Dos SUVs con las ventanillas tintadas se detuvieron en el camino de entrada de la casa. Se abrió la puerta trasera del vehículo delantero y salió un hombre vestido totalmente de negro.
Tenía el pelo oscuro y espeso salpicado con hebras plateadas, el rostro curtido reflejaba demasiadas noches disfrutando de la gloria. Al salir del coche, sus brazos caían flojamente a sus costados como si fuera a empuñar un revolver de seis tiros y no la resplandeciente guitarra Pender Custom Telecaster que había usado para conquistar el mundo. Si Blue no hubiera estado sentada, se habría caído de culo. De todas maneras, se quedó sin respiración.
Jack Patriot.
Las demás puertas del coche comenzaron a abrirse una tras otra, y salieron varios hombres con gafas de sol y una mujer de pelo largo que llevaba un bolso de diseño y una botella de agua. Se quedaron al lado del coche. Las botas de Jack alcanzaron el camino adoquinado, y Blue se convirtió en cada una de las fans que se sujetaban a las vallas, presionando sus cuerpos contra las barreras policiales, perseguían su limusina, y hacían guardia a la puerta de un hotel de cinco estrellas con la esperanza de ver aunque sólo fuera un atisbo de ese ídolo del rock. Salvo que en vez de gritar, ella no podía emitir ningún sonido.
Se detuvo a dos metros de ella. Unas pequeñas calaveras de plata adornaban los lóbulos de sus orejas. Debajo del puño de la camisa negra, vio una pulsera de cuero y plata. La saludó con la cabeza.
– Estoy buscando a Riley.
¡Oh, Dios mío! Jack Patriot estaba delante de ella. ¡Jack Patriot estaba hablando con ella!
Ella se puso de pie. Intentó tomar aire, pero se atragantó y comenzó a toser. Él esperó pacientemente, las calaveras de plata captaron el brillo rojizo del sol del atardecer. A Blue le comenzaron a lagrimear los ojos. Se presionó la garganta con los dedos, intentando despejarla.
Las leyendas del rock estaban acostumbradas a que las mujeres se pusieran histéricas en su presencia, y Jack se dedicó a mirar la casa mientras esperaba. Blue se golpeó el pecho con el puño. Finalmente, él se volvió hacia ella y con esa voz ronca y familiar que todavía conservaba un deje de su acento nativo de Dakota del Norte le dijo:
– ¿Podrías avisar a Riley?
Mientras seguía intentando recobrar la compostura, se abrió la puerta principal y salió Riley.
– Hola -murmuró.
Jack apretó los dientes.
– ¿A qué viene todo esto?
Riley observó al silencioso séquito que se congregaba alrededor del SUV.
– No lo sé.
Él se tiró de la oreja, la calavera plateada desapareció entre sus dedos.
– ¿Tienes alguna idea de lo preocupado que ha estado todo el mundo?
Riley levantó un poco la cabeza.
– ¿Quiénes?
– Todos. Yo.
Riley se estudió la punta de sus deportivas. No se lo tragaba.
– ¿Hay alguien más por aquí? -preguntó él, escudriñando la casa.
– Nadie. Dean se marchó en el coche y April se fue a la casita de invitados.
– April… -él pronunció el nombre como si evocara unos recuerdos no demasiado agradables-. Recoge tus cosas. Nos vamos.
– No quiero irme.
– Pues es lo que hay -dijo él con voz rotunda.
– Me dejé el plumífero en la casita de invitados.
– Ve a por él.
– No puedo. Está oscuro. Me da miedo.
Él vaciló, luego se pasó la mano por la barbilla.
– ¿Dónde está esa casita de invitados?
Riley le habló del camino del bosque. Luego él miró a Blue.
– ¿Se puede ir en coche hasta allí?
«Sí, claro. Retrocede por el camino hasta la carretera, pero antes de salir, verás un pequeño desvío a la izquierda. Es poco más que una senda, y es muy fácil pasarlo por alto, así que estate atento.» Pero nada de eso salió de su boca, y él miró de nuevo a Riley que se encogió de hombros.
– No sé. Supongo.
Blue tenía que decir algo. Lo que fuera. Pero no podía asimilar que tenía delante al hombre con el que había estado encaprichada desde que tenía diez años. Más tarde, reflexionaría sobre por qué él no había besado ni abrazado a su hija, pero por ahora, se conformaría con hacer salir alguna palabra de su boca.
Pero ya era demasiado tarde. El le indicó a Riley y a su séquito que se quedaran donde estaban y enfiló hacia el camino que su hija había señalado. Blue esperó hasta que se perdió de vista, luego se dejó caer bruscamente en el escalón superior.
– Soy idiota.
Riley se sentó a su lado.
– No te preocupes. Está acostumbrado.
Ya había anochecido cuando April finalizó su última llamada telefónica y se metió el móvil en el bolsillo bordado de los vaqueros. Luego se dirigió hasta el borde del estanque. Le encantaba ir allí por la noche, escuchar el tranquilizador sonido del agua, el croar de una rana o el canto de los grillos. El estanque olía distinto esa noche, era un olor almizcleño y fértil, un olor exótico.
– Hola, April.
Se dio la vuelta.
Tenía delante al hombre que le había destrozado la vida.
Habían pasado treinta años desde la última vez que lo había visto en persona, pero incluso en la oscuridad, cada rasgo anguloso de su rostro le resultaba tan familiar como el suyo propio: la nariz larga y aguileña; los ojos penetrantes con los iris dorados; la piel atezada y la mandíbula cincelada. Hebras plateadas salpicaban ese pelo oscuro que solía llevar como un nubarrón rodeando su cabeza.
Ahora lo llevaba más corto -justo por la nuca- y más liso, pero aún espeso. No la sorprendía que no se hubiera teñido las canas, nunca había sido una persona vanidosa. Aunque siempre había sido alto para ser un rockero, ahora se lo parecía aún más porque estaba muy delgado. Tenía los pómulos marcados, mucho más de lo que ella recordaba, y las arrugas que rodeaban sus ojos eran más profundas. Aparentaba cada uno de sus cincuenta y cuatro años.
– Hola, nena. ¿Anda tu madre por ahí?
Su voz era ronca como el whisky. Por un breve momento, ella notó la sensación familiar de reclamo. Ese hombre había sido el centro de su universo. Una llamada de él y cogía el primer avión disponible. Londres, Tokio, Berlín. No importaba dónde. Y noche tras noche, después de que saliera del escenario, había desnudado su cuerpo cubierto de sudor, había alisado su pelo largo y húmedo con los dedos, había abierto los labios y separado los muslos para él; lo había hecho sentir como un dios.
Pero al final, había sido sólo rock'n'roll.
La última vez que habló con él había sido el día que le había dicho que estaba preñada. Desde entonces, sólo se habían comunicado a través de su agente, incluso para hacer la prueba de paternidad después de que Dean naciera. Cuánto había odiado a Jack por haberla hecho pasar por eso.
Se obligó a volver al presente.
– Sólo las ranas y yo. ¿Cómo estás?
– Mi corazón está débil, y no creo que pueda resistir mucho más. De cualquier modo…
Ella se creyó sólo la primera parte.
– Olvídate del alcohol, del tabaco y de las adolescentes. Te asombrarás de lo bien que te sienta. -No hacía falta mencionar las drogas. Jack había conseguido dejarlas varios años antes que ella.
Una pulsera de cuero y plata se deslizó por su muñeca cuando él se inclinó hacia delante.
– Nada de adolescentes, April. Ni de tabaco. Hace un par de años que no fumo. Un auténtico infierno. Y en lo que respecta al alcohol… -Se encogió de hombros.
– Supongo que los viejos rockeros deben tener al menos un vicio.
– Más de uno, en realidad. ¿Y cómo te va?
– Me pusieron una multa por exceso de velocidad cuando iba a estudiar la Biblia, pero eso es todo.
– Chorradas. Has cambiado, pero no tanto.
No siempre había podido ver a través de ella con tanta facilidad, pero ahora era mayor y, probablemente, más sabio. April se retiró el pelo de la cara.
– No me interesan demasiado los vicios. Tengo que ganarme la vida.
– Estás genial, April. De verdad.
Mejor que él. En la última década había luchado para reparar el daño que se había hecho a sí misma, se había desintoxicado con innumerables tazas de té verde, horas de yoga, y algún pequeño retoque de cirugía.
Él se tiró del pequeño pendiente con forma de calavera.
– ¿Recuerdas cómo nos reíamos de los viejos rockeros?
– Nos reíamos de cualquiera que pasara de los cuarenta.
Jack se metió la mano en el bolsillo.
– Hay una agrupación de la tercera edad, la AARP, quiere que pose para la portada de su jodida revista.
– Malditos sean sus negros corazones.
Su sonrisa torcida no había cambiado, pero ella no pensaba rememorar los buenos tiempos con él.
– ¿Has visto a Riley?
– Hace un par de minutos.
– Es una niña muy dulce. Blue y yo estamos prendadas de ella.
– ¿Blue?
– La prometida de Dean.
Jack sacó la mano del bolsillo.
– ¿Riley vino aquí para verlo?
April asintió.
– Dean intenta mantenerse alejado de ella, pero Riley es muy tenaz.
– Jamás le dije a Marli nada sobre él. Estuvo liada con uno de mis administradores el año pasado, y al parecer le pasó cierta información. Hasta que recibí tu mensaje, no sabía que Riley se había enterado.
– Está pasándolo mal.
– Lo sé. Tenía que solucionar algunos asuntos. Se suponía que la hermana de Marli se iba a encargar de ella. -Dirigió la mirada a la casita de invitados-. Riley dice que se dejó aquí el plumífero.
– No. No lo llevaba puesto cuando vino aquí.
– Se habrá confundido. -Se pasó la mano por el bolsillo de la camisa como si estuviera buscando cigarrillos-. ¿Tienes una cerveza?
– Pues no tienes suerte. No bebo desde hace años.
– ¿Hablas en serio?
– No quería morir tan joven.
– No sería para tanto. -Esa mirada tan intensa que taladraba a la gente, como si pudiera ver más allá de la superficie, se posó en ella-. Oí que has encontrado tu camino en la vida.
– No puedo quejarme. -Se había construido una carrera cliente a cliente, sin que nadie le regalara nada, y se enorgullecía de ello-. ¿Qué pasa con Mad Jack? Ahora que eres una leyenda del rock, ¿tienes pensado seguir en la brecha?
– Nunca se tiene todo ganado. Nunca se sabe. Siempre hay otro disco, otro hit en las listas de éxitos, y, si no ocurre así, siempre se puede volver a empezar. -Se acercó al borde del estanque, cogió una piedra, y la arrojó al agua, rompiendo el silencio con un suave chapoteo-. Me gustaría ver a Dean antes de irme.
– ¿Para recordar los buenos tiempos? Te deseo suerte, aunque él te odia casi tanto como a mí.
– Entonces, ¿qué haces aquí?
– Es largo de contar. -Y era algo que, desde luego, no pensaba explicarle.
Se giró hacia ella.
– Así que somos una gran familia feliz, ¿no?
Antes de que ella pudiera contestarle, la luz de una linterna los iluminó y Blue apareció corriendo por el camino.
– ¡Riley ha desaparecido!
Para evitar quedarse muda de nuevo, Blue se comportó como si Jack no existiese y se centró en April.
– He registrado la casa, la caravana y el granero. -Se estremeció-. No puede haber ido demasiado lejos.
– ¿Cuánto tiempo hace que no la ves? -preguntó April.
– Una media hora. Me dijo que quería terminar el dibujo antes de marcharse. Salí a quemar la basura como me enseñaste, y cuando regresé, había desaparecido. Les di unas linternas a esos hombres que vinieron con el… -señor Patriot sonaba ridículo, y Jack demasiado familiar-, con el padre de Riley… y la están buscando.
– ¿Por qué lo ha hecho? -dijo Jack-. Siempre ha sido una niña tranquila. Nunca ha dado problemas.
– Está asustada -le dijo April-. Coge mi coche y búscala por el camino.
Jack asintió. Después de que él se fuera, Blue y April se pusieron a registrar la casita de invitados y luego se dirigieron a la casa. En el camino se encontraron con los hombres de Jack que habían registrado el jardín sin resultado. Mientras, la mujer solitaria permanecía apartada a un lado, fumándose un cigarrillo y hablando por el móvil.
– Hay infinidad de lugares donde podría esconderse Riley -dijo April-. Eso asumiendo que aún se encuentre dentro de la propiedad.
– ¿Dónde podría haber ido?
April registró la casa de nuevo mientras Blue volvía a revisar la caravana y el granero. Se encontraron en el porche delantero.
– Nada.
– Riley ha cogido su mochila – dijo April.
Jack se detuvo en el camino de entrada y salió del Saab de April. Blue se apartó para no volver a avergonzarse delante de él. Era Dean quien debería estar allí, no ella.
– No hay rastro de Riley -dijo Jack acercándose al porche.
– Apuesto lo que quieras a que está en la casa -dijo April en voz baja-. Está esperando a que te vayas para salir.
El se pasó la mano por el tupido pelo y miró a sus guardaespaldas que volvían del granero.
– Nos iremos. Luego volveré a pie.
Sólo después de que los coches desaparecieran emergió Blue de las sombras.
– Esté donde esté, seguro que está asustada.
April se frotó las sienes.
– ¿Crees que deberíamos llamar a la policía, al sheriff o a alguien?
– No sé. Riley está escondida; no ha sido secuestrada, y si ve un coche de la policía…
– Eso también me preocupa.
Blue miró fijamente la oscuridad.
– Démosle tiempo para meditar.
Dean frenó cuando sus faros delanteros iluminaron a un hombre caminando por un lado del camino que conducía a la granja. Le hizo señas con las luces de cruce. El hombre se giró y se cubrió los ojos. Cuando Dean estuvo más cerca vio que era Jack Patriot.
No podía creer que el propio Jack hubiera ido a buscar a Riley, pero aquí estaba. Hacía un par de años que no hablaba con él, y, sin duda alguna, tampoco quería hacerlo ahora. Tuvo que contenerse para no acelerar y atropellarlo. Sólo tenía una manera de tratar con su padre, y no creía que hubiera razones para cambiarla. Se detuvo en el camino y bajó la ventanilla. Con una expresión cuidadosamente neutra, se apoyó en el marco de la ventanilla.
– Jack.
El muy hijo de perra lo saludó con la cabeza.
– Dean. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.
Dean le devolvió el saludo. Nada de pullas o comentarios sarcásticos. Indiferencia total.
Jack apoyó la mano en el techo del coche.
– He venido a buscar a Riley, pero se escapó después de verme.
– ¿De veras? -Eso no explicaba por qué estaba allí caminando en la oscuridad, pero Dean no pensaba preguntar.
– Supongo que no la has visto.
– No.
El silencio se alargó entre ellos. Si Dean no se ofrecía para llevarlo hasta la granja, dejaría ver a ese hijo de la gran perra cuánto lo odiaba exactamente. Aun así, tuvo que forzar las palabras.
– ¿Quieres que te lleve?
Jack apartó la mano del coche.
– No quiero que me vea. Iré a pie.
– Como quieras. -Subió la ventanilla y arrancó lentamente. No iba a derrapar, ni a levantar polvo. No iba a mostrar cuán profunda era su cólera. Cuando llegó a la casa, entró sin detenerse. El electricista había terminado de instalar la mayor parte de los interruptores, y por fin tenían una luz decente. Oyó un ruido de pasos en el piso de arriba-. ¿Blue?
– Estoy arriba.
Sólo con oír su voz se sintió mejor. Ella lo distraía de la preocupación que sentía por Riley, de la tensión que le provocaba Jack. Lo hacía sonreír, lo enfadaba, lo animaba. Necesitaba estar con ella.
La encontró en el segundo dormitorio, el que acababan de terminar de pintar; había un tocador y una cama nueva, pero nada más. No había alfombra, ni cortinas, ni sillas, aunque Blue había encontrado una lámpara portátil y la había dejado encima del tocador. Estaba alisando una manta sobre unas sábanas que había remetido previamente. La camiseta colgaba holgadamente sobre su cuerpo cuando se inclinó hacia delante, y los mechones que se habían escapado de su coleta se derramaban sobre su cuello como si fueran tinta.
Blue levantó la vista, tenía el ceño fruncido por la preocupación.
– Riley se ha escapado.
– Ya lo sé. Me encontré con Jack en el camino.
– ¿ Cómo te ha ido?
– Muy bien. Nada del otro mundo. No significa nada para mí.
– Ya. -No le creía, pero no estaba de humor para desafiarlo.
– ¿No crees que deberíamos ir fuera a buscarla? -dijo él.
– Hemos buscado en todos lados. Volverá cuando esté preparada.
– ¿Estás segura?
– Soy optimista. El plan B sería llamar al sheriff, y la asustaría demasiado.
Dean se obligó a expresar en voz alta lo que no había querido considerar hasta ese momento.
– ¿Y si se fue hasta la carretera para hacer autostop?
– Riley no es tan estúpida. Le dan demasiado miedo los desconocidos por todas esas películas que ha visto. Además, tanto April como yo creemos que ella quiere estar contigo.
Él intentó disimular su culpa acercándose a la ventana. Estaba demasiado oscuro para que una chica de once años vagara por ahí sola.
– ¿Quieres que salgamos al porche? Hay una linterna en la cocina. Puede que salga si te ve. -Blue miró la habitación con descontento-. Me gustaría que hubiera por lo menos una alfombra. Seguro que no está acostumbrado a nada de esto.
– ¿Quién? -Dean irguió la cabeza de golpe-. Olvídalo. Jack no va a dormir aquí.
Salió al pasillo. Blue lo siguió.
– ¿Y qué otra opción tiene? Ya es tarde, sus acompañantes se han marchado. No hay hoteles en Garrison, y no se va a ir a ningún sitio hasta que Riley aparezca.
– No apuestes por ello. -Dean quería que se fueran todos. Quería que él ya no estuviera allí por la mañana.
Sonó el móvil de Blue. Lo sacó del bolsillo de los vaqueros. Dean esperó.
– ¿La has encontrado? -dijo ella-. ¿Dónde estaba?
Él aspiró profundamente y se apoyó contra el marco de la puerta.
– Pero miramos allí. -Ella regresó al dormitorio, y se sentó en la cama-. Sí. Bien. Sí, lo haré. -Colgó y lo miró-. El aguilucho ha aparecido. April la encontró dormida dentro de un armario. Ya habíamos mirado allí, así que debió esperar a que saliéramos antes de entrar.
Se oyó abrir la puerta principal en la planta de abajo y el ruido de pasos en el vestíbulo. Blue levantó la cabeza con rapidez. Se puso de pie de golpe y habló a toda velocidad.
– April dijo que le dijéramos al padre de Riley que la niña se quedaría en la casita de invitados con ella esta noche, y que él podía quedarse aquí en la casa. Que podría hablar con ella mañana por la mañana.
– Se lo dices tú.
– Ni lo sueñes, la cosa es…
Se oyeron más ruido de pasos abajo.
– ¿Hay alguien en casa? -gritó Jack.
– … que yo no puedo -gimió ella.
– ¿Por qué no?
– Yo sencillamente… no puedo.
La voz de Jack resonaba en las escaleras.
– ¿April?
– Mierda. -Blue se llevó las manos a las mejillas, y salió rápidamente, pero en vez de bajar las escaleras, entró en el dormitorio principal. Unos segundos después -sin que hubiera pasado el tiempo suficiente para que se hubiera desnudado- se oyó el ruido de la ducha. Fue cuando él se dio cuenta de que la intrépida Castora se había escondido. Y no había sido de él.
Blue se entretuvo todo lo que pudo en el baño, se cepilló los dientes y se lavó la cara, luego salió de puntillas para coger el pantalón de yoga y la camiseta MI CUERPO POR UNA CERVEZA. Por fin, logró salir sin que la viera nadie. Por la mañana, si Jack todavía andaba por allí, esa idiotez se habría acabado, y ella se comportaría como una adulta. Al menos la presencia de Jack había sido una distracción de su verdadero problema. Entró en la caravana y se detuvo en seco. La estaba esperando su verdadero problema.
Un príncipe gitano con gesto hosco estaba tumbado sobre la cama iluminado por la luz de la lámpara de gas que había sobre la mesa. Apoyaba los hombros contra el lateral del vagón, y tenía una pierna encima de la cama con la rodilla doblada y la otra colgaba sobre el borde de la cama. Se llevó la cerveza a los labios, la camiseta se subió hasta revelar una porción de músculo tenso por encima de la cinturilla caída de los vaqueros.
– Debería haberlo adivinado -dijo él con tono despectivo.
Fingir ignorancia era perder el tiempo. ¿Cómo podía haberla calado tan bien alguien que la conocía desde hacía solo unos días? Ella alzó la barbilla.
– Necesito tiempo para acostumbrarme, eso es todo.
– Te lo juro por Dios, como le pidas un autógrafo…
– Tendría que hablar con él antes para que eso ocurriera. Y hasta ahora no he podido decir ni mu en su presencia.
El bufó y tomó un trago de cerveza.
– Lo largaré por la mañana. -Ella sacó una silla de debajo de la mesa.
– No has tardado mucho en venir. ¿Has hablado con él?
– Le conté lo de Riley, le señalé el dormitorio con un dedo, y luego me disculpé con cortesía para ir a buscar a mi prometida.
Ella lo miró con cautela.
– No vas a dormir aquí.
– Ni tú. Que me maten si le doy la satisfacción de echarme de mi propia casa.
– Pues aún estás aquí.
– He venido a buscarte. Por si te has olvidado, esos dormitorios no tienen puertas, y no quiero que se sepa que mi amorcito no duerme conmigo.
– En caso de que te hayas olvidado, no soy tu amorcito.
– Por ahora, sí lo eres.
– Bueno, parece que te has vuelto a olvidar de mi voto de castidad.
– Jodido voto de castidad. ¿Trabajas para mí o no?
– Ya cocino para ti. No finjas que no comes lo que hago. Vi lo poco que quedó de las sobras de anoche.
– Bueno, pues no necesito una cocinera. Lo que necesito es alguien que duerma conmigo esta noche. -La miró por encima de la botella de cerveza-. Te pagaré.
Ella parpadeó.
– ¿Quieres pagarme para que me acueste contigo?
– Debo decirte que jamás me han acusado de ser tacaño.
Ella se llevó la mano al pecho.
– ¡Oh! Éste es un momento tan glorioso que necesito saborearlo.
– ¿Dónde está el problema? -preguntó Dean con inocencia.
– Bueno, para empezar, un hombre al que creía respetar me está ofreciendo dinero por acostarse conmigo.
– Sigue soñando, Castora. Y deja de pensar mal.
– Ya. ¿Como la última vez que dormimos juntos?
– No sé de qué hablas.
– Cuando me desperté me estabas metiendo mano.
– Ya te gustaría.
– Tenías la mano dentro de mis vaqueros.
– Fantasías calenturientas de una mujer hambrienta de sexo.
No dejaría que la manipulara.
– Vete a dormir solo.
Dejó la botella de cerveza sobre el suelo, se apoyó sobre una cadera, y sacó la cartera. Sin decir nada, sacó dos billetes y los sacudió entre los dedos.
Eran dos billetes de cincuenta.