Piter me propino otro latigazo para abrirse paso, y yo le ofreci el culo, que es donde golpeo, chac, y me dolio, pero pude aguantar sin echar a llorar, y luego vino a por mi. Habia descubierto que el cinturon le obligaba a mantener las distancias, y el buscaba una lucha cuerpo a cuerpo.
Dio un salto y me agarro por mi cinturon. Pretendia arrastrarme al suelo. Seguramente habria logrado su objetivo pero, antes de que diera el tiron, le propine una patada en el pecho, levante una caja de cervezas con las dos manos y la descargue con fuerza sobre su cabeza.
La fuerza combinada de los dos golpes provoco un grito y una caida, y aumento en un cien por cien el peligro que llenaba aquel patio siniestro.
Ahora atacaba el Puti. Yo, desenganemonos, no me veia capaz de defender mi posicion mucho rato. De modo que hice caer otro par de cajas, me volvi hacia el rincon y, sin pensarlo dos veces, me vi agarrado a los salientes de la caneria de desague, y empezando a escalar con movimientos sincopados y rigidos, mientras gritaba: «?Socorro! ?Auxilio! ?Socorro! ?Auxilio!»
En el recuerdo, me veo tan comico como una senora gorda subida a una silla porque ha visto un raton. Pero en aquel momento no le veia ninguna gracia a la situacion, palabra. Yo trepaba hacia la ventana del primer piso y, detras de mi, escalando con los pies y las manos, echando chispas por los ojos y fuego por la boca, sabia que venia el Puti dispuesto a todo.
Su mano derecha arrugaba la foto de la sardina, y aquello me recordo algo que deje para mas tarde. No obstante, la imagen me quedo grabada.
Un pie aqui, otro alla, siempre hacia arriba con la intencion de colarme por la ventana del primer piso, mientras la mano del Puti me aranaba las zapatillas sin poder agarrarme…
… Y yo que llego al alfeizar de la ventana, y me izo a fuerza de brazos, apoyando siempre los pies aqui y alla, porque las canerias tienen unos salientes muy faciles de escalar…
Me perseguian los gritos y la mala leche del Puti. Se habia puesto como loco. No estaba dispuesto a dejarme escapar, ni en broma. Oi el tintineo de las botellas de cerveza a las que se encaramaba, adivine que se subiria a lo alto, que me agarraria por los pies, que tiraria y que yo caeria…
?Cuantos metros habria hasta el suelo? ?Tres?, ?cuatro? ?Cuanto dano puedes hacerte cayendo desde esa altura?
?La ventana estaba cerrada!
La golpee con el puno.
– ?Abran! ?Abran! -grite.
No podia detenerme. Aunque no mirara («Por lo que mas quieras, no mires hacia abajo, o te marearas y caeras»), presentia la presencia del Puti. Imaginaba su mano lanzandose hacia mi, como el brazo del Hombre de Goma de Los Cuatro Fantasticos. Imaginaba que me cogia por el tobillo y tiraba…
… Y ahora la caida seria de mas metros, porque yo ya habia escalado un par de peldanos mas, dos salientes de caneria mas, apuntalando los pies en el alfeizar de la ventana cerrada, buscando la proxima…
La proxima ventana estaba abierta.
Me temblaban las manos, me pesaba la mochila en la espalda, era consciente de que, si perdia el equilibrio hacia atras, no habria nada que parara mi caida. Y eso me hacia calcular la anchura de las canerias, y me daba cuenta de que mis talones apenas si tenian apoyo, e iba subiendo tembloroso, incluso en silencio, para concentrarme mejor en lo que tenia entre manos, como si temiera que el aire expirado al gritar pudiera proyectarme hacia el vacio…
Consegui llegar hasta la ventana del segundo piso. Eche una mirada al interior. Vi a una mujer sentada en la taza del water, con las bragas bajadas. Y no le vi nada, no habia nada que ver, pero ella se puso furiosa, emitio un chillido capaz de romper copas de duralex, y empujo el batiente de la ventana.
El batiente me pillo los dedos, y me dolio.
Grite, me solte, estuve a punto de caer, sujetandome tan solo a la caneria…
… Y, en ese preciso instante, la mano del Puti me agarro del tobillo.
Senti que una descarga electrica me recorria el cuerpo. Grite y, sin poder evitarlo, mire hacia abajo. Habia unos seis o siete metros de caida libre, y esto es muchisimo mas de lo que parece.
Bajo mi, el rostro odioso del Puti riendo, y su mano agarrandome.
Me aferre con las dos manos y con todas mis fuerzas a la caneria y separe el pie libre de su soporte, para dejarlo caer a plomo.
Con todo el peso de mi cuerpo, cayo sobre la nariz del Puti. Todavia se reia cuando se vio chafado por el dolor perdiendo pie, con los ojos cerrados, y empezo a caer…
… Todavia me sujetaba el tobillo cuando empezo a caer, y tiro, y yo note como se me despegaban los dedos de la caneria, resbalando hacia abajo…
… Pero me solto en el ultimo instante y oi el grito y el estrepito infernal de botellas y cajas que se producia al fondo del patio interior, y que parecia amplificarse ensordeciendo a todo el vecindario…
… Y mis dedos atraparon otro saliente, y mis pies hallaron donde apuntalarse, y no me cai, no me pregunteis como lo hice, el caso es que no cai.
Durante unos instantes, el mundo dejo de rodar. Acto seguido, se puso a rodar demasiado deprisa. Oi aplausos y, al mirar hacia arriba, vi rostros amables que me sonreian y me animaban «?Muy bien, chico! ?Sube, ven para aca, sube…!»
Continue subiendo. A fin de cuentas, todavia quedaba un Tercer Simio, armado con una navaja, en el interior del bar.
Subir, llegar arriba, avisar a la policia y explicarles todo lo que sabia y acabar de una vez por todas con aquella aventura.
– ?Dame la mano, chaval! -decia un vecino, tendiendome el brazo.
Le di la mano, y entonces me parecio que me abandonaban las fuerzas. Tuve la tentacion de soltarme y confiar que aquel hombre me sujetara.
Pero un ultimo esfuerzo me empujo hacia la ventana, y pataleando un poco me meti de cabeza dentro de un piso que me parecio lleno de juguetes infantiles.
– Muy bien, chico, ?que te ha pasado? ?Que querian hacerte esos dos gamberros?
– Ya lo ve… Querian jugar conmigo…
– Pues no creo que te pidan la revancha, no… Mirales…
Mire hacia abajo.
En el fondo del patio interior (que ahora ya no me parecia tan lejano) habia un monton informe de cajas verdes y rojas. En la cima de la montana, el Puti se quejaba de dolores agudos en una pierna. Bajo el, medio sepultado por las cajas y los cristales, chapoteando en un liquido de color indefinido, distingui al Piter. Ambos parecian tan mal parados como yo deseaba.
Fernando Esteso se asomo al patio intentando sonreir.
– ?No pasa nada! -dijo a todo el vecindario-. ?No es necesario que llamen a la policia, ya lo he hecho yo! -Y a mi me dijo-: ?Chaval, ?quieres bajar un momento?!
Claro que queria bajar. Sobre todo si iba a venir la policia. Me despedi precipitadamente de la familia que me habia rescatado y, con la misma precipitacion, me lance escaleras abajo.
Mas sereno, empezaba a reflexionar de nuevo sobre todas las sensaciones que habia ido recogiendo en los ultimos momentos. Sabia que tenia nuevos datos de los que sacar conclusiones, pero no acababa de concentrarme.
Ademas, me estaban esperando.
Estaban en la porteria, pero yo no les vi.
Yo bajaba saltando los peldanos de dos en dos. Ya corria hacia el portal cuando aquella mano me agarro por el brazo y otra me tapo la boca. Y entre las dos me alzaron en vilo, y ni siquiera pude patalear, y me vi en la calle, y reconoci el Talbot Solara que el dia anterior habia estado aparcado ante los talleres Longo, y tambien vi aquella cabellera rizada, y me empujaron al interior del coche lleno de gente y una mano me amordazo.
El coche arranco y yo no oi ni sirenas de policia ni gritos de protesta ni tiros ni nada por el estilo.
– Tranquilo, chaval, tranquilo… -me decia una voz femenina.
Yo estaba de bruces y solo podia ver unos pantalones de gabardina, arrugados y sucios, que apestaban a cloaca. Los reconoci: los del gitano del sombrero, el que por la manana registraba las ropas de Elias recien atropellado. Alguien me sujetaba las manos a la espalda, me tiraba de la mochila, me la quitaba, me arremangaba el impermeable y el chandal y me ataba las munecas con un esparadrapo muy grueso.
Oi el riiiip de la tela engomada y el siguiente trozo me lo pusieron en la boca, para que no gritara.
La mano que me lo puso olia a perfume.
Corria el Talbot Solara y yo no tenia ninguna duda acerca de donde me llevarian o acerca de lo que querian de mi. Lo unico que me extranaba era que no estaba asustado. Me habia sobrevenido una especie de santa resignacion al hecho de que la gente me avasallara. Y, de momento, aquella gentuza parecia mas civilizada que los locos heavies.
Detras de mi, la mujer hurgaba en la mochila.
– Pues aqui no hay ninguna foto -dijo.
– Pues el Joaquin dice que le ha dado una foto -dijo el gitano.
– Pues debe de haberla escondido -dijo la mujer.
Cuando nos detuvimos y pude incorporarme, no me senti en absoluto sorprendido por el hecho de que estuvieramos ante los talleres Longo. Tampoco me sorprendio ver la cara del gitano del sombrero y la del moderno, aquel Moreno de Nieve que habia recogido el cuarto de millon en las Ramblas. Con ellos iba una de esas mujeres muy rotundas, muy altas y ademas encaramadas en sus talones de aguja, que tanto gustan a algunos de mis companeros de clase. Una especie de folklorica descarada, segura de si misma, muy pintada y en plan «aqui estoy yo porque he venido». Era la propietaria de aquella cabellera rizada que habia entrevisto al volante del Opel Kadett, aquel dia, en la calle Bergara.
Entre los tres me empujaron hacia la puerta que llevaba al piso de los Longo. El taller estaba cerrado, la persiana bajada, abollada por los golpes que le habian propinado los heavies la noche del sabado.
Subi la escalera casi vertical a empellones. Me di cuenta de que no sentia absolutamente ningun miedo y, automaticamente, empece a sentirlo. Me vino de una manera suave y disimulada, en forma de ?que me haran ahora?, pregunta a la que cabia responder: «Nada, ?que te van a hacer, si no tienes la foto?» No obstante, la respuesta no resultaba nada convincente.
Me vi en aquel comedor donde habia conocido al Lejia, el senor Longo, aun no hacia dos dias. Todo me recordaba la presencia de Clara. Los souvenirs de mal gusto, el lugar donde habia dejado su bolso, la silla donde se habia sentado. Casi esperaba verla aparecer, sirviendoles cafes y bebidas a mis secuestradores. Pero no estaba. Por suerte o por desgracia, no estaba.
El Lejia me parecio mas viejo, mas cansado. Lucia un esparadrapo en la frente y se apoyaba en un baston. Reminiscencias de la pelea del sabado.
– Hola, hijo -me dijo. Suspiro. Yo le aguante la mirada, desafiante. Me sentia cada vez mas excitado. El miedo se me manifestaba en forma de un cansancio generalizado. Tenia que hacer un esfuerzo para mantener la moral, y estaba seguro de que si cedia un poco en ese esfuerzo algo se romperia en mi interior, y me echaria a llorar y las piernas me fallarian, y entonces seria como si se acabara el mundo.
El Moreno de Nieve, muy chulo, relato lo que habia ocurrido. El Lejia le escuchaba sin quitarme el ojo de encima.
Me habian estado buscando toda la manana. Por fin, se les habia ocurrido mirar en La Tasca y me habian encontrado. Los heavies del Puti se les habian adelantado, pero yo me habia librado de ellos. Me habian atrapado por segundos, porque el camarero del local, el Joaquin, ya habia llamado a la pasma cuando ellos llegaron. El camarero del bar, el Joaquin, les habia dicho que me habia dado una foto, si, pero ellos no me la habian encontrado en la mochila.
El Lejia suspiro como si yo le diera mucha pena, como si le supiera muy mal tener que actuar como lo estaba haciendo. Movio la cabeza y una mano aparecio tras de mi y de un tiron me arranco el esparadrapo de la boca.
– ?Donde has escondido la foto?
Me aclare la garganta.
– ?Que foto?
– Venga, no te hagas el tonto. La foto, chico, la foto que me quito Elias Gual…
– … Y que antes usted le habia quitado a el.
– Primero yo se la quite a el, y despues el me la quito a mi, si. Yo ahora vuelvo a necesitarla.
– ?Por que? ?Para volver a hacerle chantaje al Pantasma?
– ?A quien? -le vino la risa.
– Al Pantasma. A Miguel, el conserje de la escuela, le llamamos el Pantasma…
– Pantasma -repitio el senor Longo. Y se rio-. Ja, ja, Pantasma, tiene gracia… -De nuevo se puso serio-: ?Donde tienes la foto?
– Me la han quitado el Puti y el otro.
El Lejia alzo las cejas para consultar con los que me habian llevado hasta alli.
– Si… -dijo dudando el Moreno de Nieve-. Es posible…
– No hemos podido registrar a esos gamberros… -dijo el gitano.
El Lejia suspiro de nuevo.
– Ay, ay, chaval… -hizo-. Ven…
Me cogio por los hombros y me empujo hacia el pasillo, aquel mismo pasillo por donde yo habia visto aparecer y desaparecer a Elias, con el sobre de papel de embalar en las manos, la noche del sabado. Me metio en una habitacion oscura como la boca del lobo y cerro con llave. Sin decir palabra.
Trague saliva y constate que, aparte de un ligero temblor en las piernas, todo lo demas parecia ir bien. Habia dejado de preguntarme que podian hacerme. Era esa la pregunta que me ponia nervioso. Lo que debia preguntarme era que podia hacer yo.
?Y que podia hacer yo?
La habitacion estaba completamente a oscuras, y olia a cerrado. Me acerque a la puerta, con la intencion de localizar el interruptor y moverlo con la barbilla o con la cabeza. Pero desde ahi se oia perfectamente lo que hablaban afuera el Moreno de Nieve, la mujer, el gitano y el Lejia, y me quede parado, conteniendo la respiracion y escuchando.
– Vamos, volved a La Tasca, a ver si ya ha pasado el follon y podeis recuperar la foto…
– ?Y si ha llegado la policia y se la han llevado ellos?
– ?Os capo! -grito de pronto el Lejia. Se calmo un instante, solo para irse excitando de nuevo a medida que hablaba-. Si la foto ha caido en las manos de la policia, todo se ha ido a hacer punetas, ?no lo veis? ?Aqui tan tranquilos, como si no pasara nada…! Si la pasma tiene la foto, os meteis en la comisaria y la robais… ?A tiros, si hace falta! -jamas hubiera imaginado que el padre de Clara pudiera perder los estribos de aquella manera. Acabo-: ?Venga, largaos! ?Corred!
Paso un instante de silencio y su voz recupero la serenidad.
– Tu no, Asuncion -dijo-. Tu quedate.
Lejos oi el coche, que arrancaba y se iba. Mas cerca, sonido de vasos, de una botella vertiendo liquido.
– ?Y que piensas hacer ahora con el chaval? -pregunto la mujer, Asuncion.
Si no sabian que hacer conmigo, ?por que me habian secuestrado?
– ?No lo se! -decia el Lejia, preocupado.
– Solo nos faltaba este follon.
– ?Estamos en manos de Miguel, que quieres hacerle…!
Miguel era el Pantasma. Se me pusieron las orejas de a palmo, dispuestas a enterarse de todo. No dijeron muchas cosas que yo no hubiera intuido, la verdad, pero como minimo aquello me sirvio para confirmar y clarificar.
– Nunca debiste pactar con el… -decia la mujer, refiriendose al conserje.
– ?Y que tenia que hacer? Ya teniamos el negocio en marcha cuando aquel desgraciado nos quito la foto. Si el hubiera hablado con Miguel antes que nosotros y le hubiera mostrado la foto, Miguel se nos habria puesto en contra. Por eso tuvimos que adelantarnos. Le dijimos que ya no le exprimiriamos mas, que le pagariamos por el trabajo que hacia para nosotros…
Es decir, lo que yo imaginaba. Con la foto que Elias utilizaba para hacerle chantaje al Pantasma, el Lejia habia obligado al Pantasma a hacer algo ilegal. Las doscientas cincuenta mil pesetas no eran el pago de un chantaje, sino la liquidacion de un trabajo hecho.
?Cual?
– Con todo esto -seguia la mujer- lo unico que has conseguido es que el mandara mas que tu. Miranos ahora, todos de culo por su culpa. Un conserje de mierda dice que no trabajara para nosotros si no quemamos la foto comprometedora, y todos echamos a correr como locos, como si nos jugasemos la vida…
– Bueno, tienes razon: nos la jugamos. Despues de todo, ?que podemos perder? Si la pasma descubre la foto y reconoce a Miguel, iran a por el, no a por nosotros. En el peor de los casos, estaremos donde estabamos hace mes y medio… No es tan grave, despues de todo…
?Que mostraba aquella foto que tanto comprometia al Pantasma?
En una pescaderia, agarrar una sardina grande y mirarle la boca. Y la vendedora riendo. ?Que podia haber de malo en aquello? Aquella gente parecia pensar que si la poli veia la foto, detendrian ipso facto al Pantasma. Pero, ?que hay de malo en mirarle la boca a un pez…?
Empece a hacer suposiciones: ?Trafico de drogas camufladas en el interior de sardinas? ?Diamantes robados y escondidos dentro de una sardina? Pero, en todo caso, ni el diamante ni las drogas salian en la foto. El mal no era este, sino el mismo gesto, pense.
… ?Resultaba dificil que algo tuviera sentido cuando todo dependia de la boca de una sardina!
Tal vez, si me paraba a pensarlo, incluso yo le habia mirado la boca a un pez alguna vez en mi vida. Y no me sentia culpable por haberlo hecho. Y no me avergonzaba decirlo. A mi nunca me habian dicho que mirar la boca de los peces fuera algo tan abominable…
Decidi, por tanto, cambiar de punto de vista.
«Imaginemos -dije- que la foto de la sardina no sea la autentica».
Pensar esto y verlo todo claro fue una misma cosa.
Entendi, por ejemplo, por que me llamaba la atencion aquel sobre arrugado. Claro: el sobre que me habia dado el camarero de La Tasca era nuevo, limpio, liso e impecable, mientras que el autentico vi como lo arrugaba Elias cuando lo robo en casa de Longo.
Asi, ayudado por la oscuridad que me facilitaba la concentracion, comprendi un poco la broma de Elias. ?Porque era una broma! Por eso cantaba: «Sardina frees-cue», y se reia, a pesar de su estado lamentable. Se reia porque me estaba explicando una inocentada que les habia gastado a los heavies.
El domingo por la noche, cuando yo adivine que se escondia en La Tasca, le entro panico. Supuso que el Puti tambien le habria localizado al recibir su llamada, y decidio irse…
… Pero dejandole una broma privada. Una foto falsa. Por eso llamo a su hermana Maria y le pidio que le trajera la caja donde guardaba las fotos. Escogio una muy especial y la puso dentro de un sobre nuevo. Nuevo, liso, impecable.
Supongo que se imaginaba a los heavies yendo a ver al Pantasma y proponiendole un chantaje millonario. Les imaginaba diciendo: «Pague, o todo el mundo se enterara de que espia las caries de las sardinas…» Y el Pantasma se echaria a reir y el Puti y los suyos quedarian en ridiculo…
Si… Era el tipo de broma que divertiria mucho a Elias. Una broma inocente, tal vez un poco estupida, pero sin ninguna malicia.
No sabia en que mundo vivia, pobre Elias. El gastando bromitas inocentes y los otros atropellandole y mandandole a la Unidad de Vigilancia Intensiva.
La vida era injusta con el, pense.
Y a continuacion: ?Y conmigo? ?Como seria la vida conmigo?
En la oscuridad, el tiempo empezo a transcurrir mas y mas lentamente. La mujer y el Lejia, al otro lado de la puerta, ya no sabian de que hablar. Y yo no conseguia imaginarmelos abriendome tranquilamente la puerta y diciendo: «Puedes irte, perdona la molestia.» Imaginaba, si, que acabarian abriendo la puerta. Pero, ?que me dirian cuando lo hicieran?
?Que me harian?