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Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván


Mi bella dama, le he mencionado a Penélope, la secretaria que trabaja en la oficina de Tácito de la Canal. Penélope Casas se llama y se la he descrito a usted como una mujer paquebote. Así se desplaza, como un trasatlántico en alta mar, vigilando el trabajo secretarial, animando a las chicas (que en esa oficina cunde el desánimo como el mal aliento de Tácito), sirviéndoles a veces de confidente y consejera, otras de paño de lágrimas. Y es que Penélope es dueña de un regazo tan grande como su busto y su busto es un rebozo del tamaño de una bandera. Cara morena, punteada de viruela infantil que doña Penélope oculta sin mucho cuidado y un poco de polvo mate. Labios muy pintados como para distraer y dos cejas tupidas y unidas como las muy célebres de Frida Kahlo. En cuanto a la cabellera, María del Rosario, yo creo que nuestra portentosa diosa azteca debe levantarse a las cuatro de la mañana para armar esas trenzas con listones, esas torres tambaleantes que la coronan, esa lluvia de flecos que le esconden una frente chata y estrecha.

Si le cuento todo esto, es sólo para reafirmar la imagen de fuerza de nuestra Coatlicue burocrática y para que se imagine usted mi asombro ayer, cuando la encontré inmóvil, bañada en lágrimas, mojando con su llanto el papel secante oportunamente colocado debajo de su rostro pesumbroso.

– Doña Penélope, ¿qué le ocurre?

No logró sofocar el llanto. Levantó el puño apretando unos papeles y sólo entonces pudo decir:

– Bilimbiques, señor Valdivia, patacones argentinos, papel de baño, acciones -no valen nada. ¡Menos que un klínex!

Me pasó el puñado de papeles. Eran acciones de la Mexicana de Energía que ayer de mañana se declaró en quiebra, dejando en la miseria a los miles de humildes accionistas que pusieron su fe en la privatización de la empresa nacional en tiempos del Presidente César León, siguiendo el ejemplo, que le sirvió de hoja de parra, de Fidel Castro cuando permitió a las empresas privadas extranjeras invertir en energía y le calló la boca a los ruidosos nacionalistas mexicanos.

Bueno, ayer la MEXEN se declaró en quiebra y sus accionistas, como doña Penélope, se quedaron en la calle. Pero los inversionistas ya habían ganado millones callándose la quiebra inminente y vendiendo sus propias acciones referenciales cuando valían oro.

Le cuento lo que ya sabe para llegar a lo que no sabe, mi señora.

Voy por pasos.

Cuando se estructuró la MEXEN como empresa privada en tiempos de César León, los directores pusieron normalmente a la venta las acciones como las que adquirió doña Penélope, pero simultáneamente emplearon, como imán para invertir a otras compañías fuertes (aseguradoras, bancos, industrias, comercios) la seguridad de darles información confidencial a fin de duplicar -por lo menos- su inversión inicial en cuestión de meses. Para ello, la MEXEN se constituyó en compañía doble. Una, la empresa pública abierta a los pequeños accionistas. Otra, la empresa secreta reservada a inversionistas fuertes.

Los pequeños accionistas, como doña Penélope, no sólo no tuvieron acceso a la compañía privilegiada: ignoraban su existencia.

¿Cómo sé todo esto? Gracias a nuestro archivista don Cástulo Magón. Flotando sobre el mar de lágrimas de doña Penélope, le dije a Cástulo:

– El archivo de MEXEN. El viejo me dijo:

– ¿Cuál de todos?

Su respuesta me desconcertó.

– ¿Cuántos hay? -le pregunté.

– Bueno, son tres, el oficial, el confidencial y el shredded wheat.

– ¿El shredded wheat?

– Sí, el que me mandaron destruir. El triturado, pues.

– ¿Y por qué no lo hizo?

– Ay, señor licenciado, yo tengo un respeto por los documentos.

Lo observé impasible, dejándole hablar.

– ¿Sabe usted que don Benito Juárez, huyendo del ejército francés de ocupación, fue desde la capital hasta la frontera, del norte con tres diligencias cargadas con los papeles oficiales de la República?

– Sí, Cástulo, lo sé. ¿Qué tiene que ver?

El viejo se sonrojó de orgullo.

– Papel que llega a mis manos, papel que nunca desaparece, señor licenciado.

Y abombando el pecho, agregó:

– Un documento en mis manos es algo sagrado. Nunca se pierde, se lo aseguro.

– ¿Saben los de arriba de esta fidelidad suya?

– No es fidelidad a nadie don Nicolás. Es deber para con la Nación y la Historia.

¿Y cómo estaban clasificados los famosos documentos? Pues los que se querían tener a disposición para consulta, bajo "Mexicana de Energía (MEXEN)". Los secretos, bajo el rubro "Modelos de Privatización. Y los conservados por don Cástulo no tenían título alguno, salvo el del mencionado cereal de desayuno, shredded wheat.

He pasado una noche febril, María del Rosario, reconstruyendo la movida chueca de los directores de MEXEN. Te la resumo. Los ejecutivos le reservan la información confidencial a los grandes inversionistas y se la niegan a los pequeños accionistas. Por ejemplo, le informan a los inversionistas fuertes que la empresa posee un centenar de compañías que no se hacen públicas a fin de mantener en secreto los dividendos y evitar el pago de utilidades. MEXEN es un parapeto, un biombo para inversiones interrelacionadas de lucro multiplicado.

Estas operaciones no aparecen en los balances trimestrales de la compañía. Ésta -MEXEN- da a conocer ganancias sólo al pequeño y privilegiado grupo de inversionistas, pero no al extendido y desinformado grupo de accionistas. Es decir, las principales utilidades de la empresa privilegian a unos y dejan fuera a otros.

El nombre del juego es confidencialidad. Pero los gestores juegan triple: engañan a inversionistas y a accionistas, a fin de beneficiarse a sí mismos. Se trata de ocultar conflictos de intereses. Si tú inviertes legítimamente en MEXEN, tu dinero puede ir a dar a una compañía que prohíbe la inversión pública o es del dominio reservado de la nación. Esto no lo saben ni los pequeños accionistas ni los grandes inversores. Aquéllos se contentan con utilidades mínimas y éstos con grandes utilidades. Nadie pregunta nada. Pero los gerentes de MEXEN pueden ser a la vez empleados de la compañía y socios principales. Le reservan el 10% de las ganancias a los accionistas y se guardan el 90% para ellos.

¿Cómo? Multiplicando las empresas duales. Por ejemplo, la subsidiaria "A" de MEXEN es en realidad parte de la subsidiaria "B", pero los directores hacen creer que son dos compañías diferentes. Cuando la subsidiaria "A" reduce ganancias invocando tratos fracasados con la subsidiaria "B" -que sin embargo es, como queda dicho, una simple máscara de la compañía "A"- los directivos de "A" se quedan con las ganancias reales y le cargan a los accionistas las pérdidas imaginarias de "B" como si fuesen pérdidas de "A". Es decir: "A" no es el socio dañado de "B". Es igual a "B" pero hace a "B" culpable de sus pérdidas. Las ganancias se quedan con directivos e inversionistas. Las pérdidas se le cargan a accionistas como doña Penélope.

Sólo que estos pillos han ido más lejos, María del Rosario. Crearon una compañía "C" para captar inversiones y hacer préstamos a la compañía "A". La compañía "A" promete emitir más acciones si caen las inversiones de "C" para mantenerla solvente. La compañía "B" invierte millones en la compañía "C" y ésta, a su vez, invierte en la compañía "A".

Pero aquí viene el error y el desastre. La compañía "A" obliga a la compañía "B" a comprar acciones a precio fijo en seis meses para protegerse de una eventual caída de valores en la Bolsa. Pero "B" se adelanta y compra cuando el precio está bajo, ganando millones. "A" se protege vendiendo acciones a "C". Pero cuando las acciones en efecto descienden, "A" le pasa sus acciones a "C" para mantener solvente a la sociedad. Entonces "A" empieza a emitir más y más acciones hasta diluir los valores en manos de los accionistas como doña Penélope.

En este punto, los inversionistas ya hicieron su agosto y cosecharon sus miles de millones a costillas de los accionistas. Tienen, pues, la libertad de declararse en quiebra porque ya obtuvieron utilidades astronómicas y lo más conveniente es concluir este juego e iniciar uno nuevo antes de caer en las trampas creadas por ellos mismos.

Es como el cuento de un zorro que conoce todas las trampas que le han puesto los cazadores, pero desconoce la trampa que el zorro se puso, para engañar a los cazadores, a sí mismo.

María del Rosario, una de las ventajas de burocracias como la nuestra es que los archivistas no cambian porque nadie piensa en ellos. Son peones olvidados o, en el evento, sacrificables en el gran tablero. Y los veloces alfiles del juego saben que los peones desconocen su propio valor. No saben lo que archivan. María del Rosario: el humilde archivista don Cástulo Magón acaba de decidir la sucesión presidencial en México.

– ¿De dónde salieron estos documentos, don Cástulo?

– Me los entregó personalmente don Tácito de la Canal.

– ¿Le pidió secreto?

– No, qué va. Él cuenta con mi discreción absoluta. Sólo una vez me dijo:

– Destruye esos papeles. No tienen importancia. Nos vamos a ahogar en papeles sin importancia.

Don Cástulo se pasó la mano por el puente de cabellera prestada para disimular su calvicie. Yo estuve a punto de decir:

– Pudo destruirlos él mismo.

Recordé de nuevo a Nixon. Hay que conservar todo testimonio, incluso el del crimen, aunque sólo sea por dos motivos. La importancia histórica que un político le atribuye a todas sus acciones. Y el desafío a la ley porque nos consideramos impunes. Y acaso, también, por un misterioso temor a ser descubierto como el funcionario que destruyó documentos. El culpable sería el pobre Cástulo.

Pero cuando don Cástulo me entregó el fajo incriminatorio, tuve una sorpresa. Los documentos estaban rubricados "De la Canal", de puño y letra de Tácito. Y entonces me pregunté, querida amiga,

– ¿De cuándo acá un criminal rubrica los papeles que lo condenan en un fraude colosal?

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