Esa tarde, cuando Pitt informó del incidente en el Josephine, Narraway declaró secamente:
– Supongo que debo considerarme afortunado de que haya escapado con vida.
Pitt había dedicado el tiempo transcurrido a rastrear tanto como había podido la conexión entre Simbister y el Josephine. Había encontrado pruebas documentales definitivas y estaba muy contento.
– Así es -coincidió Pitt.
Recordó con viva intensidad la helada oscuridad y el sonido del agua que lo rodeaba, se movía, regurgitaba y arrastraba el casco del barco hacia abajo, iluminado tan solo por la luz de las cerillas que Voisey iba encendiendo. Pensó en preguntarle a Narraway si alguna vez había temido por su vida. Jamás lo había mencionado. ¿Se debía a que nunca le había ocurrido o, lisa y llanamente, a que se trataba de una parte muy privada de su vida? Además, ¿con quién podía compartirlo? Quienes lo habían experimentado ya sabían cómo era. Los que no lo habían experimentado o jamás lo harían eran incapaces de comprenderlo solo con palabras. Pitt ni siquiera había intentado explicárselo a Charlotte. Lo único que sabía era lo que había deducido del cuerpo tembloroso de su marido, de su mirada y de que no quería dar explicaciones.
– En ese caso será mejor que pida a alguien que reflote el Josephine -comentó Narraway. Estaba tenso y pálido, como si le costase contener las emociones. ¿Realmente había estado tan angustiado por la seguridad de Pitt?-. Haríamos el ridículo si tuviéramos que rescatarlo y descubriéramos que se lo han llevado discretamente.
– Claro, señor. -Pitt dejó los documentos sobre el escritorio-. Estos papeles lo conectan con Simbister y con Grover.
– ¿Quién intentó ahogarlos? -preguntó Narraway.
– Creo que Grover. Debió de llegar poco antes que nosotros. Tengo testigos para demostrarlo. He incluido tres declaraciones. -Señaló los documentos con un dedo.
– Por lo visto ha sido muy competente. -Narraway le clavó la mirada y sus ojos se veían oscuros y ardientes-. Supongo que anoche, cuando llegó a casa, parecía medio muerto.
Pitt se sorprendió.
– Estaba un poco mojado -reconoció.
– Un poco mojado… -repitió Narraway-. ¿Qué le dijo a su esposa? ¿Que se había caído al río?
– Que estaba en un barco que se hundió y que logré escapar justo a tiempo -replicó Pitt sin contar toda la verdad.
La voz de Narraway sonó más fría de lo que estaba el agua del Támesis.
– ¿Cree que fue por eso por lo que esta mañana fue a visitar a Charles Voisey? ¿Porque le preocupaba que hubiese cogido un resfriado?
– ¿Ha ido… ha ido a visitar a Voisey? ¿Dónde se vieron? -Pitt se alarmó porque lo habían pillado con la guardia baja-. ¿En la Cámarade los Comunes? No creo que Voisey haya acudidotan temprano…
– Exactamente -confirmó Narraway en tono mordaz-. Fue a su casa de Curzon Street. ¡Pitt, parece que sé más que usted acerca de las idas y venidas de su esposa! Le aconsejo que, a partir de ahora, controle mejor sus asuntos domésticos. Su esposa es una mujer obstinada y necesita atarla más corto de lo que ha hecho hasta ahora. Evidentemente, le cuenta demasiadas cosas y su imaginación se ocupa del resto. -Parecía sincera y profundamente enfadado. Tenía el cuerpo rígido y los hombros tiesos, como si hubiera tensado todos los músculos-. Su esposa acabará gravemente herida si le permite seguir metiéndose en asuntos que no comprende; no tiene idea del peligro que corre. Pero ¡hombre, ya está bien! ¿Qué mosca le ha picado? ¿No controla su propia casa?
Sorprendido, Pitt observó a su superior. No sabía que Charlotte había ido a ver a Voisey ni por qué se le había ocurrido hacerlo. De lo que estaba absolutamente seguro era de que no había olvidado que Voisey había asesinado a Mario Corena y al reverendo Rae y de que jamás confiaría en él. Había ido por algún motivo. Charlotte no se enteraría por Voisey de algo que Pitt no supiese. Seguramente había ido a decirle algo. De pronto recordó que su esposa le había preguntado por la prueba contra la señora Cavendish y tuvo la certeza de que sabía lo que Charlotte le había dicho a Voisey y por qué había ido en ese preciso momento. Aunque con incertidumbre, una mezcla de temor y orgullo y cierta alegría, Pitt sonrió.
– ¡Pitt, si cree que este asunto es divertido, me encantaría saber por qué! -espetó Narraway secamente.
Pitt se puso serio. Comprendió a Charlotte y, con sorpresa y una curiosa y repentina compasión, supo los motivos por los que Narraway estaba tan enfadado. No temía por él ni por el éxito de la Brigada Especial, sino porCharlotte. Se había dejado llevar por los nervios porque sepreocupaba por ella.
Esquivó la mirada de Narraway para que no se diera cuenta de que sabía lo que le ocurría. Pitt conocía perfectamente la vulnerabilidad: es el precio que se paga por implicarte en algo. Y el único precio más alto que existe es el de no hacerlo. La cobardía de despreocuparse es la derrota definitiva. Recordó claramente su propia vulnerabilidad.
Cambió de tema.
– Tenemos que conectar las bombas con Wetron -dijo Pitt-. De nada servirá atrapar únicamente a Simbister. Wetron declarará que está horrorizado, se alzará con los laureles por poner fin a la corrupción y buscará a otro hombre de paja que ocupe el lugar de Simbister, al que avisará de que sea más cuidadoso y no se deje pillar.
– ¡Eso ya lo sé! -exclamó Narraway bruscamente. Miraba hacia la ventana y estaba de perfil-. Tenemos que utilizar todos los recursos de que disponemos. No podemos darnos el lujo de proteger a los que nos caen bien ni mostrar reparos para utilizar a los que no nos gustan.
– Así es -reconoció Pitt-. Si se me ocurriera una manera eficaz de conseguirlo la pondría en práctica.
– ¿Quién asesinó a Magnus Landsborough y por qué? -inquirió Narraway-. ¿Fue con el propósito de poner al mando a uno de los suyos? El atentado de Scarborough Street no tiene nada que ver con el de Myrdle Street. No fue una muestra de fuerza, sino un asesinato profesional e indiscriminado.
– Tal vez -reconoció Pitt-. Por lo que he averiguado, Magnus era idealista, pero no se trataba de un joven violento ni insensato. Le disparó alguien que conocía los planes de los anarquistas y que los esperaba en Long Spoon Lane.
– Evidentemente -comentó Narraway con amargura-. La calle de la cuchara larga… Es un nombre muy adecuado. Por lo visto han hecho tratos con el diablo. Nadie tiene una cuchara tan larga como para meterla hasta el fondo. Pitt, tenga mucho cuidado. Utilice a Voisey, pero no confíe en él… ¡en absoluto!
Pitt pensó en la prueba contra la hermana de Voisey. ¿Sería suficiente? ¿Su amor por ella era mayor que su ansia de volver a ostentar el poder y vengarse de los que ya se lo habían arrebatado una vez?
En el pasado, Pitt había cometido el error de suponer que las personas actúan por propio interés. No era así. La pasión, el miedo y la ira desencadenan toda clase de actos estúpidos y autodestructivos y los autores solo se dan cuenta cuando es demasiado tarde.
– Pitt…
Narraway interrumpió el hilo de sus pensamientos.
– Sí, señor, seré tan cuidadoso como pueda con respecto a Voisey.
– Me alegro. Continúe investigando. Se acabaron los chapuzones en el río. No puedo permitirme el lujo de que agarre una neumonía.
– Agradezco su preocupación -respondió Pitt sarcásticamente y se retiró antes de que Narraway tuviera tiempo de decir nada.
Esa tarde llegó temprano a casa y, pese a que durante más de una hora había estado pensando cómo abordaría con Charlotte el tema de Voisey y si mencionaría la visita que Narraway había hecho a su esposa, al entrar en la cocina se dio cuenta de que aún no había tomado una decisión.
Ella lo recibió con una sonrisa radiante e inocente que demostraba su absoluta culpabilidad. Sabía perfectamente lo que había hecho y no tenía la menor intención de decírselo. No fue necesario tomar decisiones. De momento Pitt no diría nada porque, dadas las circunstancias, antes de actuar necesitaba reflexionar.
Su esposa le extendió una carta.
– La entregaron en mano hace aproximadamente una hora. Es de Charles Voisey.
– ¿Cómo lo sabes? -inquirió Pitt y se la arrebató.
Charlotte abrió desmesuradamente los ojos.
– ¡Porque lo dijo el mensajero! Vamos. ¿Crees que la he abierto?
– Perdona -se disculpó y abrió el sobre. El rostro de Narraway, demudado por las emociones, apareció claramente en su imaginación-. Estoy seguro de que no la has abierto.
Pitt vio que su esposa no le quitaba ojo de encima mientras leía la misiva.
Pitt:
Espero que el remojón no lo haya afectado. Ahora sé dónde está la prueba que necesitamos. Está en poder del hombre al que involucra, pero no tiene el menor sentido coger al perro y dejar libre al amo. Por decirlo de alguna manera, no tardará en conseguir otro perro.
Ya sé que supone riesgos, sobre todo para el único que en esta situación puede registrar la casa de su jefe. De todos modos, no veo otra salida.
Aconséjeme.
Voisey
Probablemente Charlotte había intentado dominarse, pero esa carta fue más de lo que podía aguantar, por lo que preguntó en tono tajante:
– ¿Qué pasa?
– Tengo que encontrar a Tellman -respondió, se acercó al fogón, lo abrió desde arriba con la ayuda de la barra y dejó caer la carta sobre las brasas-. Voisey dice que hay una prueba de que Wetron está directamente relacionado con Simbister en el atentado. Debemos conseguirla.
– Será muy peligroso -comentó con voz ronca y en tono muy bajo porque no quería que Gracie la oyese. De nada serviría que se enterara y se preocupase. Charlotte sabía demasiado bien qué era el miedo y no se lo deseaba a otra persona, menos aún, a alguien que quería-. ¿De qué prueba se trata?
– No lo sé.
– ¿Es posible que esté mintiendo? Tal vez no hay nada y lo único que pretende es que pillen a Tellman. Sería la venganza perfecta; además, no podrías culparlo. Hay… -Charlotte lo cogió de la manga cuando se detuvo en el umbral, a punto de irse.
Pitt le apretó la mano.
– Antes de hablar con Tellman le preguntaré a Voisey de qué se trata -replicó.
– ¿Y si no te lo dice? -Charlotte se negó a soltarlo.
– En ese caso no le pediré a Tellman que busque la prueba.
– ¿No se lo pedirás ni siquiera ante la posibilidad de que…?
– No. -Pitt sonrió-. Claro que no, no se lo pediré.
Voisey fue muy concreto. Simplemente no había querido dar detalles por escrito, por mucho que lo enviase en sobre lacrado y a través de un mensajero.
– Tendría que haberlo visto antes -reconoció Voisey, contrariado.
Pitt y él se encontraban en el pequeño gabinete de la casa de Curzon Street. Era una estancia de proporciones muy agradables, pintada en tonos rojos oscuros, con los alféizares en blanco y ventanas que daban a la terraza. Las enredaderas oscurecían a medias la parte de arriba de dos ventanas, lo que suavizaba la luz y daba un toque de fresco verdor a la calidez de las paredes. El mobiliario era sencillo y la madera estaba tan lustrada que reflejaba la veta, como si fuera de seda. Pitt se sorprendió al reparar en que los cuadros eran apuntes a pluma y aguadas de árboles, unas preciosas imágenes invernales.
– ¿Qué es lo que tendría que haber visto? -inquirió al tiempo que tomaba asiento en un sillón de terciopelo de tonos rojo y dorado intensos.
Voisey permaneció de pie.
– Que la policía se ocupa de los delitos. Es la respuesta evidente.
– ¿La respuesta a qué? -insistió Pitt, a quien le costaba disimular su irritación.
Voisey sonrió mientras saboreaba la paradoja de la situación.
– Los policías se enteran de toda clase de delitos, grandes y pequeños. A partir de ahí suponemos que persiguen judicialmente a los responsables y, en el caso de que sean declarados culpables, los acusados son condenados. -Pitt se mantuvo a la expectativa. Voisey se echó ligeramente hacia delante-. ¿Qué sucedería si se encontraran con un delito del que no hay pruebas, salvo para ellos, o de un delito del que no es probable que la víctima hable? ¿Y si en lugar de llevar al sospechoso a los tribunales guardan discretamente las pruebas y lo chantajean? Pitt, me sorprende tener que explicárselo. -El integrante de la Brigada Especialentendió de repente, como si le hubiesen clavadouna navaja en el cerebro-. Ha guardado cuidadosamente las pruebascontra mi hermana para obligarme a hacer lo que le venga en gana.¿No se le ha ocurrido pensar que Wetron pudo hacer exactamente lomismo? En su posición yo lo habría hecho. ¿Hay algo más útil que unpelele a quien poder mandar lo que se te antoje: comprar dinamita,colocarla, hacerla estallar en el momento oportuno e inclusoasesinar a Magnus Landsborough si es lo que necesitas?
Era tan sencillo que ambos tendrían que haberlo deducido. Pitt jamás habría sido capaz de ocultar un verdadero delito. Sabía tan bien como Voisey que la señora Cavendish desconocía que transportaba veneno con la comida que entregaba al reverendo Rae. Si hubiera sido posible condenar a Voisey por ese suceso, Pitt se habría encargado de hacerlo, incluso aunque implicase a su hermana. Tal como estaban las cosas, utilizar las pruebas habría supuesto condenar a la señora Cavendish y permitir que Voisey se marchase… sin lugar a dudas habría estado apenado, más solo que nunca y hasta es posible que atormentado por la culpa, pero libre al fin y al cabo.
Por mucho que Voisey hubiese querido hacer daño a Charlotte, ¿habría estado dispuesto a que ahorcasen a la señora Cavendish por el delito cometido por su hermano? Pitt no conocía la respuesta a esa pregunta. Lo único importante era que Voisey creyese que era capaz de hacerlo.
Era evidente que Wetron estaba en la posición ideal para encontrar pruebas de un delito de esas características y poder utilizarlas.
– Podría tratarse de cualquier cosa… robo, incendio provocado, asesinato… algo que ha ocurrido en los últimos… -Pitt titubeó.
– En los últimos dos o tres años -Voisey concluyó la frase.
– ¿Por qué tan poco tiempo? -inquirió Pitt-. Ha pasado toda su vida en el cuerpo de policía.
– ¡Piense, piense! -exclamó Voisey con impaciencia y retrocedió hasta que la luz del sol que entraba por la ventana iluminó la alfombra que había entre ambos-. Cuando era un simple agente no estaba en condiciones de guardar secretos. Habría resultado demasiado peligroso. En el caso de ocultar algo, habría tenido que compartirlo con otros a los que no controlaba. Una vez que lo ascendieron y pudo ocultar datos, lo más probable es que los utilizase en favor del Círculo. Habría sido la forma ideal de conseguir favores y poder. No, Pitt, este delito solo tiene uno o dos años, como máximo tres. Y el autor es alguien vulnerable que teme caer en desgracia, sin amigos que lo defiendan o se pongan de su parte y que no se atreve a afrontar las consecuencias de lo que ha hecho. Todo lo cual significa que no se trata de alguien que se gana la vida como delincuente, sino de una persona que ha cometido un delito grave y que teme tener que pagar por lo que ha hecho. También es alguien a quien Wetron puede usar, lo que reduce enormemente las posibilidades.
Pitt se enfadó consigo mismo por no haberse dado cuenta antes. Resultaba vergonzoso que fuese precisamente Voisey quien lo señalara. Por mucho que le pesara, tenía razón.
– Sin duda Wetron guarda la prueba en un lugar seguro -añadió Voisey, muy serio-. Si la conseguimos demostraríamos su complicidad. Pitt, cueste lo que cueste, no podemos prescindir de dicha prueba. Da igual a quién tengamos que utilizar.
Mientras hablaba, Voisey no dejaba de observarlo atentamente.
Pitt se sintió arrastrado por una corriente demasiado fuerte para resistirse. Incluso ofenderse era absurdo. Al menos lo que ocurría no era obra del parlamentario.
– Así es. -Se puso en pie. No quería seguir en esa casa-. Hablaré con Tellman, confío plenamente en él.
Voisey retrocedió.
– Me alegro. Debemos actuar deprisa. Intentarán aprobar el proyecto lo antes posible.
Pitt se abstuvo de hacer comentarios acerca de que Voisey se había incluido a sí mismo en ese «debemos», como si arriesgara algo. Empezó a pensar en cómo encontraría a Tellman y qué le diría.
La primera parte resultó más sencilla de lo que suponía, pero la segunda le dio más trabajo. Tellman estaba en su alojamiento y la casera lo hizo pasar sin poner objeciones. Se había acostumbrado a sus visitas. Le ofreció una taza de té, pero Pitt la rechazó pues no quería ser interrumpido.
Tellman se sentó frente a la chimenea. Los leños quemaban lentamente, solo para quitar un poco el frío de la habitación y tal vez también para crear la ilusión de la compañía. Tellman se había quitado las botas y el cuello almidonado y parecía relajado.
Pitt experimentó una punzada de culpa, pues estaba a punto de estropearle el momento.
El sargento se puso inmediatamente de pie.
– ¿De qué se trata? ¿Qué ha pasado? -preguntó nerviosamente y en tono tenso.
Con pocas palabras Pitt le habló de la dinamita del Josephine y de que Voisey y él habían estado al borde de la muerte.
– ¿Grover? -preguntó Tellman, apenado, y volvió a sentarse frente a Pitt.
No se trataba de que Grover le cayera bien, sino de que era agente de policía. La traición era algo que siempre le dolía.
– Sí. He encontrado testigos de que estaba allí -respondió Pitt. Tellman lo miró muy serio bajo la luz tenue y el calor.
– No puedo detenerlo.
– Ya lo sé. No he venido por eso. Te lo he contado porque forma parte de la historia. Estoy aquí exclusivamente por Voisey. -Pitt no quiso dejar de mirar a Tellman mientras pronunciaba esas palabras, pese a que sabía que le haría preguntas; desviar la mirada no solo le pareció cobarde, sino que pensó que daría la sensación de que no quería compartir con él lo que sucedía-. Dice que Wetron tiene pruebas de toda clase de delitos cometidos por diversas personas… lo que es evidente. Al fin y al cabo, es su trabajo. Pero también supone la oportunidad ideal de chantajear a alguien para que coloque bombas.
Durante unos segundos el rostro de Tellman careció de expresión. Al igual que a Pitt, ni siquiera se le había ocurrido pensar que alguien utilizara información policial con ese propósito. Sintió como un latigazo cuando por fin lo comprendió. Su cara cambió y pareció perder luminosidad. Guardó silencio unos instantes.
Fue Pitt quien rompió el silencio:
– Tiene que ser alguien que cometió un crimen por impulso o desesperación -añadió repitiendo la conversación que había mantenido con Voisey-, alguien que tiene mucho que perder. No hay chantaje sin miedo.
Tellman levantó la cabeza para mirarlo y afirmó severamente:
– Encontraré la prueba, buscaré hasta dar con ella. No hay tantos lugares donde esconderla. La conservó para mostrársela al chantajeado, para que supiese que ejerce poder sobre él. La cuestión está en saber dónde la ocultó. Si está en su casa, ¿cómo la conseguiremos? ¡El allanamiento de morada es un grave delito! Si sospecha que la buscamos, Wetron la destruirá. Si ha logrado que el pobre desgraciado ponga bombas, ya tiene otro motivo para chantajearlo de aquí en adelante.
Pitt se sintió como si el mundo se le viniese encima. ¿Y si Wetron ya había destruido las pruebas que podían existir? Conservarlas era peligroso. Sin duda había pensado lo mismo. Debía recordar que Voisey estaba obsesionado por vengarse.
Tellman lo observaba con gran atención.
Tal vez la situación era incluso peor. Quizá la prueba seguía existiendo y había dejado una pista que podía seguirse, precisamente para que Voisey y Pitt enviasen a alguien a buscarla y así poder atraparlo. Pitt haría cuanto estuviese en sus manos para exculpar a dicha persona y haría recaer las culpas sobre sí mismo. Se apresuró a mirar a Tellman.
– Es demasiado peligroso. Seguramente ha pensado en todas las opciones. Espera que cualquiera de nosotros lo intente. Espera que…
– Si no lo intentamos nos vencerá -lo interrumpió Tellman-. Prefiero ser derrotado a renunciar sin intentarlo.
– Si renunciamos sin intentarlo estaremos vivos para seguir luchando -precisó Pitt colérico, aunque no estaba furioso con Tellman, sino con Wetron, con las circunstancias que los habían conducido hasta ese punto, la corrupción, la estupidez y no saber en quién confiar.
– No tiene mucho sentido luchar después de haber perdido -declaró Tellman y sonrió a regañadientes. Su sonrisa tenía cierto tono de burla y un poco de tristeza. Su mirada revelaba que también se sentía atrapado e impotente. Por añadidura, tenía mucho que perder, toda una nueva y maravillosa vida que estaba a punto de empezar a saborear-. ¿Crees realmente que ha pensado que buscaremos la prueba?
– No podemos permitirnos el lujo de suponer que no lo ha hecho, lo que significa que habrá alguna pista para atraernos.
– ¿Qué ha hecho que Voisey pensara en esto?
– No lo sé, pero es evidente, siempre y cuando no estés cegado por la lealtad o por la presunción de honradez… y está claro que Voisey no está cegado.
– ¿Eso es todo? ¿Lisa y llanamente se trata de una deducción que se le acaba de ocurrir?
– No lo sé.
Tellman reflexionó unos segundos. El fuego chisporroteó. Ya había caído la noche y la luz no se colaba por el resquicio entre las cortinas.
– En el caso de que exista, si la prueba está en su casa, evidentemente utiliza a alguien. Por otro lado, si está en su despacho de Bow Street, podría tratarse de algo poco comprometedor. Podría decir que acaba de encontrarla, que estaba a punto de investigar y podría echarle la culpa a cualquiera.
– Y sería muchísimo más fácil dar con ella -apostilló Pitt-. Pero podría estar en su escritorio, donde nadie más la vería. Lo que menos le interesa es que alguien descubra la prueba y juzguen a ese hombre. Wetron no puede permitir que lo interroguen, menos aún en un juzgado.
Pitt tenía cada vez más la sensación de que el documento, o lo que fuera esa prueba, había sido destruido. Podían pillarlos mientras lo buscaban, aunque no existiese la menor posibilidad de encontrarlo. Pero tener demasiado miedo para intentarlo sí que era una derrota.
– Podría echar un vistazo en el despacho de Wetron -dijo Tellman-. No es muy peligroso. Ya hemos establecido la conexión entre los anarquistas, la policía y los atentados. Es razonable que yo siga investigando en busca de más nombres, sospechas y acusaciones, que aunque no demuestren nada no dejan de ser interesantes.
– Tienes razón. De todos modos, si quiere cerciorarse de que podrá seguir usándola, no la pondrá donde cualquier miembro de la comisaría pueda encontrarla -supuso Pitt.
Tellman reflexionó unos instantes.
– Por supuesto, pero comenzaré por allí.
– Pero ¡eso es todo! -advirtió Pitt-. ¡Busca la prueba en la comisaría y luego olvídate del asunto!
– Está bien -replicó Tellman-. Lo haré mañana.
Mientras hablaba, Tellman sabía que no tenía la menor intención de olvidarse del asunto si no encontraba nada en Bow Street. De hecho, suponía que no hallaría pruebas de un delito que Wetron pudiese aprovechar. Lo que le parecía posible era que Wetron hubiese dejado alguna pista acerca de donde podía estar dicha persona, que era exactamente lo que había dicho Pitt, a fin de pillar a quien la buscara… a ser posible, el propio Tellman.
Esa noche se acostó y clavó la mirada en la luz parpadeante del techo de su habitación. Pasaba poco tráfico, las luces de los coches brillaban, y las ramas del tilo se movían y tapaban y destapaban la farola de la acera de enfrente.
Necesitaría ayuda. No tenía sentido pedírsela a sus colegas. Aparte de que no le creerían, no se atrevía a confiar en nadie, menos aún en Stubbs. Incluso la gente honrada podía ser víctima del miedo y de viejas lealtades. Por otro lado, los demás policías carecían de las habilidades que él buscaba. Necesitaba a un ladrón, un atracador de primera, alguien que entrara y saliese de una casa sin que nadie se enterase. Necesitaba a alguien capaz de romper una ventana con el silencioso método del «cristal laminado», escalar, encontrar la habitación deseada en cuestión de segundos, sin despertar al perro ni al lacayo, y abrir la caja fuerte con una ganzúa y el estetoscopio.
Conocía a varios individuos capacitados para esa tarea, no era ese el problema. La dificultad radicaba en encontrar a alguien dispuesto, preparado y cuya lealtad pudiese conseguir mediante el pago o a través de alguna obligación. No le gustaba apelar al miedo, que solo servía para atraer antipatías y que, tarde o temprano, conducía a la venganza.
Durmió con un sueño ligero. A las seis de la mañana lo despertó la luz del amanecer y se levantó. Si quería encontrar a alguien, tenía que buscarlo antes de esa noche; mejor dicho, tenía que hacerlo antes de dirigirse a Bow Street para cumplir su jornada laboral.
Tellman se había decantado por dos ladrones. Ambos serían difíciles de encontrar y convencerlos resultaría todavía más arduo. Se puso la ropa más vieja que tenía, a fin de pasar desapercibido por las callejuelas que tendría que recorrer en su camino hacia el este de la ciudad.
En Hackney Road compró un bocadillo de jamón en un puesto y caminó hacia el sur hasta Shipton Street. Sabía dónde encontrar a Pricey [1], al que llamaba con ese apododesde que lo conocía. No sabía si era un derivado de su apellido ohacía referencia a los honorarios que recibía por los infamesservicios que prestaba a sus clientes.
Tellman nunca lo había detenido, por lo que entre ambos no existía enemistad, incluso había una buena relación a la que en estos momentos podía apelar.
Pricey, que había pasado toda la noche fuera, aún dormía cuando Tellman llamó a su puerta. Sus aposentos estaban al final de una estrecha escalera que partía de un patio tranquilo, con los adoquines rotos. Si su necesidad de ayuda hubiese sido menos apremiante, tal vez Tellman se habría puesto nervioso por estar allí, incluso a plena luz del día y en la calle.
Al cabo de unos minutos, una voz adormilada preguntó desde el interior quién llamaba.
– ¡Soy el sargento Tellman! -respondió-. Necesito un favor y estoy dispuesto a pagarlo.
Mostrarse evasivo carecía de sentido; además, no tenía tiempo.
Sonó un pestillo, luego otro y por fin la puerta se abrió lentamente, en medio de un bien engrasado silencio. Pricey estaba de pie, con la camisa de noche a rayas azules y blancas, descalzo sobre el suelo de madera y con un gorro que tapaba casi toda su cabellera negra y lisa. Su rostro era afilado y lúgubre. Al ver que Tellman no llevaba el traje y la camisa blanca habituales, sino prendas en tonos grises poco llamativos, lo miró con más curiosidad.
El policía entró y cerró la puerta. No era la primera vez que estaba allí y conocía el camino que conducía a la cocina. Era el único lugar donde había sillas y, si tenía un poco de suerte, Pricey incluso lo invitaría a una taza de té. El bocadillo de jamón le había dado sed.
– Vaya, no lo esperaba -comentó Pricey, interesado-. Señor Tellman, ¿qué le trae por aquí a estas horas? Debe de ser algo bueno.
– Lo es -confirmó Tellman y se sentó con cuidado en una silla de madera, que inmediatamente se hundió bajo su peso, pese a ser escaso-. Necesito que encuentres y robes una prueba. Está en casa de alguien que conozco, probablemente en la caja fuerte o en un cajón del escritorio, cerrado con llave.
– ¿Cómo sabré que he encontrado lo que busco? -quiso saber Pricey y torció el gesto con expresión dubitativa.
– Eso es lo más difícil -reconoció Tellman-. A lo largo del día de hoy sabré más cosas y te las diré antes de que actúes. Necesito quedar contigo en el lugar adecuado.
Pricey sopesó la situación y observó a Tellman con mirada dura e intensa.
– ¿De qué clase de prueba me habla? ¿Por qué se mueve a hurtadillas en lugar de entrar a cogerla como hace habitualmente la policía? ¿Quién la tiene? ¿Para qué la quiere? Me parece que este asunto no es trigo limpio, de lo contrario actuaría de otra manera, aparte de que le saldría más barato. No trabajo gratis. ¿Quién paga? ¿La policía o usted?
Tellman sabía que no podía mentir a Pricey y que si lo intentaba lo ofendería; para él el orgullo era muy importante.
– Sí, es muy peligroso -reconoció el sargento sin andarse por las ramas-. No quiero que nadie se entere de que tengo esa prueba y menos aún la policía.
Pricey pareció sorprenderse.
– Señor Tellman, ¿es usted corrupto? ¡Vaya, vaya! Jamás lo habría imaginado. No sabe cuánto me decepciona.
– ¡No, no soy corrupto! -espetó Tellman-. Quiero que se la robes a un policía corrupto. Es la prueba de un delito y, mediante la amenaza de utilizarla, ese policía chantajea a alguien para que cometa más atrocidades. Al menos es lo que pienso.
– ¿Eso piensa? -Pricey no estaba muy seguro-. Señor Tellman, es espantoso… incluso peor que una extorsión. A mí me parece francamente malvado.
– A mí también. -Tellman pensó en conseguir que Pricey se comprometiera personalmente como incentivo añadido-. Si no me equivoco, tiene que ver con los atentados de Myrdle Street y Scarborough Street.
Pricey soltó una lenta exhalación y blasfemó.
– ¡Le aseguro que no le saldrá gratis! -advirtió.
– Esta tarde a las siete tienes que estar en la Dogand Duck. Tarde lo que tarde, espérame. A esahora dispondré de información para ti. Me encargaré de que el dueñode la casa esté ocupado en otro lugar.
– ¿Para qué? ¡Señor Tellman, jamás me ha pillado… al menos no ha podido demostrarlo! ¡Reconozca que es así! -De repente sonrió-. ¡Y no dirá que no lo ha intentado!
– En la Dog and Duck a las siete en punto-repitió Tellman y se puso en pie.
Era más tarde de lo aconsejable; ya debía estar en Bow Street.
Tellman vivió uno de los peores días de su vida profesional, que para entonces ya había cumplido más de dos décadas. Dedicó la mañana a pensar en todas las posibilidades que se le ocurrieron, por muy inverosímiles que pareciesen, para alejar esa noche a Wetron de su casa.
Antes tenía que registrar el despacho de su superior; en el caso de que la prueba estuviese allí, la intervención de Pricey sería innecesaria.
La suerte le sonrió, pues Wetron salió a comer y, antes de irse, le oyó decir que estaría fuera dos horas. Había quedado con un parlamentario para asesorarlo acerca del nuevo proyecto de ley para armar a la policía. A Tellman se le pasó por la cabeza la posibilidad de que el parlamentario en cuestión también formase parte del Círculo Interior y quisiera reclutar más votos de apoyo a Tanqueray.
En cuanto Wetron se marchó, Tellman preparó una explicación por si alguien le preguntaba algo, se dirigió hacia el despacho escrupulosamente ordenado de Wetron y emprendió la búsqueda. Si le hacían alguna pregunta mencionaría el caso de falsificación en el que estaba implicado Jones el Bolsillo y su supuesta conexión con el atentado de Scarborough Street. Se trataba de un asunto del que la policía debía ocuparse porque, evidentemente, la Brigada Especialno estaba a la altura de las circunstancias. A lahora de la verdad, solo una persona le preguntó qué hacía y obtuvouna amplia sonrisa de apreciación cuando dio la respuestapreparada.
– ¡Alguien tiene que atrapar a esos cabrones! -exclamó el agente-. ¿Puedo ayudarlo?
– Podría si supiera qué busco -respondió Tellman con el corazón acelerado-. No lo sabré hasta que lo vea.
– Pero ¿tiene alguna idea? -El agente permaneció en el umbral con expresión de curiosidad.
– No estoy muy seguro -repuso Tellman, más o menos sinceramente-. De todos modos, si me equivoco me habré metido en un buen aprieto. Deje que siga con mi trabajo antes de que el inspector vuelva, ¿de acuerdo?
– ¡Por supuesto, adelante! -El policía retrocedió deprisa, ya que no quería correr riesgos.
Tellman volvió a revisar los papeles.
Transcurrieron diez minutos frenéticos hasta que, con dedos temblorosos, levantó una hoja de papel y la leyó. La releyó hasta estar absolutamente seguro. Se trataba de una referencia indirecta a un delito cometido aproximadamente tres años atrás y de una nota según la cual cualquier medida que pudiera adoptarse quedaba pendiente. No había que seguir con el asunto sin instrucciones explícitas del jefe de policía. Era lo que Tellman buscaba y Wetron lo había dejado donde pudiera encontrarlo, no demasiado accesible, sino con la suficiente dificultad como para merecer el esfuerzo y no levantar sospechas. Tal como Pitt suponía, la prueba estaría en casa de Wetron.
Los hechos habían tenido lugar tres años antes en una casa de huéspedes cercana a Marylebone Road. Figuraba la dirección. Por fin tenía algo concreto que transmitir a Pricey.
A continuación debía encontrar la manera de alejar a Wetron de su casa.
Tellman abandonó el despacho y al salir cerró la puerta. Se sorprendió al ver que tenía las manos empapadas en sudor y notar los latidos del corazón en las orejas. Recorrió rápidamente el pasillo hasta la escalera y se dirigió hacia su pequeño despacho. Se sentó sin tenerlas todas consigo y reflexionó.
¿Qué podía ser irresistible para Wetron? Tellman necesitaba que permaneciese fuera toda la noche o, al menos hasta las tres o las cuatro de la madrugada, a fin de que Pricey pudiera encontrar la prueba. Por encima de todo, Wetron deseaba la aprobación del proyecto para armar a la policía. Era la clave de su plan. ¿De qué manera podía utilizarlo en su favor? Algunas ideas revolotearon por su cabeza, pensamientos incoherentes, fragmentos, nada inteligible. ¿Qué podía ofrecerle a Wetron? ¿Qué lo haría caer en la tentación o lo asustaría? ¿Con qué podía amenazarlo hasta el punto de que se sintiese obligado a resolverlo personalmente? ¿Había alguien que le importase?
Poco a poco la idea cobró forma: deseo y miedo entrelazados. De todos modos, necesitaría ayuda. Alguien debía correr peligro, alguien que Wetron necesitara y al que no pudiese sustituir. Tanqueray no contaba. Si lo mataban otro defendería el proyecto. Se convertiría en mártir. ¡Su muerte incluso podría resultar rentable!
Edward Denoon. Era un hombre poderoso, único, el principal defensor público del proyecto y con un periódico que leía casi toda la gente influyente del sur de Inglaterra.
¿Quién podía amenazar a Denoon? Los enemigos del proyecto. Voisey era el más evidente. ¿Qué complacería más a Wetron que pillar a Voisey cometiendo un delito?
Tellman se puso en pie. Debía hablar con Pitt o con Narraway, con alguien que lo hiciese creíble. Wetron tenía que aceptar el plan y sentirse obligado a ayudar a ponerlo en práctica.
Dio resultado, al menos aparentemente. Hacía buen tiempo, la brisa agitaba las hojas de los árboles y el olor a humo de la chimenea impregnaba el aire. Poco después de medianoche Tellman estaba junto a un coche de caballos. El vehículo estaba detenido a veinte metros de la casa de Denoon; cualquiera que echase un vistazo habría pensado que el sargento era un cochero que esperaba a un cliente. Wetron se encontraba en la acera y hablaba con uno de sus efectivos, como si fueran dos caballeros que daban un paseo a última hora mientras charlaban. Llevaban más de una hora de espera y comenzaban a impacientarse.
Tellman no dejaba de mirar hacia la casa de Denoon, con la esperanza de ver algún indicio de que Pitt había cumplido su palabra. No conseguiría que su superior se quedara mucho más y, por decirlo con delicadeza, intentar explicar por la mañana lo sucedido sería, en el mejor de los casos, incómodo.
Un perro empezó a ladrar. Wetron se sentó. Tellman, que se encontraba junto a la cabeza del caballo, deseó con todas sus fuerzas que sucediera algo.
Los segundos transcurrieron. El animal golpeó el suelo con las patas y bufó ruidosamente.
Wetron se volvió cuando vio que una figura se movía en la otra acera, sigilosa como una sombra, y se deslizó por los escalones que bajaban hasta la entrada de servicio de la casa de los Denoon. Pasaron cinco segundos, luego diez y Wetron lanzó la orden de actuar.
– ¡Todavía no! -exclamó Tellman tajantemente y en tono agudo.
¿Se había pasado de la raya diciéndole a Wetron que Voisey se proponía matar a Denoon? Lo aterrorizó la posibilidad de que el hombre que se movía entre las sombras fuese Pitt y de que Wetron lo arrestara.
– No podemos esperar -afirmó Wetron con furia-. Podría entrar y colocar una bomba. Solo disponemos de unos minutos. ¡Vamos!
Wetron se dispuso a cruzar la calle, sus pisadas resonaron en los adoquines y el policía que lo acompañaba le pisaba los talones.
Tellman se apartó del caballo, persiguió al agente y en cuatro zancadas lo alcanzó.
– ¡Vaya por allá! -ordenó y señaló el otro lado de la casa de Denoon-. Si entró por la parte trasera saldrá por allí. -El policía dudó y, a la luz espectral de las farolas, su rostro reveló una expresión de sobresalto e indecisión-. Tenemos que cogerlo -insistió Tellman-. Si ha colocado una bomba tenemos que averiguar dónde está.
– ¡No lo dirá!
– ¡Puede estar seguro de que lo dirá si lo llevamos de regreso a la casa! -Tellman lanzó una maldición-. ¡Adelante! -añadió y le asestó un ligero empujón.
Repentinamente el agente comprendió la situación y cruzó la calle corriendo hasta el otro extremo de la casa de Denoon.
Tellman alcanzó a Wetron, que había llegado a la entrada y se disponía a bajar los escalones. El sargento siguió sus pasos.
– ¡Aquí no hay nadie! -espetó Wetron-. Ha debido de entrar y cerrar la puerta. Tellman, hemos tardado demasiado.
Era imposible que en tan poco tiempo Pitt hubiera hecho saltar la cerradura, por lo que no podía estar dentro. Seguramente había rodeado la casa.
– Señor, en ese caso lo cogeremos en el interior -propuso Tellman-. Es imposible que ya haya colocado la bomba. Lo atraparemos con las manos en la masa. Será el argumento más convincente que se presente a favor del proyecto parlamentario. Se trata de una ofensa mucho peor que la de Scarborough Street.
Wetron lo miró y durante unos instantes su rostro brilló de expectación. Se ensombreció en cuanto la cautela volvió. Estaba a menos de un metro de distancia y la luz de la farola, reflejada en las ventanas de la cocina, creaba la apariencia de que se encontraban incluso más cerca. Tellman notó que le temblaba el cuerpo, como si los latidos del corazón fuesen tan violentos que lo asfixiaban. ¿Se había dado cuenta Wetron de su treta? ¿Se había ocupado ya de que alguien detuviera a Pricey?
¿Había permitido intencionadamente que Tellman lo condujese hasta allí?
– ¿Quiere entrar por aquí o prefiere la puerta principal? -preguntó Tellman con voz ronca.
– Por la puerta principal -contestó Wetron-. Nos llevará toda la noche despertar a los que están aquí.
Pasó junto a Tellman, subió los escalones y estuvo a punto de tropezar en la penumbra.
El agente estaba en el otro extremo de la casa, por lo que casi no se le veía. Si salía por allí desde el fondo, tal vez pillaría a Pitt, pero no había forma de avisarle. A Tellman le dolía el cuerpo a causa de la tensión, el miedo había formado un nudo en la boca de su estómago y respiraba con grandes bocanadas.
Wetron llegó a la puerta principal, accionó el tirador del timbre, aguardó varios segundos y volvió a accionarlo.
Transcurrieron casi cinco minutos hasta que apareció alguien; para entonces Wetron estaba que trinaba.
– Dígame, señor -musitó fríamente el lacayo.
– Soy el inspector Wetron. En la casa hay un intruso que probablemente pretende colocar una bomba. Avise de inmediato al personal, cierre las puertas con llave y pida a las mujeres que se reúnan en la habitación del ama de llaves. ¡He dicho inmediatamente! ¡No se quede quieto como si fuera tonto! ¡Podrían volar por los aires!
El lacayo palideció y miró a Wetron como si apenas comprendiera el sentido de sus palabras.
Este pasó a su lado y Tellman lo siguió. El vestíbulo era grande y las lámparas de gas estaban apagadas, salvo la que el lacayo probablemente había encendido para llegar hasta la puerta. Tellman apenas veía a donde iba y se golpeó la espinilla con una mesa oriental baja mientras se disponía a encender las luces principales.
El inspector recorrió lentamente la estancia, en busca de indicios de que algo no estuviera donde correspondía. Todo se encontraba exactamente como cabía imaginar: el biombo chino de seda bordada, el tiesto con el bambú decorativo, el reloj de caja y las sillas. Nada se movió. No se oyó sonido alguno. Aunque aguzó el oído, Tellman ni siquiera oía el crujido de la madera. Tenía la esperanza de que Pitt hubiese saltado el muro del fondo y estuviera muy lejos.
– ¡Despierte a todos! -ordenó Wetron al lacayo en tono grave y tenso-. Ante todo, eche el cerrojo a la puerta principal. ¡Si ese hombre ha colocado una bomba me ocuparé de que permanezca aquí dentro, con nosotros!
– Sí, se… señor -tartamudeó el lacayo, que se movió nerviosamente.
Wetron se volvió hacia su subordinado.
– ¡Empiece por allí! -Señaló una de las grandes puertas de caoba con el dintel tallado-. Encienda todas las luces. Descubriremos a ese hombre.
– El gas, señor -dijo Tellman e intentó fingir que estaba asustado-. Si hay una explosión… -No acabó de expresar la espantosa posibilidad a la que supuestamente se enfrentaban.
– Sargento, una explosión del gas que contienen las tuberías sería suficiente para llevarnos al más allá -replicó Wetron-. Entre y encuentre al intruso antes de que pueda encender la mecha.
Las dos horas siguientes fueron las mejores y las peores de la vida de Tellman. Despertaron a todos los criados y, por supuesto, a Edward y a Enid Denoon. Piers Denoon salió del dormitorio frotándose los ojos, confundido y bastante ebrio. Parecía incapaz de comprender cuando Wetron le explicó que alguien había entrado en su casa para colocar dinamita.
Todos se asustaron. Algunas criadas jóvenes lloraron, la cocinera se mostró muy ofendida y hasta los criados se alarmaron visiblemente. El mayordomo se puso tan nervioso que derribó un florero, que cayó estrepitosamente y produjo el mismo sonido que un disparo, por lo que la aprendiza de criada, de trece años, se puso a gritar hasta que se desmayó.
Obviamente, no aparecieron ni el intruso ni el dispositivo explosivo. A las tres de la madrugada Wetron, pálido de furia y profundamente desconcertado, abandonó la casa, no sin antes dejar de guardia en la puerta a Tellman y al agente. Le produjo cierta satisfacción subir al coche al tiempo que comenzaba a llover y ver que sus hombres tiritaban de frío y de agotamiento mientras se alejaba, pero eso no era nada comparado con su sentimiento de ridículo.
Cuando regresó por fin a su alojamiento, Tellman tenía tanto frío que no sentía las manos ni los pies. La lluvia ligera había vuelto resbaladizas las aceras, y las cunetas, húmedas y negras, brillaban. Pricey lo estaba esperando. Parecía estar calentito, satisfecho de sí mismo y apenas se había mojado los hombros y la parte superior de la gorra.
– Lo he seguido -explicó al ver el mojado aspecto de Tellman y su expresión de contrariedad-. Señor Tellman, no lo veo muy contento. ¿Ha pillado a alguien?
– ¡He estado ocupado asegurándome de que no te detuvieran! -repuso el sargento bruscamente-. ¿Has encontrado algo?
– Ah, sí. Sí, ya lo creo. -Pricey se frotó las manos-. He dado con información muy valiosa. Podríamos decir que la casa no está mal, aunque para mi gusto es demasiado nueva. Prefiero las viviendas viejas, cargadas de historia.
– ¿Qué has encontrado?
– Declaraciones, señor Tellman. La confesión de la violación de una joven. No era una buena chica, pero tampoco era mala. Por lo visto la situación se desmadró. Han conseguido hacer callar a todos los testigos. Habría sido un escándalo sonado, pero nadie hizo nada. Por decirlo de alguna manera, el asunto se tapó.
– ¿Quién lo tapó?
– Señor Tellman, si quiere saberlo tendrá que pagar. Tendrá que apoquinar para saber quién lo hizo, quién lo sabe y quién calla. Tellman tiritaba.
– Entra -ordenó y se volvió hacia la puerta. Al llegar a su habitación se dirigió al cajón en el que guardaba el poco dinero del que podía prescindir-. Es todo lo que tengo, Pricey. -Le ofreció diez monedas de oro. Detestaba tener que dárselas y, si hubiera habido otra opción, se las habría quedado, pero si Pricey había encontrado algo para acabar con Wetron merecía la pena pagar-. Ante todo quiero verlas.
– ¿Solo diez libras? -Pricey miró las monedas entusiasmado-. Señor Tellman, ¿es su propio dinero? Veo que realmente desea conseguir estas pruebas.
– Pricey, algún día necesitarás un amigo, incluso aunque no sea yo quien vaya detrás de ti para detenerte. Te aseguro que soy mejor amigo que enemigo.
– Señor Tellman, ¿me está amenazando? -preguntó Pricey, indignado.
– Este asunto es demasiado importante para jugar -repuso Tellman con gran seriedad-. Puedo ponértelo fácil o difícil. Pricey, ¿somos amigos o enemigos?
Pricey se encogió de hombros.
– Supongo que diez libras limpias son mejores que veinte sucias. Aquí tiene. -Le entregó los papeles-. Dígame, ¿de quién es la casa? ¿Me lo contará o no?
– Pricey, es mejor que no lo sepas, podría darte pesadillas.
Tellman miró los papeles que Pricey le había entregado y los desdobló con cuidado. El primero era la declaración de un testigo acerca de una muchacha que coqueteaba y que a continuación fue violada por un joven demasiado borracho y arrogante como para admitir una negativa. La escena era absurda, violenta y horrible.
La segunda hoja era la confesión de una violación; los detalles ponían de manifiesto que se trataba del delito descrito en la hoja precedente. Estaba firmada por Piers Denoon; la firma del testigo era de Roger Simbister, inspector de la comisaría de Cannon Street.
– Gracias, Pricey -declaró Tellman sinceramente-. Te lo advierto por tu propio bien: borracho o sobrio, será mejor que jamás menciones este asunto.
– Señor Tellman, le aseguro que sé controlar la lengua.
– Más te vale, Pricey. Has robado estos papeles de la casa del inspector Wetron. No lo olvides y recuerda también lo que supondrá para ti si alguna vez se enteran.
– ¡Dios del cielo! Señor Tellman, ¿en qué lío me ha metido? -Pricey se puso terriblemente pálido.
– Pricey, tienes diez libras y mi agradecimiento. Haz el favor de largarte y ocuparte de tus asuntos. Anoche estuviste en tu cama, durmiendo, y no sabes nada de nada.
– ¡Por mi vida que no sé nada! -aseguró Pricey-. No se lo tome como algo personal, pero me parece que no quiero volver a verlo jamás.
Pitt sostenía el documento y supo que empezaba a entenderlo todo. Estaba en la cocina de su casa, donde había permanecido desde que había vuelto de la residencia de Denoon. Había pasado al menos la mitad del tiempo deambulando de un lado a otro, profundamente preocupado por Tellman.
– Piers Denoon -musitó lentamente-. Probablemente, Wetron lo chantajeó para que proporcionase fondos a los anarquistas y le comunicara a él sus actividades. Como no consiguió que Magnus Landsborough colocara bombas en calles donde morirían inocentes, se encargó de que Piers lo asesinara para que otro asumiera el mando, alguien que hiciese lo que Wetron ordenara. -Levantó la cabeza-. Gracias, Tellman, has estado fenomenal.
El sargento se dio cuenta de que se ruborizaba. Pitt no era pródigo en alabanzas, pero pese a su habitual modestia sabía que había actuado bien. Había tenido miedo. Todavía se estremecía cuando recordaba que Wetron había dedicado la noche a perseguir a un terrorista inexistente y a sacar de la cama a Edward Denoon y al resto de los habitantes de la casa para nada. Era un placer que tal vez le costaría muy caro. No le había contado a Pitt cómo se había desarrollado la situación. Tal vez debía hacerlo entonces, mientras el placer seguía intacto.
Pitt lo vio sonreír.
– ¿Qué te pasa? -preguntó serenamente, aunque su mirada risueña daba a entender que lo sabía.
Al final y con pocas palabras Tellman le refirió los acontecimientos de la noche.
Pitt rió. Al principio fue un sonido tenso y algo agudo a causa del nerviosismo; cuando Tellman le contó los gritos de la aprendiza de criada, el enfado de la cocinera y el terror y la torpeza del mayordomo, Pitt se echó a reír. Rieron tan fuerte y con tanta alegría que ninguno de los dos se dio cuenta del ruido ni oyeron que Gracie se acercaba a la puerta, con el pelo recogido en una cofia limpia y el delantal puesto para limpiar el fogón.
Se disculparon como críos a los que se pilla haciendo una travesura y permanecieron obedientemente sentados mientras Gracie volvía a encender el fogón y calentaba agua para el té.
Eran casi las ocho y media cuando por fin Tellman se fue a trabajar, con ojeras de cansancio pero con un buen desayuno entre pecho y espalda. Pitt pensó qué le contaría a Charlotte y qué haría durante la jornada. Ya había decidido que debía entregar inmediatamente la prueba a Narraway. No permitiría que permaneciese ni siquiera una hora más en su casa, donde se encontraban su esposa y sus hijos. Luego visitaría a Vespasia; tenía muchas cosas que preguntarle, algunas muy dolorosas.
– Fantástico -declaró Narraway con profunda satisfacción y miró a Pitt tras leer los documentos. Iba elegantemente vestido, pero estaba pálido-. Su actuación ha sido extraordinaria, pero ahora Wetron es más peligroso que nunca. Sabrá que Tellman planeó el robo de los papeles y la engorrosa situación que vivió anoche no debió de resultarle nada divertida. Jamás olvidará lo que le han hecho.
– Ya lo sé -reconoció Pitt. En esos momentos temía por Charlotte y ya no lo asustaban las amenazas de Voisey, sino las de Wetron. También estaba preocupado por Tellman, que era el causante del desconcierto de Wetron en casa de Denoon. Y el hecho de que el propio Pitt fuera testigo de todo no hacía más que echar leña al fuego-. Debemos acabar inmediatamente con él… -Notó el apremio en su voz-. ¿No podemos detenerlo hoy mismo?
El rostro de Narraway mostraba diversas emociones.
– Pitt, por si acaso enviaré a uno de mis hombres a su casa… armado. No puedo hacer nada para proteger a Tellman. ¿Me equivoco si pienso que Piers Denoon es quien mató a Magnus? -Apretó los labios-. Su propio primo… Me gustaría saber si realmente lo odiaba o si solo se trata de otra consecuencia del chantaje. La prueba de la violación relaciona a Piers con Simbister y a este con Wetron, pero es imprescindible conectarla con los atentados antes de proceder a las detenciones. ¡O, para decirlo con más exactitud, antes de que los policías se arresten entre sí!
– Con esto es suficiente -insistió Pitt-. Condena a ambos y a Piers Denoon. Tiene sentido. -El peligro que Tellman corría le preocupaba mucho. ¡Wetron no pararía hasta crucificarlo! A esas alturas ya sabría que los papeles habían desaparecido y que Tellman era el responsable, por mucho que hubiese pagado a un tercero para que llevara, a cabo el robo-. Simbister es el dueño del Josephine, en el que guardaban la dinamita, y Grover trabaja para él. El círculo de las pruebas se ha cerrado.
Narraway parecía cansado e impaciente.
– ¡Pitt, este trabajo es peligroso! -declaró en tono áspero-. ¿Alguna vez ha practicado la caza mayor? -No, claro que no. La sonrisa de Narraway era amarga.
– Hay algunos animales a los que solo se les puede disparar una vez, de modo que es necesario asegurarse de que el disparo es mortal. Si solo lo hiere, el animal se revuelve y puede destrozarle, aunque después muera. Wetron es uno de esos animales.
– ¿Se ha dedicado a la caza mayor?
Narraway lo miró a los ojos.
– Solo de la bestia más peligrosa que existe: el ser humano. No tengo nada contra los animales ni me interesa colgar sus cabezas de las paredes de mi casa.
Después de ese comentario Pitt pensó que Narraway le caía mejor.
– ¡Sí, señor!
Pitt hizo una breve visita a Vespasia; solo se quedó el tiempo imprescindible para contarle los acontecimientos de la víspera. La mujer respondió con una mezcla de satisfacción y pena, pero también temía que se produjesen nuevas tragedias. De todos modos, no quiso decirle de qué naturaleza suponía que serían ni a quién afectarían, pese a que Pitt tuvo la certeza de que su tía lo sabía.
Abandonó la casa de Vespasia y se dirigió a St Paul, donde a mediodía se reunió con Voisey junto al sepulcro de John Donne, el gran pastor, abogado, filósofo, aventurero y poeta isabelino y jacobino. Como siempre, Voisey apenas habló. Un vistazo a la expresión de agotamiento de Pitt, la celeridad de su paso y que llegase diez minutos antes de lo previsto le quitó todo deseo de exhibirse después del primer comentario.
– A los once años ingresó en Oxford. ¿Lo sabía? -preguntó con ironía-. Tiene muy mal aspecto. ¿Ha vuelto al lugar del atentado?
– No -contestó Pitt quedamente, que hablaba en voz baja para que no lo oyese la pareja de ancianos que al pasar rindió homenaje a Donne-. He pasado en vela casi toda la noche. Llevé a cabo una maniobra de distracción para que, de acuerdo con sus consejos, cierto ladrón cogiera de casa de Wetron la prueba decisiva.
A Voisey se le iluminó la cara y abrió mucho los ojos.
– ¿De qué se trata?
Su voz reveló tal impaciencia que la pareja de ancianos se volvió. Es posible que el hombre estuviera en mitad de la cita más famosa de Donne: «No preguntes por quién doblan las campanas…».
«Están doblando por ti.» Pitt concluyó mentalmente la estrofa.
– Exactamente lo que usted suponía -replicó y su tono fue poco más que un susurro.
– ¡Por amor de Dios! -espetó Voisey-. ¿Quién?
– Piers Denoon. Por una vieja acusación de violación.
Voisey exhaló un suspiro como si por fin se hubiera deshecho un nudo largamente estrechado.
– ¿Es suficiente?
– Casi. Necesitamos demostrar todas las implicaciones. Hemos conectado la dinamita con Grover y a este con Simbister a través de la confesión de Denoon, así como a Simbister con Wetron, aunque podría negarlo. Podría decir que acaba de encontrar la prueba y que se proponía tomar medidas en cuanto estuviera seguro. De esta forma, Simbister sería destituido y Wetron se limitaría a sustituirlo.
– ¡Comprendo, comprendo! -exclamó Voisey con impaciencia-. Debemos relacionar a Wetron con el chantaje a Piers Denoon para que no pueda escapar. Si es quien disparó a Magnus Landsborough, puede acusar a Denoon de asesinato. Declarará encantado que lo chantajearon para que lo hiciera. ¿Los documentos están a salvo? ¿Dónde? ¡No los tendrá en su casa!
– Sí, están a salvo -contestó Pitt sombríamente. Una ligera sonrisa demudó el rostro de Voisey ya que, en realidad, no esperaba respuesta a esas preguntas-. Utilice sus viejas conexiones del Círculo. Necesitamos la prueba rápidamente. Wetron sabe que los papeles están en nuestro poder.
La sonrisa se hizo más amplia.
– ¿Lo sabe? Cuánto lamento no haber visto lo que ocurrió.
Su tono revelaba pesar y ansias de venganza: no bastaba con que se lo contaran, deseaba paladearlo.
Pitt experimentó una ligera sensación de repugnancia. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, pero no había más remedio que trabajar con Voisey y no tenía sentido pensar en ello, como si pudiera librarse de hacerlo.
– Use hoy mismo sus contactos. Encuentre la prueba de que Wetron estaba enterado de la violación y la utilizó para obligar a Denoon a financiar a los anarquistas y asesinar a Magnus Landsborough -pidió Pitt.
El parlamentario se humedeció los labios. Fue un gesto lento y delicado y lo realizó sin darse cuenta.
– De acuerdo -accedió y miró a Pitt-. Ya sé a quién abordaré. Todavía me quedan algunas deudas por cobrar. ¿Tiene teléfono?
Claro que sí. No se aparte del teléfono a partir de las cuatro de la tarde. Está en lo cierto, no hay que perder un minuto más. -Se encogió ligeramente de hombros-. ¡Por el bien de Tellman!
Pitt le dio su número de teléfono, se volvió y se alejó arrastrando los pies antes de ceder al impulso de golpear el rostro complacido de Voisey. Sabía que estaban a punto de lograrlo, pero también que todo podía torcerse. Voisey podía traicionarlo y acabar con Wetron y Simbister gracias a las pruebas; desacreditar a Edward Denoon a través de su hijo y rescatar lo suficiente de las cenizas como para volver a ocupar su puesto en el Círculo Interior. Tal vez incluso podría aprovechar para sus propios fines el proyecto presentado en el Parlamento. Pitt no podía hacer nada para impedirlo. Él lo sabía y en la mirada de Voisey vio que él también. Voisey saboreó aquel momento como si fuera un coñac de cien años: aspiró el aroma y dejó que embriagase sus sentidos.
A las cuatro en punto Pitt estaba en casa y se dedicó a esperar; andaba de un lado a otro y se sobresaltaba al menor sonido. Charlotte lo observaba. Gracie iba de aquí para allá con la fregona y mascullaba, porque sabía que existía un peligro pero nadie le había explicado de qué se trataba. Hacía dos días que no veía a solas a Tellman. El señor Pitt había comentado que el sargento se había comportado con extraordinario valor e inteligencia pero no se explayó, ni siquiera con su esposa.
A las cinco tomaron el té, lo bebieron deprisa pese a que estaba demasiado caliente, les apetecía comer pastel pero al final no lo probaron.
Eran las seis menos cuarto cuando por fin sonó el teléfono. Pitt fue corriendo al pasillo y descolgó el auricular.
– Dígame.
– ¡La tengo! -exclamó Voisey, triunfal-. Pero alguien ha avisado a Denoon. Se ha ido al embarcadero. Venga tan rápido como pueda. A la escalera de King's Arms, en Isle of Dogs, a la altura de Rotherhithe por el sur. Está en Limehouse Reach…
– ¡Ya sé dónde está! -lo interrumpió Pitt.
– ¡Venga ahora mismo! -lo apremió Voisey-. Venga tan rápido como pueda. Me adelantaré. Si lo perdemos habremos fracasado.
– Allá voy. -Pitt colgó y al volverse vio que Charlotte y Gracie no le quitaban ojo de encima-. Me voy a la escalera de King's Arms, en Isle of Dogs, para coger a Piers Denoon antes de que escape. Wetron ha debido de ponerlo sobre aviso.
Comenzó a caminar hacia la puerta.
– ¡No puedes detenerlo! -gritó Charlotte-. Ya no perteneces a la policía. Permíteme hablar con…
– ¡No! -gritó Pitt y se volvió para mirar a su esposa-. ¡No hables con nadie! No sabes en quién confiar. Díselo a Narraway si logras dar con él. Pero ¡a nadie más!
Charlotte movió afirmativamente la cabeza. Su expresión demostraba que sabía que ni siquiera debía intentar ponerse en contacto con Tellman. Pitt la besó tan rápido que apenas fue un roce; salió de casa y corrió hasta la esquina. Llamó al primer coche que se cruzó en su camino.
– ¡A Millwall Dock! -ordenó al cochero-. Y de ahí a la escalera de King's Arms. ¿Sabe dónde está?
– Sí, señor.
– ¡Vaya tan rápido como pueda! ¡Se lo compensaré!
– ¡Agárrese!
El coche, avanzó a toda velocidad a medida que caía la tarde. Pitt se agarraba con todas sus fuerzas cuando giraban en las esquinas para dirigirse hacia el sur, a Oxford Street. Se abrían paso en medio del tráfico que iba hacia el este; el cochero no dejaba de gritar. Después de Oxford Streetpasaron porHigh Holborn,Holborn Viaduct, Newgate Street y después Cheapside. En el cruce de MansiónHouse reinaba el caos. Dos coches estaban enganchados rueda conrueda.
El cochero se detuvo. La impaciencia consumía a Pitt. A su alrededor la gente chillaba y los caballos se encabritaban y relinchaban.
A continuación pareció que volvían atrás y bajaron por King William Street hacia el río.
– ¡Por aquí no podrá pasar! -gritó Pitt furioso-. ¡Se encontrará con la torre!
El cochero gritó algo que no entendió. La noche llegó rápidamente y empezó a caer una lluvia brumosa. Volvieron a ganar velocidad, pero no serviría de nada. No podrían atravesar el impresionante bastión de la torre de Londres, construida ocho siglos antes por Guillermo el Conquistador.
Volvieron a girar y se dirigieron hacia el norte. ¡Claro! Irían por Gracechurch Street, Leadenhall Street y, a través de Aldgate y Whitechapel, hacia el este. Pitt apoyó la espalda en el asiento, tragó saliva e intentó serenarse. Aún les quedaba bastante distancia por recorrer. Seguía lloviendo y la superficie del camino brillaba por las luces de los vehículos y las farolas. El chapoteo y el siseo de las ruedas prácticamente anulaba el repiqueteo de los cascos de los caballos.
Al final, casi en medio de la oscuridad, se detuvieron en la escalera de King's Arms. Casi en el acto, la alta figura de Voisey salió de la penumbra y su negrura compacta se perfiló contra el brillo cambiante del río, a la vez que las luces de posición de los barcos jugueteaban en las ondas de la marea, a su espalda.
Pitt se apeó de un salto y entregó el dinero al cochero, probablemente el doble de lo que le debía por la carrera. Le dio las gracias y siguió a Voisey por el muelle hasta el borde del río.
– Está en esa barcaza -comentó Voisey con voz ronca-. Se ha ocultado allí. Se lo llevarán con el cambio de la marea… dentro de aproximadamente veinte minutos. -Señaló hacia el río-. Tengo un bote que me ha dejado uno de los barqueros. No es gran cosa, pero nos permitirá llegar hasta donde está.
Voisey comenzó a bajar por la oscura escalera y se equilibró apoyando una mano en el muro del terraplén.
Pitt distinguió la estructura negra de un bote que flotaba en el agua y el cabo chorreante que lo sujetaba a la anilla de las piedras. Los remos estaban desarmados… expectantes.
Voisey subió a bordo y ocupó el lugar del remero. Pitt desató el cabo, se lo enroscó en el brazo y saltó a popa. El político armó los remos, los introdujo en los escálamos y se apoyó en ellos con todas sus fuerzas.
Se internaron en la marea, se deslizaron un instante, se enderezaron, giraron hacia el otro lado y aguardaron el oleaje de frente con los remos hundidos. Voisey se echó hacia delante y hacia atrás; por fin encontró el ritmo y empezaron a navegar a toda velocidad.
Voisey aflojó cuando llegaron a la barcaza y volvió a colocar los remos a bordo. El investigador se incorporó con cuidado y se equilibró para estirarse antes de llegar a la barca. Tenía que evitar el choque con el casco, lo que alertaría a quien estuviese en la barcaza. Piers Denoon no debía de estar solo. Extendió los brazos y se cogió a la borda. Saltó, rodó, aterrizó sin dificultades, se puso en pie y finalmente, por si alguien vigilaba, se arrodilló para no ser visto. Llevaba una porra en el bolsillo y en ese momento lamentó que no fuera una pistola. Afortunadamente, Voisey lo acompañaba y estaba tan interesado como él en atrapar a Denoon. Voisey era un hombre corpulento y ambos eran musculosos e implacables.
Pitt avanzó sigilosamente y divisó la escotilla iluminada. Allí solo había un hombre de pie. Parecía rondar los veinte años y era esbelto y anguloso. Tras él se veía la sombra de otro individuo, más corpulento y ligeramente inclinado hacia delante. Por lo que Pitt pudo ver no estaba armado.
No quería golpear al más joven, de modo que le rodeó el cuello y lo echó hacia atrás. Sobresaltado, el otro se incorporó.
Hubo movimientos en la cubierta. Pitt se volvió para buscar al parlamentario con la mirada, pero se topó con un hombretón con una gorra de lana. Más allá, el bote en el que viajaba Voisey se alejaba y emprendía el regreso hacia la escalera. Por fin le había traicionado, precisamente en el único momento en el que Pitt no lo esperaba.