El laboratorio de Mary Vaughan en la Universidad de York estaba tal como lo había dejado, cosa poco sorprendente puesto que, a pesar de cuanto le había sucedido, sólo habían pasado veintitrés días desde la última vez que estuvo allí.
Sin embargo, Daria Klein (una de las estudiantes graduadas de Mary) había pasado por allí varias veces durante la ausencia de Mary. Su zona de trabajo estaba reordenada la tabla de la pared con la secuenciación del antiguo cromosoma egipcio Y en el que estaba trabajando tenía muchos más espacios llenos.
Arne Eggebrecht, del museo Pelizaeus de Hildesheim, Alemania, había sugerido recientemente que una momia egipcia comprada en una atracción turística de las cataratas del Niágara podía de hecho ser Ramsés I, fundador de la dinastía a la que pertenecían Seti I, Ramsés II (al que interpretó Yul Brinner en Los diez mandamientos), Ramsés III y la Reina Nefertari. El espécimen estaba ahora en la Universidad Emory de Atlanta, pero se habían enviado muestras de ADN a Toronto para ser analizadas: el laboratorio de Mary era mundialmente famoso por su recuperación exitosa de ADN antiguo, un hecho que la había llevado directamente a su relación con Ponter Boddit. Daria había hecho considerables avances con el supuesto Ramsés en ausencia de Mary, la que movió la cabeza afirmativamente, aprobando su trabajo.
—Profesora Vaughan.
El corazón de Mary dio un vuelco. Ella giró en redondo. Un hombre alto y delgado, de unos sesenta y tantos años, estaba de pie en la puerta del laboratorio. Su voz era grave y áspera, y llevaba un tupé a lo Ronald Reagan.
—¿Sí?— dijo Mary, con un nudo en el estómago: el hombre bloqueaba la única salida de la habitación. Usaba un traje gris oscuro, con una corbata de seda también gris, el nudo flojo. Al cabo de un instante dio un paso al frente, sacó un fino tarjetero de plata y le tendió una tarjeta.
Ella la aceptó, avergonzada al ver que su mano temblaba al hacerlo. Decía:
A la izquierda, los océanos eran negros y las masas de tierra blancas, a la derecha se empleaba el esquema de colores inverso. La dirección era de Rochester, Nueva York, y el correo electrónico terminaba en «.gov», lo que implicaba una operación del Gobierno estadounidense.
—¿Qué puedo hacer por usted, doctor Krieger? —preguntó Mary. —Soy el director del Grupo Sinergia —contestó él.
—Eso ya lo veo. Nunca he oído hablar de él.
—No lo ha hecho nadie todavía, y pocos lo harán alguna vez. Sinergia es un tanque de pensamiento del Gobierno estadounidense que llevo ensamblando desde hace unas semanas. Seguimos más o menos el modelo de la Corporación RAND, aunque a escala mucho más pequeña… al menos en esta etapa.
Mary había oído hablar de RAND, pero en realidad no sabía nada concreto al respecto. De todas formas, asintió.
—Una de nuestras principales fuentes de financiación es el SIN —dijo Krieger. Mary alzó las cejas, y Krieger explicó—: El Servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos.
—Ah.
—Como sabe, el incidente con el neanderthal nos pilló, pilló a todo el mundo en realidad, con los pantalones abajo. Todo el asunto terminó en un visto y no visto y, durante los primeros días, no le prestamos atención pensando que era otra historia sensacionalista más, como encontrar la cara de la madre Teresa en un pastel de pasas o un Bigfoot cantando.
Mary asintió. Ella tampoco se lo había creído al principio.
—Naturalmente —continuó Krieger—, podría ser que el portal entre nuestro universo y el neanderthal nunca volviera a reabrirse. Pero, en caso de que lo haga, queremos estar preparados.
—¿Queremos?
—El Gobierno de Estados Unidos.
Mary notó que la espalda se le envaraba levemente.
—El portal se abrió en suelo canadiense y …
—En realidad, señora, se abrió a dos kilómetros bajo suelo canadiense, en el Observatorio de Neutrinos de Sudbury, que es un proyecto conjunto de instituciones canadienses, británicas y estadounidenses, incluidos la Universidad de Pennsylvania, la Universidad de Washington, y los laboratorios nacionales de Los Álamos, Lawrence Berkeley y Brookhaven.
—Oh —dijo Mary. —No sabía eso. Pero la mina Creighton, donde está alojado el ONS, pertenece a Canadá.
—Más exactamente, pertenece a una empresa privada canadiense, Inco. Pero, mire, no he venido a discutir temas de soberanía con usted. Sólo quiero que comprenda que Estados Unidos tiene un interés legítimo en este asunto.
—Muy bien. — El tono de Mary fue helado.
Krieger hizo una pausa. Estaba claro que pensaba que había empezado con mal pie.
—Si el portal entre nuestro mundo y el mundo neanderthal vuelve a abrirse alguna vez, queremos estar preparados. Defender el portal no parece demasiado difícil. Como puede que sepa, el Ala de Mando Vigésimo Segunda de las Fuerzas Canadienses, con base en North Bay, tiene el encargo de asegurar el portal contra invasiones o ataques terroristas.
—Está usted bromeando —dijo Mary, aunque sospechaba que no lo hacía.
—No, no bromeo, profesora Vaughan. Tanto su Gobierno como el mío se están tomando esto muy en serio.
—Bueno, ¿y qué tiene que ver conmigo?
—¿Pudo usted identificar a Ponter Boddit como neanderthal basándose en su ADN, ¿correcto?
—Así es.
—¿Podría la prueba identificar a cada neanderthal? ¿Podría decir con seguridad si una persona cualquiera es neanderthal o humana?
—Los neanterthales son humanos —dijo Mary—. Somos congéneres; todos pertenecemos al género Homo. Homo habilis, Homo erectus, homo antecessor, (si cree que ésa es una verdadera especie), Homo Heidelbergensis, Homo Neanterthalensis, Homo Sapiens, Todos somos humanos.
—Admito la corrección —dijo Krieger, asintiendo— ¿Cómo deberíamos llamamos para distinguimos de ellos?
—Homo sapiens sapiens.
—Es un poco enrevesado, ¿no? —repuso Krieger—. ¿No he oído en algún sitio que nos llamamos Cro-Magnons? Suena bien.
—Técnicamente, ese término se aplica a una población específica de humanos anatómicamente modernos del Paleolítico Superior, del sur de Francia.
—Entonces vuelvo a preguntárselo: ¿cómo deberíamos llamamos para distinguimos de los neanderthales?
—Bueno, el pueblo de Ponter tiene un término para los fósiles humanos de su mundo que se parecían a nosotros. Los llamaban gliksins. Sería una solución equilibrada: nosotros los llamamos por un nombre que en realidad se refiere a sus antepasados fósiles, y ellos nos llaman por un nombre que en realidad se refiere a nuestros antepasados fósiles.
—¿Gliksins? ¿Eso es lo que ha dicho? —Krieger frunció el ceño. —Muy bien, supongo que valdrá. ¿Puede su técnica de ADN distinguir con certeza cualquier neanderthal de cualquier gliksin?
Mary frunció el ceño.
—Lo dudo. Hay muchas diferencias dentro de cada especie, y…
—Pero si los neanderthales y los gliksins somos especies diferentes, habrá genes sólo suyos o sólo nuestros. Los genes responsables de esos arcos ciliares, por ejemplo.
—Oh, muchos gliksins tenemos un ceño parecido. Es común entre los varones de la Europa del Este, por ejemplo. Naturalmente, el doble arco neanderthal es bastante distintivo, pero…
—Bueno, ¿qué hay de esas proyecciones triangulares de sus cavidades nasales? —preguntó Krieger—. He oído que son lo que verdaderamente identifica a un neanderthal.
—Sí, eso es —dijo Mary—. Supongo que si quisiera mirar dentro de la nariz de cada persona…
Krieger no parecía divertido.
—Estaba pensando que podría usted encontrar el gen responsable de eso.
—Oh, posiblemente, aunque tal vez ellos ya lo hayan identificado.
Ponter dio a entender que emprendieron hace tiempo el equivalente a nuestro proyecto Genoma Humano. Pero, claro, supongo que podría buscar un marcador de diagnosis.
—¿Puede hacerlo? ¿Cuánto tardaría?
—Calma —dijo Mary—. Sólo tenemos ADN de neanderthales prehistóricos y de uno contemporáneo. Preferiría tener una base de muestras mucho más grande.
—Pero ¿puede hacerlo?
—Posiblemente, pero ¿por qué?
—¿Cuánto tardaría?
—¿Con mis instalaciones? ¿Y si no hiciera nada más? Unos cuantos meses, tal vez.
—¿Y si le proporcionamos todo el equipo y todo el personal de apoyo necesarios? ¿Entonces qué? El dinero no es problema, profesora Vaughan.
A Mary se le desbocó el corazón. Como académica canadiense, nunca había oído esas palabras. Tenía amigos en la universidad que habían ido a trabajar como posgraduados en Estados Unidos: a menudo decían que tenían becas de investigación con cinco o seis cifras, y equipo con tecnología de punta. La primera beca de investigación de Mary habían sido unos exiguos 3.200 dólares… y dólares canadienses, además.
—Bueno, con, ah, con recursos ilimitados, supongo que podría hacerlo bastante rápido. En cuestión de semanas, si tenemos suerte.
—Bien. Bien. Hágalo.
—Mmm, con el debido respeto, doctor Krieger, soy ciudadana canadiense; no puede decirme lo que tengo que hacer.
Krieger lo lamentó inmediatamente.
—Por supuesto que no, profesora Vaughan. Mis disculpas. Mi entusiasmo por el proyecto ha hecho que me precipite. Lo que quería decir es si quiere, por favor, encargarse de este proyecto. Como decía, nosotros proporcionaremos todo el material y el personal que necesite, y un sueldo adecuado.
A Mary la cabeza le daba vueltas.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué es esto tan importante?
—Si el portal entre los dos mundos vuelve a abrirse —dijo Krieger, cabe la posibilidad de que muchos neanderthales vengan a nuestro mundo.
Mary entornó los ojos.
—¿Y quieren poder discriminarlos?
Krieger negó con la cabeza.
—Nada de eso, se lo aseguro. Pero tendremos que saberlo por motivos de inmigración, para proporcionar los cuidados médicos adecuados y todo eso. No querremos que se administre a una persona inconsciente la medicina equivocada porque los médicos no puedan distinguir si es un neanderthal o un gliksin.
—Bastará con mirar simplemente si tiene un implante acompañante. Ponter dice que toda su gente lo lleva.
—Sin querer menospreciar en lo más mínimo a su amigo, profesora Vaughan, sólo tenemos su palabra. Por lo que sabemos, podría estar en libertad condicional en su universo y ese aparatito ser una especie de rastreador que sólo llevan él y otros criminales.
—Ponter no es un criminal.
—No obstante, sin duda no se le escapa a usted que preferimos tener nuestros propios métodos para determinar a qué especie pertenece una persona, en vez de tener que basarnos en algo de lo que sólo hemos oído hablar anecdóticamente.
Mary asintió, despacio. Tenía sentido, más o menos. Y, después de todo, había precedentes con buena intención: el Gobierno canadiense ya había trabajado para determinar quién y quién no es indio para que los programas sociales y las titulaciones pudieran ser administrados adecuadamente. Sin embargo…
—No hay ningún motivo para creer que el portal vuelva a abrirse, ¿no? Quiero decir, no ha habido ninguna señal, ¿verdad?
Le hubiese encantado volver a ver a Ponter, pero… Krieger negó con la cabeza.
—No. Pero creemos que hay que estar preparados. Y seré sincero: reconozco que el señor Boddit parecía, digamos, distintivo. Pero es posible que otro neanderthal pueda tener rasgos menos pronunciados y mezclarse con una población de nuestro tipo de humanos.
Mary sonrió.
—Ha estado usted hablando con Milford Wolpoff.
—En efecto. Además de con Ian Tattersall y casi todos los demás expertos en neanderthales que pueda usted nombrar. Parece que no hay consenso entre ellos respecto a cuánto difieren los neanderthales de nosotros.
Mary asintió; eso era cierto. Algunos, como Wolpoff, sostenían que los neanderthales eran sólo otra variedad de Homo sapiens: una raza en el mejor de los casos, si ese término tenía alguna validez, y desde luego miembros de la misma especie que los humanos modernos. Otros, incluido Tattersall, pensaban lo contrario: que los neanderthales eran una especie por derecho propio, Homo neanderthalensis. Hasta la fecha, todos los estudios de ADN parecían apoyar esta segunda visión… pero Wolpoff y compañía consideraban que las muestras de ADN neanderthal disponibles, incluyendo los 379 nucleótidos del ADN mitocondrial que la propia Mary había extraído del espécimen de neanderthal del Rheinisches Landesmuseum eran aberrantes o habían sido mal interpretadas. No era exagerado decir que aquél era el tema más debatido de toda la paleo-antropología.
—Sólo tenemos material genético completo de un neanderthal —dijo Mary—, concretamente, de Ponter Boddit. Puede que sea imposible diagnosticar nada con esa sola muestra.
—Lo comprendo. Pero no lo sabremos con seguridad hasta que no lo intente.
Mary contempló el laboratorio.
—Tengo cosas que hacer aquí, en York. Clases que impartir. Estudiantes graduados.
—También lo comprendo —dijo Krieger—. Pero estoy seguro de que podrá llegarse a acuerdos para no desatender sus responsabilidades. Ya he hablado con el presidente de la universidad.
—¿Está hablando de un proyecto de investigación a tiempo completo?
—Naturalmente, la compensaremos por el año académico entero, sí.
—¿Dónde trabajaría? ¿Aquí?
Krieger negó con la cabeza.
—No, queremos que venga a nuestras instalaciones seguras.
—En Rochester, ¿verdad?
—Rochester, Nueva York, sí.
—Eso no está lejos de aquí, ¿no?
—He venido en avión hoy —dijo Krieger—, y apenas se tarda nada. Tengo entendido que son tres horas y media en coche.
Mary lo consideró. Podría seguir viendo a su madre y a sus amigos. Y tenía que admitir que nada le interesaba más que estudiar el ADN de Ponter; sus clases serían el único inconveniente.
—¿Qué, este … términos, tiene en mente?
—Puedo ofrecerle un contrato de asesoría de un año, por 150.000 dólares estadounidenses, comienzo inmediato, con plenos beneficios médicos—. Krieger sonrió. —Sé que para los canadienses ese es un punto esencial.
Mary frunció el ceño. Estaba más o menos preparada para volver a la universidad de York, al sitio de la violación, pero…
Pero no. Eso no era cierto. Esperaba soportar estar allí, pero si lo de aquella mañana era un indicio, todavía estaba muerta de miedo.
—Tengo un apartamento aquí —dijo. En una urbanización.
—Nos encargaremos de los pagos de la hipoteca, los impuestos y las tarifas de mantenimiento mientras esté usted fuera. Su casa la estará esperando cuando el trabajo esté terminado.
—¿De verdad?
Krieger asintió.
—Sí. Esto es lo más grande que le ha sucedido al planeta desde… bueno, desde siempre. Lo que estamos viviendo, profesora Vaughan, es el final del Cenozoico y el principio de la siguiente era. No ha habido dos versiones de la humanidad en este planeta desde hace treinta y cinco mil años… pero, si ese portal vuelve a abrirse, habrá dos versiones de nuevo, y queremos aseguramos de que esta vez salga bien.
—Hace usted que parezca muy tentador, doctor Krieger.
—Jock. Llámeme Jock. —Una pausa. —Mire, antes estaba con la Corporación RAND. Soy matemático; cuando me gradué en Princeton, el setenta por ciento de todos los graduados en matemáticas de las universidades principales solicitaba trabajo en RAND. Allí es donde encontrabas el dinero y los recursos para dedicarte a la investigación pura. De hecho, el chiste era que RAND significaba «Research and No Development», Investigación sin desarrollo… es un tanque de pensamiento en el sentido más puro.
—¿Y qué significa en realidad?
—Sólo «Research and Development», supuestamente. Pero el hecho es que sus fondos procedían de las Fuerzas Aéreas estadounidenses, y existía sólo por una razón fundamentalmente desagradable: para estudiar el conflicto nuclear. Soy experto en teoría de juegos, ésa es mi especialidad, y por eso estuve allí: haciendo simulacros de artesanía nuclear. —Hizo una pausa —¿Ha visto Teléfono rojo: volamos hacia Moscú?
Mary asintió.
—Hace años.
—El viejo George C. Scott tiene un estudio de la corporación RAND en la Sala de Guerra. Pare la imagen la próxima vez que la vea en DVD. El estudio se titula Objetivos Mundiales en Megamuertes. Eso es más o menos lo que teníamos que hacer. Pero la Guerra Fría se terminó, profesora Vaughan, y ahora estamos ante algo increíblemente positivo. —Hizo una pausa. —Verá, a pesar de sus raíces militares, RAND hizo montones de estudios positivos. Uno de nuestros estudios se llamaba Planetas habitables para el hombre; trataba de la probabilidad de encontrar planetas similares a la tierra en algún lugar de la galaxia. Stephen Dole lo puso en marcha en 1964, justo cuando yo empezaba en la RAND. Pero, incluso entonces, en los días de gloria de nuestro programa espacial, muy pocos se tomaban en serio que tendríamos acceso a otro mundo parecido a la Tierra mientras viviéramos. Pero si ese portal vuelve a abrirse, lo tendremos. Y queremos que el contacto se produzca de la manera más positiva posible. Cuando se inaugure la primera embajada neanderthal…
—¡Una embajada neanderthal! —exclamó Mary.
—Estamos pensando a largo plazo, profesora Vaughan. De eso trata Sinergia: no sólo de lo mejor de ambos mundos, sino de hacer algo que sea más que la suma de las partes. Va a ser la leche. Y la queremos a usted para ese viaje.