Blue se aplicó un poco de colorete en los pómulos. El suave tono rosa se complementaba a la perfección con el nuevo lápiz de labios brillante y el rímel negro. Además se había pintado los ojos con lápiz negro y lo remató con un poco de sombra gris. Estaba guapísima.
Vaya cosa. Esto era una cuestión de orgullo, no de belleza. Tenía que probarle algo a Dean antes de largarse de Garrison.
Cuando salía del cuarto de baño, vio la caja vacía de la prueba del embarazo que había tirado a la papelera el día anterior por la mañana, justo después de que Dean se fuera. No estaba embarazada. Genial. Más que genial. No podía hacerse cargo de un niño, no con su estilo de vida nómada. Lo más probable es que jamás tuviera un hijo, y eso también estaba bien. Al menos nunca haría que un niño pasara por todo lo que ella había pasado. Simplemente era algo más que tendría que superar.
Se dirigió a la habitación de Nita. El dobladillo del vestido veraniego que se había comprado para la fiesta le rozó las rodillas. Tenía el mismo amarillo del sol con el borde desigual y un bustier que resaltaba la línea del busto. Llevaba unas sandalias nuevas de color púrpura brillante atadas a los tobillos con unas delicadas cintas. El color púrpura hacía juego con los pendientes que Dean le había regalado y le confería al vestido un toque vibrante y muy femenino.
Nita se estaba echando un último vistazo delante del espejo. Con su enorme peluca rubia platino, los pendientes de araña de diamantes y un caftán color pastel, parecía salida de un desfile de carrozas patrocinado por los jubilados de un burdel, pero de alguna manera lo llevaba con estilo.
– Vamos, Rayo de sol -dijo Blue desde la puerta-. Y recuerde, debe parecer sorprendida.
– Todo lo que tengo que hacer es mirarte a ti -dijo Nita recorriéndola con los ojos de pies a cabeza.
– Es lo más adecuado, eso es todo.
– Demasiado tarde. -Cuando Blue se acercó más, Nita extendió la mano y ahuecó el pelo de Blue-. Si me hubieras escuchado, habrías permitido que Gary te hiciera un corte así hace mucho tiempo.
– Si la hubiera escuchado, ahora sería rubia platino.
Nita resopló por la nariz.
– Era sólo una idea.
Gary había estado deseando poner las manos en el pelo de Blue desde la noche que la había conocido en el Barn Grill. Una vez que la tuvo sentada en la silla de la peluquería, le había cortado el pelo en pequeñas capas, justo por debajo de las orejas, y le había dejado un flequillo desfilado que le resaltaba los ojos. El corte era demasiado bonito para que Blue se sintiera cómoda, pero había sido necesario.
– Deberías haberte arreglado así para ese jugador de fútbol americano desde el principio -dijo Nita-. Quizá entonces te habría tomado en serio.
– Él me toma en serio.
– Sabes exactamente a qué me refiero. Podría haberse enamorado de ti. Igual que tú lo estás de él.
– Estoy loca por él, pero no enamorada. Hay una gran diferencia. Yo no me enamoro. -Nita no lo entendía. Toda esa charada era la manera que Blue tenía de salir con la cabeza bien alta. Tenía que asegurarse de que Dean jamás volviera a sentir por ella ni la más leve pizca de piedad.
Blue condujo a la anciana hasta el coche. Nita se miró el lápiz de labios en el espejo retrovisor mientras Blue salía marcha atrás del garaje.
– Deberías avergonzarte de huir por culpa de ese jugador de fútbol americano. Deberías quedarte en Garrison, y dejar de dar tumbos por la vida.
– No puedo ganarme la vida en Garrison.
– Ya te dije que yo te pagaría si te quedabas. Bastante más de lo que puedes ganar pintando esos estúpidos cuadros.
– A mí me gusta pintar esos estúpidos cuadros. Lo que no me gusta es pasarme la vida siendo una sirvienta.
– Yo soy aquí la única sirvienta -la contradijo Nita- por la manera en que me mangoneas. Eres tan terca que le estás dando la espalda a una oportunidad de oro. No viviré para siempre, y sabes que no tengo a nadie a quien dejar mi dinero…
– Vamos, usted es un vampiro. Nos sobrevivirá a todos.
– Haz todos los chistes que quieras, pero valgo millones, y cada uno de ellos podría ser tuyo algún día.
– No quiero sus millones. Si tuviera un poco de decencia, se lo dejaría todo al pueblo. Lo que quiero es irme de Garrison. -Blue frenó en un stop antes de tomar la calle de la iglesia. Había llegado justo a tiempo-. Recuerde -dijo-. Sea amable.
– Trabajé en Arthur Murray. Sé comportarme.
– Pensándolo bien, limítese a mover los labios y yo seré la que hable por usted. Será más seguro de ese modo.
El bufido de Nita sonó parecido a una carcajada, y Blue supo en ese momento que echaría de menos a ese viejo murciélago. Con Nita, Blue podía ser ella misma.
Igual que con Dean.
La pancarta adornada con globos cruzaba la calle de la iglesia y en ella se podía leer FELIZ 73 CUMPLEAÑOS SEÑORA GARRISON. Dean sabía que Nita tenía setenta y seis, y no le cabía duda de que Blue había contribuido a esa mentirijilla.
En el parque se habían reunido cerca de cien personas. Había más globos entre los árboles, que se mezclaban con las serpentinas rojas, azules y blancas que habían quedado de la celebración del Cuatro de Julio de la semana anterior. Un grupo de adolescentes con camisetas negras y lápiz de ojos a juego terminó de cantar una versión punk del «Cumpleaños feliz». Riley le había dicho a Dean que era la banda de rock del sobrino de Syl, los únicos que cantarían ese día.
En la parte delantera del parque, cerca de una pequeña rosaleda, Nita había comenzado a cortar una tarta de cumpleaños del tamaño de un campo de minigolf. Dean se había perdido todos los discursos de la celebración, pero a juzgar por las caras de todo el mundo, no habían sido memorables. Había más serpentinas en las largas mesas donde estaban las jarras de ponche y té helado. Divisó a April y a Riley cerca de la mesa del pastel, hablando con una mujer con un vestido amarillo. Algunos de los habitantes del pueblo lo llamaron a gritos, y él los saludó con la mano, pero lo único que quería era encontrar a Blue.
El día anterior había sido uno de los peores y mejores días de su vida. Primero estaba aquel desagradable encuentro con Blue; luego su dolorosa y liberadora conversación con Jack; y finalmente el maratónico baile con April. Después, April y él no habían hablado demasiado, y no había habido ningún «jodido abrazo», como Jack había dicho, pero los dos sabían que las cosas habían cambiado. Él no sabía cómo sería exactamente esa nueva relación, sólo que era el momento adecuado para que madurara y conociera a la mujer en la que se había convertido su madre.
Escudriñó el parque de nuevo, pero seguía sin ver a Blue, y quería hablar con ella. Tenía que arreglar las cosas de alguna manera. Nita se llevó un plato a la silla reservada para ella justo cuando Syl y Penny Winters comenzaba a repartir el resto del pastel entre la gente. Nita comenzó a señalar al cantante de la banda, que estaba imitando a Paul McCartney con un demencial «Tú dices que es tu cumpleaños…». Riley y la mujer del vestido amarillo seguían de espaldas a él, April señaló hacia la banda de rock, y Riley se fue con ella para acercarse más.
Syl lo divisó cuando dejó caer un trozo de pastel en un plato de plástico.
– Ven aquí, Dean. Las rosas de azúcar no tardarán en desaparecer. Blue, acompáñalo hasta aquí. Tengo un pedazo de pastel con su nombre.
Dean miró a su alrededor, pero no vio a Blue por ningún lado. Luego, la mujercita del vestido amarillo se giró, y él se quedó sin aliento como cuando le hacían el primer placaje de la temporada.
– ¿Blue?
Por un momento, ella pareció tan vulnerable como la niña que la había acusado de ser. Luego, alzó la barbilla.
– Lo sé. Estoy de miedo. Por favor, ahórrate el cumplido.
Ella estaba más que guapa. April había convertido a la pastorcilla en un figurín. El vestido era perfecto. Tenía el largo justo y realzaba los pequeños encantos de Blue. El bustier se pegaba a sus curvas, y las modernas sandalias de color púrpura enfatizaban sus delgados tobillos. La había imaginado así. Ese alocado corte de pelo acentuaba la delicada estructura ósea de Blue y el maquillaje la favorecía, haciéndola parecer muy femenina. Dean siempre había sabido que no hacía falta hacer mucho para que ella estuviera increíble. Y así era. Bella, elegante, sexy. No demasiado diferente de las demás mujeres bellas, elegantes y sexys que él conocía. Y odiaba eso. Quería recuperar a su Blue. Cuando por fin recobró el habla, sólo dijo:
– ¿Por qué?
– Me cansé de que todo el mundo me dijera que eres el más guapo.
Ni siquiera pudo esbozar una sonrisa. Quería verla de nuevo con sus ropas desarregladas y que tirara esas frágiles sandalias a la basura. Blue era Blue, y no había ninguna otra como ella. No necesitaba todo eso. Pero si se lo decía, ella pensaría que él se había vuelto loco, así que sólo se limitó a pasarle el pulgar por el estrecho tirante del vestido.
– April estará encantada.
– Es gracioso. Eso fue lo que me dijo de ti cuando me vio. Pensó que esto era cosa tuya.
– ¿Te has arreglado tú sola?
– Soy artista, Boo. No soy más que otra tela en blanco, y una no muy interesante, por cierto. Ahora me voy a darle coba a Nita. Hasta ahora no ha apuñalado a nadie, pero la tarde es joven.
– Antes tenemos que hablar. De lo que pasó ayer.
Ella se puso tensa.
– No puedo dejarla sola. Ya sabes cómo es.
– Una hora, y luego vendré a buscarte.
Pero Blue ya se alejaba.
April lo saludó con la mano por encima de la cabeza de Riley. La familiar carga de los viejos resentimientos rechinó en su mente, pero cuando se asomó a su interior, sólo vio polvo. Si quería, podía pararse con su madre para charlar. Que fue exactamente lo que hizo.
April se había vestido para la celebración con unos vaqueros, un sombrero vaquero de paja y un top ceñido al cuerpo que parecía de Pucci. Señaló con la cabeza hacia la banda de rock.
– Con un poco de práctica, podrían llegar a ser mediocres.
Riley se unió a la conversación.
– ¿Has visto a Blue? Al principio no sabía que era ella. Parece una auténtica adulta y todo.
– Simple apariencia -contestó Dean con firmeza.
– Pues yo no opino igual. -April lo miró con fijeza desde debajo del sombrero-. Y dudo que todos esos hombres que han estado intentando llamar su atención estén de acuerdo contigo. Ella hace como que no los ve, pero nada pasa desapercibido para nuestra Blue.
– Mi Blue -se oyó decir Dean.
April encontró eso muy interesante.
– ¿Tu Blue? ¿La mujer que va a dejar el pueblo dentro de dos días?
– Ella no se irá a ningún lado.
April pareció preocupada.
– Entonces te queda un arduo trabajo por delante.
Un hombre con una gorra de béisbol calada hasta las cejas y grandes gafas plateadas ocultándole los ojos se acercó hasta ellos. Riley dio un pequeño salto de alegría.
– ¡Papá! Pensé que no ibas a venir.
– Te dije que lo haría.
– Lo sé, pero…
– Pero te he decepcionado tantas veces que no me creíste.
Jack se había quitado los pendientes y las pulseras y se había vestido de manera anodina con unos vaqueros cortos y una camiseta de color verde oliva, pero nada podía enmascarar ese perfil famoso, y una mujer con un bebé lo miró con curiosidad.
April parecía haber desarrollado un súbito interés por la banda de rock y Dean ya tenía suficientes líos en la cabeza para intentar averiguar lo que estaba ocurriendo entre ellos.
– ¿Es Blue la que viene hacia nosotros? -preguntó Jack.
– ¿A que está magnifica? -dijo Riley con admiración-. Es una gran artista. ¿Sabías que Dean aún no ha visto los murales del comedor? Díselo, papá. Dile lo bonitos que son.
– Son diferentes.
Blue regresó antes de que Dean pudiera preguntar a qué se refería.
– Vaya -dijo Jack-. Si eres una mujer, después de todo.
Blue se sonrojó como siempre que Jack se dirigía a ella.
– Es algo temporal. Requiere mucho esfuerzo y no soy de las que pierden el tiempo. -Jack sonrió ampliamente, y Blue miró a Riley-. Siento ser portadora de tan malas noticias, poro Nita quiere hablar contigo. -A través de un hueco en la multitud, Dean vio cómo Nita señalaba furiosamente su silla. Blue frunció el ceño-. Le dará un ataque si no vas. Voto por que no nos apresuremos con los primeros auxilios.
– Blue siempre dice cosas así -le confió Riley a los demás-. Pero en realidad adora a la señora Garrison.
– ¿Ha estado bebiendo otra vez, señorita? Pensé que ya habíamos hablado sobre eso. -Blue cogió a Riley por el brazo y se la llevó.
– Veo que llega compañía – dijo Jack-. Será mejor que me esfume.
Cuando él se marchó, el juez Haskins y Tim Taylor, el director del instituto, llegaron junto a Dean.
– Hola, Boo. -El juez no podía apartar la mirada de April-. Es agradable verte por aquí asumiendo tus responsabilidades cívicas.
– Por muy desagradables que éstas sean -dijo Tim-. Tengo que pasar la mañana del sábado con alumnos de cuarto. -Los dos hombres contemplaron a April. Cuando nadie dijo nada, Tim le tendió la mano-. Soy Tim Taylor.
Dean debería haberlo visto venir. Como April se había mantenido apartada de lugares como el Barn Grill, no los había conocido. Ella le tendió la mano.
– Encantada, soy Susan…
– Es mi madre -dijo Dean-. April Robillard.
Los dedos de April perdieron fuerza. Les estrechó la mano a los dos hombres, pero bajo el ala del sombrero, comenzaron a llenársele los ojos de lágrimas.
– Lo siento. -Agitó los dedos delante de la cara-. Es la alergia.
Dean posó la mano sobre el hombro de April. No había pensado hacer eso -no había pensado nada-, pero se sintió como si hubiera ganado el partido más importante de la temporada.
– Mi madre ha trabajado para mí de encubierto, utilizando el nombre de Susan O'Hara.
El tema requería algunas explicaciones, que Dean fue inventando sobre la marcha mientras April parpadeaba y tosía como si de verdad tuviera alergia. Cuando los hombres se marcharon, April se volvió hacia él.
– No digas nada o perderé la compostura.
– Como quieras -dijo él-. Vayamos a por un trozo de tarta. Una vez que consiguieron el pastel, él tosió y se golpeó el pecho como si también hubiera desarrollado una repentina alergia.
April logró al fin apartarse del gentío. Encontró un lugar protegido tras unos arbustos en la zona más alejada del parque, se sentó en el césped contra la cerca, y se permitió a sí misma llorar a lágrima viva. Había recuperado a su hijo. Aún tenían que ir con pies de plomo, ya que ambos eran tercos como mulas, pero tenía fe en que lo resolverían todo con el tiempo.
A lo lejos, el cantante de la banda de rock se atrevió con un rap de chico blanco que sonaba de pena. Jack apareció por una esquina de los arbustos, invadiendo su santuario privado.
– Detén a ese chico antes de que ios niños de este parque sufran daños emocionales. -Al sentarse a su lado, fingió no darse cuenta de sus ojos rojos por el llanto.
– Prométeme que nunca cantarás algo como eso -dijo ella.
– Sólo en la ducha. Aunque ahora que lo dices…
– Prométemelo.
– De acuerdo. -Le cogió la mano, y ella no intentó apartarla-. Te he visto con Dean.
Los ojos de April volvieron a llenarse de lágrimas.
– Me presentó como su madre. Fue algo maravilloso.
Jack sonrió.
– ¿Lo hizo? Me alegro.
– Espero que algún día vosotros dos…
– Estamos en ello. -Le acarició la palma con el pulgar-. He estado pensando sobre tu aversión a los rollos de una noche. Creo que la solución es que tengamos citas como adultos normales.
– ¿Quieres salir conmigo?
– Ya te dije ayer que ahora prefiero las relaciones de verdad. Necesito un lugar permanente donde establecerme ahora que voy a vivir con Riley, y bien puede ser en Los Ángeles. -Jugueteó con sus dedos, llenándola de una dulce y dolorosa tensión-. Espero que esto me dé puntos para nuestra próxima cita.
– Qué poco sutil. -April no debería haber sonreído.
– No podría ser sutil contigo ni aunque me obligaran. -La diversión desapareció de los ojos de Jack-. Te deseo, April. Con cada parte de mi ser. Quiero verte y tocarte. Quiero saborearte. Quiero estar dentro de ti. Lo quiero todo.
Ella finalmente apartó la mano.
– ¿Y después qué?
– Volveremos a empezar desde el principio.
– Para eso hizo Dios a las groupies, Jack. Personalmente, me gustan las cosas un poco más profundas.
– April…
Ella se puso de pie y se fue a buscar a Riley.
Dean logró al fin apartar a Blue de la multitud y conducirla cerca del viejo cementerio de la Iglesia Baptista. La llevó hacia la sombra del monumento más impresionante del cementerio, un monolito de granito negro dedicado a Marshall Garrison. Se dio cuenta de que ella estaba nerviosa y que intentaba ocultarlo.
– ¿Cómo se han enterado de que April es tu madre? -dijo ella-. Todo el mundo habla de ello.
– No vamos a hablar de April. Vamos a hablar de lo que sucedió ayer.
Ella apartó la mirada.
– Sí, qué alivio, ¿verdad? ¿Puedes imaginarme con un bebé?
Por raro que pareciera, sí que podía. Blue sería una madre estupenda, tan ferozmente protectora como cualquiera de sus compañeros de equipo. Apartó la imagen de su mente.
– Hablo de tus estúpidos planes de abandonar el pueblo el lunes.
– ¿Por qué son estúpidos? Nadie considera estúpido que tú te vayas a entrenar el viernes siguiente. ¿Por qué tú sí puedes marcharte y yo no?
Ella estaba siendo demasiado sensata. Él quería recuperar a la pastorcilla.
– Porque no hemos terminado, por eso -dijo él-, y no hay razón alguna para apresurar el final de algo que ambos estamos disfrutando.
– Hemos terminado del todo. Soy una nómada, ¿recuerdas?, y es hora de que me ponga en movimiento.
– Bien. Pues acompáñame cuando regrese en coche a Chicago. Te gustará aquello.
Ella deslizó la mano por el canto del monumento a Marshall.
– Demasiado frío en invierno.
– No es problema. Todas mis casas tienen chimeneas y radiadores que funcionan a la perfección. Puedes instalarte allí.
Él no supo cuál de los dos se había quedado más asombrado por sus palabras. Ella se quedó paralizada y luego sus pendientes púrpuras brillaron contra sus rizos oscuros cuando se volvió hacia él.
– ¿Quieres que viva contigo?
– ¿Por qué no?
– ¿Quieres que vivamos juntos?
Dean jamás había permitido que una mujer viviera con él, pero pensar en compartir el mismo espacio que Blue era una idea maravillosa.
– Claro. ¿Cuál es el problema?
– Hace dos días, ni siquiera querías presentarme a tus amigos. Y, ¿ahora quieres que vivamos juntos? -No parecía tan ruda como de costumbre. Tal vez fuera el vestido, o esos rizos suaves que le enmarcaban la cara. O puede que fuera el pesar que vislumbró en esa mirada de pastorcilla. Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
– Hace dos días estaba confundido. Ahora no lo estoy.
Ella se apartó bruscamente.
– Ya entiendo. Al final te parezco lo suficientemente respetable para aparecer en público contigo.
Él se envaró.
– Tu apariencia no tiene nada que ver con esto.
– Ahora me dirás que es una simple coincidencia. -Lo miró directamente a los ojos-. Es algo difícil de creer.
– ¿Por qué clase de imbécil me tomas? -contraatacó él sin darle tiempo a que replicara-. Quiero enseñarte Chicago, eso es todo. Y necesito tiempo para pensar hacia dónde se dirige nuestra relación
– ¡Venga ya! Yo soy aquí el único cerebrito, ¿recuerdas? Tú eres el que recorre las tiendas y se prueba los perfumes.
– Basta ya. Deja de bromear sobre algo tan importante.
– Mira quién habla.
Sus tácticas no estaban dando resultado, y Dean sentía que comenzaba a perder la paciencia, así que intentó aferrarse a un tema neutral.
– También tenemos un asunto pendiente. Te pagué por unos murales, pero aún no he dado el visto bueno.
Ella se frotó la sien.
– Sabía que los odiarías. Te lo advertí.
– ¿Cómo podría odiarlos? Ni siquiera los he visto.
Ella parpadeó.
– Quité el plástico de las puertas hace dos días.
– Pero no he ido a verlos. Se suponía que me los enseñarías tú, ¿recuerdas? Era parte de nuestro trato. Con el dinero que he invertido en esas paredes, merezco verlas por primera vez con la artista que las pintó.
– Estás intentando manipularme.
– Los negocios son los negocios, Blue. Aprende a distinguir la diferencia.
– Bien -le espetó ella-. Iré mañana.
– Esta noche. Ya he esperado suficiente.
– Deberías verlos a la luz del día.
– ¿Por qué? -dijo él-. Lo más seguro es que cene allí todas las noches.
Ella le dio la espalda al monumento, y a él, y se dirigió hacia la entrada.
– Tengo que llevar a Nita a casa. No tengo tiempo para esto.
– Te recogeré a las ocho.
– Iré yo sola. -El dobladillo desigual revoloteó sobre sus rodillas mientras se alejaba del cementerio.
Dean deambuló entre las lápidas un rato, intentando poner sus pensamientos en orden. Le había ofrecido algo que jamás le había ofrecido a otra mujer, y ella se lo había tirado a la cara como si no significara nada. Estaba intentando jugársela a un quarterback, pero no era rival para él. No sólo no sabía hacerse cargo del equipo, ni siquiera sabía ocuparse de sí misma. De alguna manera, tenía que arreglar todo eso, y no tenía demasiado tiempo.
Riley tiró un montón de platos de plástico a la basura y regresó para sentarse con la señora Garrison. La gente empezaba a marcharse, pero había sido una buena fiesta, y la señora Garrison se había comportado bien con todo el mundo. Riley sabía que se alegraba de que hubiera ido tanta gente, y de que hubieran hablado con ella.
– ¿Se ha dado cuenta de lo agradable que ha sido hoy todo el mundo? -dijo, sólo para asegurarse.
– Saben a lo que atenerse.
La señora Garrison tenía lápiz de labios en los dientes, pero Riley tenía algo en mente, y no se lo dijo.
– Blue me contó lo que ocurre en el pueblo. Esto es América, y creo que debería dejar que la gente hiciera lo que quisiera con sus tiendas y todo eso. -Hizo una pausa-. También creo que debería comenzar a dar clases de baile gratuitas para quienes no puedan permitírselas.
– ¿Lecciones de baile? ¿Quién iba a venir? Los chicos de hoy en día sólo bailan hip-hop.
– A algunos también les gustan los bailes de salón. -Ella había conocido ese día a dos chicas de secundaria muy simpáticas que le habían dado la idea.
– Veo que tienes muchas opiniones sobre lo que yo debería hacer, pero ¿qué pasa con lo que yo quiero que tú hagas? Es mi cumpleaños y sólo te he pedido una cosa.
Riley deseó no haber sacado el tema a colación.
– No puedo cantar en público -dijo ella-. No toco la guitarra lo suficientemente bien.
– No digas tonterías. Te he dado un montón de lecciones de baile, y ni siquiera me quieres hacer ese pequeño favor.
– ¡No es pequeño!
– Cantas mejor que cualquiera de esos monos que están subidos al escenario. Jamás he oído una cosa tan espantosa.
– Cantaré para usted en su casa. Sólo nosotras dos.
– ¿ Crees que no estaba asustada la primera vez que bailé en público? Estaba tan asustada que casi me desmayé. Pero no dejé que el miedo me detuviera.
– No tengo aquí la guitarra.
– Ellos tienen guitarras. -Señaló hacia la banda de rock.
– Son eléctricas.
– Excepto una.
A Riley le costaba creer que Nita se hubiera dado cuenta de que el guitarrista había cambiado la guitarra eléctrica por una acústica cuando cantaron «Time of your life» de Green Day.
– No puedo pedirles la guitarra. No me la dejarían.
– Ya nos ocuparemos de eso.
Para horror de Riley, Nita se levantó de la silla y se acercó arrastrando los pies hasta la banda. Quedaba menos de la mitad de la gente, sobretodo familias con niños y adolescentes. Dean llegó por una entrada lateral y ella atravesó el césped con rapidez para alcanzarlo.
– La señora Garrison quiere que cante como regalo de cumpleaños.
A Dean no le gustaba la señora Garrison y esperaba que Riley le plantara cara, pero él parecía estar pensando en otra. cosa.
– ¿Vas a hacerlo?
– ¡No! Sabes que no puedo. Todavía hay mucha gente.
Él miró a la multitud por encima de la cabeza de Riley como si estuviera buscando a alguien.
– No tanta.
– No puedo cantar delante de la gente.
– Cantaste para mí y para la señora Garrison.
– Eso fue diferente. Era en privado. No puedo cantar delante de desconocidos.
Por fin, pareció que él centraba su atención en ella…
– ¿ No puedes cantar delante de desconocidos o no quieres cantar delante de Jack?
Cuando le había explicado cómo se sentía ella respecto a eso le había hecho prometer que nunca se lo mencionaría a nadie. Ahora lo estaba utilizando en su contra.
– No lo entiendes.
– Lo entiendo. -Le pasó el brazo alrededor de los hombros -Lo siento, Riley. Tendrás que resolverlo tú.
– Tú nunca hubieras subido ahí para cantar cuando tenías mi edad.
– Yo no canto como tú.
– Cantas bastante bien.
– Jack lo está intentando -dijo él-. El que cantes no cambiará lo que siente por ti.
– Eso no lo sabes.
– Ni tú. Quizá sea el momento de averiguarlo.
– Ya lo sé seguro.
La sonrisa de Dean pareció un poco forzada, y ella pensó que quizás estaba un poco decepcionado con ella.
– Está bien -dijo él-. Deja que vea si puedo entretener al viejo murciélago para que no te dé la lata.
Mientras él se dirigía hacia la señora Garrison, Riley comenzó a sentirse mareada. Antes de llegar a la granja, siempre había tenido que buscarse la vida ella sola, pero ahora, Dean daba la cara por ella, igual que lo había hecho cuando su padre quería llevarla de regreso a Nashville. Y no era el único. April y Blue la defendían delante de la señora Garrison, aunque ella no las necesitara para nada. Y su padre la había defendido aquella noche cuando pensó que Dean le estaba haciendo daño de verdad.
La señora Garrison estaba hablando con el guitarrista cuando Dean se acercó a ella. Riley se mordisqueó una uña. Su padre permanecía oculto al lado de la cerca, pero ella había observando que más de una persona lo miraba fijamente. April estaba ayudando a recoger, y Blue estaba envolviendo la tarta sobrante para que la señora Garrison se la llevara a casa. La señora Garrison decía que la gente que se infravaloraba, acababa apagándose como la luz de una vela, y Riley no quería acabar así. Tenía que empezar a ser realmente ella misma.
Estaba sudando y a punto de vomitar. ¿Y si cuando comenzara a cantar, desafinaba? Miró fijamente a su padre. O peor todavía, ¿y si lo que cantaba era una mierda?
Jack se incorporó al ver a su hija caminar hacia el micrófono del escenario con una guitarra en los brazos. Incluso desde el otro extremo del parque, podía ver lo asustada que estaba. ¿Iría a tocar de verdad?
– Me llamo Riley -susurró ella al micrófono.
Se la veía muy pequeña e indefensa. No sabía por qué estaba haciendo eso, sólo que no iba a permitir que sufriera. Echó a andar, pero ella ya había empezado a tocar. Nadie se había molestado en conectar el micro de la guitarra y, al principio, la gente la ignoró. Pero Jack sí escuchaba, y si bien el sonido apenas era audible, reconoció los acordes de «¿Por qué no sonreír?» Se le puso un nudo en el estómago cuando Riley comenzó a cantar.
¿Recuerdas cuando éramos jóvenes
y vivíamos cada sueño como si fuera el primero?
Cariño, ¿por qué no sonreír?
No importaba si lo reconocían. Tenía que subir allí. Ésa no era una canción para una niña de once años, y no iba a dejar que la ridiculizaran.
No espero que lo entiendas.
Con todo lo que has visto. No te pido eso…
Su voz suave y cadenciosa era tan diferente al alarido desafinado de la banda que la gente empezó a guardar silencio. Su hija quedaría destrozada si se reían de ella. Apretó el paso y April se acercó a su lado para detenerlo.
– Escucha, Jack. Escúchala.
Y lo hizo.
Sé que la vida es cruel. Y tú lo sabes mejor que yo.
Riley se equivocó en un acorde, pero su voz no falló.
¿ Cariño, por qué no sonreír? ¿ Cariño, por qué no sonreír? ¿ Cariño, por qué no sonreír?
La gente se había quedado en silencio, y las mofas inmaduras de los miembros de la banda se desvanecieron. Escuchar a una niña cantar esas palabras de adulto debería haber resultado gracioso, pero nadie se rió. Cuando Jack cantaba «¿Por qué no sonreír?» sonaba como un duelo fiero y mortal. En la voz de Riley, por el contrario, sonaba pura y enternecedora.
Finalizó la canción con un Fa en vez de Do. Riley había estado tan concentrada en los cambios de acorde que no había mirado al público, y pareció asustada cuando comenzaron a aplaudir. Jack esperaba que se marchara del escenario a toda prisa, pero en vez de eso se acercó más al micrófono y dijo suavemente:
– Esta canción era para mi amiga, la señora Garrison.
La gente comenzó a pedir un bis a gritos. Dean sonrió, y Blue también. Riley sujetó la púa entre los labios y afinó la guitarra de nuevo. Sin pararse a pensar en los derechos de autor o el secretismo que rodeaba a una canción nueva de Patriot, Riley comenzó a tocar «Llora como yo», una de las canciones en las que él había estado trabajando en la casita de invitados. No podría haber estado más orgulloso. Al final, la gente aplaudió y ella se puso con «Sucio y rastrero» de las Moffats. Jack se dio cuenta de que elegía las canciones más por la facilidad de los acordes que por la propia canción. Esta vez, cuando terminó, dio las gracias con sencillez y devolvió la guitarra, ignorando a la gente que le pedía un bis. Pero como todo buen cantante, sabía cuándo debía retirarse.
Dean llegó hasta ella el primero y se pegó a Riley como una lapa cuando la gente la rodeó para felicitarla. A Riley le costaba mucho reconocer a nadie. La señora Garrison parecía tan orgullosa como si hubiera sido ella la que cantara. Blue estaba resplandeciente, y April no paraba de reírse.
Riley no miraba a Jack. Jack recordó el correo electrónico que había enviado a Dean cuando había intentado averiguar por qué ella mantenía en secreto lo bien que cantaba.
«Averígualo por ti mismo», había dicho Dean.
En aquel momento, Jack había pensado que Riley temía que él no la amase si no cantaba lo suficientemente bien, pero ahora comprendía mejor a su hija. Riley sabía de sobra lo bien que cantaba, por lo que no se trataba de eso.
Cuando la multitud comenzó a dispersarse, algunas personas lo miraron con fijeza. Alguien lo reconoció. Una mujer de mediana edad lo miró con ojos perspicaces.
– P-perdón…, pero…, ¿no es usted Jack Patriot?
Dean, que lo había visto venir, se puso inmediatamente a su lado.
– ¿Podría darle un respiro?
La mujer se sonrojó.
– No puedo creer que sea él. Aquí en Garrison. ¿Qué está haciendo aquí, señor Patriot?
– Me gusta este pueblo. -Miró por encima de la mujer para ver cómo Nita y Blue protegían a Riley
– Jack es amigo mío. Se hospeda en la granja-dijo Dean-. Ha venido a Garrison porque aquí puede encontrar privacidad.
– Claro, entiendo.
De alguna manera, Dean logró mantener alejados al resto de los curiosos. Blue y April acompañaron a Nita al coche. Dean le dio un empujón a Riley para que se acercara a su padre y luego desapareció, sin darle más opción que dirigirse hacia Jack. Ella parecía tan ansiosa que a Jack le dolió el corazón. ¿Y si se equivocaba en sus conclusiones? Pero no tenía tiempo de hacer más conjeturas. Le dio un beso rápido en la coronilla. Riley olía a tarta de cumpleaños.
– Estuviste genial allí arriba-le dijo-. Pero no quiero que mi hija se convierta en una estrella de rock para adolescentes.
Ella levantó la cabeza con rapidez. Él contuvo el aliento. Los ojos de Riley se convirtieron en grandes charcos de incredulidad.
– ¿De veras? -dijo, soltando un largo suspiro.
Había hecho muchos avances con ella ese verano, y el más leve paso en falso podría estropearlo todo.
– No estoy diciendo que me niegue a que vayas a clases de canto, eso es decisión tuya, pero tienes que mantener la cabeza en su sitio. Tienes una voz asombrosa, pero tus verdaderos amigos son aquellos que te quieren por ser quien eres y no porque seas buena cantando. -Hizo una pausa-. Como yo.
Los ojos castaños de Riley -tan parecidos a los de él- se agrandaron.
– O Dean y April -añadió él-. O Blue. Incluso la señora Garrison. -Estaba pasándose un poco, pero necesitaba asegurarse de que ella lo comprendía-. No tienes que cantar para conseguir la amistad ni el amor de nadie.
– Lo comprendes -susurró ella.
Él fingió no oírla.
– Llevo muchos años en este negocio. Y he visto de todo.
Ahora ella comenzó a preocuparse.
– Pero aún puedo cantar para alguna gente, ¿no? Además quiero aprender a tocar bien la guitarra.
– Eso es cosa tuya. Pero nunca dejes que nadie te juzgue sólo por tu voz.
– Te lo prometo.
Él le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia él.
– Te quiero, Riley.
Ella apoyó la mejilla contra su pecho.
– Yo también te quiero, papá.
Era la primera vez que ella se lo decía.
Se dirigieron hacia el coche agarrados por la cintura. Pero antes de llegar, ella le dijo:
– ¿Podemos hablar de mi futuro? No me refiero al canto, sino a la escuela, dónde voy a vivir y todo eso.
En ese mismo momento, él supo con exactitud cómo iban a ser las cosas de ahora en adelante.
– Demasiado tarde -dijo Jack-. Ya he tomado una decisión.
La vieja mirada de precaución apareció en los ojos de Riley.
– No es justo.
– Yo soy el padre, y yo tomo las decisiones. Odio ser el portador de malas noticias, estrellita, pero no pienso dejar que te vayas a vivir con tu tía Gayle y Trinity por más que me lo pidas.
– ¿De veras? -Las palabras surgieron en un ahogado susurro.
– Aún no he resuelto todos los detalles, pero nos iremos a vivir a Los Ángeles. Buscaremos allí un buen colegio para ti. Y ya te aviso de que no será un internado. Te quiero lo suficientemente cerca de mi para poder vigilarte. Contrataremos a un ama de llaves que nos guste a los dos para que se quede contigo cuando tenga que viajar. Y por supuesto, verás a April… pero aún estoy trabajando en esa parte. ¿Qué te parece?
– ¡Creo… creo que es lo mejor que podía pasarme!
– Eso mismo opino yo.
Cuando se subió al coche, Jack sonrió. El rock'n'roll podía mantenerte joven, pero había algo maravilloso en madurar.