8

«… Sardina frescue…»

El lunes, fiel a su reputacion, amanecio nublado y melancolico. El cielo era una boveda oscura y pesada, como de pizarra, que goteaba una llovizna insulsa y constante. En la plaza del Mercado, a las ocho de la manana, iban y venian los proveedores, cargados de cajas, de las tiendas a sus camiones aparcados en doble o triple fila. Madres y ninos ataviados con impermeables de todos los colores. Hombres con cara de sueno, corriendo hacia el metro para trasladarse a la otra punta de la ciudad. Quiza se cruzarian por el camino con otros hombres de la otra punta de la ciudad que venian a trabajar aqui.

Recuerdo que todos los coches que cruzaban el unico semaforo del barrio llevaban los limpiaparabrisas en marcha, clic-clac, a uno y otro lado. En cambio, los que estaban aparcados no.

Bueno, si habia uno que tenia los limpiaparabrisas funcionando, y me fije, y se me encendio alguna bombilla pero, bah, no era tan extrano, debia tratarse de alguien que esperaba a alguien. Como yo, que esperaba a Elias, con una especie de temblor en el estomago, con un nerviosismo que no me permitia estarme quieto.

Tambien estaba aquel hombre con sombrero que leia el periodico, y que tambien daba la impresion de estar esperando a alguien. Con su pinta de gitano y con el sombrero, parecia un pastor.

?Por que me estaba fijando en el? Porque, a aquellas horas y bajo la lluvia, era el unico que no parecia hacer nada en concreto. Tan solo estar ahi. Y porque recordaba haberle visto antes. En el bar de mis padres, por la manana, entre los currantes que desayunaban con el cafe con leche y el carajillo…

Me di cuenta de que habian averiguado que estaba en contacto con Elias y que me habian seguido con la intencion de localizarle.

Ahi venia. Le vi. Con su Montesa, la cazadora de piel demasiado nueva, su cara de angustia picada de acne. Me vio. Vino hacia mi. Quise decirle que no, que nos estaban vigilando, que diera media vuelta, que huyera…

El coche aparcado, aquel que tenia los limpiaparabrisas funcionando, bramo y salto hacia adelante como un perro guardian que hubiera estado al acecho. Yo apenas si tuve tiempo de abrir la boca y de empezar a chillar un «?No!», antes de que se produjera la colision, y Elias, con cara de susto, saliera disparado de la moto, hacia adelante. Y la moto, abollada, daba un par de volteretas, y yo descubria que el coche era un Opel Kadett y que detras tenia la pegatina del Snoopy Esquiador, y que era eso lo que me habia llamado la atencion, que era aquel Opel Kadett, yo, bestia de mi, no me habia fijado, y Elias habia caido violentamente de bruces, detras de un camion de la Danone, y alli estaba, en el suelo, desmadejado…

Me vi corriendo hacia alli, con los ojos empanados de lagrimas, sintiendome impotente y culpable, «?Elias, no!», como minimo podria haber retenido la matricula del Opel, «es que no sirves para nada, Flanagan, es que no se por que te metes en un follon asi si despues no sabes como salir de el…»

Me abri paso entre la gente a codazos, gritando: «?Elias, Elias!», oyendo a alguien que decia: «No le toquen, que nadie le toque, ya han ido a llamar a una ambulancia», y llegue junto al cuerpo caido al mismo tiempo que otro hombre, que se agachaba, que palpaba la cazadora negra. Era el hombre del sombrero, el gitano, y supe que estaba buscando el maldito sobre de papel de embalar.

Grite:

– ?No le toque! ?Quiere robarle…!

Y le propine una patada. Me volvi como loco. Lloraba desconsolado y queria hacerle dano a alguien.

– ?No le toque! ?Lo han hecho adrede! ?Lo han hecho adrede…!

El hombre se habia incorporado y sonreia, mostrando las palmas de las manos y haciendose el inocente. En aquellas circunstancias, su sonrisa casi parecia de satisfaccion.

– Pero, ?que dices? Si solo pretendia auxiliarle…

Sus ojos me amenazaban. Decian: «Calla, chaval, calla o lo pasaras mal.»

Pero yo arme tal escandalo que opto por retirarse, dejando su sitio a otras personas que se habian acercado. Y yo estaba tan loco, emocionado y vulnerable que no se me ocurrio perseguirle. Mi unica obsesion era Elias, aquel pobre desgraciado, demasiado joven para morir, y cai de rodillas a su lado.

– ?Elias, Elias!

Estaba panza arriba, manchado de barro, con los brazos abiertos. La lluvia le mojaba y yo no sabia que hacer para protegerle. Al oir mi voz abrio los ojos y me miro, como si hubiera estado fingiendo. Por un segundo, me quito un peso de encima. Pero en seguida me di cuenta de que estaba muy mal. Mirandome fijamente, con los ojos muy muy abiertos, sonriendo como un idiota, se puso a mover los labios muy deprisa, muy deprisa, espirando y aspirando ruidosamente el aire. Debia pensar que emitia algun sonido, porque sonreia, como diciendo: «?Que te parece lo que te estoy contando, eh?», pero yo no entendia nada, y me daba mucha pena…

– No te entiendo, Elias, no te entiendo -le decia, llorando.

La gente que se habia agrupado alrededor decia:

– Tranquilo, chico, tranquilo…

– Que no se excite…

– Ya llega la ambulancia…

Si, se oia una sirena.

Y, de repente, a el le salio del fondo de los pulmones uno de los versos de «Desde Santurce a Bilbao»:

– ?Sardina freees-cue…!

Con una especie de risa espantosa.

Entonces llegaron la policia y un par de camilleros, y me hicieron a un lado bruscamente, «dejen paso, dejen paso, circulen, circulen…»

Yo me quede junto al camion de la Danone, llorando de tal manera que unas senoras me peguntaron si el accidentado era mi hermano o algun pariente, y yo les dije que si, que no, que si, que era un amigo, el hermano de una amiga de la escuela…

Entre lagrimas, miraba obsesivamente el numero de telefono pintado sobre el parabrisas de la ambulancia. Siete cifras iguales. Siempre me he preguntado como hacen para conseguir telefonos tan faciles de recordar. ?Basta con solicitarlo? A mi me gustaria tener un numero como aquel. Por lo visto, en presencia de la muerte se piensa en tonterias asi.

Se me acerco un policia y me repitio las preguntas de las senoras. Yo repeti las respuestas. «Es un amigo mio», decia. Y lo sentia de verdad, me sentia muy cerca de aquel bala perdida en su desgracia.

– Dice que se lo han hecho adrede -se chivo una senora.

– ?Lo han hecho adrede? -replico el policia-. ?Tu has visto como ha sido?

Senti miedo. Miedo de que tambien me pudieran hacer dano a mi, o miedo de que la policia me retuviera mucho rato, o de que me acusaran de haber hecho vete a saber que, o miedo de liar al Lejia con mis declaraciones, y que Clara volviera a mirarme de aquella manera, como se mira a los entrometidos o a los chivatos.

Por eso me encogi de hombros y dije que no lo sabia, y vi que metian a Elias en una camilla en la ambulancia y dije que queria ir con el. Me zafe de las preguntas del policia, corri hacia la ambulancia, me plante ante los camilleros y el guardia urbano que estaba con ellos y, con mi mejor cara de buen chico, ablandada por las lagrimas, les pedi que me permitieran acompanarle, que era amigo mio, que conocia a su familia…

Debi de darles tanta lastima que me permitieron subir en la parte trasera.

– ?Venga, va, sube y vamos!

Muy impresionado, me sente al lado de Elias. Los camilleros subieron a la parte delantera y, en seguida, con la sirena aullando, la ambulancia se abrio paso por las calles del barrio, hacia el hospital.

Elias parecia dormido. Habia perdido de nuevo el conocimiento. No tenia ninguna herida visible. Le toque la frente. Estaba helada. El frio se me contagio y me recorrio toda la espina dorsal. Ahogado por las ganas de llorar, murmure muy bajito: «Elias, Elias, ?me oyes?» Me preguntaba si estaba muerto, y me decia que seria el primer muerto que veia en mi vida, y que resultaba mucho mas horroroso de lo que podia imaginar.

Elias era un inconsciente, un desgraciado, pero no se merecia aquello. Le comprendia. Jope, a el si que le comprendia. Tal vez me estaba viendo a mi mismo, al cabo de un par de anos, despistado, viviendo a tientas, creyendome mas listo que nadie y capaz de enfrentarme a la vida con las manos desnudas. Me veia a mi mismo buscandome la vida como pudiera buscarmela. No hay muchas salidas en este barrio. Y, a fin de cuentas, aquel desgraciado solo habia hecho el chantaje para aprobar los examenes. Habia hecho chantaje para poder pasar a BUP y hacer feliz a su padre. No, Elias no se merecia aquello.

Jope, tanta mania como le tenia, y tendrias que haberme visto alli, llorando por el, como si se tratara de mi mejor amigo.

Con mucho cuidado, le destape y hurgue dentro de su cazadora, palpe los bolsillos de los lejanos y puse la mano entre su culo y la camilla. Lo hice sin moverle un centimetro.

No llevaba encima ningun sobre de papel de embalar.

Volvi a taparle como pude, y me sente de nuevo.

Poco a poco, senti nacer en mi interior una rabia espantosa, una furia imparable, unas ganas de hacer dano como nunca hasta aquel momento las habia sentido.

Aquellos salvajes no habian dudado en asesinar a Elias. El Lejia, el Puti, el Pantasma, una manada de animales, de fieras salvajes que iban por el mundo haciendo dano. Yo apretaba los dientes y, al ritmo de los latidos de mi corazon y del aullido de la sirena, me repetia: «Haciendo dano, haciendo dano.» Y tambien me angustiaba el saber que le habian hecho dano «por mi culpa, por mi culpa, por mi culpa», porque me habia dejado seguir, porque habia sido el cebo que los asesinos habian empleado para cazar a Elias. Y lo mas terrible de todo, lo que peor me sabia, lo que me espeluznaba y hacia asomar el llanto a mis ojos, era que tambien Clara tuviera su parte en el asunto. Without you… Bien, claro que ella no era una asesina, pero ella sabia que su padre estaba metido en cosas asi, claro que lo sabia, y por eso me habia dicho que no me entrometiera, que lo olvidase porque yo no podia entenderlo…

«?Pues no, senora, no puedo entenderlo! ?A ver si me lo explicas! ?No puedo entender que alguien haga lo que le han hecho a Elias! ?No puedo entenderlo!»

«?El se lo ha buscado! ?Ha jugado con fuego y se ha quemado!»

«?Pero el no queria hacer dano a nadie! ?El no buscaba eso! ?El se buscaba la vida! ?Solo queria aprobar los examenes!»

«Mira, Flanagan, no te metas donde no te llaman, deja en paz a mi padre: haga lo que haga, continua siendo mi padre y tengo que defenderle…»

«Tengo que defenderle, tengo que defenderle, tengo que defenderle», repetia la sirena, y yo, no, yo no creia que debiera defenderle, por mas que fuera su padre. ?Un hombre que ordena matar a alguien no tiene derecho a ser defendido ni por su propia hija…!

«Ni por su propia hija, ni por su propia hija, ni por su propia hija…»

Deseaba ser dos palmos mas alto para poder ir a buscar a los culpables y hacer justicia como Dios manda. Ya me veia agarrando al Pantasma por su guardapolvo gris, levantandolo en vilo y chafandole la nariz de un punetazo:

– Ah, si, senor Pantasma, ?pues que se pensaba?, ?que usted se libraria porque solo es una pobre victima? ?Pues se equivoca! ?Porque usted tambien ha pactado con el Puti y el Lejia! ?Porque ayer, cuando Elias vino a hablar con usted, cayo en una emboscada que le habian preparado los tres! ?Usted ya no era una pobre victima, era uno de los verdugos…!

Llegamos al hospital, se llevaron a Elias hacia la sala de Urgencias y yo me vi ante una ventanilla, dando el nombre y el apellido de Elias, su direccion, su telefono, y tambien mi nombre y mis datos.

– ?Esta muerto? -pregunte cuando ya no pude aguantar mas.

La enfermera que tomaba notas me miro como si la hubiera insultado. Como si ni yo ni nadie tuviera derecho a hacer aquella pregunta en aquel lugar.

– Ve a la sala de espera. Ya te diran algo.

Pregunte si podia llamar a la familia Gual para darles la noticia. La mujer hizo un gran esfuerzo mental y me lo permitio.

Contesto Maria, que aun no habia salido hacia la escuela.

– Maria… Soy Flanagan… Estoy en el hospital…

– ?Que te ha pasado?

– No, a mi nada…

– ?Como que nada? ?Y por que estas en el hospital?

– Te estoy diciendo que a mi no me ha pasado nada…

– Ya te he oido. Por eso te pregunto que haces en el hospital…

Yo no sabia como decirselo. Oi que ella hablaba con su madre, que se habia asustado al oir la palabra «hospital». «Un companero de clase, que dice que esta en el hospital, pero que no le pasa nada…»

– Maria… -dije timidamente. Carraspee-: Maria…

– ?Que quieres, que pasa?

– Tu hermano -dije por fin-. Que le han atropellado.

Gritos, alarma, carreras. Que venian en seguida. Yo llame a mi casa, contandoles lo que habia pasado y diciendoles donde estaba, y me sente en la sala de espera, nervioso.

Trate de distraerme atando los cabos de que disponia.

Elias no llevaba el sobre de papel de embalar. El hombre del sombrero no habia podido quitarselo. En este caso, ?donde diablos podia estar el maldito sobre de papel de embalar?

Me dije: «Me lo queria dar a mi.» Por tanto, debia dejarlo en un lugar donde yo pudiera ir a buscarlo. ?Donde?

Elias me habia mirado, como alucinado, y habia dicho algo de una sardina. ?Que significaba aquello? ?Bromeaba? Imposible, en su estado… ?Deliraba entonces? Me resistia a creerlo.

«Sardina frees-cue», habia cantado.

Decidi reservarme esta pista, porque, de momento, todo lo que hacia era confundirme.

La noche anterior, cuando me llamo, Elias estaba escondido en La Tasca. ?Era logico pensar que habia dejado el mensaje alli? En todo caso, era un buen lugar para empezar la busqueda.

La familia Gual al completo hizo su aparicion. Los padres y Maria. Los tres parecian haber llorado. El padre, ademas, parecia dispuesto a partirle la cara al primero que le levantara la voz. Siguieron unos instantes de confusion. De entrada, me pidieron explicaciones a mi; despues se fueron los tres a hablar con medicos y enfermeras; despues, volvieron a pedirme explicaciones. Estaban todo lo alterados que cabia esperar, y continuaron estandolo hasta que pudieron hablar con el medico que le asistia.

– Tiene una conmocion cerebral. Todavia no ha recuperado el conocimiento. Es demasiado pronto para aventurar un pronostico. Esperen, por favor.

Mientras los Gual se sentaban para esperar, Maria y yo salimos a hablar afuera, bajo un porche. La lluvia seguia arreciando.

– Anoche nos llamo Elias -empezo ella muy excitada, adelantandose-. Hablo conmigo y me pidio tu telefono. ?Te llamo?

– Si. Sigue. ?Te dijo algo mas?

– Me dijo que necesitaba ayuda, que se habia metido en un lio muy gordo y que tendria que espabilarse. Que necesitaba a alguien que le echara una mano. Yo le dije: «El Flanagan», y le asegure que eras de fiar…

– Si, eso ya lo se. ?Que mas?

Por la expresion que puso Maria, deduje que lo que venia a continuacion no tenia desperdicio.

– Que queria que le trajera una caja de carton que guardaba en el cobertizo, donde revela las fotos. Que no debia decirselo a nadie, que nadie debia saberlo… -Bajo la voz y anadio-: Tenia que llevarsela a La Tasca…

– ?Lo hiciste?

– ?Claro! ?Pero, espera… Fui al cobertizo y cogi la caja. Estaba llena de fotografias…

– ?Que clase de fotos? Las miraste, ?no? -salte.

– ?Si! Eran fotos tomadas por el, con su camara… Fotos que el mismo habia revelado. Fotos de las Ramblas, de gente tirada por los suelos, de mujeres de esas que hacen la calle…

– ?Recuerdas si habia alguna en la que saliera el Pantasma?

– ?Si! ?Eso es lo que iba a decirte! El Pantasma, alli, en las Ramblas…

– ?Y que estaba haciendo? ?Que se veia?

– Nada… El Pantasma paseando, o comprando en la Boqueria o en un quiosco o en la salida de un bar o en un local de maquinas tragaperras… -Yo iba tomando nota mental de todo-. Se notaba que le habia hecho las fotos sin que el se diera cuenta…

– ?Y que mas? Fuiste a La Tasca, y…

– Si. Envolvi la caja con un plastico, les dije a mis padres que me iba a jugar a la calle y me fui a La Tasca. -Se permitio frivolizar-: ?Guau, que ambiente…!

– ?Y…?

– Le dije al camarero que era la hermana de Elias, y el me contesto: «?Y que quieres? ?Elias no esta aqui!» Le digo: «Le traigo una cosa que el me ha pedido.» Dice: «Damela, ya se la dare yo», y cogio la caja de fotografias y, asi, muy furtivamente, mirando a uno y otros lados, la escondio bajo el mostrador. A mi me hubiera gustado quedarme para comprobar si mi hermano estaba alli, pero no podia tardar en volver a casa y, ademas, las calles estaban muy oscuras y volvi corriendo… ?Y tu? Te llamo, ?y que te dijo?

– Espera. En seguida te lo cuento. Tu hermano, antes de perder el conocimiento, me ha dicho: «Sardina frees-cue…»

– ?Que?

– «Sardina frees-cue…» -cante de nuevo, sin desanimarme-. ?A que podia referirse?

– No lo se… «?Desde Santurce a Bilbao, vengo por toda…!»

– ?No seas tonta! Era una clave, pero no se a que podia referirse… ?Usaba mucho esta palabra?

– ?Sardina? Mucho. Para el, todo el pescado era sardina. Si mi madre hacia merluza, o bacalao para comer, que no le gustaba nada, decia: «?Vaya, otra vez sardina!»

– ?Y no es posible que usara la palabra «sardina» para referirse a algo o a alguien? No se… Alguien con ese mote, «el sardina»…

– Nunca le habia oido nada parecido -dijo Maria. Yo calle. Parecia que por aquel lado no habia salida. Ella exigio-: Bueno, ahora te toca a ti.

– Pues… -empece yo. Y le conte toda la historia. Acabe diciendo-:… O sea, que lo que compromete al Pantasma es una foto.

– Claro -dijo ella-. Pero, ?para que necesitan ahora la foto el Puti y el Lejia, si se han aliado con el Pantasma y ya no tienen que hacerle chantaje?

– Para destruirla -dije yo-. Debe de haberlo exigido el propio Pantasma, como condicion para la alianza.

– Claro. ?Y donde debe estar ahora la foto misteriosa?

– En La Tasca. No se me ocurre otro sitio donde ir a buscarla.

– Claro. ?Puedo acompanarte?

– No.

– Claro.

Aquella chica empezaba a gustarme. Se limitaba a preguntarme cosas que yo podia contestar y me daba la razon en todo.

Consulte mi reloj. Casi las diez. A estas horas debian de estar abriendo el bar. Si queria hablar tranquilamente con el camarero no podia escoger una hora mas oportuna. Los heavies no suelen madrugar. No habia peligro de toparse con el Puti o con el Piter.

No obstante, no podia olvidar que la ultima vez que estuve en La Tasca me fui sin pagar. Aquel camarero que tenia cara de sentirse desgraciado, como Fernando Esteso, se acordaria de mi, y no precisamente con carino.

Bueno, decidi que aquello no tenia por que ser un obstaculo. Una de mis especialidades es caerle bien a la gente.

De modo que me excuse con la familia Gual, que aun no sabia nada de su hijo, y sali corriendo. Cerca de alli encontre una parada de metro que me llevaria al mismo centro del barrio, a la misma plaza del Mercado, donde aquella manana habia empezado todo.

Saliendo del metro, solo tenia que recorrer unos trescientos metros por la carretera y girar por un par de calles antes de llegar al Bar Nando, tambien conocido como La Tasca.

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