28

Ponter estaba sentado en un banco. Al acercarse, Mary se sorprendió al ver que tenía un libro abierto sobre el regazo y que estaba hojeándolo.

—¿Ponter?

Él levantó la cabeza.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó.

—Bien.

—¿Te sientes mejor?

—Un poco. Pero hay algo más que tenemos que hacer.

—Lo que haga falta —dijo Ponter—. Te ayudaré en lodo lo que pueda.

—¿Estás leyendo la Biblia? —preguntó Mary, sorprendida, mientras miraba el libro abierto.

—¡Entonces he deducido correctamente! —dijo Ponter—. Éste es el texto central de tu religión.

—Sí. Pero… pero creí que no sabías leer en inglés.

—No sé. Ni Hak, todavía. Pero Hak es más que capaz de grabar las imágenes de cada página de este libro, de modo que, cuando adquiera esa capacidad, pueda traducírmelo.

—Puedo conseguirle una Biblia leída, ¿sabes? O bien uno de esos aparatos electrónicos que pronuncian las palabras, o cintas de un actor leyéndolas. Hay una versión muy buena que James Earl Jones…

—No sabía que existieran esas alternativas —dijo Ponter.

—No sabía que quisieras leer la Biblia. Yo, ah, creía que no te interesaba.

—Es importante para ti —dijo Ponter—. Por tanto, es importante para mí.

Mary sonrió.

—Soy muy afortunada por haberte encontrado.

Ponter intentó hacer un chiste.

—Soy fácil de localizar en una multitud.

Todavía sonriendo, Mary sacudió la cabeza.

—Sí que lo eres. —Miró el crucifijo colocado sobre el púlpito y se persignó de nuevo—. Pero vamos, tenemos que irnos.

—¿Adónde vamos ahora? —preguntó Ponter.

Mary inspiró profundamente.

—A la comisaría de policía.

—«Es importante para ti —repitió Selgan—. Por tanto, es importante para mí.»

Ponter miró al escultor de personalidad. —Eso es lo que dije, sí.

—¿y ésa era realmente su única motivación para consultar ese libro?

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir, ¿no era ése el libro que contiene los supuestos acontecimientos históricos que mencionó usted antes? ¿No era ése el libro que contiene su principal prueba de una vida después de la muerte?

—Sinceramente no lo sé —contestó Ponter—. Era un libro bastante grande… no es que fuera demasiado grueso, pero los símbolos eran muy pequeñitos, y el papel era el más fino que he visto nunca. Pasará algún tiempo antes de que sea traducido.

—y sin embargo, ¿se sintió impulsado a examinarlo?

—Bueno, había muchos ejemplares en la sala donde estaba esperando a Mary. Uno delante de cada lugar en los bancos, parecía. —¿Ha consultado una versión en audio, como sugirió Mary? Ponter negó con la cabeza.

—¿Y sigue intrigado por esta supuesta prueba?

—Siento curiosidad, sí.

—¿Hasta qué punto?—preguntó Selgan—. ¿Hasta dónde le resulta importante este tema?

Ponter se encogió de hombros.

—Me ha acusado usted antes de tener una mente cerrada. Pero no la tengo. Si hay verdad en esa ridícula noción, quiero saberlo.

—¿Porqué?

—Por simple curiosidad.

—¿Es eso todo? —preguntó Selgan.

—Por supuesto —replicó Ponter—. Por supuesto.

El sargento de guardia miraba a Ponter de arriba abajo.

—Si alguno de ustedes los neanderthales quiere alguna vez un nuevo trabajo —preguntó—, nos vendría muy bien un centenar en el cuerpo.

Estaban en la comisaría de la División 31 de Norfinch Drive, a sólo unas manzanas de York.

Ponter sonrió torpemente y Mary se rió un poquito. El policía era desde luego uno de los varones Homo sapiens de aspecto más fuerte que Mary había visto desde hacía mucho tiempo, pero no había duda de a quién apostaría su dinero en una pelea.

—Bien, señora, ¿qué puedo hacer por usted?

—Hubo una violación la semana pasada en la Universidad de York —dijo Mary—. Apareció en el periódico del campus, el Excalibur, así que supongo que alguien lo habrá denunciado aquí también.

—Eso será cosa del departamento del detective Hobbes —dijo el policía. Le gritó a alguien—: Eh, Johnny, ¿quieres mirar si está Hobbes por ahí?

El otro policía gritó que sí, y unos instantes después un policía de paisano (un hombre blanco de pelo rojo, de unos treinta años) vino a verlos.

—¿Qué pasa? —preguntó. Y entonces, al advertir quién era Ponter, exclamó—: ¡Joder!

Ponter sonrió débilmente.

—A la señora le gustaría hablar sobre la violación que hubo en York la semana pasada.

Hobbes indicó pasillo abajo.

—Por aquí —dijo.

Mary y Ponter lo siguieron hasta una pequeña sala de interrogatorios iluminada por paneles fluorescentes en el techo.

—Esperen un momento, voy a traer el archivo.

Regresó un instante después con un clasificador que colocó en la mesa, ante sí. Se sentó, y entonces abrió mucho los ojos.

—Dios mío —le dijo a Ponter—, no fue usted, ¿verdad? Cristo, tendré que contactar con Ottawa…

—No —dijo Mary bruscamente—. No, no fue Ponter.

—¿Sabe quién fue?

—No, pero…

—¿Sí?

—Pero yo también fui violada en York. Cerca del mismo edificio… el edificio de Ciencias de la Vida.

—¿Cuándo?

—El viernes 2 de agosto. A eso de las 9.30 09.35.

—¿De la noche?

—Sí.

—Cuéntemelo todo.

Mary trató de aplicar su objetividad científica a la tarea, pero al final las lágrimas acabaron corriéndole por las mejillas. Al parecer eso no era raro en la sala de interrogatorios: había una caja de pañuelos de papel a mano, y Hobbes se los ofreció a Mary.

Ella se secó los ojos y se sonó la nariz. Hobbes tomó unas cuantas notas en las hojas del clasificador.

—Muy bien —dijo—. Vamos a…

Justo entonces llamaron a la puerta. Hobbes se levantó y la abrió.

Apareció un policía de uniforme que empezó a hablar con Hobbes entre susurros.

De repente, para sorpresa de Mary, Ponter tomó el clasificador de la mesa y hojeó su interior. Hobbes se dio media vuelta, quizás a una señal del otro policía.

—¡Eh! —gritó—. ¡No puede usted mirar eso!

—Mis disculpas —dijo Ponter—. Pero no se preocupe. No sé leer su idioma.

Ponter entregó el clasificador, y Hobbes lo recuperó.

—¿Qué probabilidad hay de que capturen al criminal? —preguntó Ponter.

Hobbes guardó silencio un momento.

—¿Sinceramente? No lo sé. Tenemos dos denuncias ya, dos violaciones en casi el mismo lugar con dos semanas de diferencia entre una y otra. Trabajaremos con la policía del campus para no quitarle ojo al tema. ¿Quién sabe? Tal vez tengamos suerte.

«Suerte», pensó Mary. El policía quería decir que tal vez otra persona fuera atacada.

—Con todo… —continuó Hobbes.

—¿Sí?

—Bueno, si forma parte de la comunidad de York, tiene que saber que ha aparecido en el periódico del campus.

—No espera tener éxito —dijo Ponter, simplemente.

—Haremos lo que podamos.

Ponter asintió.

Ponter y Mary regresaron al coche. Esta vez, ella había dejado las ventanillas un poco bajadas, pero seguía haciendo calor dentro. Insertó la llave y activó el aire acondicionado.

—¿Bien? —dijo ella.

—¿Sí?

—Viste el archivo. ¿Algo interesante?

—No lo sé.

—¿Hay algún modo de que puedas mostrarme lo que vio Hak?

—Aquí no —dijo Ponter—. Está grabando, naturalmente, y le hemos añadido capacidad de almacenamiento, para que todo lo que vea aquí quede guardado. Pero hasta que podamos descargar sus grabaciones en mi archivo de coartadas en Saldak, no podremos verlas, aunque Hak puede describirlas.

Mary miró el antebrazo de Ponter.

—¿Bien, Hak?

El Acompañante habló a través de su altavoz externo.

—Había siete hojas de papel blanco en el clasificador. La proporción entre la altura y la anchura de la página era de 0,77 a 1. Seis de las páginas parecían preimpresas, con espacios donde se había escrito texto a mano. No soy experto en esas cosas, pero parecía la misma letra que el controlador Hobbes estaba usando para tomar sus notas, aunque la tinta era de color distinto.

—¿Pero no puedes decirme qué ponía en los impresos? —preguntó Mary.

—Podría describírtelo. Lees de izquierda a derecha, ¿verdad?

Mary asintió.

—La primera palabra de la primera página empezaba con un símbolo hecho con una línea vertical rematada en lo alto por una línea horizontal. El segundo símbolo era un círculo. El tercero…

—¿Cuántos símbolos hay en total en el informe?

—Cincuenta y dos mil cuatrocientos doce —dijo Hak.

Mary frunció el ceño.

—Demasiados para ir trabajando letra a letra, aunque te enseñara el alfabeto. —Se encogió de hombros—. Bueno, ya veré lo que dice cuando lleguemos a vuestro mundo. —Miró el reloj del salpicadero—. El viaje hasta Sudbury es largo. Será mejor que nos pongamos en marcha.

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