MIÉRCOLES 6 DE JUNIO

Despertó a Johan la alegre melodía de su móvil, que se repetía con insistencia. Al principio no sabía dónde se encontraba. La melodía dejó de sonar. Se incorporó y se quedó mirando el papel pintado con flores suaves. Todo estaba en silencio. Nada del ruido del tráfico al que estaba acostumbrado al otro lado de la ventana. Sí, claro.

El hotel Strand, en Visby. El asesinato. Se volvió para mirar el despertador digital que tenía al lado de la cama. Eran las cinco y media de la madrugada. El móvil volvió a sonar otra vez. Se deslizó de la cama con un gruñido y contestó. Era el redactor de informativos matinales.

– Hola, ¿te he despertado? Disculpa que te llame tan temprano. Nos gustaría tener algo nuevo que contar, ahora por la mañana. Si no te da tiempo a montar algo, quizá podríamos hacer alguna entrevista por teléfono.

– Claro -contestó medio dormido-. No es que sepa ahora más que anoche a las doce, pero siempre puedo llamar al oficial de guardia.

– Muy bien. ¿Cuánto tiempo necesitas? ¿Una hora, digamos?

– Vale, una hora. Te llamo más tarde.

Tras un desayuno rápido, salió del hotel a una calle empedrada para llegar hasta la redacción. Había llovido durante la noche, los charcos reflejaban la luz por todas partes. El aire olía a mar.

El estrecho local del Centro Territorial, que aún existía, se encontraba al lado del edificio de Radio Gotland, en el centro de la ciudad. Johan se sulfuró al pensar que el centro territorial se suprimió cuando la televisión instauró un plan de ahorro. Hubo que corregir la deuda enorme de la Televisión Sueca y se hizo, en parte, a costa de reducir los Centros territoriales. En la reorganización, la cobertura informativa de Gotland se trasladó de la redacción de Norrköping a la de Estocolmo. La nueva dirección de la televisión pública opinaba que los habitantes de Gotland tenían más cosas en común con los habitantes de Estocolmo que con los de Norrköping. En eso puede que tuvieran razón, pero era una lástima que ahorraran en reporteros y fotógrafos locales, que eran quienes realmente estaban cerca de sus espectadores. Claro que él, personalmente, se alegraba de poder estar allí. Gotland siempre le había gustado mucho.

Un hombre de edad, de piel curtida, estaba izando la bandera sueca fuera del hotel. «Claro, hoy es el día de la Fiesta Nacional», pensó Johan. El 6 de junio.

Parecía que iba a hacer un buen día para las celebraciones. El sol acariciaba las fachadas medievales de las casas y no soplaba el viento. La ciudad estaba casi desierta. Sólo tardaría unos minutos en llegar a la redacción. En aquel momento le habría gustado que el paseo hubiera sido más largo.

Decidió ir dando un rodeo, aunque de hecho no tenía tiempo. Sólo a unos metros contempló la parte norte de la muralla, que se extendía hasta más allá de las casas. La muralla estaba rematada en este lado por la vieja torre de la pólvora, Kruttornet, que en sus orígenes fue una torre defensiva. Disfrutó de la vista antes de doblar hacia arriba por la callejuela de Rostockergränd. Pasó al lado de las típicas casas bajas de piedra, con sus rosales trepadores cuajados de capullos, y de las vallas que protegían los jardines en su interior. En muchas casas, las ventanas estaban sólo unos centímetros por encima del suelo. Las puertas que daban a la calle eran tan bajas que todo el que midiera más de metro y medio tenía que agacharse para entrar.

Se oía el sonido de una radio a través de la ventana abierta de una panadería y Johan aspiró el olor de las barras recién hechas. En la escalera redondeada de una casa había un gato negro que se quedó mirándolo al pasar.

Se sacó el teléfono móvil del bolsillo y llamó al oficial de guardia.

– Buenos días, aquí Johan Berg de Noticias Regionales, Televisión Sueca. ¿Se ha sabido algo más durante la noche sobre el asesinato de la mujer en Fröjel?

– Sí, el fiscal ha detenido al novio, como posible autor del crimen.

– No me jodas. ¿Por qué motivos?

– Eso no te lo puedo decir yo, tendrás que preguntárselo al responsable de la investigación, Anders Knutas.

– ¿Está ahora ahí?

– No, creo que estará aquí a las ocho, pero a esa hora hay reunión.

– ¿Dónde se encuentra el novio?

– Está aún en el hospital. Irán a buscarlo por la mañana para llevarlo a la cárcel.

– ¿Quién es el fiscal?

– El fiscal jefe, Birger Smittenberg.

– ¿Cuándo ha decidido su detención?

– A las cuatro de la mañana. No podíamos retenerlo por más tiempo.

– ¿Sabes si Anders Knutas va a pasarse hoy por el lugar del crimen?

– No tengo ni idea. Tendrás que hablarlo con él.

– De acuerdo, gracias.

Johan aceleró el paso hacia la redacción.

El logotipo de Radio Gotland lucía en la fachada del edificio de la radio junto con el de la televisión. Las marquesinas de las ventanas de color azul y blanco parecían desgastadas a la luz del sol de la mañana. En el aparcamiento del patio había algunos coches de la radio local. Observó que una de las plazas estaba reservada para Noticias Regionales. Estaba vacía, como burlándose de él. En otro tiempo, el coche de la TV local habría estado allí. Pero ya no había coche. Sintió vergüenza al pensar en la mala cobertura que Noticias Regionales tenía ahora en la isla. Las únicas informaciones que llegaban desde allí tenían que ver, la mayor parte de las veces, con el turismo, los vertidos de petróleo o el tráfico de Gotland.

Entró y redactó un texto en poco más de un minuto para el programa de la mañana. Los trabajos de edición sencilla sabía hacerlos él mismo. Cuando terminó, lo envió con el nuevo sistema de comunicación por ordenador. En unos minutos podrían ver el contenido en Estocolmo. Además, fue entrevistado vía telefónica por una de las reporteras que más le gustaba de TV, Madeleine Haga.

Las Noticias de la mañana ya tenían lo suyo. Eran más de las siete y a Johan le pareció que ya era una hora aceptable para llamar a Knutas. El comisario atendió directamente el teléfono.

– He sabido que habéis detenido al novio esta noche. ¿Por qué?

– No puedo contártelo.

– Algo podrás decir, digo yo…

– No.

– ¿Vas a estar hoy en el lugar del crimen?

– Sí, un rato por la mañana. Saldré sobre las diez.

– ¿Cuánto tiempo vas a estar allí?

– Un par de horas, supongo.

– ¿Te importaría que te hiciera una entrevista corta allí?

– Desde luego que no.

– Bien, entonces quedamos en eso. Gracias y adiós.


Al guardar el móvil, Knutas se dijo que para aquella entrevista tendría que ir preparado. Ninguna pregunta desagradable tenía que sacarle de sus casillas.


La habitación estaba casi totalmente a oscuras cuando se despertó. Los estores estaban bajados. Algo de la claridad de la noche se filtraba, no obstante, a través de ellos. La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas. Tenía el cuerpo dolorido y la lengua adherida al paladar. Se levantó de la cama con esfuerzo. Podía oír el oleaje del mar afuera. Abrió el grifo para beber. El agua fría del grifo salpicó contra la fría porcelana del fondo antes de que tuviera tiempo de poner debajo el vaso. Bebió a grandes tragos, se calzó los zuecos y salió. Apuntó con el chorro de orina al mismo agujero del muro de piedra que rodeaba la casa en el que siempre intentaba hacer blanco. Notó el frío sano de la noche contra sú piel desnuda. No sintió frío, aunque sólo llevaba puesto el pantalón del pijama.

Había soñado con ella. Cómo la había seguido por la playa. Su miedo al darse cuenta de que estaba justo tras ella en mitad de la niebla. Había permanecido muy concentrado. Totalmente. Cuando se volvió, el odio estalió en su cabeza como fuegos artificiales de color rojo y disfrutó al ver el miedo en los ojos de ella antes de que le asestara el golpe. Cuando se desplomó, se sintió como un vencedor. Siguió dándole golpes. Aunque era consciente de que había hecho algo terrible, algo irremediable, no se había sentido nunca tan bien.

El perro lo sacó de su euforia. Aún estaba vivo, aunque el primer golpe le había alcanzado justo en la cabeza. Cuando acabó con ella y estaba arrastrando el cuerpo hacia el bosquecillo, oyó el gruñido lastimero. Que el cabrón del perro aún estuviera vivo, lo enfureció.


Normalmente, Anders Knutas solía quedarse en la comisaría cuando había pasado algo trágico; para dirigir las operaciones. Como la araña en el centro de la tela. Sin embargo, en Gotland no había pasado nunca antes algo parecido a aquel asesinato, y quería examinar el lugar del crimen una vez más, con tranquilidad. A menudo, había muchas cosas en el lugar donde habían ocurrido los hechos que podían indicar cómo se había producido el crimen. No había más que abrir los ojos y observar. Ya se encontraba abajo, en Fröjel, junto a las escaleras de acceso a la casa de veraneo de la familia Hillerström. Como de costumbre, en vaqueros y camiseta de tenis. Como calzado, unos flexibles zapatos de paseo. La chaqueta la había dejado en el coche. El día era claro y el aire, anticiclónico y fresco. Entre los árboles podía ver destellos del agua resplandeciente. «Bien, por aquí bajó la víctima ayer por la mañana», pensó.

Decidió tomar el mismo camino que, según creían, había seguido Helena Hillerström.

Más allá de la casa, un estrecho sendero de guijarros bajaba hasta el agua, a unos cien metros de distancia. Había varios coches policiales aparcados en la playa.

La cinta que acordonaba el lugar revoloteaba con el viento. Se quedó del otro lado para no entorpecer el trabajo de los técnicos. Sólo le costó unos minutos bajar hasta la playa. Tuvo que cruzar un banco de arena para llegar hasta ella.

El mar estaba agitado. Las olas hacían espuma y se arremolinaban, las chillonas gaviotas revoloteaban en bandadas sobre las olas. Las islas Stora y Lilla Karlsö parecían surgir del mar. Las formaciones rocosas se apreciaban con claridad, al menos las de la isla Lilla Karlsö. Stora Karlsö se escondía detrás, más plana y más lejana.

Se quedó observando la playa. No era larga, a lo sumo un kilómetro, con arena fina y dorada. Un poco más arriba de la línea de playa crecían hierbajos y cañas. Allí había hondonadas amplias y profundas por todas partes. Perfectas para quienes querían tomar el sol al abrigo del viento que solía soplar en la playa.

Knutas consultó el reloj. Las nueve y media.

Paseó por la playa fuera de la zona acordonada. Ella, por lo visto, anduvo con el perro cerca del agua. Sin sospechar nada. El día anterior había habido niebla por la mañana, así que el asesino no tuvo ningún problema para ocultarse. Sohlman le informó de que había varias huellas de zapatos en la playa. Comprobaron las huellas de los zapatos de Helena; las otras que había en el lugar del crimen tenían que ser las del asesino. Las manchas de sangre y otras marcas aparecidas en el suelo mostraban que fue asesinada en la playa y después arrastrada hasta el bosquecillo. Los expertos estaban concentrados en su trabajo dentro de la zona acordonada. Todo lo que encontrasen, que fuera de interés, en las inmediaciones del lugar del crimen sería enviado al Laboratorio Nacional de Ciencias Forenses, SKL, en Linköping, para su análisis.

Llegó hasta el extremo de la playa sin haber observado nada especial e inició el camino de vuelta. Todo apuntaba a que el asesino había acabado primero con el perro. Tuvo que ser así, sin duda. Se trataba de un perro guardián obediente, así que se habría visto obligado a hacerlo. A no ser, claro, que el perro lo conociera. Entonces la cosa cambiaba. El agresor podía ser un conocido de la víctima. Era lo más frecuente en los casos de asesinato. Tenía el presentimiento de que el novio no era culpable. Era su teoría. Pero, de momento, se la guardaba para sí mismo. Alguno de los participantes en la fiesta estaba en la cuerda floja. ¿Kristian Nordström quizá?

Era el único con quien Knutas aún no había hablado. El interrogatorio no tendría lugar hasta el día siguiente.

Él no creía que el asesinato de Helena Hillerström fuera una casualidad. Estaba descartado que Helena se hubiera encontrado por azar con un asesino pertrechado con un hacha en aquella playa tranquila, unas semanas antes de que comenzara la temporada turística. El asesinato se caracterizaba por la furia, algo que solía estar relacionado con el deseo de venganza. Pero no tenía por qué ser necesariamente contra Helena Hillerström. Podía tratarse de una venganza contra las mujeres en general.

En este punto, Knutas se encontraba de vuelta en el sitio donde había iniciado el paseo por la playa, sin que hubiera conseguido tener las cosas más claras.


La carretera estaba casi vacía. Eran algo más de las nueve, y Johan y Peter se dirigían hacia el sur. A ambos lados de la carretera se extendía un paisaje llano bajo el resplandor del sol de la mañana. Por la derecha asomaba el mar a intervalos regulares, mientras que campos y prados se alternaban por la izquierda.

Rebaños de ganado pastaban en los verdes prados. Johan se preguntaba por qué las ovejas de Gotland eran negras, en tanto que casi todas las vacas eran blancas. En la Península era al revés. Ovejas blancas y vacas negras o marrones.

Pasaron cerca del campo de tiro de Tofta y junto a la iglesia con su torre revestida de tablas de madera cubiertas con alquitrán, antes de reducir la velocidad para cruzar el pequeño pueblo de Västergarn y continuar luego por las afueras de Klintehamn, un pueblo grande.

Al cabo de unos pocos kilómetros, se encontraron delante de la iglesia de Fröjel, revocada en blanco, que se alzaba al borde de la carretera. Desde allí se podía ver el mar con mayor nitidez. Algunos caballos de color castaño trotaban por un prado. En los campos de cereal aún se alternaban distintos matices de verde. Abajo, al lado de un pequeño bosque cerca del mar, vieron los coches de la policía y la cinta que acordonaba la zona. Aparcaron al lado de los otros automóviles.

El comisario estaba hablando con una colega. Levantó la mirada cuando ellos se acercaron. Podía concederles una entrevista dentro de un cuarto de hora, y no podían rebasar la cinta, les explicó.


Una zona que parecía tener varios centenares de metros cuadrados estaba acordonada. Johan contempló el bosque, los bancos de arena y el mar. En aquel paraíso natural había tenido lugar un asesinato brutal. Se preguntaba cómo habría ocurrido, si la mujer llegó a sentir miedo.

Bajaron hasta la playa dando un paseo. Dentro de la zona acordonada se desplazaban dos policías, que casi con seguridad serían expertos, mirando atentamente el suelo. De vez en cuando recogían algo que luego echaban en una bolsa de plástico.

«¿Fue el novio quien la siguió y la asesinó de forma tan salvaje?», se preguntó Johan. El caso era que estaba detenido. Al mismo tiempo, sabía por experiencia que el fiscal, a veces, podía detener a los sospechosos sin motivos suficientes.

De repente, Peter interrumpió sus pensamientos.

– ¡Eh, quita de en medio! -le gritó desde detrás de la cámara, concentrado y con la mirada en el objetivo.

Había montado la enorme cámara de TV sobre un trípode y Johan estaba en medio de la vista panorámica que quería rodar de la playa.

Eran las once. El redactor de las noticias de las doce se había mostrado dispuesto a conformarse con el material de la mañana, así que no tenía que preocuparse de eso.

– Creo que deberíamos pasarnos por la casa de la hermana del viejo que encontró el cadáver -dijo Johan cuando entraron en el coche-. Se llama Svea Johansson y vive cerca de aquí. Podríamos intentar que nos concediera una entrevista.

– Claro -asintió Peter, complaciente como de costumbre.


Svea Johansson abrió después de la cuarta llamada. Un olor a bollos recién horneados les dio la bienvenida.

– Pero bueno… ¿Y ustedes quiénes son? -les preguntó sin rodeos con la voz cantarína propia del dialecto de Gotland y mirándoles directamente a la cara.

Nunca habían visto una mujer tan bajita. Llevaba el pelo blanco recogido en un moño en la nuca. El rostro mostraba un color sano, con pequeñas y delicadas arrugas. Se protegía con un delantal de algodón a rayas y tenía la punta de la nariz manchada de harina. «No puede medir más de 1,40 de estatura», pensó Johan fascinado mientras se presentaban.

– Bueno, pasad entonces -dijo Svea y les franqueó el paso al vestíbulo, estrecho y oscuro-. Estoy haciendo unos bollos, así que adelante y sentaos en la cocina.

Se sentaron en el sofá de la cocina y enseguida aparecieron un par de tazas de café sobre la mesa.

– Un poco de café sí querréis, claro -murmuró la anciana, sin esperar respuesta-. Habéis tenido suerte, porque en un momento estará lista la primera bandeja.

– Seguro que son excelentes -dijeron los dos al mismo tiempo.

Johan miró afuera, hacia el patio, consciente de que aquello sería más bien largo.

– Queríamos saber si podría contarnos lo que pasó cuando su hermano encontró a la mujer asesinada -preguntó Johan.

– Sí, claro que puedo -respondió al tiempo que sacaba una bandeja de bollos de canela del horno-. Se puso malo, el pobre. Todavía está en el hospital. Quieren tenerlo ingresado unos días más. He hablado con él esta mañana, y parecía bastante animado.

– ¿Qué pasó cuando la encontró?

– Bueno, pues íbamos a salir a dar un paseo. Siempre damos un paseo cada día. Pero ayer no quise acompañarle, no, porque me dolía la garganta y además tosía mucho. Hoy estoy mucho mejor -constató llevándose la mano al cuello lleno de arrugas-. El caso es que llegó sobre las once, como de costumbre. Comimos juntos un poco, como solemos hacer. Después volvió a salir, también solo. Yo me quedé aquí y me puse a coser. No pasó mucho tiempo antes de que volviese y empezara a llamar a la puerta, aunque estaba abierta. Lo encontré totalmente fuera de sí; desvariaba acerca de una mujer muerta y de un perro muerto y que tenía que llamar a la policía.

Johan se sobresaltó.

– ¿Un perro muerto? ¿Puedes contarnos algo más acerca de eso?

– Sí, por lo visto habían matado a un perro. La cabeza estaba casi desprendida y era algo absolutamente terrible -se lamentó meneando la cabeza.

Johan y Peter se miraron. Aquello era nuevo…

– ¿Era el perro de la mujer? -preguntó Johan.

– Sí, seguro que era su perro. Eso dijo la policía cuando estuvo aquí.

Media hora más tarde, Johan y Peter abandonaron la casa. Llevaban el relato de Svea grabado en una cinta.


Emma Winarve se despertó sudorosa. Tenía un sabor de boca repugnante y un nudo de angustia en la garganta. La pesadilla la tenía aún atenazada. Helena y ella paseaban juntas por la playa, como habían hecho en tantas ocasiones. Helena iba un trecho delante de ella. Emma le gritaba que la esperase, pero Helena no le contestaba. Entonces, apresuraba el paso y volvía a llamarla. Su amiga seguía sin volverse. Emma intentaba correr, sin conseguirlo. Los pies se levantaban del suelo como a cámara lenta y, aunque se esforzaba cuanto podía, no lograba acercarse. No llegaba nunca a alcanzar a Helena y se despertó en mitad de un grito.

Furiosa, retiró de una patada el edredón de Olle, que estaba en su lado de la cama, encima del suyo, y era la causa de que tuviese tanto calor. Sentía deseos de llorar, pero se dominó y se levantó de la cama. El sol de la mañana se filtraba a través de las finas cortinas de algodón e iluminaba el amplio dormitorio.

No había ido a trabajar, a pesar de que sólo quedaban dos días para que acabara el curso y tenía un montón de cosas que hacer. No quería dejar a los alumnos en la estacada, pero en aquellos momentos no tenía fuerzas para encontrarse con ellos. Trataría de hacer los últimos trabajos antes del fin de curso desde casa. El director lo había comprendido. La conmoción. La pena. Emma y Helena. Helena y Emma. Habían sido las mejores amigas.

Acometió el aseo diario de forma mecánica. Los chorros de la ducha caían sobre su cuerpo febril, sin que sintiera que la refrescaran. La piel era como una gruesa coraza, que no tenía nada que ver con lo que había dentro. El contacto entre su exterior y su interior se había roto.

Olle había llevado a los niños a la escuela antes de irse al trabajo. Se ofreció a quedarse en casa, pero ella había rechazado rotundamente su ofrecimiento, quería estar sola. Se puso unos vaqueros y un jersey y fue descalza hasta la cocina. Siempre andaba descalza en casa, incluso en invierno. Después de un café bien cargado y un par de tostadas se sintió algo mejor. Pero la sensación de irrealidad se agitaba dentro de ella. ¿Cómo había podido ocurrir aquello? Su mejor amiga asesinada en «su» playa. Donde habían jugado con el cubo y la pala; donde habían galopado a los doce años, cuando estaban locas por los caballos; donde habían paseado y hablado de sus problemas en la adolescencia; donde habían conducido la moto y pillado su primera borrachera. Ella incluso perdió la virginidad en la playa.

El teléfono interrumpió sus pensamientos. Era el comisario Knutas.

– Siento tener que molestarte, pero me gustaría que charláramos un rato lo antes posible. También quería comunicarte que Per Bergdal ha sido detenido esta mañana. ¿Te va bien que pase por tu casa después del almuerzo?

Se quedó helada. Per detenido. No podía ser cierto. «La policía tiene que saber todo lo que pasó durante la pelea», pensó.

– ¿Por qué lo han detenido?

– Hay varias razones, te las explicaré cuando nos veamos.

Conmocionada y perpleja como estaba, no quería tener a ningún policía en medio de su infierno particular. Lo mejor sería verse en terreno neutral.

– ¿Podemos vernos en la comisaría? ¿A las dos?

– Estupendo. Lo dicho, siento tener que molestarte pero es importante -repitió Knutas.

– Está bien -aceptó con la voz apagada.


Knutas tomó un trago de café de una jarrita de porcelana decorada con el emblema del club de fútbol AIK. Un regalo de su hermano que sacaba de quicio a su colega Erik Sohlman, hincha del Djurgárden desde que nació.

Echó una ojeada al reloj de la pared. Las doce menos cuarto. Le hacía ruidos el estómago. Había dormido poco, y cuando dormía poco tenía que compensarlo con comida. Menos mal que pronto sería la hora de comer.


El grupo que llevaba la investigación se habá reunido para repasar la información de que disponían hasta el momento. El fiscal también se encontraba allí.

En el cuarto hacía calor y olía a cerrado. Wittberg abrió la ventana que daba al aparcamiento de la policía. Los rayos de sol jugaban al escondite entre las hojas de color verde claro de los árboles. La bandera sueca ondeaba al viento. Un remolque lleno de bulliciosos estudiantes con sus gorras blancas de bachilleres pasaba por la calle Birkagatan. Fin de curso y fiesta nacional. Y ellos allí dentro, hablando del que quizá fuera el peor asesinato ocurrido en Gotland.

– Estamos aquí para recapitular la situación -dijo Knutas-. Melena Hillerström fue asesinada entre las 8.30 y las 12.30. Las pisadas, la sangre y las huellas del arrastramiento, abajo en la playa, demuestran que la muerte se produjo en Gustavs, así que el cuerpo no fue trasladado hasta allí desde ningún otro sitio. El informe preliminar del forense dice que murió a consecuencia de los violentos golpes que recibió en la cabeza. El tipo de lesiones del cráneo induce a pensar que se produjeron por los golpes asestados con un arma de filo, probablemente un hacha. El cuerpo también presentaba varios cortes de hacha. Además, el asesino le introdujo las bragas en la boca. Helena Hillerström estaba desnuda. Si fue violada o no, aún no lo sabemos, no hay ningún indicio externo de violencia sexual. Tampoco se ha apreciado ningún tipo de violencia dirigida contra los órganos sexuales. El cuerpo va camino de la Unidad de Medicina Legal del hospital de Solna. Parece que tardaremos un par de días en conocer el resultado preliminar de la autopsia. Las bragas han sido enviadas al Laboratorio Nacional de Ciencias Forenses, SKL, para su análisis. Los expertos no han podido encontrar restos de semen ni en el cuerpo, ni en las bragas. Veremos lo que dicen los análisis. El resto de su ropa no ha aparecido.

– ¿Y el arma del crimen? -preguntó Wittberg.

– Tampoco ha aparecido -replicó Sohlman-. Hemos rastreado detenidamente la zona donde apareció el cadáver. No se ha encontrado nada de interés, salvo unas colillas de cigarrillos que también hemos remitido a SKL para que sean analizadas. Hemos entrevistado a los vecinos de la zona, nadie oyó nada, nadie ha visto nada. La única pista importante que tenemos hasta ahora son las huellas de los zapatos. Las misma huellas aparecen tanto en la playa como en el bosquecillo, unos zapatos deportivos de marca desconocida, del número 45. Tienen que ser del asesino.

Se levantó. Desplegó con cierta dificultad un mapa y lo fijó en la pared. Era un mapa de la playa de Gustavs y sus alrededores. Se secó el sudor de la frente con un pañuelo y señaló el lugar donde había aparecido el cadáver.

– Aquí estaba el cuerpo. Las huellas muestran que la víctima hizo este recorrido a lo largo de la playa. Después debió de regresar y recorrer el mismo camino de vuelta. En uno de los extremos de la playa, desde el que salió Helena, la hierba está pisoteada. Parece como si el asesino hubiera estado allí, esperándola. Puede que supiera qué camino iba a seguir y la alcanzara antes de que tuviera tiempo de llegar al camino. No hay ninguna huella de coche, de modo que el asesino tuvo que llegar hasta allí andando. Lo más probable es que la matase allí. Las manchas de sangre en el suelo parecen indicar eso. Después, arrastró el cuerpo hasta el pequeño bosque.

– ¿Y el perro? -intervino Karin Jacobsson.

– Tiene que habérselo quitado de encima antes. Según el novio, era un perro guardián atento y obediente, que siempre se mantenía cerca de su dueña, dispuesto a defenderla. Fue golpeado en la cabeza y el cuello con un hacha. La cabeza estaba prácticamente seccionada. Además, le cortó una pata. Me pregunto cuál sería el motivo.

Los presentes se removieron en sus sillas. Karin hizo un gesto de desagrado.

– ¿Cuántas personas sabían que se encontraba en la isla? -preguntó Norrby.

– Unas treinta personas, si he contado bien -contestó Karin rebuscando entre sus papeles-. Su familia, los compañeros del trabajo y un par de amigos en Estocolmo, su amiga Emma Winarve, los vecinos más cercanos y, claro, los invitados a la fiesta.

– ¿Qué induce a pensar que haya sido el novio? -quiso saber Wittberg, y se volvió hacia el fiscal.

– La pelea que se produjo entre él y Helena en la fiesta y que terminó con que él le pegó -contestó Smittenberg-. Se puso celoso. Ella estaba bailando con un antiguo compañero de clase, Kristian Nordström. A Bergdal le pareció que ese tal Kristian se estaba propasando y que ella lo consentía. Entonces sacó a Helena fuera, empezaron a discutir y él le dio un bofetón. Bergdal tenía arañazos y la señal de una mordedura que le hizo ella. La trifulca duró sólo un momento. Luego salió Nordström para hablar con Bergdal. También recibió un puñetazo. Los amigos intervinieron y no llegó a producirse una pelea. Dicen que todo estaba tranquilo cuando dejaron la casa. Bergdal se había dormido y Helena incluso se había acostado a su lado. Los agravantes en su caso son que fue la última persona que vio a Helena con vida y el hecho de que se pelearan la noche anterior al asesinato. A mí me parece que es suficiente para detenerlo en las circunstancias actuales. Sin embargo, para poder solicitar su prisión preventiva necesito algo más. Si no conseguís más pruebas, como por ejemplo pruebas técnicas, tendré que dejarlo en libertad. Disponéis de tres días, a lo sumo.

– ¿Qué se sabe de Helena? -preguntó Karin-. ¿Qué tipo de vida llevaba?

Knutas miró su bloc de notas.

– Llevaba una vida normal, según parece. Nació el 5 de julio de 1966, así que tenía treinta y cuatro años. Nacida y criada en Gotland. La familia se trasladó a vivir a Estocolmo en 1986, cuando Helena tenía veinte años. Conservaron la casa de veraneo en Fröjel, adonde venían un par de veces al año. Solían pasar aquí todos los veranos. Se había formado como analista de sistemas en la Universidad de Estocolmo y trabajaba para una empresa de informática desde hacía tres años. Tenía muchos amigos. Antes de conocer a Bergdal no había mantenido ninguna relación amorosa especialmente larga, según parece. Nunca estuvo casada ni prometida. Según Bergdal, tuvo una relación con ese tal Kristian que estuvo en la fiesta. Pero también puede ser pura fantasía. Por lo que sabemos, el novio es muy celoso, aunque ninguno de los amigos ha podido confirmar que sea cierto. Y lo más lógico es que alguno de ellos hubiera sabido una cosa así. A Kristian Nordström aún no le hemos podido interrogar, porque se trasladó a Copenhague al día siguiente de la fiesta. Sus padres viven allí. He hablado con él por teléfono y volverá mañana.

– ¿Helena Hillerström tenía algún tipo de antecedente policial? -inquirió Wittberg.

– No. La cuestión es qué vamos a hacer ahora. Interrogaremos a todos los que estuvieron en la fiesta. Sobre todo, quiero hablar con Kristian Nordström. Alguien tendrá que ir a Estocolmo para interrogar a la familia de Helena, a sus compañeros de trabajo, a los amigos y demás personas de su entorno. Deberíamos hacerlo lo antes posible. Hemos de trabajar sin hipótesis, no tenemos pruebas de que sea Bergdal. Si no es él, no sabemos si el asesino es de la isla o si la ha seguido desde la Península. O si se trata de alguien a quien la víctima ni siquiera conocía, alguien a quien se encontrara por casualidad.

– Yo puedo desplazarme a Estocolmo -dijo Karin-. Tenemos que hablar cuanto antes con quienes la conocían. Puedo viajar esta tarde.

– Está bueno -dijo Knutas.

Sus colegas ya sabían que Knutas a veces utilizaba giros y expresiones de su mujer danesa.

– Llévate a alguien. Hay mucho que hacer en Estocolmo y muchas personas a las que interrogar. Sin duda, allí tendrás ayuda de la Policía Nacional, pero me parece que deberíais ir dos.

– Yo puedo viajar con ella -se ofreció Wittberg.

Karin lo miró agradecida.

– Está bien. Por lo demás, seguiremos a la espera de lo que diga el SKL. Mientras tanto, iremos confeccionando una lista de la red de amigos y conocidos que tenía Helena aquí, en la isla. ¿Con qué gente se relacionaba cuando estaba aquí? Además de su mejor amiga, claro. Tenemos que interrogar a los vecinos una vez más. Quiero tener un interrogatorio más en profundidad con Emma Winarve. ¿Qué hizo Helena los días anteriores a su muerte? Conversaciones a través del móvil, mensajes de SMS… El novio dice que apagaron los móviles apenas desembarcar. De todos modos, tendremos que comprobar tanto su teléfono como el del novio. ¿Qué podemos hacer para buscar la ropa? Aumentaremos el perímetro alrededor del lugar donde fue hallada, tanto en lo que se refiere a la búsqueda sobre el terreno, como a preguntar a los vecinos. Bien, todo esto es lo que creo que podemos ir haciendo de momento. ¿Qué os parece? -preguntó Knutas para terminar.

Nadie tuvo nada que objetar y se repartieron las tareas.


Después de comer con algo de retraso, Johan y Peter regresaron en el coche hasta la comisaría de policía para mantener la entrevista con el comisario. Querían que les confirmara los nuevos datos acerca del perro antes de preparar el reportaje para el informativo de la tarde.

En la puerta de cristal que daba acceso a la sección de la policía judicial, Johan se tropezó con una mujer con el cabello cortado en media melena, de color arena, y unos ojos oscuros, que miraban de frente.

Les saludó de forma apresurada y desapareció por el pasillo con el bolso colgado al hombro. Alta y guapa, llevaba unos pantalones vaqueros y calzaba botas.

– ¿Quién era? -preguntó Johan, antes siquiera de saludar.

– Una amiga de la mujer asesinada -contestó Knutas escuetamente-. Pasad. Bien, ¿qué queréis? -preguntó algo cansado, sentándose pesadamente tras el escritorio-. Estoy muy ocupado.

Johan se sentó en una de las sillas dispuestas para las visitas. Decidió ir directo al grano.

– ¿Por qué no habéis dicho nada del perro?

Knutas no se inmutó.

– ¿Decir qué?

– Que el asesino había cortado la cabeza al perro de la chica, o poco menos. Que el perro fue encontrado cerca del cadáver.

A Knutas empezaron a salirle manchas rojas en el cuello.

– No puedo confirmar lo que estás diciendo. Ésos son tus datos, y tendrás que responder de ellos.

– ¿Qué conclusiones sacáis de ello?

– Puesto que no puedo confirmar ni desmentir lo que dices, tampoco puedo sacar ninguna conclusión.

– Sabemos por dos fuentes distintas que la mataron con un hacha. Ya se ha publicado y ha estado en todas las portadas de los periódicos. ¿No sería mejor que lo confirmaras?

– No importa la cantidad de fuentes que tengas, no voy a decir nada para no entorpecer la investigación. Te ruego que lo aceptes -respondió Knutas con impaciencia contenida.

– De todos modos, tengo que hacerte otra entrevista.

– Sí, claro, pero no voy a decir más de lo que ya he dicho. Por nuestra parte, no estamos dispuestos a decir más en la situación actual. El sospechoso no está de momento en prisión y el fiscal no ha presentado ante el juzgado ninguna solicitud de prisión preventiva. Por eso, para no entorpecer la investigación, no podemos confirmar lo que dices acerca del perro. Puede ser que el asesino ande suelto y, en tal caso, es importante que la información sensible no salga a la luz. Espero que seáis lo bastante sensatos como para no contar eso y esperéis hasta que sepamos más -dijo Knutas mirándoles serio.


Después de una entrevista incómoda para ambas partes, Johan y Peter se apresuraron a volver a la redacción. Estuvieron trabajando un par de horas para montar tres reportajes que se diferenciaran lo suficiente como para satisfacer a las distintas redacciones de Televisión Sueca.

Los programas de noticias no podían parecerse unos a otros, en absoluto.

De acuerdo con Grenfors, decidieron contar lo del perro y emitir la entrevista con Svea Johansson. Los datos les parecían relevantes, porque de alguna manera daban cuenta de la índole del asesino. Además, pensaron que podía ser interesante para los espectadores oírselo relatar a la hermana del hombre que había encontrado el cadáver

Grenfors estaba satisfecho de que hubieran conseguido entrevistar a la hermana, quien no dudó en dar su consentimiento para que la entrevista se emitiera en TV. Cuando Johan le advirtió del impacto que podía tener su emisión, se limitó a responder que las cosas ocurrieron así, que no había ninguna razón para que la gente no pudiera saber lo sucedido. «Esta vieja tenía que haber sido periodista», pensó Johan.

Cuando acabaron de montar el reportaje, llamó a Knutas para explicarle que iban a emitir la entrevista con Svea Johansson, en la que ella hablaba del perro. Sabía lo importante que era no ponerse a malas con la policía, porque en tal caso resultaría más difícil obtener información en adelante. Knutas no se enojó, parecía más bien que se rendía. A modo de compensación, Johan le prometió que incluiría en el reportaje que la policía aceptaba agradecida cualquier información que pudieran facilitar los ciudadanos.

Fueron paseando hasta el hotel en aquella tarde cálida de principios de verano. Peter le propuso a Johan dar una vuelta y cenar en alguna terraza, en lugar de volver directamente al hotel.

Johan conocía bien Gotland. Había estado en la isla muchos veranos. Sobre todo con la bicicleta, en los años ochenta, cuando estuvo realmente de moda que todo el mundo recorriese la isla en bicicleta en verano. Familias, clases de escolares, jóvenes, parejas de enamorados… Se preguntaba qué habría sido de aquello. La isla continuaba siendo igual de buena para ello, con su terreno llano, con las cunetas repletas de flores y las largas playas de arena fina junto a las carreteras.

Bajaron hasta la calle Strandgatan y siguieron a través de una salida de la muralla hasta el parque de Almedalen, un espacio amplio y abierto, con bancos, fuentes, césped y un escenario en el que los políticos solían pronunciar sus discursos durante la tradicional semana de los políticos, en julio. En verano, el parque estaba a rebosar de turistas que tomaban el sol y de familias con niños.

Ahora estaba desierto. Cruzaron el parque y dieron un paseo por el puerto, donde el viento procedente del mar era fresco. En el puerto apenas había barcos. La mayoría de las terrazas y restaurantes estaban aún cerrados. Dentro de dos o tres semanas, estarían cada tarde repletos.

La ciudad tenía un aspecto totalmente distinto cuando no estaba abarrotada por hordas de turistas. Subieron por la escalera al lado de la iglesia, Kyrktrappan, hasta las casas pintorescas de Klinten. Visby se extendía a sus pies como un hormiguero de casas, antiguas ruinas y calles estrechas, que se apiñaban dentro de la muralla. Con el mar al fondo.

Había oscurecido ya cuando bajaron por la cuesta de Rackarbacken y pasaron al lado de la catedral. Dentro, el coro estaba ensayando. Las notas suaves de En vänlig grönskas rika dräkt fluían al exterior a través de la puerta de madera.

Cuando volvieron al hotel, entrada la noche, acordaron que al día siguiente tratarían de entrevistar a la amiga de Helena Hillerström.

Загрузка...