Nunca actúes después del número de los perros

«Uno sabe que anda de capa caída cuando se interpreta a sí mismo en la versión cinematográfica de su vida», solía advertirme mi padre cuando yo tenía nueve años. Entonces no tenía ni idea de lo que estaba hablando.

Él había dejado el mundo del espectáculo para dedicarse con éxito a los negocios de tchotchke, y aunque compraba y vendía cerámica y muñecas antiguas falsas, todas sus metáforas procedían de la otra profesión que había dejado cuando tenía veinte años y pico.

«Nunca actúes después del número de los perros» era su otra expresión favorita. Yo tampoco sabía nunca lo que quería decir. O cómo aplicarlo a mi vida. Pero resultó que la vida me iba a enseñar esas dos lecciones.

– Deberías dejarlo, mamá -dice mi hija-. Eres una escritora de los años setenta -mi hija emplea «años setenta» como sinónimo de «la edad de piedra»-. Los chicos de mi clase dicen que escribes pornografía… ¿Es verdad?

Le explico a Molly que a las mujeres que fuerzan los límites las tratan con algo menos que respeto, y le doy Miedo a volar para que lo lea. Va sentada absorbida por el libro en un tren de Venecia a Arezzo el verano de su decimotercer cumpleaños. Cada pocos minutos levanta la vista hacia mí y pregunta:

– Oye, mamá, ¿esto pasó de verdad? -o-: ¿Quién era en realidad este tío?

Le cuento la verdad. Del modo más divertido que sé. Hacia las cien páginas del libro, pierde interés y agarra El guardián entre el centeno.

Un año después, durante una gira de promoción de The Devil at Large («El diablo anda suelto»), mi libro sobre Henry Miller, Molly confía a Wilder Penfíeld III, del Toronto Sunday Sun:


Yo sigo la política de no leer los libros de mi madre porque la verdad es que me asustan. ¡Leí cien páginas de Miedo a volar y me puse tan nerviosa! he preguntaba sin parar: «¿Hiciste esto de verdad?» Estaba muy desconcertada. Tuve que dejar de leer.


Molly sonríe de satisfacción cuando toman notas de todas sus opiniones. Se muere por hacer un solo sobre «Los maridos de mi madre» -«hace mutis por la derecha del escenario, marido número 1, entra por la izquierda del escenario, marido número 2, etcétera»-, pero yo le lanzo una mirada fulminante y le doy una patada por debajo de la mesa.

A los catorce años, Molly ya sabe que yo soy su material, igual que sabe que a veces ella ha sido el mío. Si tiene que cargar con una madre escritora, se tomará la venganza con palabras.

Molly nunca está perdida con las palabras.

Nadie podría hacerla actuar después del número de los perros.

Conque aquí estoy yo con cincuenta años, colgada entre las generaciones. He quedado reducida a una especie de eslabón perdido en la cadena evolutiva. Tengo todos esos consejos de mi padre y todos esos solos de mi hija. En cierto modo hago que tenga sentido todo eso.

Así es como nació este libro.

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