12

Pitt aguardaba en el callejón, caminaba de aquí para allá, se detenía unos segundos, se asomaba y volvía a andar. Divisó a Tellman cuando todavía se encontraba a veinte metros y no tuvo dificultades para identificarlo porque corría entre la gente que caminaba por la acera.

El investigador echó a andar, pero se dio cuenta de que en medio del gentío podrían cruzarse y regresó al callejón. Segundos después, el sargento estuvo a punto de chocar con él.

– Wetron ha ido a buscar a Voisey -jadeó-. Se dirige hacia su casa. Lleva un arma. Sospecho que, pase lo que pase, le disparará y dirá que fue en defensa propia. Nadie lo pondrá en duda.

– ¿Has dicho a casa de Voisey? En marcha. No podrá dispararnos a los tres y a los criados.

Pitt avanzó a grandes zancadas hasta la calle principal, con Tellman al lado, e hizo señas al primer coche de caballos que pasó. Dio al cochero la dirección de Voisey, le pidió que fuese tan rápido como pudiera y montaron de un salto.

– ¡Es una cuestión de vida o muerte! -aseguró Tellman con voz tan alta que otros cocheros se volvieron para prestarle atención, aunque con incredulidad.

El coche avanzó en medio del tráfico. Ni Pitt ni Tellman hablaban. Ambos intentaban mantener el pánico a raya y no pensar en lo que podía salir mal: que Voisey venciera y se vengara de todos ellos.

Tampoco debían dejarse llevar por el entusiasmo. Aún no estaban a salvo. Detendrían a Wetron por intentar asesinar a Voisey, la prueba de la culpabilidad de Wetron estaría allí; la tendría Voisey. El mecanismo de la corrupción dejaría de funcionar y el proyecto de ley fracasaría. Sin embargo, Voisey seguiría vivo… con todo lo que ello conllevaba.

El coche rodó por la calle medio vacía y, al girar en la esquina, Pitt y Tellman estuvieron a punto de chocar entre sí, pero continuaron en silencio. El vehículo volvió a acelerar.

Pareció transcurrir una eternidad hasta que por fin se detuvo. Pitt entregó un puñado de monedas al cochero: lo que calculó que costaba aproximadamente la carrera y una generosa propina. Tellman y él corrieron por la acera y subieron a toda velocidad los escalones de la entrada de la casa de Voisey. Pitt aporreó la puerta.

El mayordomo abrió con expresión de desagrado.

– Diga, señor, ¿en qué puedo ayudarlo? -Su tono mostraba qué opinión le merecía la gente ruidosa y vulgar, cualesquiera que fuesen las circunstancias.

– ¡Tengo que ver inmediatamente a sir Charles! -respondió Pitt y tomó aliento-. Su vida corre peligro.

– Lo lamento, señor, pero sir Charles se ha trasladado a laCámara de los Comunes. Suele ir allí aesta hora.

– Hace cuarenta minutos estaba en casa -intervino Tellman, como si su protesta tuviese la menor importancia.

– No, señor -declaró el mayordomo con firmeza-. Sir Charles partió hace más de una hora.

– El inspector Wetron dijo que… -insistió Tellman y elevó el tono de voz.

– Señor, lo siento mucho, pero está equivocado -aseguró el mayordomo.

La posibilidad de una conspiración alarmó a Pitt hasta que se dio cuenta de que había una respuesta evidente.

– No estaba en casa -declaró en voz alta-. Wetron nos ha engañado a propósito. Tenemos que ir a la Cámara delos Comunes.

– ¡En la Cámara no podrá hacer nada! -dijoTellman con incredulidad.

– Por supuesto que sí, en un despacho privado.

Pitt bajó los escalones y tuvo tiempo de gritar al cochero, que había dado unos minutos de descanso al caballo y disfrutaba del espectáculo que tenía lugar en la entrada de la casa. Estaba a punto de alejarse cuando oyó la voz de Pitt y se detuvo.

– ¡A la Cámara de los Comunes! -ordenóPitt.

– Supongo que también tendré que ir lo más rápido que pueda, ¿no? -inquirió el cochero-. ¿Acaso ustedes nunca se desplazan a velocidad normal, como el resto de los mortales? ¿Es otro caso de vida o muerte?

– ¡Sí! ¡Dese prisa! Si el caballo está agotado, alcance a otro coche y cambiaremos de vehículo -respondió Pitt.

El cochero le dirigió una mirada de profundo desprecio, arrancó y no tardaron en ganar velocidad.

– ¡Llegaremos demasiado tarde! -se lamentó Tellman con los dientes apretados-. ¡El muy cabrón ya habrá disparado!

Pitt no contestó. Temía que Tellman estuviese en lo cierto.

Fue otra interminable carrera en medio de la congestión del tráfico. La impaciencia y la sensación de fracaso no consiguieron acortarla ni evitaron que ambos sintieran que estaban ante lo inevitable.

Por fin llegaron ala Cámara de losComunes. Pitt pagó con casi todo el dinero que le quedaba, pidió alcochero que lo gastase en el caballo y corrió para alcanzar aTellman, que ya se había adelantado una veintena demetros.

En cuanto se identificaron los dejaron pasar y los acompañaron hasta el despacho de Voisey. Al girar al final del largo pasillo se dieron cuenta de que era demasiado tarde. Un corro de personas muy serias obstruía el paso. Hablaban en voz baja, tenían el cuerpo en tensión y los rostros pálidos y afligidos.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Pitt, que se detuvo al llegar junto a los congregados, pese a que temía que ya lo sabía.

– Es terrible -respondió uno de los secretarios. Era un joven pálido que iba bien vestido. Llevaba un fajo de papeles y los agitaba, por lo que las hojas producían un sonido suave-. Ha sido realmente espantoso.

– ¿Qué ha ocurrido? -repitió Pitt en tono apremiante. -¡Vaya! ¿No se ha enterado? Han disparado a sir Charles Voisey. El inspector de policía está aquí. Es el jefe de Bow Street. ¡Han disparado a un parlamentario enla Cámara de losComunes! ¿Adónde iremos a parar?

Pitt se abrió paso a codazos hasta que llegó a la puerta y se encontró a un metro de Wetron, que estaba blanco como el papel y parecía compungido. En el mismo instante en el que sus miradas se cruzaron Pitt vio el brillo del triunfo y supo que lo habían derrotado.

Wetron no dejaba ver absolutamente nada. Para los presentes solo era un hombre asustado y afectado por un terrible suceso.

– Vaya, comisario Pitt -musitó, como si Pitt todavía ostentara su antiguo cargo-. Me alegro de que haya venido. Ha sido terrible. Me temo que las pruebas son irrefutables. Ha sido trágico. Quería interrogar a sir Charles, con la esperanza de que me diese alguna explicación, pero no tenía nada que decir. El sentimiento de culpa lo dominó. Me atacó con un abrecartas. No tuve elección. -Daba la impresión de que le costaba pronunciar esas palabras y de que estaba triste, pero en su mirada se veía la victoria y el sabor intenso y dulce del poder. Para los que se encontraban a su lado esa expresión podía significar cualquier cosa, pero para Pitt su sentido estaba claro como el agua.

– Inspector Wetron, ¿a qué pruebas se refiere? -preguntó Pitt inocentemente, como si no tuviese ni la más remota idea. La expresión de Wetron no se alteró.

– De corrupción, señor Pitt, de corrupción a todos los niveles, no solo por parte de agentes de policía en servicio. Lamento profundamente tener que reconocerlo, pero sir Charles estaba confabulado con el comisario Simbister, de Cannon Street. Por si eso fuera poco, parece absolutamente evidente que también estaba relacionado con los anarquistas que cometieron el horroroso atentado en Scarborough Street. Está indiscutiblemente ligado a la dinamita empleada. Ojalá no fuese así. -No sonrió porque había demasiados testigos, pero el sentimiento de triunfo encendió su mirada.

Pitt tenía que aceptar la derrota, amarga como la hiel; no encontró munición con la que devolver el golpe. Carecía de sentido preguntar si Voisey había reconocido su culpabilidad. Wetron diría que había admitido su culpa aunque Pitt supiera que no era cierto.

– Informaré al señor Narraway -masculló Pitt-. Las pruebas de la culpabilidad de los terroristas de Scarborough Street serán bienvenidas.

Se preguntó si Wetron delataría a sus cómplices, a los hombres que habían acatado sus órdenes. Era lo más probable. Si no tenían idea ni pruebas acerca de dónde procedían las órdenes, no tenía nada que perder y tal vez ganaría mucho. La posibilidad de que Wetron se alzase también con esos laureles lo enfureció; le pareció muy injusto y se lamentó de su impotencia, pero no había nada que hacer.

– Comprendo -coincidió Wetron en tono ligeramente condescendiente-. Se las pasaré en cuanto mis hombres las hayan analizado. Es evidente que, ante todo, debemos resolver la muerte de sir Charles.

Otro de los secretarios parlamentarios presentes asintió.

– Naturalmente, naturalmente. Ha sido terrible. Señor, si me lo permite, debo reconocer que ha manejado la situación con gran pericia. Tuvo mucho valor al abordarlo en solitario. Es de agradecer que en la Cámara no hubiera un montón deagentes de uniforme. Habría sido un escándalo. Lo ocurrido eslamentable. Jamás sospeché nada de él.

– Son años de experiencia -afirmó Wetron con modestia-. Debo reconocer que todavía estoy afectado. Se trata de… de un delito terrible, de una tragedia para el país… -Se estremeció ligeramente-. Como comprenderá, de momento prefiero no decir nada más. Ha sido muy angustioso. -Desvió la mirada hacia la puerta cerrada del despacho de Voisey.

– Entendido -declaró el secretario del Parlamento y se volvió hacia los que lo rodeaban-. Caballeros, es inútil que continuemos aquí; no podemos hacer nada. Ha llegado la hora de que otros cumplan con su triste deber. Volvamos a nuestros despachos o donde corresponda.

El secretario hizo un gesto para indicar que la gente se dispersara.

Pitt titubeó. Se sintió extrañamente reacio a entrar y ver el cadáver de Voisey. ¿Debía hacerlo?

Wetron lo aferró del brazo y lo retuvo con fuerza.

– Es un asunto policial -puntualizó con firmeza-. No olvide que usted pertenece ala Brigada Especial. Pitt cambió inmediatamente de parecer.

– Inspector, me parece que no he entendido sus palabras. Hace un momento ha dicho que sir Charles estaba implicado en el atentado de Scarborough Street y que el dinero de la extorsión a los comerciantes del distrito de Cannon Street sirvió para proveer de fondos a los anarquistas.

Wetron se sintió confundido porque acababa de pillarlo en falso. Pitt reparó en que al menos uno de los secretarios los había oído.

– Por lo tanto, es un asunto de la Brigada Especial -acotó Pitt y esbozó una tensa y amarga sonrisa-. Para esoestamos, para ocuparnos de los anarquistas y los atentados. Leagradecemos que lo haya atrapado y… y, por supuesto, que hayaintentado detenerlo.

Wetron recuperó la compostura, al menos en apariencia.

– Es una pena que no pudiera cogerlo con vida -añadió con amargura-. En ese caso habría podido testificar contra otros, algo que ya no es posible.

– Sin duda sir Charles pensó lo mismo -dijo Pitt ambiguamente.

Se liberó del brazo de Wetron, abrió la puerta y dejó que Tellman decidiese si lo seguía o no. Hasta cierto punto, tenía la esperanza de que no lo hiciera.

Cerró la puerta del despacho.

La oficina estaba en silencio, iluminada por el sol matinal, y las ventanas cerradas la aislaban del ruido del tráfico de la calle. No llegaba ni el sonido de las voces en los pasillos ni el de las pasarelas junto al río.

Todo estaba en orden. No había indicios de lucha, como si hubiesen librado un combate verbal, una batalla de cerebros en vez de un cuerpo a cuerpo.

Charles Voisey yacía sobre la alfombra, entre el escritorio y la ventana. Estaba medio tumbado sobre el lado izquierdo, con la mano torcida y un limpio orificio de bala en la frente. Su expresión no mostraba sorpresa, sino irritación. Vio lo que se le venía encima y reconoció su error.

Pitt lo observó y se preguntó si sabía que la noche anterior había fallado, ya que él seguía vivo. ¿Había visión después de la muerte, o el alma, en el caso de que existiera, solo se ocupaba de lo que le aguardaba?

¿La señora Cavendish se sentiría desolada? ¿Quién se lo diría? ¿Algún familiar, otros amigos? En las conversaciones que habían sostenido, Voisey jamás había mencionado a otros amigos. Había hablado de aliados y de personas sobre las que ejercía poder, pero no se había referido a nadie que, simplemente, lo añoraría porque le caía bien.

A Pitt casi había llegado a caerle bien. Voisey era un hombre inteligente que a veces lo había hecho reír, había vivido intensamente y era capaz de tener pasiones, curiosidad y necesidades. Su desaparición le producía un vacío.

– ¡Qué estúpido has sido! -dijo Pitt en voz alta a Voisey-. No era necesario que hicieras esto. Podrías haber sido… podrías haber sido muchas cosas. Oportunidades no te faltaron. -Observó el cadáver-. ¿Qué demonios hiciste con la prueba… si es que alguna vez la tuviste?

¿Merecía la pena buscarla? Era probable que Wetron hiciera cuanto había podido para amañarla. Seguramente solo había dejado lo que inculpaba a Voisey.

Una profunda sensación de derrota se apoderó de Pitt, mezclada con cierta cólera y tristeza. Durante mucho tiempo había luchado contra Voisey y sufrido grandes pérdidas, pero no le gustaba que todo terminara así. ¿Qué hubiera querido? Comprobó sorprendido que la respuesta era absurda: habría querido que Voisey cambiara, lo cual era del todo imposible. Se enfadó con Voisey, con Wetron y consigo mismo por no haber sido lo bastante listo para vencerlo.

Oyó que llamaban a la puerta. Seguramente eran los encargados de llevarse el cadáver. No podía hacerlos esperar. No había discusión posible acerca de lo ocurrido. Wetron había dicho la verdad en la medida en que era demostrable, por lo que Pitt no tenía motivos para retener el cuerpo como prueba.

– Adelante -respondió.


Una hora después, Pitt abandonó el Parlamento. Tellman ya había partido con Wetron. No tuvo otra opción: era su superior y le ordenó que lo acompañase. Pitt registró tan minuciosamente como pudo el despacho de Voisey. Muchos cajones estaban cerrados con llave y le explicaron que contenían papeles del gobierno a los que no podía acceder. En los demás no encontró nada útil. Las autoridades ya tenían las pruebas relativas a la dinamita del Josephine, la participación de Grover y los documentos que incriminaban a Simbister. Eran los que Voisey había utilizado para demostrar la culpabilidad de Simbister.

Pitt emprendió el regreso a Keppel Street sin apenas darse cuenta de lo que hacía. Después pensó que tal vez Narraway seguía en su casa, aguardando su llegada, y que sin duda Charlotte y Vespasia lo estaban esperando. Debía aceptar que Tellman había tenido que hacer lo que Wetron le ordenó. Era otro de los aspectos de la derrota. No se atrevió a desafiarlo porque, en ese caso, se habría desquitado con Tellman.

En cuanto abrió la puerta vio que Narraway estaba en el pasillo. Por la expresión de Pitt, su superior se dio cuenta de que habían perdido.

– ¿Qué ha ocurrido?

Pitt se agachó y se quitó las botas.

– Una estupidez -respondió-. Telefoneó a Voisey a su casa, aparentemente habló con él y le dijo a Tellman que iba a verlo. Le creímos.

– ¿Y qué más? -espetó Narraway. Una vez descalzo, Pitt se incorporó.

– Probablemente habló con el mayordomo o fingió que hablaba con alguien. Voisey estaba enla Cámara de losComunes. Cuando llegamos ya estaba muerto. Wetron dijo que habíaido a detener a Voisey, que este se resistió, lo atacó con unabrecartas y que, en defensa propia, tuvo que disparar.

Narraway maldijo, sin tener en cuenta que Charlotte y Vespasia estaban a su espalda, en la cocina.

– ¿Qué podemos hacer? -preguntó Charlotte quedamente; su voz sonó derrotada.

Narraway se volvió y se ruborizó. Dio la impresión de que pensó si debía disculparse. Contuvo el aliento. Vespasia no se dio cuenta y propuso:

– Gracie preparará el té mientras vemos las opciones que nos quedan.

Diez minutos después, sentados alrededor de la mesa de la cocina, Gracie incluida, mientras bebían té y comían finas rebanadas de pan con mantequilla, Charlotte preguntó:

– ¿Qué posibilidades tenemos?

Vespasia también estaba sentada a la mesa de la cocina, como si fuera totalmente habitual estar allí con sus amistades, una criada y el jefe dela Brigada Especial.

– A media tarde el periódico de Denoon no hablará más que de Wetron el héroe -dijo Narraway, asqueado-. No tardarán en nombrarlo comisario de policía.

– Debemos suponer que es lo que siempre quiso -coincidió Vespasia-. Debo reconocer que hay pocas cosas que me encolericen tanto. Es un hombre ruin y provocará daños irreparables a este país.

– Sigue siendo el jefe del Círculo Interior -intervino Pitt-. Y ahora ni siquiera está Voisey para vigilarlo. Me temo que, en mucho tiempo, nadie se atreverá a desafiarlo.

Gracie frunció el ceño.

– Es como todos nosotros, tiene que haber cometido algún fallo.

– Al parecer, ha pensado en todo -respondió Narraway, tras la sorpresa de que la criada interviniera libremente-. Las pruebas pueden atribuirse a Wetron con la misma facilidad con la que se han achacado a Voisey. Simbister ha quedado totalmente desacreditado y supongo que, dado que es inteligente, Wetron se ha asegurado de que esté lo bastante asustado para que Simbister no lo acuse. Tampoco es probable que haya pruebas. Sé que Voisey dijo que tenía una prueba, pero nadie la ha visto y, en el caso de que exista, Wetron ya la habrá destruido.

– La confesión de Piers Denoon no sirve. Solo involucra a Simbister que, de todas maneras, ya está liquidado -argumentó Pitt-. Podemos detener a Piers, pero eso no implica a Wetron.

– ¿Qué ha confesado Piers Denoon? -preguntó Gracie, desconcertada.

– Violó a una joven. Simbister le arrancó la confesión y la utilizó para chantajearlo a fin de que apoyase a los anarquistas y liquidara a Magnus Landsborough -sintetizó Pitt-. Wetron la tenía, pero no podemos demostrarlo. -Gracie frunció la nariz con disgusto-. Nosotros… nosotros la cogimos de la caja fuerte de Wetron pero no podemos reconocerlo.

– Eso da igual. Tiene que haber algo que le dé miedo o le haga daño -insistió Gracie-. En el caso del señor Voisey era su hermana. ¿El señor Wetron no tiene a nadie? -La irritación la llevó a soltar una exclamación-. ¡No podemos permitir que siga libre! ¡No es justo!

– Es indudable que ha acumulado mucho poder -comentó Vespasia con voz tranquila, y miró la figura menuda y tiesa de Gracie al otro lado de la mesa de la cocina-. Y la mayor parte de ese poder es secreto.

– ¡Tiene que haber alguien a quien su poder le dé igual! -insistió Gracie-. Si es tan perverso, tiene que haber alguien a quien le haya hecho mucho daño. Solo debemos encontrarlo.

En la mente de Pitt comenzó a formarse una idea, pero no le gustó. Serviría de muy poco y podría llevar mucho tiempo.

Charlotte no quitaba ojo a su marido.

– ¿En qué piensas? -quiso saber-. ¿Qué se te ha ocurrido?

Pitt se pasó la mano por la frente. De pronto se sintió muy cansado. Tenía la sensación de que hacía semanas que no dormía por la noche. Todo aquello en lo que creía se desplomaba a su alrededor y la decencia no existía. Wetron personificaba ese hundimiento de los hombres buenos y la traición de los que confiaban en ellos.

– Creo que iré a decirle a los Landsborough que sabemos quién asesinó a su hijo -afirmó y se puso lentamente de pie-. Tienen derecho a saberlo. No puedo detener al culpable hasta que sepa dónde está.

– Si lo dices, es posible que lord Landsborough avise a Enid Denoon -reconoció Vespasia a regañadientes y con la expresión demudada por una intensa piedad-. ¿O es eso lo que te propones?

Charlotte miró a su marido y a Vespasia.

– Tía Vespasia, no puedo permitir que siga suelto -reconoció. La sola idea le producía un profundo dolor-. Piers Denoon violó a una muchacha, ha proporcionado fondos a los anarquistas que colocaron una bomba en Myrdle Street, probablemente también colaboró con el atentado en Scarborough Street y, por encima de todo, asesinó a Magnus. Si lo detengo por esa muerte su padre sabrá cómo lo utilizó Wetron; es la única forma que tengo de atraparlo por fin.

– Comprendo -coincidió Vespasia-. A mí tampoco se me ocurre otra salida.

Pitt sintió una abrumadora tristeza que casi le impidió hablar.

– A menudo los primeros errores no son tan graves ni irreparables, siempre y cuando los pagues en su momento. Piers siguió equivocándose en su intento de librarse de pagar el primer error, hasta que se volvieron tan graves que fue imposible asumirlos. Lo siento.

Charlotte se inclinó y cogió de la mano a Vespasia. Fue un gesto íntimo totalmente espontáneo. De haberlo pensado, tal vez no se habría atrevido.

– Tienes razón. -Vespasia asintió casi imperceptiblemente-. He hecho ese comentario sin saber lo que decía. Puesto que, según Voisey, pensaba escapar del país por mar, ¿cómo te propones detenerlo?

– No hay pruebas de que esa afirmación sea cierta -puntualizó Pitt y se sintió incómodo al recordar lo fácilmente que la había creído-. Espero que el comportamiento de Denoon me diga si su hijo se ha ido o no. No lo sé con certeza, pero sospecho que Edward Denoon puso parte del dinero que Piers entregó a los verdaderos anarquistas, dinero que provino de sus propias fuentes o de las de Wetron. Es probable que Wetron permitiese que Grover se quedara con suficiente dinero de las extorsiones para financiar el atentado de Scarborough Street.

– Comprendo. ¿Te gustaría que Denoon estuviera en casa de lord Landsborough cuando le comuniques la noticia? -Vespasia lo planteó como un ofrecimiento.

Pitt notó que se le hacía un nudo en la garganta.

– Sí… por favor.

– He visto que el teléfono está en la entrada. Será mejor que lo use. -Pitt le ofreció la mano. Vespasia se incorporó sin ayuda y le dirigió una mirada fría, aunque en parte divertida-. ¡Thomas, estoy muy afectada, pero no me he quedado inválida!

Pitt se volvió hacia Gracie y dijo sinceramente:

– No sabes cuánto te lo agradezco. Es posible que, después de todo, Wetron tenga un punto vulnerable, por muy débil que sea.

Gracie se ruborizó encantada.

Pitt miró a Charlotte. No dijo nada ni dio explicaciones. Sus miradas se cruzaron durante un instante. Después siguió a Vespasia hasta la entrada.


El coche de Vespasia condujo a Pitt a casa de los Landsborough antes de llevarla a ella a la suya. Durante el corto trayecto no hablaron del tema y compartieron un agradable silencio. Pitt seguía pensando en Voisey tendido en el suelo del despacho, ya sin la ira y la codicia, el ingenio y el ansia que lo habían llenado de vida. No sabía en qué pensaba su tía, aunque supuso que en Sheridan Landsborough y en el sufrimiento que debía de padecer, así como en Enid y el dolor que no tardaría en experimentar.

No se le ocurrió pedirle a Vespasia que no les avisara. Semejante idea era impensable y solo mencionarlo sería tan insultante que quizá podría perdonar, pero jamás olvidar.

– Gracias, tía Vespasia -murmuró cuando el coche se detuvo.

Aunque no respondió, la mujer sonrió ligeramente y con expresión de profunda compasión.

A Pitt le habría gustado decir o hacer algo, aunque solo fuera un gesto, pero no supo cómo actuar, por lo que se limitó a despedirse, bajó y cerró la portezuela del coche.

El criado lo recibió sin sorprenderse y ni siquiera le preguntó el nombre. Sheridan y Cordelia lo esperaban en el gabinete y Edward y Enid Denoon se encontraban a su lado. Los cuatro estaban pálidos y tensos y, en cuanto oyeron sus pisadas en el vestíbulo, volvieron las caras hacia la puerta.

– Buenas tardes, señor Pitt. Me alegro de que acuda personalmente a informarnos.

– Supuse que querrían saberlo -respondió Pitt-. Tenemos pruebas suficientes para detener al hombre que mató a su hijo.

Landsborough se volvió hacia Cordelia, que dejó escapar un jadeo al tiempo que su expresión se llenaba de alivio.

– ¡Muchas gracias! -exclamó y se le quebró la voz-. Ha sido… la espera ha sido muy dura.

Landsborough tenía dificultades para guardar la compostura.

– Pitt, le estoy profundamente agradecido. Es el fin de una pesada carga, sobre todo en medio de tantas noticias negativas. He leído en la prensa vespertina que sir Charles Voisey ha muerto.

Su rostro se tensó y la decepción de su mirada era muy intensa. Observó a Pitt, deseoso de encontrar alguna esperanza de que la propuesta saliera derrotada. Su hijo había muerto y las ideas liberales, tolerantes y cultas que tanto valoraba parecían a punto de hundirse a causa de la tiranía y la corrupción. No sabía cómo combatirla y, menos aún, cómo vencerla.

Quedaba pendiente un último y demoledor golpe que Pitt no podía evitar. Ni siquiera lo aplazaría por la presencia de Denoon. Wetron era un enemigo demasiado inteligente y letal.

– Así es -confirmó Pitt-. Por lo visto, su corrupción llegaba a unos límites que ni siquiera imaginábamos.

– Los periódicos no hablan de otra cosa -reconoció Landsborough con profundo desagrado-. El comisario Wetron se ha convertido en un héroe.

– Es un buen hombre -intervino Denoon, tajante-. Tenemos una gran deuda con él. Actuó con gran valor y decisión. Admiro al hombre que defiende sus convicciones y se enfrenta personalmente a sus enemigos en lugar de enviar a sus subordinados. -Sonrió con tristeza-. Lo que hizo estuvo muy bien. Otros se habrían limitado a detener a Voisey, lo que habría sido negativo para todos; después se habría celebrado un complicado juicio durante el cual habrían salido a la luz muchos escándalos. Tal como actuó desenmascaró a Simbister y acabó con Voisey lo más rápida y limpiamente posible. Ya podemos empezar a recuperarnos, a olvidarnos de la corrupción y a poner fin a la anarquía.

Cordelia lo miró con expresión gélida.

– Edward, por muy grandes que fueran nuestras diferencias políticas con sir Charles, el señor Pitt ha venido a decirnos que está a punto de detener al hombre que asesinó a Magnus. Su misión no es alabar a Wetron por haber acabado con Voisey.

– Políticamente yo no estaba en desacuerdo con él -intervino Enid y clavó la mirada en Cordelia-. En lo personal me parecía un hombre temible, un ser cruel, codicioso y al que no le importaba el bienestar de la gente, pero en lo político estaba en lo cierto.

– ¡Enid, ya está bien, no sabes lo que dices! -espetó Denoon-. ¡Se opuso al proyecto de armar a la policía! Ahora sabemos por qué lo rechazó. Era un corrupto y también corrompió a Simbister.

– Eso no lo justifica.

Denoon se puso furioso.

– Claro que sí. No podía permitir que la policía lo investigase porque estaba metido hasta el cuello. -Denoon se dirigió a Pitt-. ¿No es lo que ha venido a decirnos?

– ¿Ha investigado usted la corrupción policial? -preguntó Landsborough a Pitt.

– Sí -contestó-. Y sir Charles Voisey no estaba implicado.

– Creo que es usted un incompetente -espetó Denoon-. Las pruebas del inspector Wetron demuestran que Voisey estaba metido hasta las cejas… mejor dicho, que era el organizador. Si realizara bien su trabajo lo habría sabido y lo había demostrado sin necesidad de que Wetron tuviese que hacerlo.

Sheridan Landsborough se quedó de piedra.

– Edward, el señor Pitt es un invitado -precisó gélidamente-. Y como tal lo tratarás con cortesía y, si te resulta imposible, al menos con urbanidad. Ha venido a decir que se dispone a detener al hombre que asesinó a mi hijo. Haz el favor de respetar al menos los sentimientos de mi esposa y los míos, ya que por lo visto te resulta imposible respetar que en esta casa también eres un invitado, por mucho que formes parte de la familia.

Pronunció la última palabra con tanta ironía y desesperación que Pitt tuvo la súbita y abrumadora certeza de que Landsborough conocía la verdad acerca del origen de Magnus.

Denoon vio la expresión de Pitt y se ruborizó. Su mirada transmitió cólera y también temor.

Cordelia observó furibunda a su marido, pero permaneció en silencio.

Enid continuó con la cabeza en alto y miró a Pitt directamente a los ojos, al tiempo que decía con claridad:

– Le pido disculpas por los malos modales de mi marido. Me gustaría encontrar una excusa razonable, pero no la tengo. A pesar de nuestra falta de cortesía, ¿tendría la amabilidad de contarnos lo que ha averiguado? Creo que a Sheridan le gustaría saberlo. Quería mucho a Magnus e hizo cuanto pudo por apartarlo del camino de la anarquía.

La compasión de Enid le resultó casi insoportable. Pensó fugazmente si existía la menor posibilidad de ahorrarle la detención de su hijo y, casi con toda seguridad, su juicio y condena a muerte.

– ¿Qué es lo que sabe? -Fue Cordelia la que rompió el silencio.

Pitt no podía hacer nada más. No era la primera vez que detestaba haber pillado a alguien, aunque a otros los había comprendido mucho mejor que a Piers Denoon.

– Fue un anarquista. No sé si podré detenerlo, pero haré cuanto esté en mis manos. Lo lamento profundamente. Ojalá pudiera decir que el culpable es Voisey y acabar con esta historia, pero es imposible.

– ¿Por qué preferiría que fuese así? -preguntó Cordelia en tono tajante-. ¡Todos queremos saber quién fue! Deténgalo de una vez. No pierda más tiempo. Avísenos cuando lo haya hecho.

Pitt sintió un chispazo de cólera ante semejante brusquedad, pero pudo reprimirlo.

– Lo lamento porque fue alguien a quien Magnus conocía y en quien confiaba. Hasta es posible que se preocupase por él. No pienso dar a conocer su identidad hasta detenerlo porque, si hablara, podría causar sufrimientos innecesarios y hacer una acusación que no estoy en condiciones de demostrar. De todos modos, estoy convencido de que mañana a esta hora ya lo sabré. Buenos días.

Landsborough lo acompañó hasta la puerta y se detuvo poco antes de llegar.

– Pitt, ¿ha dicho la verdad? ¿Sabe quién fue? -preguntó en tono apremiante.

– Al parecer solo existe una respuesta.

– Pero necesitaba algo de nosotros; por eso ha venido.

– ¿Siguió a Magnus e intentó hacerlo cambiar de parecer? -Pitt lo planteó como una pregunta, a pesar de que ya sabía la respuesta.

Landsborough se tensó y su rostro reflejó desolación y una asfixiante sensación de fracaso.

– Sí.

Pitt era muy consciente de la brutalidad de la situación, como si cortase a un hombre por la mitad cuando todavía estaba con vida, pero supo que disculparse solo empeoraría las cosas.

– ¿Vio a dos hombres, uno pelirrojo con la piel clara y el otro delgado y con el pelo oscuro y rizado?

– Claro. -Landsborough no entendía nada.

– Aseguraron que eran amigos de Magnus. ¿Es verdad?

– Sí. Los vi varias veces con Magnus. Parecían… parecían muy próximos. ¿Viene a cuento?

– Sí. Quiero usarlos para atrapar al hombre que mató a Magnus. -Pitt se sintió culpable de no poder advertir a Landsborough del desgarrador dolor que lo aguardaba, pero estaba tan unido a su hermana que, aunque no se lo propusiera, acabaría revelándole la verdad. Hasta era posible que lo hiciese intencionadamente, para ahorrarle una parte de dolor. Pitt tuvo la certeza de que Landsborough lo haría; era su manera de ser-. Muchas gracias. Me pareció que los chicos decían la verdad porque, si hubieran estado implicados, habrían mentido.

Landsborough frunció el ceño y precisó:

– Ha dicho que fue alguien en quien Magnus confiaba.

– Exactamente, pero fueron ellos. Sabemos dónde estaban cuando ocurrieron los hechos. Se lo agradezco, lord Landsborough. Debo irme y terminar mi trabajo.

Era absurdo desearle un buen día, por lo que Pitt esbozó una ligera sonrisa y salió.


Se dirigió directamente hacia la cárcel en la que permanecían Welling y Carmody. Pidió al carcelero que los reuniese en la misma celda y entró.

Los detenidos lo miraron sorprendidos. El cambio los había desconcertado y tenían miedo de lo que podía significar. Era lo que Pitt se había propuesto, pero solo en parte. Había elaborado un plan para tender una trampa a Denoon y esperaba obligarlo a declarar contra Wetron a fin de salvarse. En el peor de los casos se traicionaría a sí mismo y proporcionaría a Pitt una cuña que encajar en algún resquicio y, de esa forma, iniciar la destrucción de Wetron.

Welling y Carmody lo observaban expectantes.

– Quiero que transmitan un mensaje a Piers Denoon -declaró sin dilaciones.

La mueca de Welling fue de burla.

– ¿A qué se refiere? ¿Quiere que le enviemos una carta por correo? -preguntó con sarcasmo-. Envíela usted mismo.

– Quiero decir que salgan a buscarlo -contestó Pitt.

– Sí, claro. ¿También espera que regrese obedientemente a la cárcel para que me meta entre rejas el resto de mi vida? -Su expresión decía que le gustaría mandar al infierno a Pitt, pero no se atrevía; no fuese a revocar los pocos privilegios que le había concedido o incluso dejara de cumplir su promesa de no acusarlo de la muerte de Magnus.

– Si permanece callado y me deja hacerle mi ofrecimiento, tal vez compruebe que es mucho mejor que lo que acaba de decir -añadió Pitt fríamente.

– Calla -espetó Carmody a Welling-. Señor Pitt, lo escuchamos.

Pitt agradeció esa respuesta con una rígida sonrisa.

– Quiero que uno de los dos salga, busque a Piers Denoon y lo convenza de que vuelva a su casa. Me da igual cómo lo haga. Lo que importa es que funcione. Asesinó a Magnus y no permitiré que salga indemne. -Detectó emoción en sus rostros, así como cólera y pesar-. Por si eso no es suficiente, también contribuyó a financiar la dinamita con la que volaron las casas de Scarborough Street, atentado en el que murieron siete personas y muchas más resultaron heridas y del que la gente culpa a los anarquistas.

– ¿Y por qué mató a Magnus? -preguntó Welling, lleno de dudas-. ¡Eran primos, familiares!

– Porque lo chantajearon -Pitt respondió con la verdad-. Es posible que no quisiera tener nada que ver con los anarquistas, pero no le quedó otra alternativa. Hace tres años cometió una violación. He visto su confesión y las declaraciones que la corroboran. La policía las guardó y las usó para obligarlo a hacer lo que le vino en gana. -Carmody insultó a la policía, con el rostro demudado de repulsión y odio-. No hay que olvidar que disparó a Magnus en lugar de hacer frente al castigo que le correspondía -puntualizó Pitt.

– Parece una traición -comentó Carmody y se mordió el labio.

– ¿Por parte de quién? -quiso saber Pitt-. ¿De Piers o de Magnus?

– ¿Y si el que sale no vuelve? -preguntó Welling.

– No espero que vuelva -respondió Pitt y esbozó una ligera sonrisa-. Si el que se va hace lo acordado, el otro también saldrá en libertad. En caso contrario, se quedará aquí y tendrá que hacer frente a las acusaciones del atentado de Myrdle Street. Si tenemos en cuenta a las víctimas de Scarborough Street, no creo que en este momento los jurados estén bien dispuestos hacia los terroristas. -Añadió ese comentario porque no podía permitirse el lujo de perder ni decirles qué ganarían o perderían según la decisión que tomasen.

– Iré yo -declaró Welling con arrojo.

Pitt lo miró y luego se concentró en Carmody.

– No -dijo tajantemente-. Irá Carmody y lo hará de inmediato. Si falla, Welling pagará los platos rotos y les garantizo que me ocuparé de que Kydd se entere. -Welling levantó la cabeza con un movimiento brusco y lo miró con atención. Pitt sonrió-. ¿No sabía que conozco a Kydd? -Welling exhaló aire sin hacer ruido. Pitt se dirigió a Carmody-. ¿Lo hará?

Carmody se incorporó.

– Sí… señor. Sí, ahora mismo.


Fue una espera larga y penosa y la vigilancia de la casa resultó casi insoportable, no solo por el tiempo que llevó y por la posibilidad de que Carmody fracasara, sino porque ni siquiera intentó escapar. Pitt había amenazado con acusar a Welling si Carmody intentaba huir, pero en realidad no deseaba hacerlo. Castigar a un hombre por la debilidad o la cobardía de otro le parecía una injusticia. Pero todavía peor era la certeza de lo que supondría el éxito: la detención de Piers Denoon en su propia casa, en presencia de su padre. Era la única forma de poner a Edward Denoon en contra de Wetron. Pitt no estaba preocupado por los sentimientos del director del periódico; no se enorgullecía del placer que sabía que experimentaría al herir a un hombre tan arrogante, capaz incluso de arrebatar a Wetron la dirección del Círculo Interior si no se le ponía freno. Lo lamentaba por Enid y por Landsborough. Pensaba en ello mientras permanecía rígido y aterido en los escalones de la entrada de la casa de enfrente, con Tellman a su lado. El sargento no estaba de servicio, pero Pitt necesitaba un agente de policía para proceder a la detención. Además, Tellman merecía estar allí.

Narraway también montaba guardia y en ese momento esperaba cerca de allí.

Eran poco más de las seis. La mañana era clara y desde el río soplaba una ligera brisa; de repente, sobresaltado, Pitt notó que Tellman le daba un codazo.

– ¡Es él! -susurró el sargento cuando un repartidor con una bolsa colgada del brazo bajó rápidamente los escalones que conducían hacia la cocina de casa de los Denoon y, en lugar de llamar, entró.

Pitt subió la escalinata y advirtió a Narraway y a un agente que estaba de guardia. Tellman y él cruzaron rápidamente la calle y llamaron a la puerta principal de casa de los Denoon.

Abrió una criada con el delantal puesto y las manos manchadas de ceniza, ya que acababa de limpiar la chimenea del gabinete.

– Buenos días, señor -musitó dudosa.

– Policía -informó Tellman y pasó a su lado.

– Será mejor que despierte al señor -aconsejó Pitt.

Tellman ya se dirigía hacia la cocina. Pitt lo siguió; se cruzó con un perplejo limpiador de botas, que no parecía del todo despierto, y con una mujer que acarreaba un cubo de carbón.

Encontraron a Piers en la cocina, mientras se servía una taza de té de la tetera que seguramente se preparaba el personal.

– No se moleste en salir por la puerta de servicio -advirtió Pitt con voz baja-. Alguien espera del otro lado.

Piers se quedó de piedra. La taza escapó de sus dedos y rebotó en la mesa de la cocina. A esa distancia su cara se veía demacrada, tenía las mejillas oscurecidas por la barba de un par de días y la mirada vacía y atormentada. El terror se mezcló con una especie de alivio extraño y desesperado, como si por fin la persecución hubiera terminado y se resignase a lo peor.

– Piers Denoon, queda detenido por el asesinato de Magnus Landsborough -declaró Tellman con severidad-. Señor, será mejor que no oponga resistencia, hágalo por su familia.

Piers se quedó quieto, como si fuera incapaz de moverse. Tellman no sabía si colocarle o no las esposas.

– Señor Denoon, diríjase al otro lado de la casa -aconsejó Pitt-. No es necesario hacer todo esto en presencia de los criados.

Como si fuera un viejo, Denoon echó a andar por el pasillo y se dirigió al otro extremo de la casa con Tellman detrás de él.

Franquearon casi juntos la puerta forrada de felpa verde y vieron a Enid Denoon, inmóvil al pie de la escalera. Iba en camisón y se cubría con una bata. Tenía el pelo suelto y exuberante a pesar de las ojeras.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó a Pitt.

El investigador tenía la desagradable sensación de que tal vez lo había deducido.

– Lo siento mucho, señora Denoon -dijo desde el fondo del corazón.

Habría dado cualquier cosa porque la situación fuera distinta. Le habría dolido bastante menos tener que comunicárselo a Edward Denoon, pero estaba demasiado pendiente de sí mismo y de su ambición para ocuparse personalmente de esas cuestiones. Probablemente su esposa lo sabía. Denoon era un hombre que utilizaba a los demás, como había hecho Wetron, siempre que podía.

Piers miró a su madre, pero no buscaba ayuda. Sabía que nadie podía hacer nada por él.

– No pude afrontarlo y pensé que lograría salirme con la mía -explicó llanamente. Enid miró a Pitt.

La mujer merecía una explicación, por lo que resumió los hechos con toda la sencillez de que fue capaz:

– Hace tres años cometió un delito. La policía guardó su confesión y las declaraciones de los testigos, y las utilizó para chantajearlo a fin de que ayudase a los anarquistas y les consiguiera dinero. Con los atentados pretendían generar suficiente inseguridad pública para que la inmensa mayoría de los ciudadanos se mostraran dispuestos a armar a la policía y concederle más poderes.

Enid estaba muy pálida; Pitt sabía qué oiría a continuación.

– ¿Lo sabía Magnus?

– Lo desconozco -reconoció Pitt-. Magnus murió para acentuar el malestar del público y lograr que la prensa se hiciese eco del tema de los anarquistas. No habría tenido tanta importancia si se hubiera tratado de un hombre corriente, de alguien cuya familia no fuera relevante.

– ¿Ha dicho la policía? -repitió Enid-. ¿A quiénes se refiere? ¿A Simbister o al que acaba de matar a Voisey? No, no es necesario que responda a mi pregunta. Debe de ser Wetron, de lo contrario no le importaría tanto. Veo que le preocupa. Noto su cólera. -Miró a su hijo-. Avisaré a tu padre. No creo que pueda ayudarte, pero estoy segura de que lo intentará. Haré cuanto esté en mis manos. -Volvió a mirar a Pitt-. Por favor, ya conoce la salida. Tengo obligaciones que cumplir. Comprendo que ha venido a hacer lo que debía… pero ahora soy yo la que debe hacer lo que corresponde.

Enid Denoon se volvió, subió lentamente la escalera y se aferró a la barandilla como si fuera lo único que la mantenía en pie.

Pitt siguió a Tellman y a Piers Denoon hasta la calle, donde aguardaba Narraway. También había un coche. Tellman esposó a Piers Denoon, por si movido por el pánico intentaba huir o incluso decidía arrojarse del coche una vez que se pusiese en marcha. Narraway montó con ellos en el vehículo.

– Bien hecho, Pitt -declaró sin alegría-. Lo siento, tendrá que coger otro coche.

– Sí, señor -respondió Pitt-. Pero antes iré a ver a lady Vespasia. Me parece que la señora Denoon necesita todo el consuelo que puedan proporcionarle.

– ¡Todavía no han dado las siete! -exclamó Narraway.

Pitt estaba decidido a ir; su angustia exigía que alguien reconfortara a Enid, aunque no fueran las ocho o las nueve de la mañana.

– Lo sé. Si tengo que esperar lo haré.

No se quedó para oír la respuesta de Narraway. Se dio la vuelta y se dirigió a grandes zancadas hacia el cruce más próximo, con la esperanza de que pasara un coche. Si no lo había andaría. La distancia no superaba los dos kilómetros y medio.

Cuando avistó un coche estaba a diez minutos de su destino, por lo que no lo cogió.

Como era lógico, Vespasia todavía no se había levantado, pero la criada abrió la puerta y lo invitó a esperar en el salón mientras la llamaba.

– Por favor, dígale que la señora Denoon necesita su consuelo lo antes posible.

– De acuerdo, señor. ¿Le parece bien que pida a la criada que le sirva té con tostadas?

– Sí, por favor, se lo agradezco.

De pronto Pitt se dio cuenta de que estaba aterido, vacío y tenso. Había averiguado la verdad, pero Piers Denoon solo era un peón. Wetron seguía libre y todavía era el ganador. Pensar que Edward Denoon pudiera frenarlo era poco probable. Había muchas más probabilidades de que Wetron comprase su silencio prometiéndole algún tipo de perdón o una escapatoria para Piers. Denoon era suficientemente corrupto para aceptar. Tal vez Wetron hallaría la manera de culpar a un inocente, al menos de ese delito concreto… ¡por ejemplo, a Simbister!

Le sirvieron té con tostadas y comió con apetito. Estaba a punto de terminar cuando llegó Vespasia. Aunque apenas habían transcurrido veinte minutos, su tía se había vestido con ropa de calle y evidentemente estaba preparada para marcharse.

– Thomas, ¿qué ha sucedido? -preguntó, con la voz llena de temor como si ya lo supiese, pese a que era imposible.

Pitt se puso instantáneamente de pie.

– Acabo de detener a Piers Denoon por el asesinato de Magnus Landsborough. Wetron lo chantajeó para conseguir que lo cometiese, pero eso no cambia lo ocurrido. Lamentablemente, no puedo demostrar que fue Wetron. Fue Simbister el que inició esta historia y es su nombre el que aparece en la prensa.

Vespasia se puso espantosamente pálida.

– ¿Enid lo sabe?

La tensión que Pitt sentía lo apretaba como un puño.

– Pensaba hablar primero con Denoon. Pedí a la criada que le avisara, pero despertó a Enid.

– Me temo que le tiene miedo a Denoon -comentó Vespasia y se dirigió hacia la puerta-. Mi coche espera. -Su voz sonaba embargada por las emociones-. Piers es su único hijo. Deprisa, Thomas, quizá sea demasiado tarde.

Pitt no preguntó para qué podía ser demasiado tarde, pero siguió a su tía, temeroso de que Enid Denoon se hubiera quitado la vida ante la imposibilidad de soportar el oprobio y el dolor. Debería haberse asegurado de que su marido la cuidaría o, al menos, que tendría la compañía de un sirviente fuerte y capaz, el mayordomo o una criada con muchos años a su servicio. Se había comportado como un estúpido y maldijo su torpeza. Había estado tan concentrado en su desprecio por Wetron que no se paró a ver cómo afrontaba Enid Denoon la sorpresa inicial.

Vespasia no dio al cochero las señas de Enid, sino las de Wetron, y subió sin esperar a que Pitt la ayudase.

– ¿A casa de Wetron? -preguntó Pitt sorprendido.

– ¡Rápido, rápido! -se limitó a exclamar Vespasia.

El cochero obedeció y azuzó a los caballos. A esa hora temprana, en las calles casi desiertas apenas había movimiento, salvo el de los repartidores a domicilio, por lo que se desplazaron por las plazas y las avenidas como si no hubiese nadie más con vida.

Sostener una conversación era imposible y Pitt lo agradeció. Las ideas se agolpaban en su mente, pero eran inteligibles. Pararon y Pitt abrió la portezuela, se volvió para ayudar a Vespasia a apearse y esta se movió tan rápido que estuvieron a punto de chocar. El coche de Enid aguardaba al otro lado.

Corrieron juntos por la acera y subieron los escalones. Era la segunda vez en la misma mañana que Pitt aporreaba una puerta y un sobresaltado criado la abría.

Pasaron a su lado en el preciso momento en el que sonó un disparo. Vespasia lanzó un grito y se volvió hacia el gabinete en el mismo instante en el que Wetron asomaba por la puerta. Estaba pálido, tenía el pelo revuelto y llevaba en la mano una pequeña pistola.

– ¡Está loca! -jadeó y, fuera de sí, miró a Vespasia y a continuación a Pitt-. ¡Me ha atacado como… como una… como una loca! No he podido hacer otra cosa. Es… -Miró el arma que aferraba, como si se sorprendiera de verla en su mano-. Es suya. ¡Ha estado a punto de dispararme! Han detenido a su hijo. Se ha… está trastornada… pobrecilla.

Vespasia lo apartó como si se tratara de un criado que se interponía, entró en el gabinete y dejó la puerta abierta de par en par.

Incluso desde donde estaba Pitt vio a Enid en el suelo, boca arriba; la sangre manaba de una herida en la parte inferior de su pecho.

Vespasia se agachó a su lado y la acunó sin tener en cuenta que se estaba manchando de sangre.

Pitt cogió el arma de la mano de Wetron. Era una pistola de mujer, sorprendentemente pequeña.

Enid aún respiraba débilmente.

– ¡Se ha vuelto loca! -insistió Wetron con voz aguda y frágil-. ¡No he tenido otra alternativa!

Vespasia lo miró desde donde se encontraba, arrodillada en el suelo y con un brazo alrededor de los hombros de Enid.

– ¡Es mentira! -exclamó con salvaje y sentido triunfalismo-. ¡La bala está en la alfombra, debajo de su cuerpo! -gritó roncamente-. Enid ya estaba en el suelo cuando le disparó. Cuando la golpeó, se cayó y soltó la pistola. Usted la cogió y disparó a sangre fría. El forense lo demostrará. Señor Wetron, ha cometido un error imperdonable. Destruyó a su sobrino y a su hijo, pero Enid ha acabado con usted. Este es el final del proyecto de armar a la policía y creo que, afortunadamente, también es el fin del Círculo Interior. Voisey ha muerto y Denoon está arruinado. -Miró a Enid y se le llenaron los ojos de lágrimas-. Espero que sepas lo que has conseguido -musitó y la depositó en el suelo-. Thomas, será mejor que avises por teléfono para que alguien venga a buscar a este desgraciado. Seguramente hay quienes se ocupan de estas cosas. A continuación comunicaré a lord Landsborough lo que hemos perdido y lo que hemos ganado.

Pitt recordó que, entre todas las cosas que guardaba en los bolsillos, tenía un juego de esposas. Las buscó, sujetó a Wetron a una de las patas de la magnífica pantalla de bronce de la chimenea y lo obligó a sentarse en el suelo, a un metro del cadáver de Enid.

– Sí, tienes razón -reconoció-. Lo… lo lamento.

Vespasia lo miró y fingió no ver las lágrimas de Pitt.

– No sufras, querido. Es lo que Enid eligió y estoy convencida de que no había otra salida.

– Gracias, tía Vespasia -dijo Pitt, se tragó las lágrimas y se dispuso a obedecer.

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