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General Cícero Arruza a general Mondragón von Bertrab


Mi general, usted y yo estamos en comunicación constante y cordial. Le consta que siempre he reconocido su superioridad jerárquica y, por encima de todo, por encima de usted y de mí, la del señor Presidente de la República, Jefe Nato de las Fuerzas Armadas. Pues bien, mi general, con la franqueza de siempre le advierto que este chingado país se nos está saliendo del huacal. Ah caray, qué orgullosos nos sentimos de que setenta millones de mexicanos tengan veinte años o menos. Un país de niños. ¿Usted los ha oído? ¿Ha acercado la oreja al piso? ¿Cómo cree que esos jóvenes ven a la momiza que los gobierna, es decir los cincuenta millones restantes?

¿Qué edad tiene usted? ¿Cincuenta, cincuenta y dos? Y yo, ¿sesenta y cuatro, sesenta y cinco? Vaya, que los registros de mi pueblo perdido en el estado de Hidalgo no son muy confiables -si es que existe el estado de Hidalgo, una invención para separar a la Ciudad de México de estados rivales y peligrosos como Michoacán y jalisco-. Vaya, el Uruguay de México, nomás que pobre y sin registros. En fin, mi general, que usted y yo estamos en la flor de la edad, decía mi abuelita. Pero la ruquiza entumida, así dicen de nosotros los jóvenes. Andan buscando su líder juvenil. Tan joven como lo fueron Madero, Calles, Obregón, Villa y Zapata al lanzarse a la Revolución: todos menores de treinta años.

Pele el ojo, señor secretario. ¿Dónde está nuestro joven líder? ¿Qué edad tiene el lambiscón Tácito de la Canal? ¿Cincuenta y dos como usted? Y Bernal Herrera su contrincante, ¿cincuenta y poco, cuarenta y mucho? ¿Cree que la chaviza les tiene confianza? ¿Cree que esos millones de chamacos que vemos pasar en moto como si la Harley-Davidson fuera el Siete Leguas del mero Pancho Villa, cree que esos chamaquillos medio encuerados que bailan la noche entera en las discos, cree que esos disc jockeys que vuelan de Los Ángeles a México a Jonolulú por 25 mil dólares la noche sólo para programar CDs, cree que los hijos de los millonarios en cadena que han venido heredando desde 1941, tienen fe en uno solo de nosotros?

Y eso que le hablo de lo que dicen la élite en los periódicos, señor general. ¿Qué me dice del chamaco de clase media que cada seis años ha visto a su familia quedarse sin automóvil, sin casa y sin siquiera lavadora porque no pudieron pagar las mensualidades? ¿Los estudiantes que no pudieron estudiar porque las universidades públicas se la pasaron en huelga y las privadas cobran un ojo de la cara?

Mírelos, mi general, querían ser ingenieros, abogados, chingones, mórelos, manejan taxis, distribuyen pizzas, acomodan en los cines, son esa mentadiza del valet-parking, son humillados que debieron ser otra cosa y ahora por ahí te pudras, cabrón. Y las muchachillas que sólo aspiraban a ser amas de casa de clase media decente y ahí andan de mecanógrafas y empleadas de almacén y de meseras si bien les va y si no al table dance y al burdel. Yo no le cuento la de rancheritas que ascienden a la maquila y se hacen ilusiones de que un gringo les va a pedir la mano a las muy pendejas y la maquila quiebra o se va a China, donde el trabajador recibe diez veces menos que en México y vámonos a la calle a mendigar, de vuelta al pueblo a comer nopalitos, de marías cargando bebés en los rebozos junto con miles de jóvenes buscando pasar la frontera, hacerse gringos, trabajar del otro lado aunque se ahoguen en el río o se asfixien en el camión de carga del pollero o se mueran de sed en el desierto o los deje como coladera a balazos la patrulla fronteriza gringa…

Dígame, mi general, ¿para dónde van a mirar nuestros setenta millones de chamacos?, ¿para dónde? Piénselo a tiempo, mi general, a tiempo.

Y nomás recuerde que en estos asuntos, se tarda rápido.

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