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Tácito de la Canal a Andino Almazán


Señor secretario y fino amigo, acudo a usted desde la sima del precipicio al que me han arrojado mis enemigos políticos. Así es. Unos ganan y otros pierden. Pero la política da muchas vueltas. Quizá mi desgracia actual y el bajo perfil que debo mantener sean la mejor máscara para volver a actuar sorpresivamente.

Dicen que todo se vale en la guerra y en el amor. Valdría añadir "y en la política y en los negocios". Sé que el señor secretario de Gobernación y antiguo subordinado mío le ha hecho llegar documentos que me comprometen en el caso MEXEN. Él mismo me ha dicho que no me perseguirá porque arrastraría conmigo a demasiados poderes de hecho. Alegué que no hice sino seguir instrucciones del Presidente en turno, don César León. Nicolás Valdivia me miró fríamente.

– El Presidente es intocable. El secretario no.

– Los principios son buenos criados de amos perversos.

– Así es, licenciado De la Canal. Usted ya no se preocupe de nada. De ahora en adelante, usted tendrá manos puras. Porque ya no tendrá manos…

No me rindo, señor secretario Almazán. Ni manco me rindo porque me quedan pies para patalear.

He acudido a los poderes dichos por Valdivia para recordarles que nuestra suerte está casada. Que yo sólo rubriqué los papeles por orden del señor Presidente César León.

Se han reído de mí. Le transcribo literalmente mi conversación con el banquero que mayor intervención tuvo en el manejo del complejo empresarial de MEXEN:

– Vengo a tratarle asunto de MEXEN -le dije.

– No sé de qué me habla.

– De las acciones de MEXEN.

– De eso usted no sabe nada, ¿verdad?

– ¿Perdón? -admito que me asombré pero creí entender su juego y respondí-. No. Por eso estoy aquí y se lo pregunto. Para enterarme.

– Siga sin saber nada. Le conviene más.

– ¿Por qué? -insistí.

– Porque es asunto secreto -cedió por un instante, como el pescador que pasea una lombriz frente al pez, y concluyó-: Y más vale dejarlo así.

– ¿Secreto? -me permití el asombro- ¿Secreto para mí, que lo hice posible con mi firma?

– Usted sólo fue un instrumento -me contestó disimulando apenas su desprecio.

– ¿Para qué?

– Para que el asunto fuese secreto.

Me miró traspasándome como a la ventana.

– No pierda su eficiencia, señor De la Canal…

– Pero yo…

– Gracias. Buenas tardes.

No me he dado por vencido, señor Almazán.

Hablé con uno de los magnates de la prensa que más deudas tenía conmigo, un hombre que siempre encontró abiertas las puertas del despacho presidencial gracias a mí durante el gobierno del finado Lorenzo Terán. Seré breve.

Cuando le pedí que me defendiera, al menos, escribiendo una semblanza favorable y, si lo juzgaba conveniente, iniciando una campaña de rehabilitación de mi persona, me dijo con sorna mal disimulada:

– Un buen periodista nunca fastidia al público elogiando a nadie. Sólo ataca. El elogio aburre.

Admito que me encabroné, Andino.

– Usted me debe mucho.

– Es cierto. Siempre hace falta caridad hacia el poderoso.

– Basta una orden suya a uno de sus achichincles…

– ¡Señor De la Canal! ¡Jamás he hecho semejante cosa! ¡Mis colaboradores son gente independiente!

– ¿Quiere que le pruebe lo contrario? -le grité indignado- ¿Quiere que soborne a uno de sus periodistas?

Esperaba una mirada fría del empresario. En vez, me observó con esa caridad que acababa de invocar:

– Señor De la Canal. Mis periodistas no son deshonestos. Son incapaces.

Sé que esto que transcribo podría dañarme y hasta deshonrarme aún más. Pero es que me quedan muy pocos cartuchos, señor Almazán.

En verdad, me queda sólo uno.

Le soy franco. He aprendido a estimarlo. Es más, estimo a su familia. Tiene usted la fortuna de contar con una mujer amantísima, doña Josefina, y con tres lindas muchachitas, Teté, Talita y Tutú. Lo que no tiene usted es una buena cuenta bancaria. Vive de su sueldo y de la herencia de su mujer -lo que queda de una de las viejas fortunas henequeneras de "La Casta Divina de Yucatán…

Yo le traigo una proposición. El hecho de que fracasara el negociado de MEXEN no excluye la posibilidad de iniciar otros proyectos redituables. Quizá mi fortuna política ande por los suelos. Pero un buen negocio siempre es un buen negocio. Y toda vez que yo ya no estoy en el poder, usted que sí lo está -y al frente, nada menos, que de las finanzas públicas- puede convocar, si así lo desea, las sumas requeridas para lo que se llama una oportunidad de inversión.

Este es mi plan.

Ofrezcamos mediante una sociedad anónima la oportunidad de que inversionistas con crédito adquieran hipotecas preautorizadas por las autoridades (o sea, por usted, señor secretario) con la promesa de que pueden ser vendidas a partir de una fecha determinada a los bancos con un beneficio del 2%. Es decir ganancias seguras y pocos riesgos. Nunca faltan ni tiburones ni sardinas para estas aventuras. Porque antes de que se venza el plazo de la primera inversión, usted y yo reclutamos nuevos inversionistas y con el dinero de éstos le pagamos dividendos a los primeros inversionistas, que de esta manera quedan muy contentos -y en la luna.

Los inversionistas iniciales nos agradecen los beneficios y nos ayudan a reclutar nuevos socios. Éstos -los nuevos socios- aportan el dinero fresco necesario para pagarles dividendos a los socios anteriores.

De esta manera, Andino, usted y yo vamos construyendo una verdadera pirámide financiera en que con nuevas inversiones atraídas por las ganancias de las que las precedieron, el capital de la sociedad aumenta vertiginosamente.

Por desgracia, el número de inversionistas posibles no es ilimitado y la pirámide, en el momento en que ya nadie invierta en ella, se vendrá abajo como un castillo de naipes.

Pero usted y yo habremos hecho nuestro agosto sustrayendo los beneficios que nos correspondan en cada etapa del negocio. Entonces se declara insolvente a la compañía y nos acogemos a las leyes que rigen las quiebras, poniendo a la compañía bajo administración, en vez de liquidarla.

O sea: usted y yo no perdemos nada. Ganamos en cada etapa de la operación. Es más: no tenemos que dar la cara. La darán por nosotros Felipe Aguirre, el secretario de Comunicaciones, y Antonio Bejarano, de Obras Públicas. Están dispuestos a ser nuestros hombres de paja. Como Valdivia los va a correr sin consideraciones, están ansiosos de venganza y quieren que nuestro Presidente Sustituto debute con un escandalazo. Les serán apartadas las recompensas del caso y si a Valdivia se le ocurre juzgarlos por peculado en ejercicio de sus funciones, a nadie se le puede juzgar dos veces por el mismo crimen. Cuestión de amalgamar las faltas, Andino, y disponerse a pasar una breve temporada en Almoloya a cambio de millones en cuentas de Gran Caimán.

Asimismo usted y yo, prudentes como somos, habremos guardado nuestras ganancias en offshore, manteniendo en México la suma necesaria para que la bancarrota sea visible y se le incaute a la compañía una suma mínima.

Ojalá acoja con simpatía mi propuesta. No deje de consultarla con su estimable señora esposa. No deberíamos hacer nada, usted y yo, sin que doña Josefina esté al tanto. Se trata, al cabo, del bienestar futuro de usted y de Teté, Talita y Tutú. No creo que Valdivia lo mantenga en su nuevo Gabinete, señor secretario. Y es injusto que en medio de tanto desfile público de lujos y beneficios, usted y los suyos tengan que contentarse con mirar la procesión desde las ventanas.

Recuerde, usted que es hombre honrado, que los principios deben ser buenos criados de amos perversos.

Suyo siempre, T.

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