5

April abrió la boca en estado de shock. Dean se quedó petrificado.

– ¿De qué estás hablando?

Blue lo había dicho en sentido figurado -ciertamente, April se estaba muriendo por dentro-, pero Dean se lo había tomado al pie de la letra. No debería haber abierto la boca. Pero, honestamente, ¿acaso podían empeorar más las cosas?

Blue bajó lentamente la escalera.

– Tu madre… esto… el médico… -intentó arreglarlo-. Tiene un soplo en el corazón. Tu madre se está muriendo, pero no quería decírtelo.

April agrandó sus ojos azules.

Blue llegó abajo y se agarró a la barandilla del pasamanos. Bueno, quizá se le había ido un poco la mano, pero en lo que concernía a las relaciones maternas, se sentía demasiado implicada para comportarse de manera responsable.

El rostro de Dean había adquirido un tono ceniciento. Miró a su madre.

– ¿ Es cierto?

April movió los labios, pero no emitió ningún sonido. Blue apretó la barandilla con más fuerza. Finalmente, April salió de su estupor y tragó saliva.

– Puede… que no sea tan grave.

– Pero los médicos no se arriesgan a dar un diagnóstico favorable-dijo Blue con rapidez.

Dean le dirigió a Blue una dura mirada. -Y tú cómo lo sabes?

Buena pregunta.

– Tu madre no tenía intención de contármelo, pero tuvo un pequeño desvanecimiento allá arriba.

April se sintió ofendida.

– No tuve un desvanecimiento. Ni pequeño ni grande. Sólo me sentí algo indispuesta.

Blue la miró con tristeza.

– Qué valiente eres.

April fulminó a Blue con la mirada.

– No quiero hablar de ello, y apreciaría que tú tampoco lo hicieras.

– Siento haber traicionado tu confianza, pero me parecía una crueldad no contárselo.

– No es problema suyo -replicó April.

Si Blue había abrigado alguna esperanza de que Dean tomara de inmediato a su madre entre los brazos para decirle que ya era hora de arreglar sus viejas diferencias, salió rápidamente de su error cuando él se encaminó con paso airado hacia la puerta principal. Al desvanecerse sus pasos, Blue optó por mostrar una expresión satisfecha.

– Creo que las cosas han ido bien, ¿no te parece? Bien mirado es lo mejor que podíamos hacer.

April parecía a punto de lanzársele al cuello.

– ¡Estás como una cabra!

Blue dio un paso atrás.

– Pero aún sigues aquí.

April alzó las manos, los brazaletes tintinearon y los anillos brillaron.

– Lo has empeorado todo.

– Con franqueza, me parece que las cosas no podían ponerse peor de lo que estaban. Pero no soy yo la que tiene reservada una habitación en un hotel de Nashville para mañana por la noche, o ¿es que me he perdido algo?

El motor del Vanquish rugió al cobrar vida, y las ruedas rechinaron en la grava. April perdió algo de fuelle.

– Se va a celebrarlo. Seguro que invita a todo el mundo en un bar.

– Y yo aquí pensando que la relación que tengo con mi madre es retorcida.

April entornó los ojos.

– ¿Y quién eres tú de todos modos?

Blue odiaba las preguntas de ese tipo. Virginia le habría contestado diciendo que ella era hija de Dios. A Blue le hubiera gustado que su padre, el Altísimo, se compadeciera de ella en ese momento y reclamara su presencia, antes de tener que explicarlo todo sobre Monty y el disfraz de castor. Por fortuna, April encontró su propia explicación.

– No importa. El efecto que tiene mi hijo en las mujeres es algo legendario.

– Soy pintora.

April la recorrió con la mirada, desde la descuidada coleta hasta sus botas militares llenas de rozaduras.

– No eres el tipo de mujer con la que suele salir.

– Eso seguro, mi cociente intelectual tiene tres dígitos y me distingue de todas ellas.

April se sentó en el penúltimo escalón.

– ¿Qué demonios voy a hacer ahora?

– Tal vez podrías intentar reconciliarte con tu hijo mientras esperas los resultados de las últimas pruebas. Considerando los asombrosos avances de la medicina en el tratamiento de enfermedades cardiovasculares, estoy bastante segura de que recibirás buenas noticias.

– Era una pregunta retórica -dijo April secamente.

– Sólo era una sugerencia.


April se marchó poco después a la casita de invitados, y Blue vagó por las habitaciones silenciosas y polvorientas. Ni siquiera la maravillosa renovación de la cocina de la casa podía animarla. No importaba que sus motivos hubieran sido nobles, no tenía por qué andar ejerciendo de hada madrina ni intentar arreglar los líos familiares de otras personas.

Al anochecer, Dean todavía no había regresado. Cuando la oscuridad envolvió la casa, Blue descubrió, para desesperación suya, que sólo la cocina y los cuartos de baño disponían de luz. Esperaba sinceramente que Dean regresara pronto a la casa, porque había pasado de ser un lugar acogedor a uno amenazador. El plástico que cubría el hueco de la puerta de la sala crujía como huesos secos. Los suelos rechinaban… Como no había puertas, no podía encerrarse en un dormitorio, y sin coche, no podía ir al pueblo y buscar un autoservicio abierto las veinticuatro horas. Estaba atrapada. No podía hacer nada más que irse a dormir.

Deseó haberse hecho una cama mientras todavía había luz. Anduvo a tientas apoyándose en los respaldos de las sillas del comedor para llegar a la lámpara portátil que los carpinteros habían dejado en una esquina. Unas amenazadoras sombras danzaron por las paredes del comedor cuando la encendió. Rápidamente la desenchufó y con cuidado subió por las escaleras, agarrándose al pasamanos mientras arrastraba el cable de la lámpara tras ella como si fuera una cola.

Había cinco dormitorios a cada lado del pasillo, pero sólo uno tenía cuarto de baño con instalación eléctrica. Cuando alcanzó el interruptor, las grandes sombras danzantes la pusieron tan nerviosa que fue incapaz de avanzar más. Las luces del baño eran muy débiles, pero eran mejor que nada. Conectó la lámpara portátil y la dejó en una esquina de la habitación. Luego extendió las sábanas apiladas encima del colchón. La cama era enorme con un cabecero curvo en madera de cerezo, pero no tenía pies. La cama, y un tocador de tres cuerpos eran los únicos muebles de la estancia. Seis ventanas sin cortinas la observaban como si de unos ojos oscuros y amenazadores se tratasen.

Puso una escalera de mano que el pintor había dejado en el pasillo delante de la puerta para hacerle saber a Dean que esa habitación ya estaba ocupada por esa noche. La escalera no le impediría entrar, pero ¿para qué iba a querer hacerlo? Después de las estremecedoras noticias que había recibido sobre su madre, no estaría de humor para intentar seducirla.

Llevó la lámpara portátil al pequeño cuarto de baño y se lavó la cara. Como Dean se había marchado con todas sus cosas, tuvo que cepillarse los dientes con un dedo. Se sacó el sujetador por la sisa de la camiseta y se quitó las botas, pero se dejó puesto todo lo demás por si tenía que salir pitando de la casa. No era una persona que se pusiera nerviosa con el coco, pero ahora estaba fuera de su elemento, y dejó a su lado la lámpara portátil cuando se metió en la cama. Sólo después de haberse acomodado la apagó y la metió bajo las sábanas donde podía acceder a ella con más rapidez.

Una rama rozó una de las ventanas. Se oyó un susurro en la chimenea. Ella se imaginó a un montón de murciélagos preparándose para entrar por la boca de la chimenea. «¿Dónde estaba Dean? ¿Y por qué no había puertas en ese lugar?»

Deseó haberse ido a la casita de invitados con April, pero no la había invitado. Quizá Blue había sido un poco brusca con ella, pero le había proporcionado a la madre de Dean algo de tiempo, que era más de lo que April habría logrado para sí misma. Era una belleza débil, después de todo.

Blue intentó sentir autocompasión, pero no podía mentirse a sí misma. Se había metido donde no la llamaban. Por otro lado, ocuparse de los problemas de los demás la había hecho olvidarse de sus propias preocupaciones.

Una tabla del. suelo rechinó. Gimió la chimenea. Agarró el mango de la lámpara portátil y clavó la vista en el marco sin puerta.

Pasaron los minutos.

Poco a poco, fue relajándose y se sumergió en un sueño inquieto.


La despertó el ominoso rechinar de una tabla del suelo. Abrió los ojos y vio que una sombra amenazadora se cernía sobre ella. Agarró la lámpara portátil, la sacó con rapidez de debajo de las mantas y atizó a la sombra con ella.

– ¡Joder! -Un rugido familiar resonó en la quietud de la noche.

Blue encontró el interruptor con los dedos. De puro milagro no te había roto la bombilla protegida por la rejilla de plástico, y la luz mundo la habitación. Un millonario quarterback muy enfadado se cernía sobre ella. Estaba sin camisa, furioso y se restregaba el brazo por encima del codo.

– ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

Ella se incorporó con rapidez sobre las almohadas, agarrando la lámpara con fuerza.

– ¿Yo? Eres tú el que entraste a hurtadillas…

– Es mi casa. Te lo juro por Dios, como me hayas lastimado el brazo de lanzar…

– ¡Bloqueé la puerta! ¿Cómo has podido entrar con la escalera delante?

– ¿Que cómo he podido entrar? Has iluminado este lugar como un jodido árbol de Navidad.

Ella no era tan estúpida como para mencionar las sombras amenazadoras y las ventanas que la miraban fijamente.

– Solo dos lucecitas en el cuarto de baño.

– Y en la cocina. -Le arrebató la lámpara portátil de las manos-. Dame eso y deja de comportarte como una gallina.

– Para ti es fácil decirlo. No te han atacado mientras dormías como un tronco.

– Yo no te he atacado. -Apagó la lámpara portátil, dejando la habitación sumida en la oscuridad. Ese imbécil insensible incluso había apagado la luz del cuarto de baño.

Oyó el frufrú de la tela al deslizarse cuando él se quitó los vaqueros. Blue se puso de rodillas.

– ¿No estarás pensando en dormir aquí?

– Ésta es mi habitación, y ésta es la única cama con sábanas.

– Una cama que estoy usando yo.

– Ahora tienes compañía. -Se subió a la cama y se metió entre las sábanas.

Ella aspiró profundamente y se recordó a sí misma que él era demasiado engreído para atacarla. Si buscaba otro lugar para dormir la haría parecer débil. No podía demostrar debilidad.

– Quédate en tu lado -le advirtió-, o no te gustarán las consecuencias.

– ¿Me vas a arrear con el cojín, pastorcilla?

Ella no tenía ni idea de qué hablaba.

Le llegó el olor a dentífrico, a hombre y a tapicería de coche caro. Debería haber olido a alcohol. Un hombre que llega a casa a las dos de la madrugada debería estar bebido. La pierna desnuda de Dean le rozó el muslo. Se puso rígida.

– ¿Por qué tienes los vaqueros puestos? -dijo él.

– Porque mis cosas estaban en tu coche.

– Ah, ya lo entiendo. Te los dejaste puestos por si venía el coco. Qué gallina eres.

– Que te den.

– Venga, ya eres mayorcita.

– Y tú pareces un crío -replicó ella.

– Por lo menos yo no tengo que dormir con las luces encendidas.

– Cambiarás de idea cuando los murciélagos empiecen a entrar por la chimenea.

– ¿Los murciélagos? -El se quedó inmóvil.

– Una colonia entera.

– ¿Eres experta en murciélagos?

– Los he oído susurrar y hacían los ruidos típicos de murciélagos.

– No te creo. -Él estaba acostumbrado a dormir a sus anchas, y cuando se acomodó, le rozó la pantorrilla con la rodilla. Inexplicablemente, ella había comenzado a relajarse.

– Más me valdría dormir con una maldita momia -se quejó él.

– No insistas, no pienso quitarme los vaqueros.

– Si realmente me lo propusiera, no me resultaría difícil quitártelos. Para tu información, me llevaría menos de treinta segundos. Por desgracia para ti, no estoy en plena forma esta noche.

Dean no debería de estar pensando en sexo mientras su madre se moría. La opinión que tenía de él cayó en picado.

– Calla y duérmete.

– Tú te lo pierdes.

El viento soplaba afuera. Una rama golpeó suavemente la ventana. Cuando la respiración de Dean se hizo profunda y regular, los rayos de luna se reflejaron en los viejos suelos de madera y la chimenea; Blue soltó un suspiro de satisfacción. Él se quedó en su lado de la cama. Ella se quedó en el suyo.

Sólo por un rato.


En una casa sin puertas, se oyó cerrar una de golpe. Blue abrió poco a poco los ojos, recreándose en un delicioso sueño erótico. Pálidos rayos de luz entraban en la habitación, y ella cerró los ojos de nuevo intentando recordar la sensación de unos dedos cerrándose sobre sus senos y una mano deslizándose dentro de sus pantalones.

Otra puerta se cerró ruidosamente. Sintió algo duro contra la cadera. Abrió los ojos de golpe. Una voz grave le susurró una obscenidad cerca del oído, una mano que no era suya se ahuecaba su pecho y otra se movía dentro de los vaqueros. Alarmada, se despertó por completo. Eso no era un sueño.

– Ya han llegado los carpinteros -se oyó decir a una mujer no demasiado lejos-. Si no queréis tener compañía será mejor que os levantéis.

Blue empujó el brazo de Dean, pero él se tomó su tiempo para apartar las manos de Blue.

– ¿Qué hora es?

– Las siete-contestó April.

Blue se bajó bruscamente la camiseta y enterró la cara en la almohada. Esto no había formado parte de su plan cuando decidió quedarse con él.

– Aún es temprano -protestó él.

– No en una obra -contestó April-. Buenos días, Blue. Hay café y donuts abajo. -Blue se dio la vuelta y la saludó con desgana. April le devolvió el gesto con la mano y desapareció.

– Qué mierda -masculló él. Luego bostezó. A Blue no le gustó. Lo mínimo que podía hacer él era mostrar un poco de frustración sexual.

Ella se dio cuenta de que aún se encontraba bajo los efectos del sueño.

– Pervertido. -Salió de la cama. No podía permitirse perder la cabeza por ese hombre, ni siquiera en sueños.

– Has mentido -dijo él a sus espaldas.

Ella lo miró.

– ¿De qué estás hablando?

Las sábanas le cayeron hasta la cintura cuando él se enderezó, y la luz del sol que entraba por las ventanas sin cortinas iluminó sus bíceps y el vello dorado de su pecho.

– Me habías dicho, y cito textualmente, «no tengo tetas». Ya he visto que estabas equivocada.

No se encontraba lo suficientemente despierta para darle una buena respuesta, así que le dirigió una mirada asesina y se dirigió hacia el cuarto de baño, donde abrió los dos grifos para darse privacidad. Cuando salió lo encontró de pie delante de una maleta cara que él había colocado sobre la cama. Sólo vestía un par de boxers azul marino. Tropezó, y se maldijo en silencio, luego fingió que lo había hecho a propósito.

– Por el amor de Dios, avísame la próxima vez. Creo que me va a dar un ataque al corazón.

Él la miró por encima del hombro, con la barba crecida y el pelo alborotado.

– ¿De qué tengo que avisarte?

– Pareces un anuncio porno para gays.

– Y tú pareces hecha un desastre.

– Exacto, por eso quiero darme un baño. -Se dirigió hacia su bolsa que él había dejado en una esquina. Abrió la cremallera y cogió ropa limpia-. ¿Puedes vigilar el pasillo mientras me ducho?

– ¿Y por qué mejor no me ducho contigo? -Parecía más una orden que una sugerencia.

– Increíble -dijo ella-. Creía que una superestrella como tú estaría dispuesta a ayudar a una pastorcilla como yo.

– Pues ya ves, así soy yo.

– Está bien, olvídalo. -Agarró sus ropas, una toalla y algunos artículos de tocador y se metió en el cuarto de baño. En cuanto estuvo absolutamente segura de que él no iba a colarse en la ducha, se enjabonó el pelo y se afeitó las piernas. Dean aún no sabía que su madre no se estaba muriendo de verdad, pero parecía más beligerante que triste. No importaba lo que April le hubiera hecho. Era demasiado frío.

Se puso unos pantalones cortos de ciclista, limpios pero descoloridos, una enorme camiseta de camuflaje y unas chanclas. Después de secarse el pelo rápidamente con su secador, se lo recogió en una coleta con un elástico rojo. Los rizos más cortos se negaron a cooperar y cayeron sobre su cuello. Por consideración a April, se habría puesto brillo en los labios y rímel si no hubiera perdido los cosméticos tres días antes.

Al bajar la escalera, vio a un electricista subido a una escalera de mano en el comedor arreglando una lámpara de araña antigua. Habían retirado el plástico de la entrada de la sala y Dean estaba dentro, hablando con el carpintero que se ocupaba de las molduras. Dean debía haberse duchado en otro baño porque tenía el pelo húmedo v se le comenzaba a rizar. Llevaba unos vaqueros y una camiseta del mismo color que sus ojos.

La sala se extendía hasta el fondo de la casa y tenía una chimenea más grande que la del dormitorio principal. Una nueva puerta corredera daba hacia lo que parecía una capa de cemento recién vertido en la parte trasera de la casa. Se dirigió a la cocina.

La noche anterior estaba demasiado asustada para apreciar todo lo que April había hecho allí, pero ahora se detuvo en la puerta para asimilarlo. Los electrodomésticos antiguos combinados con nostálgicos muebles de cocina blancos y los tiradores de cerámica en color rojo cereza la transportaron a los años cuarenta. Imaginó a una mujer con un vestido suelto de algodón y el pelo recogido púlcramente en la nuca, pelando patatas sobre el fregadero mientras Las hermanas Andrews cantaban a coro «Don't Sit Under the Apple Tree» por la radio.

La gran nevera blanca de bordes redondeados era posiblemente una imitación, pero no así la cocina de esmalte blanco, con un horno doble y un estante metálico por encima de los quemadores para colocar los botes de sal, pimienta o tal vez una jarra llena de flores silvestres. Aún no habían colocado la encimera y las alacenas de madera contrachapada no eran originales, pero sí bellas imitaciones. El suelo ajedrezado de color blanco y negro también era nuevo. En una de las paredes habían pegado una muestra con los colores que se pondrían finalmente en la cocina: paredes amarillo pálido, alacenas blancas y tiradores en color rojo cereza.

Don't Sit Under the Apple Tree…

La luz entraba en la estancia desde dos lados: una ancha ventana situada encima del fregadero y unas ventanas alargadas en el rincón para desayunar que aún tenían pegadas las etiquetas adhesivas del fabricante. Sobre la mesa de la cocina -cuyo tablero era del mismo color rojo cereza- había una caja de donuts, vasos de plástico usados y unos periódicos.

April apoyaba con gracia una mano sobre el respaldo de una silla de madera laminada mientras sujetaba un teléfono móvil con la otra. Llevaba los mismos vaqueros rotos del día anterior con una blusa suelta, unos pendientes de plata y zapatos planos de piel de serpiente.

– Se suponía que tenías que estar aquí a las siete, Sanjay. -Saludó a Blue con la cabeza y le señaló la cafetera-. Entonces tendrás que conseguir otro transporte. Las encimeras tienen que estar colocadas a última hora de la mañana para que los pintores puedan hacer su trabajo.

Dean entró en la cocina. Su expresión no revelaba nada cuando se acercó a la caja de donuts, pero cuando llegó a la mesa un rayo de sol se reflejó en su pelo y en el de April, y Blue tuvo la absurda idea de que Dios había lanzado un rayo especial justo para iluminar a esas dos criaturas doradas.

– No queremos retrasos -dijo April-. Será mejor que estés aquí en una hora. -Colgó y atendió a otra llamada, cambiándose el teléfono de oreja-. ¿Sí? Hola. -Habló en voz baja y les dio la espalda-. Te devolveré la llamada en diez minutos. ¿Dónde estás?

Dean se dirigió a las ventanas de la rinconera del desayuno y miró el patio trasero. Blue se imaginaba que estaba intentando asimilar el inminente fallecimiento de su madre.


El electricista, que momentos antes estaba arreglando la lámpara de araña del comedor, entró en la cocina.

– Susan, ven a echarle un vistazo a esto.

Ella le hizo una señal para que esperara a que finalizara la conversación y luego cerró el teléfono.

– ¿Qué sucede?

– Los cables del comedor son demasiado viejos. -El electricista se la comía con la mirada-. Hay que cambiarlos.

– Déjame verlos. -Lo siguió afuera.

Blue le echó al café una cucharada de azúcar y se acercó a examinar la cocina.

– Estarías perdido sin ella.

– Bueno, quizá tengas razón. -Dean ignoró los donuts glaseados y escogió el único que había de chocolate, el mismo al que ella le había echado el ojo.

Se oyó un taladro.

– Esta cocina es increíble -dijo ella.

– Supongo que está bien.

– ¿Sólo bien? -Pasó el pulgar sobre el anagrama de O'Keefe & Merrit que había sobre el panel frontal de la cocina y despegó un trozo de plástico-. Podría pasarme el día entero aquí dentro cocinando. Pan casero, tarta de fruta y…

– ¿Sabes cocinar de verdad?

– Por supuesto que sé cocinar. -Quizá trabajar de cocinera en aquella cocina esmaltada pudiera ser su pasaporte. El pasaporte para una seguridad temporal.

Pero él ya había perdido el interés en el tema.

– ¿No puedes ponerte algo rosa?

Ella se miró los pantalones cortos de ciclista y la camiseta de camuflaje.

– ¿Qué le pasa a esto?

– Nada, si piensas invadir Cuba.

Ella se encogió de hombros.

– No me interesa la ropa.

– Vaya sorpresa.

De todas maneras ella fingió considerar la idea. Pero si de veras quieres que me ponga algo rosa, tendrás que prestarme tu ropa.

Su sonrisa ya no fue can agradable y lo lamentó, pero si bajaba la guardia y dejaba de provocarle, acabaría confundiéndola con una de sus conquistas sexuales y ella no quería eso.

April regresó a la cocina y cerró el teléfono. Se dirigió a Dean con fría formalidad.

– El transportista está fuera con el carromato. ¿Por qué no sales y le dices donde quieres que lo ponga?

– Seguro que tienes alguna sugerencia al respecto.

– Esta es tu casa.

Él le dirigió una mirada helada.

– Abrevia.

– El carromato no tiene inodoro ni agua corriente, así que no lo pongas demasiado lejos de la casa. -Habló con alguien en el vestíbulo por encima del hombro-. Cody, ¿está aún ahí el fontanero? Tengo que hablar con él.

– Está a punto de marcharse -dijo Cody.

– ¿Qué carromato? -preguntó Blue cuando April desapareció.

– Uno del que la señora O'Hara me habló en uno de sus muchos correos electrónicos. -Tomó el café y el donut de chocolate antes de salir. Blue cogió uno de los donuts glaseados y lo siguió por el remodelado lavadero hasta la puerta lateral.

Cuando salieron al patio, le tendió el donut glaseado.

– Te lo cambio.

Dean le dio un gran mordisco al donut de chocolate y se lo ofreció.

– Vale.

Ella lo miró.

– Vaya, parece que siempre me veo forzada a vivir de las sobras de los demás.

– No me hagas sentir culpable. -Le hincó el diente a su nuevo donut.

Recorrieron el patio trasero. Blue estudió el jardín descuidado con su ojo de artista. Se lo imaginó con flores de colores sobre un césped verde, lilas creciendo junto a la casa y una bomba de agua antigua. Una cuerda de tender la ropa con la colada ondeando bajo la cálida brisa… Vaya, se estaba poniendo sentimental.

Dean inspeccionó un área sombreada en un extremo del jardín. Blue se unió a él.

– ¿Un carromato del oeste? -preguntó ella- ¿Una caravana?

– Supongo que ahora lo veremos.

– ¿No sabes cómo es?

– Algo por el estilo.

– Enséñame el granero -dijo Blue-. A menos que haya ratones.

– ¿Ratones? Caramba, no. Es el único granero del universo que no los tiene.

– Estamos sarcásticos esta mañana, ¿eh?

– Caramba, lo siento.

Quizá estaba disimulando la pena. Confiaba en que así fuera por el bien de su alma.

Apareció un camión de transporte de vehículos con lo que parecía un pequeño vagón cubierto con un plástico negro. Ella se quejo donde estaba mientras Dean se acercaba para hablar con el conductor. Poco después, el hombre le daba palmaditas en el hombro herido y lo llamaba Boo. Por fin se pusieron manos a la obra. Mientras Dean lo dirigía, el conductor se dirigió a la zona de los árboles para descargar el camión. En cuanto situaron el carromato en la posición correcta, comenzaron a retirar los plásticos.

El carromato era rojo, pero las ruedas eran de un color púrpura brillante con los radios dorados como las ruedas de los carromatos del circo. Los laterales mostraban unas pinturas decorativas donde se exhibían vides y flores brillantes en las que danzaban un montón de unicornios de colores naranja, azul, añil y amarillo. En la parte frontal, un unicornio dorado bailaba sobre la puerta azul marino. El techo curvo del carromato tenía una pequeña cornisa sostenida por unas ménsulas de color limón. Los laterales del carromato se inclinaban hacia fuera para encontrarse con el techo y tenían una pequeña ventana con contraventanas azules.

Blue contuvo el aliento. El corazón le martilleó en el pecho. Era un carromato gitano. Una casa de nómadas. -Parné -dijo ella suavemente.

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