34

Al día siguiente, Mary recorrió el pasillo del edificio donde se encontraba el laboratorio, apartándose para dejar paso a uno de los extraños robots que correteaban por los rincones de la sociedad neanderthal. Se preguntó por un momento por la economía de aquel mundo. Tenían IA, incluso robots. Pero también tenían un equivalente a los taxistas: estaba claro que no todos los trabajos habían sido automatizados.

Mary continuó su camino hasta que llegó a la habitación donde trabajaba Lurt.

—¿Tienes pensado hacer un descanso pronto? —preguntó, sabiendo lo mucho que ella misma odiaba que la interrumpieran cuando el trabajo iba bien.

Lurt miró la pantalla de su Acompañante, al parecer consultando la hora.

—Claro —dijo.

—Bien. ¿Podemos ir a dar un paseo? Necesito hablar.

Mary y Lurt salieron al exterior. Lurt adoptó la postura que Mary había visto adoptar frecuentemente a los neanderthales, inclinando levemente la cabeza hacia delante para que el ceño proporcionara la máxima sombra a los ojos. Mary se puso una mano por visera, contra la frente plana, intentando conseguir el mismo efecto. Aunque tenía asuntos más acuciantes en mente, haberse olvidado las Foster Grants al otro lado empezaba a ser una molestia.

—¿No tenéis gafas de sol? —preguntó.

—La gente que las necesita para ver, sí.

Mary sonrió.

—No, no, no. —Señaló hacia arriba—. Gafas de sol. Gafas que son oscuras para bloquear parte de la luz del sol.

—Ah —dijo Lurt—. Sí, esas cosas existen, aunque nosotros las llamamos —había hablado de corrido, pero hubo una pausa en la traducción mientras el Acompañante de Mary decidía cómo interpretar lo que Lurt había dicho—: escudos contra el resplandor de la nieve.

Mary lo comprendió de inmediato. Los ceños prominentes protegían eficazmente de la luz proveniente de arriba, y aunque el ancho rostro y la ancha nariz probablemente protegían los ojos de la luz reflejada por el suelo, habría veces en que las gafas oscuras serían útiles.

—¿Es posible conseguirme un par?

—¿Necesitas dos? —preguntó Lurt.

—Mm, no. Nosotros, ah, nos referimos a las gafas en plural… ya sabes, porque hay dos lentes.

Lurt sacudió la cabeza, pero de buen humor.

—Bien podéis referiros también a un par de «pantalones» —dijo—. Después de todo, tienen dos perneras.

Mary decidió no insistir.

—En cualquier caso, ¿puedo conseguir un escudo contra el resplandor de la nieve?

—Claro. Hay una pulidora de lentes aquí cerca.

Pero Mary vaciló.

—No tengo dinero… ni forma de pagarlas. Quiero decir, de pagado.

Lurt indicó el antebrazo de Mary y, al cabo de un momento, Mary advirtió que indicaba al Acompañante que llevaba allí. Mary presentó el antebrazo para que Lurt lo inspeccionara. Tiró de un par de diminutos controles y vio cómo en la pantalla bailaban unos símbolos.

—Lo que imaginaba —dijo Lurt—. Este Acompañante está conectado a la cuenta de Ponter. Puedes adquirir lo que desees, y él lo pagará.

—¿De verdad? Guau.

—Vamos, la tienda de la pulidora de lentes está por aquí.

Lurt cruzó una ancha franja de alta hierba, y Mary la siguió. Se sentía algo culpable gastando el dinero de Ponter, dado de lo que quería hablar con Lurt, pero empezaba a dolerle la cabeza y no quería tratar un tema tan delicado allí donde pudieran oída las compañeras de Lurt. No, más que eso: Mary estaba aprendiendo las costumbres neanderthales. Sabía que cuando estaban bajo techo, O cuando el viento no soplaba, un neanderthal podía saber lo que pensaba o sentía la persona con la que estaba hablando simplemente inhalando sus feromonas.

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