32

Mary había asistido a una docena de bodas a lo largo de su vida: varias católicas, una judía, una china y unas cuantas por lo civil. Así que creía conocer en términos generales qué cabía esperar de la ceremonia de unión de Jasmel.

Se equivocaba.

Naturalmente, sabía que esa ceremonia no tendría lugar en nada parecido a una iglesia: los neandertha1es no tenían esas cosas. Sin embargo, esperaba que la celebraran en algún sitio oficial. En cambio, el acontecimiento tuvo lugar en el campo.

Ponter ya estaba allí cuando el cubo de viaje dejó a Mary; eran los primeros en llegar y, como no había nadie cerca, se permitieron un largo abrazo.

—Ah —dijo Ponter, cuando se separaron—, ahí vienen.

Hacía un día espléndido. Mary había descubierto que había olvidado sus gafas de sol en el otro lado, y tuvo que entornar los ojos para ver al grupo que se acercaba. Eran tres mujeres: una de casi cuarenta años, pensó Mary, otra adolescente y una niña de ocho. Ponter miró a Mary, y luego a las tres mujeres que se acercaban, y luego de nuevo a Mary. Ella intentó leer la expresión de su rostro; si él hubiera sido un miembro de su propia especie, le habría parecido que era de profunda incomodidad, como si se hubiera dado cuenta de que se había visto envuelto de repente en una situación embarazosa.

Las tres hembras se acercaban caminando, procedentes del este… del Centro. La mayor y la más joven no llevaban nada, pero la del centro llevaba una gran mochila sujeta a la espalda. Al acercarse, la niña pequeña gritó:

—¡Papá—

Y echó a correr hacia Ponter, quien la recibió con un abrazo.

Las otras dos caminaban más despacio, la hembra mayor al ritmo de la joven, quien parecía caminar a trompicones debido al peso de la mochila.

Ponter había soltado ya a la niña de ocho años y, tomándola de la mano, se volvió hacia Mary.

—Mary, ésta es mi hija, Mega Bek. Mega, ésta es mi amiga, Mary.

Mega había tenido ojos sólo para su padre hasta ese momento. Miró a Mary de arriba abajo.

—Guau —dijo por fin—. Eres una gliksin, ¿verdad?

Mary sonrió.

—Sí que lo soy —dijo, dejando que su Acompañante tradujera sus palabras a la lengua neanderthal.

—¿Querrás venir a mi colegio? —preguntó Mega—. ¡Me encantaría que te vieran los otros niños!

Mary se sintió un poco sorprendida: nunca se había considerado una atracción.

—Mmm, si tengo tiempo —contestó.

Las otras dos neanderthales se acercaron.

—Ésta es mi otra hija Jasmel Kct —dijo Pontcr, señalando a la muchacha de dieciocho años.

—Hola —saludó Mary. Miró a la muchacha, pero no tenía ni idea de si era atractiva según los baremos neanderthalcs. Fuera como fuese, tenía los sorprendentes ojos dorados de su padre—. Yo soy… ———decidió no avergonzar a la chica diciendo un nombre que no pudiera pronunciar—. Soy Mary Vaughan.

—Hola, sabia Vaughan —dijo Jasmel, que debía de haber oído hablar de ella antes; de lo contrario, no hubiese tenido ni idea de cómo pronunciar el apellido de Mary. Y, en efecto, el siguiente comentario de Jasmel lo confirmó—: Usted le dio a mi padre ese trozo de metal.

Mary se sintió perdida un momento, pero luego comprendió. El crucifijo.

—Sí —respondió.

—La vi una vez——dijo Jasmel—, en un monitor, cuando estábamos rescatando a mi padre, pero… —Sacudió la cabeza, asombrada—. Incluso así, seguí sin poder creérmelo.

—Bueno, pues aquí estoy —dijo Mary. Hizo una pausa—. Espero que no te importe que haya venido a tu ceremonia de unión.

Le importara o no, Jasmel tenía la cortesía de su padre.

—No, por supuesto que no. Estoy encantada de que usted esté aquí.

Ponter habló rápidamente, quizá, pensó Mary, detectando que su hija estaba secretamente molesta, y deseando cambiar de tema.

—Y ésta es, era, la tutora de mi hija. —Miró a la neanderthal de treinta y ocho años—. Yo, ah, no te esperaba.

El ceño de la mujer neanderthal subió hacia su frente.

—Parece que no —dijo, mirando a Mary.

—Ah —dijo Ponter—, sí, bueno, ésta es Mary Vaughan… la mujer del otro lado de la que te hablé. Mary, ella es Daklar Bolbay.

—Dios mío —dijo Mary, y su Acompañante pitó, incapaz de traducir la frase.

—¿Sí? —dijo Daklar, instando a Mary a intentado de nuevo.

—Yo… ah, quiero decir, encantada de conocerla. He oído hablar mucho de usted.

—Y yo de usted —dijo Daklar fríamente.

Mary se obligó a sonreír y desvió la mirada.

—Daklar —explicó Ponter—, era la mujer-compañera de mi mujer-compañera, Klast, y por eso ha sido tutora de Jasmel. —Se volvió resueltamente hacia Daklar—. Hasta que Jasmel alcanzó la mayoría de edad al cumplir los 225 meses en primavera, claro.

Mary intentó seguir los matices. Parecía que Ponter estaba diciendo que, puesto que Daklar no tenía ya ninguna función oficial en la vida de Jasmel, no tendría que haber estado allí. Bueno, Mary podía comprender la incomodidad de Ponter. Daldar, después de todo, había intentado que castraran a Adikor.

Pero la incomodidad que Ponter pudiera sentir quedó interrumpida por la llegada de más gente: un varón y una hembra neanderthales, cada uno de unos cincuenta años.

—Son los padres de Tryon —dijo Pontcr—. Bal Durban —continuó, señalando al varón—, y Yabla Pol Hal, Yabla, ésta es mi amiga Mary Vaughan.

Hal tenía una voz vibrante.

—No hacen falta las presentaciones ——dijo—. La he estado viendo en mi mirador.

Mary trató de contener un escalofrío. Había visto ocasionalmente algún traje plateado, pero no tenía ni idea de que fuera objeto de la atención de los exhibicionistas.

—¡Mírese! —dijo Yabla—. ¡Todo piel y huesos! ¿Tienen suficiente comida en su mundo?

En toda su vida, nadie se había referido a Mary como «piel y huesos». Le gustó como sonaba.

—Sí —dijo, sonrojándose un poco.

—Bueno, esta noche habrá un festín —dijo Yabla—. ¡Una comida no puede deshacer diezmeses de negligencia, pero será un buen principio!

Mary sonrió amablemente.

Bal se volvió hacia su mujer-compañera.

—¿Qué está retrasando a ese hijo tuyo?

—¿Quién sabe? —respondió Yabla, con amable reproche—. Desde luego, sale a ti.

—Aquí viene —gritó Jasmel, todavía cargada con su pesada mochila.

Mary miró en la dirección que señalaba la muchacha. Una figura emergía en la distancia, corriendo hacia ellos, con algo grande cruzado sobre los hombros. Sin embargo, parecía que tardaría varios minutos en alcanzarlos. Mary se inclinó hacia Ponter.

—¿Cual es el apellido del pretendiente de tu hija?

Ponter frunció el ceño un instante, evidentemente escuchando a Hak tratando de sacar sentido a la pregunta.

—Oh —dijo por fin—. Tryon Rugal.

—No entiendo vuestros nombres —dijo Mary—. Quiero decir, «Vaughan» es el apellido de mi familia: mis padres, mis hermanos y mi hermana lo comparten.

Se protegió los ojos con una mano para ver al muchacho acercarse. Ponter miraba también hacia allí, pero su arco ciliar era toda la protección que necesitaba.

—El último nombre, el que se usa por el mundo exterior, lo elige el padre. El primero, el que se usa por aquellos que uno conoce bien, lo elige la madre. ¿Ves? Los padres viven en la Periferia, las madres en el Centro. Mi padre escogió Boddit para mí, que significa «maravillosamente guapo», y mi madre escogió Ponter, que significa «enormemente inteligente».

—Estás bromeando.

Ponter mostró su gigantesca sonrisa.

—Claro que sí. Lo siento, sólo quería que creyeras que es tan impresionante como el tuyo: «madre de Dios». Ponter significa «luna llena», y Boddit es el nombre de una ciudad de Evsoy, conocida por sus grandes pintores.

—Ah —dijo Mary—. Entonces… ¡Dios mío!

—Bueno —dijo Ponter, todavía de broma—, desde luego no como el mío.

—¡No, mira! —señaló a Tryon.

—¿Sí?

—¡Lleva a cuestas el cadáver de un ciervo!

—¿Has visto? —Ponter sonrió—. Es su ofrenda de caza a Jasmel y en su mochila, ella tiene su ofrenda para él.

En efecto, Jasmel abría por fin su mochila. Tal vez, pensó Mary, era tradicional esperar hasta que el hombre hubiera visto que la mujer había traído sus cosas. Mientras Tryon se acercaba, Ponter avanzó hacia él y le ayudó a quitarse el ciervo de los hombros.

El estómago de Mary dio un vuelco. La piel del ciervo estaba ensangrentada y media docena de heridas penetraban su torso. Y, mientras Tryon se agachaba, vio que tenía la espalda cubierta de sangre de ciervo.

—¿Tiene que oficiar alguien la ceremonia? —preguntó Mary.

Ponter parecía confuso.

—No.

—Nosotros tenemos a un juez o un representante de la Iglesia que se encarga de eso.

—Los juramentos que se hagan Jasmel y Tryon mutuamente quedarán registrados de modo automático en los archivos de coartadas —dijo Ponter.

Mary asintió. Naturalmente.

Ahora que Tryon se había librado del ciervo, corrió hacia su amada. Jasmel la atrapó con los brazos abiertos y se fundieron en un fuerte abrazo, y se lamieron el rostro, de manera bastante apasionada. Mary desvió la mirada.

—Vamos —dijo el padre de Tryon, Bal—. Harán falta décimos para asar ese ciervo. Tendríamos que empezar ya.

Los dos se separaron. Mary vio que las manos de Jasmel estaban ahora manchadas de rojo tras acariciar la espalda de Tryon. Eso le repugnó, pero Jasmel se echó a reír cuando se dio cuenta, sin más.

Y, sin más preámbulos, la ceremonia aparentemente empezó.

—Muy bien —dijo Jasmel—. Allá vamos.

Se volvió hacia Tryon.

—Prometo llevarte en mi corazón veintinueve días al mes, y tenerte en mis brazos cada vez que Dos se conviertan en Uno.

Mary miró a Ponter. Los músculos de su ancha mandíbula abultaban: evidentemente, estaba emocionado.

—Prometo ——continuó Jasmel—, que tu salud y tu felicidad serán tan importantes para mí como las mías propias.

Daklar estaba también indudablemente emocionada. Después de todo, según había entendido Mary, Jasmel y ella habían vivido juntas toda la vida de la muchacha.

Jasmel volvió a hablar;

—Si, en cualquier momento, te cansas de mí, prometo liberarte sin acritud, y con los mejores intereses de nuestros hijos como mi mayor prioridad.

Mary se sintió impresionada por eso. Cuánto más simple hubiese sido su propia vida si Colm y ella hubieran hecho un juramento similar. Miró de nuevo a Ponter y…

«¡Jesús!»

Daklar se había situado junto a él y (Mary apenas podía creerlo), ¡los dos estaban tomados de la mano!

Al parecer ahora le tocaba a Tryon el turno de hablar.

—Prometo llevarte en mi corazón veintinueve días al mes, y tenerte en mis brazos cada vez que Dos se conviertan en Uno.

«Dos que se convierten en Uno», pensó Mary. Sin duda eso ya había sucedido una vez desde el primer regreso de Ponter a casa y su reaparición en la Tierra de Mary. Ella había supuesto que había pasado ese tiempo solo, pero…

—Prometo —dijo Tryon— que tu salud y tu felicidad serán tan importantes para mí como las mías propias.

»Si, en cualquier momento, te cansas de mí —continuó—, prometo liberarte sin dolor, y con los mejores intereses de nuestros hijos como mi mayor prioridad.

Normalmente, a Mary le hubiese encantado oír unos votos matrimoniales tan equitativos: Colm había dicho una vez que era una lástima que el ceremonial católico no incluyera «y obedecer». Pero la idea quedó completamente subordinada a su sorpresa al ver que Ponter y Daklar se mostraban afectuosos el uno con el otro… ¡Y después de lo que ella le había hecho a Adikor!

La pequeña Megameg sobresaltó a Mary al dar una palmada.

—¡Están unidos! —chilló.

Durante medio segundo, Mary pensó que la niña se refería a Ponter y Daklar, pero, no, no, eso era ridículo.

Bal se dio una palmada en el estómago.

—¡Ahora que hemos terminado con esto, pongámonos a trabajar en la preparación del festín!

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