DOMINGO 17 DE JUNIO

Cuando Johan y Peter bajaron del taxi ante el hotel Strand de Visby el domingo por la mañana, les azotó un viento frío. El tiempo había empeorado considerablemente. Notaron incluso cómo vibraba el taxi cuando venían desde el aeropuerto. Tiritando, entraron a toda prisa en la recepción. La resaca no contribuía a mejorar la situación.

Les asignaron la misma habitación que la vez anterior. «Me pregunto si es casualidad o atención», pensó Johan mientras introducía la tarjeta en la puerta. Marcó el número de teléfono de Knutas, quien le explicó que estaban colapsados de tantos periodistas como llamaban y que darían una rueda de prensa a las tres de la tarde. No pensaba hacer declaraciones antes de que tuviera lugar esa rueda de prensa.

– Algo podrás decir -insistió Johan-. ¿Ha sido un asesinato?

La voz de Knutas parecía muy cansada:

– Sí.

– ¿Cómo?

– No puedo decir nada acerca de cómo ha sido asesinada.

– ¿Qué arma han utilizado?

– Eso tampoco lo puedo decir.

– ¿Ha sido identificada?

– Sí.

– ¿Cuántos años tenía?

– Nacida en el 67. Treinta y cuatro.

– ¿Figuraba en los archivos policiales?

– No.

– ¿Es de Visby?

– Sí. Bueno, ya vale; tendrás que esperar a la rueda de prensa.

– Sólo una última pregunta. ¿Había estado de bares por la noche?

– Sí, estuvo en Munkkällaren con unas amigas. Se separaron fuera del bar, y se dirigía a casa sola en bici.

– Entonces, probablemente fue asesinada cuando volvía a casa, ¿no es así?

– Se podría sacar esa conclusión, sí -convino Knutas impaciente-. Ahora ya no tengo tiempo de seguir hablando.

– Muchas gracias. Nos veremos en la rueda de prensa. Hasta luego.


Johan y Peter se dirigieron a la calle Peder Hardingsväg para tomar imágenes del lugar del hallazgo e intentar conseguir que alguien aceptara ser entrevistado.

El punto donde habían encontrado el cuerpo estaba acordonado, pero vieron que había un policía un poco alejado controlando que nadie pasara el cordón. Trataron de hablar con él, pero enseguida comprobaron que era inútil. El policía se negó a contestar a sus preguntas. Johan se dio una vuelta por el cementerio tratando de imaginarse lo que había ocurrido mientras Peter filmaba, la mujer había ido en bicicleta desde el bar hacia su casa. ¿Fue allí donde encontró a su asesino? Apenas habían pasado dos semanas desde la muerte de Helena Hillerström. El novio estaba detenido, pero si su confidente había entendido bien las cosas, la policía creía que el autor era el mismo. Se trataba, en tal caso, de un asesino en serie que podría volver a atacar en cualquier momento. Allí, en la pequeña isla de Gotland. Increíble. Su confidente intentaría averiguar más datos. Y aunque la policía creyera que se trataba del mismo asesino, dudaba de que se lo fueran a confirmar. Dos mujeres brutalmente asesinadas en un par de semanas. Justo antes de que empezara la temporada turística. La policía estaría más que interesada en que la información se mantuviera en secreto.


Remaba con movimientos tranquilos, decididos. Los toletes chirriaban. Tenía que engrasarlos. Hacía mucho tiempo que no salía con la barca. Varios años. Había reparado el agujero del fondo. Ahora la había bajado hasta el agua. Sabía adonde quería llegar. Quería llegar hasta el cabo, luego se daría por satisfecho. Había visto el sitio. La idea se le ocurrió por la noche. Estuvo despierto, pensando. No iba a cometer el mismo fallo que la otra vez. Entonces perdió el control. Embriagado por el triunfo, mezclado con el miedo. Sorprendido por su propia capacidad. Había sido capaz de llevar a cabo su plan. Estaba tan orgulloso como asustado. Sobre todo, orgulloso. Ahora sentía otra tranquilidad. Sabía de lo que era capaz. Esta vez no darían con el arma del crimen.

Por suerte el mar estaba en calma. Estuvo pensando si no debería llevarse una caña de pescar, sólo como tapadera por si alguien le veía. Pero no, no hacía falta. ¿Quién iba a preocuparse de lo que hacía en la barca? No tenía por qué dar explicaciones a nadie. A la mierda con toda la gente que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. A la mierda con el resto del mundo. Después de todo, no había nadie que se preocupara. Que comprendiera. Estaba solo. Siempre lo estuvo. Pero ahora era fuerte. Los generosos rayos del sol lo tonificaban. Iba en pantalones cortos. Remaba de tal manera que estaba empezando a sudar. Bajó la vista hacia su propio pecho, henchido. Velludo y musculoso. Sería capaz de salir airoso de aquello, se sentía imbatible. Se rio a carcajadas. Sólo le oyeron las gaviotas.


En la sala de reuniones de la policía judicial, reinaba un ambiente tenso. Eran las doce y la dirección del grupo de investigación se había reunido para repasar lo último sobre el nuevo asesinato antes de la conferencia de prensa. La jefa provincial de la policía se hallaba presente. Sentada al lado de Knutas, se mostraba preocupada. Sohlman, Wittberg, Jacobsson y Norrby estaban sentados a un lado de la mesa y al otro lado, el fiscal Smittenberg, el comisario Martin Kihlgárd y Björn Hansson, de la Policía Nacional.

– Estamos ante una situación nueva y extremadamente grave -comenzó Knutas-. Parece que nos encontramos ante un único asesino. Con lo cual, el novio de Helena Hillerström, Per Bergdal, ya no puede ser considerado como sospechoso de su asesinato. Birger ha decidido que lo pongan en libertad inmediatamente.

El fiscal asintió con la cabeza. Knutas continuó:

– Pues bien, hay muchos indicios que apuntan a que es el mismo individuo quien está detrás de los dos asesinatos. Hay semejanzas que apuntan en esa dirección. Las mujeres han sido agredidas fuera de casa y las dos han aparecido con las bragas metidas en la boca. Sin embargo, el asesino ha usado armas distintas. Como todos vosotros seguro que ya sabéis, esto es rarísimo tratándose de un asesino en serie y lo único que habla en contra de que sea el mismo individuo. La primera víctima, Helena Hillerström, fue asesinada con un hacha. Murió del primer golpe que recibió en la cabeza. Después, el asesino asestó diez hachazos más contra diferentes partes del cuerpo, en lo que parece que fue un acceso de furia. Según el estudio preliminar del forense, la segunda víctima, Frida Lindh, murió de un navajazo que le seccionó la carótida. Después, el asesino se ensañó con la navaja en diferentes partes del cuerpo. Al menos diez, también en este caso. No dirigió ningún golpe contra los órganos sexuales. El arma empleada es algún tipo de elemento punzante, probablemente un cuchillo. No ha aparecido. Helena Hillerström, como sabéis, no fue sometida a ningún tipo de abuso sexual y nada apunta a ello tampoco en este caso, aunque no lo sabremos con seguridad hasta que no tengamos el informe preliminar de la autopsia de Frida Lindh. Tardará unos días. Así pues, las dos víctimas han aparecido con las bragas metidas en la boca. En las de Helena Hillerström no había restos de esperma. Las de Frida Lindh están camino del SKL para que las analicen. Vamos a ver unas imágenes.

Apagaron la luz y Knutas proyectó una tras otra las imágenes en una pantalla. Reinaba en la sala un silencio total.

– Primero tenemos las imágenes de Helena Hillerström, asesinada el 5 de junio. Como veis, su cuerpo fue sometido a una violencia brutal. Ninguna parte del cuerpo fue objeto de más violencia que las demás, no hay violencia dirigida contra los órganos sexuales.

Se proyectaron unos primeros planos de Helena Hillerström.

– ¡Joder! -susurró Norrby.

– Después tenemos a la otra víctima -continuó Knutas-, Frida Lindh, asesinada anteanoche. Diez días después del primer crimen. El cuerpo apareció en el cementerio. También estaba desnuda. En este caso, la víctima perdió mucha sangre, como veis. También recibió varios golpes. Tampoco hay en este caso signos externos de violencia sexual.

– ¿Qué pueden significar las bragas en la boca? -preguntó Wittberg, como para sí mismo-. ¿Por qué hace eso?

– Sí, es muy raro -convino Kihlgárd-. ¿Conocía el asesino a las mujeres? ¿Ha tenido una relación sexual con ellas? ¿Lo dejaron y ahora quiere vengarse? ¿O se trata de un asesino que odia a las mujeres en general?

Kihlgárd se calló y se metió un trozo de galleta de chocolate en la boca. Unas pocas migas le cayeron en las rodillas.

Knutas sintió repugnancia y se preguntó para sus adentros cómo era capaz aquel tío de comer en un momento así.

Apagó el proyector.

– Tenemos que encontrar la relación entre las víctimas. Si es que hay alguna -precisó, y siguió hablando a oscuras-: Lo que sabemos hasta ahora que tienen en común ambas mujeres es lo siguiente: las dos tenían estrechas relaciones tanto en Estocolmo como en Gotland. Helena Hillerström nació y creció aquí, y la familia conservaba la casa de veraneo a la que ella venía al menos un par de veces al año. Además, tenía familiares y muchos amigos en la isla. Frida Lindh era de Estocolmo, pero estaba casada con un chico de Gotland. Hace algo más de un año que se mudó aquí con su familia y se fueron a vivir a Södervärn. Según su marido, querían intentar vivir en Gotland, puesto que él es de aquí y tiene muchos familiares. Aún no sabemos si las víctimas se conocían entre sí. Las dos mujeres tenían alrededor de los treinta y cinco, sólo había un año de diferencia entre ellas, y eran atractivas. Es cuanto sabemos en estos momentos. Quiero que formemos un grupo de trabajo que se encargue de investigar la vida de las dos mujeres y de las personas que tenían a su alrededor. Otro grupo se encargará de consultar el archivo de asesinos y violadores de Suecia, en primer lugar los de Estocolmo, para ver si hay alguno que tenga relación con Gotland. Todo el país tiene la mirada puesta en nosotros. Por no hablar de los medios de comunicación. Desde ahora tenemos que aunar todas nuestras fuerzas para detener al criminal antes de que cometa un nuevo asesinato. He pedido a Estocolmo más refuerzos de la Policía Nacional. Vamos a organizamos para realizar una búsqueda interna y otra externa. Kihlgárd y Hansson nos ayudarán, sobre todo, con los interrogatorios y en el rastreo de violadores que aparezcan en el registro de delincuentes. Tenemos que explorar todas las vías que nos puedan llevar a la detención de ese tipo. Algunos policías de aquí tendrán que desplazarse otra vez a Estocolmo. Hay las mismas posibilidades de que el asesino se encuentre allí como aquí.

– La verdad es que parece muy probable que el asesino viva en Estocolmo -intervino Wittberg-. Helena Hillerström sólo venía a Gotland un par de veces al año, y en esta ocasión sólo tuvo tiempo de estar aquí dos días antes de que actuara. Y Frida Lindh vivía en Estocolmo hasta hace un año. Cabe la posibilidad de que entraran en contacto con él allí, puede que hayan tenido una relación con él. A lo mejor aún continuaba. ¿Sabemos si Frida Lindh solía viajar a Estocolmo? ¿Cuántas veces ha estado allí desde que se trasladó a vivir aquí? Tal vez viajara para reunirse con sus familiares y mantener una relación al mismo tiempo.

– En ese caso, sería muy astuto por su parte asesinar a las mujeres aquí. Entonces la atención se fija en Gotland y él puede viajar tan tranquilo de vuelta a Estocolmo -dijo Norrby.

– ¿Estamos seguros de que no conocía de antes al hombre del bar ni Munkkällaren? Tal vez sólo simuló que no lo conocía delante de sus amigas. ¿Y si ya tuviesen una relación? -soltó Sohlman.

– También puede que fuera un cliente -opinó Karin-. Frida trabajaba en un salón de peluquería en Östercentrum, que está en la galería, al lado del supermercado Obs. Puede que lo conociera allí, es un trabajo bastante expuesto al público. Cualquier loco puede haberla espiado durante días, sin que ella lo supiese.

– Es una posibilidad, claro está-admitió Knutas-. Aún no hemos tenido tiempo de hablar con sus compañeras de trabajo. ¿Puedes hacerte cargo tú de lo de la peluquería?

Karin asintió al tiempo que lo anotaba en su libreta.

– A mí me parece que puede tratarse perfectamente de un loco que elige a sus víctimas al azar-comentó Kihlgárd-. Quizá Helena Hillerström sólo tuvo la mala suerte de encontrarse en Gotland justo cuando empezó a actuar. La vio en algún sitio, la siguió y esperó la ocasión, así de simple.

– Eso sería terrible -manifestó Karin-. Entonces puede atacar a cualquier mujer, en cualquier momento.

Una sensación de malestar se extendió por la sala. Todos empezaron a pensar en su esposa, su novia, sus hermanas y amigas. Nadie estaba seguro.

– Podríamos seguir especulando hasta el infinito, pero ahora se trata de investigar los hechos -cortó Knutas, para añadir, tras mirar el reloj-: Bueno, lo dejamos aquí de momento. Como sabéis, hay una rueda de prensa a las tres. Nos volvemos a reunir después, para hablar de cómo nos vamos a repartir el trabajo. ¿Os parece bien a las cinco?


Karin Jacobsson y Anders Knutas se fueron a una pizzería que estaba a unas manzanas de la comisaría. Comieron deprisa y en silencio. Después de haber trabajado juntos durante quince años, se entendían perfectamente. A veces bromeaban acerca de ellos mismos, tachándose de vieja pareja de luchadores, aunque la diferencia de edad era notable. Karin Jacobsson iba a cumplir ese año los treinta y siete y Anders Knutas tenía cuarenta y nueve. A él le parecía encantadora. Siempre se lo había parecido. El hueco que tenía entre los incisivos no le impedía tener siempre dispuesta una amplia sonrisa. Muchas veces, trabajando con ella, él había pensado que con aquella sonrisa podía llegar lejos. Trabajar con sus colegas masculinos no había sido siempre fácil, y menos cuando Karin se incorporó al grupo. El hecho de que fuera bajita (medía sólo 155 centímetros) no contribuyó a facilitar las cosas, pues hizo que sus colegas adoptaran aún más la actitud de hermanos mayores. Pero demostró ser lista y tener iniciativa y se ganó pronto su respeto.

Karin se tragó el último bocado de pizza.

– ¿En qué estas pensando? -preguntó al comisario.

– En el hombre del bar. Frida Lindh estuvo hablando con él más de una hora. La cuestión estriba en saber quién es. Debería ponerse en contacto con nosotros cuando se entere de lo del asesinato.

– ¿Salieron juntos?

– No. Parece que él abandonó el local una media hora antes de que ellas salieran. Según sus amigas, Frida estaba sola cuando se subió a la bicicleta en dirección a su casa.

– ¿Qué piensas de que tanto Helena como Frida puedan haber mantenido una relación con el mismo hombre? ¿Quizá el que Frida encontró en Munken?

– Claro que puede haber sido así. Aunque parece que no han sido violadas, la motivación podría muy bien ser de tipo sexual. Eso parecen indicar las bragas en la boca. Lo raro es que haya utilizado armas distintas. Primero un hacha, después un cuchillo. Me pregunto por qué.

– Sí, es incomprensible -asintió Karin-. Puede que sólo lo haga para confundirnos.

Knutas volvió a apoyar la espalda en el respaldo de la silla.

– Me pregunto si no deberíamos concentrarnos en Estocolmo. Es muy probable que conocieran al asesino allí. Elige asesinarlas en Gotland para despistar. Quiere que busquemos aquí.

– De todos modos, tenemos que controlar a los clientes de Frida -sostuvo Karin-. Puede ser uno de ellos. No llevaba mucho tiempo trabajando. Creo que unos cinco o seis meses. Sólo había vivido aquí un año y todos sus conocidos eran nuevos. Cierto que el asesino puede ser de Estocolmo, pero de todas formas tiene que haber estado cierto tiempo en Gotland para espiarlas. Enterarse de dónde vivían, de lo que solían hacer y por dónde se movían. A mí me parece que lo tenía todo bien planeado.

– Estoy de acuerdo contigo. También pienso que las muertes fueron planeadas, pero tendremos que intentar mantener abiertas todas las vías de investigación. Es muy fácil bloquearse. Este caso es jodidamente desagradable -resumió Knutas meneando la cabeza-. ¿Nos da tiempo a tomar un café rápido?

– Sí, gracias, con leche. Sin azúcar.

– Ya lo sé.

Habían tomado café juntos montones de veces.


Ya le daba igual. Y aunque sabía perfectamente que no debía hacerlo, decidió llamarla. Contra todo pronóstico se encontraba de nuevo en Gotland, y había pensado tanto en Emma que no podía dejar de llamarla. Tenía muchas ganas de hacerlo. Estaba sentado en la cama de la habitación del hotel, angustiado. «Esto no tiene por qué significar nada -pensó-. Podemos hablar un poco. Después de todo, no es tan peligroso.» Tenía que salir enseguida hacia la rueda de prensa y después iba a estar muy ocupado el resto de la tarde. Eso ya lo sabía.

Levantó el auricular y marcó el número, que tenía apuntado en un papelito arrugado.

Oyó el primer tono, el segundo…

«No, joder, lo mando al carajo -se dijo-. Imagínate que contesta su marido…» No obstante, no colgó el teléfono.

– Emma Winarve.

Una gozosa calidez le recorrió el cuerpo al oír su voz.

– Hola, soy yo. Johan Berg. De Noticias Regionales. ¿Qué tal estás?

Tres segundos de silencio. Apretó los dientes angustiado.

– Estoy bien. ¿Estás aquí, en Gotland?

Le pareció atisbar un tonillo de alegría en su voz.

– He vuelto. Por ese otro asesinato, ya sabes. ¿Qué haces? ¿Te molesto?

– No, no hay ningún problema. Olle se ha ido con los niños a la piscina. ¿Y tú, cómo estás?

– He pensado en ti -dijo conteniendo la respiración.

– ¿Ah, sí? -le oyó decir con tono vacilante.

Sintió deseos de morderse la lengua. ¡Joder!

– Yo también he pensado en ti -añadió.

Johan pudo respirar de nuevo.

– Oye, ¿no podríamos vernos?

– No sé si puedo.

– Sólo un momentito…

Se había despertado una esperanza y volvió a su propio ser. Tenaz e insistente.

– ¿Puedes esta tarde?

– No, no puedo. Tal vez mañana. De todas formas, tengo que ir al centro.

– Estupendo. Entonces, mañana.


La sala donde iba a tener lugar la rueda de prensa estaba ya llena a rebosar cuando entraron Anders Knutas y Karin Jacobsson, antes de la hora indicada. Esta vez no sólo estaban representados los medios locales, sino también los diarios de la mañana de difusión nacional, los periódicos vespertinos, la agencia de noticias TT, Ekot, varios canales comerciales de televisión y el canal público de Televisión Sueca, además de Johan y Peter de Noticias Regionales.

La sala era un hervidero de murmullos. Los reporteros buscaban sitio entre las filas de sillas. Preparaban los bolígrafos y hacían ruido al pasar las hojas de sus blocs. Algunos llevaban aparatos para transmitir por radio. Los fotógrafos y los cámaras de televisión se situaban en lugares estratégicos e instalaban sus equipos. Los micrófonos se disponían uno junto a otro en uno de los lados de la mesa alargada.

La avalancha de periodistas obligó al grupo de investigación a cambiar la sala en el último momento. Ahora estaban en la gran sala de conferencias, en otra parte de las dependencias policiales. La gobernadora civil había llamado para comunicar que quería estar presente.

«Qué pintará aquí», pensó Knutas mientras se abría paso entre aquel montón de gente y comprobaba que Martin Kihlgárd y el jefe provincial de la policía ya se encontraban sentados a la mesa.

El murmullo de la sala cesó cuando Knutas les dio la bienvenida. Se presentó a sí mismo, presentó a los compañeros que compartían la mesa con él, y comenzó dando cuenta de forma breve del último asesinato. La policía deseaba ser generosa con la información, y al mismo tiempo era importante evitar que se filtrara información que pudiera perjudicar la investigación. Un equilibrio difícil.

Cuando terminó, abrió un turno libre de preguntas.

– ¿Hay similitudes entre este asesinato y el de Helena Hillerström? -preguntó un periodista.

– Hay ciertas similitudes. Pero, lamentándolo mucho, no puedo hablarles de ellas.

– El arma, por razones evidentes, no puede haber sido la misma -dijo uno de los reporteros de la prensa local haciéndose el sabihondo-. Pero ¿se ha usado ahora el mismo tipo de arma? La segunda víctima, ¿ha sido también asesinada con un hacha?

– No. El último asesinato se ha cometido con un arma punzante.

– ¿Un cuchillo, entonces?-preguntó Johan.

– Es demasiado pronto para decir de qué tipo de arma punzante se trata.

– ¿Hay testigos? -preguntó el reportero de GT.

– De momento, parece que nadie ha visto ni oído nada. Estamos entrevistando a numerosas personas.

– ¿Sospechan que pueda tratarse de la misma persona que la vez anterior?

– Sí y no, las dos cosas. Algunos indicios parecen dar a entender que no es ése el caso, como, por ejemplo, el que el autor haya usado un arma distinta. Pero otras circunstancias apuntan a que podría tratarse del mismo individuo, así que en la situación actual no lo sabemos. Lógicamente, no podemos descartar esa posibilidad.

– ¿Han encontrado alguna relación entre las víctimas, además de que ambas fueran mujeres y de la misma edad?

– Eso no puedo comentarlo para no entorpecer la investigación. Lo único que les diré es que las dos tenían relaciones en Estocolmo y en Gotland.

– ¿Podría darse el caso de que el asesino hubiera venido de Estocolmo?

– Por supuesto.

– ¿Por qué no se busca allí?

– Lo hacemos.

– ¿Dónde?

– A eso no te puedo responder, como comprenderás.

– ¿Hay coincidencias en la forma en que ambas han sido asesinadas? -preguntó Johan.

– Acerca de eso no puedo decir nada.

La frustración era enorme entre los reporteros, pero Knutas no cedió. El equipo que llevaba la investigación había decidido no revelar nada acerca de cómo había sido asesinada Frida Lindh. El campo quedaba abierto para la especulación.

– ¿Se trata de un asesino en serie? -preguntó una periodista de Radio Gotland.

– Es pronto para pronunciarse. No sabemos aún nada de eso.

– ¿Pero no lo descartáis?

– No podemos hacerlo, evidentemente.

– ¿Qué va a pasar con el novio de la primera víctima? -continuó la reportera local.

– Ha sido puesto en libertad. Ya no es sospechoso.

Un murmullo recorrió la sala.

– ¿Por qué no?

– Lo siento, pero no puedo decir nada al respecto.

– ¿Cómo podéis estar tan seguros de que es inocente?

– No puedo desvelar las razones. Me limitaré a decir que el novio está libre de la sospecha de haber participado en el asesinato de Fröjel -repitió el comisario, que empezaba a ponerse rojo de pura irritación.

– Esto sólo puede significar que creéis que el autor de los dos asesinatos es la misma persona -terció Johan-. El de la mujer en el cementerio no lo pudo cometer Per Bergdal, puesto que estaba encerrado en la prisión de Visby.

– Como ya he repetido varias veces, no podemos comentar con más detalle esas circunstancias -insistió Knutas con forzada calma.

Johan optó por cambiar de pregunta:

– ¿Qué pasa con el arma del crimen? ¿Se ha encontrado?

– No.

– ¿Qué piensa hacer ahora la policía? -indagó el reportero de Eko.

– Se han pedido refuerzos de la Policía Nacional. Investigamos tanto dentro como fuera de la isla, y estamos tratando de encontrar puntos en común entre las dos víctimas.

– ¿Se conocían las víctimas entre sí? -preguntó otro reportero de- TV.

– No, según la información de que disponemos en estos momentos. El trabajo para conocer más detalles de su pasado está en marcha.


Cuando, una hora más tarde, los periodistas hubieron concluido sus entrevistas individuales, Knutas se apresuró a abandonar la sala.

La gobernadora civil lo tomó del brazo.

– ¿Tienes un momento?

– Por supuesto -respondió cansado.

Se encaminó hacia su despacho y cerró la puerta tras ellos.

– Esto es grave -dijo la gobernadora, una dama enérgica de unos cincuenta y cinco años. Normalmente pacífica y risueña, ahora se reflejaba una profunda inquietud en su rostro. Se hundió con un suspiro en el sofá que Knutas tenía para las visitas, se quitó las gafas de gruesos cristales y se secó la frente con un pañuelo-. Es muy grave -repitió-. Estamos a mediados de junio. En estos momentos, los trabajos para el inicio de la temporada turística están en marcha. Hoteles, campings, albergues, alquileres de casas… Las reservas llegan a montones…, de momento. Me pregunto qué va a pasar. Parece que se trata de un asesino en serie, y una cosa así no es precisamente algo que atraiga a los turistas. Me preocupa que estos dos asesinatos los vayan a espantar.

– Sí, claro -asintió Knutas-. Pero no podemos hacer nada al respecto. Ninguno de nosotros desea que un asesino ande suelto.

– ¿Qué pensáis hacer ahora? ¿Qué medios habéis puesto? Comprenderás lo importante que es que detengáis al asesino lo antes posible…

– Por favor -la interrumpió el comisario con irritación-. Hacemos todo lo que podemos con los escasos medios de que disponemos. Toda mi sección, o sea, los doce componentes de la policía judicial que quedaron después de todos los recortes y reorganizaciones, trabajan a plena dedicación en este caso. Además, he pedido otros cuatro investigadores de la Policía Nacional y permanecerán aquí el tiempo que sea necesario. He solicitado que me presten algunos hombres de la policía local, aunque ya están hasta el cuello de trabajo. Pronto nos veremos invadidos por más de medio millón de turistas y tendremos que arreglárnoslas con ochenta y tres hombres para toda la isla. Incluyendo también la de Faro. Tú misma puedes calcular la proporción. No hay más recursos de los que echar mano -concluyó mirando fijamente a la gobernadora.

– Sí, lo comprendo, claro. Sólo que me preocupan las consecuencias. Los puestos de trabajo. El turismo es el pan de muchos.

– Tienes que darnos un poco de tiempo. Apenas han pasado dos días desde que ocurrió el segundo asesinato. Quizá echemos el guante al asesino en unos días. Entonces, todo esto habrá pasado. No vamos a ponernos a pensar en lo peor.

– Quiera Dios que tengas razón -suspiró la gobernadora.


– ¡Joder!

Knutas le acababa de dar un mordisco al bocadillo reseco que había sacado de la máquina expendedora y se atragantó, lo cual le provocó un prolongado acceso de tos. Los otros compañeros, que se habían reunido en la cafetería delante del televisor, para ver las noticias del domingo por la tarde, le urgían a que se callara.

Knutas sintió cómo le golpeaban las sienes. El reportaje sobre la última mujer asesinada contenía demasiada información.

– ¿Cómo es posible que sepan tanto? ¿Cómo han averiguado lo de las cuchilladas? ¿Y lo de las bragas? -estalló cuando dejó de toser.

Estaba rojo, tanto por la tos como por la furia.

– ¿Cómo demonios se han enterado? ¡Se necesitan cojones para investigar en estas condiciones! ¿Quién coño está filtrando información a la prensa?

Miró rápidamente uno por uno a los colegas presentes en la sala de personal de la policía judicial. Todos se miraron sorprendidos. Se oyeron algunas negaciones aisladas. Otros menearon la cabeza. Algunos decidieron que lo mejor era largarse.

El comisario entró a grandes zancadas en su despacho. Dio tal portazo, que tembló el cristal de la mitad superior de la ventana. Sacó a toda prisa la tarjeta de visita de Johan. Éste respondió después de dos tonos.

– ¿Qué demonios estás haciendo? -tronó Knutas sin presentarse.

– ¿Cómo? -preguntó Johan que sabía perfectamente a qué se refería.

– ¿Cómo podéis sacar a la luz datos como los que habéis dado hace un momento? ¿Es que no comprendéis que echáis por tierra todo nuestro trabajo? ¡Estamos trabajando en la búsqueda de un asesino! ¿Qué pruebas tenéis? ¿De dónde habéis sacado esa información?

– Comprendo que estés indignado -contestó el periodista con su tono de voz más suave-. Pero tienes que tratar de verlo desde nuestro punto de vista.

– ¿De qué jodido punto de vista me estás hablando? ¡Nosotros estamos haciendo una investigación!

– En primer lugar, nunca publicaríamos datos de los que no estuviésemos seguros, sin asomo de duda, de que son ciertos. Sé que las cosas son como decimos en el reportaje. En segundo lugar, consideramos que es relevante informar de que todo indica que actúa un asesino en serie. Las bragas en la boca son la mejor prueba de ello, y esa información es de interés general, interesa tanto a la opinión pública que tenemos que darla.

– ¿Cómo cojones lo sabes tú? ¡Interés general! -Knutas escupió las palabras. Johan pudo imaginarse cómo salpicaba el auricular-. No, si encima tendré que darte las gracias… Pero toda la información va también directamente al asesino, ¡eso os importa un bledo! -aulló el policía.

– La gente tiene derecho a saber que anda suelto un asesino en serie. Nosotros sólo hacemos nuestro trabajo. Lo siento de veras si eso dificulta el vuestro, pero yo tengo que pensar en el mío.

– ¿Y quién te dice a ti que eso realmente es así? ¿Como sabes si eso es correcto?

– Eso, claro está, no te lo puedo decir, pero dispongo de una fuente fiable.

– Una fuente fiable, dices. Entonces, sólo puede tratarse de alguien de aquí dentro. Alguno de mis colaboradores más próximos. Tienes que decirme quién es. De lo contrario, no podremos seguir trabajando en grupo.

Knutas parecía algo más tranquilo.

Johan sintió que se le estaba agotando la paciencia.

– Tú, que eres policía, deberías conocer la ley lo suficientemente bien como para saber que ni siquiera puedes hacerme esa petición -replicó mordaz-. No tienes derecho a investigar la fuente. Pero, puesto que respeto tu trabajo, sí puedo decirte que no es ninguno de tus colaboradores más cercanos, nadie del grupo que dirige la búsqueda. Al menos, yo no he recibido la información de ninguno de ellos. Más, no puedo decirte. Y recuerda que el hecho de que los periodistas sepamos una cosa, no significa que la publiquemos inmediatamente. Depende de si está justificado o no. Yo sabía lo de las bragas desde el asesinato de Helena Hillerström. Pero hasta ahora no había motivos para publicarlo.

El comisario suspiró.

– Espero que al menos me avises la próxima vez que pienses dar a conocer datos sensibles y secretos. Prefiero evitarme un infarto.

– De acuerdo, lo haré. Espero que comprendas mi forma de ver las cosas.

– Ah, tendré que aceptarlo, pero no me pidas que comprenda cómo pensáis los periodistas -finalizó Knutas, y colgó el auricular.


Ya eran más de las ocho de la tarde, y hasta ese momento no se había dado cuenta de lo cansado que estaba. Se repantigó en la silla. ¿Quién demonios sería el que pasaba información? Confiaba en sus colaboradores. Ya no sabía ni qué pensar. Aun así, opinaba que era como Johan le había dicho, que no se trataba de nadie del grupo que dirigía la búsqueda.

Aunque aquel periodista ya le había cabreado varias veces en el transcurso de aquella investigación, tenía la sensación de que el tal Johan Berg era serio. No como ciertos periodistas, que no entendían lo que se les decía y seguían preguntando machaconamente sobre cosas de las que ya había insistido que no podía hablar. La razón de su enojo con Johan no era por su forma de actuar, sino por lo bien informado que estaba. Reconoció a regañadientes que podía comprender cómo pensaba Johan. Pero ¿cómo sabía tanto? Por supuesto que Knutas sabía de sobra con qué facilidad se propagaban las noticias. Habría que hacer algo. ¿Sería a través de la emisora de radio de la policía? Tendrían que controlar cuánto se decía y qué se decía. La policía de Gotland carecía de experiencia a la hora de afrontar semejante alud de periodistas.

Llamaron a la puerta. Se asomó Karin.

– Está aquí Malin Backman, una de las amigas de Frida Lindh.

– Voy -Knutas se incorporó.


Malin Backman era la única de las amigas con la que aún no había hablado. Se trataba de una de las que vivía en la calle Tjelvarvägen, con la que Wittberg y Norrby habían hablado la noche anterior, aunque eso fue antes de que supieran que Frida Lindh había sido asesinada. Ahora la situación era otra muy distinta, y Knutas quiso entrevistar personalmente a las amigas de Frida. Además, Malin Backman era compañera de trabajo de la víctima. Los interrogatorios a que sometió por la mañana a las otras amigas no aportaron nada nuevo.

Karin Jacobsson estuvo presente en el interrogatorio. Se sentaron en la sala de reuniones.

– Siéntate -dijo Knutas.

Malin tomó asiento en la silla de enfrente.

– Siento haber llegado tarde. Mi marido ha estado de viaje y no ha llegado a casa hasta esta tarde. No tengo a nadie con quien dejar a los niños.

Knutas interrumpió su explicación con un gesto.

– No tiene importancia. Agradecemos que hayas podido venir. ¿Cómo conociste a Frida Lindh?

– Trabajábamos juntas en el mismo salón de peluquería.

– ¿Desde cuándo la conocías?

– Desde que empezó a trabajar allí. ¿Cuánto puede hacer? Medio año, creo yo. Sí, porque empezó después de Navidad. A principios de enero.

– ¿La conocías bien?

– Bastante bien. Nos veíamos cada día en el trabajo y, además, salíamos juntas a veces.

– ¿Le notaste algo raro últimamente?

– No. Estaba como siempre. Alegre y animada.

– ¿No comentó que le hubiese pasado nada especial? ¿Algún cliente que se hubiera mostrado desagradable?

– No, no creo.

– ¿Sabes si alguien se había comportado de forma extraña con ella o la había amenazado?

– No; los clientes son normalmente agradables. Conocemos a la mayoría.

– Pero supongo que a veces entrarán clientes totalmente desconocidos, ¿no? -terció Karin.

– Sí, claro. Trabajamos también sin cita previa. Los sábados.

– ¿Recuerdas a algunos de los clientes del sábado?

– No. Tuve el día libre.

– ¿Quiénes estuvieron trabajando?

– Frida y la dueña del salón, Britt. Los sábados sólo trabajamos dos.

– ¿Hasta qué hora está abierto el local?

– Hasta las tres. Los sábados, quiero decir. Si no, cerramos a las seis. Los domingos está cerrado.

– Quiero que seas totalmente sincera conmigo. ¿Sabes si Frida tenía alguna aventura amorosa? ¿Se veía con alguien?

– No, no la tenía. Me lo habría contado. No creo que fuese capaz de hacer una cosa así.

– ¿Cómo era Frida en el trabajo?

– Era una excelente peluquera. Y los clientes la apreciaban mucho. Era muy simpática, alegre y comunicativa.

– ¿Crees que puede haber coqueteado con algún cliente?

– Eso no lo sé. Es verdad que hablaba y se reía mucho. Eso puede malinterpretarse, claro está.

– ¿Puedes contarme qué pasó la noche que fuisteis a Munkkällare?

– Cenamos en el restaurante. Después nos sentamos en el bar del vinilo. Estaba lleno de gente y nos lo pasamos muy bien. Frida encontró a un hombre con el que estuvo hablando bastante tiempo.

– ¿Os lo presentó?

– No; estuvieron sentados en la barra todo el rato.

– ¿Qué aspecto tenía?

– El pelo rubio ceniza; alto, parecía físicamente en forma; barba incipiente, y los ojos oscuros, creo.

– ¿Cómo vestía?

– Llevaba un jersey de cuello alto y vaqueros. Era ropa buena, elegante en cualquier caso, quiero decir -respondió dubitativa.

– ¿Cuánto tiempo estuvieron hablando?

– Un hora probablemente. Frida volvió a la mesa después y nos dijo que el desconocido ya se marchaba.

– ¿Os contó algo de él?

– Que era de Estocolmo, que iba a comprar un restaurante en Visby con su padre. Al parecer, tienen algunos bares en Estocolmo.

– ¿Os dijo cómo se llamaba?

– Sí; Henrik.

– ¿No dijo el apellido?

– No.

– ¿Se alojaba aquí, en Gotland?

– Eso no lo sé.

– ¿Cuánto tiempo iba a quedarse?

– Tampoco lo sé.

– ¿Te dio la impresión de que conocía a gente en Munken?

– No lo creo. No vi que hablara con nadie más que con Frida.

– ¿Tú no lo conocías de nada?

– No.

– ¿Qué más contó Frida de él?

– Que le había parecido guapo. Le pidió su número de teléfono, pero ella no se lo dio.

– ¿Cuándo salió de Munken?

– Debió de ser entonces, cuando Frida volvió a nuestra mesa. Nosotras nos quedamos una media hora más. Hasta que cerraron.

– ¿Te fijaste en qué momento salió?

– No. Frida dijo que estaba a punto de marcharse…

– ¿Cómo estaba Frida cuando os separasteis?

– Como siempre. Nos despedimos y se fue en bici hacia su casa.

– ¿Estaba borracha?

– No mucho. Bueno, todas estábamos algo bebidas.

Karin decidió cambiar de tema.

– ¿Qué tal se llevaba Frida con su marido?

– Bastante bien, creo. Nunca la oí hablar de ningún problema serio. Ninguna relación es perfecta. Estaban muy liados con los niños, eso desde luego.

– Sólo una pregunta más. ¿Tienes alguna idea de si alguien podía querer hacerle daño?

– No. Ni idea.

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