Kelly no estaba en su despacho. El hombre que contestó el teléfono en Homicidios de Brooklyn dijo que podía intentar buscarlo, si era importante. Le dije que era importante.
Cuando sonó el teléfono, Elaine contestó.
– Un momentito -dijo.
Hizo un gesto de asentimiento. Cogí el teléfono de sus manos y saludé a Kelly.
– Mi padre te recuerda -dijo-. Dice que eras una auténtica fiera.
– Bueno, hace mucho tiempo de eso.
– Lo mismo dijo él. ¿Qué es eso tan importante que tienen que pasarme llamadas cuando estoy comiendo?
– Tengo una pregunta acerca de Leila Álvarez.
– Tienes una pregunta. Creí que tenías algo para mí.
– Acerca de la cirugía que le hicieron.
– «Cirugía.» ¿Es así como quieres llamarlo?
– ¿Sabes qué utilizaron para seccionarle el pecho?
– Sí. Una puta guillotina. ¿Dónde quieres ir a parar con tus preguntas, Scudder?
– ¿Pueden haber usado un pedazo de alambre? ¿Una cuerda de piano? ¿Algo así, digamos, usado como garrote vil?
Hubo una larga pausa, mientras yo me preguntaba si habría usado mal la palabra y él no sabía a qué me refería yo. Entonces, con la voz tensa, dijo:
– ¿En qué mierda estás sentado?
– He estado sentado sobre ella diez minutos y he pasado cinco de ellos esperando que me llamaras.
– ¡Maldita sea! ¿Qué es lo que tienes, amigo?
– Leila Álvarez no fue su única víctima.
– Eso dijiste. Gotteskind también. Leí el expediente y creo que tienes razón, pero ¿de dónde sacas eso de la cuerda de piano en el asunto Gotteskind?
– Hay otra víctima -añadí-. Violada, torturada, con un pecho cortado. La diferencia es que está viva. Supuse que querrías hablar con ella.
Drew Kaplan dijo:
– Pro bono, ¿eh? ¿Me quieres decir por qué ésas son las palabras latinas que todo el mundo conoce? Cuando aprobé Derecho en Brooklyn, había aprendido suficiente latín para abrir mi propia iglesia. Res gestae, corpus juris, lex talionis. A nadie oigo estas palabras jamás. Sólo pro bono. ¿Sabes lo que significa pro bono?
– Estoy seguro de que me lo explicarás.
– La expresión completa es pro bono publico. Por el bien público. Los grandes bufetes la utilizan para referirse a la pequeña cantidad de trabajo legal que realizan en favor de causas que les tranquilizan la conciencia, que está comprensiblemente agitada porque pasan más del noventa por ciento del tiempo explotando a los pobres y facturando más de doscientos dólares a la hora por hacerlo. ¿Por qué me miras así?
– Es la oración más larga que te he oído decir en la vida.
– Es cierto. Señorita Cassidy, como abogado suyo es mi deber advertirla acerca de la inconveniencia de asociarse con hombres como este señor. Matt, en serio, la señorita Cassidy es una residente de Manhattan, la víctima de un delito que tuvo lugar en Queens hace nueve meses. Soy un abogado batallador con oficinas modestas en Court Street, en Brooklyn. De manera que, si no te molesta que te lo pregunte, ¿cómo entro yo aquí?
Estábamos en sus modestas oficinas y la broma no era más que su manera de romper el hielo, porque ya sabía por qué Pam Cassidy necesitaba un abogado de Brooklyn para que la ayudara en el interrogatorio a que la sometería un detective de homicidios de Brooklyn. Yo había repasado la situación con él, con bastante detalle, por teléfono.
– Te voy a llamar Pam -decía ahora-. ¿Estás de acuerdo?
– Sí, claro.
– ¿O prefieres Pamela?
– No, Pam está bien. Con tal de que no sea Pammy.
El significado especial de este vocablo se habría perdido para Kaplan, pues dijo:
– Será Pam, entonces. Pam, antes de que tú y yo vayamos a ver al oficial Kelly… ¿Es oficial, Matt, o detective?
– El detective John Kelly.
– Antes de que nos encontremos con el bueno del detective, pongamos en claro nuestras señas. Tú eres mi cliente. Eso significa que no quiero que nadie te interrogue, a menos que yo esté a tu lado. ¿Comprendes?
– Desde luego.
– Eso se refiere a todos, policías, periodistas, reporteros de la televisión que te ponen micrófonos en la cara… «Tendrán que hablar con mi abogado.» Quiero oírtelo decir.
– Tendrán que hablar con mi abogado.
– Perfecto. Alguien te llama por teléfono, te pregunta qué tiempo hace fuera. ¿Qué le dices?
– Tendrá que hablar con mi abogado.
– Creo que lo has comprendido. Una más. Un tipo te llama por teléfono para decirte que te has ganado un viaje gratis a Paradise Island, en las Bahamas, en relación con una promoción especial que están haciendo. ¿Qué le dices?
– Tendrá que hablar con mi abogado.
– No, a ése le puedes decir que se vaya a la mierda. Pero cualquier otra persona del planeta tendrá que hablar con tu abogado. Ahora repasaremos algunos puntos específicos, pero, en general, quiero que respondas sólo a las preguntas cuando yo esté presente, y sólo si se relacionan directamente con el abominable delito que se cometió en tu persona. Tus antecedentes, tu vida antes del incidente, tu vida después del incidente, nada de eso es asunto de nadie. Si se introduce una línea de interrogatorio a la que yo me oponga, intervendré e impediré que contestes. Si no digo nada, pero si por cualquier razón la pregunta te molesta, no la contestas. Dices que quieres conversar en privado con tu abogado. «Quiero conversar en privado con mí abogado.» Veamos cómo lo dices.
– Quiero conversar en privado con mi abogado.
– Excelente. La clave está en que no se te acusa de nada y que no se te va a acusar de nada, de manera que, en primer lugar, les estás haciendo un favor, lo que nos sitúa en una posición muy ventajosa. Ahora repasemos una vez más la información esencial mientras Matt está aquí, y luego tú y yo vamos a ver al detective Kelly. Cuéntame cómo pediste a Matthew Scudder que tratara de dar con los hombres que te raptaron y te mutilaron.
Pam y yo habíamos estudiado los detalles antes de que yo llamara a John Kelly y a Drew Kaplan. Pam necesitaba una historia que la convirtiera en la iniciadora de la investigación y dejara a Kenan Khoury fuera. Pam, Elaine y yo discutimos exhaustivamente todos los puntos, y esto fue lo que convinimos:
Nueve meses después del incidente, Pam estaba tratando de continuar con su ritmo de vida. Esto se le hacía más difícil por el horror que tenía a ser atacada otra vez por los mismos hombres. Hasta había pensado en abandonar Nueva York para huir de ellos, pero sentía que seguiría teniendo miedo por muy lejos que se fuera.
Poco tiempo antes había estado con un hombre a quien le había contado la historia de cómo había perdido un pecho. Ese hombre, que era un respetable señor casado y cuyo nombre ella no estaba dispuesta a divulgar bajo ningún pretexto, se impresionó mucho y se mostró muy comprensivo. Le confesó que no tendría descanso hasta que los hombres fueran atrapados, y que dado el caso de que fuera imposible dar con ellos, seguramente sería muy útil para su recuperación emocional el que ella misma hiciera algo para descubrirlos y aprehenderlos. Puesto que la policía había tenido mucho tiempo para investigar y era evidente que no había conseguido nada, él le recomendaba que contratara a un investigador privado que se concentrara de todo corazón en el caso, en lugar de practicar la clase de trípode criminológico que se les exigía a los policías.
En realidad se trataba de un detective privado que él conocía y en el que confiaba, porque ese individuo sin nombre había sido cliente mío en el pasado. Me la había enviado, y además había estado de acuerdo en hacerse cargo de mis honorarios y de todos los gastos dejando claro que su papel en todo esto no sería divulgado bajo ninguna circunstancia.
Un par de entrevistas con Pam me habían sugerido que la manera más efectiva de enfocar el caso era suponer que ella no era la única víctima. La forma en que habían discutido matarla parecía indicar que de hecho ya habían cometido algún crimen. De acuerdo con ese principio, yo había probado múltiples enfoques destinados a hacer aparecer pruebas de delitos cometidos por los mismos hombres, ya fuera antes o después de haber mutilado a mi cliente.
La investigación en la hemeroteca había hecho aparecer dos casos que yo consideraba probables, el de Marie Gotteskind y el de Leila Álvarez. El caso Gotteskind suponía rapto mediante una furgoneta, y el haberme procurado el expediente Gotteskind a través de canales no convencionales me había confirmado que también se trataba de una amputación. El caso Álvarez parecía indicar que también había habido un probable rapto y que se parecía, en cuanto que la víctima fue abandonada también en un cementerio. (A Pam la habían tirado en el cementerio Mount Sion, de Queens.) Cuando el jueves me enteré de que la mutilación de Álvarez, no especificada en la crónica periodística, había sido idéntica a la de Pam, me pareció evidente que se trataba de los mismos delincuentes.
Entonces ¿por qué no le dije nada a Kelly en ese momento? Lo más importante era que la ética no me permitía proceder así, sin el permiso de mi cliente, y me había pasado el fin de semana convenciéndola y preparándola para aquello a lo que tenía que enfrentarse. Además, quería ver si alguno de los otros anzuelos que había echado me traían alguna presa.
Uno de éstos era el cuento de la película de la semana, que le había hecho probar a Elaine en distintos ambientes de delitos sexuales en toda la ciudad, con la esperanza de que apareciera una víctima viviente. Varias mujeres habían llamado, aunque ninguna había demostrado tener una conexión, ni siquiera remota, pero yo había querido esperar hasta que terminara el fin de semana, antes de renunciar a esa línea de investigación.
Lo divertido era que Pam misma había recibido una llamada telefónica de una mujer de la unidad de Queens, sugiriéndole que valdría la pena ponerse en contacto con una tal señorita Mardell y ver de qué se trataba. En ese momento, ella no tenía idea de que estuviéramos probando ese enfoque en particular, así que se había mostrado muy insegura con la mujer por teléfono, pero luego todos nos reímos mucho cuando me lo mencionó y descubrió quién era en verdad ese productor cinematográfico.
Desde la tarde del lunes, yo no veía ninguna justificación para retener información para la policía, puesto que, de obrar así, obstaculizaríamos la investigación de los dos homicidios, y además yo no tenía ninguna pista útil para proseguir por mi cuenta. Me las había arreglado para venderle este razonamiento a Pam, que tenía mucho miedo de que la volvieran a interrogar los oficiales de policía, pero que se volvió más confiada cuando le dije que podía tener un abogado que cuidara de sus intereses.
Así es como estaban las cosas cuando Pam y Kaplan se dirigían a reunirse con Kelly y yo daba por sentado que había terminado mi cacería de asesinos pervertidos.
– Creo que va a resultar -le dije a Elaine-. Creo que lo cubre todo, todas las actividades a las que me he dedicado desde la primera llamada que recibí, salvo algo que tiene que ver con Khoury. No veo cómo cualquier cosa que les diga Pam los podría llevar a la investigación que hice en Atlantic Avenue o al disloque informático que les vi hacer a los Kong anoche. Pam no sabe nada de eso, de manera que no podría revelarlo aunque quisiera hacerlo. Nunca oyó los nombres de Francine o de Kenan Khoury. Pensándolo bien, no estoy seguro de que sepa por qué me metí en su caso. Creo que todo lo que sabe es su historia oficial.
– Tal vez la cree.
– Es probable que la crea cuando termine de contarla. A Kaplan le pareció verosímil e interesante.
– ¿Le contaste la verdadera historia?
– No. No había motivo alguno para hacerlo. Sabe que lo que tiene está incompleto, pero puede sentirse cómodo con eso. Lo importante es que impida que la policía la moleste y que le preste más atención a mi papel en el caso que a quien cometió los crímenes.
– ¿Harían eso?
Me encogí de hombros.
– No sé lo que harían. Hay un equipo de asesinos en serie que ha estado haciendo su pequeño número durante más de un año y el Departamento de Policía de Nueva York ni siquiera se ha enterado. Va a tocar las narices de mucha gente el hecho de que un detective privado aparezca con lo que a todos los demás se les escapó.
– Y entonces matarán al mensajero.
– No sería la primera vez. En realidad, a la policía no se le escapó nada obvio. Es muy fácil no darse cuenta del asesinato en serie, especialmente cuando diferentes comisarías y barrios reciben casos distintos y los detalles coincidentes son tan nimios que no llegan a los informes de los diarios. Pero podrían volverse en contra de Pam por ponerlos en evidencia, toda vez que es una puta y que no mencionó ese pequeño detalle la primera vez.
– ¿Lo va a mencionar ahora?
– Ahora va a mencionar que solía mantenerse prostituyéndose ocasionalmente. Sabemos que tiene antecedentes. Fue arrestada un par de veces por prostitución y vagancia. No descubrieron eso cuando investigaron su caso porque ella era la víctima, así que no había mucha necesidad de determinar si tenía o no antecedentes.
– Pero tú piensas que debían haberlo verificado.
– Bueno. Fue un descuido -dije-. Las putas son blancos perfectos para ese tipo de ataques, pues son muy accesibles. Podrían haberlo verificado. Tendría que haber sido algo automático.
– Pero ella les va a decir que dejó de hacer la calle cuando salió del hospital porque tenía miedo de que le pasara otra vez.
Asentí. Eso estaba bien. Hacer creer que lo había abandonado temporalmente, muerta de miedo ante la idea de meterse en un coche con un extraño, pero los viejos hábitos se resisten a que los abandones y había vuelto al trabajo. Al principio se limitó a las citas en coche, por no querer disimular o asquear a un hombre al quitarse la blusa, pero descubrió que a la mayoría de los hombres no les importaba demasiado su mutilación. A algunos hasta les parecía una particularidad interesante, mientras que a una pequeña minoría les excitaba mucho, y se convertían en clientes regulares.
Pero nadie tenía que saber nada de eso. Así que les diría que había tenido un par de trabajos: como camarera, haciendo distintas tareas en el vecindario, y que más o menos la mantenía el benefactor anónimo que la había enviado a mí.
– ¿Y tú? -quería saber Elaine-. ¿No vas a tener que ver a Kelly y hacer una declaración?
– Supongo que sí, pero no hay prisa. Le llamaré mañana para ver si necesita algo de mí. Puede ser que no. En realidad, no tengo nada para él porque yo no he publicado ninguna prueba. Sólo he detectado algunas conexiones invisibles entre tres casos existentes.
– Así que para ti la guerra ha terminado, mein Kapitan.
– Así parece.
– Apuesto a que estás exhausto. ¿Quieres ir a la otra habitación y tumbarte un rato?
– Prefiero quedarme levantado para poder volver a mi ritmo normal.
– Tal vez sea lo más sensato. ¿Tienes hambre? No has comido nada desde el desayuno, ¿verdad? Siéntate aquí. Prepararé algo para los dos.
Comimos en la mesa de la cocina una ensalada ligera y un gran bol con salsa ajiaceite. Después hizo té para ella y café para mí y fuimos a la sala de estar y nos sentamos juntos en el sofá. En un momento determinado ella dijo algo que me hizo gracia. Cuando me reí, me preguntó qué era lo que resultaba tan gracioso.
– Me encanta cuando hablas de forma arrabalera -dije.
– Crees que es una pose, ¿no? Crees que soy una delicada flor de invernadero, ¿verdad?
– No, creo que eres la rosa del Harlem hispano.
– Me pregunto si hubiera tenido éxito en la calle -dijo, pensativa-. Me alegro de no haber tenido que descubrirlo nunca. Pero te diré algo: cuando todo esto haya terminado, la «señorita astuta de la calle» va a salir del frío. Puede arropar bien la teta que le queda y sacarle chispas al pavimento.
– ¿Estás planeando adoptarla?
– No, y no cometeremos la estupidez de compartir el apartamento ni peinamos una a la otra tampoco. Pero puedo conseguirle trabajo en una casa decente o enseñarle cómo hacerse de una agenda y trabajar fuera de su apartamento. Si es lista, ¿qué crees que hará? Poner un par de anuncios en Screw y hacer que los que tienen fantasías con las tetas sepan cómo pueden conseguir una por el precio de dos. Te estás riendo otra vez. ¿Éste es también un lenguaje callejero?
– No, sólo es divertido.
– Entonces te permito que te rías. No sé, tal vez tendría que no meterme y dejarla vivir su vida. Pero me gustaba la idea.
– A mí también.
– Creo que merece algo mejor que la calle.
– Todas lo merecen -asentí-. Puede salir bien de ésta. Si encuentran a los tipos y hay un juicio, podría tener sus quince minutos de fama. Y tiene un abogado que se asegurará de que nadie consiga su historia sin pagarle por ella.
– Tal vez hasta haya una película para televisión.
– No lo descartaría, aunque no creo que podamos contar con Debra Winger en el papel de nuestra amiga.
– No, es probable que no. ¡Ah, ya lo tengo! ¿Estás conmigo en esto? Lo que haces es conseguir una actriz que la represente, que sea una paciente que haya sufrido una mastectomía en la vida real. Lo que quiero decir es: ¿estamos discutiendo conceptos elevados o qué? ¿Te das cuenta de la clase de declaración que haríamos? -Hizo un guiño y siguió-: Ésa es mi persona del mundo del espectáculo. Apuesto a que te gusta más mi acento arrabalero.
– Lo tendría que decidir a cara o cruz.
– Bastante justo. Matt, ¿te importa trabajar en un caso como éste y luego pasárselo a la policía?
– No.
– ¿En serio?
– ¿Por qué habría de molestarme? No podría justificar que me lo reservara para mí. El Departamento de Policía de Nueva York tiene unos recursos y un potencial humano que yo no tengo. Lo hubiera llevado lo más lejos posible, pero nada más. Seguiré el ejemplo que recibí anoche y veré qué puedo descubrir en Sunset Park.
– ¿No le dices a la policía lo de Sunset Park?
– No hay forma de hacerlo.
– Matt, tengo una pregunta.
– Adelante.
– No sé si quieres oírla, pero tengo que preguntártelo. ¿Estás seguro de que son los mismos asesinos?
– Tienen que serlo. Un trozo de alambre utilizado para amputar un pecho. Una vez con Leila Álvarez y otra vez con Pam Cassidy. Ambas víctimas arrojadas en cementerios. ¿Qué más quieres?
– Sí, ya me imaginaba que los que se lo hicieron a Pam también se lo habían hecho a la chica Álvarez y a la mujer de Forest Park, la maestra de escuela.
– Marie Gotteskind.
– Pero ¿qué hay de Francine Khoury? No fue arrojada en un cementerio, no le amputaron un pecho y, aparentemente, fue raptada por tres hombres. Si había algo de lo que Pam estaba segura era de que había solamente dos hombres, Ray y el otro.
– Podría haber sólo dos con Francine Khoury.
– Tú dijiste…
– Sé lo que dije. Pam también dijo que fueron del asiento del conductor a la parte trasera de la furgoneta. Tal vez pareció que realmente había tres personas porque cuando uno ve a dos tipos entrar en la parte de atrás de una furgoneta y luego ésta arranca, se supone que había alguien delante para conducirla.
– Tal vez tengas razón.
– Sabemos que esos tipos liquidaron a Gotteskind. Gotteskind y Álvarez están ligadas por el asunto de los dedos, de su amputación e inserción, y a Álvarez y Cassidy les amputaron un pecho, de manera que eso significa…
– Que los tres son el mismo dúo. Está bien, te sigo.
– Pues bien, los testigos oculares de Gotteskind también dijeron que había tres hombres, los dos que la raptaron y uno que conducía. Ésa puede haber sido una ilusión. O pueden haber tenido tres ese día y nuevamente el día que asesinaron a Francine, pero uno de los tipos estaba en casa con gripe la noche que se llevaron a Pam.
– Estaba en su casa masturbándose -sentenció, malhumorada, Elaine.
– Lo que fuera. Le podríamos preguntar a Pam si hubo alguna referencia a otro hombre. «A Mike le gustaría su culo», o algo así.
– Tal vez le llevaron su teta a Mike.
– «Eh, Mike, tendrías que haber visto la que se salvó.»
– Ahórrame eso, ¿quieres? ¿Crees que Pam conseguirá describirlos adecuadamente?
– No lo creo.
Pam dijo que no recordaba cómo eran los dos hombres, que cuando trataba de imaginárselos veía rostros indefinidos, como si hubieran llevado puestas medias de nailon como máscaras. Por eso la primera investigación se convirtió en un ejercicio inútil en cuanto le dieron unos álbumes con fotos de delincuentes sexuales para que las examinara. No sabía qué caras buscaba. Después lo probaron con un técnico en retratos robot, pero eso también fue inútil.
– Cuando estaba aquí -dijo Elaine- yo no dejaba de pensar en Ray Galíndez.
Galíndez era un policía del Departamento de Nueva York y un artista, con una habilidad extraordinaria para engancharse en el relato de un testigo y conseguir un parecido notable. Dos de sus bocetos, enmarcados y barnizados, estaban en la pared del cuarto de baño de Elaine.
– Tuve la misma idea -dije-, pero no sé lo que le podría sacar a ella. Si hubiera trabajado con ella un día o dos después de los hechos, podría haber llegado a algo. Ahora ha pasado demasiado tiempo.
– ¿Y la hipnosis?
– Es posible. Debe de tener un bloqueo de memoria y, tal vez, un hipnotizador podría desbloquearla. No sé nada al respecto. Los jurados no confían demasiado en eso y tampoco estoy seguro de confiar yo.
– ¿Por qué no?
– Creo que los testigos hipnotizados pueden crear falsos recuerdos con su imaginación debido a un deseo insatisfecho. Sospecho de muchos de los recuerdos incestuosos que oigo en las reuniones, recuerdos que brotan de repente, veinte o treinta años después del hecho. Estoy seguro de que algunos de ellos son reales, pero tengo la sensación de que muchos no lo son y salen del contexto, porque la paciente quiere hacer feliz a su terapeuta.
– A veces es real.
– Sin duda. Pero a veces no.
– Quizás. Te concedo que es el trauma de moda actualmente. Las mujeres que no tengan recuerdos incestuosos no tardarán en preocuparse porque sus padres las consideraban feas. ¿Quieres jugar a que soy una niña mala y tú eres mi papaíto?
– Me parece que no.
– No eres divertido. ¿Quieres jugar a que soy una fría y astuta puta callejera y a que tú estás sentado tras el volante del coche?
– ¿Tendría que ir a alquilar un coche?
– Podríamos fingir que el sofá es el coche, pero sería una limusina. ¿Qué podemos hacer para mantener nuestra relación excitante y ardiente? Te ataría, pero te conozco. Te quedarías dormido.
– Especialmente esta noche.
– ¡Ajá! Podríamos fingir que te gustan las deformidades y que a mí me falta un pecho.
– ¡Que Dios no lo permita!
– Sí, amén a eso. No quiero beshrei, como diría mi madre. ¿Sabes qué es beshrei? Creo que significa invocar algo, un equivalente yiddish de atraer la desgracia. «Ni siquiera lo digas, podrías darle ideas a Dios.»
– Bueno, no lo hagas.
– No. Querido, ¿quieres, sencillamente, ir a la cama?
– Ahora sí que dices algo bueno.