XII

El primer ministro habló a los portugueses, y dijo, Portugueses, durante los últimos días, con súbita intensificación en las últimas veinticuatro horas, se ha convertido nuestro país en blanco de presiones que sin exageración puedo calificar de inadmisibles, procedentes de casi todos los países europeos donde, como es sabido, han tenido lugar serias alteraciones del orden público, que se han visto súbitamente agravadas, sin que nos quepa en ello la menor responsabilidad, por la toma de la calle de grandes masas de manifestantes que, de manera entusiasta, quieren expresar su solidaridad con los países y pueblos de la península, lo que evidencia una grave contradicción en la que se debaten los gobiernos de Europa, a la que ya no pertenecemos, ante los profundos movimientos sociales y culturales de estos países, que ven en la aventura histórica en la que nos hallamos lanzados la promesa de un futuro más feliz y, por decirlo todo, la esperanza de un rejuvenecimiento de la humanidad. Ahora bien, esos gobiernos, en vez de apoyarnos, como sería demostración de elemental humanidad y de una conciencia cultural realmente europea, han decidido convertirnos en chivo expiatorio de sus dificultades internas, intimándonos absurdamente a detener la deriva de la península, aunque, con más propiedad y respeto a los hechos, le deberían llamar navegación. Esta actitud es tanto más lamentable cuanto que sabido es que cada hora que pasa nos apartamos más de setecientos cincuenta metros de lo que son ahora las costas occidentales de Europa, y estos gobiernos europeos, que en el pasado jamás demostraron realmente querernos consigo, nos apremian ahora para que hagamos lo que en el fondo no desean y, para colmo, saben que no nos es posible. Centro sin posible dimisión de toda creación cultural, Europa, en estos días de turbación, muestra al fin su carencia de buen sentido. A nosotros, que mantenemos la serenidad de los fuertes y de los justos, nos compete, como gobierno legítimo y constitucional que somos, rechazar enérgicamente presiones e injerencias de todo orden y de cualquier procedencia, proclamando ante la faz del mundo que sólo nos guiaremos por el interés nacional y, de un modo más amplio, por el de los pueblos de la península, afirmación que puedo hacer aquí solemnemente y con entera seguridad, una vez que los gobiernos de Portugal y España han venido trabajando conjuntamente, y así seguirán haciéndolo, en el examen y debate de las medidas necesarias para un feliz desenlace de los acontecimientos que han sobrevenido desde la histórica ruptura de los Pirineos. Unas palabras de reconocimiento debemos al espíritu humanitario y al realismo político de los Estados Unidos de América del Norte, gracias a los que se ha mantenido en niveles razonables el abastecimiento de carburantes y productos alimentarios que hasta ahora, en el marco de las relaciones comunitarias, importábamos de Europa. En condiciones normales tales cuestiones serían, evidentemente, tratadas a través de los canales diplomáticos competentes, pero, en una situación de tanta gravedad, ha entendido el gobierno que presido que debía dar conocimiento inmediato de los hechos a todo el pueblo, expresando así su confianza en la dignidad de los portugueses, que sabrán, como en otras ocasiones históricas, cerrar filas en torno de sus representantes legítimos y del sagrado símbolo de la patria, ofreciendo al mundo la imagen de un pueblo cohesionado y decidido, en este momento especialmente difícil y delicado de su historia, viva Portugal.

Los viajeros oyeron el discurso cuando estaban ya acercándose a Porto, entraron en un café que servía también comidas rápidas, y se quedaron allí algún tiempo viendo en la televisión las imágenes de las grandes manifestaciones y de las cargas de la policía, daba escalofríos ver aquellos generosos jóvenes enarbolando carteles y banderas en la que se leía, en sus propias lenguas, la frase formidable. Por qué, preguntaba Pedro Orce, se interesarán tanto por nosotros, y José Anaiço, repitiendo sin darse cuenta, pero más directamente, la tesis del primer ministro, decía, Ellos están preocupados por ellos mismos, probablemente no podría expresar mejor su pensamiento. Acabaron de comer y salieron, esta vez el perro aceptó los restos que Pedro Orce le traía y, puesto Dos Caballos en movimiento, ahora más lentamente porque el guía apenas se distingue allá delante, dijo Joaquim Sassa, A la salida del puente vamos a intentar convencer al perro para que entre en el coche, irá detrás, en el regazo de Joana y de José, no podemos andar por la ciudad como vinimos hasta ahora, y él, seguro, no querrá seguir viajando entrada la noche.

Resultaron ciertos los pronósticos y fueron satisfechos los deseos de Joaquim Sassa, en cuanto se dio cuenta de qué querían de él, el perro entró, lento y pesado se tumbó sobre las piernas de los viajeros del asiento de atrás, reposó la cabeza en el antebrazo de Joana Carda, pero no se quedó dormido, iba con los ojos abiertos, las luces de la ciudad se deslizaban en ellos como en una superficie de cristal negro. Nos quedamos en mi casa, dijo Joaquim Sassa, tengo una cama grande y un sofá cama donde con relativa comodidad caben dos personas, si no son gordas, uno de los tres, se refería a los hombres, claro, tendrá que dormir en un sillón, bueno, lo haré yo, que soy el amo de la casa, o me voy a dormir a una pensión que hay allí al lado. Los otros no respondieron, manera de mostrar por acatamiento silencioso que estaban de acuerdo, o quizá preferían decidir más tarde, discretamente, la difícil cuestión, se notaba ahora en el aire una constricción, una dificultad, parecía que Joaquim Sassa lo hubiera hecho a propósito, sólo para divertirse, y era bien capaz. Pero no habían pasado dos minutos y ahí estaba Joana Carda diciendo con voz clara, Nosotros dormirnos juntos, la verdad es que está el mundo perdido si las mujeres toman iniciativas de este alcance, antiguamente había reglas, se empezaba siempre por el principio, unas miradas cálidas y atractivas por parte del hombre, la suave caída de ojos por parte de la mujer, insinuando la mirada asaetadora entre las pestañas, y luego, hasta el primer roce de manos, las cosas iban muy conversadas, había cartas, enfados pasajeros, reconciliaciones, señales de pañuelo, toses diplomáticas, claro que el resultado final acababa siendo el mismo, tumbada en la cama la doncella, encima el galán, con boda o sin ella, pero nunca, nunca este desatino, esta falta de respeto delante de un hombre de edad, y todavía dicen que las andaluzas tienen la sangre ardiente, vean esta portuguesa, a Pedro Orce, que aquí va, nunca ninguna se lo dijo tan claro, Nosotros dormimos juntos. Pero los tiempos están muy mudados, oh si están, si Joaquim Sassa quería divertirse con los sentimientos ajenos, le salió seria la conversación, y Pedro Orce quizá haya oído mal, la palabra juntos no se dice lo mismo en castellano que en portugués. José Anaiço no abrió la boca, qué iba a decir él, haría pésima figura si se pusiera en plan seductor y peor si afectara un aire escandalizado, lo mejor es callar, no es preciso pensar mucho para comprender que sólo Joana Carda podía haber dicho las palabras de compromiso, imaginemos la grosería si él las hubiera pronunciado sin consultar primero, e incluso así, aunque le preguntase si estaba de acuerdo, hay actitudes que sólo una mujer puede tomar, depende de la circunstancia y del momento, eso es, el momento, aquel exacto segundo colocado entre dos que provocarían el error y el desastre. Sobre el lomo del perro están juntas las manos de Joana Carda y José Anaiço, por el retrovisor Joaquim Sassa los mira discretamente, van sonriendo, finalmente el juego ha acabado bien, tiene entereza esta Joana, y Joaquim Sassa siente de nuevo la picadura de la envidia, pero la culpa, ya confesada, es suya, que no sabe a quién querer.

La casa no es un palacio, tiene un dormitorio pequeño, interior, una salita aún más pequeña donde está el sofá cama, la cocina, el cuarto de baño, es la casa de un soltero, y aun así con suerte, que no tiene que andar por cuartos alquilados. La despensa está vacía, pero el apetito se confortó en la última parada. Miran la televisión a la espera de otras noticias, por ahora no hay reacciones en las cancillerías europeas, sin embargo, para que no puedan hacerse las desentendidas, en el último telediario apareció de nuevo el primer ministro, Portugueses, dijo, el resto también lo conocemos. Antes de acostarse hubo consejo de guerra, no es que fuera preciso tomar decisiones, ésas competían sólo al perro que dormitaba a los pies de Pedro Orce, pero cada cual iba arriesgando una suposición, Tal vez sea aquí el fin del viaje, decía Joaquim Sassa, deseándolo, O más al norte, admitía José Anaiço, pensando en otra cosa, Creo que será más al norte, añadió Joana Carda, que pensaba en lo mismo, pero fue Pedro Orce quien dijo la palabra justa, El sabrá, después bostezó y dijo, Tengo sueño.

Ahora ya no eran precisas todas esas contradanzas de quién va a dormir con quién, Joaquim Sassa abrió el sofá cama ayudado por Pedro Orce. Joana Carda se retiró discretamente, y José Anaiço se quedó aún unos momentos, torpe, como si la cosa no fuera con él, pero el corazón le latía por dentro del pecho con un clamor de alarma, resonaba en la boca del estómago, hacía vacilar la casa entera hasta los cimientos, aunque este temblor no se parezca en nada al otro, finalmente dijo, Buenas noches y hasta mañana, y se retiró, bien cierto es que las palabras nunca están a la altura de la grandeza del momento. El dormitorio queda al lado mismo, hay una ventana alta, junto al techo, manera de prolongar la luz del día, y que ni cortina tiene, se comprende lo que pudiera parecer una falta de recato, en la casa vive un hombre solo, aunque Joaquim Sassa tuviera esos pervertidos gustos no podría acecharse a sí mismo, digamos en todo caso que sería muy interesante, aparte de educativo, ser por una vez acechadores de nosotros mismos, es probable que no nos gustara. Con tales precauciones oratorias no se quiere insinuar que Joaquim Sassa y Pedro Orce estén pensando en cometer picardías de esta gravedad, pero aquella ventana, ahora sólo fantasma de ventana, apenas visible desde la oscuridad de la salita, resulta perturbadora, cuaja la sangre, como si todo fuera aquí cuarto único, camareta, promiscuidad, y Joaquim Sassa, tumbado boca arriba, no quiere pensar, pero levanta la cabeza de la almohada para crear un aura de silencio y poder oír mejor, tiene la boca seca y resiste heroicamente la tentación de levantarse para ir a la cocina a beber agua y de camino escuchar los murmullos. Pedro Orce, por su parte, de tan cansado se quedó dormido en un instante, se volvió hacia fuera, dejó caer el brazo sobre el lomo del perro, que se tumbó allí, el temblor del uno es el temblor del otro, el sueño tal vez el mismo. Del cuarto no llega ni un ruido, ni una inarticulada palabra, ni siquiera un suspiro, un gemido sofocado, Qué silencio, piensa Joaquim Sassa, y lo encuentra extraño, ni él imagina hasta qué punto es realmente extraño, ni lo sabrá o imaginará nunca, que esas cosas suelen quedar en el secreto de quien las vivió, José Anaiço entró en Joana Carda y ella lo recibió, sin otro movimiento, duro él, suavísima ella, y así quedaron, los dedos apretando los dedos, las bocas libándose en silencio, mientras la ola violenta les sacude el centro del cuerpo, sin un rumor, hasta la última vibración, el último gotear sutil, lo dijimos así, discretamente, para que no nos acusen de exhibición inmoderada de escenas de coito, fea palabra hoy felizmente casi olvidada. Mañana, cuando Joaquim Sassa se despierte, pensará que aquellos dos tuvieron la paciencia de esperar, sabe Dios con qué trabajos, si Dios sabe de estas sublimaciones de la carne, esperar a que los otros se durmieran, está equivocado, en el mismo momento en que él entra en el sueño, Joana Carda recibe otra vez a José Anaiço, ahora no serán tan silenciosos como antes fueron, ciertas proezas son irrepetibles, Ya deben de estar durmiendo, dijo uno, y así pudieron desahogarse los cuerpos, que bien lo habían merecido.

Pedro Orce fue el primero en despertarse, por una rendija estrecha de la ventana tocó su boca cansada el dedo ceniciento del alba, soñó entonces que una mujer lo besaba, ah cómo luchó para que el sueño se mantuviera y durara, pero los ojos se le abrieron, y los labios estaban secos, ninguna boca dejó en su boca la verdad de la saliva, la fértil humedad. El perro levantó la cabeza, se lamió las patas, y miró fijamente a Pedro Orce en la penumbra espesa del cuarto, era imposible descubrir de dónde podría venir la luz que en sus pupilas se reflejaba. Pedro Orce acarició al animal, y éste, una sola vez, lamió su mano delgada. Con los movimientos se despertó Joaquim Sassa, al principio sin norte del sitio donde estaba, aunque fuese su propia casa, sería por extrañar la cama donde raramente dormía, y la compañía. Tumbado, con la cabeza del perro posada en el pecho, Pedro Orce dijo, Empieza otro día, qué nos traerá, y Joaquim Sassa, Quizá el perro haya cambiado de idea, a ver si ha perdido el sentido después de dormir, ocurre muchas veces, uno se duerme y eso hace cambiar las cosas, somos los mismos y no nos reconocemos. En este caso no parecía que hubiesen cambiado. El perro se levantó, grande, corpulento, y caminó hasta la puerta cerrada. Se veía su contorno impreciso, la silueta, el centelleo de la mirada, Nos está esperando, dijo Joaquim Sassa, es mejor llamarlo, aún es pronto para levantamos. Acudió el perro a la voz de Pedro Orce, se tumbó sin resistencia, los hombres ahora hablaban muy bajo, decía Joaquim Sassa, Voy a sacar el dinero que tengo en el banco, no es mucho, y pediré algo prestado, y cuando se acabe, Puede ser que acabe la aventura antes de que se acabe el dinero, Sabe Dios lo que nos espera, Encontraremos la manera de vivir, si es necesario, se roba, esto lo dijo Joaquim Sassa sonriendo. Pero quizá no sea necesario llegar a tales extremos de ilegalidad, aquí en Porto irá también José Anaiço a la sucursal del banco donde guarda sus economías, Pedro Orce trajo todas sus pesetas, de Joana Carda nada sabemos en lo que se refiere a sus recursos, por lo menos ya vimos que no parece mujer para vivir de caridades o a expensas del macho. Lo que se duda es que puedan encontrar trabajo los cuatro, si trabajo exige permanencia, estabilidad, residencia habitual, cuando su destino inmediato es andar tras un perro que de su propio destino esperamos que algo sepa, pero éste no es el tiempo en que los animales, por hablar, podían decir adónde querían ir, si no les faltasen las cuerdas vocales.

En el cuarto de al lado dormían cansados los amantes, uno en los brazos del otro, maravilla que desgraciadamente no puede durar siempre, y es natural, un cuerpo es este cuerpo y no aquél, un cuerpo tiene un principio y un fin, empieza en la piel y acaba en ella, lo que está dentro le pertenece, pero precisa sosiego, independencia, autonomía de funcionamiento, dormir abrazados exige una armonía de encajes que el sueño de cada uno desajusta, se despierta con el brazo dormido, un codo metido en las costillas, y entonces decimos en voz baja, reuniendo toda la ternura posible, Amor mío, échate un poco para allá. Duermen cansados Joana Carda y J osé Anaiço, que mediada la noche una tercera vez se unieron, están en el principio, por eso cumplen la buena regla de no negar al cuerpo lo que el cuerpo, por sus propias razones, reclama. Andando con todo cuidado, Joaquim Sassa y Pedro Orce salieron con el perro, fueron a comprar lo necesario para la primera comida del día, Joaquim Sassa le llama a la francesa pequeño-almuerzo, Pedro Orce desayuno, pero el apetito común resolverá la diferencia lingüística. Cuando regresen, ya Joana Carda y José Anaiço se habrán levantado, los oímos en el cuarto de baño, corre el agua de la ducha, felices estos dos, y grandes caminantes, que en tan poco tiempo fueron capaces de andar tanto.

A la hora de la marcha, todavía en casa, se pusieron los cuatro a mirar al perro con el aire perplejo de quien, esperando órdenes, duda tanto de quien las da como de la sensatez de obedecerlas. Esperemos que para salir de Porto él se confíe a nosotros como se confió al entrar, dijo Joaquim Sassa, y los otros comprendieron el motivo de la observación, imagínense si el perro Fiel, fiel a su manía de seguir hacia el norte, le da, aquí en la ciudad, por meterse en calles de sentido único en que fuese precisamente el norte la dirección prohibida, no faltarían los conflictos con la policía, los accidentes, los atascos de tráfico, con todo el pueblo de Porto reunido riéndose del espectáculo. Pero este perro no es un chucho cualquiera, de paternidad sospechosa o clandestina, su árbol genealógico tiene raíces en el infierno, que, como sabemos, es el lugar adonde va toda la sabiduría, la antigua, que ya está allí, la moderna y la futura que han de seguir por el mismo camino. Por eso, y tal vez también porque Pedro Orce ha repetido el ardid de murmurarle al oído palabras que hasta ahora no hemos conseguido averiguar, el perro entra en el coche con el aire más natural del mundo, el aire de quien durante toda la vida ha viajado así. Pero, atención, ahora no posa la cabeza en el antebrazo de Joana Carda, ahora va vigilante mientras Joaquim Sassa conduce a Dos Caballos por las curvas y recodos de las calles, en todos los sentidos, alguien dado a estas observaciones dirá al verlos, Van hacia el sur, y corregiría de inmediato, Van hacia occidente, Van hacia oriente, y éstas son las direcciones principales o cardinales, si mencionásemos la rosa de los vientos completa no llegaríamos a salir de Porto y de la confusión.

Hay un acuerdo entre este perro y estas personas, cuatro seres racionales consienten en dejarse conducir por el instinto animal, salvo si están todos ellos siendo atraídos por un imán colocado en el norte o arrastrados por la punta de un hilo azul gemelo de éste que el perro no suelta. Salieron de la ciudad, se sabe que la carretera, pese a las curvas, sigue en la dirección justa, el perro da señales de querer salir, le abren la puerta y ahí va él, revigorizado por el descanso de la noche y por la pitanza suculenta que en casa le sirvieron. El trote es rapidísimo, Dos Caballos lo acompaña alegremente, no precisa morder la brida de impaciencia. Ahora la carretera no sigue junto al mar, va por tierras interiores, sólo por eso no veremos la playa donde Joaquim Sassa tuvo más fuerza que Sansón en una hora de su vida. Él mismo lo dijo, Qué pena que el perro no haya querido ir por la costa, os hubiera mostrado el sitio donde me ocurrió lo de la piedra, ni el mismo Sansón de la Biblia hubiera sido capaz de hacer lo que yo hice, pero por modestia debería callar, mayor prodigio fue y sigue siendo el de Joana Carda allá en los campos de Ereira, más enigmático es el temblor que Pedro Orce siente, y si aquí es nuestro guía terrestre un can del más allá, qué diremos de los miles de estorninos que acompañaron durante tanto tiempo a José Anaiço, abandonándolo únicamente en el momento de iniciar otro vuelo.

La carretera sube, baja y luego sube otra vez, y va subiendo siempre, y cuando baja es sólo para descansar un poco, no son muy altas estas sierras, pero fatigan el corazón de Dos Caballos que jadea en las subidas, el perro va delante, altivo. Se pararon para almorzar en una pequeña fonda al borde de la carretera, otra vez el perro desapareció para ir a buscar su propia vianda y cuando volvió traía sangre en la boca, pero la razón ya la sabemos, no hay misterio alguno, si no tienes quien te llene el pesebre, arréglatelas como puedas. De nuevo en camino, siempre hacia el norte, hubo un momento en que José Anaiço dijo, era a Pedro Orce a quien se dirigía, Si seguimos así vamos a entrar en España, volvemos a tu tierra, Mi tierra es Andalucía, Tierra y país, todo es lo mismo, Qué va, podemos no conocer nuestro país, pero conocemos nuestra tierra, Has estado alguna vez en Galicia, Nunca fui a Galicia, Galicia es la tierra de otros.

Está por ver que entren a España, porque esta noche todavía dormirán en Portugal. Se inscriben José Anaiço y Joana Carda en una pensión como marido y mujer, para más economía se quedarán en la misma habitación Pedro Orce y Joaquim Sassa, y el perro tuvo que ir a dormir con Dos Caballos, un animal de tan gran porte asustaba a la dueña de la casa, No quiero una aparición como ésta dentro de casa, que se quede en la calle que es la sala de los perros, sólo falta que me llene la casa de pulgas, Este perro no tiene pulgas, protestó Joana Carda, sin resultado, que el punto esencial no era ése. A medianoche se levantó Pedro Orce de la cama, confiando en que la puerta de la calle no estuviera cerrada con llave, y realmente no lo estaba, se fue a dormir dos horas en el automóvil, abrazado al perro, cuando no se puede ser amante, en este caso por obvios impedimentos de la naturaleza, la amistad hará las veces. Le pareció a Pedro Orce, cuando entró en el coche, que el perro había gemido en voz baja, pero sería alucinación suya, de tantas que nos acuden cuando queremos mucho una cosa, el sabio cuerpo se apiada de nosotros, simula en sí mismo la satisfacción de los deseos, el sueño es eso, o creían otra cosa, Si así no fuera, díganme cómo íbamos a ser capaces de aguantar esta insatisfactoria vida, el comentario es de la voz desconocida que habla de vez en cuando.

Cuando Pedro Orce volvió a su cuarto, el perro fue tras él, pero, estando prohibido entrar, se tumbó en los peldaños de la puerta y allí se quedó, no hay palabras que puedan describir el susto y los gritos en la primera luz de la mañana, venía matutina la dueña de la pensión a inaugurar el nuevo día de trabajo, abre los batientes al frescor del amanecer y, de pronto, se alza de la estera el león de Nemea, de fauces abiertas, era sólo el bostezo de quien todavía no lo ha dormido todo, pero hasta de los bostezos hay que desconfiar cuando muestran unos dientes formidables y una lengua que, de tan roja, parece chorrear sangre. Fue tal la algarabía que la salida de los huéspedes tuvo más de expulsión que de retirada pacífica, ya iba avanzando Dos Caballos, doblando casi la esquina, y aún el ama se desgañitaba en el umbral contra la fiera callada, que éstas son las peores, si creemos el dicho, Perro que ladra no muerde, cierto es que éste todavía no ha mordido, pero si la potencia de las quijadas está en razón directa del silencio, líbrenos Dios del animal. Carretera adelante van los viajeros riéndose del episodio, Joana Carda, por solidaridad femenina, contemporizaba, Si estoy yo en lugar de la mujer también me llevo un susto, y vosotros no os las deis de valientes, sobre todo no hay que ser valeroso por obligación, caló hondo el reparo, cada uno de los varones hizo balance, en secreto, de sus propias cobardías, el caso más interesante fue el de José Anaiço, que de ellas decidió dar cuenta a Joana Carda en la primera oportunidad, mal va el amor si no se dice todo, lo peor es cuando el amor acaba, se arrepiente el confeso y no es raro que el confesor abuse de la confidencia, a ver si se las arreglan Joana Carda y José Anaiço para que esta vez no sea así.

La frontera no está lejos. Habituados como están a las virtudes exploradoras del guía, no repararon los viajeros en la manera expedita, sin sombra de vacilación o al menos de ponderación cautelar, con que Fiel o Piloto, alguno de estos u otros nombres habrá que darle algún día, elige en la bifurcación el camino por donde ha de seguir, y más que bifurcación encrucijada. Aunque el experto animal haya hecho este camino de norte a sur, y de esto nadie tiene la certeza, la experiencia de poco le va a servir si recordamos la diferencia del punto de vista, del que, como afortunadamente no ignoramos, depende todo. Es bien cierto que las personas viven rodeadas de prodigios, pero de los prodigios no llegan a saber ni la mitad, y sobre la mitad conocida, lo más común es equivocarse, principalmente porque quieren, a viva fuerza, como Dios Nuestro Señor, que ese y los otros mundos estén hechos a su imagen y semejanza, para el caso poco importa quién los hizo. El instinto conduce a este animal, pero no sabemos qué o quién conduce al instinto, y si un día de éstos tuviésemos del extraño caso presentado una primera explicación, lo más probable es que tal explicación no pase de la apariencia, a no ser que de la explicación podamos sacar una explicación y así sucesivamente, hasta aquel último instante en que no habría nada que explicara el montante de lo explicado, de ahí en adelante suponemos que será el caos, pero no es la formación del universo lo que nos ocupa, qué sabemos de eso, aquí sólo tratamos de perros.

Y de personas. De estas que van tras un perro camino de la frontera que está ya cerca. Van a dejar tierra portuguesa al caer el día y de repente, tal vez por obra de la penumbra que se acerca, se dan cuenta de que ha desaparecido el animal, y se quedan todos como niños perdidos en el bosque, ahora qué hacemos, Joaquim Sassa aprovecha la ocasión para desdeñar la fidelidad canina, menos mal que apareció la experiencia de la vida de donde procede el sereno saber de Pedro Orce, Probablemente ha ido a cruzar el río a nado y nos espera en la otra orilla, si la gente estuviese realmente atenta a los casos y valencias que atan las existencias y las químicas, se habrían dado cuenta ya, nos referimos a José Anaiço y a Joaquim Sassa, de que las razones de un perro pueden ser iguales a las razones de mil estorninos, si Fiel vino del norte y pasó por este puesto, tal vez no quiera repetir la experiencia, sin collar ni bozal, sospechoso quizá de rabia, a lo mejor lo corren a tiros.

Los carabineros miran distraídamente los papeles, mandan seguir, se ve que el trabajo no sobrecarga a estos funcionarios, verdad es que las personas, como tuvimos ya ocasión de comprobar, viajan mucho, pero más por el interior de las fronteras, parece como si tuviesen miedo de alejarse de su casa mayor, que es el país, hasta habiendo abandonado la casa pequeña, la de su propio y mezquino vivir. Al otro lado del Miño el enfado no difiere, aunque se nota una chispa de curiosidad sin fuerza, porque con estos portugueses viene un español de otra generación, si estuviéramos en tiempos de más numerosas entradas y salidas ni en este hombre repararían. Joaquim Sassa anduvo un kilómetro y paró a Dos Caballos en el arcén, Vamos a esperar aquí, si el perro, como dice Pedro, sabe lo que hace, vendrá a buscarnos. No tuvieron tiempo de perder la paciencia. Diez minutos después aparecía el perro ante el automóvil, con el pelo aún mojado. Pedro Orce tenía razón, y nosotros, si no hubiéramos dudado un poco, nos habríamos quedado en la orilla asistiendo a la valerosa travesía, que con tanto placer describiríamos luego, en vez de ese trivial cruce de frontera con guardias sólo distintos en el uniforme, Siga, Pase, en esto se resumió el episodio, hasta el relámpago de curiosidad no pasó de invención pobre para adornar un poco la materia.

Otras mejores invenciones vendrán ahora a cuento para aderezar lo que aún falta de viaje, con dos días y dos noches de por medio, dormidas ellas en rústicas posadas, andados ellos en carreteras de antiguamente, hacia el norte, siempre al norte, tierras de Galicia y de bruma, con lloviznas que anunciaban el otoño, es sólo lo que apetece decir, y no fue preciso inventarlo. Lo demás serían los abrazos nocturnos de José Anaiço y Joana Carda, el insomnio intermitente de Joaquim Sassa, la mano de Pedro Orce en el lomo del can, aquí han dejado al animal entrar en los cuartos y dormir allí. Y los días en la carretera, cara a un horizonte que no se deja aproximar. Joaquim Sassa volvió a decir que todo esto es una locura, ir tras un perro idiota hasta el fin del mundo, sin saber por qué ni para qué, a lo que Pedro Orce respondió con cierta sequedad y suspicacia, Hasta el fin del mundo no va a ser, antes llegaríamos al mar. Se nota que el perro va cansado, lleva baja la cabeza, decayó la bandera del rabo, y las almohadas de las patas, pese a lo duro de la piel, deben estar doloridas de tanto roce de tierra y piedra, luego por la noche irá Pedro Orce a examinarlas y verá desolladuras que sangran, no es extraño que tan secamente haya respondido a Joaquim Sassa, quien observa atento y dice, en tono de disculpa, Un poco de agua oxigenada le vendría bien, es enseñarle el padrenuestro al cura, de artes de farmacia sabe lo suyo Pedro Orce, no precisa que vengan a enmendarle la mano. Pero, sólo con esto, quedaron las paces hechas.

A la altura de Santiago de Compostela el perro giró hacia el noroeste. Debía de estar cerca su destino, se notaba en el vigor renovado con que trotaba ahora, en la seguridad de sus jarretes, en el porte de la cabeza, en la firmeza de la cola, Joaquim Sassa tuvo que acelerar un poco a Dos Caballos para acompañar la andadura y, al acercarse así, casi hasta tocar al animal, Joana Carda exclamó, Mirad, mirad el hilo azul. Todos lo vieron. El hilo no parece el mismo. El otro, de tan sucio ya, lo mismo podía ser azul que marrón o negro, pero éste brillaba con su propio color, azul ni de cielo ni de mar, quién lo habría teñido y devanado, quién lo lavara, si era el mismo, y lo colocó otra vez en la boca del perro, diciendo, Hala. La carretera se hizo más estrecha, es apenas un camino bordeando las colinas. El sol va a caer sobre el mar que desde aquí aún no se ve, la naturaleza es maestra en la composición de espectáculos adecuados a la humana circunstancia, todavía esta mañana y durante la tarde el cielo estuvo cubierto y triste, tamizando la morriña gallega, y ahora una luz leonada se derrama por los campos, el perro va como una joya centelleante, un animal de oro. Hasta Dos Caballos no parece el coche fatigado que conocemos, dentro los pasajeros son todos hermosas criaturas, les da la luz de frente y van como bienaventurados. José Anaiço mira a Joana Carda y se estremece al verla tan bella, Joaquim Sassa baja el retrovisor para ver sus propios ojos resplandecientes y Pedro Orce contempla sus viejas manos, no son viejas, no, acaban de salir de una operación alquímica, se han vuelto inmortales, aunque el resto de su cuerpo tenga que morir.

Súbitamente el perro se detiene. El sol rasa la cima de los montes, se adivina el mar al otro lado. La carretera desciende en curvas, dos colinas parecen estrangularla allá abajo, pero es ilusión de los ojos y la distancia. Enfrente, a media ladera, hay una casa grande, de arquitectura simple, tiene un aire de abandono antiguo, pese a las señales de cultivo en los campos que la rodean. Parte de la casa está ya en sombra, la luz se va amortiguando, parece que el mundo todo se hunde en desmayo y soledad. Joaquim Sassa paró el coche. Salieron todos. Se oye el silencio, vibra como un eco final, tal vez no sea más que el golpear distante de las olas en los cantiles, es siempre la mejor explicación, hasta dentro de las caracolas el recuerdo interminable de las olas resuena, pero no es éste el caso, aquí lo que se oye es el silencio, nadie debería morir sin conocerlo, el silencio, lo oíste, puedes irte, ya sabes cómo es. Pero esa hora no ha llegado todavía para ninguno de estos cuatro. Saben que su destino es aquella casa, hasta aquí los trajo el perro prodigioso, quieto como una estatua, a la espera. José Anaiço está al lado de Joana Carda pero no la toca, comprende que no debe tocarla, ella lo comprende también, hay momentos que hasta el amor debe conformarse con su insignificancia, perdonad que reduzcamos el extremo de los afectos a casi nada, él que en otras ocasiones es casi todo. Pedro Orce es el último en salir del coche, pone los pies en el suelo y siente vibrar la tierra con una intensidad aterradora, aquí se romperían todas las agujas de los sismógrafos, y estas colinas parecen ondular con el movimiento de las olas que más allá del mar se encabalgan unas sobre las otras, empujadas por esta balsa de piedra, lanzándose contra ella en reflujo de las poderosas corrientes que vamos cortando.

El sol se ha ocultado. Entonces un hilo azul onduló en el aire, casi invisible en su transparencia, como si buscara apoyo, rozó las manos y los rostros, Joaquim Sassa lo alcanzó, fue azar, fue destino, dejemos que queden así estas hipótesis, incluso habiendo tantas razones para no creer ni una ni la otra, y ahora qué hará Joaquim Sassa, no puede viajar en el automóvil con la mano fuera sosteniendo el hilo, un hilo que el viento sustenta e impele, no acompaña obediente el trazado de las carreteras, Qué hago con esto, preguntó, pero los otros no podían responder, el perro, sí, salió de la carretera y empezó a descender la ladera suave, fue tras él Joaquim Sassa, su mano levantada seguía al hilo azul como si tocara las alas o el pecho de un ave sobre su cabeza. José Anaiço volvió al coche con Joana Carda y Pedro Orce, lo puso en movimiento, y, despacio, acompañando siempre con los ojos a Joaquim Sassa, fue bajando por la carretera, no quería llegar antes que él, y tampoco mucho después, la armonía posible de las cosas depende de su equilibrio y del tiempo en que acontecen, ni demasiado pronto, ni demasiado tarde, por eso nos es tan difícil alcanzar la perfección.

Cuando se detuvieron en la explanada de delante de la casa, llegaba Joaquim Sassa a diez pasos de la puerta, que estaba abierta. El perro dio un suspiro que parecía humano y se tumbó extendiendo el cuello entre las patas. Con las uñas se sacó de la boca el pedazo de hilo, lo tiro al suelo. Del interior oscuro de la casa salió una mujer. Llevaba en la mano un hilo, el mismo que Joaquim Sassa seguía sosteniendo. La mujer bajó el único escalón de la puerta, Entren, que deben de venir cansados, dijo. Joaquim Sassa fue él primero en avanzar, llevaba enrollada en la muñeca la punta del hilo azul.

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