Blue localizó finalmente a Dean entre la maleza detrás del granero. Tenía las manos en las caderas y miraba el esqueleto oxidado de una camioneta roja. A través del hueco donde una vez había estado la puerta del acompañante, ella podía ver cómo sobresalía el relleno de la tapicería. Un par de libélulas revoloteaban sobre la madera podrida, las llantas desgastadas y otros restos no identificables de maquinaria agrícola que había en la parte trasera de la camioneta. Siguió el camino que él había abierto entre la maleza. Cuando se acercó más, vio los restos de un nido en el volante.
– Sí estás pensando en deshacerte del Vanquish ahora que has visto esto, olvídalo -dijo ella-. Me niego rotundamente.
Dean dejó caer las manos a los costados. Tenía una mirada desolada.
– ¿No te parece que esto se pone cada vez mejor?
– No hay nada como un pequeño drama familiar para descargar adrenalina. -Resistió el deseo de volver a rodearle la cintura con el brazo-. Jack le dijo a Riley que se quedarían una semana -dijo con suavidad-. Pero se la lleva a Nashville el fin de semana. Ya veremos si vuelven.
Dean torció el gesto.
– ¿Cómo coño ha pasado esto? Llevo años manteniéndome alejado de él, y ahora, en unos segundos, lo mando todo a la mierda.
– Yo creo que estuviste genial -dijo ella-. Y te lo dice alguien a quien le gusta encontrarte defectos.
Blue apenas pudo reprimir la sonrisa. Él pateó el guardabarros oxidado.
– ¿Crees que le he hecho un favor a Riley?
– Sí. La has defendido.
– Sólo le he causado más problemas. A Jack sólo le importa su carrera, y lo único que he conseguido con esto es que Riley se lleve otra desilusión.
– Ella ha pasado más tiempo con él que tú, así que es probable que se conozca el percal. Dudo que tenga unas expectativas demasiado altas.
Él cogió un trozo de madera podrida y lo tiró a la caja de la camioneta.
– Ese hijo de perra hará bien en mantenerse fuera de mi vista. No quiero tener ningún trato con él.
– Estoy segura de que lo último que quiere Jack es llamar la atención. -Vaciló, intentando buscar la manera de sacar el tema, pero Dean se le adelantó.
– No hace falta que lo digas. ¿Crees que no me he dado cuenta de que soy la verdadera razón de que April quiera quedarse aquí? Perdió las esperanzas con Jack hace demasiado tiempo. Debería haberme largado en cuanto la vi salir por la puerta.
Blue no quiso volver a recordarle el papel que ella había jugado en todo eso. Rascó un poco de herrumbre.
– ¿Por qué no miramos el lado positivo?
– Oh, por supuesto. ¿Por qué no?
– Es la primera vez que has visto a tu padre y a tu madre juntos. Me parece fantástico.
– No estarás pensando en intentar que se reconcilien, ¿verdad?
– No. Pero tal vez sea hora de enterrar algunos viejos fantasmas. La verdad simple y llana es que son tu familia, para bien o para mal.
– Estás equivocada. -Se puso a recoger algunos trozos de chatarra y los colocó en una pila-. El equipo es mi familia. Ha sido así desde que comencé a jugar al fútbol. Si necesito ayuda, sé que con sólo descolgar el teléfono media docena de tíos cogerán un avión sin hacer preguntas. ¿Cuánta gente puede decir eso de su familia?
– No vas a pasarte la vida jugando al fútbol. ¿Qué pasará luego?
– No importará. Seguirán ahí. -Le dio una patada al eje de la camioneta-. Además, para eso aún queda mucho tiempo.
«No tanto», pensó ella. Dean estaba a un paso de considerarse viejo en el mundo del fútbol.
Blue oyó ladrar aun perro, un ladrido agudo v continuo. Miró por encima del hombro a tiempo de ver la carrera apresurada de una bola blanca entre la maleza. El animal se detuvo al verlos. Echó hacia atrás unas orejas diminutas y su agudo ladrido se hizo más feroz. Tenía el pelaje enredado alrededor de la cara y trozos de hierbas pegados a las patas. Blue lo miró con ojo crítico, parecía un cruce de maltes, el tipo de perro al que deberían llamar Bomboncito y poner un lacito en el moño. Pero ese pequeño animal tenía pinta de no haber sido mimado en mucho tiempo.
Dean se acuclilló.
– ¿De dónde has salido, colega?
El perro dejó de ladrar y lo miró con suspicacia. Dean le tendió la mano con la palma hacia arriba.
– Es increíble que no te haya zampado un coyote.
El perro ladeó la cabeza, luego lo olisqueó con cautela en respuesta a sus palabras.
– No es exactamente un perro de campo -dijo Blue.
– Apuesto lo que quieras a que lo han abandonado. Lo habrán dejado tirado en la carretera. -Hurgó entre el mugriento pelaje del cuello-. No lleva collar. ¿Qué te ha pasado, Asesino? -le pasó la mano por el lomo-. Se le notan las costillas. ¿Cuánto hace que no comes? Me gustaría que me dejaran cinco minutos a solas con el desgraciado que te ha dejado tirado.
El animal se tendió sobre el lomo y abrió las patas. Era una perra.
Blue bajó la vista a la pequeña zorrita.
– Chica, al menos deja que Dean se esfuerce un poco.
– Ignora a Bo Beep. La falta de sexo la convierte en una amargada. -Dean acarició la barriga flaca y sucia del animal-. Ven, Asesina. Vamos a ver qué encontramos para darte de comer. -Con una última palmadita, se puso en pie.
Blue los siguió.
– En cuanto le das de comer a un perro, pasa a ser tuyo.
– ¿Y qué? En las granjas se necesitan perros.
– Perros pastores o collies. No esta perra pija.
– En la granja de Dean creemos que todos se merecen una oportunidad.
– Te advierto -le gritó a la espalda- que ése es un perro de gay, así que si quieres seguir en el armario…
– Voy a tener que denunciarte a la policía de lo políticamente correcto.
Al menos esa pequeña perra sarnosa había conseguido que Dean olvidara el drama que se desarrollaba en la casa, y Blue intentó seguir distrayéndolo discutiendo con él hasta que alcanzaron el patio delantero.
Los camiones que deberían estar en el camino de entrada no estaban a la vista. Ni los martilleos ni el rugir de las taladradoras interrumpían el sonido de los pájaros.
Él frunció el ceño.
– Me pregunto qué habrá pasado.
April salió de la casa con el móvil en la mano. La perra la recibió con unos fieros aullidos agudos.
– ¡Silencio! -dijo Dean. El animal reconoció el tono autoritario y se calló. Dean examinó el patio.
– ¿Dónde se ha metido todo el mundo?
April bajó los escalones del porche.
– Al parecer han caído todos misteriosamente enfermos.
– ¿Todos?
– Eso parece.
Blue no tardó en juntar todas las piezas y no le gustó en absoluto la conclusión a la que llegó.
– No será por eso… no, no puede ser.
– Nos están boicoteando. -April levantó una mano-. ¿Qué hiciste para cabrear tanto a esa mujer?
– Blue hizo lo que debía -la defendió Dean.
Riley salió corriendo al porche.
– ¡He oído un perro! -La perra mestiza agitó la cola al verla. Riley bajó corriendo las escaleras, pero se detuvo cuando estaba cerca. Arrodillándose, extendió la mano igual que había hecho Dean un rato antes.
– Hola, perrita.
La bola de pelo sucio la miró con suspicacia, pero consintió en ser acariciada. Riley miró a Dean con el ceño fruncido.
– ¿Es tuya?
Él consideró la idea un momento.
– ¿Por qué no? Cuando yo no esté aquí, habrá un casero.
– ¿Cómo se llama?
– Se ha perdido. No tiene nombre.
– Podría… llamarla… -estudió a la perra. ¿Qué tal Puffy?
– Esto… yo había pensado en algo tipo Asesina.
Riley volvió a estudiar a la perra.
– Tiene más pinta de Puffy.
Blue no pudo seguir manteniéndose dura con la perrita perdida por más tiempo.
– Vamos a ver si encontramos algo de comer para Puffy.
– Dame el teléfono del contratista -le dijo Dean a April-. Quiero hablar con él.
– Ya lo he intentado yo. Pero no coge el teléfono.
– Entonces será mejor que le haga una visita personal.
April quería que Puffy pasara por el veterinario, y de alguna manera convenció a Jack de que se llevara a la perra cuando Riley y él fueran a Nashville. Blue sabía que al final se quedaría con la perra. A pesar de lo que Jack había prometido, Blue no creía que fuera a regresar con Riley. Le dio un fuerte abrazo a la niña cuando se fue.
– No dejes que nadie te mangonee, ¿me oyes?
– Lo intentaré -respondió Riley con un deje interrogativo.
Blue quería hacer autostop para ir al pueblo a buscar trabajo, pero April necesitaba ayuda, así que se pasó el día intentando pagarse el sustento limpiando alacenas, colocando platos y ordenando armarios. Dean le envió un e-mail a April diciéndole que el contratista había desaparecido. Una «emergencia familiar» según un vecino.
Al caer la tarde, April la obligó a que tomara un descanso, y Blue se fue a explorar. Vagó por el bosque, siguiendo el riachuelo hasta el estanque y estuvo fuera más tiempo del que había pensado. Cuando regresó se encontró una nota de Dean esperándola en la encimera de la cocina.
Cariño:
Estaré de regreso el domingo por la noche. Mantenme la cama caliente.
Tu cariñoso novio
PD: ¿Por qué dejaste que Jack se llevara a mi perra?
Tiró la nota a la basura. De nuevo, una persona a la que había tomado cariño, se había largado sin avisar. Bueno ¿y qué? No le importaba lo más mínimo.
Era viernes. ¿Dónde habría ido? Un terrible presentimiento se apoderó de ella. Rápidamente subió las escaleras y corrió hasta su dormitorio. Cogió el bolso, y sacó la cartera. Por supuesto, los cien dólares que le había dado la noche anterior habían desaparecido.
Su cariñoso novio quería asegurarse de que ella siguiera allí cuando él estuviera de vuelta.
Annabelle Granger Champion miró a Dean desde el otro extremo de la sala de la espaciosa y moderna casa que compartía con su marido y sus dos hijos en el Lincoln Park de Chicago. Dean estaba aún tumbado en el suelo tras una pelea a vida o muerte con su hijo Trevor de tres años que ahora echaba la siesta.
– Me estás ocultando algo -le dijo Annabelle desde el amplio sofá.
– Te oculto bastantes cosas -replicó él-, y pienso seguir haciéndolo.
– Soy casamentera profesional. Ya he oído eso antes.
– Vale. Entonces no necesitas oír nada más. -Se levantó y caminó hacia las ventanas que daban a la calle. Tenía un vuelo nocturno a Nashville, y no pensaba perderlo. No lo iban a echar de su propia casa, y siempre que tuviera a Blue como amortiguador, podría soportarlo.
Pero Blue era más que un amortiguador. Era…
No sabía lo que era. No era exactamente una amiga, aunque lo comprendía mejor que las personas que lo conocían desde hacía años, y le divertía tanto como cualquiera de ellas, quizá más. Además, no quería follar con sus amigos, y, definitivamente, quería follar con ella.
Bueno. Era un autentico semental. Recordar su mortificante papel del jueves por la noche le ponía los pelos de punta. Había estado jugueteando con ella, calentándola, pero entonces había oído esos gemidos guturales, la había sentido correrse, y había perdido el control. Literalmente. Blue había estado provocándolo desde el momento que se conocieron. Así que Speed Racer, ¿eh? La próxima vez, iba a hacer que se comiera esas palabras.
Annabelle estaba mirándolo fijamente.
– Te pasa algo -dijo ella-, y creo que tiene que ver con una mujer. Lo he sentido durante toda la tarde. Es algo más que otra de tus relaciones sin sentido. Has estado demasiado distraído.
Él arqueó una ceja.
– ¿Te has convertido en vidente o algo así?
– Las casamenteras tienen que tener algo de vidente. -Ella miró a su marido-. Heath, vete. No me contará nada si estás aquí. -Annabelle había conocido al agente de Dean no mucho después de heredar el negocio de casamentera de su abuela cuando Heath la había contratado para buscarle una esposa bella y sofisticada. Annabelle no era ninguna de esas cosas. Pero sus grandes ojos, su personalidad arrolladora y aquel pelo rojizo y rizado lo habían cautivado, y tenían uno de los mejores matrimonios que Dean había visto nunca.
Heath, al que apodaban La Pitón, por su costumbre de acabar con todos sus enemigos con aquella sonrisa viperina en la boca, era un tío guapo, casi de la altura de Dean. Se había licenciado en una de las mejores universidades del país y tenía la mentalidad de un perro callejero.
– Boo me lo cuenta todo, Annabelle. Ya sabes que es uno de mis mejores amigos.
Dean soltó un bufido.
– Tu verdadera amistad, Heathcliff, radica en cuánto dinero genero para Champion Sports Management.
– Te tiene calado, Heath -dijo Annabelle jovialmente. Y luego, dirigiéndose a Dean añadió-: Entre nosotros, lo vuelves loco. Eres demasiado imprevisible.
Heath acomodó a su hija recién nacida, que acababa de dormirse, en el hueco del cuello.
– Venga, venga, Annabelle, nada de conversaciones íntimas con mis clientes inseguros.
Dean adoraba a esos chicos. Bueno, adoraba a Annabelle, pero sabía que su carrera profesional no podía estar en mejores manos que las de Heath.
Annabelle era como un sabueso cuando sentía que estaba tras la pista de algo interesante.
– Estás totalmente distraído, Dean. He perdido dos kilos y ni siquiera te has dado cuenta. ¿Qué te pasa? ¿Quién es ella?
– No me pasa nada. Si quieres fastidiar a alguien, métete con Bozo. ¿Sabes que piensa pedir el quince por ciento de las ventas por ese anuncio de colonia?
– Ya le he dicho a Heath que iba a poder regalarme un coche nuevo -dijo ella-. Ahora deja de marear la perdiz. Has conocido a alguien.
– Annabelle, me fui de Chicago hace menos de dos semanas, y hasta que llegué a la granja, pasé la mayor parte del tiempo en el coche. ¿Cómo hubiera podido conocer a alguien?
– No sé cómo, pero sé que lo has hecho. -Annabelle bajó los pies descalzos al suelo-. Oh, yo debería estar allí para supervisarlo todo. Te dejas llevar demasiado por las apariencias. No digo que seas superficial, porque no lo eres, pero te van las chicas superficiales, y luego te llevas un buen chasco cuando ninguna está a la altura de tus expectativas. Al menos me queda el consuelo de que he conseguido varios enlaces con las mujeres que has desechado.
Dean veía hacia donde se dirigía exactamente esa conversación, e intentó desviarla.
– Entonces, Heath, ¿Gary Candliss aún no ha firmado con Phoebe? Cuando hablé con Kevin parecía que habían cerrado el trato.
Annabelle continuó presionando.
– Y luego, cuando doy con alguien que es perfecta para ti, ni siquiera le das una oportunidad. Es lo que pasó con Julie Sherwin.
– Allá vamos -murmuró Heath.
Annabelle lo ignoró.
– Julie era guapa, lista, tenía éxito, era una de las mujeres más dulces que he conocido, pero… ¡te deshiciste de ella tras sólo dos citas!
– Pasé de ella porque se tomaba todo lo que decía literalmente. Has de admitir, Annabelle, que es demasiado desconcertante. La ponía tan nerviosa que no era capaz de comer, y no es que comiera mucho precisamente. Dejarla fue una obra de caridad.
– Eso es lo que les haces a las mujeres. Sé que intentas que no sea así, pero es eso lo que ocurre. Es por tu aspecto. Salvo Heath, eres mi cliente más tozudo.
– No soy tu cliente, Annabelle -replicó-. No te pago.
– Celo profesional -canturreó ella, pareciendo tan complacida consigo misma que los dos, Dean y Heath, se rieron.
Dean agarró las llaves del coche de alquiler de la mesita de café.
– Mira, Annabelle. He regresado a la ciudad este fin de semana para empaquetar algunas cosas que quería mandar a la granja y para que tu marido me pusiera al día de todos mis asuntos. No ha pasado nada extraordinario en mi vida.
Eso sí que era una mentira. Una de las grandes.
Mientras conducía hacia el aeropuerto, pensó en Blue y en su pequeña jugarreta. ¿Y todo para qué? Vaciarle la cartera no garantizaba que se fuera a quedar allí. Si estaba decidida a dejar la granja, lo haría, incluso aunque tuviese que dormir en un banco del parque. Si se había quedado en la granja hasta ahora, era por todo lo que había pasado. Esperaba que April la hubiera convencido de acudir a esa subasta de Knoxville durante el fin de semana, porque no quería pensar en regresar a la granja y descubrir que Blue se había ido.
La mañana del lunes, Blue observó desde el escalón superior del porche, con la segunda taza de café entre las manos e intentando parecer relajada, cómo Dean se acercaba por el camino. Había visto las llaves del coche en la encimera de la cocina al levantarse por la mañana, pero él no había ido a la caravana, y era la primera vez que lo veía desde que se había largado el viernes.
Montaba una bicicleta gris plomo de alta tecnología que podría haber llevado a Lance Armstrong a la gloria de los Campos Elíseos. Se veía magnífico, casi futurista, como si se hubiera escapado de una película de ciencia ficción de gran presupuesto. La luz del sol se reflejaba en un aerodinámico casco plateado, y los poderosos músculos de sus piernas se ondulaban bajo unos ajustadísimos pantalones cortos de ciclismo de color azul eléctrico. Le temblaron las piernas sólo con verlo y una punzada de anhelo le atravesó el corazón.
Él se acercó al final del camino adoquinado. Eran apenas las ocho, pero a juzgar por el sudor que brillaba en su cuello, y cómo se adhería la camiseta de malla verde a ese pecho asombroso, había entrenado duramente. Blue se obligó a sí misma a mantener la calma. Señaló la bicicleta con la cabeza.
– Muy chula. ¿ Cuánto hace que le has quitado los ruedines?
– Habla alguien que le gusta vivir en una casa de muñecas. -Pasó la pierna sobre el cuadro y caminó con la bicicleta hacia ella-. Decidí que era hora de dejar de holgazanear y comenzar a entrenar en serio.
Ella no pudo evitar quedarse con la boca abierta.
– ¿Acaso no estabas en forma?
– Digamos que me he estado haciendo el remolón desde que la temporada terminó -Se quitó el casco y lo colgó del manillar-.
– Voy a convertir el dormitorio del fondo en una sala de pesas. No quiero presentarme en el campo de entrenamiento gordo y fofo.
– No creo que tengas que preocuparte por eso.
Él sonrió y se pasó los dedos por el pelo sudoroso y aplastado, que al instante volvió a recuperar ese aire desaliñado y sexy.
– April me envió un correo con fotos de las pinturas y antigüedades que encontrasteis en Knoxville este fin de semana. Gracias por acompañarla. Va a quedar todo fantástico con el nuevo mobiliario.
Blue había considerado seriamente dejar a un lado el orgullo y pedirle a April un pequeño préstamo. Con todos los barrios elegantes que había en Knoxville, no habría tenido problemas para encontrar clientes, y podría haberle devuelto el dinero a April casi de inmediato. Pero no se lo había pedido. Igual que un niño jugando con fuego, había regresado. Tenía que saber qué pasaría a continuación en la granja.
– ¿Qué tal el fin de semana? -Logró dejar la taza sobre el escalón sin derramar el café.
– Repleto de alcohol y sexo desenfrenado. ¿Y el tuyo?
– Más o menos igual.
Él sonrió de nuevo.
– Fui a Chicago. Tenía que firmar un contrato. Y por si te interesa saberlo, Annabelle es la única mujer con la que pasé algún tiempo mientras estuve allí.
Sí, estaba muy interesada. Torció la boca molesta.
– Como si me importara.
Dean cogió la botella de agua de la bicicleta y señaló el granero con la cabeza.
– Compré dos bicicletas. La segunda es más pequeña. Úsala siempre que quieras.
Ella se puso de pie para poder clavarle su mejor mirada de chica dura.
– Te daría las gracias, pero mi gratitud se esfumó cuando descubrí que el dinero que había ganado con mis artes de prostituta no estaba en la cartera. ¿Tienes tú algo que ver por casualidad?
– Bueno, lo siento. -Apoyó el pie en el escalón de abajo y tomó un trago de agua-. Necesitaba cambio.
– Los billetes de cincuenta dólares no son cambio.
– En mi mundo sí.-Volvió a colocar el tapón a la botella.
– ¡Eres odioso! Debería haberme quedado en Knoxville.
– ¿Por qué no lo hiciste?
Esperando aparentar una calma que no sentía bajó las escaleras del porche.
– Porque rezaba para que Jack regresara. Es una oportunidad única en la vida. Estoy casi segura de que lograré sobreponerme a los nervios para pedirle un autógrafo.
– Me temo que estarás demasiado ocupada para eso. -Le dirigió una mirada larga y perezosa-. Mantenerme satisfecho en la cama será un trabajo a jornada completa.
La imagen que pasó por la mente de Blue fue tan ardiente que para cuando pudo recuperar el habla, él y su bicicleta ya estaban a medio camino del granero.
– Oye, Dean.
Él la miró por encima del hombro. Ella se hizo sombra en los ojos.
– Si quieres intentarlo otra vez, avísame con tiempo, creo que podré revisar mi agenda y reservarte tres minutos.
Él no se rió. Pero tampoco contaba con ello. Si bien tampoco había esperado que se quedara mirándola de esa manera, como si el himno nacional hubiera terminado y se preparara para empezar un nuevo partido.
Un poco más tarde, mientras limpiaba la cocina, Blue oyó que Dean se marchaba. April apareció en la puerta con un vestido viejo y llevando un montón de lonas en los brazos.
– Por lo que se ve, Dean no logró contactar el viernes con el contratista -dijo-, porque esta mañana tampoco ha aparecido nadie, y no voy a quedarme de brazos cruzados esperando que pinten la cocina. Tengo la pintura, ¿me ayudas?
– Claro.
Apenas se habían puesto a ello cuando April desapareció para atender otra de sus misteriosas llamadas telefónicas. Cuando regresó, puso a Gwen Stefani, y, antes de que Gwen cantara «Holloback Girl», se hizo evidente que la habilidad de April como bailarina excedía con mucho a su experiencia con la brocha, por lo que Blue se encargó de dirigir el trabajo.
Al finalizar el trabajo preliminar, oyeron un coche, y unos minutos después, entró Jack Patriot con unos vaqueros gastados y una camiseta negra y ceñida con el slogan de su última gira: ABRASADOR. Blue, que no esperaba que regresara, dio un traspié. Él la agarró cuando estaba a punto de caer sobre la lata de pintura. April, que se movía de una manera no apta para menores mientras sonaba «Baby got back», dejó de bailar de inmediato. Jack dejó a Blue sobre los pies.
– ¿No se te ocurre nada para superar esto? -dijo él.
– Sí… no… oh, Dios mío… -Se sonrojó hasta la raíz del cabello-. Lo siento. Seguro que hay un montón de gente que te dice que es tu fan número uno, pero es que yo lo soy de verdad. -Se apretó la mejilla caliente con una mano-. Yo… bueno… yo tuve una infancia un tanto itinerante, pero tus canciones siempre estaban ahí, allá donde fuera o con quien viviera. -Ahora que había comenzado, no podía parar, incluso aunque él se había apartado para dirigirse a la cafetera-. Tengo todos los discos. Todos. Incluso Outta My Way, sé que los críticos lo dejaron por los suelos, pero están equivocados porque es maravilloso, y… «Screams» es una de mis canciones favoritas, es como si llegara directamente a mi alma, y, mierda, sé que estoy farfullando como si fuera una tonta, pero en la vida real Jack Patriot no aparece de repente en la vida de una. Quiero decir, ¿alguien está preparado para algo así?
Jack revolvió la cucharadita de azúcar.
– Si quieres puedo firmarte un autógrafo en el brazo.
– ¿De veras?
Él se rió.
– No, mejor no. No creo que Dean se lo tomara demasiado bien.
– Ah. -Ella se humedeció los labios-. Supongo que no.
Jack volvió la cabeza hacia April.
– Échanos una mano.
April se apartó el pelo de la cara.
– Acuéstate con él, Blue. No hay nada mejor para volver a la realidad. Es una enorme decepción.
Una amplia y lenta sonrisa curvó la boca de Jack.
– Me quedo con lo de enorme y…
April bajó la vista a su entrepierna.
– Hay cosas que un hombre no pueda comprar, no importa lo rico que sea.
Él apoyó el hombro contra el marco de la puerta y dejó que sus ojos vagaran por el cuerpo de April.
– Siempre me han inspirado las mujeres de lengua viperina. Tráeme una hoja de papel, April. Siento que me llega la inspiración para una nueva canción.
La tensión sexual entre ellos crepitaba en el aire. Puede que superaran la cincuentena, pero era pura lujuria adolescente lo que se horneaba en esa cocina. Blue medio esperaba que las paredes comenzaran a chorrear, y decidió escabullirse de la habitación, pero tropezó con una lona caída.
El movimiento rompió el hechizo, y April se dio la vuelta. Jack examinó el techo donde Blue había comenzado a pintar.
– Espera que descargue mis cosas, y te echaré una mano.
– ¿Sabes pintar? -preguntó Blue.
– Mi padre era carpintero. Le ayudé bastantes veces cuando era niño.
– Iré a ver a Riley. -April pasó junto a Jack y se dirigió a la puerta lateral.
Blue tragó con fuerza. Estaba a punto de pintar una cocina con Jack Patriot. Su vida era cada vez más rara.