XVII

Estos días fueron también los del tercer éxodo.

El primero, del que en su momento se dio noticia sustancial, fue el de los turistas extranjeros, cuando despavoridos huyeron de lo que entonces, cómo pasa el tiempo, aún parecía simple amenaza de abrirse una zanja en los pirenaicos montes hasta el nivel del mar, lástima es que el accidente inopinado no hubiese quedado ahí, imagínense cuál no sería el orgullo de Europa, disponer, a todos los efectos, de un cañón geológico ante el que el del Colorado no haría más figura que la de un regatillo. El segundo éxodo fue el de los ricos y poderosos, al resultar irreparable la fractura, cuando la deriva de la península, aunque aún premiosa, como tomando carrerilla, vino a mostrar, de modo que creemos definitivo, la precariedad de las estructuras y de las ideas asentadas. Se vio entonces cómo el edificio social, con toda su complejidad, no pasa de ser un castillo de naipes, sólido sólo en apariencia, y que basta dar una sacudida a la mesa en que está armado para que todo se venga abajo. Y la mesa, en este caso, y por primera vez en la historia, se había movido por sí sola, Dios mío, Dios mío, para salvar nuestros preciosos bienes y nuestras vidas preciosas, huyamos.

El tercer éxodo, este del que estábamos hablando antes de resumir los dos primeros, tuvo, por así decir, dos componentes, o partes, las cuales, si tenemos en cuenta las diferencias esenciales que las distinguen, deberían, en opinión de algunos, ser consideradas tercer éxodo y cuarto éxodo. Mañana, es decir en un futuro distante, los historiadores que se dediquen al estudio de unos acontecimientos que, en sentido no sólo alegórico sino también literal, cambiaron la faz del mundo, decidirán, y esperamos que con la ponderación y la imparcialidad de quien desapasionadamente observa los fenómenos del pasado, si deberá hacerse o no este desdoblamiento que algunos proponen ya hoy. Dicen éstos que revela grave falta de sentido crítico y noción de las proporciones poner en pie de igualdad la retirada de millones de personas de las tierras litorales hacia el interior y la fuga de unos cuantos miles al extranjero, sólo por el hecho de que entre un éxodo y otro haya una innegable coincidencia en el tiempo. No siendo intención nuestra tomar postura en el debate y mucho menos adelantar juicios, no cuesta reconocer que, siendo el miedo de unos y de otros semejante, no eran iguales los medios y recursos para ponerle remedio.

En el primer caso, se trataba por lo común de gente de escasos haberes que, al verse obligada por las autoridades y por la dureza de los hechos a trasladarse a otros lugares, esperaban, como mucho, salvar su vida por las vías tradicionales, milagro, suerte, azar, destino, buena estrella, oración, fe en el Espíritu Santo, si no amuleto, higa, cuerno de escarabajo colgado al cuello, medalla bendita, y lo demás que por economía de espacio se omite, pero que puede resumirse en esa otra fórmula, tan célebre como la que más fuere, Aún no me había llegado la hora. En el segundo caso, los fugitivos fueron gentes de recursos medios o altos, y de disponibilidades rápidas, se habían quedado a ver en que paraba la cosa, pero ahora no quedaba lugar para dudas, se llenaron los aviones del nuevo puente aéreo, llevaron carga máxima los paquebotes, cargueros y otras embarcaciones de menor porte, sobre los episodios ocurridos, de ninguna edificación moral, corramos un tupido velo, los sobornos, las intrigas, las traiciones y hasta los crímenes, hubo gente asesinada sólo por un pasaje, fue aquél un cuadro ignominioso, pero, siendo el mundo lo que es, ingenuos seríamos si esperásemos de él otra cosa. En fin, todo visto y ponderado, lo más probable es que los libros de historia registren cuatro éxodos y no tres, no por exceso de rigor clasificatorio, sino para no mezclar huevos y castañas.

Destaquemos, no obstante, lo que, en el sumario análisis expuesto, puede reflejar, aunque involuntariamente, cierta actitud mental preñada de maniqueísmo, es decir, inclinada hacia una visión idealizadora de las clases bajas y a la condenación maximalista de las altas, marcadas de modo obstinadamente provocador por el rótulo, no siempre adecuado, de ricos y poderosos, lo que, naturalmente, suscita odios y antipatías, al par de ese mezquino sentimiento que es la envidia, fuente de todo mal. Sin duda existen los pobres, evidencia difícil de negar, pero no se deben sobrevalorar. Sobre todo cuando no son, y no fueron, como en esta coyuntura hubiera convenido, modelo de paciencia, de resignación, de disciplina libremente consentida. Quien, por estar lejos de estos acontecimientos y lugares, imaginó que los retirantes ibéricos, amontonados en casas, asilos, hospitales, cuarteles, almacenes, o en las tiendas y barracones de campaña que fue posible requisar, más los que fueron cedidos y armados por los ejércitos, y aquella otra gente, aún más numerosa, que no encontró alojamiento y vive por ahí debajo de los puentes, al abrigo de los árboles, en automóviles abandonados, cuando no a la pura intemperie, quien imaginó que Dios vino a vivir con estos ángeles, sabrá mucho de ángeles y de Dios, pero de hombres no sabe ni la primera letra.

Se puede decir, sin ninguna exageración, que el infierno, en los mitológicos tiempos distribuido uniformemente por toda la península, como se recordó al inicio de este relato, está ahora concentrado en una franja vertical de más o menos treinta kilómetros de anchura, desde el norte de Galicia hasta el Algarve, teniendo a occidente las tierras deshabitadas en cuyo efecto de parachoques pocas personas creen realmente. Por ejemplo, si el gobierno español no precisó salir de Madrid, tan confortablemente interior, al gobierno portugués, quien lo quiera encontrar tendrá que ir a Elvas, que es la ciudad más distante de la costa, en línea recta, más o menos horizontal y meridiana, a partir de Lisboa. Entre los refugiados, mal alimentados, mal dormidos, con viejos muriéndose, niños entre llantos y gritos, los hombres sin trabajo y las mujeres cargando a cuestas con toda la familia, se suceden los conflictos, las malas palabras, los desórdenes y las agresiones, los robos de ropas y comida, las expulsiones violentas, los asaltos, y también, quién podía imaginarlo, se extendió un libertinaje de costumbres que transformó estos campamentos en lupanares colectivos, una vergüenza, un mal ejemplo para los hijos mayores, que si bien saben quién es su padre y su madre, no saben ya qué hijos andan haciendo, y dónde y de quién. Claro que la importancia de este aspecto de la cuestión es menor de lo que a primera vista parece, si atendemos a la escasa atención que los historiadores de hoy prestan a los períodos que, por una razón u otra, tuvieron puntos de semejanza, en lo particular, con éste. A fin de cuentas, probablemente, el libre ejercicio de la carne, en momentos de crisis, es lo que más conviene a los intereses profundos de la humanidad y del hombre, ambos normalmente aperreados por la moral. Pero, siendo la hipótesis controvertida, pasemos adelante, la simple alusión basta para satisfacer el escrúpulo del observador imparcial.

En este barullo y confusión existe, pese a todo, un oasis de paz, estos siete seres que viven en la más perfecta armonía, dos mujeres, tres hombres, un perro y un caballo, aunque éste tenga que callar algunas razones de queja en lo que a distribución de trabajo se refiere, por tener que ir tirando él solo de la galera cargada, pero eso tendrá remedio un día de éstos. Las dos mujeres y los dos hombres forman dos parejas, y de las felices, sólo el tercer hombre no tiene par, pero acaso no le pese la privación, vista su edad, por lo menos hasta este momento no se le notaron aquellas inconfundibles señales de nerviosismo que denuncian la plétora glandular. En cuanto al perro, si en las ocasiones en que va a la procura de alimento busca y encuentra otras satisfacciones, es algo que no sabemos, el perro, siendo en estas áreas del comportamiento el más exhibicionista de los animales, es discreto en ciertos individuos de la especie, ojalá a nadie se le ocurra ir detrás de éste, hay curiosidades malsanas que es deber de higiene frustrar. Tal vez estas consideraciones sobre relación y comportamiento no estarían tan marcadas por la sexualidad si las parejas que se formaron, por efectos de la intensidad de la pasión o por ser aún recientes, no se mostraran tan exuberantes en demostraciones, cosa que, y conviene decirlo antes de que alguien piense mal, no significa que anden a besos y abrazos por todas partes, sobrios son hasta ahí, lo que no pueden es ocultar el aura que los envuelve o emiten, aún hace unos días vio Pedro Orce desde lo alto del monte el resplandor del brasero. Aquí, en los linderos del bosque donde ahora viven, suficientemente alejados de los pueblos próximos para poder imaginarse solos, pero lo bastante cerca para que el aprovisionamiento de víveres no resulte un rompecabezas, podrían creer en la felicidad si no vivieran, por cuántos días aún, bajo la amenaza del cataclismo. Pero se aprovechan como dijo el poeta, Carpe Diem, el mérito de estas viejas citas latinas está en que contienen un mundo de significaciones segundas y terceras, sin contar con las latentes e indefinidas, que cuando uno va a traducir, Goza la vida, por ejemplo, queda algo soso, flojo, que no merece siquiera el esfuerzo de intentarlo. Por eso insistimos en decir Carpe Diem, y nos sentimos como dioses que hubieran decidido no ser eternos para poder, en el sentido exacto de la expresión, aprovechar el tiempo.

Qué tiempo queda aún, es algo que nadie sabe. Las radios y las televisiones funcionan las veinticuatro horas del día, ya no hay noticiarios a horas fijas, se interrumpen los programas constantemente para leer el último parte, y las informaciones se suceden, estamos a trescientos cincuenta kilómetros de distancia, estamos a trescientos veintisiete, podemos informar que las islas de Santa María y de San Miguel han sido completamente evacuadas, prosigue a ritmo acelerado la evacuación de las restantes, estamos a trescientos doce kilómetros, en la base de Lajes se ha quedado un pequeño grupo de científicos norteamericanos que sólo se retirarán, por vía aérea, claro, en los últimos minutos, para poder asistir desde el aire a la colisión, digamos sólo colisión, sin adjetivos, no fue atendida una petición del gobierno de Portugal para que un científico portugués se integrara en el referido grupo, a título de observador, faltan trescientos cuatro kilómetros, los responsables de los programas recreativos y culturales de la televisión y de la radio discuten lo que deben transmitir, música clásica, dicen unos, atendiendo a la gravedad de la situación, la música clásica es deprimente, argumentan otros, lo mejor sería dar música ligera, canciones francesas de los años treinta, fados portugueses, malagueñas españolas y otras cosas de pandereta, y sevillanas, y mucho rock, y mucho folk, los triunfadores en Eurovisión, pero estas músicas alegres van a sorprender y molestar a quienes viven horas verdaderamente cruciales, responden los clásicos, peor sería tocarles marchas fúnebres, alegan los modernos, y de ahí no se sale, era no era andaba labrando, faltan doscientos ochenta y cinco kilómetros.

La radio de Joaquim Sassa ha sido utilizada con avaricia, quedan unas pilas de reserva, pero conviene ahorrarlas, nadie sabe qué nos reserva el día de mañana, es una frase popular, de esas que se dicen mucho, aquí casi podríamos apostar sobre lo que ese día va a ser, muerte y destrucción, millones de cadáveres, la mitad de la península hundida. Pero los minutos en que la radio está apagada resultan insoportables, el tiempo se va convirtiendo en algo palpable, viscoso, aprieta la garganta, en todo momento parece que se va a sentir el choque aunque todavía estemos lejos, no hay quien aguante una tensión así, Joaquim Sassa pone la radio, Es una casa portuguesa con certeza, es con certeza una casa portuguesa, canta la voz deliciosa de la vida, Dónde vas con mantón de Manila, dónde vas con el rojo clavel, la misma delicia, la vida misma, pero en otra lengua, entonces respiran todos aliviados, están veinte kilómetros más cerca de la muerte, pero eso qué importa, aún la muerte no ha sido anunciada, las Azores no están a la vista, Canta, muchacha, canta.

Están sentados a la sombra de un árbol, han acabado de comer, y son como nómadas en sus maneras y vestidos, en tan poco tiempo tanta transformación, es el resultado de la falta de comodidades, ropa arrugada y sucia, los hombres con barba de días, no los recriminemos, ni a ellas, que en los labios ya usan sólo el color natural, ahora pálidas por los trabajos, tal vez en las últimas horas se pinten y se preparen para recibir dignamente a la muerte, la vida, al acabarse, no merece tanto. María Guavaira está apoyada en el hombro de Joaquim Sassa, le tomó la mano, entre las pestañas asoman dos lágrimas, pero no de miedo por lo que está ocurriendo, fue el amor que así se le subió a los ojos. y José Anaiço acaricia los brazos de Joana Carda, la besa en la frente, después los párpados se cierran, si al menos este momento pudiera venir conmigo allí a donde vaya, no pido más, un momento sólo, éste, no precisamente este de ahora cuando estoy hablando, el otro, el anterior, el que precedió al anterior, aquel que ya apenas se distingue desde aquí, no lo atrapé cuando vivía, ahora es tarde. Pedro Orce se ha levantado y se aleja, su pelo blanco reluce al sol, también él lleva su aura de lumbre fría. El perro lo sigue, con la cabeza baja. Pero no irán muy lejos. Ahora se mantienen juntos tanto cuanto pueden, nadie quiere estar solo cuando llegue la catástrofe. El caballo que, como dicen los sabios, es el único animal que no sabe que ha de morir, se siente feliz, pese a los grandes trabajos por los que pasó en la larguísima caminata. Va mordisqueando su paja, hace estremecer la piel para ahuyentar a los moscardones, barre con las crines de la cola el lomo picazo, y probablemente no sabe que estuvo a punto de acabar sus días en la penumbra de una caballeriza medio en ruinas, entre telas de araña y boñigas, de asma caballuna, bien cierto es que mal de unos es consuelo de otros, aunque haya de ser por tan poco tiempo.

Pasó el día, vino otro y se fue, faltan ciento cincuenta kilómetros. Se nota crecer el miedo como una negra sombra, el pánico es una inundación en busca de los puntos débiles del dique, minando la base de la roca profunda, al fin saltó, y las gentes que hasta entonces se habían mantenido más o menos aquietadas en los lugares donde asentaron arrayales empezaron a desplazarse hacia el este, comprendiendo ahora que estaban demasiado cerca de la costa, sólo a setenta, a ochenta kilómetros, pensaban que las islas iban a desgarrar la tierra hasta allí, a invadirlo todo el mar, el cono del Pico como un fantasma, y quién sabe si, con el choque, no iba a entrar de nuevo el volcán en actividad, Pero no hay ningún volcán en la isla del Pico, nadie escuchaba estas y otras explicaciones. Las carreteras, claro, quedaron atascadas, cada cruce era un nudo imposible de desatar, llegó a hacerse imposible el avance, también el retroceso, todos atrapados en una ratonera, fueron muchos los que, renunciando a los pocos bienes que llevaban, intentaron salvar la vida por el desahogo de los campos. Para dar ejemplo, el gobierno portugués dejó Elvas y se instaló en Évora, y el de España, más cómodamente, se alojó en León, desde allí difundieron comunicados, que el presidente de la República de aquí y el rey de la Monarquía de allí firmaron también, cada cual el suyo, lamentablemente nos habíamos olvidado de decir que el presidente y el rey han acompañado en todos los trances a sus respectivos ejecutivos, cómo explicaríamos ahora si no corrigiéramos la omisión, que uno y otro se ofrecieron para ir al encuentro de las multitudes enloquecidas, y, con los brazos abiertos, ofreciendo la vida al sacrificio por gesto violento o atropello, otra vez Friends, Romans, Countrymen, and so, and so, no, majestad, no, señor presidente, la multitud en pánico, y además ignorante, no lo entendería, hay que ser muy culto y civilizado para ver a un rey o a un presidente con los brazos abiertos, en medio de una carretera, y pararse a preguntarle qué quiere. Pero hubo igualmente quien, en un asomo de cólera, se volvió atrás y gritó, Para poca vida más vale ninguna, acabemos con esto de una vez, y ésos se quedaron a la espera, mirando las serenas montañas en el horizonte, los tonos rosa del alba, el azul profundo de la tarde cálida, la noche estrellada, quizá la última, pero cuando llegue la hora no desviaré de ella mis ojos.

Entonces, sucedió. A unos setenta y cinco kilómetros de distancia del extremo oriental de la isla de Santa María, sin que nada lo hiciera anunciar, sin que se sintiera la menor conmoción, la península empezó a navegar en dirección norte. Durante unos minutos, mientras en todos los institutos geográficos de Europa y de América del Norte los observadores analizaban, incrédulos, los datos recibidos de los satélites y dudaban en hacerlos públicos, millones de aterrorizadas personas en Portugal y España estaban ya libres de la muerte y no lo sabían. Durante esos minutos, trágicamente, hubo quien se metió en peleas con la esperanza de ser muerto y quizá recibió satisfacción, y quien se suicidó por no poder soportar más el miedo. Hubo quien pidió perdón de sus pecados, y quien, por pensar que ya no había tiempo de arrepentirse, le pidió a Dios y al Diablo que le dijeran qué pecados nuevos podría cometer todavía. Hubo mujeres que dieron a luz, deseando que sus hijos nacieran muertos, y otras que supieron que estaban embarazadas de hijos que, creían ellas, nunca iban a nacer. Y cuando el grito universal resonó en todo el mundo, Están salvados, están salvados, hubo quien no lo creyó y siguió llorando el próximo fin, hasta que ya no pudo haber más dudas, lo juraban en todos los tonos los gobiernos, los sabios daban explicaciones, se hablaba de que la salvación tenía como causa una poderosa corriente marítima artificialmente producida, la discusión era grande sobre si habían sido los norteamericanos o los soviéticos.

La alegría fue un reguero de pólvora que llenó de risas y danzas toda la península, en especial la gran franja donde se juntaban los millones de desplazados. Afortunadamente esto aconteció en pleno día, hacia la hora del almuerzo para quienes tenían qué comer, si no, la confusión y el caos hubieran sido terribles, decían las autoridades responsables, pero pronto se arrepintieron de aquella opinión precipitada, porque, apenas tuvieron la seguridad de que la noticia era verdadera, miles y miles de desplazados iniciaron la caminata de regreso a casa, fue preciso hacer circular, con cierta crueldad, la noticia de que era posible la vuelta de la península a su trayectoria inicial, ahora un poco más al norte. No todos lo creyeron, sobre todo porque una nueva inquietud se introdujo soturna en el espíritu de la gente, veían en su imaginación las ciudades, las villas y las aldeas abandonadas, la ciudad, la villa o la aldea donde habían vivido, la calle donde vivían, y la casa, la casa saqueada por gente expedita que no creía en historietas o aceptaba el hipotético riesgo con la naturalidad de quien, por oficio, tiene que dar todas las noches un triple salto mortal, y no eran estas visiones fantasías de la imaginación calenturienta, porque por aquellos desiertos parajes se iban insinuando ya, aún con cautela pero llevando en la mente su deshonroso designio, todos los ladrones, rateros y maleantes antiguos y modernos, entre los que circulaba la consigna corporativa, El primero en llegar elige, quien venga después que busque otra casa, no armar líos, que para todos hay. Que ninguno de ellos se deje tentar, decimos nosotros, por la casa de María Guavaira, es lo mejor que les puede suceder, porque el hombre que está allí dentro tiene una escopeta cazadora y sólo abrirá la puerta a la dueña de la casa para decirle, Guardé sus bienes, ahora cásese conmigo, salvo si, vencido por las vigilias, de puro cansancio, se ha quedado dormido sobre el montón de lana azul y así habrá fallado su vida de hombre.

Usando la prudencia, las gentes de las Azores todavía no regresan a sus islas y casas, pongámonos en su lugar, verdad es que el peligro inmediato se ha alejado, pero sigue en aquellos parajes, rondando, parece esto una nueva versión del cuento del puchero de hierro y el puchero de barro, con la sustancial diferencia de que con el barro de aquí sólo fue posible hacer los pucherillos de las islas, no dio para la gran tinaja de un continente, y ése, si es que llegó a existir, se fue al fondo, le llamaban Atlántida, bien locos seríamos si no hubiésemos aprendido, con la experiencia o con la memoria de ella, aunque sean falsas una y otra. Pero el sentimiento que retiene bajo aquel árbol a las cinco personas no es la prudencia, ahora que todo el mundo se ha puesto en movimiento en dirección a las costas de Portugal y Galicia, por así decir en regreso triunfal, llevan ramas, flores, bandas tocando, y lanzan cohetes, y las campanas tocan a su paso, las familias vuelven a entrar en sus casas, quizá falten algunas cosas, pero la vida vino con ellos, y eso es lo más importante, la vida, la mesa donde comemos, la cama donde dormimos, y donde esta noche, de puro júbilo, se hará el más alegre amor del mundo. Bajo el árbol, con la galera esperando y el caballo ya rehecho de fuerzas, las cinco personas que han preferido quedar rezagadas miran al perro como si de él debiera venir orden o consejo, Tú que viniste de donde no sabemos, tú que me apareciste un día llegado de lejos tan cansado que llegando hasta mí te derrumbaste de manos, tú que estando yo mostrándoles a estos hombres el lugar donde rayé el suelo con una vara pasaste y miraste, tú que estabas a nuestra espera junto al coche que dejamos debajo del alpendre, tú que tenías un hilo de lana azul en la boca, tú que nos guiaste por tantas carreteras y tantos caminos, tú que fuiste conmigo al mar y encontraste la barca de piedra, dinos tú, con un movimiento, un gesto, una señal, ya que ni ladrar sabes, dinos hacia dónde debemos ir, que ninguno de nosotros quiere volver a la casa del valle, sería para todos el inicio del último regreso, a mí me diría el hombre que quiere casarse conmigo señora cásese conmigo, a mí me diría el jefe de la oficina donde trabajo necesito esa factura, a mí me diría mi marido al fin has vuelto, a mí me diría el padre del peor alumno señor maestro déle unos palmetazos, a mí me diría la mujer del notario que se queja de dolores de cabeza déme unos comprimidos para el dolor de cabeza, dinos tú entonces hacia dónde debemos ir, levántate y anda, ése será nuestro destino.

El perro, que estaba tumbado bajo la galera, levantó la cabeza como si hubiera oído voces, saltó bruscamente y corrió hacia Pedro Orce que le sostuvo la cabeza entre las dos manos, Si quieres te llevo conmigo, dijo, sólo las palabras fueron dichas por el hombre. María Guavaira es dueña del caballo y de la galera, y aún no ha decidido, pero Joana Carda miró a José Anaiço, que la entendió, Decidan lo que decidan, yo no me vuelvo, fue entonces cuando María Guavaira dijo en voz alta y clara, Hay un tiempo para estar y un tiempo para partir, aún no ha llegado el tiempo de volver, y Joaquim Sassa preguntó, Adónde queremos ir, Por ahí, sin rumbo, Vamos al otro lado de la península, dijo Pedro Orce, yo nunca he visto los Pirineos, Tampoco los vas a ver ahora, la mitad de ellos se quedó en Europa, recordó José Anaiço, No importa, por un dedo se conoce el gigante. Estaban celebrando la decisión cuando María Guavaira dijo, El caballo nos trajo hasta aquí, pero no va a aguantar solo el resto del viaje, está viejo, y una galera está hecha para que tiren de ella dos caballos, con un caballo solo es una galera manca, Entonces, preguntó Joaquim Sassa, Pues tenemos que encontrar otro, No va a ser fácil encontrar caballos aquí, y además, digo yo, un caballo es caro, no tendremos dinero suficiente.

La dificultad parece no tener remedio, pero vamos a ver aquí una demostración más de la ductilidad del espíritu humano, aún no hace muchos días María Guavaira rechazó sin ambages la idea de dormir en una casa desocupada, la lección resuena aún en los oídos de quien la recuerda, y ahora, tanto puede la necesidad, María Guavaira va a quebrantar una vida entera de limpidez moral, quiera Dios que nunca nadie le eche en cara esta transgresión, No lo vamos a comprar, lo robaremos, ésas fueron sus palabras, y ahora es Joana Carda quien intenta enmendar, de manera indirecta, para no herir a nadie, Nunca he robado nada en mi vida. Hubo allí un silencio incómodo, uno tarda en habituarse a nuevos códigos morales, en este caso fue Pedro Orce quien dio el primer paso, contra la costumbre de ser los viejos empecinados observadores de la ley vieja, En nuestra vida nunca robamos nada, robamos siempre en la vida de los otros, podía ser una máxima de filósofo cínico, pero es sólo una comprobación de hecho, Pedro Orce disimula con una sonrisa, pero las palabras quedan dichas. Muy bien, decidido, robaremos un caballo, pero cómo lo hacemos, sacamos a suerte a ver quién va en la expedición, Iré yo, dijo María Guavaira, vosotros no entendéis de caballos, seríais incapaces de traerlo, Yo voy contigo, dijo Joaquim Sassa, pero sería conveniente que también el perro quisiera venir con nosotros, podría defendernos de cualquier mal encuentro.

Aquella noche salieron los tres del campamento, se dirigieron al este, donde tal vez, por haber sido región que mantuvo relativa calma, hubiera posibilidades de encontrar lo que querían. Antes de salir dijo Joaquim Sassa, No sabemos cuánto vamos a tardar, esperadnos aquí, Pensándolo mejor, quizá sería preferible traer un carro grande, donde pudiéramos caber todos, con los equipajes y el perro, dijo José Anaiço, No hay carros tan grandes, necesitaríamos un camión, y recuerda que no encontramos ninguno completo, capaz de andar, y está el caballo, no lo vamos a dejar por ahí abandonado, Uno para todos y todos para uno, gritaron en su tiempo los tres mosqueteros, que eran cuatro, y ahora son cinco, sin contar el perro y el caballo.

Se pusieron en camino María Guavaira y Joaquim Sassa, el animal iba delante, olfateando y comprobando las sombras. La expedición tenía algo de absurdo, buscar un caballo, Una mula serviría también, dijo María Guavaira, sin saber si existirá un animal de ésos en cinco leguas a la redonda, quizá sería más fácil encontrar un buey, pero no podemos uncir juntos un buey y un caballo en una galera, o un burro, en este caso, para tanta carga, sería lo mismo que unir dos debilidades para hacer con ellas una fuerza, cosa que sólo acontece en las parábolas, como la de los mimbres, ya citada. Caminaron, caminaron, salían de la carretera siempre que veían en los claros de los campos habitaciones y casas de labor, si caballos hubiera es allí donde se encontrarían, pues es de bestias de tiro de lo que precisamos, no corceles de parada o trotones de pista. Apenas se acercaban, empezaban a ladrar los perros, pero pronto se callaban, nunca se puede saber qué artes eran las del Can, el más ruidoso y frenético guardián quedaba súbitamente mudo, y no porque lo matase la fiera llegada del Más Allá, se habrían oído rumores de lucha, gemidos de dolor, el silencio no es sepulcral porque, realmente, no ha muerto nadie.

Iba alta la madrugada, María Guavaira y Joaquim Sassa apenas podían con sus pies por la fatiga, él dijo, Tenemos que encontrar un sitio para descansar, pero ella insistía, Busquemos, busquemos, y tanto buscaron que encontraron, que encontrar fue y no descubrir, y ocurrió todo de la manera más sencilla del mundo, ya el cielo clareaba, la negra noche a oriente se había vuelto de un azul profundo, cuando, en una vaguada, oyeron un relincho sofocado, un suave milagro, aquí estoy yo, fueron a ver y era un caballo atado, no había sido Dios quien lo puso allí para enriquecer el catálogo de sus milagros propios, sino el legítimo dueño del animal a quien el herrero dijera, Ponle este ungüento en la matadura y déjalo esta noche a la intemperie, haz lo mismo tres noches seguidas empezando un viernes, y si el caballo no se cura te devuelvo el dinero y pierdo el nombre que tengo. Un caballo trabado, si no hay ahí una navaja rápida para cortar la cuerda, no es animal que se pueda llevar a cuestas, pero María Guavaira sabe cómo hablar a estos animales, y, pese al nerviosismo de la bestia, que no reconoce a quien lo lleva, puede dirigirlo hacia las sombras de unos árboles, y allí, arriesgándose a ser pisada o llevarse una coz violenta, consiguió deshacer el nudo de cuerda áspera, en general en estos casos se ata con un nudo propio, fácil de desatar, aunque quizá sea ciencia que aquí ya no se practique. Valió también que el caballo comprendiese que lo querían liberar, siempre es buena la libertad, hasta cuando vamos hacia lo desconocido.

Regresaron por caminos extraviados, confiando más que nunca en el mérito del can para prevenir aproximaciones sospechosas y remediar vecindades inoportunas. Cuando clareó el día, distantes ya del lugar del robo, empezaron a encontrar gentes por campos y caminos, pero nadie reconocía el caballo, y aunque, conociéndolo, lo pudieran reconocer, acaso no repararían en él, tan admirable e inocente era el cuadro, medieval se podría decir, la doncella sentada a la amazona en la hacanea, delante el caballero, pedestremente caminando, llevando al caballo por la reata, que por suerte no se habían olvidado de traer. El dogo completaba la visión encantadora, que a algunos pareció sueño y a otros señal de cambios de la vida, no saben unos y otros que allí van sólo dos malvados cuatreros, bien verdad es que las apariencias engañan, lo que generalmente se ignora es que engañan dos veces, razón por la que quizá sería mejor confiar en las primeras impresiones y no llevar más adelante la investigación. Por eso hoy no va a faltar quien diga, Esta mañana he visto a Amadís y a Oriana, ella a caballo, él a pie, iba con ellos un perro, Amadís y Oriana no pueden haber sido, que nunca se vio con ellos perro alguno, Los vi, y basta, un testigo vale tanto como cien, Pero en la vida, amores y aventuras de esos dos no se habla de perro, Pues que vuelvan a escribir su vida, y que lo hagan todas las veces que sean precisas para que quepa todo, Todo, En fin, lo más posible.

Al comenzar la tarde llegaron al campamento y fueron recibidos con abrazos y risas. El caballo pigarzo miró de lado al alazán que tomaba aliento, Tiene una matadura en el lomo, casi seca, seguro que le pusieron un emplasto y lo dejaron al relente tres noches contando desde el viernes, es remedio infalible.

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