24

Blue llegó a la granja una hora más tarde de lo acordado. Se había cambiado el vestido amarillo por un top blanco y unos pantalones cortos de color caqui que le quedaban como un guante. Dean esperaba que Jack y Riley no los interrumpieran tal como les había pedido.

– No quiero hacer esto -dijo Blue cuando entró en el vestíbulo.

Para no caer en la tentación de besarla, Dean cerró la puerta principal.

– Lo mejor es hacerlo de una vez. Entra tú primero en el comedor y enciende todas las luces, así me llevaré el susto de golpe.

No consiguió arrancarle ni la más leve sombra de una sonrisa. Era extraño ver a Blue tan deshecha.

– Será lo mejor. -Ella y sus nuevas sandalias color púrpura entraron con rapidez en el comedor delante de él. Dean quería tirar esos zapatos a la basura para hacerle poner esas horrorosas botas negras militares. Blue encendió las luces del comedor.

– Vas a odiar estos murales -dijo ella desde dentro.

– Creo que ya lo has mencionado antes. -Dean esbozó una sonrisa-. Tal vez deberías beber un trago para relajarte. -Él se acercó y entró en el comedor. Su sonrisa se desvaneció.

Dean estaba preparado para un montón de cosas, pero no para lo que vio. Blue había creado un bosque lleno de luz y fantasía. Pálidos rayos de sol asomaban entre las hojas de los árboles. Un columpio hecho de vides en flor colgaba de una rama curva. Un montón de flores imaginarias crecían como si fueran una brillante alfombra alrededor de un carromato gitano asentado al lado de un estanque de fantasía. No se le ocurría nada que decir. Salvo lo que no debía.

– ¿Eso es un hada?

– S… sólo una pequeñita. -Ella levantó la vista para observar la diminuta criatura que los miraba con atención desde encima de la ventana principal. Luego enterró la cara entre las manos-. ¡Lo sé! ¡Está fatal! No debería haberla pintado, pero el pincel se movió solo, cobró vida. Debería haberla borrado. A ella y… y a todas las demás.

– ¿Hay más?

– Lleva un rato verlas. -Se dejó caer en una silla entre las ventanas y dijo con un tono bajo y afligido-: Lo siento. No tenía intención de hacerlo. Esto es un comedor. Estos murales son para el dormitorio de… de un niño… o una niña. Pero las paredes eran perfectas, y la luz era exquisita, y no sabía que en realidad quería pintar algo así.

Parecía que Dean no lograba asimilarlo. Donde quiera que mirara, veía algo nuevo. Un pájaro con una cestilla colgando del pico volaba por el cielo. Un arco iris por encima del marco de la puerta, y una nube con la cara de un anciana de mejillas sonrosadas mirando hacia el carromato gitano. En la pared más larga, un unicornio metía el hocico en el agua de la orilla del estanque. No era extraño que a Riley le encantaran esos murales. Y no era extraño que April pareciera tan preocupada cuando él le había preguntado por ellos. ¿Cómo podía Blue, que era famosa por su dureza y testarudez, haber creado algo tan tierno y mágico?

Tal vez porque ella no era dura en absoluto. La dureza de Blue era sólo una armadura que se había construido para poder sobrevivir. Por dentro era tan delicada y frágil como las gotas de rocío que había pintado sobre unas campanillas.

Blue enterró la cara entre las manos, entrelazando los dedos en los rizos.

– Son terribles. Sabía que lo estaba haciendo mal mientras los pintaba, pero no podía detenerme. Fue como si algo se liberase en mi interior, y tuviera que plasmarlo. Te devolveré el cheque, y si me das unos meses, te reembolsaré lo que te cueste repintar el comedor.

Él se arrodilló delante de ella y le apartó las manos de la cara.

– Nadie va a repintar nada -dijo Dean mirándola a los ojos-. Lo quiero así.

«Y también te quiero a ti.»

La certeza de amarla lo atravesó como un soplo de aire fresco,

Había encontrado su destino cuando se detuvo en esa carretera a las afueras de Denver. Blue lo desafiaba, lo fascinaba, lo volvía loco… Dios, lo volvía loco siempre. Pero, sobre todo, ambos se comprendían mutuamente. Esos murales dejaban al descubierto a la soñadora que llevaba dentro, la mujer que estaba decidida a alejarse de él el lunes por la mañana.

– No tienes por qué fingir-dijo ella-. Te he dicho muchas veces cuánto odio que te hagas el simpático. Cuando tus amigos vean esto…

– Cuando mis amigos vean esto, no tendré que preocuparme por que nos quedemos sin tema de conversación en la cena, eso seguro.

– Pensarán que has perdido el juicio.

«No después de que te conozcan.»

Con una mirada seria que él nunca le había visto antes, Blue le pasó una mano por el pelo.

– Tú tienes estilo, Dean. Esta casa es masculina. Todo en ella lo es. Sabes lo poco que pegan aquí esos murales.

– Cierto, no pegan nada, pero son increíblemente hermosos. -«Igual que tú»-. ¿Te he dicho ya lo asombrosa que eres?

Ella le escrutó la cara. Siempre había tenido habilidad para calarlo, y la expresión de Blue se volvió gradualmente interrogativa.

– Te gustan de verdad, ¿no? No lo dices sólo porque tengas buen corazón.

– Jamás te mentiría sobre una cosa tan importante. Son maravillosos. Tú eres maravillosa. -Comenzó a besarla… en los ojos, en la curva de la mejilla, en los labios. Los murales lanzaron un hechizo sobre ellos, y pronto la apretó contra su cuerpo. La tomó en brazos y la llevó fuera, moviéndose de un mundo mágico a otro… hacia el refugio que era la caravana gitana. Bajo las vides y las flores de fantasía, hicieron el amor. En silencio. Con ternura. Todo era perfecto. Finalmente, Blue era suya.


La almohada vacía a su lado a la mañana siguiente era el resultado de no haber dispuesto la instalación de esa letrina portátil de Porta Potti. Dean se puso los pantalones cortos y la camiseta. Blue debía de haber ido a hacer café. Tenía intención de tomárselo sentado en el porche con ella mientras hablaban de lo que harían el resto de sus vidas. Pero cuando atravesaba el patio, vio que el Corvette rojo no estaba. Se apresuró a entrar en la casa y rápidamente contestó al teléfono que sonaba en ese momento.

– ¡Vente para acá ahora mismo! -gritó Nita cuando respondió-. Blue piensa marcharse.

– ¿De qué está hablando?

– Nos mintió al decirnos que se iba el lunes. Durante todo este tiempo planeaba marcharse hoy. Chauncey Crole la llevó a recoger el coche de alquiler, y ahora mismo está cargando sus cosas en el coche. Sabía que algo no encajaba. Ella estaba…

Dean no esperó a escuchar el resto.

Quince minutos más tarde, entraba en el callejón detrás de la casa de Nita dando un frenazo que hizo saltar los cubos de basura que estaban delante del garaje. Blue estaba metiendo sus cosas en el maletero de un Corolla último modelo. A pesar del calor, llevaba puesta una camiseta negra sin mangas, unos vaqueros y las botas militares. Dean no se habría sorprendido ni aunque la hubiera visto con un collar de púas en torno al cuello. El único toque femenino que aún conservaba era ese corte de pelo vaporoso. Salió de la camioneta de un salto.

– Gracias por despedirte.

Ella dejó caer una caja con sus utensilios de pintura en el maletero. El asiento trasero ya estaba cargado.

– Me harté de decir adiós cuando era niña -dijo ella con frialdad-. Y me niego hacerlo ahora. Por cierto, te alegrará saber que me ha venido la regla.

Dean jamás había lastimado a una mujer en su vida, pero ahora mismo tenía unas ganas locas de sacudirla hasta que le castañearan los dientes.

– Estás como una cabra, ¿lo sabes, no? -Se cernió sobre ella-. ¡Te quiero!

– Bueno, bueno, yo también te quiero. -Metió la bolsa en el maletero.

– Lo digo en serio, Blue. Estamos hechos el uno para el otro. Debería habértelo dicho anoche, pero estabas tan jodidamente nerviosa que quise preparar el terreno para que no salieras corriendo.

Ella se plantó una mano en la cadera intentando parecer dura, pero sin conseguirlo.

– Di la verdad, Dean. No me amas.

– ¿Tanto te cuesta creerlo?

– Pues sí. Tú eres Dean Robillard, y yo soy Blue Bailey. Tú vistes ropa de marca, y yo soy feliz con cualquier cosa del Wall-Mart, Soy una perdedora, mientras que tú tienes una carrera brillante ¿Necesitas oír más? -Cerró de golpe el maletero.

– Ésas son sólo cosas superficiales y sin sentido.

– Seguro. -Sacó unas gafas de sol baratas del bolso que había dejado sobre el capó y se las puso con rapidez. La bravuconería de Blue flaqueaba y le tembló el labio inferior-. Tu vida ha dado un vuelco este verano, Boo, y yo sólo fui la chica de turno que te ayudó a afrontarlo. No niego que he disfrutado cada minuto de las últimas siete semanas, pero nada de esto ha sido real. Sólo ha sido otra versión de Alicia en el país de las Maravillas.

Dean odiaba sentirse impotente y contraatacó.

– Créeme, conozco la diferencia entre la realidad y la fantasía mejor que tú a juzgar por los murales del comedor. ¡Y encima ni siquiera te has dado cuenta de lo buenos que son!

– Gracias.

– Blue, tú me amas.

Ella apretó la mandíbula.

– Estoy loca por ti, pero no estoy enamorada.

– Sí, lo estás. Pero no tienes agallas para reconocerlo. Blue Bailey perdió el valor hace mucho tiempo.

Él esperó el contraataque de Blue, pero ella inclinó la cabeza y hundió la punta de la bota en la grava del suelo.

– Soy realista. Algún día me lo agradecerás.

Todo el descaro y la desfachatez de Blue habían desaparecido. Todas sus bravatas se habían desvanecido en el aire. En su lugar, mostraba lo que llevaba en el interior: falta de confianza y vulnerabilidad. Él se esforzó por intentar recuperar la calma, pero no lo consiguió.

– Yo no puedo hacer esto por ti, Blue. O tienes el valor de arriesgarte o no lo tienes.

– Lo siento.

– Si te vas, no iré detrás de ti.

– Ya supongo, lo entiendo.

Dean no podía creer que ella estuviera haciendo eso. Mientras la observaba subir al coche, esperaba que reuniera el suficiente valor y se quedara, pero Blue no dudó en poner el coche en marcha. Un perro ladró a lo lejos y ella salió del callejón dando marcha atrás. Una abeja zumbó hacia él desde las malvas mientras el coche se alejaba.


Siguió esperando a que se detuviera. A que diera media vuelta en el último momento. Pero no lo hizo.

La puerta trasera de la casa se cerró ruidosamente y Nita bajó las escaleras, haciendo ondear la bata sobre un camisón rojo. El se subió a la camioneta antes de que le diera alcance. Un pensamiento horrible cruzó por su mente. Intentó ignorarlo, pero mientras aceleraba callejón abajo, aquel pensamiento se hizo más persistente. ¿Y si Blue le había dicho la verdad? ¿Y si era el único que se había enamorado?


¿Sería cierto? Se preguntó Blue mientras recorría la calle de la iglesia por última vez. ¿Estaba comportándose como una cobarde? Se quitó las gafas de sol y se enjugó los ojos con el dorso de la mano. Dean creía que la amaba, o jamás se lo habría dicho. Pero muchas personas le habían dicho que la amaban, y ninguna había dudado en abandonarla. Dean no sería la excepción. Los hombres como él no se enamoraban de mujeres como ella.

Blue había sabido desde el principio que estaba jugando con fuego y aunque había puesto el máximo empeño en mantener a raya sus emociones, al final había entregado su corazón. Tal vez algún día sus palabras de amor se convertirían en un dulce recuerdo, pero ahora eran como un cuchillo clavado en el corazón.

Las lágrimas comenzaron a rodar libremente por sus mejillas. Ella no podía olvidar sus palabras dañinas: «Blue Bailey perdió el valor hace mucho tiempo.»

Dean no la entendía. A pesar de lo mucho que Blue se había esforzado, nadie la había amado lo suficiente como para continuar a su lado. Nadie.

Inspiró profundamente mientras sobrepasaba el letrero de salida del pueblo a toda velocidad. Buscó a tientas un pañuelo de papel en el bolso. Mientras se sonaba la nariz, miró fríamente en su interior y vio a una mujer a la que le daba miedo tomar las riendas de su vida.

Aminoró la marcha. No podía abandonar el pueblo. Dean podía ser muchas cosas, pero no tenía un pelo de tonto. Y no le entregaba su corazón a cualquiera así como así. ¿ Le daba miedo aceptar su amor, o estaba siendo demasiado realista?

Se dispuso a dar la vuelta en la carretera cuando oyó la sirena de un coche policía.

Una hora más tarde, miraba sobre el escritorio de acero gris al jefe de policía, Byron Wesley.

– No he robado ese collar de diamantes -dijo ella por centésima vez-. Nita lo metió en mi bolso.

El jefe miró por encima de la cabeza de Blue hacia la televisión, donde se estaba emitiendo la rueda de prensa de los Meets.

– ¿Por qué iba a hacer algo así?

– Para que no me marche de Garrison. Ya se lo he dicho. -Blue golpeó el escritorio con el puño-. Quiero un abogado.

El jefe se sacó el palillo de la boca.

– Hal Cates juega al golf todos los domingos por la mañana, pero puedes dejarle un mensaje.

– Hal Cates es el abogado de Nita.

– Es el único abogado del pueblo.

Por lo que a Blue no le quedaba otra alternativa que llamar por teléfono a April.

Pero April no le cogió el teléfono, y Blue no tenía el número de Jack. Nita era quien la había hecho detener, así que no creía que estuviera dispuesta a pagar la fianza. Sólo quedaba Dean.

– Enciérreme -le dijo al jefe de policía-. Necesito tiempo para pensar.


– ¿Vas a ir hoy a ver a Blue? -le preguntó Jack a Dean la tarde del lunes, un día después del arresto de Blue, mientras estaban subidos a unas escaleras de mano pintando el granero de blanco.

Dean se enjugó el sudor de la frente.

– No.

April lo miró desde el suelo, donde estaba pintando el marco de la ventana. El gran pañuelo rojo que se había atado a la cabeza estaba salpicado de pintura blanca.

– ¿Estás seguro de que sabes lo que haces?

– Segurísimo. Y no quiero hablar de ello. -Porque no estaba seguro en absoluto. Sólo sabía que Blue no había tenido valor para quedarse. Si Nita no la hubiera detenido, a esas horas ya habría recorrido medio país. Cuando Dean se levantó esa mañana había tenido que decidir entre emborracharse hasta perder el conocimiento, o pintar ese condenado granero hasta estar tan cansando que no pudiera moverse.

– La echo de menos -dijo Jack.

Dean se cargó una telaraña con la brocha. A pesar de todo lo que él le había dicho, ella se había marchado.

Riley metió baza desde el suelo.

– Pero Dean y Blue no son los únicos que han tenido una pelea. April y tú también habéis discutido, papá.

Jack siguió pintando y sin apartar la mirada dijo:

– April y yo no hemos discutido.

– Yo creo que sí-dijo Riley-. Apenas os habéis dirigido la palabra desde ayer, y nadie quiere bailar.

– Estamos pintando -dijo April-. No se puede estar bailando todo el rato.

Riley fue directa al grano.

– Creo que deberíais casaros.

– ¡Riley! -April, que jamás se avergonzaba por nada, se puso colorada como un tomate. Sin embargo la expresión de Jack era ilegible.

Riley continuó.

– Si os casarais, Dean no sería un… ya sabéis… -susurró- un bastardo.

– Tu padre sí que es un bastardo -explotó April-. No Dean.

– Eso no ha sonado muy bien. -Riley recogió a Puffy.

– April está loca por mí-dijo Jack, sumergiendo el rodillo en la lata de pintura que había junto a la escalera-. Está enfadada porque le pedí una cita.

Dean se obligó a dejar su sufrimiento a un lado y miró a Riley.

– Vete.

– No quiero.

– Tengo que hablar con ellos -dijo él-. Cosas de adultos. Te lo contaré todo más tarde. Te lo prometo.

Riley se lo pensó un momento, y luego se fue con Puffy hacia la casa.

– No quiero salir con él -siseó April cuando Riley desapareció-. No es más que otro burdo intento para llevarme a la cama… ¿De verdad parezco tan irresistible?

– Por favor. No delante del niño -dijo Dean haciendo una mueca.

April apuntó a Jack con la brocha, y un chorrito de pintura le cayó por el brazo.

– A ti te gustan los retos, y eso es lo que yo soy para ti. Un reto.

A pesar de lo chocante que resultaba oír hablar de la vida sexual de sus padres -o la falta de ella-, Dean tenía un papel en esa conversación y se obligó a no moverse de allí.

– El verdadero reto -dijo Jack-, sería lograr que te olvidaras del pasado.

Aquello dio pie a toda clase de improperios, los dos estaban tan preocupados por defenderse que no percibían el daño que le hacían al otro, pero Dean sí se daba cuenta. Se bajó de la escalera de mano. El que su vida estuviera del revés no quería decir que no supiera lo que era mejor para otras personas.

– Significaría mucho para mí que en realidad os gustarais -dijo-, pero supongo que eso es problema mío. Sé que no queréis hacer que me sienta como un error, aunque será algo que tendré que asumir con el tiempo.

Era una treta pésima y Blue no habría picado, pero ella estaba encerrada en la cárcel municipal por robar un collar que la propia Nita le había metido en el bolso, y estas dos personas que tenía delante rezumaban culpabilidad por todos los poros.

– ¿Un error? -exclamó April, dejando la brocha a un lado-. No puedo permitir que te sientas como un error.

Jack se bajó de la escalera y se colocó a su lado; de repente, los dos estaban del mismo bando.

– Tú has sido un milagro, no un error.

Dean se frotó la pintura de la mano.

– No sé, Jack. Cuando los padres de uno se odian…

– Nosotros no nos odiamos -gritó Jack-. Ni siquiera llegamos a odiarnos en nuestros peores momentos.

– Eso era entonces, y esto es ahora. -Dean se quitó más pintura de la mano-. Tal y como yo lo veo… No importa. No sé ni para qué me molesto. Me conformaré con lo que tengo. Cuando vayáis a mis partidos, os conseguiré los asientos más separados que haya.

Blue ya habría puesto los ojos en blanco, pero April se llevó una mano al pecho, dejando una mancha de pintura.

– Oh, Dean, no tienes que mantenernos separados. No es eso.

Él fingió quedarse perplejo.

– ¿ Cómo que no? Será mejor que me lo expliques porque estoy algo confundido. ¿Tengo una familia o no?

April se quitó el pañuelo de la cabeza.

– Amo a tu padre, aunque es la mayor estupidez que he cometido en mi vida. Lo amaba entonces, y lo amo ahora. Pero eso no quiere decir que él pueda entrar y salir de mi vida cada vez que se le antoje. -Su madre sonaba más ultrajada que enamorada, y Dean no se sorprendió cuando Jack se ofendió.

– Si me amas, ¿por qué demonios me lo estás haciendo pasar tan mal?

Su viejo no estaba manejando las cosas como debería, así que Dean rodeó los hombros de su madre con un brazo y dijo:

– Porque ella ya no tiene rollos de una noche, y eso es todo lo que le ofreces. ¿No es así, April? -Acto seguido se dirigió a su padre-. La llevarás a cenar un par de veces y luego te olvidarás de que existe.

– Deja de decir chorradas -contestó Jack-. Y de todas maneras, ¿tú de qué parte estás?

Dean consideró la idea.

– De la de ella.

– Muchas gracias. -El pendiente de Jack se balanceó cuando giró bruscamente la cabeza hacia la casa-. Piérdete tú también. Tu madre y yo tenemos algunas cosas que aclarar.

– Sí, señor. -Dean cogió una botella de agua y desapareció. De todas maneras quería estar a solas.


Jack cogió a April por el brazo y la guió al interior del granero donde podrían disfrutar de un poco de privacidad. Estaba ardiendo y no solo por el calor del mediodía. Lo consumían las llamas de la culpabilidad, del miedo, de la lujuria, y de la esperanza. El polvoriento granero todavía conservaba un olor apenas perceptible a heno y abono. Empujó a April a uno de los establos.

– Ni se te ocurra volver a decir que todo lo que quiero de ti es sexo, ¿ me oyes? -Le dio una pequeña sacudida-. Te amo. ¿ Cómo podría no amarte? Estamos hechos el uno para el otro. Quiero compartir mi vida contigo. Y creo que deberías haber resuelto esto sin tratar de conseguir que nuestro hijo piense que soy un asco.

April no se amilanó.

– ¿Cuándo te diste cuenta exactamente de que me amabas?

– Desde el principio. -Jack vio el escepticismo en los ojos de April-. Tal vez no la primera noche. Quizá no fue tan inmediato.

– ¿Tal vez ayer?

El quiso mentir, pero no pudo.

– Mi corazón lo sabía, pero mi cabeza aún no se había dado cuenta. -Le rozó la mejilla con los nudillos-. Tú eres más valiente que yo. Cuando has dicho esas palabras, algo estalló dentro de mí y al fin pude ver la verdad.

– ¿Y qué verdad es ésa?

– Que mi corazón late de amor por ti, mi dulce April -dijo Jack con la voz ahogada por la emoción, pero ella no se conformó y lo miró directamente a los ojos.

– Quiero oír más.

– Te escribiré una canción.

– Eso ya lo has hecho. ¿Quién podría olvidarse de esa memorable letra sobre la belleza rubia que estaba destrozando su cuerpo?

El sonrió y tomó uno de los mechones rubios entre los dedos.

– Esta vez escribiré una canción más agradable. Te amo, April. Me has devuelto a mi hija, y a mi hijo. Hasta hace unos meses, he vivido en un mundo que había perdido su luz, pero cuando te vi, todo empezó a brillar de nuevo. Eres un regalo mágico e inesperado, y creo que no podría sobrevivir si desaparecieras.

Aunque Jack no esperaba que cediera tan pronto, una sonrisa curvó la suave boca de April cuando llevó las manos a la cinturilla de sus pantalones.

– Vale. Te creo. Quítate la ropa.

Jack soltó una carcajada y la arrastró a lo más profundo del establo. Encontraron una vieja manta y rápidamente se deshicieron de sus ropas sudorosas y salpicadas de pintura. Sus cuerpos habían perdido la tonicidad de la juventud, pero las suaves curvas de April complacieron a Jack y ella lo acarició como si él aún tuviera veintitrés años.

Jack no podía decepcionarla. La acostó sobre la manta donde se besaron una y otra vez. Él exploró sus curvas mientras los rayos de sol que se filtraban por los tablones del granero caían sobre sus cuerpos como delgados hilos dorados que los unirían para siempre.

Cuando ya no pudieron tolerar más aquel doloroso placer, Jack se colocó suavemente sobre ella. April abrió las piernas y lo dejó entrar. Estaba mojada y apretada. El duro suelo puso a prueba sus cuerpos -algo que pagarían al día siguiente-, pero, por ahora, no les importaba. Jack comenzó a moverse dentro de ella. Este era un amor espiritual. Un amor sincero y puro. Sin las prisas de la juventud podían mirarse fijamente a los ojos sin apartar la mirada. Podían transmitirse mensajes sin palabras y establecer compromisos mutuos. Se movieron juntos. Se mecieron juntos. Subieron hasta la cima y cuando todo acabó, se regocijaron del milagro que acababa de ocurrir.

– Me has hecho sentir como una virgen -dijo ella.

– Tú me has hecho sentir como un héroe -dijo él.

Envueltos por el polvo y los olores del sexo y el sudor, permanecieron abrazados. Y a pesar del duro suelo que ya hacía que se les resintieran las articulaciones, sus corazones cantaban de alegría. El largo pelo rubio de April cayó sobre el cuerpo de Jack cuando ella se apoyó sobre el codo para besarlo en el pecho. Él le acarició la espalda.

– ¿Qué vamos a hacer ahora, mi amor?

Ella sonrió a través de la cortina dorada de su pelo.

– Poco a poco, cariño. Iremos poco a poco.


Estar entre rejas no era tan terrible como Blue había imaginado.

– Me gustan los girasoles -dijo Cari Dawks, el policía de guardia, pasándose la mano por el pelo afro-. Y las libélulas parecen bastante reales.

Blue limpió el pincel y fue hasta el final del pasillo para comprobar las proporciones de las alas.

– Me gusta pintar insectos. Voy a añadir también una araña.

– No sé. A la gente no le gustan las arañas.

– Ésta les gustará. La telaraña parecerá hecha de lentejuelas.

– Tienes unas ideas estupendas, Blue. -Cari estudió el mural desde otro ángulo-. El jefe Wesley piensa que deberías pintar una bandera pirata en el pasillo como advertencia de que hay que obedecer la ley, pero le dije que no pintabas ese tipo de cosas.

– Hiciste bien. -Su estancia en la cárcel había sido bastante tranquila, salvo que no podía dejar de pensar en Dean. Ahora que había comenzado a pintar lo que quería de verdad, las ideas inundaban su mente con tanta rapidez que no daba abasto.

Carl salió de la oficina. Era jueves por la mañana. La habían arrestado el domingo, y había estado trabajando en el mural del pasillo de la cárcel desde la tarde del lunes. También había hecho lasaña para el personal en la cocina de la cárcel y había estado contestando el teléfono un par de horas cuando Lorraine, la secretaria, había pillado una infección de orina. Hasta ahora la habían visitado April, Syl, Penny Winters, Gary, el peluquero, Mónica, la administradora de Dean, y Jason, el camarero del Barn Grill. Todos le mostraron su simpatía, pero salvo April nadie quería que saliera de la cárcel hasta que Nita hubiera firmado los papeles accediendo a las mejoras del pueblo. Ésa era la primera condición que había impuesto Nita en la mesa de negociaciones. Blue estaba tan furiosa con ella que ni siquiera podía expresarlo con palabras.

La única persona que no la visitó fue Dean. La había advertido de que no iría tras ella, y no era hombre que amenazara en vano.

El jefe Wesley asomó la cabeza en el pasillo.

– Blue, acabo de hablar con Lamont Daily, pasará por aquí para tomar una taza de café.

– ¿Y quién es ése?

– El sheriff del condado.

– Ya lo capto -Dejó el pincel en el suelo, se limpió las manos, y volvió a la celda sin cerrar. En ese momento era la única ocupante de la cárcel, aunque Ronnie Archer había pasado un par de horas después de que Carl lo hubiera pillado conduciendo con un carnet caducado. A diferencia de Dean, Karen Ann había pagado la fianza a su amante. Pero claro, la fianza de Carl era sólo de doscientos dólares.

La celda de la cárcel había resultado un buen lugar para pensar en su vida y tomar decisiones. Syl le había enviado un sillón y una lámpara de pie. Mónica le había llevado un par de libros y algunas revistas. Los Bishops, el matrimonio que quería poner el Bed & Breadfast, le habían llevado ropa de cama decente y toallas. Pero Blue no podía dejar de pensar en Dean. Al día siguiente, se iría a entrenar. Había llegado el momento de escapar de la cárcel.


Una luna en cuarto menguante brillaba en el cielo sobre la casa de la granja. Blue aparcó en el granero, que había sido pintado recientemente, y se dirigió hacia la puerta lateral, para descubrir que estaba cerrada con llave, así que se encaminó hacia la puerta trasera. Una idea horrible cruzó por su cabeza. ¿Y si Dean ya se había ido? Pero cuando llegó al patio trasero, oyó el chirrido del balancín del porche, y pudo distinguir una silueta de anchos hombros allí sentada. La puerta mosquitera estaba abierta. Entró. El tintineo de unos cubitos de hielo atrajo su mirada hacia la figura. Dean la vio, pero no dijo ni una sola palabra.

Ella se retorció las manos.

– No he robado el collar de Nita.

El balancín volvió a chirriar.

– Nunca creí que lo hubieras hecho.

– Ni tú ni nadie, incluyendo a Nita.

Él apoyó el brazo en el respaldo del balancín.

– Ya he perdido la cuenta de cuántos de tus derechos constitucionales han pasado por alto. Deberías poner una denuncia.

– Nita sabe que no lo haré. -Ella se acercó a la pequeña mesa de hierro forjado que había al lado del balancín.

– Yo lo haría.

– Eso es porque no te sientes tan cerca de la comunidad como yo.

Dean estuvo a punto de perder los nervios.

– Y si eso es así, ¿por qué diablos quieres marcharte?

– Porque…

– Ah, cierto. -Dejó el vaso encima de la mesa con un golpe seco-. Huyes de todo lo que te importa.

Ella no encontró la energía necesaria para defenderse.

– La verdad es que soy una cobarde. -Odiaba sentirse tan vulnerable, pero ése era Dean, y ella le había hecho daño-. Muchas personas buenas se han preocupado por mí a lo largo de los años.

– Y todas pasaron de ti. Eso ya lo sé. -Por la expresión de su cara dedujo que eso a él le traía sin cuidado. Blue agarró rápidamente el vaso de Dean, tomó un largo trago, y se atragantó. Dean jamás bebía nada más fuerte que cerveza, pero eso era whisky.

Él se levantó y encendió la lámpara de pie nueva del porche, como si no quisiera estar solo con ella en la oscuridad. Tenía la barba descuidada y más crecida de lo que estaba de moda, el pelo aplastado de un lado y una mancha de pintura en el brazo, pero aún podría haber posado para un anuncio de Zona de Anotación.

– Me sorprende que te hayan dejado libre -dijo él-. Oí por ahí que eso no ocurriría hasta que Nita aprobara formalmente el proyecto del pueblo la semana que viene.

– No me han dejado libre exactamente. Más bien me he fugado.

Eso captó la atención de Dean.

– ¿Que quieres decir?

– No creo que nadie lo descubra, siempre que devuelva el coche del jefe Wesley antes de que regrese. Entre nosotros, creo que ha ido a algún tipo de redada.

Le arrebató el vaso.

– ¿Te has escapado de la cárcel y has robado el coche patrulla?

– No soy tan estúpida. Es el coche particular del jefe Wesley. Un Buick Lucerna. Y sólo lo he tomado prestado.

– Sin decírselo. -Dean tomó un trago.

– Te aseguro que no le importará. -La sensación de abandono salió a la superficie. Ella se sentó en el sillón de mimbre frente al balancín-. Y gracias por venir corriendo a pagar la fianza.

– Te han fijado una fianza de cincuenta mil dólares -dijo él secamente.

– Casi lo que te gastas en productos capilares.

– Sí, pero había un alto riesgo de que te fugaras. -Volvió a sentarse en el balancín.

– ¿Te ibas a marchar a Chicago sin ir a verme? ¿Ibas a dejar que me pudriera allí?

– No veo que lo hayas pasado tan mal. -Se reclinó en los cojines-. He oído que el jefe Wesley te consiguió pinturas al óleo ayer por la mañana.

– Me concedió una especie de tercer grado. -Entrelazó las manos sobre el regazo-. Te alegraste de que me arrestaran, ¿verdad?

Él tomó un pequeño sorbo como si considerara la idea.

– Y qué más da. Si Nita no hubiera hecho eso, tú ya habrías desaparecido a estas alturas.

– Me gustaría que al menos me hubieras visitado.

– Dejaste muy claros tus sentimientos la última vez que hablamos.

– ¿Y has dejado que esa pequeñez te detuviera? -le preguntó con la voz entrecortada.

– ¿Por qué estás aquí, Blue? -Dean sonaba cansado- ¿Acaso quieres hundir un poco más el cuchillo?

– ¿Es eso lo que piensas que hice?

– Supongo que hiciste lo que debías. Ahora es mi turno.

Ella levantó las piernas hasta apoyarlas en el balancín.

– Admito que tengo un pequeño problema de falta de confianza.

– Tienes problemas de falta de confianza, problemas de autoestima, problemas de feminidad y no olvidemos tu pequeño problema con la moda, no, espera, eso ya entra en la categoría de feminidad.

– ¡Estaba a punto de regresar al pueblo cuando el jefe Wesley me detuvo! -exclamó ella.

– Claro.

– Es verdad. -No se le había ocurrido que él no pudiera creerla-. Tú tenías razón. Lo que me dijiste en el callejón. -Inspiró profundamente-. Te amo.

– Lo que tú digas. -Los cubitos de hielo tintinearon cuando él se terminó el whisky de golpe.

– Te amo. De verdad.

– ¿Entonces por qué parece como si estuvieras a punto de vomitar?

– Es que me estoy haciendo a la idea. -Amaba a Dean Robillard, y sabía que tenía que lanzarse al vacío-. He tenido… he tenido un montón de tiempo para pensar últimamente, y… y…-Se le quedó la boca seca y tuvo que forzar las palabras-. Iré a Chicago contigo. Viviremos juntos un tiempo. Veremos cómo van las cosas.

Sobre ellos se extendió un silencio pesado. Ella comenzó a ponerse nerviosa.

– Esa proposición ya no está en pie -dijo él en voz baja.

– ¡Si sólo han pasado cuatro días!

– No eres la única que ha tenido tiempo para pensar.

– ¡Sabía que ocurriría esto! Lo que siempre te dije que pasaría. -Se puso de pie-. No he sido más que una novedad para ti.

– Y tú has probado mi teoría. La razón de por qué no debo confiar en ti.

Ella quiso arrojarlo del balancín.

– ¿ Cómo puedes decir eso? ¡Si soy la persona más leal del mundo! Sólo tienes que preguntarles a mis amigos.

– ¿A esos amigos con los que sólo hablas por teléfono porque jamás permaneces en la misma ciudad que ellos más que unos meses?

– ¿No acabo de decir que iría a Chicago contigo?

– No eres la única que necesita sentirse segura. He tardado mucho tiempo para enamorarme. Por qué de ti, no lo sé. Una de esas ironías del destino, supongo. Pero te diré una cosa. No estoy dispuesto a despertarme cada mañana preguntándome si todavía estás conmigo.

Ella se sintió mareada.

– ¿ Entonces, qué?

Dean la miró con una expresión terca.

– Tú dirás.

– Ya te lo he dicho. Empezaremos yendo a Chicago.

– ¿Es eso lo que quieres? -Prácticamente se lo escupió a la cara-. Tú sólo eres feliz viajando. Son las raíces las que te molestan.

Ahí había dado en el clavo.

Dean se levantó.

– Supongamos que vamos a Chicago. Te presento a mis amigos. Nos lo pasamos en grande. Nos reímos. Discutimos. Hacemos el amor. Pasa un mes. Luego otro. Y luego… -Se encogió de hombros.

– Y luego tú te despiertas una mañana y yo me he ido.

– Paso bastante tiempo fuera durante la temporada. Imagina cómo te sentará eso. Y lo de las mujeres. Se lanzan sobre cualquiera que lleve uniforme. ¿Qué harás cuando encuentres lápiz de labios en el cuello de mi camisa?

– Mientras no lo encuentre en tus calzoncillos de Zona de Anotación, creo que podré soportarlo.

El no le rió la gracia.

– No lo comprendes, Blue. Las mujeres me persiguen todo el tiempo, y no está en mi carácter mandarlas a paseo sin dedicarles al menos una sonrisa, o decirles que me gusta su pelo, o sus ojos, o cualquier otra jodida cosa bonita que tengan, porque eso las hace sentirse bien, y hace que yo también me sienta bien, yo soy así.

Un auténtico encanto. Amaba a ese hombre

– Jamás te haría daño intencionadamente. -Bajó la mirada hacia ella-. Porque eso tampoco forma parte de mi manera de ser. Pero, ¿cómo vas a creerlo, cuando siempre estarás buscando la prueba de que no te amo… algo que te convenza de que soy como todos los demás que te han dejado tirada? No puedo vigilar cada cosa que hago, no puedo medir cada palabra que digo por temor a que te vayas a las primeras de cambio. No eres la única que tiene miedo.

La irrefutabilidad de su lógica la asustó.

– Se supone que tengo que hacerme un hueco en el equipo Robillard, ¿es eso?

Ella esperaba que lo negara, pero no lo hizo.

– Bueno, supongo que sí.

Blue se había pasado la infancia intentando hacerse digna del amor de otras personas. El resentimiento casi la ahogó. Ahora Dean le pedía que hiciera justo eso, pero algo en la expresión de él la detuvo. La profunda vulnerabilidad del hombre que lo tenía todo. En ese momento comprendió lo que tenía que hacer. Quizá le costaría caro, o quizá no. Tal vez estaba a punto de alcanzar un nuevo nivel de angustia.

– Me quedaré aquí.

Dean inclinó la cabeza, como si no la hubiera oído con claridad.

– El equipo Bailey se queda aquí-dijo ella-. En la granja. Sola. -Su mente trabajaba a marchas forzadas-. No quiero que vengas a visitarme. No nos veremos hasta… -se detuvo buscando una fecha significativa- hasta el Día de Acción de Gracias. Y si todavía estoy aquí. Si tú todavía me quieres… -Tragó saliva-. Observaré cómo los árboles cambian de color, pintaré; por supuesto, torturaré a Nita por todo lo que me ha hecho. Podría ayudar a Syl a montar la nueva tienda de regalos, o… -Su voz se quebró-. Para serte sincera, puede que me entre el pánico y me largue.

– ¿Vivirás en la granja?

«¿Lo haría?» Asintió bruscamente con la cabeza. Tenía que hacer eso por ellos, pero principalmente tenía que hacerlo por sí misma. Estaba cansada de no echar raíces, asustada de la persona en la que podría llegar a convertirse si seguía viviendo como lo había hecho hasta ahora, con toda su vida en una maleta.

– Lo intentaré.

– Lo intentarás. -La voz de Dean sonó cortante.

– ¿Qué quieres de mi? -gimió ella.

El hombre de acero echó hacia delante la mandíbula.

– Quiero que seas tan fuerte como das a entender que eres.

– ¿ Crees que esto no está siendo suficientemente difícil para mí?

Él apretó la boca. Un ominoso presentimiento la invadió.

– No, no es lo suficientemente difícil -dijo él-. Será el todo por el todo. -Se cernió sobre ella-. El equipo Robillard no visitará la granja, pero tampoco te llamará, ni siquiera te enviará un mísero correo electrónico. El equipo Bailey tendrá que vivir a base de fe. -Apretó las tuercas aún más, desafiándola a sucumbir-. No sabrás dónde estoy o con quién estoy. No sabrás si te echo de menos, o si ya paso de ti, o si estoy pensando en cómo dejarlo. -Por un momento, Dean guardó silencio. Cuando volvió a hablar, su agresividad se había desvanecido, y sus palabras le acariciaron la piel-. Llegarás a creer que me estoy alejando de ti como todos los demás.

Blue percibió la ternura en su voz, pero no le sirvió de consuelo.

– Tengo que regresar a la cárcel. -Se dio la vuelta para irse.

– Blue… -le tocó el hombro.

Ella corrió hacia la puerta, salió a la noche. Luego corrió a toda velocidad, tropezando en el césped hasta llegar al coche del jefe de policía. Dean lo quería todo de ella, y no le daba nada a cambio. Nada, salvo su corazón, que era tan frágil como el de ella.

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