NOTA DE LA AUTORA

Es casi imposible escribir una historia que transcurre en el siglo XII tratando de que sea comprensible y sin caer en algún anacronismo. Para evitar confusiones, he utilizado nombres y términos modernos. Por ejemplo, Cambridge se llamó Grentebridge o Grantebridge hasta el siglo xiv, mucho después de que fuera fundada la universidad.

El título de doctor no era concedido entonces a los médicos, sólo a los profesores de lógica. No obstante, la operación descrita en el capítulo II no es un anacronismo. La idea de utilizar juncos como catéteres para vaciar una vejiga comprimida por la próstata puede hacernos estremecer, pero un eminente profesor de urología me aseguró que ese procedimiento se llevó a cabo durante siglos, como puede comprobarse en las ilustraciones de antiguos murales egipcios.

El uso de opio como anestésico no está citado en los manuscritos médicos de la época, hasta donde sé, posiblemente porque habría despertado la indignación de la Iglesia, que creía que el sufrimiento era una forma de salvación. Pero el opio se conseguía fácilmente en Inglaterra, especialmente en la zona de los pantanos, desde épocas remotas y no es improbable que los doctores menos preocupados por los preceptos de la religión y más preocupados por sus pacientes lo empleasen; también solían utilizarlo los cirujanos en los barcos.

Aunque he agregado personajes de ficción entre los niños desaparecidos y he ambientado el relato en Cambridge, la historia del pequeño Peter de Trumpington es casi la copia de un misterio de la vida real, relacionado con la muerte de un niño de ocho años, William de Norwich, en 1144. A partir de ese hecho los judíos de Inglaterra comenzaron a ser acusados de cometer asesinatos rituales.

Si bien no hay registro de que la espada del primogénito de Enrique II hubiera sido llevada a Tierra Santa, la que perteneció a su segundo hijo, también llamado Enrique, fue transportada hasta ese lugar por Guillermo el Mariscal. De ese modo se convirtió postumamente en cruzado.

Durante el reinado de Enrique II los judíos de Inglaterra fueron autorizados a tener sus propios cementerios locales; el derecho fue otorgado en 1177.

Es poco probable que haya canteras de cal en la colina de Wandlebury, pero ¿quién sabe? Los hombres del Neolítico hacían excavaciones para extraer las piedras con las que tallaban sus cuchillos y hachas. Una vez que habían agotado las existencias de un túnel lo llenaban con escombros, dejando leves depresiones en la hierba que les señalaban el lugar que ya habían explotado. Dado que en el siglo xviii Wandlebury se convirtió en un terreno de propiedad privada donde se construyeron establos para caballos de carreras -ahora pertenece a la Cambridge Preservations Society-, incluso esas depresiones habrían sido cubiertas para alisar el terreno por donde pasarían los caballos.

De modo que, en beneficio del relato, me siento justificada por haber trasladado a Cambridgeshire uno de los cuatrocientos túneles descubiertos en Grime's Graves, un lugar cercano a Thetford, en Norfolk. Esas obras asombrosas -hoy en día es posible visitar alguna aunque hay que descender una escalera de treinta pies para poder entrar- acaban de ser identificadas como lo que realmente fueron en el siglo xix, ya que hasta ahora se creía que las depresiones del terreno eran tumbas («graves»), de ahí su nombre.

Por último, en la Inglaterra del siglo xii las diócesis episcopales eran más escasas que en nuestros días y mucho más extensas. Por ejemplo, durante algún tiempo, Cambridge estuvo bajo el control de la diócesis de Dorchester, en el lejano condado de Dorset. En consecuencia, el obispado de St Albans sólo existe en la ficción.

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