Pitt estaba sentado junto al fogón de la cocina de su casa. Iba vestido con la camisa de dormir y el batín, pero todavía temblaba. El té caliente lo había reconfortado, pero el viaje en coche con la ropa empapada había durado una eternidad, como si Keppel Street estuviera a cien kilómetros en vez de a ocho.
Voisey y él apenas cruzaron una palabra en cuanto subieron la escalera y volvieron a pisar el muelle. No había nada que decir, todo estaba muy claro. Directa o indirectamente, la dinamita pertenecía a Simbister, pero lo importante era que alguien había intentado ahogarlos y había estado a punto de conseguirlo.
El coche dejó a Pitt en Keppel Street antes de seguir hasta la casa de Voisey en Curzon Street. Charlotte esperaba a Pitt en la puerta. Angustiada, andaba de un lado a otro; estaba muy pálida.
En ese instante estaba de pie frente a su marido, lo miraba con preocupación. Pitt ya le había explicado a grandes rasgos lo ocurrido… callar habría sido imposible; además, no tenía la menor intención de ocultárselo. La oscura bodega, la sensación de impotencia a medida que el barco se hundía y los sonidos del río a su alrededor eran cosas que jamás olvidaría, ni siquiera en sueños. Sabía que en plena noche se despertaría y se alegraría de ver un poco de luz, el brillo de una farola a través de las cortinas, lo que fuese. Acababa de vivir la terrible sensación de ser ciego, de sufrir un ataque y ser incapaz de averiguar de qué dirección procede la agresión hasta que es demasiado tarde.
– ¿Estás seguro de que Voisey no ha tenido nada que ver? -preguntó Charlotte por tercera vez.
– No creo que haya una causa que le interese tanto como para morir por ella -replicó Pitt convencido.
Charlotte no discutió.
– Al menos esta vez -aceptó-. Y ahora, ¿qué? Ya no tienes la prueba de la dinamita. Está en el fondo del río. Pitt sonrió.
– Me parece que está en un lugar muy seguro, ¿no opinas lo mismo?
Charlotte abrió desmesuradamente los ojos.
– ¿Será suficiente?
– Sir Charles Voisey se ha convertido en un héroe y es parlamentario. Supongo que aceptarán sus pruebas. Además, todavía existen los archivos según los cuales el Josephine pertenece a Simbister.
– ¿Y con eso qué puedes demostrar para que contribuya a que se rechace el proyecto? -insistió-. Se trata de otra explosión que parece un nuevo golpe anarquista y que dará más peso a los argumentos de Tanqueray.
– Si llevo la prueba de dicha propiedad a Somerset Carlisle y menciono la dinamita, a Grover y a Jones el Bolsillo tal vez sea suficiente para que algunos duden -añadió Pitt lentamente.
En el calor de la cocina, de repente se sintió terriblemente cansado. Notó el agotamiento en todo su cuerpo; ya no podía pensar con claridad. Las decisiones no estaban tan claras.
– No te fíes de Voisey -lo apremió Charlotte-. Aún puede traicionarte.
Charlotte se había inclinado ligeramente y le había cogido la mano.
– No es necesario que confíe en él. Quiere lo mismo que yo: que no se apruebe el proyecto de armar a la policía. Ya sé que es por razones distintas, pero eso ahora no tiene importancia. -Bostezó sin poder contenerse-. Disculpa.
Charlotte se arrodilló ante su marido y lo miró a la cara.
– Vete a la cama. Debes descansar. -La emoción le quebró la voz-. Le agradezco infinitamente a Dios que estés a salvo. No quiero pensar en lo cerca que estuviste de morir ahogado; no podría soportarlo. Thomas, ¿aún tienes la prueba de que la hermana de Voisey estuvo implicada en el asesinato del reverendo Rae? Si fuera necesario, ¿podrías lograr que la condenaran por esa muerte?
– No.
Pitt se esforzó por conservar la lucidez. Observó el rostro sincero de su esposa, tan próximo al suyo, su pelo sedoso y su mirada preocupada. Notó el calor de su piel y un tenue olor a lavanda y a jabón. Se dio cuenta de que la emoción lo embargaba. Había estado a punto de perderlo todo: esa estancia, el olor a comida y a ropa limpia, la vieja vajilla en el aparador; aquello era su hogar. Sobre todo, Charlotte; le importaba más que nada.
– ¿Has dicho que no? -la mujer estaba asustada y Pitt lo notó en su tono de voz-. ¿Por qué? ¿Qué le pasa a la prueba? ¡En su momento dijiste que era válida!
– Y lo es. -Pitt parpadeó e hizo un esfuerzo por permanecer despierto-. Pero no podría lograr que la condenaran porque, si quieres que te sea sincero, no creo que esa mujer supiera que la comida lo envenenaría.
– ¡No es esa la cuestión! -La mujer hacía denodados esfuerzos para no perder la paciencia-. ¡No lo harás, pero podrías hacerlo! La prueba sigue siendo válida. ¡Al fin y al cabo, le administró el veneno!
– Creo que no lo sabía.
Pitt tenía enormes dificultades para mantener los ojos abiertos.
Charlotte se incorporó.
– Eso no importa. ¿Dónde está?
– ¿Qué has dicho? ¿Dónde está… qué? -Se dio cuenta de que su esposa se refería a la prueba-. Está en la cómoda del dormitorio, a salvo. No sufras. No le diré a Voisey dónde está ni que me abstendré de usarla.
Francamente, creía que Voisey ya lo sabía, pero no estaba totalmente seguro.
– Vete a la cama -repitió Charlotte con dulzura-. Esta noche no importa. Vamos.
Entonces le ofreció las manos como si fuera a ayudarlo a ponerse en pie.
Pitt se esforzó por incorporarse. Había entrado en calor y la idea de meterse en la cama le pareció muy agradable.
Por la mañana, Pitt tardó en salir de Keppel Street. Se despertó a las nueve y media. Se lavó, se vistió, desayunó deprisa y a las diez y diez se dispuso a reunir pruebas para demostrar que Simbister era el propietario del Josephine.
En cuanto Pitt se fue, Charlotte también abandonó la casa, pero en dirección contraria. Cogió un coche para dirigirse a Curzon Street y dio al cochero las señas de Voisey. Esperaba que todavía no se hubiese marchado a Westminster. Dado que la Cámarano se reunía hasta la tarde, había muchasprobabilidades de que todavía estuviese en casa. Además, tenía laesperanza de que los acontecimientos de la víspera lo hubiesendejado tan agotado como a Pitt y a ella misma. Claro que cabía laposibilidad de que hubiese ido temprano al Parlamento con laintención de reunirse con otros representantes antes de la sesión,pese a que era posible que ellos también llegasen tarde. Solo eranlas once menos cuarto, pero no había podido salir antes.
A pesar de que su corazón latía desbocado, se armó de valor para parecer segura cuando el criado abrió la puerta.
– Buenos días, señora -saludó amablemente; su voz reveló cierta sorpresa.
– Buenos días -respondió Charlotte-. Soy la señora Pitt. Sir Charles conoce a mi marido. Ayer por la noche se vieron metidos en un asunto muy importante. Al final corrieron un grave peligro y estoy segura de que, al llegar a casa, sir Charles estaba agotado y muerto de frío. -Dio esa explicación para que el criado comprobase que decía la verdad acerca de que conocía a Voisey-. La situación requiere que, en caso de que sea posible, hable con sir Charles antes de que se desplace a Westminster. Espero no haber llegado tarde.
El rostro del criado ya no mostraba desconfianza; en realidad, era casi amistoso.
– Desde luego, señora Pitt -respondió amablemente-. Ha sido un suceso terrible. Espero que el señor Pitt se haya recuperado.
– Gracias, está perfectamente.
– Si tiene la amabilidad de entrar, avisaré a sir Charles de que ha venido. En este momento está desayunando. -Retrocedió y abrió la puerta de par en par para que Charlotte entrase.
– Gracias.
Esta lo siguió por el pasillo hasta una salita sencilla pero muy agradable. Miró interesada a su alrededor. Cualquier cosa que averiguase acerca de Voisey podría ser valiosa. Había varias fotografías en una pequeña mesa de caoba situada en un rincón; en una de ellas se veía a un hombre apuesto con uniforme militar y, a su lado, una mujer que, a juzgar por la pose, era su esposa. Parecían rondar los cincuenta y cinco años y, dada la ropa que llevaban, la fotografía debía de haberse tomado hacia 1860. ¿Sería de los padres de Voisey?
Paseó rápidamente la mirada por los volúmenes de una librería con puertas de cristal. Eran tomos sueltos y viejos, no eran colecciones, y algunas encuadernaciones estaban desgastadas. Dedujo que se habían comprado de uno en uno, para leerlos, en lugar de en bloque, solo para decorar la estancia, como hacía alguna gente. Los títulos eran variados, pero la mayoría parecían estudios históricos, principalmente acerca de Oriente Próximo y el norte de África, y también del origen de las civilizaciones de la antigüedad. Había historias de Egipto, Fenicia, Persia y lo que antaño había sido Babilonia.
Se sorprendió al ver que en la librería siguiente había poesía y varias novelas, incluidas traducciones del ruso y del italiano, así como poesía y filosofía alemanas. ¿Los libros eran de Voisey o habían pertenecido a su padre?
¿Qué sabía realmente de Charles Voisey? ¿Qué se escondía tras su ansia de poder?
En realidad, no le importaba. Nada justificaba que hubiese amenazado a Pitt. Podía incluso compadecerlo, lo cual no era del todo inconcebible, pero de todas maneras haría cuanto estuviese en sus manos para proteger a sus seres queridos.
Se abrió la puerta y Voisey entró. Estaba pálido y agotado. Se había afeitado y vestido correctamente, pero no mostraba su compostura habitual.
– Buenos días, señora Pitt -saludó y cerró la puerta.
Una sombra de ansiedad cruzó su rostro cuando escrutó la mirada y la expresión de la visitante. Charlotte se dio cuenta de que Voisey temía que a Pitt le hubiera pasado algo, sobre todo porque todavía lo necesitaba.
– Buenos días, sir Charles -respondió-. Espero que haya logrado conciliar el sueño después de la terrible experiencia vivida.
Pareció que Voisey se relajaba un poco. No sabía qué quería esa mujer, pero era evidente que no estaba allí para darle la noticia de una nueva tragedia.
– Sí, gracias. ¿Cómo está el señor Pitt?
Aquella era una conversación absurda. Momentáneamente, se habían convertido en aliados, pero en el fondo seguían siendo enemigos encarnizados. Pitt podía destruir a Voisey y se alegraría de verlo entre rejas durante el resto de su vida o incluso colgado de la horca. Voisey no habría dudado en asesinar a Pitt con sus propias manos si pudiera hacerlo sin ser descubierto. Había estado detrás de lo que no solo parecía un atentado contra Charlotte, sino contra sus hijos y Gracie.
– Cansado, pero notablemente recuperado. Supongo que mi marido no olvidará que permaneció atrapado en ese barco mientras el agua entraba a raudales. Imagino que usted tampoco.
– Desde luego que no. -Pese al esfuerzo por mantener la calma, Voisey se estremeció ligeramente. Una fugaz mueca de contrariedad cruzó su rostro porque se dio cuenta de que Charlotte lo había notado-. Señora Pitt, ¿en qué puedo ayudarla?
Charlotte todavía no estaba preparada para abordar el tema de forma tan directa.
– Sir Charles, ¿cómo está su hermana? La recuerdo como una persona de lo más encantadora y muy independiente.
La expresión de Voisey transmitía calidez y cierta relajación a pesar del cansancio y la preocupación por saber las razones por las que la mujer se había presentado en su casa.
– Está bien, gracias. Señora Pitt, ¿por qué me lo pregunta? Supongo que no ha venido a mi casa a esta hora para preguntar por mi bienestar o el de mi hermana.
Charlotte sonrió. Había logrado confundirlo, aunque solo fuese un poco.
– Es posible que, indirectamente, así sea. Mi pregunta tenía un sentido.
– Desde luego. -Voisey se mostró escéptico. -Me alegro mucho de que su hermana esté bien -prosiguió-. Espero que sea feliz.
La irritación de Voisey fue en aumento. La sonrisa de Charlotte se esfumó.
– Sir Charles, el propósito de mi visita es dejarle claro que el bienestar de su hermana depende del de mi marido. Sé que es poco delicado plantearlo tan bruscamente, pero me he dado cuenta de que mis rodeos le han hecho perder la paciencia. -Vio sorpresa en el rostro de Voisey, así como una momentánea incomprensión-. Supongo que no se ha olvidado del reverendo Rae. Era un hombre extraordinario y muy apreciado. -Sostuvo la mirada de Voisey con actitud firme y resuelta. Entre ellos ya no había simulaciones-. Su muerte fue una tragedia. En lo que se refiere a la señora Cavendish, supongo que el veredicto de muerte accidental podría ser adecuado, al menos moralmente. No pretendió envenenarlo. Aun así, existen pruebas de que lo hizo, al menos desde un punto de vista legal. Evidentemente hay diversas copias de esa prueba. Sería muy insensato que solo hubiese una. Todas ellas seguirán en su lugar mientras Thomas y mi familia, que también incluye a Gracie, estemos bien. Si nos ocurriese algo, aunque pareciera un accidente, la prueba acabaría en manos de la persona que corresponda, que seguramente se ocuparía de que todo el peso de la ley le cayera encima. -Voisey la miró, sorprendido-. No crea que no la utilizaré. No tengo el menor deseo de vengarme de la señora Cavendish. En realidad, me parece más que probable que no envenenase intencionadamente al reverendo Rae, pero durante un juicio le resultaría difícil demostrarlo, tal vez imposible. Y en ese caso acabaría en la horca. -Empleó la palabra deliberadamente y pudo ver cómo palidecía Voisey-. Sir Charles, le aseguro que quiero a mi familia tanto como usted a la suya. No dudaré en utilizar la prueba si hace daño a mi marido o a cualquier otro miembro de mi familia. -Afrontó firme e impasiblemente la mirada del parlamentario.
Se hizo un profundo silencio entre ellos. Charlotte no desvió la mirada.
– Señora Pitt, no creo que la utilice -declaró por último Voisey.
– ¡Está muy equivocado! -Charlotte dejó que la pasión y la certeza se notaran en su voz-. ¡Lo haré! Voisey esbozó una sonrisa.
– Si yo le hago daño a Pitt y usted destruye a mi hermana, ¿qué le quedará para protegerse a sí misma y a sus hijos? Y tendrá que protegerse porque, sin usted, los niños no sobrevivirían. -La mujer sintió que se le helaban las entrañas; se quedó paralizada-. Señora Pitt, es posible que hable irreflexivamente, pero no es tonta. Hará lo que tenga que hacer para proteger a sus hijos. No dudo de su valentía ni de su voluntad, pero también sé que conoce cuál es la realidad. No destruirá a mi hermana mientras tenga a alguien a quien proteger. -Ladeó ligeramente la cabeza-. ¿Quiere que la acompañe a la puerta? Le pediré a mi lacayo que le llame un coche.
Charlotte sintió que le daba vueltas la cabeza. Voisey estaba en lo cierto y ambos lo sabían. No tenía sentido discutir. Debía responderle algo e irse.
– No, gracias. Llamaré a un coche cuando me apetezca.
¿Debía añadir que también existían las murmuraciones, los rumores que podían herir sin matar o eso lo llevaría a pensar en las maneras en las que podía hacer daño a Pitt, a Daniel y a Jemima e incluso a Tellman?
Voisey seguía esperando.
Charlotte llegó a la conclusión de que era mejor guardar silencio. Se volvió y cruzó el umbral con Voisey siguiéndole dos pasos más atrás. Desearle un buen día sería grotesco.
Llegó a la puerta, salió a la calle iluminada por el sol sin volver la vista atrás y se alejó deprisa.
Al cabo de diez minutos encontró un coche, dio al conductor las señas de tía Vespasia y se recostó en el asiento. Estaba temblando después de su enfrentamiento con Voisey y no tenía la menor intención de que Pitt se enterase jamás. Había algunas cosas, poquísimas, que era más sensato no compartir. Ese aprendizaje formaba parte del proceso de madurar.
Llegó a casa de Vespasia, pagó al cochero y llamó a la puerta. Estaba decidida a ver a su tía o a esperar su regreso en el caso de que hubiese salido.
Tuvo suerte. Vespasia no solo estaba, sino que pareció encantada de verla. Cuando llegaron al gabinete que daba al jardín y la doncella se retiró, Vespasia la observó, preocupada.
– Querida, estás muy pálida. ¿Ha ocurrido algo?
Charlotte no podía hablarle de su encuentro con Voisey. Estaba asustada. El escudo en el que había confiado se había deshecho en sus manos. No solo se sentía vulnerable, sino estúpida. Todavía no había asimilado la situación ni elaborado un plan para resolverla. Pensó que bastaría con contarle a Vespasia la aventura de Pitt en el Josephine, por lo que se la explicó con todos los detalles que conocía.
– ¿Thomas ya se ha recuperado? -preguntó Vespasia, inquieta.
– Es posible que haya pillado un resfriado y estoy segura de que, durante una temporada, sufrirá pesadillas, pero está ileso. Voisey también, lo cual es una suerte porque todavía lo necesitamos. -Pensó que no le había temblado la voz cuando pronunció su nombre-. Por lo que me han dicho, esta tarde el proyecto volverá a presentarse en el Parlamento. Contará con muchos apoyos tras el atentado de Scarborough Street.
– Me temo que tienes razón -reconoció Vespasia, contrariada-. Lo único que podemos esperar es que el señor Wetron se vea favorecido por los acontecimientos.
– ¿Lo único? -inquirió Charlotte-. ¡A mí me parece horroroso!
Vespasia la miró sin inmutarse.
– Querida, lo peor es que él es el causante de esos sucesos, y que eso lo convierte en alguien temible. Un hombre capaz de hacer explotar una bomba en una calle llena de personas carece de límites morales. Matará sin pensárselo dos veces… no solo a sus enemigos, sino a hombres y mujeres corrientes cuya única relación con su ambición es que su muerte le beneficia. Pido a Dios que Thomas pueda demostrar que hay una conexión entre el barco y la dinamita y, en última instancia, Wetron. -Su tono revelaba su profunda emoción. Permaneció sentada muy recta, como siempre, pero su cuerpo estaba muy tenso-. Hace un par de días que no hablo con Thomas -añadió con seriedad-. ¿Han aumentado las probabilidades de descubrir quién mató a Magnus Landsborough? -Lo planteó como si fuera algo secundario, pero sus manos aferraron la delicada tela de la falda.
Con compasión y sentimiento de culpa, Charlotte vio que Vespasia estaba muy preocupada por ese asunto. Casi había olvidado que Magnus era el único hijo de uno de los amigos de Vespasia, alguien de quien había estado muy cerca en su juventud y tal vez más tarde, en años menos dichosos.
– No -contestó con gran delicadeza-. Salvo que, por las pruebas, cree que tuvo que ser alguien a quien Magnus conocía bien. Supongo que se refiere a otro de los anarquistas. Parece una monstruosidad tratándose de una persona que, en principio, luchaba por la misma causa.
Vespasia permaneció en silencio.
Charlotte observó su bello rostro de pómulos altos y vio temor. ¿Sería entrometida si lo planteaba y desconsiderada si no lo hacía? Prefirió juzgar erróneamente que pecar de cobardía:
– ¿Te preocupa que haya sido un miembro de su familia?
Vespasia se volvió hacia su sobrina y palideció más si cabe.
– ¿Es lo que piensa Thomas?
La situación no permitía falsos consuelos, solo franqueza.
– No lo ha dicho, pero tuvo que matarlo alguien que sabía que utilizaban la casa de Long Spoon Lane, ya que lo esperaron allí. Quienquiera que fuese solo asesinó a Magnus, cuando podría haber acabado fácilmente con los tres anarquistas. Y por si fuera poco, escapó.
Vespasia miró para otro lado.
– Es lo que me temía; fue una cuestión personal, no tuvo nada que ver con la política ni con la lucha por el poder entre los anarquistas.
Solo había un comentario que hacer y Charlotte no quiso eludirlo:
– ¿Es posible que lo matara su padre? -preguntó en un susurro.
Ambas conocían los motivos por los que un hombre cometería semejante acto: para evitar el deshonor que mancillaría a toda su familia y por temor a que la violencia fuera mayor la siguiente vez.
– No lo sé -reconoció Vespasia-. Es una… se trata de una idea espantosa. Si yo fuera hombre y un hijo mío se propusiera volar casas con dinamita, pensaría que mi responsabilidad es impedírselo. No sé qué haría. Una cosa es saberlo y otra muy distinta actuar. No sé cómo reaccionaría. -Una sombra oscureció su rostro-. A menudo mis hijos se han enfrentado a mí; he disentido, he desaprobado sus convicciones y me he opuesto a lo que hacían, pero jamás he temido que cometieran asesinatos. Si ocurriera algo semejante y lo supiera a ciencia cierta, no sé cómo reaccionaría.
– ¿Quién más pudo hacerlo?
Charlotte se había dado cuenta de que abstenerse de plantearlo no serviría de nada y que debía afrontarlo. Vespasia frunció el ceño.
– He visto muy perturbada a Enid, la hermana de Sheridan, como si estuviese enterada de algo más trágico que la muerte de Magnus.
– ¿Enid? -preguntó Charlotte, desconcertada-. ¿Cómo habría conseguido llegar a Long Spoon Lane y disparar a Magnus? Parece imposible.
– No tengo la menor idea -reconoció Vespasia-. Cordelia es la persona de la que menos me costaría creer que tiene la decisión y el valor para hacerlo, pero no creo que tuviera la capacidad de llevarlo a cabo, por mucho que supiera lo que Magnus se proponía. De lo que estoy segura es de que él no le diría nada.
– Lo lamento -dijo Charlotte amablemente.
No pidió disculpas porque Pitt tuviera que investigar la verdad, lo condujera donde lo condujese o lo llevara a poner al descubierto otras tragedias. Ambas lo sabían perfectamente.
– Cordelia me ha invitado a visitarla de nuevo dentro de unos días -dijo Vespasia al cabo de unos segundos-. Creo que iré esta misma tarde, inmediatamente después de comer.
Charlotte se sorprendió.
– ¿Te invitó a su casa? ¿Es posible que, después de todo, te haya cogido cariño?
La mirada de Vespasia se llenó de irónica diversión.
– No, querida, no me ha cogido cariño. El martes lady Albemarle da una cena. Me ha invitado porque debe de creer que no aceptaré. Supongo que Cordelia no está invitada, pero desea que yo asista a fin de ejercer toda la influencia que pueda en favor del proyecto. Tendrá que tragarse una enorme e incómoda ración de orgullo y pedírmelo. Ver cómo lo hace será todo un placer. -Lo comentó en tono ligero, pero su expresión no era de agrado. Charlotte se dio cuenta de que, aunque hablaba de Cordelia, tía Vespasia pensaba en Sheridan-. ¿Quieres quedarte a comer?
– Sí, me encantaría. Muchísimas gracias -aceptó Charlotte sin vacilaciones.
Vespasia se vistió de un color gris alilado muy oscuro. Era un tono que, en el caso de la seda, recordaba un cielo crepuscular. Le sentaba francamente bien, y ella lo sabía. No se trataba de vanidad. También sabía que algunos colores no le iban, como el naranja, el dorado y los marrones. Cuanto más difícil era la tarea que la aguardaba, más importante era mostrar su mejor aspecto.
Aunque llegó a casa de los Landsborough sin anunciarse, el criado la hizo pasar inmediatamente. Debía de tener esas instrucciones. Era primera hora de la tarde; tal vez era demasiado temprano para una visita, pero resultaba perfectamente aceptable en el caso de una buena amiga.
La familia acababa de levantarse de la mesa y se había reunido en el gabinete. Vespasia no se sorprendió al ver que también estaban Enid y Denoon. Dadas las circunstancias esperaba encontrarlos allí. Sheridan Landsborough se puso en pie para recibirla y los demás la saludaron amablemente.
– ¡Vespasia! -exclamó Sheridan con calidez, aunque con una mueca de ansiedad. Aún estaba muy tenso y bastaba mirarlo para saber que apenas había conciliado el sueño-. ¿Cómo estás?
Por la expresión de Sheridan quedó claro que no sabía que Cordelia le había pedido que la visitase.
– Bien -respondió y con la mirada le transmitió que estaba preocupada por él. Preguntarle cómo se encontraba sería fingir no ver su evidente dolor.
Denoon se incorporó justo lo suficiente para no ser descortés.
Cordelia se adelantó con la barbilla en alto.
– Me alegro de que hayas venido -afirmó; intentó dar calidez a su tono pero sin éxito. Estaba impecable, con un vestido negro de seda y un collar de cuentas de azabache tan discretas que había que mirar dos veces para verlas. Iba bien peinada y, pese a que los mechones canosos de sus sienes destacaban dramáticamente, su piel tenía un tono de papel sucio, por lo que parecía manchada, demasiado delgada y estirada donde no correspondía-. Quiero pedirte un favor.
Vespasia sonrió. Supo que el último comentario iba dirigido a Denoon, ya que su mirada de contrariedad al volver a verla tan pronto era una extraordinaria falta de tacto en esas circunstancias.
Denoon abrió desmesuradamente los ojos.
– Lo haré encantada -respondió Vespasia sin inmutarse. Inclinó la cabeza hacia Enid, que respondió con una media sonrisa; se sentó en el sillón que Cordelia señaló y se acomodó las faldas con gracia natural-. ¿En qué puedo serte útil?
– Necesitamos toda la ayuda posible -declaró Cordelia con sinceridad-. A lord Albemarle lo escucharán con mucho respeto.
Sheridan se agitó ligeramente en su silla con un imperceptible gesto de fastidio.
Cordelia se tensó, pero no miró a su marido. Vespasia dedujo que esta ya le había pedido que hablara en la Cámara de los Lores y utilizase el afecto que a lo largo de los añoshabía conquistado gracias a su honradez y encanto. Si apelando a sudolor modificaba sus perspectivas liberales, Sheridan se ganaría elapoyo de muchos representantes, tal vez de la mayoría de losparlamentarios.
Pero ella sabía que Sheridan no lo haría. No necesitó ver el gesto de su amigo, su ligero estremecimiento de desagrado o la ira apenas contenida de Cordelia para saberlo. Su esposa lo despreciaba por su cobardía. Sheridan se mantenía fiel a sus principios e indiferente a lo que pensase Cordelia. Ni la pérdida ni el ultraje ante la injusticia cometida contra él lo llevaron a ponerse en contra de lo que consideraba correcto.
A Vespasia le habría gustado expresar con palabras sus sentimientos, pero era un lujo que pagaría demasiado caro. Debía jugar la partida según le llegaban las cartas.
– Por supuesto que lo escucharán -confirmó, como si no hubiera sido testigo de las emociones que intercambiaron, del malhumor creciente de Denoon ni de la furia de Enid, que le resultaba imposible comprender. Esta última emoción fue la que más la desconcertó. No apartó la mirada de Cordelia-. Lady y lord Albemarle me han invitado a cenar el martes. Supongo que, a causa del duelo, no irás. -Fue un regalo a la vanidad de Cordelia; un mes antes, no se lo habría hecho. A Cordelia jamás la habrían invitado y ambas lo sabían-. ¿Te parecería útil que aceptase la invitación? Estoy segura de que lady Albemarle me permitirá cambiar de parecer. Verás, la recibí hace tiempo y excusé mi presencia. No tendré dificultades para justificar un cambio de opinión. Hace muchos años que somos amigas. Probablemente no creerá ninguna de las excusas que le dé, pero tampoco le importará.
– ¿No le importará? -preguntó Denoon con frialdad-. Da demasiadas cosas por sentado. Yo me ofendería si rechazara mi invitación a cenar y en el último momento pidiera que la aceptase. No podemos permitirnos el lujo de ofender a lady Albemarle.
Enid se ruborizó, avergonzada.
Vespasia miró a su cuñado y enarcó ligeramente las cejas.
– ¿Lo dice en serio? Entonces menos mal que entre usted y yo no hay una relación de amistad, que usted y yo no seamos amigos… o que no lo sean lady Albemarle y usted.
Enid se puso de espaldas y estornudó… o al menos eso pareció.
Denoon se enfureció.
– ¡Lady Vespasia, me parece que no se hace cargo de la gravedad de la situación! No se trata de un juego de salón. Hay vidas en juego. En las explosiones de Scarborough Street murieron más de seis personas.
– Ocho, para ser exactos -puntualizó Vespasia-. Señor Denoon, me alegro de que haya sacado el tema, porque además hay bastantes personas que se han quedado sin hogar. Por lo que tengo entendido, el último cálculo asciende a sesenta y siete, sin incluir a las veintitrés de Myrdle Street. He creado un fondo, la mayor parte del cual ya se ha repartido, para proporcionarles refugio y alimento hasta que estén en condiciones de organizar su vida de nuevo. Estoy convencida de que le gustaría contribuir, tanto personalmente como a través de su periódico. -Vespasia no lo planteó como una propuesta, no le dejaba salida.
Denoon aspiró aire, sorprendido.
– Desde luego que colaboraremos -intervino Enid sin dar tiempo a que su marido tomase la palabra-. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí. Mañana a primera hora enviaré un criado con mi donativo.
– Gracias -dijo Vespasia sinceramente.
Si tiempo atrás las circunstancias hubieran sido distintas, probablemente Enid le habría caído bien. Vespasia siempre había creído que ésta la desaprobaba y que ni siquiera había sido capaz de ver su soledad. En ese momento Vespasia se dio cuenta de que había sido muy tonta y que había estado demasiado encerrada con su dolor, por lo que pensaba que ella era la única persona que sufría tanto física como emocionalmente. Enid debía de haber sentido más o menos lo mismo y quizá cosas peores, pero seguía allí, tal vez acostumbrada a las cadenas, pero no por ello menos dolida.
Vespasia se dio cuenta de que sonreía a Enid, como si por un instante solo existieran ellas dos.
Denoon rompió bruscamente el hechizo y se ofendió por aquella exclusión, pese a que ni siquiera sabía de qué se le excluía.
– En el supuesto de que se le presente la oportunidad de hablar con él, ¿qué le planteará a lord Albemarle? -quiso saber-. Supongo que no le pedirá dinero.
Sheridan se puso de pie.
– Edward, eres muy desconsiderado. Lo que hagas o digas en tu casa es asunto tuyo, pero en la mía tendrás que ser amable con mis invitados, sean o no tus amigos. -Parecía cansado, dolido, harto y demostraba un profundo desdén por Denoon.
Este se puso como un tomate y se lanzó sobre su cuñado:
– Sheridan, lo que sucede es demasiado importante para que nos ocupemos de las delicadezas de la aristocracia. No podemos permitirnos el lujo de dejamos vencer por caprichos, vanidades o el deseo de que nos vean haciendo el bien. Los donativos son muy positivos y permiten que nos sintamos mejor y seamos públicamente admirados, pero no resuelven el problema. No impiden que vuelva a estallar una bomba ni atrapan a un anarquista. Necesitamos apoyo parlamentario. Precisamos leyes más firmes y hombres valientes y decididos en los puestos de poder, desde los que puedan hacer el bien. -Miró a Vespasia con indiferencia, como, si fuera una criada-. No pretendo ofender a lady Vespasia, pero estamos ante un asunto muy serio. Aquí no hay espacio para aficionados y diletantes. Es demasiado importante. Necesitamos a Albemarle. ¡Y te necesitamos a ti, Sheridan! ¡Por amor de Dios, déjate de sentimentalismos y súmate a la batalla!
Tal vez sin darse cuenta, Denoon dio un paso hacia Cordelia y se alió con sus sentimientos, que aunque no había expresado con palabras desde la llegada de Vespasia, eran evidentes en su expresión.
Sheridan miró a Denoon y no hizo caso de las tres mujeres.
– Edward, eres un insensato -declaró apenado-. Un hombre estúpido con tanto poder como el que tienes es lo bastante peligroso como para asustar a cualquiera con dos dedos de frente. Es evidente que no sabes cómo funcionan las negociaciones políticas. Bastará una sola palabra de Vespasia para que te abran o te cierren las puertas de Londres. Un insulto, un gesto insensible y todo el dinero que tienes no te servirá de nada. Edward, también es necesario caer bien, algo que no puedes imponer ni comprar.
Denoon seguía sonrojado y no encontraba palabras para defenderse. Se había quedado mudo; por fin, Sheridan le había pagado con la misma moneda. Evidentemente no se lo esperaba.
Cordelia mantuvo la compostura. La ira alteró su expresión, pero seguía preocupada, ante todo, por la causa.
– Pido disculpas en nombre de mi cuñado -dijo a Vespasia-. Es la ignorancia lo que lo ha llevado a ser tan descortés. Está tan preocupado por el peligro de una violencia todavía mayor que… aunque, obviamente, eso no lo justifica.
Vespasia pensó en guardar silencio hasta que Denoon se disculpase. Habría surtido el efecto deseado. Sheridan habría hecho lo mismo. Lo habría comprendido, pero no habría admirado la actitud de Vespasia, por muy justificada que estuviera. A ella tampoco le habría gustado. Habría sido un acto de vanidad por su parte. Estaba más interesada en su propia causa, en impedir el proyecto de ley, y tal vez también en conseguir esa dignidad interior que está por encima de cobrar cualquier deuda.
– En este caso la necesidad de triunfar es mucho más importante que nuestros sentimientos individuales -declaró con recato-. Debemos superar nuestras diferencias y hacer únicamente lo que favorece nuestros propósitos. Estoy segura de que un discreto comentario a lord Albemarle dará sus frutos. Su influencia es mucho mayor de lo que se supone. Hablaré encantada con él si es lo que deseáis o no lo haré, según decidáis.
Enid la miró con expresión insegura y de desconcierto.
– Gracias -declaró Cordelia con franca gratitud.
Sheridan se relajó.
Aguardaron a que Denoon tomara la palabra.
– Por supuesto -accedió a regañadientes-, siempre y cuando no sea lo único que hagamos. Esta tarde tendrá lugar la segunda presentación del proyecto. Los anarquistas siguen en libertad y a cada día que pasa se vuelven más violentos. La policía no puede poner fin a sus actividades porque no le hemos dado el poder necesario. Podrían volver a cometer un atentado antes de que lord Albemarle ejerza su influencia. ¿Cuántas personas más volarán por los aires? ¿Cuántas calles más se incendiarán? Es posible que la próxima vez los bomberos no puedan apagar el fuego antes de que se propague. ¿Lo habéis tenido en cuenta? La Brigada Especialno sirve de nada. ¿Qué ha conseguido? ¡Ha puestoentre rejas a un par de malhechores de poca monta y asesinado a unjoven! Solo Dios sabe por qué o quién lo ha hecho.
Sin querer, Vespasia miró a Sheridan y enseguida se arrepintió. Era un entremetimiento. Su rostro reflejaba una pena profunda y dolorosa. No era un sentimiento de culpa, sino el dolor de no haber podido evitar que su hijo siguiera el equivocado camino de la violencia.
Pese a su profundo deseo de descartarla, volvió a pensar en la posibilidad de que Sheridan hubiera matado a Magnus para no ver que caía todavía más bajo. Tal vez lo había hecho para anticiparse al verdugo y al dolor infinitamente más profundo que habrían supuesto una detención y un juicio. Después se habrían sucedido los días y las noches de horror, a la espera de la inevitable mañana en la que irían a buscarlo, lo llevarían a la horca, le taparían la cabeza con la capucha, accionarían la palanca y caería en el vacío.
Podía comprender que un único disparo en la nuca pareciera mucho más clemente. ¿Lo habría hecho Sheridan? Fueran cuales fuesen los pecados de Magnus, Sheridan quería a su hijo y el dolor de aquella situación estaba profundamente grabado en su rostro.
– No sabemos quiénes son, qué conexiones tienen, ni siquiera a qué aliados extranjeros podrían apelar los anarquistas -prosiguió Denoon, sin tener en cuenta el sufrimiento de Sheridan, aunque tal vez ni siquiera le importaba-. Los peligros son terribles. No debemos subestimarlos. Por muy difícil que nos resulte, nuestro deber es…
– Hablas como si los anarquistas estuvieran unidos -lo interrumpió Cordelia-. No creo que debamos dar por sentado que lo están.
Denoon se mostró contrariado.
– No entiendo qué quieres decir. Desconozco si están o no unidos, lo único que me interesa es deshacerme de ellos.
– Por muy equivocados que fueran sus objetivos, mi hijo estaba con ellos. -La voz de Cordelia sonó tensa y emocionada-. Alguien lo ha matado. Quiero saber quién ha sido y verlo ahorcado.
Vespasia volvió a temer que el asesino de Magnus fuera Sheridan. Era una posibilidad más que factible, incluso parecía lógica. Se apresuró en pensar en cómo podía protegerlo. ¿Qué podía hacer para evitar que se enterasen, incluido Pitt?
Vio que Enid también miraba atentamente a Sheridan, como si tuviera el mismo temor. ¿Qué era lo que sabía? ¿Qué podía saber, a menos que él se lo hubiera contado? ¿Sheridan habría sido capaz de decírselo, de poner semejante carga sobre sus hombros? ¿Enid lo había deducido? ¿Lo conocía tanto como para que a Sheridan le resultase imposible guardar el secreto?
Vespasia pensó que ya no era el hombre que había conocido, con el que había hablado de cosas insignificantes, bromeado, compartido anécdotas divertidas, excentricidades que hacían interesantes las cosas más sencillas, placeres como un paseo bajo la lluvia o comer bollos junto al fuego. Nada de eso importaba; solo era una forma de mantener a raya a la soledad, compartir cosas superficiales para que lo importante fuera tolerable. Tenía que ver con la amistad, que comprende sin necesidad de palabras.
Vespasia se preguntó si ese hombre habría sido capaz de matar a alguien por las razones que fueran. No supo la respuesta. El tiempo, el dolor y el amor lo cambian todo. Sin embargo, seguía pensando que Cordelia era una persona capaz de matar para salvarse a sí misma, su honor y su reputación. Su corazón era duro. ¿A quién podía haber utilizado para que apretase el gatillo? ¿Quién le debía o le temía tanto?
¿Qué sabían Enid o el lacayo en el que, al parecer, tanto confiaba?
– Nos gustaría que ahorcaran a todos los anarquistas -afirmó Denoon de repente-. Las razones no me importan. -No miraba a Sheridan, sino a Cordelia-. Por mucho que lo deseemos, saber de qué es culpable cada uno de ellos es algo que tal vez no podamos conseguir.
– Probablemente -reconoció Cordelia con frialdad-. ¡De todos modos, lo intentaré!
La expresión de Denoon se volvió lúgubre.
– No te lo aconsejo. Puede que haya cosas de Magnus que preferirías desconocer, por no hablar de que se hicieran públicas en la sala de un juzgado. Deberías reflexionar a fondo antes de sacar a la luz cuestiones cuya naturaleza o profundidad desconoces.
Cordelia lo miró con desprecio y su cara pareció de piedra.
– Edward, ¿sabes algo que yo desconozca acerca de la muerte de mi hijo?
– ¡Por supuesto que no! -respondió Enid desesperadamente y se incorporó a medias. Hacía deliberados esfuerzos por no mirar a Sheridan-. ¡Qué absurdo! Cordelia, me parece que el dolor te ha hecho perder la perspectiva.
– ¡Todo lo contrario! -espetó Cordelia-. ¡El dolor me ha hecho recordar muchas cosas que jamás debí olvidar!
– Todos sabemos muchas cosas. -Imperturbable, Enid sostuvo la mirada de su cuñada y la miró casi sin parpadear y con el cuerpo rígido-. Es mejor guardar silencio sobre muchas cosas para vivir en paz. Estoy segura de que, si reflexionas, coincidirás conmigo.
Cordelia se sonrojó, pero el color abandonó rápidamente sus mejillas y volvió a quedarse pálida. Se volvió hacia Sheridan, pero por su expresión era imposible deducir si le pedía ayuda o lo observaba por otros motivos.
Sheridan parecía cansado, casi indiferente; daba la impresión de que para él todo era viejo y pertenecía al pasado.
Vespasia se sintió rodeada por un sufrimiento y un malestar que no comprendía. Cabía la posibilidad de que, si se quedaba, averiguase algo más, pero se sintió obligada a poner fin a su visita.
– Estoy de acuerdo -declaró con firmeza-. En ocasiones olvidar es lo más sensato; de lo contrario, vivimos en el pasado y no vemos el futuro. -Miró a Cordelia-. Aceptaré la invitación de lady Albemarle y haré cuanto esté en mis manos para conseguir todos los apoyos posibles. -Se acomodó las faldas-. Gracias por vuestra hospitalidad. Si me entero de algo os lo haré saber. Buenas tardes.
Sheridan también se puso en pie y la acompañó hasta la puerta principal. Al llegar se detuvo y la abrió personalmente, por lo que el lacayo se retiró a un lugar desde el que no podía oírlos.
– Vespasia -dijo Sheridan delicadamente. Ella no quería mirarlo, pero evitar deliberadamente sus ojos sería todavía peor-. Enid teme que yo haya matado a Magnus -explicó-. Ordenó a su lacayo que me siguiera. Es un criado leal que desprecia a Edward. No me traicionaría si ella no quisiera. Me parece que compartes su miedo. Lo he visto en tu expresión.
Ya no había escapatoria.
– ¿Lo has hecho?
Sheridan sonrió levemente; las comisuras de sus labios apenas trazaron una curva.
– Te agradezco que no lo niegues. La honestidad es una de tus principales virtudes. No, no lo hice yo. Una y otra vez intenté apartarlo de su camino, pero no quiso atenerse a razones. Estaba apasionadamente convencido de que la corrupción había arraigado tanto que era imposible arrancarla, salvo con violencia. De todos modos, yo no lo maté ni sé quién lo hizo. Espero que el señor Pitt lo descubra.
– ¿Enid? -susurró Vespasia.
– No creo, aunque podría haberle pedido al lacayo que lo hiciera por mí. Enid tiene más… mucha más pasión de la que se le supone… de la que suponen Denoon… y Cordelia. Espero que no sea así. Me parecería terriblemente espantoso que hubiese arrastrado a ese joven a cometer semejante atrocidad.
– Si teme que lo hayas hecho tú, entonces sabe que él no lo mató -precisó.
– Eso es cierto -dijo Sheridan y esbozó una sonrisa lúgubre y atormentada-. Tal vez me asusto hasta de mi propia sombra. Tú nunca has tenido miedo -añadió con absoluta certeza.
– ¡Claro que he tenido miedo! -se defendió Vespasia con repentina franqueza-. Y todavía lo tengo, aunque no quiero averiguar hasta qué punto porque en ese caso me faltaría valor para seguir en pie.
De repente Sheridan se agachó y la besó delicadamente en la boca. A continuación terminó de abrir la puerta, y Vespasia se dirigió hacia el coche que la aguardaba.
A última hora de la tarde, llamaron a la puerta; Charlotte estaba en casa. Gracie abrió y segundos después entró en la cocina, con los ojos como platos, y le comunicó que el señor Victor Narraway quería hablar con ella.
Charlotte se sobresaltó.
– ¿Aquí?
– Lo he hecho pasar al salón -explicó Gracie a modo de disculpa-. ¡Parece muy enfadado!
Charlotte dejó la plancha, se alisó la falda, se llevó automáticamente las manos a la cabeza para cerciorarse de que estaba más o menos peinada y se dirigió al salón.
Narraway se encontraba en el centro de la estancia, de espaldas a la chimenea. Iba de punta en blanco, con el pelo perfectamente peinado y el cuerpo rígido. Su expresión era tensa y, cuando habló, su voz sonó precisa:
– Señora Pitt, esta mañana fue a casa de sir Charles Voisey. No hace falta que se tome la molestia de negarlo.
La arrogancia de Narraway desató la cólera de Charlotte.
– Señor Narraway, ¿por qué diablos iba a negarlo? -preguntó acaloradamente. Solo porque era el superior de Pitt se abstuvo de añadir que lo que ella hiciera no era asunto suyo y que era un maleducado-. No tengo ningún motivo para pensar que debo rendirle cuenta de mis actos.
– ¿Ha olvidado quién es Voisey? -preguntó Narraway y apretó los dientes-. ¿Ya no se acuerda de que es el responsable de la muerte de Mario Corena y del reverendo Rae y de que probablemente también intentó acabar con usted, sus hijos y su doncella?
– Claro que me acuerdo -espetó cáusticamente-. Aunque olvidase mi miedo, por lady Vespasia no podría olvidarme de Mario Corena. -No mencionó al reverendo Rae porque, en ese caso, solo importaba Corena.
– Señora Pitt, ¿para qué fue a su casa? -inquirió tajantemente.
Durante unos segundos estuvo a punto de explicárselo, pero la dominó el temperamento.
– Señor Narraway, supongo que es usted contrario al proyecto de aumentar las competencias policiales para interrogar sin justificación o para interrogar a los criados sin que su señor o su señora lo sepan.
Narraway se sorprendió porqué lo había cogido momentáneamente desprevenido.
– Claro que me opongo.
– Me alegro. -Charlotte lo miró a los ojos-. Sir Charles también está en contra.
– ¡Señora Pitt, no es motivo para que vaya a verlo! Se trata de un hombre extremadamente peligroso… -Su tono de voz fue en aumento y se volvió más agudo y colérico-. Ni se le ocurra volver a acercarse a él. ¿Me ha entendido?
– Señor Narraway, todo eso ya lo sé -respondió gélidamente y pasó por alto el hecho de que estaba en lo cierto. La oposición de Voisey al proyecto no era motivo suficiente para visitarlo-. Por lo visto, ha olvidado que mi marido trabaja para usted. Yo todavía lo recuerdo. ¿Me está amenazando con que lo castigará si no hago lo que usted quiere?
Narraway se sobresaltó.
– ¡Claro que no! -Su rostro estaba rígido y sus ojos echaban chispas-. De todas maneras, no permitiré que descuide su trabajo porque esté preocupado por culpa de que la irresponsable de su esposa corre el peligro de meterse donde no la llaman. Supongo que se preocupa por su seguridad y ha aprendido a ser leal, aunque no obediente.
Estaba tan furiosa que le habría gustado devolverle el golpe, incluso físicamente, pero no se atrevió por el bien de Pitt.
– Señor Narraway -espetó y estuvo a punto de atragantarse-, me gustaría decirle que se meta en sus asuntos y preguntarle cómo se atreve a presentarse en mi casa y hacerme preguntas impertinentes, pero todos sabemos que es el jefe de mi marido y si hago semejante cosa podría poner en peligro su trabajo, así que me callaré.
Narraway palideció y le brillaron los ojos.
– ¡Por Dios, estoy preocupado por su seguridad! Si su marido no es capaz de controlarla, alguien tendrá que hacerlo.
Estuvo a punto de contarle el verdadero motivo por el que había ido a casa de Voisey, pero si lo hacía tal vez Narraway también sabría que, aunque le pasara algo a Pitt, ella no podría utilizar la prueba contra la señora Cavendish. Debía conservarla para defenderse a sí misma y a sus hijos. Ella tenía más familiares a los que proteger que Voisey. Tendría que haberse dado cuenta mucho antes. Si Voisey agredía al resto de su familia, la amenaza surtiría efecto en Pitt, pero no en ella. No estaba dispuesta a que Narraway lo supiera y la viese vencida. Lo observó con ira contenida.
– Señor Narraway, sus palabras resultan ofensivas. Le agradeceré que se vaya.
Intentaba expresarse con gran dignidad, pero de repente se dio cuenta de que Narraway había dicho exactamente lo que quería decir: temía por ella. Su expresión estaba cargada de emoción, por lo que resultaba curiosamente vulnerable. Estaba muy rígido porque temía por la seguridad de Charlotte y no estaba acostumbrado a preocuparse por esas cuestiones. Se sentía desnudo.
La mujer reparó en el ardor de sus mejillas y miró hacia otro lado.
– Le garantizo que no tengo la menor intención de volver a ver a sir Charles -dijo con seriedad-. No deseo entorpecer sus investigaciones ni hacer que Thomas se angustie por mi seguridad, pero creo que el proyecto presentado en el Parlamento es peligroso y seguiré haciendo lo que esté en mis manos para ayudar a los que se oponen a él. Buenas tardes, señor Narraway.
– Buenas tardes, señora Pitt -se despidió en voz baja y se dejó acompañar hasta la puerta.
Charlotte no volvió a mirarlo a los ojos porque le daba miedo lo que podría ver y no quería sentirse obligada a reconocerlo. En ese caso Narraway sabría que ella se había dado cuenta, y lo mejor era que eso nunca ocurriese.
Charlotte cerró la puerta en cuanto el jefe de la BrigadaEspecial la franqueó, permaneció inmóvilunos segundos y respiró con dificultad.