11

Pitt vio que el bote se deslizaba por el agua; tuvo un ataque de cólera que casi lo dejó sin respiración. ¡Había cometido un increíble y fatal error! ¿Qué era lo que se le había escapado? Voisey tenía tantas ganas como él de que detuviesen y acusaran a Piers Denoon. Era la conexión definitiva entre Wetron y los atentados. Era la prueba innegable de la corrupción policial.

El hombretón de cubierta se aproximó y se agazapó ligeramente, como si se dispusiera a golpearlo.

– ¡Mike, apártate de mi camino! -espetó al joven rubio que intentaba zafarse de la llave de Pitt.

Pitt solo podía ver a otra persona: el hombre mayor que se encontraba en la cabina.

¿Por qué había creído a Voisey cuando dijo que Piers Denoon estaba allí? Se lo había tragado porque se había acostumbrado a creerle. Se había dejado llevar por las prisas de la persecución y la expectativa del triunfo y había olvidado lo que era y siempre había sido Voisey. ¡Hasta cabía la posibilidad de que supiese dónde estaba Piers Denoon!

El hombretón se detuvo, momentáneamente confundido al ver que Pitt sujetaba al joven por la parte delantera del cuello, pero el respiro fue efímero. El otro subía los peldaños con una barra de hierro en la mano.

La única posibilidad que tenía el policía era retroceder y saltar por la borda con la esperanza de no golpearse con los palos sueltos y las cajas que había en cubierta o con cualquier cosa que flotase en el agua. Tenía muchas probabilidades de ahogarse. Estaba a treinta metros de la orilla y la corriente era fuerte y arrastraba hacia el mar. El agua estaba fría y llevaba botas y chaqueta. Tendría suerte, muchísima suerte, si conseguía llegar a la orilla sin darse con las barcas que se desplazaban río abajo y con las que podía chocar, perder el sentido, enredarse y acabar en el fondo del río. Bastaba con que se enganchara un trozo de la ropa con un palo o un madero medio sumergido y no tendría salida, sería arrastrado.

Retrocedió con mucho cuidado, arrastrando consigo al joven, que seguía forcejeando, soltando patadas e intentando arañarlo. Pitt pagaba el precio de su profunda estupidez. Narraway, Charlotte e incluso Vespasia se lo habían advertido. ¿Por qué Voisey había corrido el riesgo de que Charlotte utilizase las pruebas que inculpaban a la señora Cavendish? ¡Porque si las empleaba no tendría con qué defenderse a sí misma ni a los niños! Ese pensamiento le revolvió las entrañas hasta convertirse en un dolor físico.

– ¡Salte!

El sonido lo sobresaltó tanto que tropezó, trastabilló, cayó hacia atrás, levantó del suelo al hombre que sujetaba del cuello y finalmente lo soltó. Cayeron juntos en el preciso momento en que el hombretón se lanzaba al ataque, golpeaba la vela recogida y dejaba escapar un chillido de dolor.

– ¡Salte!

En esta ocasión Pitt se puso torpemente en pie y se arrojó por la borda. Cayó en un pequeño bote de remos, que se balanceó tanto que entró agua. Por suerte el hombre que manejaba los remos logró enderezarlo, aunque con considerable esfuerzo.

– ¡Estúpido zoquete! -exclamó, aunque no muy enfadado-. Permanezca agachado por si alguno de ellos lleva pistola.

El hombre empezó a remar, se dirigió hacia el centro del río y se alejó de las luces. Maniobró entre los barcos anclados en medio de la corriente y se fue hacia la otra orilla. Pitt se enderezó sin incorporarse y, en cuanto quedaron fuera del alcance de las luces, se sentó en la popa.

– Muchas gracias -dijo, aunque no sabía si en realidad estaba mejor que antes.

– Ya me lo cobraré -replicó el desconocido-. Lo habría dejado donde estaba si no supiera que es la única persona con verdaderas posibilidades de impedir el proyecto de armar a la policía.

Aunque maltrecho e incómodo, Pitt se alegró enormemente de no estar en el agua.

– Y usted, ¿quién es?

– Me llamo Kydd -respondió el hombre y gruñó a medida que remaba.

– Fue una suerte que pasara por aquí. -Pitt intentó respirar con serenidad y calmar los latidos de su corazón. El aire le humedeció la piel-. ¿Es usted barquero o farero?

– Soy anarquista -replicó Kydd en tono irónico y con el rostro hundido en la oscuridad-. No estoy aquí por casualidad. Mi trabajo consiste en saber lo que ocurre. Si no intentara poner freno a la corrupción policial, le aseguro que habría dejado que lo matasen pero, como suele decirse, la política hace curiosos compañeros de cama… ¡incluso ha hecho una pareja tan rara como la formada por Charles Voisey y usted! Cometió usted un error. Supongo que a estas alturas ya se habrá dado cuenta.

Daba la sensación de que se aproximaban a la otra orilla, ya que Kydd viró el bote para colocarse de popa frente a la escalera. De todos modos, Pitt solo veía la negrura de los muelles y los almacenes sin luz. Debían de estar más abajo de la Dogand Duck, pues en ese caso verían las luces de lataberna.

– ¿Dónde estamos?

– En la escalera de St George -contestó Kydd-. Junto al almacén del ferrocarril. Le esperan una corta caminata y un coñac. Después emprenderá el regreso. En su lugar, yo cortaría por Rotherhithe y cogería el transbordador hasta Wapping. Yo no regresaría por el agua hasta un lugar que se encontrase río abajo.

Pitt aceptó el consejo en silencio y pensó en lo que Kydd acababa de decir. Amarraron el bote a una anilla de hierro y subieron por los resbaladizos escalones, pero la marea apenas había comenzado a cambiar, por lo que se encontraban cerca de la parte más alta. Pitt siguió la oscura figura de Kydd por el embarcadero. El viento era frío, la ligera niebla comenzaba a posarse, las luces se difuminaban y parecía que el aire húmedo pendía en gotitas. Río abajo resonó el penoso lamento de las sirenas de niebla.

Caminaron cerca de diez minutos hasta que, en un callejón todavía próximo al río, Kydd se detuvo, abrió una puerta estrecha y entró en un pasadizo caldeado. Cerró la puerta, colocó la tranca de madera, franqueó otra puerta y llegó a una estancia sorprendentemente cómoda y ordenada. Había tres sillas, una de madera y dos tapizadas; en la más grande parecía haber un sombrero desechado o un par de guantes de piel cogidos entre sí. Al oír los pasos de Pitt aquel bulto se desenroscó hasta mostrar cuatro patas y una cola, bostezó, parpadeó y comenzó a ronronear. Pitt calculó que el minino tenía poco más de tres meses.

Kydd lo cogió con una mano y, distraído, lo acarició.

– El coñac está allí. -Señaló el armario colocado junto a la pared-. Ante todo le daré de comer a Mite. Ha estado sola todo el día.

Kydd sacó del bolsillo un poco de carne y lo partió en trocitos. La gatita se lo arrebató casi sin darle tiempo y ronroneó agradecida.

Pitt abrió el armario y vio el coñac, así como varios vasos y copas. Escogió dos, sirvió sendas medidas y reparó en que la botella estaba casi vacía. Bebió su medida de un trago y dejó la otra copa en la mesilla, para Kydd.

– ¿Quiénes eran? -preguntó.

– ¿Los de la barcaza? -Kydd dejó a la gata en la silla y cogió el coñac-. Probablemente ladrones del río. Pero ¿qué estaba usted buscando allí?

– ¿Cómo supo que estaba en el río? -preguntó Pitt intrigado.

Mite se afiló las uñas, trepó lentamente por la pierna y por la espalda de Kydd y se colocó sobre su hombro. El hombre hizo una mueca de dolor, pero no la apartó.

– No lo sabía, pero imaginé que Voisey aguardaba a alguien. No fue más que una suposición afortunada.

– ¿Se ha dedicado a seguirme?

Kydd se puso muy serio. A la luz, su rostro mostraba unos pómulos altos y ojos azules.

– Quiero averiguar quién asesinó a Magnus. Necesito saber que no fue uno de los nuestros. Pero si lo fue, lo ejecutaré yo mismo.

La situación empezaba a estar más clara.

– Usted forma parte del grupo de Magnus -afirmó Pitt- y es quien ha tomado el mando.

Kydd no parecía impresionado.

– ¿Quién asesinó a Magnus? -repitió-. ¿Todavía no lo sabe? Alguien lo traicionó. ¿Fue su padre?

– ¿Su padre?

– Vino a buscarlo varias veces. Intentó convencerlo de que volviese al redil y renunciara a sus convicciones. -La expresión de Kydd era de salvaje diversión y en su tono había tanto dolor como cólera. Distraído, levantó la mano y acarició a la gatita, que seguía apoyada en su hombro-. Mite era de Magnus -añadió sin que viniera a cuento-. La rescató… o lo rescató. En realidad, no sé si es hembra o macho. Con los gatos es difícil saberlo.

Aquello fue un repentino acto de humanidad, que concedía a Magnus Landsborough una dimensión infinitamente mayor que la de cualquier idealismo. Pitt estaba furioso porque lo habían asesinado para provocar determinada reacción pública y crear el clima que contribuyese a aprobar una ley monstruosa.

– No, no fue su padre -respondió Pitt bruscamente-. Lo único que quería era que Magnus cambiase de parecer. Fue su primo Piers Denoon. Es a él a quien buscaba en la barcaza, quería detenerlo antes de que huyese del país. Desde aquí es fácil bajar por el río y cruzar el canal de la Mancha.

– ¿Piers? -Kydd no acababa de creérselo-. ¿Por qué? No tiene sentido. No le creo. -Su mirada era brillante y metálica.

– ¿Tal vez porque les proporcionaba fondos? -preguntó Pitt.

– Si usted piensa eso, también sabrá por qué no le creo. ¿Por qué motivo mataría a Magnus?

Kydd apartó a Mite de su hombro y tomó asiento en la silla.

– Por el mismo motivo por el que hizo todo lo demás que tiene que ver con la anarquía -repuso Pitt-. Porque lo chantajearon. No podía negarse porque, en ese caso, habría acabado en la cárcel, donde dudo mucho que hubiese sobrevivido.

– Lo habríamos ayudado. Como acaba de decir, no es difícil cruzar el canal dela Mancha para llegar aFrancia e incluso a Portugal.

– Tal vez lo habrían hecho por motivos ideológicos. Pero ¿habrían hecho lo mismo en un caso de violación?

Kydd se quedó sorprendido.

– ¡Violación! -repitió-. ¿Violación?

– Sucedió hace tres años. Violó a una chica. Tal vez la tomó por lo que no era. De todos modos, fue un acto muy violento y podrían haber hecho que pareciese incluso peor. La muchacha podría haber sido la hermana o la hija de alguno de los tipos que habría conocido en la cárcel.

La expresión de Kydd reveló que comprendía lo que eso significaría y es posible que, fugazmente, asomase un atisbo de compasión, pero no tardó en esfumarse.

– ¿Qué piensa hacer? Asesinó a Magnus… supongo que está seguro de que lo mató él.

– ¿Usted no? Piense un poco. Tuvo que ser alguien que sabía que regresarían a Long Spoon Lane; lo estaba esperando. Conocía a Magnus y no mató a nadie más. Ni siquiera disparó contra Welling o Carmody. Además, evitó que lo viesen.

La expresión de Kydd se endureció.

– Comprendo, tuvo que ser Piers. Es la única explicación con sentido. Pobre desgraciado. Supongo que me gustaría verlo colgando de la horca, pero ya no estoy tan seguro como antes. -Volvió a acariciar a Mite y fue recompensado con un ronroneo-. Vaya a hacer lo que tiene que hacer. Al salir gire a la izquierda. Camine por London Road hasta Onega Yard, pase Norway Dock hasta donde se convierte en Brickley Road y llegará a Rotherhithe Pier. Allí podrá coger el ferry. -No se puso de pie.

Pitt asintió.

– Gracias.

– No se moleste en volver aquí.

– No pensaba hacerlo. Como ya ha dicho, le debo un favor. -Se detuvo en el umbral-. Supongo que no ha tenido nada que ver con el atentado de Scarborough Street.

Pitt no pudo ver el desprecio de la expresión de Kydd, pero lo detectó en su tono de voz:

– También me gustaría ver ahorcado al responsable de ese atentado… si logra atraparlo. Por eso lo rescaté, me parece que usted es la única persona que intentará detenerlo.


Vespasia estaba a punto de salir a cenar con unos amigos cuando el mayordomo le dijo que el señor Pitt aguardaba en la entrada.

– Dígale al cochero que espere y haga pasar al señor Pitt -ordenó sin titubear.

Vespasia se dirigió hacia el gabinete. Las cortinas estaban echadas porque la noche era lluviosa y no le apetecía ver la luz que se reflejaba en los árboles mojados. Cuando llegó oyó que Pitt daba las gracias al mayordomo; luego, entró en el gabinete y cerró la puerta. Estaba pálido y parecía aterido. Su rebelde pelo estaba mojado por la lluvia y se rizaba caprichosamente. Tenía la cara y la ropa sucias.

– Estabas a punto de salir -dijo Pitt al ver el magnífico vestido de Vespasia; tenía las mangas anchas, y se veía el brillo del raso gris bajo los adornos de encaje de color marfil-. Lo lamento.

El tono de Pitt y la actitud decidida pero temblorosa de su cuerpo anularon cualquier posibilidad de que Vespasia desease salir.

– Es igual. -Quitó importancia con un ligero ademán y los diamantes de sus anillos reflejaron la luz-. ¿Le pido a la cocinera que prepare algo de cenar? Pareces… pareces un caballo que ha participado en una carrera decisiva… y ha perdido.

Pitt sonrió.

– En realidad, es posible que haya ganado. Así es. Tengo más frío que hambre y… -Calló. Estaba temblando.

– Siéntate -ordenó Vespasia-. ¡Haz el favor de quitarte la chaqueta!

Vespasia llamó al mayordomo. Cuando este se presentó, le pidió que enviase al cochero a casa de sus amigos y disculpase su ausencia. Ordenó que la cocinera hiciese cena para dos y al mayordomo que preparase inmediatamente una taza de chocolate caliente y que, en cuanto pudiera, limpiara y secase la chaqueta de Pitt.

– Bien, Thomas -dijo en cuanto se sentó frente a él-. ¿Qué ha pasado?

Se lo contó brevemente; solo se extendió cuando llegó a la muerte de Magnus Landsborough y a lo que Kydd le había referido.

– Lo siento. Será muy duro para la familia Landsborough, pero no puedo pasarlo por alto.

– Por supuesto -coincidió Vespasia con un nudo en la garganta que le impedía tragar saliva. Pensó en Sheridan y, un segundo después, en Enid. Estaban muy unidos, pero el hijo de ella había matado al de él. ¿Cómo lo soportarían?-. Supongo que no me habrías dicho nada si existiera la menor duda. -En realidad, no se trataba de una pregunta. Por espantoso que fuese, todo tenía sentido. Al menos Pitt estaba a salvo, por mucho que Voisey siguiera con vida-. Según Kydd, ¿el padre fue a ver a Magnus para convencerlo de que abandonase las ideas anarquistas?

– Sí. Me parece lógico. Si se tratase de mi hijo yo hubiera hecho lo mismo. Kydd se refirió a Magnus con respeto y, en mi opinión, con bastante afecto. Incluso adoptó a la gatita de Magnus.

– ¿La gatita de Magnus? -repitió Vespasia.

Era insólito. Magnus debería ser tan alérgico a los gatos como el resto de la familia. No podía tener un gato porque estornudaría sin cesar y tendría problemas para respirar.

– Sí, una gatita negra a la que llamó Mite. Solo tiene unas semanas, hace poco que abrió los ojos.

– Thomas, ese hombre te ha mentido. Los Landsborough son alérgicos a los gatos.

– Me parece una mentira absurda -opinó Pitt con actitud reflexiva-. Pero no cambia nada. ¿Estás segura?

– Absolu… -Estaba a punto de decir que lo estaba cuando se dio cuenta de que lo había dado por hecho porque sabía que tanto Sheridan como Enid eran alérgicos. Al parecer, su padre también lo había sido y lo mismo podía decirse de Piers. Sin embargo, quizá Magnus se había librado. En algunos aspectos se parecía más a su madre; por ejemplo, en la tez oscura. En lo referente a la estructura física era imposible saberlo, ya que tanto Sheridan como Cordelia eran bastante altos. Él seguía siendo delgado, pero ella había ganado algunos kilos. Varios años antes, cuando lo vio por última vez, no le pareció que Magnus tuviera un gran parecido con los Landsborough. Su cutis y la estructura ósea de su rostro eran distintos. Evocó su sonrisa y su hermosa dentadura.

Fugazmente recordó que en una ocasión había visto una sonrisa que le recordó a la de Magnus y que le provocó diversas impresiones. Tuvo una nueva y reveladora percepción que explicaba las pasiones que siempre había visto en los encuentros en casa de los Landsborough: el odio de Enid, la furia de Cordelia, la indiferencia de Sheridan. En el caso de que fuese cierto, todo adquiría un sentido espantoso, incluida la existencia de la gatita.

Pitt la observaba expectante.

Vespasia notó que todo daba vueltas y se sintió abrumada por un pesar salpicado por su propia culpa. Sheridan le había gustado muchísimo, en él encontró a un compañero, una diversión, una amistad sin obligaciones, sin expectativas ni intereses. Era como una soledad compartida, la comprensión ante la belleza marchita, una infinidad de pequeños placeres que a solas no se saborean totalmente. Ni siquiera había sospechado que existiera ese amor o esa pérdida. ¿Cuándo se enteró Sheridan?

– ¿Qué pasa? -Pitt se sintió obligado a preguntarlo; la respuesta podría ser importante.

Vespasia lo miró y se sorprendió de lo fácil que le resultaba contárselo. Ella era hija de un conde, mientras que la madre de Pitt había sido una criada y su marido había sido deportado a Australia por cazar furtivamente en el coto de su amo. Aquella situación era paradójica pero era mucho más sincera de lo que la mayoría de las personas podrían comprender.

– Me parece que Cordelia tuvo una aventura -respondió-. Magnus no era alérgico a los gatos porque Sheridan Landsborough no es su padre… su progenitor es Edward Denoon. Por eso Enid odia a su marido y a su cuñada. Por eso Sheridan no siente nada por su esposa y su indiferencia es el peor insulto que Cordelia puede recibir. De esta forma se explica todo lo que hasta ahora he entrevisto y comprendido a medias.

Pitt guardó silencio. Vespasia vio que pensaba en esa revelación, en las repercusiones que tendría y se preguntaba si guardaba relación con el asesinato… y hasta qué punto. ¿Piers Denoon sabía que no era su primo, sino su hermanastro a quien se había visto obligado a matar? ¿Wetron lo sabía y, en ese caso, le había importado? Probablemente, no. Solo se trataba de una tragedia paralela.

– ¿Qué harás? -quiso saber Vespasia.

Pitt parecía cansado.

– No lo sé. Tenemos que detener a Piers Denoon y acusarlo pero, de momento, el proyecto de Tanqueray es más importante. -Su rostro estaba tenso y tenía la piel pálida y ojeras-. De momento está ganando Voisey. Aún tiene las pruebas de la responsabilidad de Simbister en el atentado de Scarborough Street y su relación con Wetron. Siempre y cuando me haya dicho la verdad acerca de ese asunto… y no quiero ni pensar que no lo haya hecho.

– Claro. -Vespasia sentía un extraño vacío interior. Sabía que, si se le presentaba la menor oportunidad, Voisey traicionaría a Pitt. Ciertamente, hacía falta una cuchara muy larga para comer con el demonio. Pitt era un hombre que había sido testigo de numerosas tragedias y de todo tipo de mezquindades, como la arrogancia y el odio, pero aún se sorprendía cuando se encontraba frente al mal. Veía humanidad allí donde hombres más simples y menos generosos solo habrían hallado delitos. No era el momento de decirle que tendría que haber sido menos confiado. Probablemente lo sabía. Además, Vespasia no quería que su sobrino perdiese esa cualidad que no solo era su flaqueza, sino también su fuerza-. Más adelante habrá tiempo de pensar en él. -Sonrió con pesadumbre y con dulzura-. De todos modos, sospecho que tendremos que recurrir a toda nuestra imaginación e inteligencia. Voisey todavía no sabe que estás vivo. Es posible que mañana actúe como si hubieras muerto.

– ¿Te refieres al proyecto? -A Pitt se le hizo un nudo en la garganta-. ¿Cambiará de bando y lo respaldará?

– Si estuviera en su lugar, denunciaría a Simbister por el atentado en Scarborough Street y utilizaría esa prueba de corrupción para frenar el proyecto, al menos de momento.

– Y después, ¿qué?

La mirada de Pitt le indicó a Vespasia que ya sabía la respuesta. -También destruiría a Wetron -respondió ella-. Luego ocuparía su puesto, reunificaría el antiguo Círculo Interior y lo dirigiría como antes. Conociendo a Voisey, sé que se vengará de todos los que lo traicionaron.

Vespasia estaba en lo cierto. Pitt no merecía menos que los demás y a esas alturas no podían permitirse evasivas.

El investigador permaneció totalmente inmóvil. Se devanaba los sesos y su rostro manifestaba un desesperado agotamiento.

– Así es.

Vespasia guardó silencio unos segundos y finalmente añadió:

– Thomas, no te lo perdonará. Pitt levantó la cabeza.

– Ya lo sé. Todavía conservo la prueba que inculpa a su hermana en el asesinato de Rae. ¿Debo utilizarla? Si lo hago no me quedará nada para proteger a Charlotte, y Voisey lo sabe.

– Desde luego. Es el problema de tener un arma definitiva. Una vez que la has usado, ¿qué te queda?

Pitt la miró directamente y con miedo. La ligera sonrisa provocada por su vulnerabilidad suavizó su expresión de agotamiento.

– Supongo que Charlotte tampoco la usaría aunque me encontraran muerto en el río. La conservaría para proteger a Daniel y a Jemima. Voisey lo sabe. A veces me preguntaba por qué no se arrepentía de haberme asesinado. Tendría que haber pensado en esa prueba.

– Querido, pensar en lo que tendríamos que haber hecho no sirve de nada -puntualizó Vespasia-. Consultemos con la almohada los acontecimientos de esta noche y ya veremos qué nos depara el mañana. Iré a tu casa a las nueve en punto y leeremos los periódicos. Debes permitir que mi cochero te acompañe. Te ruego que no discutas.

Pitt no se opuso. Se sentía agradecido y así se lo dijo.


Pitt durmió mejor de lo que esperaba. Cuando regresó a casa no pensaba contarle a Charlotte los detalles de lo ocurrido. No quería asustarla más de lo necesario; también se dio cuenta de lo imprudente que había sido al creer las palabras de Voisey, por muy verosímiles que fuesen o por muy presionado que estuviera por las circunstancias.

Tal como habían ido las cosas, Charlotte había hecho demasiadas deducciones para ocultárselas sin mentir; Pitt descubrió que ella se mostraba mucho más comprensiva de lo que había esperado. El alivio de Charlotte era tranquilizador y no quería criticar a Pitt. Incluso coincidía con él en que no habría utilizado la prueba contra la señora Cavendish, precisamente por los mismos motivos que suponía su marido.

Cuando por la mañana despertó y bajó, Pitt se dejó absorber por las cuestiones domésticas hasta que los niños se fueron a la escuela. A continuación Thomas, Charlotte y Gracie ojearon la prensa de la mañana. Apenas habían leído los titulares cuando llegó Vespasia, seguida de Tellman y de Víctor Narraway. Todos estaban muy serios.

– Buenos días, Thomas y Charlotte -saludó Vespasia-. Me había tomado la libertad de llamar al señor Narraway para que se reuniese con nosotros. Pero por lo visto, el sargento Tellman tuvo la misma idea.

The Times estaba abierto en la mesa de la cocina. Todos los periódicos publicaban la misma noticia. Las variaciones radicaban en el aspecto al que atribuían mayor importancia.

Todo sucedió la víspera, justo a tiempo para que lo publicara la prensa del día siguiente. Pitt se dio cuenta de que todo estaba planeado. Voisey lo había preparado todo para que fuese exactamente así. No podía permitirse el lujo de conceder a Narraway el tiempo de reaccionar ni de que pensara que Pitt había muerto.

Por lo visto, Voisey acudió directamente al ministro del Interior con las pruebas de corrupción que implicaban a Simbister. En lugar de denunciar el asesinato de Magnus Landsborough a manos de Piers Denoon, había optado por hablar de la extorsión sistemática que se hacía a pequeños empresarios como taberneros, tenderos y fabricantes, gente corriente que trabajaba por peniques y chelines y que constituía la inmensa mayoría de la población.

De ahí pasó al hallazgo de los explosivos en el Josephine, a la prueba de que los había colocado Grover y a su estrecha relación con Simbister. Añadió un espectacular relato de su intento de asesinato por parte de Grover, así como del de un agente de la Brigada Especial, cuya identidad era imprescindibleproteger.

Fue una lectura emocionante. En todo momento se podía ver la indignación por semejante abuso de poder; el artículo estaba cargado de emociones y humanidad. Evidentemente era un tema que analizarían a lo largo de los días siguientes, tal vez durante semanas. Para poder seguir la noticia, los lectores comprarían los diarios en cuanto salieran.

El periódico de Denoon también se hacía eco de lo ocurrido, aunque con más moderación, y mostraba desconcierto ante esa tragedia. Ciertamente no tardaría en quedar aclarada y resuelta. Debía de tratarse de un caso aislado; era la única explicación convincente.

A pesar de todo, debían aplazar la aprobación del proyecto de Tanqueray de armar a la policía y darle más competencias. Era impensable que un hombre como Simbister pudiera estar al mando de un cuerpo armado.

– Solo será un respiro -reconoció Narraway muy serio-. Si no hay pruebas de que Wetron también está implicado en este asunto, se quedará en un caso aislado de un individuo corrupto que llevó por mal camino a una comisaría.

Gracie había puesto a calentar agua y el hervidor dejaba escapar una ligera bocanada de vapor. Estaba de espaldas al fogón, ya que acababa de mirar a Tellman; sus ojos se habían cruzado un fugaz instante. Las tazas estaban encima de la mesa de la cocina, junto a la lechera que había sacado de la despensa y el azucarero. La lata del té también estaba a mano.

– Al parecer, sir Charles vuelve a ser un héroe -declaró Vespasia secamente, mientras permanecía sentada en una de las sillas con respaldo rígido.

Charlotte permanecía junto al aparador que contenía la vajilla azul y blanca. Estaba demasiado tensa para sentarse. Dejó escapar una risa aguda.

– ¡Ojalá pudiéramos encontrar la forma de que todo se volviera en su contra! -Aludió de pasada a la ocasión en que habían sido más listos que él a raíz de la muerte de Mario Corena.

Narraway la miró. Su expresión era ilegible. En su rostro se detectaban emociones, pero resultaba imposible definirlas.

– Me temo que esta vez ha usado nuestro ingenio en contra nuestra -dijo y, aunque se dirigió a Vespasia, hablaba para todos. Si pensaba que era Pitt quien le había dado esa oportunidad a Voisey, no lo reflejó ni siquiera en el tono de voz-. Sospecho que ha utilizado a la Brigada Especial para reunir loque quería y arrebatárnoslo en el momento adecuado.

– ¡Tiene que haber algo que podamos hacer! -insistió Charlotte. Paseó la mirada de uno a otro de los presentes-. Si no tenemos poder ni armas, ¿no podemos volver las de ellos en su contra?

Narraway la miró con atención. Un tenue esbozo de sonrisa alteró las comisuras de sus labios, pero era de diversión, no de alegría.

Vespasia la entendió; Charlotte lo vio en la expresión de sus ojos. Como también era mujer, interpretó correctamente el discurrir de sus pensamientos: si eres lo bastante inteligente y conoces bien a tu adversario, la debilidad puede convertirse en fuerza.

– Hagamos una lista de todo lo que sabemos acerca de ellos -propuso Vespasia-. Tal vez podamos descubrir algo. -Miró a Tellman-. Sargento, usted trabaja a las órdenes de Wetron desde que Thomas dejó Bow Street. Seguramente ha hecho observaciones y se ha formado un juicio acerca de él. ¿Qué desea? ¿Qué teme? ¿Se preocupa por alguien que no sea él mismo, por alguien cuya opinión valora o necesita?

En cuanto se recuperó de la sorpresa inicial que le provocó la consulta de Vespasia, Tellman empezó a pensar. No era su manera habitual de abordar un problema, por lo que tuvo que hacer algunos esfuerzos.

Todos estaban expectantes. El hervidor siseó y Gracie preparó el té y dejó la tetera encima de la mesa.

– El poder -respondió Tellman, sin saber a ciencia cierta si era lo que a Vespasia le interesaba.

– ¿La gloria? -insistió Vespasia. El sargento estaba desconcertado. Pitt pensó en echarle una mano, pero al final se mordió la lengua-. ¿Le gusta que lo admiren o que lo quieran?

– No lo creo -contestó Tellman-. Me parece que prefiere que lo teman. Le molesta correr riesgos. Siempre se anda con tiento.

– ¿Es un hombre valiente? -preguntó Vespasia suavemente, con cierto sarcasmo.

Tellman esbozó una ligera sonrisa.

– No, lady Vespasia, yo diría que no. Me parece que no le gusta enfrentarse cara a cara con sus enemigos. Narraway asintió y no interrumpió. Vespasia frunció los labios y añadió:

– Que sea cobarde podría sernos útil. A los cobardes se les puede crispar y provocar para que actúen irreflexivamente, siempre que se les conceda poco tiempo y se haga que se sientan amenazados. -Se dirigió a Pitt-. Thomas, ¿sir Charles también es cobarde?

Pitt conocía la respuesta sin necesidad de reflexionar.

– No, tía Vespasia, si es necesario planta cara. En realidad, creo que le gusta.

– Porque está convencido de que ganará -declaró Vespasia-. Pero también quiere vengarse, ¿correcto?

Era una pregunta retórica y todos lo sabían.

– Sí -confirmó Pitt.

– ¿Wetron lo sabe? -prosiguió Vespasia y se volvió nuevamente hacia Tellman.

– Yo diría que sí.

– Y si no lo supiera podríamos decírselo -terció Charlotte. Narraway la miró bruscamente y frunció el ceño. La mujer se apresuró a añadir-: Siempre y cuando quisiéramos hacerlo.

– ¿Se refiere a ponerlos el uno contra el otro? -Gracie simplificó la cuestión con esa pregunta y sirvió el té.

Vespasia sonrió a la joven y declaró:

– Extraordinariamente sintética. Puesto que no tenemos armas y ellos sí, está claro que debemos utilizar las suyas o dejarlos ganar… posibilidad que me niego a aceptar.

Narraway miró a Pitt y luego a Vespasia.

– Wetron ha creado una red de corrupción cuyo tamaño todavía desconocemos. Esa red, en la que participan agentes de varias comisarías, extorsiona a la gente corriente de sus distritos y utiliza a ciertos criminales para hacer el trabajo sucio. Por ejemplo, a Jones el Bolsillo. Con los beneficios que obtiene, Wetron financia su imperio. Con la ayuda de hombres como Edward Denoon y su periódico ha exacerbado los sentimientos populares hasta el extremo de que la gente está dispuesta, mejor dicho, deseosa de armar a los policías y aumentar su poder, aunque no ha pensado en la posibilidad de que se cometan abusos. Se dan las condiciones para la aprobación de dicha ley. Los atentados y el asesinato de Magnus Landsborough han colaborado a que así sea.

Pitt lo entendía perfectamente y vio que Charlotte y Vespasia también lo hacían. Tellman permanecía con el ceño fruncido.

Narraway volvió a tomar la palabra, pero se cuidó de no mirar a Charlotte, como si temiese que sus miradas se cruzaran:

– Por lo visto, Voisey tiene suficientes pruebas para destruir a Wetron, para implicarlo con Simbister y el atentado de Scarborough Street, así como para relacionar el chantaje de Piers Denoon con el asesinato de Magnus. -Miró a Pitt-. ¿Voisey todavía tiene esa prueba?

– Sí -respondió Pitt a su pesar-. Tenemos las declaraciones del chantaje, pero Voisey posee la prueba que demuestra su complicidad en el atentado de Scarborough Street. Al menos ha dicho que la tiene.

– ¿Le cree?

Pitt titubeó.

– Sí.

Vespasia dejó la taza sobre el plato e intervino:

– Creo que lo que hay que plantearse es si Wetron puede permitirse el lujo de no creerle.

Una expresión de entusiasmo iluminó el rostro de Narraway.

– ¡Exactamente, lady Vespasia! Si Wetron lo sabe no puede permitir que Voisey siga vivo. Voisey está ansioso por recuperar el dominio y vengarse del hombre que se lo arrebató. Cree que ha destruido a Pitt. Concentrará su atención en Wetron sin perder un instante.

– Hay tantas probabilidades de que Wetron lo sepa como de que lo desconozca -precisó Pitt-. Es posible que de momento se dedique a garantizar que el Parlamento aprueba el proyecto. A pesar de que dice lo contrario, tal vez a Voisey también le gustaría para, a continuación, ocupar discretamente el lugar de Wetron en el Círculo Interior. Luego se encargaría de que uno de sus aliados ostentara el cargo de Wetron a fin de continuar con las extorsiones, aunque con mucha más discreción. Los atentados cesarían y habría un gran despliegue en el que cogerían a anarquistas, los juzgarían y los ejecutarían. Los que ostentan el poder se darían por satisfechos y Voisey recibiría la recompensa destinada a Wetron… se convertiría en un héroe… y daría un gran paso para llegar a ser, en el futuro, primer ministro.

Tellman apenas había hablado desde su llegada. Vespasia lo miró; sabía que era el único que estaba en condiciones de transmitir esas opiniones a Wetron, y supuso que se hacía cargo de la gravedad de la situación. En el rostro tenso y delgado del sargento vio que comprendía lo que ocurría. Es posible que también se hiciera cargo del peligro pero ¿qué decir del aspecto moral? Tanto Wetron como Voisey eran asesinos. Si alguno de los presentes interfería en su rivalidad, ¿hasta qué punto sufriría las consecuencias?

Vespasia echó un vistazo a Víctor Narraway y creyó intuir algunos conflictos en su interior: una faceta decidida y casi implacable de su personalidad, la que estaba acostumbrada a las amargas elecciones que acarreaba tener el mando, parecía luchar con algo más tierno y más frágil.

Vespasia se dio cuenta de que Pitt también había reparado en lo que ocurría. Lo que no esperaba era la comprensión de su mirada, la compasión fugaz, como si compartieran algo.

Gracie lo percibió en el aire, en las miradas y en los cuerpos rígidos y se asustó, por lo que instintivamente se volvió hacia Tellman.

– Samuel, ¿piensas decirle esto a Wetron? -Le tembló ligeramente la voz.

Tellman la miró con cariño, pero no vaciló.

– Nadie más puede hacerlo -respondió a Gracie-. No se atreverá a hacernos daño. Yo no he hecho nada… al menos es lo que Wetron supone -apostilló con pesar.

– ¡No seas tan modesto! -lo regañó la muchacha-. ¡Sabe perfectamente de qué lado estás! Ni le interesa demostrarlo ni te acusará, simplemente tendrá ganas de aplastar a alguien y serás quien está más cerca. -Se dirigió a Pitt-: Señor Pitt, tiene que impedírselo. ¡No es justo! Es imposible que…

– Es peligroso para todos -la interrumpió Narraway-. El sargento Tellman es la única persona a la que Wetron creerá. La otra opción es dejar ganar a Voisey. Señorita Phipps, recuerde que si gana todavía no se ha vengado de esta familia. -Hizo un gesto en el que la incluía-. No tardará en descubrir que Pitt sigue vivo y entonces no habrá quien lo detenga.

Gracie lo miró con furia, pero la protesta murió en sus labios.

– Saldrá bien -la tranquilizó Tellman-. Es la única salida. Debemos impedir que Voisey ejerza semejante poder. El señor Narraway tiene razón. Luego, vendría a buscarnos.

Gracie sonrió con tristeza, con la mirada cargada de orgullo y miedo y los labios tan apretados que era imposible saber si le temblaban.

Narraway hizo un gesto con la cabeza a Tellman.

– Sargento, no puedo ordenárselo pero, como acaba de decir, es el único que puede hacerlo.

– Sí, señor -confirmó Tellman. Vespasia miró fijamente a Narraway.

– Una vez que Wetron se deshaga de Voisey de la forma que le parezca más adecuada… o no lo consiga y Voisey se lo quite de encima, ¿qué propone que hagamos con el superviviente?

– Eso depende de quién sobreviva.

– Señor Narraway, no ha respondido a mi pregunta -precisó Vespasia con tranquilidad, pero su mirada era inflexible. El jefe de laBrigada Especial sonrió.

– Lo sé.

Pitt cambió ligeramente de posición. Vespasia se volvió para mirarlo y preguntó:

– Thomas, ¿qué opinas?

– Wetron no puede permitir que Voisey sea juzgado -respondió a su tía, aunque en realidad se dirigía a todos los reunidos-. Encontrará la manera de protegerse y, al mismo tiempo, quitar de en medio a Voisey. Sospecho que será violento.

Vespasia miró con preocupación a Charlotte y vio ansiedad en su expresión. Después observó a Narraway, que comprendía lo que pasaba. Si éste había evitado mencionarlo era por esa faceta más tierna de su persona, que Vespasia detectó durante un segundo pero no reconoció.

Narraway se dirigió a Tellman:

– Informe inmediatamente a Pitt y no tenga piedad. Si cae en la tentación de ser misericordioso recuerde los muertos de Scarborough Street.

Vespasia vio la expresión de disgusto de Tellman.

– No piense en Scarborough Street -añadió-. Esas personas ya están muertas o lisiadas. Piense en la próxima calle y en la siguiente.

Tellman no pensaba en otra cosa; poco después se despidieron. El sargento salió y caminó rápidamente un par de calles hasta llegar a Tottenham Court Road, donde cogió el primer coche que encontró hasta Bow Street. Si se concedía tiempo para pensar podía perder espontaneidad y las emociones que sentía tras haber estado en la cocina de Keppel Street. Tal como habían dicho, no había tiempo que perder.

Franqueó las puertas, pasó junto al sargento de guardia con el que cruzó un par de palabras y subió la escalera hasta el despacho de Wetron. No había preguntado a nadie si su jefe estaba porque todavía no había decidido si quería que alguien supiese lo que se proponía.

Llamó a la puerta del despacho de Wetron. La respuesta fue rápida e impaciente.

Tellman entró.

– Buenos días, señor -saludó sin titubeos y cerró la puerta. Su voz sonó tensa y algo aguda.

Wetron se encontraba de pie junto a la ventana. Se volvió y miró irritado al sargento. Su rostro denotaba ansiedad y también una especie de triunfo.

– Buenos días, sargento. Lamento lo que le ha ocurrido a Pitt. Nunca me cayó bien, pero sé que usted le guardaba cierta lealtad.

Tellman pensó a toda velocidad. A Wetron ya le habían dicho que Pitt había muerto… ¡qué rapidez! Tenía tres opciones: negarlo, reconocerlo como si también lo supiera o fingir que no estaba enterado de nada… y casi tres segundos para decidir cuál de las tres posibilidades servía mejor a sus intereses.

– Señor, ¿qué ha dicho? -Decidió ganar tiempo. No podía cometer el menor error.

– Esta mañana lo han sacado del río -contestó Wetron y lo observó con malicioso regodeo-. Parece que los anarquistas se lo han cargado.

– Ah. -Repentinamente Tellman se dio cuenta de qué quería hacer. Aprovechó la oportunidad de utilizar ese comentario como arma-. Parece que el señor Simbister pretende defenderse, ¿no le parece? Podríamos decir que es su último intento.

Wetron palideció. Durante unos segundos perdió la compostura. Le habría gustado enfadarse, gritar a Tellman y hacerle daño aprovechándose de su dolor, pero la sensatez prevaleció; decidió cuáles eran sus necesidades y habló con calma:

– ¿Está al corriente de la corrupción de Simbister?

– Señor, solo sé lo que he leído esta mañana en la prensa. Tengo mucha más información acerca de sir Charles Voisey.

– ¿Está seguro? -Wetron enarcó las cejas-. Sargento, ¿cómo se ha enterado? No estoy informado de que sus investigaciones lo hayan llevado a tener que realizar preguntas acerca de un parlamentario.

Tellman se estremeció. Sería muy fácil pecar de exceso de confianza, hablar de más o decir lo que no debía. Había llegado la hora de la verdad.

– Verá, señor -replicó humildemente-, cortejo a la criada de los Pitt y esta mañana, por casualidad, estaba allí.

– ¡Y se muestra totalmente indiferente ante la muerte de Pitt! -exclamó Voisey, desconcertado-. ¿Hay algún aspecto de su carácter que desconozco?

– Señor, que yo sepa, no. El señor Pitt goza de buena salud. Quizá el pobre desgraciado que sacaron del río se le parecía. Señor, me parece que sir Charles le ha mentido deliberadamente. -Se relajó un poco-. Por lo que sé, por lo que dice la señora Pitt y por mis propias deducciones da la sensación de que sir Charles le odia a usted. Por decirlo de alguna manera, es el responsable de la caída del señor Simbister.

Wetron permaneció impertérrito.

– Sargento, ¿qué lo lleva a pensar que eso es así? Había llegado el momento de decirle lo que Narraway necesitaba que supiera.

– Fue él quien comunicó a la Brigada Especial que el señor Simbister utiliza a ladrones y a otra gente desu calaña para cobrar a los taberneros, y fue él quien descubrióque la dinamita usada por los anarquistas se guardaba en un barcoatracado en Shadwell.

A Wetron le brillaron los ojos.

– Tellman, ¿cómo lo sabe? Por lo que dice parece que ha dedicado más tiempo a colaborar con la Brigada Especialque a cumplir su trabajo en el cuerpo de policía,que es el que le paga. ¿Adónde se dirigen sus lealtades? ¡Como siyo no lo supiera…!

– Señor, ya le he dicho que cortejo a la criada del señor Pitt. Esta mañana estuve en su casa y lo oí por boca del señor Pitt. Anoche sir Charles intentó asesinarlo, pero no lo consiguió.

– ¿Estaba usted presente? -preguntó Wetron.

Tellman se mostró ofendido.

– ¡Claro que no, señor! ¡Estuve de guardia en comisaría!

– Tellman, ¿a qué ha venido? -preguntó Wetron ásperamente, con los labios tan apretados que parecían el filo de un cuchillo.

– Señor, por lealtad a la policía. -Era una respuesta creíble. Al fin y al cabo, había pasado toda su vida en el cuerpo y Wetron lo sabía-. Me parece perfecto que el señor Simbister se vaya. Por lo visto es corrupto. Pero, el señor Pitt dejó escapar algunas palabras y he atado cabos. Señor, sir Charles también se propone prescindir de usted, poner aquí a un hombre de su confianza y llevar la misma clase de actividad en Bow Street, pero será él quien se quede con el dinero. Señor, esta es mi comisaría y no permitiré que ocurra. -Tellman respiró hondo y profundamente-. Señor, no diré que usted me caiga tan bien como el señor Pitt, pero tampoco estoy dispuesto a que salga perjudicado por algo en lo que no ha tenido arte ni parte. Me parece injusto. Tampoco quiero que uno de los policías de sir Charles Voisey dirija mi comisaría.

– Desde luego -musitó Wetron-. ¿Exactamente por qué cree sir Charles Voisey que puede «perjudicarme»?

– No lo sé exactamente, señor. -Tellman temblaba y se le había hecho un nudo en la garganta-. Es algo que tiene que ver con el chantaje y con el asesinato de un joven. Dice que tiene un papel que demuestra lo ocurrido y que puede inculparle.

Pareció que el silencio creciera y se expandiera hasta ocupar todo el espacio.

Wetron miró atentamente a Tellman e hizo un esfuerzo por controlar la ira y por mantener la cabeza fría para pensar. La verdad de las palabras del sargento quedó claramente de manifiesto en su reacción.

Tellman notó que el miedo aferraba con más fuerza sus entrañas.

– ¿Puede inculparme? -preguntó Wetron lentamente y con tono chirríame-. ¿Se atreverá?

El sargento tuvo la sensación de que le faltaba el aire.

– Sí, se… señor. Me pa… me parece que es lo que tenía planeado desde el principio. Nada le gusta más que la venganza. Por eso se alió con el señor Pitt… en contra del proyecto de armar a la policía… pa… para tenderle una trampa.

– Pero ¡si acaba de decir que Pitt escapó! -estalló Wetron.

Tellman respiró por fin.

– Así es, señor. Fue un golpe de suerte. Alguien navegaba por el río y lo rescató.

– Fue un grave error -declaró Wetron satisfecho-. Siempre hay que rematar personalmente el trabajo. Está bien, si sir Charles quiere mi puesto y los frutos de lo que he construido… ¡puede quedárselos! Muy bien, Tellman, excelente. En realidad, me ocuparé de que lo tenga todo… incluida la culpabilidad. -Consultó la hora en el reloj de la repisa de la chimenea-. Supongo que todavía está en su casa. Magnífico. Justamente donde guarda la prueba. Iré y lo detendré. -Con un repentino entusiasmo, le tembló ligeramente la voz cuando preguntó-: ¿Ha dicho que intentó asesinar a Pitt? En ese caso es un hombre violento. Será mejor que vaya armado, ya que podría resistirse. -Esbozó una sonrisa de oreja a oreja, sin alegría pero cargada de un placer salvaje-. Pitt es imbécil, pero que escapara de la aventura de anoche podría resultar útil. No mentirá. Si le preguntan dirá que Voisey intentó matarlo.

Wetron fue a un armario cerrado a cal y canto, quitó una llave de la cadena de su reloj y abrió la puerta. Escogió un revólver, lo cargó y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta.

– Tellman, no lo necesito -añadió al tiempo que se incorporaba-. Este es un asunto entre caballeros. Ha realizado un buen trabajo.

Pasó junto al sargento y cruzó la puerta con la espalda rígida y el revólver oculto bajo la gruesa tela de la chaqueta.

Tellman esperó a que Wetron desapareciera de su vista, momento en que bajó la escalera a toda velocidad y salió. Pitt lo esperaba en un callejón situado a doscientos metros. Debían seguir a Wetron y atraparlo en el momento justo, antes de que asesinara a Voisey. Entonces los pillarían a ambos y conseguirían las pruebas que faltaban. Dado el odio que se tenían, cada uno declararía contra el otro.

El sargento corrió por la calle y sus botas resonaron en las piedras.

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