4

?Siga a ese coche!

Ya he dicho que aquel fue un dia muy intenso.

Uno de los momentos de maxima intensidad se produjo en el patio, cuando yo buscaba a Pili para que me contara lo que habia ocurrido con el Pantasma, y me encontre con la soberana bofetada que me propino Maria Gual.

Pero una bofetada de verdad, de esas que uno recuerda de viejo, y las describe a los nietos con la cantinela: «Ahora ya no se dan bofetadas como las de antes. Me acuerdo de aquella que me dieron…»

Fue una bofetada de esas que suenan muy fuerte, tanto que paralizan los juegos de todo el patio y todo el mundo se vuelve para ver lo que ha pasado. Fue un estallido como de globo que se revienta, y me dejo instalado en la mejilla un escozor penetrante y persistente. Debia de tener los cinco dedos marcados en un tono grana rabioso.

O sea, que Maria Gual me dio una bofetada.

Despues, naturalmente, echo a correr, para que os quiero contar, y yo la persegui con la intencion de devolverle el golpe. De camino, mientras hacia fintas, y ponia gente y objetos entre ella y yo para evitar el castigo, gritaba que me la debia, y de una forma desesperada y atropellada me dio ciertas explicaciones.

La noche anterior, Elias habia regresado a casa hecho una fiera corrupta. Habia descubierto el jueguecito de la nota falsa porque, segun parecia, el bar Sotano habia cerrado hacia tiempo, y, logicamente, culpaba de todo a la hermanita que le habia entregado el mensaje.

– ?… Y yo no tengo ninguna culpa de que cerraran aquel bar, te lo juro! -gritaba Maria.

Por lo visto, en casa de los Gual se habia producido una situacion muy parecida a la de ahora mismo en la escuela. Solo que entonces quien habia recibido el sopapo habia sido Maria. Despues, ella y su hermano habian corrido por todo el piso y Elias la habia atrapado, la habia levantado por encima de su cabeza y la habia encerrado en el compartimento superior de un armario, con las mantas.

– Me queria meter en el armario. Me levanto asi, por encima de su cabeza y yo pense que iba a tirarme al suelo… Pero no. Me puso en el armario, con las mantas. Y queria encerrarme alli, y provocarme un ataque de claustrofobia hasta que me ahogara o me volviera loca…

Estabamos los dos jadeando, cara a cara, con un arbol de por medio.

– ?Y que paso? -pregunte.

– Que yo chillaba y vino mi padre y se saco la correa y le dio una buena tunda a Elias, y eso lo arreglo todo.

– Ah.

Hice como si me relajara, olvidando el agravio, y cuando ella se acerco recriminandome: -Ya ves que detective estas hecho, Flanagan, que te descubren a la primera…-. Me volvi y le devolvi lo que me debia. Chass!

Maria se puso a llorar a gritos, Elias salio de algun lado gritando:

– Tu no le pones la mano encima a mi hermana…-. Los profes se interpusieron separandonos, impidiendo que Elias me matara y, despues, reganandome, diciendome que me habia vuelto loco, negandose a aceptar como excusa el que ella hubiera empezado…

Mas tarde, pude hablar con Pili.

?Que habia hecho el Pantasma en la Caja?

– ?Que ha hecho? Pues nada. Ha sacado dinero. Lo que se acostumbra a hacer en los bancos. ?Que imaginabas? ?Que iba a atracarlo?

– Despues. ?Que ha hecho despues?

– Nada. Ha vuelto al colegio.

– ?Y que esta haciendo ahora?

– Esta arriba, en el despacho de las fotocopias, preparando el examen de Mates de manana.

– Ah, es verdad. Manana toca examen de Mates. Eso significa que en algun momento, entre ahora y manana por la manana, el Pantasma le dara la fotocopia a Elias… No debemos perderles de vista, ni al uno ni al otro. Yo me encargare del Pantasma. Elias me tiene muy visto.

Subi al despacho de las fotocopias en cuatro saltos. Pude observar de lejos el trabajo del Pantasma.

– ?Se puede saber que miras? -me dijo abruptamente.

– ?Yo? Nada -conteste, muy inocente.

– Pues largo de aqui.

No le hice caso, por supuesto. Al contrario, me arrime a la pared, preguntandome por que ultimamente la gente daba muestras de un humor tan agrio.

Elias, por poner un caso. Siempre habia dado de duro, pero nunca se habia pasado de la raya. Llegue a la conclusion de que aquel muchacho estaba metido en un lio. Y el Pantasma tambien. Parecia que le molestara mucho mi presencia. Y ese era un motivo formidable para que yo no abandonara mi puesto de observacion.

Despues tocaba volver a clase.

Con la excusa de que temia que Elias intentara zurrarme, les pedi a unos chicos del C que me lo vigilaran. A mediodia, a la salida, me dijeron que no se habia movido del aula en todo el rato. Eso significaba que aun no tenia el examen del dia siguiente.

Le dije a Pili que me excusara ante nuestros padres. Tenia que quedarme por alli, vigilando. Ya tomaria un sandwich en algun bar cercano.

Elias se monto en su moto y salio volando. No podia seguirle. Y me parece que tampoco tenia muchas ganas de hacerlo.

El Pantasma dejo la escuela en manos de los profes y los alumnos que se quedaban a comer y atraveso la calle, hacia los chalets. Vivia justo delante de la escuela, en una de las casitas con jardin, y su telefono estaba permanentemente conectado con el del colegio. Eso le convertia en una especie de guardian perpetuo, de dia y de noche, laborables y festivos, siempre comunicado con su lugar de trabajo.

Entro en la casa y yo me deslice subrepticiamente en su jardin.

A diferencia de los Gual, que tambien vivian en los chalets, el conserje cuidaba mucho su jardin, que no habia convertido en huerto. En el se respiraba olor a cesped, y tenia flores de muchas clases y de muchos colores diferentes. Era facil imaginarle regando las plantas, protegiendolas del pulgon y habiendoles en voz baja cuando nadie le oia. Tambien resultaba facil imaginarle acariciando un gato o haciendo punto.

Espie por una ventana. La madre del Pantasma, una especie de sargento de caballeria de cabellos blancos y alborotados, le habia preparado la sopita, el vino, la gaseosa y probablemente la carne, en un plato tapado con otro plato. Se besaron melindrosamente, se dijeron algo que no entendi y el paso a otra habitacion.

Me desplace hacia la ventana contigua. Era primavera y daba gusto gozar de un sol que habia escaseado durante mucho tiempo. Seguramente, esa era la razon de que la madre del Pantasma hubiera abierto todas las ventanas. Y gracias a ello pude ver un dormitorio de soltero. Era sobrio hasta el mas catastrofico de los aburrimientos. El unico adorno que le conferia un poco de alegria era una amarillenta foto de su difunto padre.

Le vi entrar. De repente, sus gestos me parecieron inquietos y furtivos. Saco un sobre blanco del interior del guardapolvo. Le temblaban las manos. Aquello era tan importante que me escondi tanto como me fue posible y se me pusieron todos los musculos en tension. Presencie como extraia del sobre los billetes que habia sacado de la Caja de Ahorros por la manana.

Billetes de cinco mil. Muchos. Muchos. Los contaba rapidamente. Se le caian al suelo.

?Que le pasaba? Yo queria contarlos con el, pero era imposible, dado su nerviosismo. Se le cayo el sobre, lo recogio, se le cayo un fajo de billetes, lo conto de nuevo. Mientras estaba recuperando billetes debajo de la mesa, distingui seis montones. Calcule que cada uno podia tener diez billete de cinco mil (o tal vez habia mas).

?Trescientas mil pesetas! Y diez billetes mas por los suelos redondeaban un total de trescientas cincuenta mil pesetas.

Un momento, un momento, un momento… Yo iba a por un inofensivo estudiante que copiaba los examenes… La aparicion de tanta pasta en el argumento viraba las cosas hacia un color mas oscuro que no sabia si me gustaba. Bien, debia reconocer que el caso ganaba en emocion y en interes, y que el corazon me palpitaba mas excitado, y que sentia que la sangre me corria por las venas a un ritmo mas heavy, pero eso no significaba que todo aquello me gustara. Gustar no era el verbo exacto, no.

?Que hacia el Pantasma con toda aquella pasta? Separaba dos montones para el (calcule unas cien mil pesetas), los guardaba en un cajon y el resto (doscientas cincuenta mil) lo metia en un sobre de papel de embalar, y este en una bolsa de plastico de la perfumeria Lolita del barrio.

Sali del jardin para tomarme un bocata en un bar cercano, y pase el rato observando la casa del Pantasma y pensando.

No me empenaba en entender nada referente al fajo de pasta que tenia el Pantasma. Sabia que, de momento, no encontraria explicacion alguna para ello. Me faltaban datos. Lo mismo que me faltaban datos para saber quien le habia hinchado las narices a Elias, dos noches atras. Me faltaban datos. Pero sabia que acabaria encontrandolos. Acabaria por averiguarlo todo.

Mi amor propio estaba en juego.

A las dos y cuarto, el Pantasma salio de casa con la bolsa de plastico blanco con la inscripcion Lolita. No se le notaba en la cara que llevara doscientas cincuenta mil calas alli dentro. Tenia una expresion de lo mas normal.

A lo largo de la tarde, Elias no se puso en contacto con el. Al parecer, Elias tenia sus propios problemas.

Le dije a Pili que le siguiera a las cinco, cuando terminaran las clases.

– Si… Pero si va en moto, como el mediodia…

– Ve directamente a La Tasca. Asomate por alli para ver si se reune con el Puti… A ver que hacen…

– ?Y tu? -dijo ella. Era evidente que no le entusiasmaba la idea de tener que ir a La Tasca.

– Yo vigilare al Pantasma.

– ?Pero a quien estas investigando? ?Al Pantasma o a Elias?

– No lo se. Ahora ya no lo se.

En el taller de periodismo, Maria Gual se me acerco, mimosa, como si no nos hubieramos dado ninguna bofetada.

– ?Como tenemos el asunto, Flanagan?

– Interesante -dije. Y empece a explicarselo. A fin de cuentas, ella era la promotora de la investigacion -: He llegado a la conclusion de que si tu hermano aprueba los examenes…

– ?Vendras a la fiesta del sabado? -me corto.

– ?Que?

– El sabado. Pasado manana. Damos una fiesta. ?Vendras?

– Ah, no – ?como podia pensar en fiestas de sabado mientras teniamos aquel caso entre manos? ?O lo habia olvidado todo despues de la bofetada? En todo caso, quien no estaba dispuesto a olvidarlo era yo.

– Vendra Clara -dijo con aires de insinuacion.

– Razon de mas -desde que habia empezado a comercializar el informe Clara Longo Pella, me sentia un poco inseguro cuando Clara estaba cerca. No se si ello se debia a un sentimiento de culpabilidad o al instinto de conservacion. Bien, pues, como te decia…

– Ahora siempre salgo con Clara -insistio Maria-. Los chicos se fijan mas en mi si voy con ella.

– Esta bien -dije. Y me fui al otro extremo del aula.

A las cinco sali entre los primeros, le encargue a Pili que les dijera a nuestros padres que quiza llegaria un poco tarde, y me plante de centinela en la primera esquina, parapetado entre dos coches, simulando que esperaba a alguien.

Salieron los chicos, y despues los profes; aparecieron algunos padres que entretuvieron a los profes hablando de los chicos, y, hacia las cinco y media se vacio la calle y salio por fin el Pantasma, pulcro y parsimonioso, sin el guardapolvo gris. Vestia una chaqueta azul cruzada con botones dorados, pantalones negros, zapatos tan brillantes como su peinado, camisa blanquisima y corbata a rayas azules, grises y blancas. Con todo esto quiero decir que iba excepcionalmente elegante. Con un gusto un poco antiguo, pero elegante a su manera.

Y llevaba la bolsa blanca de Lolita. Con las doscientas cincuenta mil pesetas dentro.

A los dos nos sorprendio la repentina aparicion de Elias. Paro su moto junto al Pantasma y le dijo algo.

El Pantasma le contesto que se largara con la musica a otra parte. Elias se enfado, gesticulaba convulsivamente. De pronto, el Pantasma le agarro por la camisa y le grito a la cara. Y, en aquel momento, parecia el hombre mas peligroso de la tierra, y Elias era tan solo un pobre adolescente tembloroso, disfrazado de heavy y zarandeado por un energumeno.

– ?Que me dejes en paz! -oi-. ?Que las cosas han cambiado! ?Que se acabo lo que se daba!

Lo empujo contra unos coches aparcados y continuo caminando, muy digno. Elias, con la dignidad hecha anicos, no se atrevio a moverse ni a rechistar.

Yo cruce a la otra acera y pase corriendo, piernas para que os quiero, confiando en que Elias no me viera y no descargase en mi toda la frustracion provocada por el conserje.

El Pantasma subio sin prisas hacia el Centro, procurando pisar siempre sobre lugares asfaltados para no ensuciarse los zapatos. Le di un poco de ventaja y le segui. No era la primera vez que seguia a alguien y conocia algunos trucos que daban resultado.

Mas que al sujeto en cuestion, que iba unos veinte metros por delante, yo observaba posibles escondites, por si el perseguido se volvia de repente. Pero la experiencia te ensena que la gente no acostumbra a volverse continuamente cuando va por la calle, lo que facilita las persecuciones y el transito en general.

De modo que ambos llegamos al metro sin ningun problema. Alli, confundido entre la gente, aprovechando que no soy demasiado alto, desde el otro extremo del vagon, procure no perder de vista la bolsa blanca de Lolita.

Era el momento de las reflexiones. Estaba claro que el chantaje que Elias le hacia al Pantasma se habia ido al cuerno. Algo habia cambiado. Al dia siguiente, Elias suspenderia el examen de Mates.

Bajamos en plaza Catalunya. El primero. Yo despues, cuando las puertas estaban ya a punto de cerrarse.

Salimos a la rambla de Canaletas. Las multitudes continuaban favoreciendome.

Mientras esperaba que cambiara el semaforo para cruzar hacia donde se halla el bar Nuria, el Pantasma consulto su reloj. Cruzo y entro en una cerveceria que no tenia puertas en aquella epoca del ano. Yo le podia observar tranquilamente desde el paseo central de la Rambla.

El Pantasma dejo la bolsa blanca en una percha que quedaba por encima de su cabeza. Aquello me extrano. La bolsa de Lolita quedo bien visible, como una bandera sobre la madera oscura que recubria las paredes del local.

El Pantasma miro de nuevo su reloj. El camarero le trajo una cerveza. Pasaron tres minutos. El Pantasma consulto de nuevo la hora, bebio cerveza y miro su reloj por cuarta vez.

Estaba nervioso y me estaba poniendo nervioso a mi.

Ambos estabamos obsesionados por las doscientas cincuenta mil pesetas que habia en el interior de la bolsa.

Por fin, despues de una nueva mirada al reloj, se levanto, hablo un instante con el camarero, que le indico algo: «al fondo, a la derecha», y hacia alli se fue el Pantasma, dejando sola la bolsa de Lolita, llamando la atencion desde lo alto de la percha.

Entonces entro otro hombre en el local. Llevaba una bolsa azul, blanca y amarilla muy chillona, donde se leia Oasis. La dejo en el mismo perchero, justo al lado de la de Lolita.

El hombre lucia gafas oscuras. Pelo castano rizado, piel quemada por el sol, como si se hubiera pasado el invierno en una estacion de esqui; cazadora de cuero, modelo italiano, ultima moda y pantalones muy modernos, abombados en la cadera, con pinzas. Hablo brevemente con el camarero. Parecia desenvuelto y simpatico. Muy extrovertido, se rio al enterarse de que no era aquel el local que buscaba. El camarero salio a la calle y senalo hacia arriba, hacia el otro lado de la plaza Catalunya. «Ah», hizo el Moreno de la Nieve. Volvio hacia el perchero…

… Cogio con toda naturalidad la bolsa de Lolita…

Y salio caminando con unas zancadas, muy, muy largas.

Aquello era muy importante. No sabia en que sentido, pero lo era. Ya sabia donde encontraria al Pantasma si lo necesitaba. Ahora necesitaba saber a donde iban a parar aquellas doscientas cincuenta mil pesetas.

Corri siguiendo al Moreno. El tio, caminando, casi iba mas rapido que yo corriendo. Cruzamos Pelayo, pasamos por delante del bar Zurich y del cine Catalunya, y giramos por Bergara.

Alli hizo senales a un coche. Un Opel Kadett. Dentro le esperaba alguien. Una mujer con una exuberante melena rizada.

Se me seco la boca. Pense: «?Llevas dinero?»; me conteste: «Si, hoy si.» Apresure el paso dejando atras el Opel y vi acercarse un taxi con la lucecita verde encendida. Le hice senales y salte a su interior.

El Opel Kadett estaba parado en el semaforo.

Yo saque los billetes de doscientas y quinientas que llevaba arrugados en el bolsillo y se Io mostre al taxista.

– Oiga, oiga, ?ve esto? -El taxista miro los billetes y arqueo las cejas en senal de interrogacion. ?Ve ese Opel Kadett? ?El que lleva una lima del Snoopy Esquiador? -El hombre del coche y me miro de nuevo a mi-. ?Que le parece si le digo: «Siga aquel coche»?

El taxista parpadeo.

– Que lo sigo.

– Pues sigalo -dije.

Y lo seguimos.

Cinco minutos mas tarde llegue a la conclusion de que me habia vuelto loco. Las mil pesetas que acababa de ofrecerle al taxista me habian costado mucho de ganar. ?Quien me las devolveria? Maria Gual no, porque parecia haberse olvidado del caso.

Pero, claro, no estaba dispuesto a decirle al taxista que lo dejaramos. No ahora que estaba en la pista de un caso en el que habia mezcladas doscientas cincuenta mil pesetas.

– Oiga -dije-. Cuando llegue a novecientas pesetas pare, ?eh?, que solo tengo mil…

El chofer asintio con la cabeza. Yo esperaba que me preguntara a que se debia la persecucion, pero no lo hizo. Era una de esas personas que no sienten curiosidad por la vida de los demas. Justo al contrario que yo.

Empece a sentir curiosidad, incluso por la falta de curiosidad de aquel hombre. Me habria gustado conocer la razon de que aquel taxista no se interesara mas por el hecho de que un crio como yo, con la mochila de ir a la escuela y un chandal con rotos (los que me habia hecho con la reja de la ventana del lavabo aquella manana; a ver que le diria a mi madre, y que me contestaria ella), subiera a su coche y dijera: «Siga a ese Opel Kadett».

Pero, poco a poco, mi atencion se fue desviando. Porque nos estabamos acercando a mi barrio. Al principio temi que fueramos a salir de Barcelona, pero en el ultimo momento giramos hacia los chalets y me encontre yendo directamente hacia el barrio donde viviamos yo y el Pantasma.

El taximetro marcaba setecientas veinticinco cuando cruzamos el Centro, el semaforo de la plaza del Mercado, y empezabamos a subir por la Montana, bordeando el Parque. Parecia que nos dirigiesemos a la Textil.

– No se acerque tanto, que nos veran.

En aquella zona habia poco trafico. Yo empezaba a sentirme excitado e intuia cual era el destino de los dos modernos del Opel Kadett.

Torcimos a la derecha, metiendonos en un camino sin asfaltar.

Bingo. Lo habia adivinado.

– De media vuelta y regrese hacia el centro del barrio -dije.

Aquel camino sin asfaltar, tal como indicaba el cartel mal escrito clavado en un arbol seco, conducia a los Talleres Longo, propiedad del Lejia, Tomas Longo, el padre de Clara.

Segun me conto Pili aquella noche, Elias (despues de su frustrada entrevista con el Pantasma) habia ido a hablar con el Puti y su banda, en La Tasca. Alli habian mantenido lo que parecia una conversacion muy apasionante, con Elias llevando la batuta en todo momento. Por lo visto, tenia muchas cosas que contarles, y todas les interesaban mucho a los otros. Bebieron muchas cervezas y, a las nueve, hora en que Pili tuvo que volver a casa, seguian de palique.

Mi madre, al ver el roto del chandal, puso grito en el cielo. Me dijo que me haria un zurcido y santas pascuas, que no estaban los tiempos para comprar chandal nuevo, y que si queria ir vestido como una persona que dejara de hacerme el bestia. Yo dije:

– Si, mama -claro. ?Que podia decir?

En la cama, antes de dormirme, hice un resumen de aquel dia tan intenso y comprobe que los datos encajaban bastante bien. Ahora ya sabia lo que habia pasado entre el Pantasma y Elias, asi como el porque de las doscientas cincuenta mil calas y cual habia sido la participacion del Lejia en todo el asunto.

Bueno, no lo sabia exactamente, pero podia imaginarlo. Para saberlo con certeza, tan solo deberia hacer un par de gestiones sin importancia.

La primera, ligarme a Clara Longo.

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