31

Ponter siguió a Mary al exterior, cerrando la puerta tras él. Mary temblaba. A Ponter no parecía molestarle en lo más mínimo el aire de la noche, pero era claramente consciente de la reacción de Mary al fresco. Se acercó, como para rodeada con sus enormes brazos, pero Mary sacudió los hombros violentamente, rechazando su contacto, y se apartó de él, mirando el paisaje.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ponter.

Mary tomó aire y lo expulsó lentamente.

—Nada.

Sabía que parecía petulante, y se odió a sí misma por ello. ¿Qué ocurría? No era una sorpresa que Ponter tuviera un amante masculino pero…

Pero una cosa era saberlo en abstracto, y otra verlo en vivo.

Mary estaba sorprendida consigo misma. Se había sentido más celosa que la primera vez que vio a Colm con su nueva novia después de separarse de él.

—Nada —repitió.

Ponter habló en su propia lengua, con una voz que parecía a la vez confusa y triste. La traducción de Hak tenía un tono más neutral.

—Lamento si te he ofendido… de algún modo.

Mary contempló el cielo oscuro.

—No es que esté ofendida. Es que… —Hizo una pausa—. Va a costarme acostumbrarme a esto.

—Sé que tu mundo es diferente al nuestro. ¿Estaba mi casa demasiado oscura para ti? ¿Demasiado fría?

—No es eso —contestó Mary, y se dio la vuelta lentamente—. Es… Adikor.

Ponter alzó la ceja…

—¿No te gusta?

Mary negó con la cabeza.

—No, no. No es eso. Parece bastante simpático. —Volvió a suspirar—. El problema no es Adikor. Sois tú y Adikor. Es veras a los dos Juntos.

—Es mi hombre-compañero —dijo Ponter, simplemente.

—En mi mundo, la gente sólo tiene un compañero. No me importa si es alguien del sexo opuesto, o alguien del mismo sexo. —Estuvo a punto de añadir «de verdad que no me importa» pero temió que eso fuera protestar demasiado — o pero que nosotros seamos … bueno, lo que sea que seamos, mientras estás relacionado con alguien más es … —Guardó silencio, luego se encogió de hombros—. Es difícil. Y tener que veras a los dos dándoos muestras de afecto…

—Ah —dijo Ponter, y entonces, como si el primer comentario no hubiera sido suficiente, repitió—: Ah.

Guardó silencio un rato.

—No sé qué decirte. Quiero a Adikor y él me quiere a mí.

Mary quiso preguntarle cuáles eran sus sentimientos hacia ella, pero aquél no era buen momento: probablemente lo había repelido con su estrechez de miras.

—Además —dijo Ponter—, dentro de una familia no hay malos sentimientos. Sin duda no le sentirías herida si yo me mostrara afectuoso con mi hermano o mis hijas o mis padres.

Mary lo consideró en silencio y, al cabo de unos instantes, Ponter continuó:

—Tal vez es una tontería, pero tenemos un dicho: el amor es como los intestinos, siempre hay de sobra.

Mary tuvo que reírse, a su pesar. Pero fue una risa incómoda que hizo que se le saltaran las lágrimas.

—Pero no me has tocado desde que llegamos aquí.

Ponter abrió mucho los ojos.

—Dos no son Uno.

Mary permaneció callada un buen rato.

—Yo… las mujeres gliksins… y los hombres gliksins también… necesitamos afecto todo el tiempo, no sólo cuatro días al mes.

Ponter inspiró profundamente y resopló.

—Normalmente…

Se calló, y la palabra quedó flotando entre ellos. Mary sintió que el pulso se le aceleraba. Normalmente, allí una persona tenía dos compañeros, masculino y femenino. Una mujer neanderthal no carecía de afecto… pero durante la mayor parte del mes éste procedía de su mujer-compañera.

—Lo sé —dijo Mary, cerrando los ojos—. Lo sé.

—Tal vez esto sea un error —dijo Ponter, tanto para él como para Mary, parecía, aunque Hak tradujo diligentemente sus palabras—. Tal vez no debería haberte traído aquí.

—No —dijo Mary—. Quería venir y me alegro de haberlo hecho. Lo miró, contemplando sus ojos dorados.

—¿Cuánto tiempo falta hasta la próxima vez que Dos se conviertan en Uno? —preguntó.

—Tres días. Pero… —Ponter hizo una pausa, y Mary parpadeó—. Pero supongo que no le hará daño a nadie si te muestro afecto antes de entonces.

Abrió sus enormes brazos y, al cabo de un momento, Mary se dejó envolver en ellos.


Mary, naturalmente, no podía alojarse con Ponter, pues Ponter vivía en el Borde, que era la provincia exclusiva de los varones. Adikor sugirió la solución perfecta: que Mary se alojara con su mujer-compañera, Lurt Fradlo. Después de todo, era química, según definían el término los neanderthales: alguien que trabajaba con moléculas. y Mary, según esa definición, era un tipo de química especializada, dedicada al ácido desoxirribonucleico.

Lurt se mostró de acuerdo inmediatamente: ¿qué científico de cada mundo no saltaría ante la posibilidad de albergar a uno del otro? y así, Ponter hizo que Hak llamara a un cubo de viaje y Mary se dirigió al Centro.

El cubo lo conducía casualmente una mujer… o tal vez Hak lo había solicitado así; después de todo, la inteligencia artificial sabía todo lo que sabía Ponter sobre la violación de Mary. El Acompañante extraíble de Mary había recibido la base de datos de Hak, y Mary aprovechó ese hecho ahora para conversar con la conductora durante el trayecto.

—¿Por qué tienen sus coches forma de cubo? —preguntó—. No parece muy aerodinámico.

—¿Qué forma deberían tener? —preguntó la conductora, que tenía una voz casi tan grave como la de Ponter y tan sonora como la de Michel Bell cuando cantaba Old Man River.

—Bueno, en mi mundo son redondeados y… pensó brevemente…en Monty Python—, son finos por un extremo, gruesos por el centro, y finos de nuevo por el otro extremo.

La conductora tenía el pelo corto más oscuro que Mary había visto hasta ahora en un neanderthal, lo que quería decir que era del color del batido de chocolate. Sacudió la cabeza.

—Entonces, ¿cómo los almacenan?

—¿Almacenar? —repitió Mary.

—Sí. Ya sabe, cuando no se usan. Nosotros los almacenamos unos encima de otros, y los apilamos unos junto a otros. Eso reduce la cantidad de espacio que hay que reservar para acomodarlos.

Mary pensó en todo el terreno que su mundo gastaba en aparcamientos.

—Pero… ¿pero cómo saca su propio coche cuando lo necesita, si está al fondo de la pila?

—¿ Mi propio coche? —repitió la conductora.

—Sí. Ya sabe, el coche que le pertenece.

—Todos los coches pertenecen a la ciudad —dijo la conductora—. ¿Por qué querría yo poseer uno? —Bueno, no sé…

—Quiero decir, son caros de fabricar, al menos aquí.

Mary pensó en las letras mensuales de su coche.

—En mi mundo también.

Contempló el paisaje. En la distancia, otro cubo de viaje volaba bajo, viajando en dirección contraria. Mary se preguntó qué habría pensado Henry Ford si alguien le hubiera dicho que, un siglo después de lanzar el Modelo T, la mitad de la superficie de las ciudades estaría dedicada a acomodar el movimiento o el almacenamiento de coches, que los accidentes con ellos serían la principal causa de muerte de los varones menores de veinticinco años, que contaminarían más el aire que todas las fábricas y hornos del mundo juntos.

—¿Entonces por qué poseer un coche? —preguntó la mujer neanderthal.

Mary se encogió un poco de hombros.

—Nos gusta poseer cosas.

—A nosotros también. Pero no se puede usar un coche diezdécimos al día.

—¿ No les preocupa que el tipo que usó el coche antes de que lo haya, bueno, dejado en mal estado?

La conductora manejó la barra de control, haciendo virar el cubo para evitar un grupo de árboles que había por delante. Y nosotros simplemente levantó en silencio el brazo izquierdo, como si eso lo explicara todo.

Y Mary supuso que así era. Nadie ensuciaría ni estropearía un vehículo público, si supiera que un completo registro visual de lo que había hecho se transmitía automáticamente a los archivos de coartadas. Nadie podría robar un coche, ni usar un coche para cometer un crimen. y los implantes Acompañantes probablemente llevaban la cuenta de todo lo que llevabas encima al subir a un coche; habría pocas posibilidades de dejarse accidentalmente el sombrero y tener que localizar el mismo coche utilizado antes.

Había oscurecido mucho. Mary se sorprendió al advertir que el coche ya no sobrevolaba el yermo paisaje, sino que ahora se encontraba en el grueso del Centro de Saldak. Casi no había luces artificiales; Mary vio que la conductora no miraba por el frontal transparente del cubo de viaje, sino que consultaba una pantalla cuadrada de infrarrojos situada en un panel que tenia delante.

El coche se posó en el suelo, y un lado se desplegó, abriendo el interior a la gélida noche.

—Ya estamos —dijo la conductora—. Es esa casa de ahí.

Señaló una extraña estructura apenas visible a una docena de metros de distancia.

Mary le dio las gracias y se bajó. Había planeado echar una carrera hasta la casa, pues le parecía bastante desconcertante estar al aire libre de noche en aquel extraño mundo, pero se detuvo en seco y alzó la mirada.

Las estrellas en el cielo eran gloriosas, la Vía Láctea claramente visible. ¿Cómo la había llamado Ponter aquella noche, allá en Sudbury? «El río nocturno» eso era.

Y allí estaba la Osa Mayor; la Cabeza del Mamut. Mary trazó una línea imaginaria desde las estrellas que servían de guía, y rápidamente localizó Polaris, lo que significaba que estaba mirando al norte. Buscó en su bolso la brújula que había traído consigo a petición de Jock Krieger, pero estaba demasiado oscuro para distinguir su superficie. Así que, después de regocijarse en los gloriosos cielos, Mary se acercó a la casa de Lurt y le pidió a su Acompañante que hiciera saber a su ocupante que había llegado.

Un momento después la puerta se abrió, y apareció otra hembra neanderthal.

—Dra Nallo —dijo la mujer, o, al menos, así fue como tradujo la unidad de Mary los sonidos que hizo.

—Hola —dijo Mary—. Uh, sólo un momentito…

Había luz de sobra asomando por la puerta abierta. Mary miró la aguja de la brújula, y enarcó las cejas, asombrada. El extremo coloreado de la aguja (azul metálico, opuesto al plateado simple del otro extremo) señalaba hacia Polaris, igual que habría hecho en el lado de Mary del portal. A pesar de lo que había dicho Jock, parecía que aquella versión de la Tierra no había pasado todavía por una inversión de su campo magnético.

Mary pasó una velada agradable en la casa de Lurt, donde conoció a Dab, el hijo de Adikor, y al resto de la familia de Lurt. El único momento realmente embarazoso fue cuando necesitó ir al cuarto de baño. Lurt le mostró la cámara, pero Mary se quedó absolutamente aturdida ante la unidad que tenía delante. Después de contemplarla en blanco durante casi un minuto, volvió a salir de la cámara y llamó a Lurt.

—Lo siento —dijo Mary—, pero… bueno, no se parece en absoluto a los cuartos de baño de mi mundo. No tengo ni idea de cómo…

Lurt se echó a reír.

—¡Lo siento! —dijo——. Ven. Colocas los pies en estos estribos y agarras esas anillas que cuelgan de esta forma…

Mary advirtió que tendría que quitarse por completo los pantalones para hacerlo, pero había un gancho en la pared que parecía pensado para sostenerlos. Fue bastante cómodo, aunque soltó un gritito de sorpresa cuando una especie de esponja húmeda apareció por su propia cuenta para limpiarla cuando terminó.

Mary advirtió que no había material de lectura en el cuarto de baño. En el suyo, allá en Toronto, tenía los últimos ejemplares de The Atlantic Monthly, Canadian Geographic, Utne Reader, Country Music y World o Crosswords. Pero, aunque tuvieran un gran servicio de fontanería, supuso que los neanderthales, debido a su agudo sentido del olfato, nunca se entretenían en el cuarto de baño.

Mary durmió esa noche en un montón de cojines dispuestos en el suelo. Al principio le pareció incómodo: estaba acostumbrada a una superficie más uniformemente plana, pero Lurt le mostró cómo disponer los cojines, proporcionando apoyo para la espalda y el cuello, separando las rodillas, y todo lo demás. A pesar de la extrañeza, Mary se quedó rápidamente dormida, absolutamente exhausta.

A la mañana siguiente, Mary fue con Lurt a su lugar de trabajo, que, al contrario que la mayoría de los edificios del Centro, estaba hecho completamente de piedra: para contener el fuego o las explosiones si algún experimento salía mal, explicó Lurt.

Parecía que Lurt trabajaba con otras seis químicas, y Mary empezó a adquirir pronto la costumbre de clasificadas por generaciones, aunque en vez de llamarlas 146, 145, 144, 143 y 142, como hacía Ponter, refiriéndose al número de décadas pasadas desde el inicio de la edad moderna, Mary pensaba en ellas como mujeres que tenían alrededor de treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta años de edad, respectivamente. Y aunque las mujeres neanderthales no envejecían igual que las hembras Homo sapiens (algo en la forma en que el arco ciliar tiraba de la piel de la frente parecía impedir que se les marcaran las arrugas allí), Mary no tenía problemas para saber a qué grupo pertenecía cada una. De hecho, con las generaciones nacidas a intervalos de diez años, la idea de intentar engañar a nadie con la edad sin duda no se le había ocurrido a ninguna hembra neanderthal.

Con todo, Mary no tardó mucho en dejar de pensar que quienes trabajaban en el laboratorio de Lurt eran neanderthales y empezó a consideradas sólo mujeres. Sí, su aspecto era sorprendente (mujeres que parecían jugadoras de rugby, mujeres con la cara velluda), pero su talante era decididamente… bueno, no femenino, pensó Mary: esa palabra estaba cargada de demasiadas expectativas. Pero sí de fémina: agradables, cooperativas, habladoras, colegiadas en vez de competitivas y, en conjunto, muy divertidas.

Naturalmente, Mary pertenecía a una generación (era de esperar que la última de su mundo) donde muchas menos mujeres se dedicaban a las ciencias que los hombres. Nunca había estado en un departamento donde las mujeres fueran la mayoría (aunque en York se estaban acercando a eso), y mucho menos que tuvieran todos los cargos. Tal vez en esas circunstancias, el medio de trabajo sería como en su Tierra también. Mary había crecido en Ontario, que por razones históricas tenía dos sistemas escolares subvencionados por el Gobierno, uno «público» (en el sentido estadounidense, no en el británico), y el otro católico. Como la educación religiosa sólo estaba permitida en instituciones religiosas, muchos padres católicos enviaban a sus hijos a colegios católicos, pero los padres de Mary (principalmente por insistencia de su padre) optaron por el sistema público. De todas formas, discutieron cuando ella tenía catorce años la posibilidad de enviada a una escuela católica femenina. Mary había estado teniendo problemas con las matemáticas. Sus padres le dijeron que tal vez lo haría mejor en un entorno sin chicos. Pero al final decidieron mantenerla en el sistema público, ya que, como dijo su padre, tendría que tratar con hombres después del instituto y bien podía irse acostumbrando. Y por eso Mary pasó los años de educación secundaria en el instituto East York, en vez de en el cercano Santa Teresa. Y aunque Mary acabó por superar sus dificultades matemáticas, a pesar de la educación mixta, a veces se preguntaba por las ventajas de una escuela sólo para chicas. Desde luego, algunas de las mejores estudiantes de ciencias a las que había enseñado en York procedían de esas instituciones.

Y, en efecto, tal vez hubiera algo que decir respecto a extender esa idea a la vida adulta, al puesto de trabajo, dejando que las mujeres trabajaran en un entorno libre de hombres y sus egos.

Aunque el cómputo de tiempo neanderthal dividía sensatamente el día en diez partes iguales, empezando por el punto en que era el amanecer en el equinoccio vernal, Mary todavía se guiaba por su Swatch, en vez de por la críptica pantalla de su banda Acompañante: después de todo, aunque había viajado a otro universo, seguía en la misma zona horaria.

Mary estaba acostumbrada al ritmo de las pausas para tomar café por la mañana y por la tarde, y a una hora para almorzar, pero el metabolismo neanderthal no permitía pasar tanto tiempo sin comer. Había dos largas pausas en el día de trabajo, una a eso de las once de la mañana y otra a eso de las tres de la tarde, y en ambos momentos se consumían grandes cantidades de comida, incluida carne cruda: la misma técnica láser que mataba la infección dentro de la gente hacía que la comida sin cocinar fuera bastante segura de comer, y las mandíbulas neanderthales estaban más que preparadas para la tarea. Pero el estómago de Mary no lo estaba; se sentó junto a Lurk y sus colegas mientras comían, pero intentó no mirar su comida.

Podría haberse excusado durante las pausas para comer, pero era el momento que Lurt tenía libre y quería hablar con ella. Le fascinaba lo que sabían los neanderthales de gen ética, y Lurt parecía bastante dispuesta a compartirlo libremente todo.

De hecho, Mary aprendió tanto en su corta estancia con Lurt, que estaba empezando a pensar que cualquier cosa era posible… sobre todo si no había hombres cerca.

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