Capítulo 8

Verano de 1979

Sabia que la otra chica ya no estaba. Desde su oscuro rincón, oyó cómo se le escapaba el último aliento y, con las manos entrelazadas, se puso a rezar de forma obsesiva rogándole a Dios que recibiera en su seno a su compañera de suplicio. En cierto modo, la envidiaba porque ya no sufriría más.

La chica ya estaba allí cuando ella fue a parar a aquel infierno. El miedo la paralizó al principio, pero los brazos de la muchacha la abrazaron y la calidez de su cuerpo le transmitió una suerte de extraña tranquilidad. Asimismo, siempre fue amable con ella. La lucha por la supervivencia las había obligado a unirse y a separarse. Ella, por su parte, había conservado la esperanza. La otra, en cambio, no; y por eso la odiaba a veces, porque ¿cómo iba a permitir que se desvaneciese la esperanza? Toda su vida le habían enseñado que toda situación, por desesperada que pareciese, tenía una solución. ¿Por qué había de ser diferente la situación en que ahora se encontraba? Veía los rostros de su padre y de su madre y se reconfortaba ante la idea de que, finalmente, acabarían encontrándola.

La otra, ¡pobre muchacha!, no tenía nada. Supo quién era tan pronto como sintió su cálido cuerpo en la oscuridad, pero nunca cruzaron una palabra mientras vivieron allá arriba y, como por un acuerdo tácito, no se llamaron por su nombre allí abajo. La sensación de normalidad habría sido demasiado insoportable de sobrellevar. Sin embargo, sí le habló de su hija, la única vez que su voz resonó con un timbre vivo.

Cruzar las manos para rezar por la que se había ido le exigió un esfuerzo casi sobrehumano. Sus miembros no la obedecían, pero hizo acopio de todas sus fuerzas hasta que, finalmente, consiguió que sus manos rebeldes adoptasen la posición propia para una plegaria.

Armada de paciencia, aguardaba con su dolor en la oscuridad. Ahora ya sólo era cuestión de tiempo que sus padres la encontraran. Muy pronto…


* * *

Jacob contestó irritado:

– De acuerdo, iré con vosotros a la comisaría, pero es la última vez; después tenéis que acabar con toda esta historia, ¿está claro?

Marita vio acercarse a Kennedy por el rabillo del ojo. Nunca le había gustado aquel chico. Había en su mirada algo desagradable, mezclado con la adoración que le inspiraba Jacob. No obstante, su marido la reconvino cuando ella le reveló sus sentimientos al respecto. Kennedy era un niño desgraciado que, por fin, había empezado a hallar la paz en su interior. Lo que ahora necesitaba era amor y comprensión, no desconfianza. Pese a todo, el desasosiego no la abandonaba. Jacob le indicó a Kennedy con un gesto que volviese a la casa y el chico obedeció a su pesar. Era como un perro guardián dispuesto a defender a su amo, pensó Marita.

Jacob se dirigió a ella, le tomó el rostro entre las manos y le aconsejó:

– Vete con los niños, no pasa nada. La policía no pretende otra cosa que alimentar la hoguera en la que ellos mismos han de consumirse.

Sonrió, como para quitarle hierro a sus palabras, pero ella se aferró aún con más fuerza a los niños, que los miraban asustados. Con la natural sensibilidad infantil, presentían que algo estaba a punto de perturbar el equilibrio de su mundo.

El más joven de los dos policías volvió a tomar la palabra, aunque en esta ocasión parecía más incómodo:

– Te recomendaría que no volvieses a casa con los niños hasta esta tarde. Creo que… -vaciló un instante-, bueno, vamos a efectuar un registro allí…

– Pero ¿qué os habéis creído? -era tal la indignación de Jacob que se le trababa la lengua al hablar.

Marita observó que los niños se movían inquietos, pues no estaban acostumbrados a oír gritar a su padre.

– Te lo explicaremos, pero en la comisaría. ¿Nos vamos?

Dispuesto a no inquietar más a los niños, asintió resignado. Les acarició la cabeza, besó a Marita en la mejilla y echó a andar entre los dos policías en dirección al coche.

Cuando los agentes partieron con Jacob, ella se quedó allí mirándolos, como petrificada. Cerca de la casa, Kennedy observaba la escena. Sombras de negra noche habitaban sus ojos.


También en la finca se habían alterado los ánimos.

– ¡Llamaré a mi abogado! ¡Esto es un completo despropósito! ¡Hacernos análisis de sangre a todos y tratarnos como si fuéramos vulgares criminales!

Gabriel estaba tan fuera de sí que le temblaba la mano que aún tenía sobre la manivela de la puerta. Martin, que encabezaba el grupo, le sostuvo la mirada con toda tranquilidad. Detrás de él se encontraba el médico de distrito de Fjällbacka, el doctor Jakobsson, que transpiraba copiosamente. La inmensa mole de su cuerpo no se adaptaba bien a las altas temperaturas que padecían, pero la fuente primordial del sudor que le cubría la frente era lo desagradable que le resultaba la situación.

– Hágalo, si quiere, pero explíquele qué documentos nos avalan, así podrá confirmarle que tenemos todo el derecho. Y si no puede personarse aquí en quince minutos, también tenemos derecho, considerando lo urgente del asunto, a ejecutar la orden de registro sin su presencia.

Martin se expresó intencionadamente con un lenguaje tan formal y burocrático como le fue posible, pues sospechaba que sería la mejor forma de que su mensaje calase en la mente de Gabriel. Y de hecho funcionó porque, aunque de mala gana, Gabriel los dejó pasar, tomó los documentos que Martin le mostraba y se dirigió al teléfono para llamar al abogado. Martin les indicó a los dos policías de Uddevalla que habían llegado de refuerzo que entrasen con él y se prepararon para esperar. Gabriel hablaba por teléfono indignado y gesticulando sin cesar y, minutos después, volvió al vestíbulo, donde lo esperaban los agentes.

– Estará aquí dentro de diez minutos -declaró secamente.

– Bien. ¿Dónde están su mujer y su hija? A ellas también tenemos que extraerles sangre.

– En los establos.

– ¿Podrías ir a buscarlas? -le preguntó Martin a uno de los policías de Uddevalla.

– Claro. ¿Dónde están los establos?

– Siga el sendero que hay a la izquierda de la casa. Los encontrará a unos doscientos metros -respondió Gabriel, cuyos gestos denotaban lo mal que estaba encajando la situación, por más que se esforzase por mantener el tipo. Con toda la frialdad de que fue capaz, añadió-: Supongo que a ustedes los he de invitar a pasar mientras esperamos.

Cuando llegaron Linda y Laine, todos guardaban silencio y estaban sentados en el sofá, visiblemente incómodos.

– ¿Qué ocurre, Gabriel? El policía asegura que el doctor Jacobsson ha venido a extraernos sangre para una prueba. Será una broma, ¿no?

Linda, que se resistía a apartar la vista del joven agente que había ido en su busca al establo, tenía otra opinión del asunto, que le parecía «muy guay».

– Por desgracia, parece que van totalmente en serio, Laine. Ya he llamado a Lövgren, el abogado, que llegará en cualquier momento. Y hasta entonces no nos sacarán una gota de sangre.

– Pero… no lo entiendo. ¿Por qué quieren hacer tal cosa? -siguió preguntando Laine, desconcertada pero tranquila.

– Lo siento, por razones técnicas de la investigación no podemos responder a esa pregunta. No obstante, llegado el momento, les daremos una explicación.

Gabriel se puso a examinar la autorización que tenía delante.

– Según este documento, también tienen autorización para tomar muestras de sangre de Jacob, de Solveig y sus hijos.

Martin no supo decir si fueron imaginaciones suyas, pero creyó ver una sombra de preocupación en el rostro de Laine. Un segundo después, llamaban débilmente a la puerta. Era el abogado de Gabriel.

Una vez cumplimentados los formalismos y cuando el letrado le hubo explicado a Gabriel y a su familia que la policía tenía la autorización necesaria para extraerles una muestra de sangre a todos, en primer lugar lo hicieron con él y después con Laine, que, para extrañeza de Martin, parecía la más serena. Notó, además, que también Gabriel observaba a su esposa, asombrado pero complacido. Finalmente extrajeron la sangre a Linda, que había entablado tal comunicación visual con el policía de Uddevalla que Martin acabó lanzando a su colega una mirada de reprobación.

– Bien, pues ya hemos terminado -Jacobsson se levantó con esfuerzo de la silla y recogió los tubos con la sangre extraída, que habían sido cuidadosamente marcados con los nombres de cada uno, para colocarlos en una nevera.

– ¿Ahora van a casa de Solveig? -quiso saber Gabriel con una súbita sonrisa maliciosa-. Pues procuren ir armados de cascos y porras, porque no creo que se deje sacar sangre sin oponer resistencia.

– Estoy seguro de que podremos controlar la situación -respondió Martin con acritud, pues no le gustó el destello de malevolencia que asomó a los ojos de Gabriel.

– Bueno, pero luego no digan que no les he avisado… -añadió éste con una risotada.

Laine le espetó:

– ¡Pero, bueno, Gabriel, compórtate como un adulto!

El interpelado calló inmediatamente de pura perplejidad al verse recriminado como un niño por su esposa y, sentado en la silla, se quedó observándola como si estuviese viéndola por primera vez.

Martin salió con sus colegas y con el médico, y se distribuyeron entre los dos coches. De camino a casa de Solveig, llamó a Patrik.

– Hola, ¿qué tal os ha ido? -contestó éste.

– Como era de esperar -respondió Martin-. Gabriel se puso hecho una furia y llamó a su abogado. Pero tenemos lo que fuimos a buscar y ya nos dirigimos a casa de Solveig. Me figuro que allí tampoco será fácil…

– Sí, mejor que vayas prevenido, pero procura que no se os vaya de las manos.

– No, claro, seré de lo más diplomático. No te preocupes. Y a vosotros, ¿cómo os fue?

– Bien. Está con nosotros y pronto llegaremos a Tanumshede.

– Buena suerte.

– Gracias, igualmente.

Martin concluyó la conversación en el preciso momento en que giraban ante la casucha de Solveig Hult. En esta ocasión no se sorprendió ante el terrible aspecto de abandono, puesto que ya lo había visto con anterioridad, pero una vez más se preguntó cómo podía nadie vivir en aquellas condiciones. Uno podía ser pobre, pero tener las cosas limpias y ordenadas a su alrededor.

Presa de cierta angustia, llamó a la puerta. Sin embargo, ni en el mayor de los delirios habría podido imaginar aquella acogida. ¡Plas! Una tremenda bofetada estalló en su mejilla derecha, y fue tal su sorpresa que perdió el resuello. Más que verlo, intuyó que los dos policías se tensaban a su espalda dispuestos a intervenir, pero él alzó una mano para detenerlos.

– Tranquilos, tranquilos. No hay necesidad alguna de recurrir a la fuerza, ¿no es cierto, Solveig? -le preguntó en tono suave a la mujer que respiraba con vehemencia, aunque pareció calmarse al oírlo.

– ¿Cómo os atrevéis a aparecer por aquí después de haber desenterrado a Johannes? -preguntó con los brazos en jarras, de modo que les cerraba el paso por completo.

– Comprendo que fue difícil para ti, Solveig, pero sólo hacemos nuestro trabajo, por lo que te ruego que colabores.

– ¿Qué es lo que queréis ahora? -inquirió, como escupiendo cada palabra.

– ¿No me vas a permitir que entre un momento para que pueda explicártelo?

Dirigiéndose a los dos colegas y al doctor, les ordenó:

– Esperad aquí fuera mientras yo entro a hablar un momento con Solveig.

Dicho esto, entró sin más y cerró la puerta. Solveig estaba tan perpleja que no pudo hacer otra cosa que dejarlo entrar. Martin concitó todas sus habilidades diplomáticas para exponerle la situación con la mayor claridad posible. Transcurridos unos minutos, sus protestas comenzaron a atenuarse y, al fin, abrieron la puerta para que entrasen los demás.

– Solveig, los chicos tienen que venir también. ¿Dónde están?

Ella rompió a reír.

– Seguro que están holgazaneando en la parte trasera de la casa. Supongo que ellos también han empezado a cansarse de esas jetas tan feas que tenéis -respondió entre risotadas, al tiempo que abría una ventana mugrienta-. ¡Johan, Robert, ya podéis ir viniendo, que la poli está aquí otra vez!

Se oyó el crujido de hojas secas entre los arbustos, hasta que Johan y Robert aparecieron con paso indolente. Los dos jóvenes miraron con suspicacia al grupo que se apiñaba en la cocina.

– ¿Qué pasa?

– Ahora quieren también nuestra sangre -declaró fríamente Solveig.

– Pero, ¡qué coño! ¿Estáis locos? Y una mierda os voy yo a dejar que me saquéis sangre.

– Robert, no lo compliques todo -rogó Solveig, dejando traslucir su hastío-. El policía y yo hemos estado hablando. Le he dicho que no causaremos problemas, así que siéntate y cierra el pico. Cuanto antes se vayan, mejor.

Para alivio de Martin, los chicos se avinieron a obedecer a su madre y, aunque reticentes, permitieron que Jacobsson les extrajese sangre. Una vez que hubo terminado con Solveig también, dejó los tres tubos marcados en la nevera y anunció que, por su parte, eso era todo.

– ¿Para qué queréis las muestras? -preguntó Johan con curiosidad.

Martin le dio la misma respuesta que a Gabriel. Después se volvió al más joven de los agentes de Uddevalla:

– ¿Puedes ir a Tanumshede a recoger la prueba que tienen allí y enviarlo todo a Gotemburgo inmediatamente?

El joven, el mismo que había estado flirteando con Linda en la finca, respondió:

– Me encargaré de ello. Ya han salido de Uddevalla otros dos policías para ayudaros… -guardó silencio y observó vacilante a Solveig y a sus hijos, que estaban escuchando la conversación- en vuestro otro caso. Os verán… -hizo otra pausa bastante embarazosa- en el otro escenario.

– Bien -respondió Martin antes de despedirse de Solveig-, pues ya podemos marcharnos. Muchas gracias.

Por un instante contempló la posibilidad de revelarles la verdad sobre Johannes, pero no osó contravenir las órdenes directas de Patrik al respecto. El director de la investigación no quería que lo supieran aún, y así debía ser.

Ya fuera de la casa, se detuvo un instante. Si no se tenía en cuenta la ruinosa vivienda, los coches medio desguazados y demás porquería, podía decirse que el lugar en que vivían era una maravilla. Se dijo que ojalá fuesen capaces, más adelante, de apartar la vista de su propia ruina personal y admirar la belleza que los rodeaba, aunque no podía evitar abrigar sus dudas al respecto.

– Bien, próxima estación, Västergården -anunció encaminándose al coche con paso decidido. Habían cumplido una de las tareas, la otra estaba por hacer. Se preguntó cómo les iría a Patrik y a Gösta.


– Dime, ¿tú por qué crees que te hemos traído aquí? -preguntó Patrik, sentado junto a Gösta frente a Jacob, en la pequeña sala de interrogatorios.

Jacob los observó en calma, con las manos entrelazadas sobre la mesa.

– ¿Cómo voy a saberlo? No hay la menor lógica en nada de lo que habéis hecho contra mi familia, así que supongo que no nos queda más que resistir e intentar mantener la cabeza fuera del agua.

– En otras palabras, estás convencido de que la policía se ha propuesto como principal objetivo acosar a tu familia, ¿lo dices en serio? ¿Por qué motivo sería? -preguntó Patrik, lleno de curiosidad, inclinándose hacia delante.

Una vez más, Jacob respondió sereno:

– El mal y la infamia no precisan motivos, pero ¿qué sé yo?, tal vez tengáis la sensación de que hicisteis el ridículo con Johannes y ahora intentáis por todos los medios justificaros ante vosotros mismos.

– ¿A qué te refieres? -insistió Patrik.

– Quiero decir que pensáis que si es posible encerrar ahora a alguno de nosotros por lo que sea, podréis demostrar que teníais razón también en el caso de Johannes -explicó Jacob.

– ¿Y no te parece un tanto rebuscado?

– Es que no sé qué pensar. Sólo sé que os habéis aferrado a nosotros como sabandijas y que os resistís a soltarnos. Mi único consuelo es la certeza de que Dios ve la verdad.

– Tú hablas mucho de Dios, muchacho -intervino Gösta-. Y tu padre, ¿es tan creyente como tú?

La pregunta pareció incomodar a Jacob, tal y como Gösta pretendía.

– Mi padre conserva su fe en algún lugar de su fuero interno, pero la… -se interrumpió, como buscando la palabra adecuada- complejidad de su relación con su propio padre le hizo cuestionar su fe en Dios. Aunque eso no quiere decir que no la tenga.

– Ah, sí, su padre, Ephraim Hult, El predicador. Él y tú sí estabais muy unidos -observó Gösta, como una constatación, más que como una pregunta.

– No comprendo qué interés puede tener esa circunstancia para vosotros, pero sí, mi abuelo y yo estábamos muy unidos -respondió Jacob impaciente.

– Él te salvó la vida, ¿no? -preguntó Patrik.

– Así es, me salvó la vida.

– ¿Qué sintió tu padre ante el hecho de que el suyo, con el que él mismo tenía una relación complicada según tú, fuese la persona en cuya mano estaba salvar tu vida, en lugar de ser él mismo quien lo hiciera?-prosiguió Patrik.

– Todos los padres desean ser héroes para sus hijos, pero yo no creo que él lo viese así. Después de todo, mi abuelo me salvó la vida y mi padre le estuvo eternamente agradecido por ello.

– ¿Y Johannes? ¿Cómo era su relación con Ephraim y con tu padre?

– De verdad que no entiendo qué importancia puede tener hoy todo esto. ¡Sucedió hace más de veinte años!

– Lo sabemos, pero te agradeceríamos que respondieras -dijo Gösta.

La serenidad de Jacob empezaba a flaquear y, como indicio externo de ello, empezó a pasarse la mano por el cabello algo revuelto.

– Johannes… Bueno, mi padre y él tuvieron una serie de problemas, pero Ephraim lo amaba. No porque existiese entre ellos ninguna relación especial, porque en esas generaciones las cosas eran así, y no había que manifestar los sentimientos.

– ¿Discutían mucho tu padre y Johannes? -inquirió Patrik.

– Discutir, lo que se dice discutir… Claro que tenían sus disputas, pero como todos los hermanos…

– Ya, pero, a decir de la gente, fueron más que disputas. Hay quien sostiene incluso que Gabriel odiaba a su hermano -Patrik ejercía cada vez más presión sobre Jacob.

– Odio… es una palabra demasiado fuerte que no debe usarse a la ligera. Sí, puede que mi padre no abrigase un sentimiento de excesivo cariño por Johannes, pero, si hubiesen tenido tiempo, estoy seguro de que Dios habría intervenido. Los hermanos no deben estar enfrentados.

– Presumo que tienes en mente a Caín y Abel. ¡Qué interesante es la comparación con ese relato bíblico! ¿Tan mal estaban las cosas entre tu padre y tu tío? -insistió Patrik.

– No, desde luego que no. Mi padre no terminó asesinando a su hermano, ¿no? -Jacob parecía estar recobrando parte de la calma que había empezado a perder y volvió a entrelazar las manos en actitud de oración y recogimiento.

– ¿Estás seguro? -inquirió Gösta en tono tendencioso.

Jacob miró turbado a los dos hombres que tenía frente a sí.

– ¿Qué queréis decir? Johannes se colgó, todo el mundo lo sabe.

– Bueno, verás…, la cuestión es que, cuando examinamos los restos mortales de Johannes, los resultados nos indicaron algo distinto: Johannes fue asesinado, no se suicidó.

Sus manos cruzadas sobre la mesa empezaron a temblar sin control. Jacob quería hablar, pero no conseguía articular palabra. Patrik y Gösta se irguieron en sus asientos al mismo tiempo, como si estuviesen repitiendo una coreografía, para observar mejor a Jacob. Al menos en apariencia, la noticia era para él una completa novedad.

– ¿Cómo reaccionó tu padre ante la muerte de su hermano Johannes?

– Pues… no estoy muy seguro -balbuceó Jacob-. Yo aún estaba convaleciente en el hospital. -De repente, una idea cruzó su mente como un rayo-: ¿Estáis insinuando que mi padre mató a Johannes? -La sola idea lo hizo estallar en una risita nerviosa-. No estáis en vuestros cabales. Que mi padre asesinara a su hermano… Pues, no, ¡ya no sé qué pensar! -La risita se convirtió en carcajada, aunque ni Patrik ni Gösta parecían hallarlo igual de divertido.

– ¿A ti te parece que es divertido que tu tío Johannes muriese asesinado? ¿Te parece gracioso? -inquirió Patrik con frialdad.

Jacob calló súbitamente y bajó la vista.

– No, desde luego que no. Es sólo que me he quedado atónito… -volvió a inclinar la cabeza-. Pero, en ese caso, entiendo aún menos por qué queréis hablar conmigo. Yo no tenía entonces más de diez años y estaba en el hospital, así que supongo que no pretenderéis insinuar que yo tuve algo que ver -subrayó la palabra «yo», como para señalar lo absurdo que sería-. En todo caso, parece evidente qué fue lo que en verdad ocurrió. A la persona que mató a Siv y a Mona debió de parecerle perfecto que designarais a Johannes como cabeza de turco y, para que nunca quedase libre de sospecha, lo mató y fingió que se había suicidado. El asesino sabía cómo reaccionaría la gente de por aquí, que lo consideraría una prueba tan buena de su culpabilidad como una confesión escrita. Y, seguramente, se trata de la misma persona que mató a la turista alemana. Es una hipótesis sostenible, ¿no? -preguntó expectante y con un brillo particular en los ojos.

– Una teoría bastante buena -admitió Patrik-. Y no sería nada descabellada si no fuese porque hemos comparado el ADN de Johannes con el de los restos de esperma que hallamos en el cadáver de Tanja Schmidt. Y resulta que Johannes es familia de la persona que la mató.

Patrik aguardó la reacción de Jacob, que, no obstante, permaneció imperturbable, así que prosiguió.

– De modo que hoy hemos tomado muestras de sangre de toda la familia y las enviaremos a Gotemburgo para que las constaten, junto con la que te tomamos a ti cuando llegaste. Una vez conozcamos el resultado, creo que tendremos claro quién es el asesino. Así que, ¿no te parece que puedes contarnos lo que sabes, Jacob? Vieron a Tanja en tu casa y el asesino es pariente de Johannes, ¿no crees que se trata de una curiosa coincidencia?

A Jacob se le iba un color y le venía otro, pasando de la mayor palidez al gris más sombrío. Patrik vio cómo temblaba.

– Ese testimonio es falso y lo sabéis. Johan sólo quería implicarme porque odia a mi familia. Y en cuanto al ADN y los análisis de sangre y todo eso, podéis tomar las muestras que queráis, pero a mí no tendréis con qué cogerme… y tendréis que pedirme disculpas cuando hayáis obtenido las respuestas.

– Si es así, te prometo que yo mismo me disculparé -respondió Patrik con serenidad-, pero hasta entonces pienso seguir insistiendo hasta obtener las respuestas que necesito.

Le habría gustado que Martin y su grupo hubiesen terminado el registro antes de que ellos empezasen a interrogar a Jacob, pero, puesto que el tiempo apremiaba, tenían que trabajar como podían. Lo que más le urgía tener era los resultados de los análisis de la tierra de Västergården, para saber si contenían restos del abono FZ-302. Además, esperaba que Martin pudiese darle pronto una respuesta sobre las posibles evidencias físicas de que Tanja o Jenny hubiesen estado allí, pero los análisis de la tierra no podían hacerlos sobre el terreno; aquello llevaba su tiempo. Por otro lado, no creía que encontrasen nada en la finca. ¿Sería viable matar o esconder a alguien sin que Marita o los niños se percatasen de ello? De forma absolutamente espontánea, a él le parecía que Jacob encajaba bien en el papel de principal sospechoso, pero precisamente por esa razón no se sentía cómodo con esa hipótesis: ¿cómo puede uno esconder a una persona en la finca donde vive sin que su familia sospeche lo más mínimo?

Como si le hubiese leído el pensamiento, Jacob le advirtió:

– Espero sinceramente que no lo pongáis todo manga por hombro en mi casa. Marita se pondrá furiosa si, al llegar, ve que todo está desordenado.

– Creo que nuestros hombres son muy cuidadosos -observó Gösta.

Patrik miraba su móvil. ¡Ojalá Martin no tardase en llamar!


Johan se había retirado al sosiego del cobertizo. La reacción de Solveig, en primer lugar a la exhumación del cadáver y después a las extracciones de sangre, lo había puesto nervioso. No era capaz de soportar todos aquellos sentimientos y necesitaba un rato de soledad para reflexionar sobre lo sucedido. Sentía la dureza del suelo de cemento en el que estaba sentado, pero le agradaba su frescura. Se abrazó las piernas y apoyó la cabeza sobre sus rodillas. En aquel momento echaba de menos a Linda más que nunca, pero se trataba de una añoranza aún mezclada con ira. Tal vez aquello no cambiase nunca. Pero, al menos, había perdido parte de su ingenuidad y había recuperado el control al que nunca debería haber renunciado. Sin embargo, ella era como un veneno para su espíritu. Su cuerpo joven y firme lo había convertido en un imbécil. Estaba indignado consigo mismo por haber permitido que una mujer se adueñase de su interior de aquel modo.

Sabía que era un soñador y que por esa razón se había abandonado así a Linda a pesar de que ella era demasiado joven, demasiado segura de sí misma, demasiado egoísta. Era consciente de que ella no se quedaría en Fjällbacka y de que no tenían ninguna posibilidad de futuro común. Pese a todo, al soñador que llevaba dentro le costaba aceptar aquello. Ahora había aprendido.

Johan se prometió a sí mismo que se enmendaría. Intentaría ser como Robert: atrevido, duro, invencible. Robert siempre caía de pie. Nada parecía afectarle. Lo envidiaba.

En medio de sus cavilaciones, oyó a su espalda un ruido que lo hizo volverse, convencido de que era Robert. De repente, una mano atenazó su garganta y Johan perdió el resuello.

– No te muevas o te retuerzo el cuello.

Johan reconoció vagamente la voz, pero no la situaba. Cuando le soltaron la garganta, se vio arrojado con violencia contra la pared. El aire escapó de golpe de sus pulmones.

– ¿Qué coño haces? -Johan intentaba darse la vuelta, pero alguien lo tenía fuertemente agarrado y le apretaba la cara contra la fría pared de hormigón.

– Cierra el pico -ordenó la voz, implacable. Johan consideró la posibilidad de gritar y pedir ayuda, pero no creía que lo oyesen en la casa.

– ¿Qué demonios quieres? -apenas podía hablar con la mitad del rostro aplastado contra la pared.

– ¿Qué quiero? Tranquilo, te lo voy a explicar ahora mismo.

El agresor le expuso sus condiciones y, en un primer momento, Johan no comprendió nada. Sin embargo, cuando se volvió y se vio cara a cara con la persona que le había atacado, todo encajó de pronto. Un puño cerrado se estrelló contra su cara, señal de que el individuo iba en serio. Sin embargo, su espíritu rebelde se resistía.

– ¡Vete al diablo! -farfulló Johan. Un líquido viscoso que sólo podía ser sangre empezó a llenarle la boca y sus pensamientos flotaban como en una nebulosa, pero se negó a retroceder.

– Harás lo que te digo.

– No -balbuceó.

Entonces le sobrevino una lluvia de golpes. Fueron cayendo sobre él sin interrupción, hasta que una oscuridad infinita lo engulló.


La finca era una maravilla. Martin no pudo por menos de admitirlo cuando abordaron la tarea de registrar la casa y la intromisión en la vida privada de Jacob y su familia. El interior de la vivienda lucía con colores suaves, las habitaciones irradiaban calidez y sosiego, y tenían un sello rural de blancos tapetes de lino y delicados visillos. A él le hubiese gustado tener una casa así. Ahora, en cualquier caso, él y sus colegas debían perturbar toda aquella paz. De forma sistemática, fueron revisándola palmo a palmo. Nadie hablaba, todos trabajaban en silencio. Martin se concentró en la sala de estar. Lo más frustrante era que no sabían qué buscaban exactamente y que, incluso aunque viesen algún rastro de las chicas, no estaba seguro de que lo identificasen como tal.

Por primera vez desde que él mismo empezase a abogar por la tesis de que Jacob era el hombre que buscaban, sintió crecer la duda en su interior. Era imposible imaginar que alguien que viviese en aquel entorno, con tanta paz a su alrededor, quisiera quitarle la vida a un semejante.

– ¿Qué tal os va ahí arriba? -les preguntó a los policías que registraban el piso superior.

– Nada, por ahora -respondió alguno de ellos.

Martin lanzó un suspiro y siguió abriendo cajones y rebuscando entre todos los objetos.

– Voy a salir a buscar en el granero -le dijo a su colega de Uddevalla que le ayudaba en la planta baja.

El ambiente fresco del cobertizo era una bendición. Entendía perfectamente que Johan y Linda lo hubiesen convertido en su lugar de encuentro. El olor a heno le cosquilleaba en la nariz y le traía a la memoria el recuerdo de los veranos de la infancia. Subió los peldaños de la escalera hasta la parte alta del granero y miró por entre las rendijas de los maderos. En efecto, desde allí se veía Västergården perfectamente, tal y como les había dicho Johan. No sería difícil reconocer a alguien desde esa distancia.

Martin volvió a bajar. Allí no había nada, salvo unos viejos aperos de labranza abandonados y corroídos por el óxido. No creía que encontrasen nada allí tampoco pero, aun así, les pediría a sus colegas que lo revisaran bien. Salió del granero y echó un vistazo a su alrededor. Aparte de la casa y el propio granero, les quedaba un pequeño cobertizo y una casita de juegos por inspeccionar, pero tampoco abrigaba la menor esperanza de encontrar nada allí. Eran demasiado pequeños para poder albergar a una persona; pero, por si acaso, los mirarían también.

El sol le quemaba la coronilla y le llenaba la frente de sudor. Echó a andar hacia la casa para continuar con el registro, aunque el entusiasmo con que había emprendido la tarea aquella mañana empezaba a enfriarse. Se le encogía el corazón al pensar que Jenny Möller estaría en algún lugar, pero no allí.


También Patrik había empezado a descorazonarse. Tras un par de horas de interrogatorio, seguían sin sacar nada en claro de Jacob. Parecía sinceramente conmocionado ante la noticia de que Johannes hubiese sido asesinado y se negaba a decir nada, salvo repetir que estaban acosando a su familia y que él era inocente. Patrik no cesaba de mirar el móvil que, sobre la mesa, como burlándose de él, se negaba a sonar. Necesitaba desesperadamente recibir alguna buena noticia. Sabía que no obtendrían ningún resultado de los análisis de sangre hasta la mañana siguiente, como muy pronto, de modo que tenía sus esperanzas puestas en Martin y el equipo que efectuaba el registro en Västergården, pero no llamaban. De hecho, no lo hicieron hasta las cuatro de la tarde, cuando Martin le informó abatido de que no habían encontrado nada y que se marchaban. Patrik le hizo a Gösta un gesto para que saliese con él de la sala de interrogatorios.

– Era Martin. No han encontrado nada.

La chispa de la esperanza se apagó en los ojos de Gösta.

– ¿Nada?

– No, nada de nada. Así que no parece que tengamos otra solución que soltarlo. ¡Mierda! -Patrik dio una palmada de frustración contra la pared, pero se calmó enseguida-. Bueno, esto es transitorio. Espero que mañana nos llegue el informe de los análisis de sangre y entonces quizá podamos detenerlo de una vez.

– Sí, pero imagínate lo que puede hacer hasta mañana. Sabe lo que tenemos y, si lo soltamos, no tiene más que ir y matar a la chica.

– Cierto, pero ¿qué demonios podemos hacer si no? -la frustración de Patrik se tornó en ira, pero comprendió que era injusto pagarlo con Gösta y se disculpó enseguida-. Bueno, haré un último intento de obtener alguna noticia de los análisis antes de que lo soltemos. Puede que hayan tenido tiempo de sacar en claro algo que nos sea de utilidad. Saben lo urgente que es y por qué, así que esos análisis son lo primero de la lista.

Patrik entró en su despacho y marcó el número del Instituto Forense desde su teléfono fijo. A esas alturas se lo sabía de memoria. Al otro lado de la ventana, los coches circulaban sin cesar, como de costumbre bajo el sol estival, y sintió envidia de los veraneantes que, ignorantes de todo, pasaban por allí en sus coches cargados de artilugios de playa. A él también le habría gustado no saber nada de todo aquello.

– Hola, Pedersen, soy Patrik Hedström. Sólo llamaba por si teníais ya algún resultado, antes de que soltemos a nuestro sospechoso.

– ¿No te dije que no acabaríamos antes de mañana por la mañana? Y eso porque pensamos dedicarle esta noche un número considerable de horas extraordinarias, que lo sepas -respondió Pedersen, tan estresado como irritado.

– Sí, lo sé, pero se me ocurrió que tal vez ya tuvieseis algo.

Tras un largo silencio, Patrik intuyó que Pedersen se debatía en una lucha interna y se irguió expectante en su silla.

– Tenéis algo, ¿verdad?

– No es más que un resultado preliminar. Hemos de comprobarlo y confirmarlo antes de pronunciarnos; de lo contrario, las consecuencias pueden ser catastróficas. Además, los análisis deben repetirse en el Laboratorio Nacional de Investigaciones Criminológicas; nuestro equipo no es tan sofisticado como el suyo y…

– Sí, ya -lo interrumpió Patrik-, ya lo sé, pero está en juego la vida de una chica de diecisiete años, así que si hay alguna circunstancia en la que convenga que te saltes la norma, ninguna mejor que esta -afirmó expectante y conteniendo la respiración.

– De acuerdo, pero trata la información con cuidado; no te imaginas la que me puede caer si… -Pedersen dejó la frase sin concluir.

– Palabra de honor, pero dime lo que sabes -a Patrik le sudaba la mano en la que sostenía el auricular.

– Como es lógico, empezamos por analizar la sangre de Jacob Hult. Y obtuvimos una serie de datos interesantes preliminares, claro -volvió a advertir Pedersen-. Según nuestro primer análisis, Jacob Hult no se corresponde con la muestra de esperma de la víctima.

Patrik dejó escapar el aire muy despacio. Ni siquiera se había percatado de que estaba conteniendo la respiración.

– ¿Cuál es el porcentaje de seguridad?

– Como te dije, tenemos que realizar la prueba varias veces para poder decir que estamos totalmente seguros, pero yo creo que se trata de un formalismo judicial, así que puedes darlo por bueno -concluyó Pedersen.

– ¡Vaya tela! Pues eso le da otro giro a la cosa -Patrik no podía ocultar su decepción. Comprendió que, hasta ese momento, había estado totalmente seguro de que Jacob era su hombre. Ahora, en cambio, se encontraban otra vez en el punto inicial… o casi.

– ¿Y no habéis encontrado ninguna correspondencia al investigar las otras muestras?

– Aún no hemos llegado ahí. Supusimos que queríais que nos concentrásemos en Jacob Hult, y eso fue lo que hicimos, así que, salvo sus análisis, sólo hemos podido analizar las muestras de otra persona, pero podré darte los resultados de los demás mañana por la mañana.

– Ya, bueno, entretanto tengo en la sala de interrogatorios a un tipo al que tengo que soltar, además, después de pedirle disculpas -se lamentó Patrik lanzando un suspiro.

– Bueno, hay una cosa más.

– ¿Sí? -preguntó Patrik.

Pedersen parecía dudar.

– La otra prueba que hemos realizado es la de Gabriel Hult y…

– Dime -lo acució Patrik.

– Pues, según nuestro análisis de la estructura de su ADN y después de contrastarla con la de Jacob, es imposible que Gabriel sea su padre.

Patrik se quedó petrificado en la silla.

– ¿Sigues ahí?

– Sí, sí, estoy aquí. Sólo que no era eso lo que esperaba oír. ¿Estás seguro? -inquirió antes de caer en la cuenta de cuál sería la respuesta, y de adelantarse a Pedersen-. Ya, bueno, ya sé que es un resultado preliminar y que tenéis que hacer más pruebas, etc.; ya lo sé, no tienes que decírmelo una vez más.

– ¿Puede ese dato ser importante para la investigación?

– En estos momentos, todo es importante para la investigación, así que seguro que podemos sacarle algún partido. Gracias, Pedersen.

Patrik permaneció sentado un rato más, presa del más absoluto desconcierto, con las manos cruzadas por detrás de la nuca y los pies sobre el escritorio. El resultado negativo de la prueba de Jacob los obligaba a modificar su tesis por completo. Seguía en pie el dato de que el asesino de Tanja era, de hecho, familia de Johannes y, con Jacob fuera de juego, sólo tenían a Gabriel, Johan y Robert. Uno menos, quedaban tres. Sin embargo, aunque no fuese Jacob, Patrik era capaz de apostar cualquier cosa a que algo sabía. A lo largo de todo el interrogatorio, experimentó la sensación de que les ocultaba algo, un dato que Jacob luchaba por mantener oculto bajo la superficie. La información que acababa de facilitarle Pedersen quizá les proporcionase la ventaja que precisaban para hacerle hablar. Patrik bajó los pies de la mesa y se levantó. Le explicó a Gösta sucintamente lo que había averiguado y ambos volvieron a la sala de interrogatorios, donde Jacob se toqueteaba las uñas de aburrimiento. Los dos policías habían llegado a un acuerdo sobre qué estrategia aplicar.

– ¿Cuánto tiempo tengo que estar aquí?

– Tenemos derecho a retenerte durante seis horas, pero, como ya te dijimos, tú tienes derecho a llamar a un abogado en el momento en que lo desees. ¿Quieres llamar a alguno?

– No, no es necesario -respondió Jacob-. Aquel que es inocente no necesita otro defensor que la fe en que Dios lo pondrá todo en su lugar.

– Bien, en ese caso debes de sentirte bien protegido; Dios y tú parecéis uña y carne -aseguró Patrik.

– Él sabe dónde me tiene a mí y yo dónde lo tengo a Él -repuso Jacob secamente-. Y me compadezco de quienes viven su vida sin Dios.

– Así que nosotros, pobres infelices, te damos pena. ¿Es eso lo que quieres decir? -preguntó Gösta en tono jocoso.

– Hablar con vosotros es perder el tiempo. Habéis cerrado vuestros corazones.

Patrik se inclinó hacia delante para estar más cerca de Jacob.

– Resulta interesante todo eso de Dios, el diablo, el pecado y todo lo demás. ¿Cuál es la postura de tus padres al respecto? ¿Viven ellos conforme a los mandamientos de Dios?

– Puede que mi padre se haya apartado de la parroquia, pero conserva la fe y tanto él como mi madre son personas temerosas de Dios.

– ¿Estás seguro de ello? Quiero decir, ¿qué sabes tú de su forma de vida?

– ¿A qué te refieres? ¡Yo conozco a mis padres! ¿Estáis tramando algo para ensuciar su buen nombre?

A Jacob le temblaban las manos y Patrik experimentó cierta satisfacción al comprobar que había logrado perturbar su estoico sosiego.

– Quiero decir que es imposible que tú sepas lo que sucede en la vida de otras personas. Tus padres pueden tener sobre su conciencia pecados que tú ni sospechas, ¿no crees?

Jacob se puso en pie y se encaminó a la puerta.

– ¡Bueno, ya es suficiente! O me detenéis o me soltáis, pero no pienso seguir escuchando vuestras mentiras.

– Por ejemplo, ¿tú sabías que Gabriel no es tu padre?

Jacob quedó paralizado en mitad de un movimiento, con la mano a medio camino hacia la manivela, y se dio la vuelta muy despacio.

– ¿Qué has dicho?

– Te preguntaba si tú sabías que Gabriel no es tu padre. Acabo de hablar con los técnicos que están analizando las muestras de sangre que os extrajimos y no cabe la menor duda: Gabriel no es tu padre.

Jacob palideció y a los dos agentes no les cupo la menor duda de que estaba sorprendido.

– ¿Han analizado mi sangre? -preguntó con voz trémula.

– Sí, y te prometí que te pediría perdón si estaba equivocado. -Jacob lo miraba sin pronunciar palabra-. Perdón -dijo Patrik-. Tu sangre no coincide con el ADN hallado en el cuerpo de la víctima.

Jacob se vino abajo como un globo pinchado y se dejó caer pesadamente en la silla.

– Entonces, ¿qué va a pasar ahora?

– Has dejado de ser sospechoso del asesinato de Tanja Schmidt, pero yo sigo creyendo que nos ocultas algo. Ahora tienes la oportunidad de contarnos lo que sabes y creo que debes aprovecharla, Jacob.

Jacob negó con la cabeza antes de responder:

– Yo no sé nada. Yo ya no sé nada. Por favor, ¿no podría irme ya?

– Todavía no. Antes queremos hablar con tu madre, porque supongo que tendrás alguna que otra pregunta que hacerle.

Jacob asintió.

– Pero ¿por qué razón queréis hablar con ella? Esto no tiene nada que ver con la investigación, ¿verdad?

Patrik se sorprendió a sí mismo al oírse repetir las palabras que le había dicho a Pedersen:

– En estos momentos, todo tiene que ver con la investigación. Ocultáis algo, podría apostarme el sueldo de todo un mes. Y estamos decididos a averiguar qué es, sean cuales sean los medios que hayamos de utilizar.

Era como si toda la fuerza combativa de Jacob hubiese desaparecido de repente, pues ya sólo era capaz de asentir resignado. La noticia parecía haberlo conmocionado.

– Gösta, ¿podrías ir a buscar a Laine?

– Pero no tenemos autorización para traerla aquí. ¿O sí? -inquirió Gösta contrariado.

– Seguramente ya se habrá enterado de que tenemos aquí a Jacob para interrogarlo, de modo que no será complicado convencerla para que venga por voluntad propia. -Patrik se dirigió a Jacob-. Te traeré algo de comer y de beber, y te quedarás aquí solo un rato, hasta que hayamos hablado con tu madre. Después podrás tener una charla con ella tú mismo, ¿de acuerdo?

Jacob asintió apático. Daba la sensación de estar sumido en los más hondos pensamientos.


Anna fue a abrir la puerta de su casa de Estocolmo con una mezcla de sentimientos antagónicos. Había sido maravilloso desconectar por un tiempo, tanto para ella como para los niños, pero también había contribuido a que su entusiasmo por Gustav se enfriase ligeramente. En honor a la verdad, había sido un suplicio pasar varios días en aquel barco con él y con su pedantería. Además, durante la última conversación que mantuvo con Lucas, detectó algo en su tono de voz que la dejó preocupada. Pese a todo el maltrato a que la había sometido, Lucas siempre había dado la impresión de tener control sobre sí mismo y sobre la situación. Ahora, por primera vez, había oído resonar el pánico en su voz y, con ello, la intuición de que podían suceder cosas que él no tuviese calculadas. Anna había oído, a través de un conocido, rumores de que estaba empezando a irle mal en el trabajo: había perdido los nervios durante una reunión, en otra ocasión había insultado a un cliente y, en general, su impecable fachada comenzaba a agrietarse. Y eso la aterraba lo indecible.

Había algo raro en aquella cerradura. La llave se resistía a girar hacia donde debía. Tras varios intentos, comprendió la razón, la llave no estaba echada. Aun así, ella tenía la certeza de que había cerrado con llave cuando se marchó hacía una semana. Anna les dijo a los niños que se quedasen donde estaban y abrió con la máxima cautela. Estuvo a punto de desmayarse. Su primer apartamento propio, del que se sentía tan orgullosa, estaba destrozado por completo. No quedaba un solo mueble en pie. Todo estaba deshecho y alguien había escrito en las paredes con spray negro. «Puta», se leía en la pared de la sala de estar, rotulado en mayúsculas. Anna se llevó la mano a la boca mientras las lágrimas afloraban a sus ojos. No tenía que pensar mucho para saber quién le había hecho algo así. El temor que llevaba rondándole por la cabeza desde que habló con Lucas se había convertido en una certeza: Lucas había empezado a perder el control. El odio y la ira que siempre mantenía a raya bajo la superficie habían empezado a erosionar también la fachada.

Anna retrocedió en el rellano de la escalera y estrechó a sus hijos muy fuerte contra su pecho. Su primer impulso fue llamar a Erica, pero enseguida cambió de parecer y decidió que tenía que resolver aquello sola.

Estaba contenta con su nueva vida y se sentía muy fuerte. Por primera vez desde siempre era dueña de su existencia, no la hermana pequeña de Erica, ni la mujer de Lucas; dueña de sí misma. Y ahora todo estaba destruido.

Sabía lo que se vería obligada a hacer: el gato había ganado la partida y ahora al ratón no le quedaba más que un lugar en el que refugiarse. Cualquier cosa, con tal de no perder a los niños.

Sin embargo, estaba convencida. Por lo que a ella se refería, estaba dispuesta a rendirse; pero si tocaba a alguno de los niños, lo mataría sin dudarlo.


Aquel no había sido un buen día. Gabriel se había indignado tanto ante lo que él llamaba abuso por parte de la policía que se encerró en su despacho y se negó a salir. Linda volvió al establo con los caballos y Laine se quedó sola en la sala de estar, con la mirada perdida. La idea de que Jacob estuviese siendo interrogado en la comisaría le llenaba los ojos de lágrimas por la humillación que suponía. Era su instinto maternal lo que la movía, su deseo de defenderlo de todo mal, ya fuese niño o adulto, y aunque sabía que aquello quedaba fuera de su ámbito de control, lo sentía como un fracaso. El monótono tictac de un reloj resonaba en el silencio y su tono monocorde estuvo a punto de hacerla entrar en trance; de ahí que se sobresaltara al oír el ruido de unos golpes en la puerta. Fue a abrir presa de una gran angustia, pues últimamente sentía que cada llamada a su puerta traía consigo una desagradable sorpresa. Así, no se sorprendió lo más mínimo al ver a Gösta.

– ¿Qué quieren ahora?

Gösta se retorció las manos un tanto turbado.

– Necesitamos que responda a algunas preguntas… en la comisaría -guardó silencio, como a la espera de que Laine lo abrumase con una avalancha de protestas. Pero ella asintió sin más y lo siguió hasta la escalinata.

– ¿No va a decirle a su marido adonde va? -preguntó Gösta extrañado.

– No -replicó ella por toda respuesta. Gösta la observó con curiosidad y, por un instante, se preguntó si no se habrían excedido al presionar a la familia Hult. Después recordó que, en algún punto de sus intrincadas relaciones familiares, existía un asesino y, además, una joven desaparecida. La pesada puerta de roble se cerró tras ellos y, como una esposa japonesa, Laine fue caminando a unos pasos de Gösta hasta llegar al coche. Recorrieron el trayecto hasta la comisaría en medio de un penoso silencio, sólo interrumpido por Laine, que quiso saber si aún tenían a su hijo allí retenido. Gösta asintió sin pronunciar palabra y, durante el resto del camino hasta Tanumshede, Laine se dedicó a mirar por la ventanilla y a contemplar el paisaje que iban dejando atrás. Ya empezaba a atardecer y el sol teñía de púrpura los campos; sin embargo, ninguno de los dos se percató de la belleza del entorno.


Patrik pareció aliviado cuando los vio entrar en la comisaría. Mientras Gösta iba a buscar a Laine, él se había dedicado a caminar pasillo arriba y abajo, nervioso e impaciente, ante la puerta de la sala de interrogatorios, con el ferviente deseo de haber podido leer los pensamientos de Jacob.

– Hola -saludó apenas a Laine. Empezaba a considerar superfluas las presentaciones, por enésima vez, y estrecharle la mano le parecía un gesto demasiado formal, dadas las circunstancias. No estaban allí para intercambiar formalismos corteses. Patrik se sentía ligeramente preocupado por el modo en que Laine se tomaría sus preguntas. Presentaba un aspecto muy frágil y débil, con los nervios a flor de piel, pero pronto comprobó que no tenía por qué inquietarse pues Laine parecía resignada, pero serena y tranquila.

Puesto que la comisaría de Tanumshede sólo contaba con una sala de interrogatorios, fueron a sentarse en el comedor. Laine rechazó el café que le ofrecieron, mientras que tanto Patrik como Gösta sentían la necesidad de un aporte de cafeína. El café sabía a latón, pero lo bebieron sin darlo a entender con ninguna mueca. Ninguno de los dos sabía por dónde empezar y, para su sorpresa, fue Laine la que se les adelantó abriendo el diálogo.

– Creo que tenían unas preguntas que hacerme, ¿no? -preguntó señalando a Gösta.

– Sí -contestó Patrik despacio-. Hemos obtenido cierta información que no estamos seguros de cómo tratar, ni de qué papel puede desempeñar en la investigación. Tal vez ninguno, pero en estos momentos, no hay tiempo para tratar las cosas con delicadeza, de modo que iré derecho al grano -en este punto, Patrik respiró hondo. Laine seguía sosteniéndole la mirada, impasible; pero el agente vio que tenía las manos cruzadas y muy tensas-. Tenemos un primer resultado preliminar de los análisis de sangre -ahora vio, además, que le temblaban las manos y se preguntó durante cuánto tiempo sería capaz de mantener su aparente calma-. En primer lugar, he de decirle que el ADN de Jacob no coincide con el ADN que hallamos en la víctima.

Laine se vino abajo ante sus ojos. Las manos le temblaban ya sin control y, entonces, Patrik comprendió que había acudido a la comisaría dispuesta a oír que su hijo había sido detenido por asesinato. Con el alivio pintado en el rostro, y después de tragar saliva varias veces para contener el llanto, Laine permaneció en silencio, de modo que Patrik prosiguió:

– En cambio, sí que encontramos una anomalía al comparar la sangre de Jacob y de Gabriel. Su análisis muestra con toda claridad que Jacob no puede ser hijo de Gabriel… -dijo, interrogando con la entonación y a la espera de la reacción de la mujer. Ahora bien, la tranquilidad que Laine había sentido al oír que su hijo quedaba libre de sospecha pareció haberle quitado un enorme peso de encima, por lo que sin dudar más de un segundo, respondió:

– Así es. Gabriel no es el padre de Jacob.

– Y, en ese caso, ¿quién es su padre?

– No entiendo qué puede tener eso que ver con los asesinatos. En especial ahora que ha quedado claro que Jacob es inocente.

– Como ya le dije, no tenemos tiempo que perder en ese tipo de consideraciones, así que le agradecería que respondiese a mi pregunta.

– Ni que decir tiene que no podemos obligarla -intervino Gösta-, pero le recuerdo que tenemos a una joven desaparecida y necesitamos toda la información a nuestro alcance, aunque no parezca pertinente.

– ¿Llegará a saberlo mi marido?

Patrik vaciló un instante.

– No puedo prometerle nada, pero no veo razón alguna para ir a contarle la verdad. No obstante -volvió a dudar-, le diré que Jacob ya lo sabe.

Laine se estremeció al oírlo. De nuevo empezaron a temblarle las manos.

– ¿Qué dijo? -preguntó con un hilo de voz, como en un susurro.

– No voy a mentirle: se indignó. Y él también se pregunta, claro está, quién será su padre.

Se hizo un silencio compacto en torno a la mesa, pero Gösta y Patrik aguardaron a que estuviera lista. Después de unos minutos, Laine respondió, aún con la voz débil.

– Es Johannes -alzó un poco la voz-. Johannes es el padre de Jacob.

Ella misma pareció sorprendida de poder pronunciar aquellas palabras en voz alta sin que la fulminase un rayo caído del cielo. El secreto debió de ir convirtiéndose con los años en algo mucho más grave y difícil de sobrellevar, de modo que ahora se le antojaba casi un alivio poder articular en palabras aquella verdad. Y continuó hablando rápidamente.

– Tuvimos una breve aventura. No pude resistirme. Era como una fuerza de la naturaleza que irrumpía y tomaba lo que se le antojaba. Y Gabriel era tan… distinto -Laine dudaba a la hora de elegir el vocabulario, pero Patrik y Gösta supieron sobrentender-. Gabriel y yo llevábamos un tiempo intentando tener hijos y, cuando me quedé embarazada, se puso muy contento. Yo sabía que el niño podía ser tanto suyo como de Johannes, pero, pese a todas las complicaciones que ese hecho podía conllevar, deseaba con todo mi ardor que fuese de Johannes. Un hijo suyo sería tan… ¡magnífico! Johannes era un ser tan vivo, tan hermoso, tan vibrante…

Iluminó su mirada un destello que realzó sus rasgos y, en un abrir y cerrar de ojos, la hizo parecer diez años más joven. No cabía la menor duda de que había estado enamorada de Johannes. Todavía hoy la ruborizaba el recuerdo de su romance, pese a los años transcurridos.

– ¿Cómo supo que era hijo de Johannes y no de Gabriel?

– Lo supe en cuanto lo vi, en el preciso momento en que me lo pusieron en el pecho.

– Y Johannes, ¿sabía que era su hijo? -inquirió Patrik.

– ¡Oh, sí! Y lo amaba. Yo siempre supe que sólo fui para Johannes un entretenimiento pasajero, por más que me hubiese gustado ser otra cosa, pero con Jacob era distinto. Johannes venía a escondidas, cuando Gabriel estaba de viaje, sólo para verlo y jugar con él. Hasta que Jacob empezó a tener edad suficiente como para poder hablar de ello; entonces tuvo que dejarlo -explicó Laine con amargura, antes de proseguir-. Él detestaba ver cómo su hermano educaba a su primogénito, pero no estaba dispuesto a renunciar a la vida que tenía ni a Solveig -admitió a su pesar.

– Y usted, ¿cómo se sentía? -preguntó Patrik conmovido. Laine se encogió de hombros.

– Al principio la vida era un infierno. Vivir tan cerca de Johannes y Solveig, ver cómo nacían sus hijos, hermanos de Jacob…, pero yo tenía a mi hijo y después, muchos años después, nació Linda. Por increíble que pueda parecer, con los años he llegado a amar a Gabriel; no como amaba a Johannes, pero quizá de un modo más realista. A Johannes no podías amarlo de cerca sin sucumbir. Mi amor por Gabriel es más aburrido, pero también resulta más fácil convivir con él -confesó Laine.

– ¿No tuvo miedo de que todo saliese a la luz cuando Jacob enfermó? -quiso saber Patrik.

– No, entonces había otras cosas por las que sentir miedo -respondió Laine con rabia-. Si Jacob moría, nada tendría importancia y mucho menos quién era su padre. -Y se apresuró a añadir, ahora con voz más dulce-: Pero Johannes estaba tan preocupado… Lo desesperaba el hecho de que Jacob estuviese enfermo y él no pudiese hacer nada, ni siquiera podía mostrar abiertamente su miedo, ni sentarse a su lado en el hospital. Para él no fue fácil -en este punto, Laine perdió el hilo, abandonada a un tiempo pretérito, pero se llamó al orden y se obligó a volver al presente.

– ¿De verdad que nadie sospechó ni supo nada? ¿No se lo confió a nadie?

Una expresión de amargura emergió a los ojos de Laine.

– Sí, Johannes se lo contó a Solveig en un acceso de debilidad. Mientras él vivió, ella no se atrevió a utilizarlo, pero, tras la muerte de Johannes, Solveig empezó a hacerme insinuaciones que pronto se convirtieron en exigencias cada vez mayores según menguaba su cuenta corriente.

– ¿Es decir, la chantajeaba? -intervino Costa.

Laine asintió.

– Así es. Llevo veinticuatro años pagándole.

– ¿Cómo ha podido hacerlo sin que Gabriel lo note? Porque me figuro que se trata de sumas considerables.

Otro gesto de asentimiento.

– No ha sido fácil. Sin embargo, aunque Gabriel es muy exhaustivo con las cuentas de la finca, jamás ha sido tacaño conmigo, siempre he podido disponer de dinero para ir de compras, para la casa y esas cosas. En cualquier caso, para poder pagarle a Solveig, economicé hasta el máximo y le he ido dando a ella la mayoría de lo que me daba Gabriel -su voz rezumaba amargura, matizada con un timbre de algo más fuerte aún-. Pero supongo que ahora no tengo elección y que tendré que contárselo a Gabriel, de modo que, en lo sucesivo, me veré al menos libre del problema con Solveig. -Esbozó una sonrisa, pero enseguida recobró la expresión grave y, mirando a Patrik a los ojos, declaró-: Lo único bueno de todo esto es que ya no me importa demasiado lo que diga Gabriel, por más que así haya sido durante más de treinta años. Para mí, lo más importante son Jacob y Linda, de ahí que lo único que me interese sea saber que Jacob está libre de toda sospecha. Porque supongo que así es, ¿verdad? -preguntó ansiosa, mirándolos fijamente a los dos.

– Sí, eso parece.

– Entonces, ¿por qué lo retienen aquí? ¿Puedo ir a recogerlo ya?

– Sí, ya puede ir y llevárselo de aquí -afirmó Patrik con serenidad-, pero nos gustaría pedirle un favor: Jacob sabe algo de todo este asunto y, por su propio bien, es importante que nos lo cuente. Hable un rato con él ahí dentro e intente convencerlo de que no le conviene guardarse lo que sepa.

Laine resopló displicente.

– Desde luego, lo comprendo. Pero ¿por qué iba a ayudarles después de todo lo que le han hecho a él y a su familia?

– Porque cuanto antes resolvamos esto, antes podrán seguir adelante con sus vidas.

A Patrik no le resultaba fácil sonar convincente, puesto que no quería revelar que si bien los resultados de los análisis demostraban que el agresor no era Jacob, sí indicaban que era pariente de Johannes. Ese era su as en la manga y no pensaba jugárselo hasta que no fuese absolutamente necesario. Y hasta ese momento esperaba que Laine lo creyese y entendiese su forma de razonar. Tras unos minutos de espera, consiguió su propósito: Laine asintió.

– Haré lo que pueda, pero no estoy segura de que tenga razón. No creo que Jacob sepa más de esto que cualquier otro.

– En tal caso, tarde o temprano tendremos ocasión de comprobarlo -se limitó a responder Patrik-. Entonces, ¿viene?

Laine se encaminó a la sala de interrogatorios a paso lento. Gösta se volvió hacia Patrik con el ceño fruncido:

– ¿Por qué no le dijiste que Johannes había muerto asesinado?

Patrik se encogió de hombros.

– No lo sé. Tengo la sensación de que cuanto más mezclados estén los conceptos para ellos dos, tanto mejor para nosotros. Jacob se lo contará a Laine y, esperemos, esa noticia la desequilibrará. Y entonces quizá, sólo quizá, alguno de los dos se abra por fin.

– ¿Crees que Laine también oculta algo?

– No lo sé -repitió Patrik-. Pero ¿no viste la expresión de su rostro cuando le dijimos que Jacob no figuraba en la lista de sospechosos? Era de sorpresa.

– Espero que tengas razón -contestó Gösta pasándose la mano por la cara, con gesto cansado. Había sido un día muy largo.

– Aguardaremos aquí hasta que hayan terminado. Después nos vamos a casa a comer y a descansar. No seremos de ninguna utilidad si estamos exhaustos -sentenció Patrik.

Y se sentaron a esperar.


Solveig creyó oír algo fuera, pero después volvió el silencio y se encogió de hombros, para seguir concentrada en sus álbumes. Tras las tormentas emocionales de los últimos días, era un placer descansar en la seguridad de sus viejas fotos. Ellas no cambiaban nunca; como mucho, se tornaban un tanto pálidas y amarillas con los años.

Miró el reloj de la cocina. Cierto que los chicos entraban y salían a placer, pero aquella noche le habían prometido que volverían para la cena. Robert iba a comprar unas pizzas en Kapten Falck y ya empezaba a sentir el hambre acuciándole el estómago. De pronto oyó unos pasos fuera, sobre la gravilla, y se levantó con esfuerzo para sacar los platos y los cubiertos. Aunque no hacían falta platos, pues comerían directamente de la caja.

– ¿Dónde está Johan? -preguntó Robert al tiempo que dejaba las pizzas en la encimera y lo buscaba con la mirada.

– Yo creía que tú lo sabrías. Llevo sin verlo varias horas -aseguró Solveig.

– Seguro que está en el cobertizo, voy a buscarlo.

– Pues dile que se dé prisa, que no pienso esperarlo -le gritó Solveig mientras se alejaba, antes de husmear con avidez en las cajas para encontrar la suya.

– ¿Johan? -Robert empezó a gritar antes de llegar al cobertizo, pero no obtuvo respuesta.

Bueno, no sería nada. Johan se volvía a veces sordo y ciego cuando llevaba un rato allí metido.

– ¿Johan? -gritó más alto esta vez, pero no oyó más que su propia voz y la calma de la noche.

Algo irritado, abrió la puerta del cobertizo, dispuesto a regañar a su hermano menor por perder el tiempo soñando despierto, pero enseguida olvidó su propósito.

– ¡Johan! ¡Joder!

Su hermano estaba tendido en el suelo, con un halo rojo alrededor de la cabeza. Le llevó un segundo comprender que era sangre. Johan no se movía.

– ¡Johan! -lo llamó, en tono lastimero y con el llanto abriéndose paso por el pecho. Se arrodilló junto al maltratado cuerpo de Johan y lo tanteó atribulado con las manos. Quería hacer algo, pero no sabía qué y tenía miedo de agravar sus heridas tocándolo. Johan lanzó un gemido que lo sacó de su estatismo. Se levantó con las rodillas manchadas de sangre y echó a correr en dirección a la casa.

– ¡Mamá, mamá!

Solveig abrió la puerta y entrecerró los ojos para ver mejor. Tenía los dedos y la boca llenos de grasa, claro indicio de que ya había empezado a comer. Y ahora estaba enojada porque la habían interrumpido.

– ¿A qué demonios viene tanto jaleo? -Entonces vio las manchas rojas en la ropa de Robert y supo en el acto que no eran de pintura-. ¿Qué ha pasado? ¿Es Johan?

Echó a correr hacia el cobertizo tan rápido como le permitía su voluminoso cuerpo, pero Robert la detuvo antes de que llegase.

– ¡No entres! Está vivo, pero alguien lo ha destrozado a golpes. ¡Está muy mal y tenemos que llamar a una ambulancia!

– ¿Quién…? -sollozó Solveig desplomándose como una muñeca sin vida en los brazos de Robert. Él se liberó de sus brazos, irritado, y la obligó a sostenerse sola.

– ¡Qué más da quién! Lo primero que tenemos que hacer es buscar ayuda. Llama al centro de salud también, porque la ambulancia tiene que venir desde Uddevalla.

Robert iba dando las órdenes con el carisma de un general y Solveig reaccionó de inmediato. Volvió corriendo a la casa mientras Robert, convencido de que pronto acudirían en su ayuda, se apresuraba a regresar con su hermano.

Cuando llegó el doctor Jacobsson, nadie habló ni pensó siquiera en las circunstancias en que se habían visto antes a lo largo de aquel mismo día. Robert se apartó un poco, aliviado al saber que, a partir de ese momento, tomaba el control de la situación alguien que sabía lo que hacía, pero tenso y a la espera de la sentencia.

– Está vivo, pero hay que llevarlo al hospital lo antes posible. La ambulancia está en camino, ¿verdad?

– Sí -confirmó Robert con un hilo de voz.

– Ve a la casa a buscar una manta.

Robert no era tan necio como para ignorar que la petición del médico iba más encaminada a darle trabajo a él que a cubrir ninguna necesidad, pero se sintió agradecido al tener una misión concreta que cumplir y obedeció gustoso. Robert tuvo que apretujarse con su madre que, en la puerta del cobertizo, lloraba y temblaba en silencio. No tenía fuerzas para consolarla, ocupado como estaba en mantenerse íntegro él mismo, así que Solveig tendría que arreglárselas como pudiese. Oyó las sirenas acercarse desde lejos. Nunca antes se había alegrado tanto al atisbar las luces azules por entre las copas de los árboles.


Laine estuvo con Jacob durante media hora. A Patrik le habría gustado aplicar el oído a la pared, pero tuvo que armarse de paciencia. Tan sólo uno de sus pies, que golpeteaba contra el suelo, delataba su ansiedad. Tanto él como Gösta se habían ido a sus respectivos despachos para intentar adelantar algún trabajo, pero no resultaba nada fácil. Patrik deseaba más que nada en el mundo saber qué esperaba sacar de todo aquel montaje, pero no logró aclararse. Sólo esperaba que, de algún modo, Laine pudiese tocar la tecla exacta para hacer que Jacob empezase a hablar, aunque cabía la posibilidad de que su intento lo cerrase aún más. Y eso era precisamente lo peor: los riesgos que entrañaba la consecución de ciertos beneficios se convertían en acciones difíciles de explicar a posteriori de forma lógica.

Además, lo irritaba el hecho de tener que esperar hasta la mañana siguiente para conocer los resultados de los análisis de sangre. De mil amores se habría quedado trabajando toda la noche siguiendo la pista de Jenny Möller, si hubiera tenido alguna, pero los análisis eran lo único que tenían y había contado, más de lo que él mismo creía, con que el análisis de Jacob encajaría. Ahora que esa teoría se había desmoronado, sólo tenían un papel en blanco del que partir y se encontraban, por desgracia, como al principio. La chica estaba por allí, en algún lugar, y él tenía la sensación de que sabían ahora menos que antes. El único resultado constatable hasta el momento era que tal vez hubiesen logrado desunir a una familia y que, hacía veinticuatro años, se cometió un asesinato. Aparte de eso, nada.

Miró el reloj por enésima vez y, presa de la mayor frustración, se puso a tamborilear con el bolígrafo sobre la mesa. Quizá, sólo quizá, en aquel momento Jacob estaría contándole a su madre los detalles que les ayudarían a resolverlo todo de un plumazo. Quizá…

Un cuarto de hora más tarde, supo que aquella batalla estaba perdida. Al oír abrirse la puerta de la sala de interrogatorios, se levantó de un salto y salió al encuentro de sus ocupantes: dos rostros herméticos, la mirada pétrea, pero rebelde. Y en ese preciso instante comprendió que, fuese lo que fuese lo que ocultaba Jacob, no lo revelaría por voluntad propia.

– Dijeron que podía llevarme a mi hijo -observó Laine con voz gélida.

– Sí -respondió Patrik. No había nada más que decir.

Ahora tendrían que hacer lo que le había dicho a Gösta hacía unos minutos: marcharse a casa a cenar y descansar. Así, al menos, tal vez pudiesen seguir trabajando con algo más de energía al día siguiente.

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