La misma mañana que Pitt fue a St Paul para reunirse con Voisey, Charlotte telefoneó a Emily para decirle que iría a verla y que quería hablar con ella de un asunto de cierta importancia. Esta tuvo a bien cancelar los compromisos que tenía con la sombrerera y la modista y estaba en casa cuando su hermana llegó.
La recibió en la sala privada, la de los cojines con dibujos de grandes flores. El bastidor de bordado se encontraba junto a la cesta con los hilos de seda, bajo el cuadro del castillo de Bamburgh con el mar de fondo.
Emily llevaba un vestido de muselina de su color preferido: el verde claro. El corte era del año anterior, pero nadie se daría cuenta a menos que fuese un fanático seguidor de la moda. La línea de la falda, lo amplio de las mangas y la colocación de los abalorios o los lazos delataban ese hecho.
El paso del tiempo había sido muy generoso con Emily. Mediada la treintena, aún conservaba una figura esbelta, pues había tenido dos hijos en lugar de la media docena que habían parido muchas de sus amigas, y su piel poseía la delicadeza del alabastro, propia de las rubias naturales. No era exactamente hermosa, pero desprendía elegancia y carácter. Lo mejor era que sabía qué la favorecía y qué no le sentaba bien. Evitaba lo vulgar y para las ocasiones importantes escogía colores fríos: los azules y los verdes del agua, los grises y los granates de las sombras. No se vestiría de rojo aunque le fuera la vida en ello.
Charlotte estaba limitada por las restricciones económicas. Eran muchas las ocasiones en las que, para moverse en sociedad, había tenido que pedir ropa prestada a Emily, lo cual era un engorro porque medía cinco centímetros más, o a la tía abuela Vespasia. Por añadidura, ninguna de las dos poseía su tez cálida y con toques ambarinos, sus ojos grises y su pelo de color caoba.
Esta vez Charlotte solo iba a conversar con su hermana, por lo que el vestido de muselina azul grisácea y mangas amplias era totalmente adecuado.
– ¡Charlotte! -Emily la aguardaba en la puerta del gabinete, con el rostro muy animado. Le dio un rápido abrazo y retrocedió-. ¿Qué ocurre? Tiene que haber pasado algo importante, de lo contrario, no habrías venido a esta hora. ¿Se trata de uno de los casos de Thomas? -Su tono reveló un deje de apremio, casi de esperanza.
Charlotte recordó los tiempos en los que ambas participaban en las investigaciones de Pitt. En su mayor parte eran asesinatos, producto de la codicia o para evitar que se hiciese público algún pecado privado. En nombre de la investigación, juntas habían hecho cosas que en esos momentos parecían escandalosas, pero lo cierto es que no se avergonzaban. Habían descubierto la verdad y obtenido cierta justicia, aunque también había habido tragedias. Añoraba aquella época, aunque en el presente aquellas hazañas eran imposibles, ya que Jack se tomaba demasiado en serio su carrera parlamentaria y temía una indiscreción de Emily, y porque habían encomendado a Pitt a labores más secretas y peligrosas en la BrigadaEspecial. El cambio de Jack era positivo yel de Pitt, inevitable; por consiguiente, no servía de nadalamentarse.
– Hasta cierto punto tiene que ver con el trabajo de Thomas -respondió Charlotte. Siguió a su hermana al interior del gabinete y tomó asiento-. Está relacionado con el atentado anarquista de Myrdle Street, en el que Magnus Landsborough perdió la vida.
La alegría se borró de la cara de Emily.
– ¡Es espantoso! Toda esa destrucción es terrible, al igual que la muerte de Magnus Landsborough, aunque me pregunto qué hacía con esa gente. Hay un grupo en el Parlamento que intenta presentar un proyecto para armar a la policía y permitir que registre las casas con cualquier pretexto. Jack teme que acabe con la colaboración de los ciudadanos de estos últimos años y que, lejos de ayudar a la policía, dificulte enormemente su trabajo. -Su mirada se había ensombrecido-. No estoy segura de que sea tan importante como dice, pero me ha sido imposible convencerlo de que no se oponga.
Charlotte la miró. Emily estaba sentada y echada hacia delante en el elegante sillón. Tenía las manos rígidas y el rostro tenso de ansiedad. Pese a la luz del sol y a los colores que las rodeaban, a los jarrones con flores y al aroma del césped recién cortado que se colaba por la ventana entreabierta, en el gabinete se respiraba temor.
– ¿No quieres que se oponga? -quiso saber Charlotte.
Suponía que, después de que Jack desperdiciara su juventud, Emily debía enorgullecerse de él por decidirse a defender una causa e incluso debería sentirse aliviada por que tuviera un claro propósito. Su hermana lo había deseado durante mucho tiempo, había luchado por ello, insistido y lo había convencido.
Emily apretó con impaciencia sus delicados labios.
– ¡Charlotte, es una batalla horrible! -declaró-. Muchas personas están preocupadas por ello. Están asustadas y el miedo las vuelve peligrosas. Tanqueray, el impulsor del proyecto, no es alguien importante, sino un simple portavoz. Está respaldado por poderosos intereses y no habrá paciencia ni misericordia para quienes intenten bloquearlo.
Charlotte sonrió para sus adentros, por lo que apenas se notó en su rostro. ¿Acaso Emily suponía que las batallas de Pitt jamás eran peligrosas y que no tenía nada que perder? Era la primera vez que su hermana sabía qué significaba permanecer despierta y sola por la noche, sobrecogida de temor por alguien a quien quería de forma intensa y protectora… y a quien no podía ayudar. Ella estaba acostumbrada; aunque en realidad, no podía decir que eso fuera cierto, ya que nunca le resultaba fácil.
– ¿Sabes si hay alguien más implicado? -preguntó y evitó tocar el tema del peligro hasta tener la certeza de que su cólera no afloraría.
– ¡Podría darte montones de nombres! -respondió Emily sin dilaciones-. Algunos ostentan altos cargos y están totalmente dispuestos a arruinar a Jack o a cualquiera que se interponga en su camino. ¿Qué opina Thomas? ¿Está de acuerdo con que los policías vayan armados? Jack dijo que Thomas disentiría, aunque es posible que haya cambiado de opinión después del tiroteo de Long Spoon Lane.
Charlotte se mordió el labio. No pensaba transmitir su sensación de exclusión a Emily, pero le resultó casi imposible seguir manteniendo el secreto. Comprendía a la perfección los temores de su hermana y no debían separarse precisamente ero esos momentos.
– No quiere que armen a la policía -contestó quedamente y miró a Emily a los ojos-. Hay algo que lo inquieta mucho más de lo que me ha dicho y sospecho que no solo se trata de un peligro, sino de algo que lo apena y lo avergüenza, razón por la cual no quiere hablar de ello.
– ¿Has dicho que Thomas se siente avergonzado? -preguntó Emily sorprendida.
– No tiene que ver con él. -Charlotte, a la defensiva, corrigió el error que acababa de cometer-. Tiene que ver con la policía. Ha hablado de corrupción y me parece que es más grave de lo que admite. Prácticamente no tiene en quien confiar.
– ¡La corrupción…! -exclamó Emily bruscamente y el último resto de alegría se esfumó de su rostro-. No me extraña que Jack no quiera que los policías vayan armados. Si lograra demostrar que la corrupción existe…
– ¡No! -Charlotte estiró el brazo como si con la mano pudiese detener físicamente a su hermana-. Recuerda que Wetron está al mando de Bow Street, lo que tal vez significa que todo el Círculo Interior está implicado, que es como, decir el Parlamento o, al menos, buena parte de sus integrantes.
Emily tensó los músculos de la cara.
– ¿Sabías que el Círculo tanteó a Jack para que se hiciese miembro? Se negó. -Tragó saliva-. A veces lamento que haya obtenido un escaño. De no ser así podría haberse dedicado a otra profesión, tendría la conciencia tranquila y estaría a salvo. -Emily se mordió el labio; casi se arrepentía de haber hecho aquella confesión.
– ¿Estás segura? ¿Realmente preferirías que se dedicara a otra cosa? -preguntó Charlotte y sonrió sin entusiasmo ante su debilidad-. A veces yo también deseo lo mismo. Si Thomas se hubiera quedado en el cuerpo como agente e hiciera lo que otro le ordena, no tendría que tomar decisiones que tal vez no agraden a otros ni correría muchos peligros. Y seríamos más pobres, por descontado. En tu caso, si Jack hubiese permanecido en una posición de menos categoría, a ti no te habría afectado gracias al dinero que heredaste, pero a él le habría influido y se sentiría incómodo.
– Lo sé, lo sé. -Emily se dio por vencida y bajó la mirada-. De todas maneras, lo que nos habría gustado no viene a cuento porque solo podemos hacer frente a lo que tenemos. Hay algunas personas valiosas que se oponen al proyecto… como Somerset Carlisle. No podía ser de otra manera. -Mencionó a otros seis parlamentarios e hizo algunos comentarios irónicos y algo despectivos-. Por descontado, algunos de sus prósperos electores reclaman la paz en las calles, la seguridad en los hogares y la vuelta del imperio de la ley. Aseguran que la policía no es eficiente porque no la dotamos del poder y de las armas que necesita. -Miró firmemente a Charlotte-. Uno de los principales adversarios al proyecto y uno de los mejores oradores en contra de su aprobación es Charles Voisey.
– Vaya… -Charlotte empezó a pensar a toda velocidad. Se acordó de una oscura noche en Dartmoor, en la que, con la ayuda de Tellman, tuvo que huir con Gracie y sus hijos de la casita que tenían alquilada; de las largas noches que pasó en solitario en Keppel Street porque Pitt estaba en Whitechapel y no sabía cuándo regresaría… si es que volvía alguna vez. Thomas había tenido que vivir en pensiones y deslizarse por los callejones bajo la tenue luz de las farolas de gas, entre las sombras. Todo había sido por culpa de Voisey, por culpa de su odio. Tenía mucho sentido que librase esa batalla, aunque solo fuera para fastidiar a Wetron. Emily la observaba con atención, pese a que sabía relativamente, tal vez intuía mucho más-. No es el aliado que yo habría elegido -comentó Charlotte y sonrió con ironía-, aunque quizá sea mejor que nada.
– Yo también preferiría a otros. -Emily observó la expresión de su hermana y comprendió sus sentimientos, pese a desconocer los detalles-. Dicho sea de paso, por si no lo sabes, su hermana, la señora Cavendish, ha vuelto a la sociedad. Incluso se habla de que ha encontrado un buen partido para volver a casarse. Solo era un cotilleo. Tendré que averiguar lo que pueda acerca de los parlamentarios. Te aseguro que a veces me gustaría que las mujeres tuviésemos derecho de voto. Tal vez así se verían obligados a prestarnos más atención.
– ¡Deberemos esperar a que nos lo concedan! -replicó Charlotte-. Por favor, pensemos en qué ayudas podemos recabar ahora.
Evaluaron la cuestión unos minutos, plantearon propuestas y las aceptaron o las descartaron. Elaborar juntas un plan era algo que Charlotte había echado de menos; aquella situación le resultaba agradable, a pesar de la gravedad. Era casi la hora de comer cuando oyeron las pisadas de Jack en el exterior; segundos después se detuvo en el umbral. Parecía agobiado y se sorprendió de ver a Charlotte.
Emily se volvió hacia su marido y se puso rápidamente de pie. Su actitud revelaba una solicitud impropia de ella, pero Charlotte la conocía lo suficiente como para detectar sus temores. Saludó a su cuñado; este habló con ellas, pero daba la sensación de que las preocupaciones seguían dando vueltas por su mente y de que se había sorprendido de que Emily no estuviera sola.
Con la intención de explicar su presencia en la casa, Charlotte dijo:
– Estábamos hablando del proyecto de armar a la policía. Thomas está muy contrariado con ese tema.
– Sí, ya lo sé -confirmó Jack-. Ha venido a verme esta misma mañana, temprano. Ojalá pudiera haberle dicho algo útil.
Tomó asiento en un sillón grande y mullido y se reclinó, pero en modo alguno pareció relajado. Sonrió a Charlotte, pero apenas la miraba.
Emily permanecía de pie en el centro del gabinete. La luz del sol formaba dibujos brillantes en la alfombra y en la madera brillante que la rodeaba. El aroma de los tulipanes tardíos era embriagador a causa del calor.
– Intentamos pensar en quién más puede prestar ayuda -explicó Emily-. Se nos han ocurrido algunas ideas. Jack frunció el ceño.
– Preferiría que no te involucraras -pidió a su esposa-. Agradezco tu ayuda, pero esta vez prefiero que no me la prestes. -Jack notó que Emily se tensaba y vio una mezcla de cólera y desdicha en su expresión-. La situación se pondrá muy fea. La gente está asustada. Como la policía no sabe quiénes son los anarquistas, Edward Denoon se ha dedicado a soltar los fantasmas de la violencia, como si todos corriéramos el peligro de sufrir un atentado con bomba.
– ¡Ya los encontrarán! -exclamó Charlotte con más brusquedad de la que pretendía. El comentario de Jack parecía una crítica a Pitt-. No podemos pretender que la policía resuelva un asesinato en un par de días.
A pesar de que apenas era mediodía, Jack parecía agotado.
– Así es -coincidió cansinamente.
Emily estaba muy pálida.
– Si no puedes ganar, no eches a perder tu carrera en el intento -declaró y tragó saliva-. Carece de sentido. Ni defiendas ni te opongas al proyecto. Ya lo rechazarán Somerset Carlisle y Charles Voisey. ¡Te prometo que no pediré ayuda a nadie! -Su marido permaneció en silencio-. ¡Jack! -Emily avanzó un paso hacia él-. Jack…
Charlotte sintió un escalofrío de sorpresa y de alarma. Reparó por primera vez en lo asustada que estaba Emily y se preguntó cuánto tiempo había convivido ella con el temor de que Pitt resultara herido emocional o físicamente. Se hizo cargo del apremio de su hermana, que no estaba acostumbrada a sufrir semejante ansiedad; siempre se había sentido segura. Charlotte también percibió con toda claridad la cólera de Jack por verse obligado a hacer algo que lo asustaba y de lo que, por otro lado, no podía librarse. Intuía que habría dolor y un choque de voluntades en el que no debía entremeterse.
Se puso de pie y sonrió a Emily.
– Creo que, después de todo, deberíamos abandonar este asunto.
– Charlotte tiene razón -acotó esta con firmeza-. Al fin y al cabo tal vez no sea tan malo. La policía tiene que poner freno a los delitos. Es lo que todos deseamos.
– No es esa la cuestión -puntualizó Jack-, sino el modo en que se lleva a cabo. Además, la anarquía no es el único delito.
– Desde luego que no -coincidió Emily-. Todos dicen que también han aumentado los asaltos, los robos con allanamiento y los incendios provocados. Además de la violencia en las calles, la prostitución, las falsificaciones y cualquier otro delito que se te ocurra.
– No es a eso a lo que me refería. -Jack parecía desdichado, como si todo ocurriese contra su voluntad-. Emily, tengo que oponerme al proyecto. Es un error. Está…
– ¡No, no tienes por qué oponerte! -aseguró acaloradamente su esposa-. Además, no puedes ganar. Ya se ocupará otro. Que se oponga Charles Voisey si le apetece. ¿A quién le importa lo que pueda ocurrirle? O que lo haga Somerset Carlisle, si es tan corto de miras como para hacerlo. -Dio un paso hacia su marido y apoyó suavemente las manos en las solapas de su chaqueta. La luz del sol sacó fuego de los diamantes de su sortija-. ¡Jack, te lo ruego! Vales demasiado como para echar a perder tu carrera luchando por una causa que está perdida de antemano. -La mujer tomó aire para seguir hablando.
Jack la interrumpió:
– Emily, eso no es todo.
La cogió delicadamente de las manos y las apartó. Su tono era tajante. El encanto que solía desprender espontáneamente se trocó en una resolución casi fría. Se diera o no cuenta Emily, Charlotte sabía que esa decisión se mezclaba con el miedo. Su cuñado se sentía obligado a oponerse al proyecto por mucho que supiera que pagaría un precio muy alto.
– ¿Qué más hay? -Emily estaba contrariada. La situación le parecía totalmente irracional, como si su marido se lanzara al peligro voluntariamente-. Además, la policía ya tiene armas. ¡De lo contrario, los agentes no habrían mantenido un tiroteo en Long Spoon Lane! Que les den más armas si las necesitan. Si detienen a demasiadas personas en la calle o registran sus hogares, el Parlamento podrá modificar el proyecto.
– No puedes modificar los sentimientos solo porque es lo que te gustaría -puntualizó Jack.
Charlotte se acercó al marido de su hermana.
– Jack, acabas de decir que eso no es todo. ¿Qué más hay?
– No es más que una suposición -declaró con cara de preocupación-. Tal vez no ocurra, pero tengo que luchar como si estuviera ocurriendo. -Se volvió para mirar a Emily y se disculpó-: Lo siento mucho, pero no hay otra posibilidad. Quieren añadir el derecho a que la policía interrogue a los criados sin el conocimiento o el consentimiento de los dueños de la casa. Emily se quedó atónita.
– ¿Que los interroguen acerca de qué? ¿De mercancías robadas? ¿De armas?
– Nadie lo sabrá, ¿de acuerdo? -La habitual sonrisa seductora de Jack se esfumó-. Esa es, precisamente, la cuestión. ¿Quién estuvo en la casa, cuánto dinero se gastó, adonde lo trasladó el cochero, con quién habló, a quién le escribió cartas, quién le escribió a usted? ¿Qué dijeron? ¡Podrán interrogarlos acerca de lo que quieran!
Emily meneó la cabeza.
– ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué tendría que importarles lo que digan unos criados?
Charlotte veía que aquello era una monstruosidad, pero estaba más familiarizada con el trabajo de la policía y conocía el temor de Pitt a la corrupción.
– Dará carta blanca al chantaje -intervino con voz baja-. Si plantean las preguntas adecuadas, pueden dar a entender prácticamente cualquier cosa. Viviríamos sometidos al terror de las murmuraciones y los malentendidos. ¡Es francamente paradójico! En el pasado los criados vivían con el miedo de perder su reputación si su señor o su señora hablaban mal de ellos. Me parece entrever qué sucedería ahora. Viviríamos atemorizados por los criados. Bastaría una palabra a la policía para acabar con nuestra reputación. Es imposible que aprueben semejante proyecto, ¿verdad?
Jack se volvió y la miró cabizbajo.
– No lo sé. Piensa en el poder que otorga. Basta un agente de policía deshonesto, simplemente indiscreto, o alguien que busca un favor o se siente insultado. Las posibilidades son infinitas. En principio sería una ley que solo se usaría en caso de que existan sospechas de anarquía o traición, pero luego se empleará para robos, sospecha de malversación de fondos, de conspiración para cometer un fraude o de chantaje a los chantajistas. La policía podrá hacer prácticamente lo que le venga en gana; todos seremos vulnerables.
– Pero nosotros no tenemos nada que… -comenzó a decir Emily.
– ¿Nada que ocultar? -preguntó Jack y enarcó las cejas-. ¿Quién ha dicho que debe ser cierto? ¿Qué sucederá con un criado descontento, con uno al que hayan pillado robando o perezoso, impertinente, que bebe, apuesta, tiene una amante o, simplemente, quiere más dinero? -Su tono de voz se tornó tajante-. ¿Qué ocurrirá con un criado que esté asustado, enamorado, que se deje dominar fácilmente o que esté emparentado con alguien que tiene problemas o…?
– ¡Ya está bien! -gritó Emily-. ¡Lo he entendido! ¡Lo he entendido! Es monstruoso. No hay un solo parlamento en su sano juicio que esté dispuesto a aprobar semejante ley.
– ¡Emily, no se planteará en esos términos! -exclamó su marido, exasperado-. Parecerá muy sensato que la policía interrogue a los criados en privado. El señor o la señora no se enterarán a fin de proteger al criado y evitar que se le presione para que mienta y consiga conservar su puesto.
– Y ahora, ¿no pueden hacerlo? -preguntó Charlotte, desconcertada.
– Por supuesto que la policía puede interrogar a los criados o a quien quiera -contestó Jack-, pero no en secreto. ¡Sería como tener ojos y orejas en tu casa, en la mesa del comedor, en la cocina y en el dormitorio! La excusa es que se intenta protegernos de la anarquía, aquí radica la diferencia. La policía no tendrá que dar razones de su actuación. Ahora debe sospechar que alguien ha cometido determinado delito para interrogarlo abiertamente. Estamos hablando de que sería en secreto y sin dar explicaciones. Comenzaría despacio, pero iría en aumento sin que nos diéramos cuenta.
Emily bajó la mirada y declaró en tono resignado y de aceptación:
– Comprendo. Supongo que tienes que luchar.
– ¿Cuándo te has enterado? -preguntó Charlotte.
– Acabo de saberlo. Después de que Thomas se marchara a… supongo que volvió ala Brigada Especial. Tengo que decírselo. Necesita saberlo. Lo lamento. No queríapreocuparos con este tema.
Se volvió hacia Emily con el rostro fruncido de pesar y una mirada afable-. ¿Te das cuenta de los motivos por los que, cueste lo que cueste, tengo que luchar? De no haberme enterado me podría volver atrás, pero ahora lo sé.
– ¿Quién te lo dijo? -quiso saber Emily.
– Voisey. Es verdad. He visto el borrador.
– ¿Voisey? -repitió Emily, furibunda.
Jack le apoyó las manos en los hombros y la sujetó con firmeza, sin hacerle daño.
– Es verdad. Antes de actuar lo llevaré a las más altas esferas, si es necesario hasta el primer ministro, y te aseguro que seré el hombre más feliz de Westminster si se demuestra que es mentira, pero no sucederá. La propia policía lo ha solicitado. Asegura que la BrigadaEspecial no es suficientemente competentepara acabar con la violencia anarquista y el aumento de losdelitos. -Se estremeció ligeramente-. Con el fin de proteger alpueblo, la policía necesita esa competencia para utilizarla en casonecesario. No le dan importancia y aseguran que casi nunca laaplicarán, pero la cuestión es que en cuanto tengan poder paraactuar no podremos detenerlos, ya que como bien sabemos el podercorrompe y lo hemos planteado de tal manera que no hay forma deimpedirlo.
Emily miró a Charlotte y nuevamente a Jack.
– De acuerdo -accedió-. Pero eso no impide que esté asustada.
– Yo también -reconoció Jack suavemente y le apartó la mano del hombro para acariciarle la mejilla-. Yo también.
Jack permitió a Charlotte que le contara a Vespasia lo que acababa de decirle. Después de comer, Charlotte declinó el ofrecimiento de Emily de utilizar su coche y empezó a recorrer bajo el sol de principios de verano los poco más de dos kilómetros que la separaban de la casa de Vespasia. El paseo le permitió sosegar su acelerada mente y ordenar sus pensamientos. El viento era fresco y cálido a la vez, las hojas de los árboles susurraban y el sol salpicaba el suelo de manchas. A su lado pasaban coches descubiertos en los que viajaban mujeres vestidas a la última moda, con sombreros extravagantes, diminutos y adornados con plumas y con enormes lazos y volantes de raso. Prácticamente no se fijaba en nada.
Llegó en el preciso momento en el que Vespasia, con un vestido de seda gris, estaba a punto de salir a realizar las visitas vespertinas. Tras ver la angustia y la desilusión de su sobrina, canceló sus compromisos.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó en cuanto tomaron asiento.
La tranquila estancia estaba orientada al jardín y a la rosaleda; solo el rosal trepador amarillo, que era el primero en florecer, daba un toque de color.
– Estaba hablando con Emily acerca del proyecto de armar a la policía y concederle más competencias -respondió Charlotte-. Jack regresó de Westminster y nos contó la nueva dimensión que ha adquirido el asunto, mucho peor de lo que hasta ahora yo sabía, y que ya era bastante malo. -No se anduvo con rodeos, ya que con Vespasia no solo habría sido innecesario, sino insultante. Se conocían y se comprendían perfectamente-. Al parecer, los ánimos están exacerbados y es posible que se calienten todavía más si se denuncian más delitos de los habituales.
– De eso podemos estar seguros -reconoció Vespasia, muy seria-. Claro que nosotros también tenemos recursos. Supongo que Jack se pondrá firmemente de nuestra parte. El joven ha respondido bastante bien. También podemos contar con Somerset Carlisle. Siempre ha luchado contra cualquier injusticia, sin tener en cuenta el coste personal. -Charlotte tuvo la sensación de que una sombra oscurecía el rostro de Vespasia y esperó, ya que hacerle preguntas habría equivalido a entremeterse-. Hasta hace poco habría asegurado que lord Landsborough se opondría vivamente a este proyecto -prosiguió Vespasia en tono sereno y apesarado-. Su influencia habría bastado para que dos o tres ministros cambiasen de parecer. Pero puesto que quien murió era su único hijo, es posible que ahora opine de otra manera o que prefiera mantenerse al margen. -Adoptó una expresión de contrariedad-. Has dicho que era peor de lo que suponías. ¿Ha habido alguna novedad?
– Sí. Todavía no ha ocurrido, pero Jack se ha enterado y está profundamente asustado. -Charlotte notó el temor en su propio tono de voz-. Se proponen añadir una disposición para que los agentes de policía puedan interrogar a los criados sin el conocimiento o el permiso del señor o la señora de la casa.
Vespasia se quedó de piedra.
– ¿Interrogarlos acerca de qué?
– De lo que quieran. Dado que se realizará en secreto, nadie se enterará.
Charlotte miró a su tía y vio cómo se alteraba su rostro cuando comprendió qué significaba dicha ley.
– No creo que la aprueben. -Vespasia exhaló aire lentamente-. Abrirían la puerta al chantaje. Sería como si… -Ni siquiera se molestó en terminar la frase-. Supongo que es producto del miedo, de no pensar de antemano en lo que sucederá. -De repente parecía agotada-. A veces me desespera lo obtusa que puede ser la gente. Habla con cualquiera que haya tenido que tratar con criados; son seres humanos como todos: buenos, malos e indiferentes. Al igual que nosotros, tienen pasiones y rivalidades, codicias y ambiciones. Es posible manipularlos aunque, en ocasiones, son ellos los que manipulan. Algunos dicen lo que quieres oír simplemente para que estés contenta. Otros corren el riesgo de llamar la atención o se esfuerzan por superar a un rival.
– ¿Es posible que las esposas convenzan a los parlamentarios de que no pueden ser tan idiotas? -preguntó Charlotte, aunque no se hacía ninguna ilusión-. ¿No te sorprende lo que la gente es capaz de hacer cuando está asustada? De todos modos, me parece que tenemos un aliado.
– ¿Quién?
– Charles Voisey -replicó Charlotte y sintió un escalofrío a pesar de encontrarse en aquella estancia iluminada por el sol.
Vespasia permaneció inmóvil, con el mentón en alto y la mirada perdida.
– Ya veo. ¿Lo hace por amor a la libertad o por odio a la policía, representada en el inspector Wetron?
– Por odio -se apresuró a replicar Charlotte-. De todos modos, no es el odio que siente por Wetron lo que me asusta, sino que Thomas se ha involucrado en la cuestión y están en el mismo bando.
Apenas me ha hablado de ello… en realidad, se muestra esquivo, lo que no es propio de él. Sé que Voisey está implicado. Me lo ha dicho Jack. Tengo miedo de lo que Thomas pueda hacer. Ni siquiera sé si sabe que alguien es capaz de dejarse consumir por el odio, como Voisey.
Charlotte se mordió el labio y tuvo la sensación de que hablar con tanta libertad era traicionar a Pitt, pero si no era franca no podría pedir ayuda a su tía, que probablemente sería lo único que se interpondría entre Pitt y el desastre. Vespasia asintió lentamente.
– Conozco a la gente como Voisey -añadió Charlotte-. Thomas no sabe cómo son. Cree que los caballeros con cierta educación también poseen determinadas cualidades y que hay actos que no se rebajan a realizar, pero no es cierto. -Miró desesperada a la anciana-. Casi siempre Thomas da una segunda oportunidad. No odia… al menos, no siente ese odio implacable que vi en la mirada de Voisey cuando la reina le concedió el título de sir. Sería capaz de todo con tal de vengarse de nosotros.
Vespasia dejó escapar un suave suspiro.
– Por lo que dices, deduzco que no tienes idea de qué es lo que Thomas se propone y que tendría que ver con Voisey.
– No lo sé.
– En ese caso, debemos buscar munición que podamos usar contra Voisey. Podría ser necesaria. Sabemos muy poco de él. Nos convendría recordar la historia de David y Goliat…
– ¿Es realmente un Goliat? -preguntó Charlotte con pena-. Sé que en la Biblia gana David, pero en lavida con demasiada frecuencia son los seres como él los perdedores.Supongo que, si no fuera así, el relato no tendría sentido. -Esbozóuna sonrisa torcida-. Estoy bastante segura de que nuestra causa esla de Dios, pero no tengo tanta fe en nuestra justicia como parapresentarme ante el ejército filisteo al completo, armadaúnicamente con una honda y un par de piedras. Me falla la fe,¿verdad? ¿O acaso soy más modesta y realista? -Bromeó paradisimular el doloroso temor que corroía su interior cada vez quepensaba en Pitt.
– No tengo la menor intención de enfrentarme en solitario a Goliat -aseguró Vespasia con cierta aspereza-. Sólo me refería a que llevaba una armadura impenetrable que, sin embargo, dejaba al descubierto sus sienes… un espacio pequeño pero muy vulnerable para alguien con excelente puntería. ¿Cuál es el punto débil de Charles Voisey? Tenemos que apuntar con precisión.
– ¡No lo sé! -Charlotte tragó saliva y suspiró, temblorosa-. Discúlpame, creo que el miedo se ha apoderado de mí. Thomas está muy trastornado por la corrupción policial. Al menos una parte corresponde a Bow Street, su antiguo distrito. No me gusta verlo tan dolido.
Vespasia suspiró.
– Supongo que, con Wetron al mando, era previsible que existiera corrupción. ¿Estás totalmente segura?
– No, pero es una suposición con fundamento -repuso su sobrina-. Tellman corteja a Gracie…
Vespasia sonrió con súbito y sincero placer.
– Querida, lo sé perfectamente. La echarás muchísimo de menos.
– Tienes toda la razón. No quiero ni pensar cómo será la vida sin los comentarios de Gracie. Me desagrada la idea de tener a otra persona en casa. Daniel y Jemima se quedarán desolados. De todos modos, sé que la vida de Gracie debe seguir adelante.
– ¿Y qué tiene que ver con la corrupción en Bow Street?
– Anoche y esta noche Tellman ha anulado su cita con ella -explicó Charlotte-. Eso significa que está haciendo algo de enorme importancia. De lo contrario, no dejaría de llevarla a pasear. No se lo explicó, por lo que ambas dedujimos que está trabajando para Thomas y, de momento, solo puede estar relacionado con la anarquía y la corrupción.
– Estoy de acuerdo. Parece lo más probable. -Vespasia movió afirmativamente la cabeza-. Por eso es imprescindible que averigüemos cuál es la debilidad de Voisey. Tiene que haber algo que le interesa, una pasión o una necesidad, algo que quiera conseguir o tema perder. Tal vez Thomas se siente limitado por su propio código de honor…
– Así es.
– Lo sospechaba. Y ambas lo queremos más si cabe porque lo tiene -apostilló Vespasia sin vacilaciones-. Tengamos que apelar o no a ella, debemos encontrar la manera de protegerlo. ¿Tienes idea de qué aspira conseguir Voisey con esa maniobra? ¿Es solo vengarse de Wetron?
Charlotte estaba a punto de responder afirmativamente, pero comenzó a cavilar.
– No lo sé. Tal vez se propone utilizar de algún modo a Thomas para destruir a Wetron y sustituirlo. Necesitamos un arma, ¿no es así? El problema es que me temo que, si tengo un arma, llegue a utilizarla.
Observó atentamente a Vespasia, escrutó sus ojos y buscó desesperadamente una respuesta reconfortante que aliviara el miedo que se había instalado en sus entrañas.
– Por supuesto que la usarías -replicó Vespasia con toda certeza-. Cualquier mujer lo haría si sus seres queridos estuvieran en peligro. Cuando se amenaza al marido o a un hijo, la mujer lucha a muerte y solo posteriormente piensa en las consecuencias, cuando ya es demasiado tarde para echar marcha atrás. Aun así, no creo que se arrepienta. De todos modos, seguimos necesitando un arma, aunque lo cierto es que a veces basta con saber que se tiene, no es necesario usarla.
– ¿Estás segura? -preguntó la joven, llena de dudas-. ¿No crees que se dará cuenta de que me marco un farol?
– ¿Qué farol? -preguntó Vespasia en tono quedo. Charlotte optó por cambiar de tema.
– Lamento haberte interrumpido. Espero no haberte causado demasiadas molestias. Te agradezco sinceramente que me hayas concedido tu tiempo. Eres la única persona a quien podía contarle lo que me pasa.
Vespasia sonrió y su mirada reflejó una alegría profunda.
– Los recados que tenía que hacer no eran urgentes -aseguró restándole importancia-. Te ruego que pienses en qué haces con respecto a Voisey. Dado que Jack y él están de acuerdo en lo referente al proyecto de Tanqueray, tienes sobrados motivos para interesarte por él. Ni por un segundo lo tomes por tonto o supongas que te subestimará. -Vespasia se puso en pie-. Analizaré con más profundidad el tema de la anarquía y las razones por las que un joven como Magnus Landsborough estuvo dispuesto a renunciar a una vida cómoda por ella.
Charlotte también se incorporó y concluyó en tono suave:
– Muchas gracias. Te lo agradezco sinceramente.
A última hora de la tarde, cuando Charlotte y su hermana se sentaron en la galería de visitantes de la Cámarade los Comunes, Emily exclamó:
– ¡Te ruego que no digas nada! -Estaba a punto de comenzar el debate sobre el proyecto de ley de Tanqueray. Estaban rodeadas por el frufrú de las sedas y el incesante movimiento de las damas; todas deseaban mirar por encima de la barandilla y vestían a la última moda. Emily se inclinó y susurró con impaciencia-: Allí está.
Charlotte siguió la dirección de su mirada, pero no divisó a Jack, cuya apuesta cabeza habría resultado fácilmente distinguible.
– ¿Dónde? -preguntó.
– Más o menos en la mitad, justo detrás del primer banco -contestó Emily-. Tiene el pelo castaño rojizo, como un zorro desteñido.
– ¿Qué has dicho?
– ¡Charlotte, me refiero a Voisey, no a Jack!
– Ah, sí, claro. ¿Dónde está Tanqueray?
– No lo sé. Creo que tiene alrededor de cuarenta y cinco años, pero no sé nada acerca de su aspecto.
Llegaron justo a tiempo. El portavoz, con peluca y toga, llamó al orden. El ministro del Interior mencionó el tema de los anarquistas y de la violencia generalizada en el East End. Añadió que el gobierno lo había analizado a conciencia y actuaría en consecuencia.
La leal oposición lanzó abucheos y siseos. Tras unos ruidosos instantes, se oyeron algunos insultos y aplausos y a renglón seguido se puso en pie un hombre con el rostro suave y franco. Las luces iluminaron su tupida cabellera, teñida de blanco en las sienes. El portavoz lo presentó como el ilustre representante de Newcastle-under-Lyme.
– Es Tanqueray -musitó Emily a Charlotte-. He reconocido su distrito electoral.
Ante todo, Tanqueray expresó el dolor de la Cámara por el miedo y las pérdidas sufridas por los habitantes deMyrdle Street; luego se explayó hasta incluir todo el East End. Serefirió a la posibilidad de que el anarquismo se extendiese portodo Londres.
– ¡Caballeros, debemos abordar inmediatamente esta amenaza! -declaró con fervor.
Como un solo hombre, los parlamentarios aguardaron con la respiración contenida. Tanqueray esbozó las medidas en las que había pensado a fin de que todas las comisarías de policía dispusiesen de armas. También propuso que se modificase la ley con el objeto de proporcionar a los agentes de patrulla el derecho de parar a cuantas personas quisieran y registrarlas o hacer lo propio en hogares o locales comerciales.
Los que estaban a favor lanzaron gritos de aprobación, aplaudieron a rabiar y se prepararon para obtener más información. La oposición no presentó argumentos de peso en contra.
Charlotte se tensó, a la espera de oír la inclusión de la medida que permitiría interrogar a los criados. Miró fugazmente a Emily, que continuaba a su lado, y esta le dirigió una ligera y apenada sonrisa.
Ante ellas, una mujer voluminosa con un vestido de bombasí apretó la mano de la joven que se encontraba a su lado.
– Ahí lo tienes, querida -murmuró impetuosamente-. Estaba segura de que nos protegerían.
Tanqueray detalló su plan e hizo múltiples comentarios acerca de las penurias sufridas por la gente corriente a causa de los robos, los incendios provocados y las amenazas de violencia. Los presentes recibieron sus palabras con murmullos de comprensión y agravio.
– ¡Debemos hacer cuanto esté en nuestras manos! -concluyó-. Nuestro deber para con el país consiste en ejercer el poder con la mayor discreción. Me comprometo a no descansar hasta que hayamos dotado a nuestros policías de toda la ayuda posible y de toda la protección necesaria para el cumplimiento de su tarea de mantenernos a salvo.
En cuanto Tanqueray se sentó, en medio de ensordecedores aplausos, Jack Radley pidió la palabra; contó con el enérgico apoyo de su jefe.
Emily sonrió, pero contuvo el aliento. Charlotte vio que cerraba los puños y notó que la tela de sus guantes se tensaba en los nudillos.
– Mi ilustre amigo ha hecho referencia a las penurias de la gente corriente -comenzó Jack-. Afirma justamente que debemos protegerlos en sus oficios y en sus vidas. Sus hogares y sus familias deben estar a salvo. Este es el cometido principal de la policía.
Sonaron murmullos de aprobación. Tanqueray parecía estar muy satisfecho de sí mismo.
El rostro de Voisey se ensombreció.
– Estoy convencido de que para ello no podemos negarnos a concederles los mismos derechos de dignidad e intimidad de los que nosotros queremos disfrutar -prosiguió Jack. Se hizo un incómodo silencio. Los presentes se miraron desconcertados. ¿A qué se refería ese parlamentario?-. ¿Entre los presentes hay alguien a quien le gustaría que los policías registrasen su hogar? -preguntó y miró a los representantes-. ¿Que leyeran sus cartas y revisaran sus pertenencias? ¿Que un policía echara un vistazo a sus ropas y efectos personales, su dormitorio, su estudio e incluso a los vestidos, las enaguas y los guantes de su esposa porque sospecha que ha ocultado algo que podría ir contra la ley?
Los murmullos de alarma se trocaron en cólera. Los parlamentarios se miraban en busca de apoyo, preguntándose si era posible que alguien aceptara aquellas ofensivas ideas.
Emily cerró los ojos y dejó escapar un gemido; tenía los hombros rígidos, echados hacia delante, y las manos cruzadas sobre el regazo.
Charlotte vio que su hermana estaba asustada. Sabía hasta qué punto el éxito social y político dependía de contar con valedores. Jack estaba muy cerca de conseguir el ascenso por el que tanto había luchado, y ahí estaba, decidido y empeñado en ganarse enemigos.
– Si pueden hacer todo eso -añadió Jack con temible claridad, como si hubiese tomado la decisión de sellar su propio destino-, ¿qué no harán por pura curiosidad? ¿Es posible que lean la factura del proveedor de vinos, la carta del sastre, del banquero, del suegro… y, que Dios nos perdone, de la amante? -Sonaron risas, pero eran nerviosas, sin alegría-. ¿Y cómo lo interpretarán los criados? -insistió y se encogió deliberadamente de hombros. Emily permanecía inmóvil, tan estirada como podía-. ¡Si la policía entra en casa y lo registra todo, la cocinera tendrá la tan ansiada excusa para despedirse!
Se trataba de una amenaza muy real. Nadie que hubiese encontrado una buena cocinera quería perderla. Con demasiada frecuencia el éxito o el fracaso social dependía de sus aptitudes.
Mentalmente, Charlotte lo aplaudió. Le pareció genial que con una sola frase hubiese recordado a los presentes sus comodidades materiales y su prestigio. Hubo murmullos procedentes de todos los bancos. Los presentes se miraron con expresión horrorizada.
Jack volvió a tomar la palabra en cuanto el ruido disminuyó un poco. No volvió a mentar a los criados. Se limitó a sostener que el éxito de la policía dependía en gran parte precisamente de las personas con más posibilidades de ser abordadas o registradas, y del apoyo de la comunidad. Puso ejemplos conmovedores y concluyó su discurso afirmando que, en su opinión, el proyecto de Tanqueray era desmesurado y totalmente inadecuado.
Dos representantes hablaron a favor de dicho proyecto usando argumentos lógicos y emotivos.
Fue entonces cuando Voisey se puso de pie. El silencio fue absoluto. La mujer de negro que se encontraba junto a Charlotte murmuró un comentario de aprobación. Charlotte no supo si ya sabía qué se proponía decir Voisey.
En primer lugar, alabó las palabras de Jack y su valor por pronunciarlas, dado el coste que posiblemente tendrían. También sostuvo que Radley no era un hombre que se movía por sus intereses, sino por principios. En ese momento Emily lanzó una pesarosa mirada de reojo. Charlotte la miró a los ojos y volvió a observar a Voisey. Dijera lo que dijese, estaba decidida a no olvidar jamás que era el enemigo. Debía estudiarlo hasta descubrir su punto débil personal o profesional: un sueño, una esperanza, un error, lo que fuese.
Voisey prosiguió; puso en duda la sensatez de dar armas a los hombres que habitualmente se ocupaban de los elementos violentos de la sociedad. ¿No sería la manera de que más armas cayesen en manos de los delincuentes, principalmente de los anarquistas? ¿No originaría guerras callejeras, de las que un buen número de inocentes acabarían siendo rehenes, víctimas y finalmente perdedores? Afectaría negativamente los negocios y, en última instancia, costaría votos. Ese argumento apelaba a los intereses menos nobles. A Charlotte le pareció despreciable. ¡Sin embargo, qué inteligente había sido! Nadie lo abucheó ni siseó. El discurso fue recibido con un perturbado silencio.
Charlotte y Emily permanecieron en su sitio hasta que se presentó la oportunidad de marcharse. Se disculparon, bajaron la escalera hasta el vestíbulo principal y salieron.
– ¡Sacrificará su carrera a cambio de nada! -exclamó Emily, furiosa.
Evidentemente, se refería a Jack.
– ¿Estás diciendo que solo debemos hacer lo correcto en el caso de que no nos cueste nada? -preguntó Charlotte con incredulidad; prácticamente no intentó disimular su tono horrorizado.
Emily la fulminó con la mirada y espetó:
– ¡No seas estúpida! ¡Solo digo que no tiene sentido realizar un sacrificio innecesario! Es mucho más práctico guardar la munición y utilizarla cuando sea útil. -Caminaba tan rápido que Charlotte tenía dificultades para seguirle el paso-. ¡La política no consiste en grandes gestos, sino en ganar! -prosiguió Emily; su elegante falda blanca y negra estuvo a punto de hacerla caer-. Representas a otros… que no te han elegido para hacer de héroe, pavonearte con gestos grandiosos e inútiles y calmar tu conciencia. ¡Te eligen para que las cosas cambien, no para que te lances ante los cañones del enemigo como la carga de la brigada ligera!
– Creía que te elegían para que representes sus opiniones -replicó Charlotte, que no hizo caso de la metáfora militar.
– Para que los representes con una finalidad, nunca inútilmente. ¡Eso lo podría hacer cualquier tonto!
Emily caminó todavía más rápido y Charlotte tuvo que acelerar el paso para seguirla. Sus faldas se arremolinaron y estuvo a punto de chocar con un joven que iba en dirección contraria.
– Lo siento -se disculpó.
– Está claro que no puedo esperar que lo comprendas -respondió Emily-. Nunca te has encontrado en semejante posición.
– ¡No era a ti a quien pedía disculpas! -espetó Charlotte, contrariada-. ¡He chocado con alguien!
– ¡En ese caso, mira por dónde vas!
– ¿Crees que eres la única mujer cuyo marido corre peligro por hacer lo que considera justo? ¡Me parece que te has vuelto increíblemente egocéntrica!
Emily se detuvo tan bruscamente que los hombres que caminaban detrás estuvieron a punto de chocar con ellas.
– ¡No es justo! -protestó sin hacer el menor caso de los hombres.
– Claro que es justo -aseguró Charlotte-. Discúlpennos -dijo a los desconocidos-. Está muy agitada. -Se volvió hacia Emily-. Si eres sincera contigo misma y conmigo, no desearías que él fuese de otra manera. Si tu marido evitase la cuestión, no perderías un segundo en ella; por otra parte, tal vez lo querrías, pero también lo despreciarías. Deberías saber que esa clase de amor es efímero.
Emily estaba consternada y su furia desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
– ¡Charlotte, lo siento muchísimo! -dijo, arrepentida-. Me aterroriza que se meta en un lío terrible y no sepa cómo salir. ¡Ya no sé qué hacer para ayudarlo!
Charlotte sabía perfectamente qué sentía Emily: impotencia y cólera porque era injusto, pero tendría que haberlo previsto. Sabía perfectamente cómo funcionaba la sociedad y, si se paraba a pensarlo, comprendería que Jack también lo sabía. Había elegido ese camino porque era lo que quería…, tal como Pitt había hecho tantísimas veces.
– No puedes ayudarlo, salvo creyendo en él -explicó Charlotte con cariño; lo único que deseaba era echarle una mano-. No permitas que dude de sí mismo y, por encima de todo, no debe pensar que no tienes confianza en él, por mucho que estés terriblemente asustada.
– ¿Es lo que harás? -quiso saber Emily.
– Más o menos -reconoció Charlotte-. A partir de este momento averiguaré todo lo que pueda acerca de Charles Voisey. Debe de tener algún punto débil y tengo que descubrirlo. Te mantendré al corriente.
A continuación esbozó una ligera sonrisa, se dio media vuelta y se alejó.
Había decidido observar a Voisey y, en el caso de que fuera posible, hablar con él.
Tal como sucedieron las cosas, fue el parlamentario quien habló con ella.
– Buenas tardes, señora Pitt.
Charlotte se volvió y vio que estaba a un par de metros de ella, con una ligera sonrisa.
– Buenas tardes, sir Charles. -Contuvo el aliento y tuvo que carraspear. Se enfadó consigo misma porque la había pillado con la guardia baja-. Ha pronunciado un discurso impresionante.
Las pupilas de Voisey apenas se dilataron tras el halago de Charlotte.
– Señora Pitt, ¿le interesa el tema de armar a la policía? Ahora su marido pertenece ala Brigada Especial. Está autorizado a llevar arma siempre que considere que lasituación lo justifica. -Bajó ligeramente la voz-. Por ejemplo, enel asalto en Long Spoon Lane. Debe de sentirse muy aliviada de queno resultara herido. Fue un episodio desagradable.
Voisey parpadeó lentamente y sonrió. Su mirada era severa y segura. El odio la encendió unos segundos; se dio cuenta de que no lo había disimulado.
– Desde luego -replicó Charlotte en tono casi sereno-. Pero la misión dela Brigada Especial consiste en ocuparse de resolver cuestiones desagradables y,por consiguiente, a menudo también tiene que ver con seresdesagradables. -Se obligó a sonreír, no porque supusiera que Voiseyle correspondería, sino para demostrarle que se dominaba más de loque imaginaba-. Me alegra mucho que considere insensato einnecesario dar a la policía más armas o competencias pararegistrar a la población sin demostrar que hay causas que lojustifican. Está totalmente en lo cierto cuando afirma que lacooperación de la gente corriente es la mejor ayuda, ya que sirve alos intereses de todos.
Voisey observó su expresión para ver si escondía otro significado. No supo si Pitt confiaba o no en ella y durante un fugaz instante Charlotte lo percibió.
– Señora Pitt, no sirve a los intereses de todos -puntualizó quedamente-. Es posible que satisfaga los suyos y los míos, pero existen otras personas con ambiciones distintas.
– No me cabe la menor duda -coincidió y titubeó, pues no estaba segura de si quería que supiese hasta qué punto lo comprendía.
Voisey lo notó y le sonrió.
– Buenas tardes, señora Pitt -añadió con un deje de humor-. Haberla visto ha sido un placer inesperado.
Se disculpó y se alejó a paso vivo. Charlotte se quedó con la extraña sensación de hallarse en desventaja, mientras el recuerdo de aquel instante de odio quemaba en su interior.
Vespasia se devanó los sesos en busca de una excusa razonable que le permitiese volver a visitar a Cordelia Landsborough. Nunca se habían caído bien y, a menos que se le invitara, a nadie con un mínimo de sensibilidad se le ocurriría visitar a una persona que acababa de perder a un ser querido. Solo había un pretexto aceptable: el deseo de Cordelia de ser imprescindible en la aprobación del proyecto de Tanqueray.
El coche recorrió las tranquilas calles de una zona residencial. Las elegantes casas con fachada georgiana miraban los árboles cargados de hojas nuevas. Había pocos transeúntes, en su mayor parte mujeres con faldas que agitaba la brisa y parasoles protectores.
Vespasia pensó en Charlotte y en el temor que había detectado en su voz cuando habló de tener un arma y utilizarla en el caso de que Voisey amenazase a Pitt. No era la posibilidad de resultar herida lo que la asustaba, sino la posibilidad de herir y la certeza de que lo haría.
De repente una idea cruzó por su mente. Cuando llegó a casa de los Landsborough y descendió del coche supo exactamente qué diría en el supuesto de que Cordelia la recibiese. A decir verdad, se preparó para que resultara muy difícil negarle la entrada.
Sin embargo, la hicieron pasar inmediatamente al vestíbulo sombrío y la acompañaron al gabinete. Cordelia estaba de pie junto a la ventana mirando el césped y las flores de principios de verano.
– Es muy amable por tu parte volver tan pronto -afirmó Cordelia, sin mordacidad en su tono ni en su rostro pálido y agotado.
Durante unos segundos, Vespasia la compadeció. Sus facciones severas y sólidas mostraban el dolor con más dramatismo de lo que lo harían unos rasgos más suaves y femeninos. Estaba ojerosa, unas arrugas profundas iban de la nariz a la boca y sus labios parecían exangües. Nunca se había maquillado; sus cejas eran negras y en ese momento parecían dos tajos abiertos por encima de sus hundidos ojos.
– Puedo parecer entrometida, aunque espero que no lo interpretes así -explicó Vespasia delicadamente-. No he dejado de pensar en el problema de la violencia anarquista y en el terror que despierta en la gente. Es algo contra lo que tenemos que luchar y admiro tu valor y tu generosidad al hacerlo en un momento en el que has sufrido una pérdida personal tan grande.
Por extraño que parezca, era verdad. A pesar de que Cordelia siempre le había desagradado y en ocasiones la había considerado cruel y demasiado indulgente, en ese instante su entereza impresionaba a Vespasia.
Es probable que Cordelia percibiese su sinceridad, ya que la reconoció:
– Te lo agradezco. Aprecio que no confundas mi compostura con indiferencia por la muerte de mi hijo.
– ¡Desde luego que no! Me parece una idea absurda y ofensiva -acotó Vespasia con ardor-. Siempre se llora a solas. He venido porque, tras analizar lo que debemos hacer para luchar contra esos actos, he pensado en algunos peligros y sé que no podemos permitirnos el lujo de esperar a que las circunstancias mejoren. Tenemos muchos enemigos, no personales pero sí de nuestra causa, que atacarán mientras crean que somos vulnerables.
Con expresión curiosa y consciente de la profunda ironía de esas palabras, Cordelia se volvió para mirarla. De todos modos, optó por concentrarse en el tema que Vespasia había planteado y preguntó:
– ¿Tenemos enemigos en el Parlamento?
– Por supuesto, y por diversas razones -se explayó Vespasia-. Algunos creerán sinceramente que no es aconsejable dar más poder a la policía y otros tendrán simpatías y ambiciones personales. Me temo que siempre hay gente que actúa por enemistades personales, dondequiera que conduzcan. No podemos permitir que nos tiendan una emboscada.
– ¿Una emboscada? -repitió Cordelia con incertidumbre-. Dado que has venido, por decirlo de alguna forma, con la espada en la mano, supongo que has elaborado un plan de defensa.
– Eso creo, pero no podré ponerlo en práctica sin tu colaboración -precisó Vespasia. Permanecieron de pie junto a la ventana y sus faldas se rozaron. Vespasia había ido a buscar información-. Estoy segura de que sabes mucho más que yo, pero debemos trabajar juntas.
Cordelia vaciló. Semejante idea era arriesgada, dada la relación que hasta entonces habían mantenido. No se dejaría convencer tan fácilmente.
Vespasia aguardó. No debía mostrar impaciencia porque entonces revelaría sus intenciones. Por muy profunda o sincera que fuese, la compasión no debía impedirle ver el carácter de Cordelia. Sonrió ligeramente y añadió:
– Al menos en este asunto.
Cordelia se tranquilizó.
– ¿Te apetece una taza de té?
– Encantada. Será un placer.
Cordelia accionó el tirador de la campanilla.
En cuanto la dueña de la casa pidió el té, ambas tomaron asiento y se acomodaron las faldas con movimientos casi iguales. Vespasia tomó la palabra y fue a por todas. Una vez establecida la alianza tenía que justificarla.
– Los que están contra nosotros atacarán nuestros motivos. Debemos cerciorarnos de que nuestras razones son aceptables y lógicas; serán las únicas que daremos. Si diéramos demasiadas explicaciones parecería que pedimos excusas. -Cordelia no se dejó impresionar-. No podrán criticaros a vosotros ni al señor Denoon. -Vespasia hizo un esfuerzo sobrehumano para disimular su impaciencia-. Probablemente tampoco podrán criticar al señor Tanqueray, aunque lo cierto es que no lo conozco lo suficiente para estar segura de ello. ¿Y qué decir del resto de nuestros aliados? La mejor táctica es atacar a los más vulnerables y derribar a los partidarios de uno en uno.
Un súbito brillo de inteligencia iluminó el rostro de Cordelia.
– Sí, tienes razón -confirmó-. Y también funciona a la inversa. Nos convendría saber quiénes son nuestros adversarios.
Vespasia controló su mirada y su tono de voz y mantuvo las manos apoyadas en el regazo. Era un juego peligroso, pero sabía perfectamente lo que hacía.
– Ni más ni menos. Somerset Carlisle será uno de nuestros adversarios. Es un excéntrico. -¡No podía decirse que esa definición explicara su participación en la retirada de los cadáveres de Resurrection Row! Claro que, excepto Pitt, nadie lo sabía-.Por otro lado, es muy apreciado -continuó sin inmutarse-. Ya han intentado difamarlo, pero no lo han conseguido. Por lo que tengo entendido, también está Jack Radley. Está lejanamente emparentado con mi familia y desempeña un puesto secundario en el Parlamento. Me temo que atacarlo se considerará un acto desesperado y no estaría bien que pareciéramos rencorosos o forzados a apelar a cualquier recurso.
– Hasta ahora parecen adversarios insignificantes -coincidió Cordelia-. ¿Hay alguien que deba preocuparnos?
Su mirada denotaba cierta diversión, pero estaba pendiente de todo y sabía que Vespasia había acudido con algún propósito.
– Sir Charles Voisey -contestó Vespasia con la esperanza de no haberse equivocado al llamar la atención de Cordelia acerca de ese hombre-. Ejerce mucha más influencia de lo que parece.
Cordelia enarcó inquisitivamente sus negras cejas.
– ¿Lo dices en serio? No había oído hablar de él hasta aquel asunto con los republicanos, sus disparos contra aquel italiano y la forma en que salvó a la soberana. Nunca sé hasta qué punto creer en estas cosas.
A Vespasia le dio un vuelco el corazón; sintió la intensidad de aquella pérdida como si hubiese ocurrido la víspera. «Aquel italiano» al que Cordelia se había referido tan condescendientemente había sido el gran amor de su vida. Se miró las manos apoyadas en el regazo porque no habría soportado cruzar la mirada con Cordelia.
– Voisey tiene muchos asociados -añadió en voz baja-. Tiene amigos y enemigos en muchas partes. Ya sabes cómo son estas cosas, los hombres contraen obligaciones y adquieren ciertos conocimientos.
– ¿Estás diciendo que…? -comenzó a preguntar Cordelia.
No pudo terminar la frase porque apareció una criada que le anunciaba la llegada de los señores Denoon. Esta quiso saber si debía hacerlos esperar en la salita o los hacía pasar.
A Cordelia no le quedó más alternativa que recibirlos. Fingió no darse cuenta de que la conversación había quedado interrumpida y ordenó a la criada que los acompañase.
Como era de prever, Enid vestía de negro, pero el luto quedaba suavizado porque en el cuello lucía un camafeo de extraordinaria belleza, al que su cabello rubio dotaba de una delicadeza y de una sensación de vida de las que Cordelia carecía. Saludó a Vespasia con interés y cierta sorpresa.
Denoon estaba muy serio. Se mostró cortés, pero no fingió alegrarse de ver a una relativa desconocida en lo que evidentemente suponía que sería una reunión familiar.
Cordelia enseguida explicó la presencia de Vespasia. En cuanto cruzaron los saludos de rigor, no se anduvo con rodeos ni hizo concesiones a las sutilezas.
– Lady Vespasia está muy preocupada por nuestros intereses -declaró sin ambages-. Acaba de advertirme no solo de la importancia de protegernos de los ataques políticos, sino de cuidar de nuestros aliados.
– Muy considerado por su parte, lady Vespasia -dijo Denoon con frialdad; su expresión reflejaba una clara condescendencia-. Pero es del todo innecesario. Estoy al tanto de esas corrientes. Es imposible dirigir un periódico si se es un ingenuo.
Cordelia estalló, quizá porque quería contar con la ayuda de Vespasia y Denoon había sido muy descortés.
– Si estabas enterado de los asociados secretos de sir Charles Voisey, lo más indicado habría sido que te hubieses tomado la molestia de informarme -reprochó en tono gélido.
Denoon se tensó.
– ¿Has dicho Voisey?
Vespasia lo miró y observó los músculos de su cuello y la ligera modificación de su postura. En ese instante tuvo la certeza de que Denoon no solo era un firme aliado de Wetron, sino que también era miembro del Círculo Interior y sabía perfectamente qué había sido Voisey antes de que se desmembrara el Círculo. Y eso era exactamente lo que Vespasia había ido a averiguar.
– Así es -replicó con el rostro casi inexpresivo-. Por lo visto, no apoya el proyecto y dará a conocer sus opiniones con gran entusiasmo.
– ¿Cómo lo sabe? -la desafió Denoon.
Vespasia frunció delicadamente las cejas.
– ¿Cómo dice?
– ¿Cómo sabe…? -Denoon se interrumpió.
Enid tomó la palabra:
– ¿Hace apología de la anarquía? -preguntó y estornudó enérgicamente-. Lo siento.
Enid buscó un pañuelo en el bolsito. Sus ojos claros se llenaron de lágrimas.
Por cortesía Cordelia desvió la mirada.
– Lo dudo mucho -respondió-. Sería una posición insostenible. Supongo que dirá que la policía ya cuenta con las armas que necesita y que la información acerca de los grupos subversivos es mucho más valiosa que las competencias para registrar a la gente al azar. No es probable que la policía consiga la ayuda de la gente corriente si esta cree que es opresiva y propensa a abusar del poder.
Enid volvió a estornudar. Daba la sensación de que el resfriado empeoraba rápidamente. Tenía los párpados enrojecidos.
– Se trata de una argumentación muy débil. -Denoon la descartó de plano-. Si tal como dice, la policía dispusiera del poder necesario para obtener dicha información, habría abortado el atentado de Myrdle Street. Creo que está clarísimo.
Vespasia titubeó. Si decía que las armas y los registros tampoco habrían permitido conocer la participación de Magnus Landsborough parecería innecesariamente cruel y podría hacerles pensar que defendía a Voisey. No solo era un juego de emociones, sino de datos.
– Señor Denoon, no defiendo a sir Charles ni su punto de vista -declaró con delicadeza y un levísimo toque de condescendencia-. Creo que hemos permitido que se exprese de manera razonable en el Parlamento y en los periódicos que podrían optar por publicar sus opiniones, lo cual me preocupa. Solo he venido para decir que probablemente se opondrá con todas sus fuerzas al proyecto del señor Tanqueray.
Denoon expulsó el aire silenciosamente y, con más serenidad, añadió:
– Sí, por supuesto. ¿Está al tanto de a qué responde su interés por este tema? ¿Sabe si es personal o político?
Denoon la observaba con más atención de la que aparentaba.
Enid volvió a estornudar y abandonó su asiento en el gran sofá. Tenía los párpados abotargados.
Vespasia se encogió de hombros casi imperceptiblemente. Fue un gesto elegante y en apariencia espontáneo.
– No tengo la menor idea -mintió.
Cordelia se impacientó e intervino con bastante entusiasmo:
– Probablemente da lo mismo. Es obvio que se trata de un hombre ambicioso. -Miró a Enid-. Será mejor que te sientes en otra parte -añadió con frialdad-. Edward, ¿serás tan amable de abrir la ventana? -Lo dijo como una orden que se da a un criado y que ni siquiera se piensa que no vaya a acatarla. Denoon la miró con el ceño fruncido y no se movió ni un milímetro-. ¡Enid se está ahogando a causa de los pelos del gato! -exclamó Cordelia-. ¡Ya sabes que es alérgica a los gatos! Por el amor de Dios, a Sheridan le pasa exactamente lo mismo. El pobre animal debería permanecer en los alojamientos de los criados, pero por lo visto se ha escapado y ha andado por aquí. Esta mañana lo he echado, pero debe de haber dejado pelo.
A regañadientes, Denoon se acercó a la ventana y la abrió en exceso, por lo que entraron el aire fresco y el aroma a hierba segada y mojada.
– Gracias -dijo Enid y volvió a estornudar-. Lo lamento. -Se volvió hacia Vespasia-. Me gustan los gatos… son animales muy útiles, pero en casa no podemos tenerlos. Tanto Piers como yo somos muy sensibles a ellos. Le pasa a toda nuestra familia, Sheridan incluido… -Dirigió este último comentario a Cordelia.
– Por eso el animal debe estar en los alojamientos de los criados -precisó Cordelia-. Sheridan nunca los visita.
– Por cierto, ¿dónde está? -quiso saber Denoon-. ¿Volverá a casa esta tarde? Su ayuda nos sería de gran utilidad para la causa. Podría expresarse con más energía que nadie. Sería magnífico que prestase su apoyo a la campaña. Si cambiara de parecer y abandonase su posición liberal, movería a mucha gente.
– Claro que estará en casa -confirmó Cordelia-. ¡Sólo se retrasa!
Su expresión era de cólera y desprecio.
– Creo que deberíamos seguir elaborando nuestros planes aunque no esté e informarlo cuando llegue -propuso Denoon.
Vespasia se volvió ligeramente y detectó una expresión de profundo odio en el rostro de Enid, que miraba a su marido. Era tan violenta que se quedó francamente sorprendida. Segundos después se esfumó; Vespasia se preguntó si había sido fruto de su imaginación o una mala pasada de la luz estival que se colaba por la ventana.
En el vestíbulo sonaron pisadas y voces. La puerta del gabinete se abrió y Sheridan Landsborough entró. Paseó la mirada por los presentes, miró con sorpresa y agrado a Vespasia y no se disculpó por haberse retrasado. Daba la impresión de que no sabía que lo esperaban. Estaba pálido, con la cara ensombrecida por la pena, y sus ojos habían perdido la vitalidad.
Enid lo miró con profundo afecto, como si deseara acercarse a su hermano, pero no hubiera modo de consolarlo. Su pérdida era irreparable y Enid lo sabía.
Cordelia no manifestó el mismo calor. Como sucede a menudo, la muerte del hijo parecía separarlos en vez de acercarlos. Cada uno lamía sus heridas a su manera: Cordelia estaba furiosa y Sheridan se había apartado y replegado incluso más que antes.
Denoon se comportaba como si no estuviese emocionalmente implicado.
– Analizábamos la mejor forma de promover el proyecto de Tanqueray -explicó a Landsborough-. Por lo visto, lady Vespasia piensa que Charles Voisey se convertirá en un adversario digno de ser tomado en serio.
Landsborough lo observó con muy poco interés.
– ¿De verdad?
– ¡Sheridan, ya está bien! -exclamó Cordelia impetuosamente-. Ahora mismo, cuando todas estas atrocidades están en la mente de todos, debemos prestar la ayuda que podamos. Ahora no podemos estar de duelo.
– Exactamente -coincidió Denoon, sin quitarle ojo a Landsborough-. Sin duda conoces a Voisey. ¿Cuáles son sus debilidades? ¿Dónde están sus puntos flacos? Tengo la impresión de que lady Vespasia opina que probablemente se convertirá en una molestia. Si quieres mi opinión, no comprendo por qué habría de serlo.
– Lo más probable es que se oponga al proyecto -aseguró Landsborough sin alterarse. Continuaba de pie, como si deseara marcharse en cuanto pudiera-. Por lo que ha llegado a mis oídos, está convencido de que la reforma será más eficaz si se realiza de manera moderada, aunque con el tiempo será necesaria para conseguir una sociedad pacífica.
– Es un oportunista -declaró Denoon fríamente-. Sheridan, tienes una opinión demasiado buena de los demás. Te falta realismo.
Vespasia se puso furiosa y preguntó en tono gélido:
– ¿Cree que lo que ha dichoes una visión idealizada del comportamiento de sirCharles?
– Creo que su defensa de una reforma pacífica es interesada -dijo Denoon. Su tono daba a entender que incluso a Vespasia tendría que haberle resultado evidente.
– Por supuesto que es interesada -espetó Vespasia-, pero no es esa la cuestión. A nosotros lo único que nos importa es qué defenderá, no cuáles son sus convicciones.
Denoon se sonrojó.
Un atisbo de sonrisa apareció en los labios de Cordelia.
– Vespasia, había olvidado qué franca eres -comentó casi con regocijo.
– Y tu gran sensatez -apostilló Landsborough. Vespasia sonrió ligeramente.
– Espero que tenga la amabilidad de concederme el placer de oír su opinión -añadió Denoon a regañadientes. Cordelia lo miró, furiosa.
– Espero que Vespasia nos ofrezca algo más que su opinión. Dado que coincide con nosotros en la urgencia y la necesidad de acabar con la violencia y de tomar alguna medida para que la policía pueda hacerlo antes de que la ola de destrucción nos arrolle a todos, Vespasia podría sernos de gran utilidad.
Durante unos segundos el intento de dominar su arrogancia se reflejó en el rostro de Denoon, pero no tardó en disimularla. Miró con afabilidad a Vespasia.
– Me parece excelente. Sé perfectamente que tiene mucha influencia en ciertas personas cuyo apoyo necesitaremos. Huelga decir que dicha influencia sería de un valor incalculable.
La criada entró con la bandeja del té y el debate se centró en cuestiones prácticas. Mencionaron a otros parlamentarios, a directores de periódicos y de panfletos políticos y hablaron de conseguir su ayuda o, en el caso de que no compartieran sus ideas, del mejor modo de contrarrestarlos.
Vespasia se fue en cuanto la cortesía se lo permitió. Dijo que tenía otros compromisos. Se excusó y se despidió de Cordelia y de Denoon. Algunos minutos antes Enid había abandonado el gabinete sin dar explicaciones. Vespasia pidió que se despidieran por ella y se dirigió al vestíbulo en compañía de Landsborough.
El mayordomo mandó buscar su coche; durante la espera, Vespasia miró hacia el pasillo que daba a la puerta que conducía al jardín y vio que Enid hablaba en voz baja con un lacayo. No llevaba la librea de los Landsborough, por lo que probablemente pertenecía a la casa de Enid y había llegado con ella. Se trataba de un joven apuesto, condición que a menudo se exigía a los de su profesión. De todos modos, fue su expresión lo que llamó la atención de Vespasia y la mantuvo momentáneamente atenta. La mirada del joven era directa, muy sincera, y escuchaba a Enid como si esta le diera instrucciones para llevar a cabo una tarea complicada y de gran importancia. El lacayo se cuadró mientras Enid le hablaba en voz baja; se acercó a él más de lo necesario y parecía que no habían reparado en la presencia de nadie más.
En ese momento Landsborough regresó y sus pisadas interrumpieron la escena. Enid se calló y el lacayo retrocedió un paso y recobró su actitud sumisa. Aceptó las instrucciones y se retiró para cumplirlas. Enid regresó lentamente al vestíbulo y con gran naturalidad se acercó a Landsborough.
Vespasia volvió a despedirse. Enid se lo agradeció y se dirigió hacia el gabinete. Landsborough acompañó a Vespasia hasta el coche.
– ¿Estás realmente convencida de que será bueno que se dé más armas a la policía? -preguntó Sheridan, con la cara fruncida de preocupación. Ya estaban en la acera.
La mujer dudó. Landsborough la miraba con desconcertada honestidad y a cambio esperaba sinceridad. En el pasado se habían dicho muchas cosas que probablemente eran más amables que verdaderas, aunque nunca con la intención de engañar. Pero en esos momentos era distinto; aquella faceta de su relación pertenecía al pasado y hacía mucho tiempo que los acontecimientos la habían alterado. La pena y la sabiduría habían sustituido a la impaciencia, y en el presente la soledad era de otra naturaleza y requería un tratamiento distinto.
¿Qué verdad sería soportable en medio de un sufrimiento tan desgarrador? Al evocar el afecto de la expresión de Enid cuando lo miró, Vespasia no solo recordó la frialdad de Cordelia, sino la clara indiferencia que había manifestado Sheridan. También estaban presentes otras penas, más antiguas, pesares que podía deducir. Por el bien de todos, ¿hasta qué punto debía confiar en él?
Un coche avanzó por la calle, el caballo levantó las patas a gran altura y su arnés resplandeció bajo el sol.
– Es necesario hacer frente a los anarquistas -respondió Vespasia-. Pero todavía no sé con certeza cómo.
– Aumentar las competencias policiales no es el camino adecuado -añadió Landsborough con gran seriedad-. Magnus me habló mucho de los abusos que ya se habían cometido. La ley debe proteger a los inocentes y también atrapar y castigar a los culpables; de lo contrario, se convierte en una licencia para oprimir.
– Lo sé.
Vespasia escrutó su rostro, deseosa de comprender las emociones que había tras sus palabras. ¿Hasta qué punto estaba al corriente de lo que Magnus había hecho? ¿Qué podía creer que fuera soportable para él?
– ¡No confíes en Voisey! -exclamó Sheridan y repentinas y profundas emociones dieron gravedad a su voz-. ¡Te lo ruego! Vespasia, sigas el camino que sigas, ten mucho cuidado y asegúrate de en quién confías. Hay en juego mucho más de lo que parece.
Como si se hubiera dado cuenta de que lo observaban desde las ventanas que se encontraban a sus espaldas, Landsborough se despidió, la ayudó a subir al coche e inclinó educadamente la cabeza cuando el coche se alejó.