desaparecer simplemente. Nadie más la obligaba como lo hacía él. Le conocía. El recuerdo de él la fastidiaba, aunque no podía situarle.

Podía recordar los acontecimientos hasta justo antes el accidente, sentarse en el coche, tan excitada, las noticias del embarazo en la punta de la lengua, pero las retuvo, determinada a esperar hasta que estuvieran en el restaurante y pudiera ver la expresión de Andy, mirar sus ojos y su boca cuando le revelara que iban a tener un niño. Había muerto sin saberlo. Odiaba eso. Su mirada se movió con rapidez sobre la cara de Jake otra vez. Sabía que era Jake porque se lo había dicho, no porque los recuerdos de él hubieran regresado.

No recordaba el choque. Recordaba lo de después, cuando hubo dolor, fuego y Jake mirándola fijamente, deteniéndola de seguir a Andy. Sus ojos la fascinaban, tiraban de ella, como un depredador siguiendo una presa. Su mirada fija enfocada la ponía incómoda, pero de alguna manera extraña la confortaba. Quizá si la cabeza parara de latir alguna vez y los médicos bajaran la dosis de la medicina contra el dolor, podría pensar más claramente, pero en este momento, su personalidad fue demasiado fuerte y ella no podía pensar por sí misma.

– ¿Cómo te conozco? He mirado en tus ojos y te conozco.

– Lo siento, soy el hombre que tiró de ti para sacarte del coche. -Bajó la mirada, alejando la mano de la ella y frotándose las sienes como si tuviera el mismo dolor de cabeza que ella-. No pude llegar a tu marido. El fuego estaba por todas partes.

Ella vio quemaduras en sus manos y el corazón saltó. Se estiró y atrajo su mano en la de ella.

– ¿Es por sacarme del coche?

Él retrocedió, algo dentro de él sacudido por el toque de sus dedos en la piel. No fue algo sexual. Él generalmente respondía a las mujeres sexualmente y esto era algo totalmente diferente, no se fiaba de la sensación del todo.

– Sí. -Su voz salió más bruscamente de lo que pretendía.

Emma dejó salir un pequeño suspiro.

– Siento que te hicieras daño.

– Emma -dijo Jake suavemente-, lo único que importa es que tú y el bebé estáis a salvo. -Se arrepintió de alejarse de ella cuando voluntariamente se había acercado hacia él.

Chelsey abrió la puerta y metió la cabeza dentro.

– ¿Necesitas algo, Emma? -preguntó, pero su mirada devoraba a Jake.

La cara de Emma se cerró, los ojos vagando. Cuándo no respondió, Chelsey frunció el entrecejo y miró a Jake. Él se levantó y tocó la débil mano de Emma.

– Te conseguiré unas pocas cosas de tu apartamento, Emma -dijo deliberadamente-. Regresaré esta tarde. -Cabeceó hacia el pasillo y Chelsey lo siguió fuera-. Necesitaré su llave y la dirección -le dijo a la enfermera.

– No quiero meterme en líos -dijo Chelsey.

Jake dio un paso más cerca, inclinándose hacia abajo como si mantuviera su conversación totalmente privada. Su voz era baja y convincente, pero supo que el calor de su cuerpo y el olor de su colonia la envolvieron. Chelsey inhaló y un pequeño temblor de conocimiento la atravesó.

– No permitiría que se metiera en líos. Emma tiene que animarse y si tiene algunas pocas cosas familiares, ayudará. Puede ayudar a su amiga y ya vio que no se opuso.

Chelsey asintió y se apresuró a alejarse, para volver con la llave y un pequeño papel con la dirección.

– Es una buena amiga de Emma -dijo Jake mientras se metía en el bolsillo la llave y se alejaba rápidamente antes de que ella pudiera cambiar de opinión.

Encontró el edificio sin muchos problemas. Se paró en la puerta e inspeccionó el pequeño apartamento. ¿Pequeño? ¡Infierno, era diminuto! Los muebles eran viejos y gastados por el uso, la porcelana estaba astillada y agrietada. La pareja no tenía nada. Caminó a zancadas por las cuatro habitaciones. Este apartamento entero encajaría en su dormitorio principal. La frustración crecía con cada paso y anduvo de un lado para otro, rondando como un el gato enjaulado que era. Había algo aquí donde no podría poner el dedo encima. Algo que necesitaba comprender, tenía que comprender. Era un camino ardiente a sus entrañas Jake Bannaconni era un hombre tenaz.

Todo estaba muy ordenado y limpio, hasta tal punto que se encontró sacando las rosas muertas del jarrón pequeño; parecían una obscenidad en la atmósfera del apartamento. Caminó inquietamente otra vez, pasos rápidos y fluidos de puro poder. Había una clave, pero no la captaba. Se detuvo bruscamente. Las fotos. Había fotos por todas partes, en las paredes, el escritorio, la pequeña oficina, y había un álbum colocado en una mesa de centro.

Estudió una de las fotos. La pareja se miraba el uno al otro, parecían estar en todas las otras fotos, como si sólo tuvieran ojos el uno para el otro. Sus expresiones eran verdaderas, el amor brillaba resplandeciente entre ellos hasta que era casi palpable.

Jake trazó los labios de Emma con la punta de los dedos suavemente. Nunca había visto a dos personas que parecieran tan felices. Estaba en sus ojos, en sus caras. Emma le quitaba la respiración. En la mayor parte de las imágenes, llevaba poco o nada de maquillaje.

Era muy pequeña, casi demasiado esbelta con un abundante pelo rojo llameante que encuadra la frágil cara en forma de corazón. Nunca había tenido la menor atracción por mujeres flacas, prefería las curvas exuberantes, pero no podía parar de mirar fijamente su cara, los ojos. Tocó la foto otra vez, trazando el borde de su cara, la otra mano agarró el marco barato hasta que los nudillos se pusieron blancos. Bruscamente la dejó.

La cocina estaba llenada de comida horneada, incluso pan, obviamente todo casero. El cuarto de baño tenía dos cepillos de dientes, uno blanco, uno azul, juntos en un contenedor. Había un kit de prueba de embarazo cerca de la pequeña jabonera. En un rincón del espejo, alguien había escrito «¡Sí!» con lápiz de labios.

En el dormitorio, sin ningún escrúpulo, pasó por sus ropas. Las camisas de Andrew estaban un poco raídas, pero cada botón estaba en su lugar, cada desgarrón limpiamente reparado. Cada camisa estaba limpia y planchada. Encontró una chaqueta con un diminuto bordado cosido por dentro de la costura. «Alguien te ama». Miró fijamente las palabras, sintiendo un abismo enorme de vacío manando en su interior.

Jake Bannaconni era la élite. Tenía una inteligencia superior, fuerza, visión, y olfato. Los músculos se rizaron bajo la piel, fluyendo como agua, fluidos y controlados. Era uno de los más jóvenes billonarios según la revista Forbes, y esgrimía un vasto poder político. Tenía el salvaje magnetismo animal de su especie y la lógica despiadada de crear estrategias y planes de batallas en la sala de juntas. Podía hipnotizar a la gente con la pura fuerza de su personalidad; podía atraer y seducir a las mujeres más hermosas del mundo, y lo hacía con frecuencia, pero no podía hacerlas amarle. Este… este mecánico… se había ganado el amor de todos a su alrededor. No tenía sentido.

¿Qué había hecho a Andrew Reynolds tan malditamente especial que podía inspirar esa clase de amor? ¿Esa clase de lealtad? Infierno, Jake no podía reclamar el amor ni la lealtad de sus propios padres, mucho menos el de alguien más. Por lo que podía ver, Reynolds no le había dado a su mujer ninguna maldita cosa, pero por todas partes donde miraba podía ver evidencia de su felicidad.

Tocó el cepillo de Emma, brillantes cabellos rojos brillaban como hilos de seda. Sus entrañas se tensaron. El anhelo casi lo abrumó. Más que anhelo. Negros celos lo asaltaron. Había oído que su clase poseía ese rasgo peligroso, pero nunca en su vida lo había experimentado. La emoción, tan fuerte, tan intensa le dejaba un sabor amargo en la boca, le ponía nudos en las vísceras y ponía al borde de matar a su ya volátil temperamento. La vida de Andrew y Emma era un cuento de hadas. Un jodido cuento de hadas. No era verdadero. No podía ser verdadero. Ella no tenía ropa decente. Cada par de vaqueros estaba desteñido y gastado. Sólo había dos vestidos colgados en el armario.

Encontró libros sobre pájaros por todas partes, un diseño amateurs de una pajarera de invernadero dibujado por una mano femenina. Dobló los dibujos con cuidado y los deslizó en el bolsillo de su abrigo. Pasó otra hora en el apartamento, sin comprender realmente el por qué, pero no podía irse. Era un hombre que necesitaba libertad y espacios abiertos. Era intensamente sexual, seduciendo mujeres y acostándose con ellas cuándo y dónde quisiera. Nunca había considerado tener una mujer propia, pero echar una mirada alrededor de ese apartamento diminuto le hizo sentir como si todo el dinero del mundo, toda la influencia política, todos los secretos de lo que él era y quien era, todo eso no era nada en comparación con lo que Andrew Reynolds había tenido.

Jake cerró y bloqueó la puerta. Alguien tenía que mirarle de ese modo. No sólo alguien… Emma. No podía irse y dejarla. El pensamiento de otro hombre encontrándola, poseyéndola, envió una ola de rabia por su mente. En su interior, rugió una protesta. Emma no debería haber sido nada para él, pero no podía sacarse su imagen ni su olor de la mente.

Quería el maldito cuento de hadas. Podía tener paciencia. Era metódico y completamente despiadado. Una vez que se empeñaba en una línea de acción era implacable, inquebrantable. Nadie, nada, permanecía en su camino por mucho tiempo. Una sonrisa decidida tocó los bordes ligeramente crueles de su boca. Jugaba para ganar, y siempre lo hacía. Nunca importaba cuánto tiempo tomara. Siempre ganaba. Quería lo que Andrew había tenido. Deseaba a Emma Reynolds, no a cualquier otra mujer. Emma. Y la tendría. Nada, nadie, se lo impediría.

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