6

La noche en que soltaron las fieras

– ?Que que quieres tomar! -repitio el hombreton, un poco brusco, devolviendome a la realidad.

– Ah, no se… Una coca-cola.

– Una coca-cola. ?Y tu, nena?

– No. Yo no tomare nada. -Fria y lejana como un iceberg de aquellos de la clase de Sociales.

El senor Longo se fue hacia la cocina. Desde donde estaba, podia ver que sobre la pila habia un monton de platos y cacharros grasientos por lavar. Senti compasion por Clara. Recorde cosas que habia averiguado y que no habia incluido en el informe. Que su madre se habia ido, hacia anos; que la nina se habia educado con los abuelos y su tia Teresa… Y que ahora se cumplian dos anos desde que ella habia decidido volver con su padre, aquel hombre cansado que se aburria.

Le observe mientras abria la nevera y sacaba una coca-cola, que destapo al lado del fregadero. Cuando vino a ofrecermela, vi que tenia un tatuaje en el brazo. Una bomba redonda con la mecha encendida, parecida al distintivo del arma de artilleria.

– Eres muy joven, ?no?

– Como yo -intervino Clara.

– No se si tendremos cena para tu amigo…

– No, no -hice yo.

– No, no -dijo Clara.

El senor Longo no se inmuto. Bebio un largo trago de cerveza, mirandome fijamente, como estudiando mi rostro con alguna intencion muy concreta, como si creyera conocerme y no supiera de que. Para no permanecer callado, dijo:

– Y los estudios, ?como van? ?Bien?

– Bueno, asi asa, ya sabe… -Trague saliva. Glup. ?Que hacia yo alli? Si habia entrado, era para que me aclarara mis dudas. «Preguntaselo», me repetia. Pero no me atrevia.

– ?Vas a la misma clase que Clara?

– Si… -«Diselo ahora. Vamos, toma carrerilla, dile: «Senor Longo…»

No llegue a abrir la boca. Tampoco se si realmente lo habria hecho. Antes de que pudieramos decir nada, yo o el, el estrepito de las veinticuatro horas de Le Mans entro por la ventana. Parecian miles de motores de tonos agudos y ofensivos, todos rugiendo al unisono, como terrorificos gritos de guerra de salvajes.

El Lejia, Clara y yo nos sobresaltamos. Poco a poco, pasado el susto inicial, comprendimos que eran motos, tres o cuatro a lo sumo, y que sus conductores se habian detenido en el descampado frente a los bloques y daban golpes de muneca al gas, provocando un fragor sincopado, espeluznante y ensordecedor.

– ?Lejia! -gritaron desde la calle-. ?Lejia! ?Sal a la calle, que te veamos, joder!

Reconoci la voz y se me encogio el corazon. Era el Puti.

Oi el ruido de una botella de cerveza estrellandose contra la pared.

– Es el Puti -dije, como aquel que hace corteses presentaciones en una fiesta de alta sociedad. Mire a Clara-: Preferiria que no se enterara de que estoy aqui.

Pero Clara no me escuchaba. Estaba pendiente de su padre, que ya se levantaba, ya iba hacia la ventana. Y volvia a oirse la voz del Puti:

– ?Lejia, cono! ?Sal o te quemamos la barraca!

El senor Longo salio a la ventana al mismo tiempo que abajo sonaba otro estruendo. Me parecio que alguien estaba golpeando la persiana metalica con una cadena.

– Papa, ten cuidado… -murmuro Clara.

– ?Basta! ?Basta ya! -grito el senor Longo, con su voz ronca y un tono energico que habria paralizado a un regimiento. Recorde que el senor Longo habia estado en la Legion-. ?Que os pasa?

Abajo se habia hecho un instante de silencio.

– ?Baja y te lo explicaremos! -grito el Puti.

El de la cadena continuaba golpeando la persiana metalica, crispando los nervios de todos.

– ?Que pares de una vez o te parto la cara, imbecil! -grito el senor Longo.

– ?Baja!

Empujado por un rapto de ira, el senor Longo se aparto de la ventana. Clara dijo: «Papa, papa…», siguiendolo hacia el pasillo. El hombre ya volvia y la aparto con brusquedad: «?Dejame!», dijo. Absolutamente aterrorizado, le vi aparecer con una barra de hierro de mas de un metro de largo.

– ?Lejia! -gritaban desde abajo-. ?Hijo de puta!

– Papa, papa -decia Clara.

El senor Longo bajo precipitadamente las escaleras. Clara corrio hacia la ventana, despues me miro a mi. Yo le dedique un gesto de impotencia. Ella se precipito por las escaleras, como si no hubiera visto a nadie donde yo estaba.

– Papa, papa -repetia.

– ?Que pasa? -rugia abajo el senor Longo.

– ?Que no nos gusta lo que le hiciste a nuestro amigo, Lejia! ?Que a nuestros colegas no se les toca!

– ?Que cono de amigos y amigos…! -protestaba el senor Longo.

Me los imaginaba. El Puti y los suyos, sobre las motos, con cadenas y nunchacus, rodando por el descampado, describiendo circulos, y Longo aguantando de pie, esperandoles con la barra de hierro. Se me antojo una imagen de western. Por lo visto, de vez en cuando un gracioso pasaba con la moto junto a la persiana metalica y la golpeaba con la cadena. Del tono y la inflexion de las protestas de Longo imagine que, a cada viaje, intentaba arrearle con la barra de hierro. Y mientras, hablaban.

Yo no me atrevia a asomarme a la ventana, pero no me perdia ni una silaba. Mis sospechas seguian confirmandose.

– ?De Elias, Lejia! ?Te estoy hablando de Elias! ?O quiza no te acuerdas? ?Es cierto o no que le diste una paliza?

– ?Y a ti que te importa lo que le hice o le deje de hacer!

– ?Elias es un colega, Lejia! ?Y tu lo sabes! ?Y tambien sabes que a los colegas no se les toca…!

– Pero, ?que dices? ?Si tu eres el primero en tratar a Elias como si fuera un trapo sucio!

– ?A los colegas no se les toca!

Pense que alli habia algo que no encajaba.

El senor Longo, a su manera, tenia razon. ?A que venia tanto alboroto si el Puti y sus amigos eran los primeros en maltratar a Elias?

Ate cabos: Pili me habia contado que Elias habia estado hablando apasionadamente con el Puti y los suyos. Que hablaban de algo que les interesaba a todos. Me imagine a Elias comprando el interes de los otros con una noticia muy valiosa.

No era necesario ser ningun genio para imaginar que era aquello tan valioso. Las pruebas que comprometian al Pantasma. Yo habia visto como el conserje pagaba doscientas cincuenta mil pesetas por aquellas pruebas. Por semejante cantidad, y todo lo que pudiera venir a continuacion, era muy posible que el Puti y su basca se pusieran en movimiento, aunque fuera a las ordenes de Elias Gual.

Pero, ?que podia ser aquello tan comprometedor?

Y, sobre todo, ?de donde sacaba doscientas cincuenta mil calas un pobre conserje de escuela publica?

Abajo continuaba el alboroto. Habian pasado a las palabras gruesas que, como gritos de guerra, no significaban nada y lo significaban todo. «Venid a por mi si teneis cojones», y cosas de este tono grosero. Empece a temer por la integridad del padre de Clara y estaba pensando en llamar a la policia (a saber como se lo tomaria aquella gente que alguien avisara a la pasma; posiblemente acabariamos todos en comisaria) cuando oi un ruido en la parte trasera del piso.

Clang, un cazo o una olla en la cocina.

Me quede helado.

Habia alguien mas en el piso. Alguien que abria una puerta, que llevaba una linterna, que avanzaba por el pasillo.

Claro: Ahora entendia por que el Puti se tomaba tantas molestias armando todo el tumulto en el descampado. Claro. Era una maniobra de distraccion que permitia que alguien entrara en el piso por la parte trasera y recuperara los documentos comprometedores.

?Jo, cuanto interes por estrujar al pobre Pantasma! ?Si lo supiera…!

Bien, me pregunte que podia hacer yo. Estaba alli clavado, aguantando la respiracion, tenso y con el corazon a cien.

Alguien abria una puerta. Se movia rapidamente. Cerraba. Abria otra. Revolvia papeles. Mientras, afuera, alguien recibia. Un golpe, un grito, un gemido. Una moto que caia al suelo y alli se quedaba, acelerada, rugiendo. Insultos que herian mis tiernos oidos. Un «ahora veras» terrorifico y un chillido de Clara. Un gemido del Lejia, el inicio de una batalla abierta. Con un ay en el corazon, pense que aquello podia acabar muy mal y que deberia hacer algo.

– ?Coge a la chica! -dijo alguien abajo.

Clara grito. Sus insultos se sumaron a los de su padre. Ahora era cuando debia intervenir yo. Me movi rapidamente…

… Y al pasar por delante del pasillo, vi perfectamente al intruso, y el intruso me vio a mi. De todas formas, yo ya sabia quien era. Haciendo un esfuerzo sobrehumano sonrei y dije, tan infantil como pude:

– Hola, Elias…

Salto sobre mi, me agarro por los pelos y tiro. Al mismo tiempo me exigia silencio con un imperioso «?Chsssttt!», y yo me quejaba haciendo «Ayayayay…» en voz baja.

En la penumbra del pasillo me vi envuelto por la violencia de aquel aprendiz de heavy que me sujetaba y me susurraba feroz al oido:

– ?Tranquilo, y a callar! ?Calla o te rajo!

Jope, llevaba una navaja, no me habia dado cuenta.

Le pedi que no, que no me rajara, moviendo la cabeza como si me hubiera cogido un temblor incontenible. Me empujo, lanzandome contra una butaca del comedor, y echo a correr hacia el fondo del pasillo.

Yo no podia perder de vista el sobre de papel de embalar que llevaba, medio arrugado, en las manos.

Claro, el habia salido con Clara. De ahi que conociera la casa. Sabia como entrar mientras el Puti y su banda distraian la atencion del personal en la parte de delante.

Tintinearon de nuevo las ollas de la cocina. Me imagine a Elias saltando por la ventana, deslizandose por una caneria o algo por el estilo. Bum, saltando al suelo, corriendo hacia su moto…

Hasta que no recupere el aliento, no volvi a oir la escandalera de las motos, las cadenas y los gritos del descampado. Bufe y permaneci indeciso un buen rato. No sabia que hacer.

Me di cuenta de que Clara lloraba y que alguien gemia, y que estaban golpeando un cuerpo blando.

«?Toma, toma y toma, para que aprendas!»

Sirenas de policia. Jope, lo que faltaba. Algun vecino habia llamado a comisaria.

Gritos abajo: «?La bofia! ?Larguemonos!» De nuevo el rugir de las motos. El fragor que crece y crece hasta ensordecerme, y despues se aleja y se aleja, dejando solos y bien audibles los sollozos de Clara durante unos segundos y, despues, un bullicio diferente.

– ?A ver, que ha pasado aqui, pedid una ambulancia, no le toqueis…!

Baje las escaleras. No estaba muy satisfecho de mi mismo. No creo que sea lo que se espera de un duro detective privado, eso de permanecer en la sombra mientras la gente se zurra. Pero, claro, yo no podia hacer nada. Y, ademas, habia averiguado casi todo lo que queria.

Habia un coche de policia. Otro habia salido volando, en persecucion de las motos fugitivas. Dos polis de uniforme mantenian a distancia a un grupo de personas que miraban con aprension. Clara llorando y su padre que, tosiendo y maldiciendo, se levantaba del suelo, donde habia estado tirado, cubierto de polvo.

– Estoy bien, dejadme, estoy bien…

En todo caso, no lo parecia. Tenia sangre en la cara y en las manos, y la camisa y los pantalones rotos; iba cubierto de polvo del pelo hasta los zapatos y no podia ni mover un brazo ni sostenerse sobre una de sus piernas. Se apoyaba en Clara.

– Pero, ?que ha pasado, Lejia? -le preguntaba un policia.

– Nada. Unos gamberros, que estaban de juerga.

– ?Les conocias?

– Nunca les habia visto. No son del barrio…

Hice un intento de acercarme a Clara, pero tampoco sabia que podia hacer o decir.

– Amigos de tu hija, ?no? ?Eran amigos tuyos…?

– ?No les conozco de nada! -dijo ella, en un tono duro, como un insulto. Pense que con un par de salidas como aquella podian meterla en la carcel.

La chica me miro y yo vi una infinita distancia entre ella y yo, como si hubiera un oceano de desprecio de por medio.

«?Tu no puedes entender!», me habia dicho.

Para ella, yo era un nino que jugaba y estorbaba en el preciso momento en que a ella la vida la obligaba a ser mas mujer que nunca. Me habria gustado entender algo, de veras. A fin de cuentas yo no habia acusado de nada al Lejia. Incluso me habria gustado ayudarles…

Me senti muy solo. Eche a andar, cabizbajo y pensativo, dejando atras la gente y los comentarios.

– Ya te dijimos que no te mezclaras con esos gamberros, Lejia. Que tienen malas pulgas…

– Es cosa mia.

– Entonces, ?que vas a hacer? ?Piensas poner una denuncia, o no?

– ?Pues claro que no! -se exaltaba el Lejia.

«Claro que no», repetia yo mentalmente.

– Claro que no les va a denunciar -comentaba una vecina-. Si es como ellos, todos son iguales. Todos han salido de la misma cloaca…

El Lejia habia tenido en su poder por unos dias las pruebas que tanto comprometian al Pantasma. Le habia salido bien: como minimo, habia ganado doscientas cincuenta mil pesetas. Ahora, Elias habia recuperado el sobre de papel de embalar.

Volviamos a estar donde estabamos al principio.

Pero no era lo mismo.

Volvi a casa tarareando el Without you, sobre todo aquel momento tan sentido, cuando Billy Ocean dice: Oh, I need you, girl, remember this.

Valia la pena estudiar ingles aunque solo fuera para entender cosas como aquella, que reflejaban perfectamente mis sentimientos.

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