XXII

Los periódicos de todo el mundo publicaron, algunos con título a toda plana, la histórica fotografía que mostraba la península, si es que definitivamente no deberemos llamarle isla, allí quieta en medio del océano, manteniendo, con milimétrica aproximación, su posición para con los puntos cardinales por los que se rige y orienta el orbe, Porto tan al norte de Lisboa como siempre estuvo, Granada al sur de Madrid desde que Madrid nació, y el resto por la misma conocida conformidad. La potencia imaginativa de los periódicos encontró salida casi exclusiva en la armazón estentórea de los títulos, dado que los secretos del desplazamiento geológico, o mejor dicho, del enigma tectónico, seguían sin desvelar, tan indescifrables hoy tomo el primer día. Afortunadamente, la presión de la llamada opinión pública había menguado, el vulgo dejó de hacer preguntas, le bastaba el estímulo de las sugestiones directas e indirectas suscitadas por los formidables parangones, Nació La Nueva Atlántida, En El Ajedrez Mundial Se Ha Movido Una Piedra, Un Trazo De Unión Entre América y Europa, Entre Europa y América Una Nueva Manzana De La Discordia, Un Campo De Batalla Para El Futuro, pero el título que mayor impresión causó fue el de un gran periódico portugués, Se Necesita Nuevo Tratado de Tordesillas, fue realmente la simplicidad del genio, el autor de la idea miró el mapa y comprobó que, milla más, milla menos, la península estaba sobre lo que fue la línea que dividió el mundo en aquellos gloriosos tiempos, esto para mí, esto para ti, para mí esto.

En editorial no firmado proponía la adopción, por los dos países peninsulares, de una estrategia conjunta y complementaria que los convirtiera en el fiel de la balanza de la política mundial, Portugal vuelto hacia Occidente, hacia los Estados Unidos, España vuelta hacia Oriente, hacia Europa. Un diario español, para no quedarse atrás en cuanto a originalidad, defendió la tesis administrativa que hacía de Madrid el centro político de toda esta maquinaria, con el pretexto de que la capital española se encuentra, por así decirlo, en el centro geométrico de la península, cosa que, por otra parte, no es verdad, basta con mirar, pero hay gente que no repara en medios para alcanzar sus fines. El coro de protestas no se limitó a Portugal, también las regiones autónomas españolas se alzaron contra la propuesta considerada como una nueva manifestación del centralismo castellano. En el lado portugués se dio lo que sería de esperar, una súbita revivescencia de los estudios ocultistas y esotéricos, que si no llegó a más fue sólo porque la situación se alteró radicalmente, pero incluso así aún dio tiempo para que se agotaran todas las ediciones de la Historia del Futuro del padre Antonio Vieira y de las Profecías de Bandarra, aparte de Mensagem, de Femando Pessoa, pero esto ya ni que decir tiene.

Desde un punto de vista de política práctica, el problema que se discutía en las cancillerías europeas y americanas era el de las zonas de influencia, es decir, si pese a la distancia, la península, o isla, debería mantener sus lazos naturales con Europa, o si, sin llegar a cortarlos completamente, debería orientarse, con preferencia, hacia los designios y el destino de la gran nación norteamericana. Aunque sin esperanza de influir decisivamente en la cuestión, la Unión Soviética recordaba y volvía a recordar que nada podría resolverse sin su participación en las discusiones, y mientras tanto reforzó la escuadra que desde el principio venía acompañando el errático viaje, a la vista, claro está, de las escuadras de las otras potencias, la norteamericana, la británica, la francesa.

Fue en el ámbito de estas negociaciones donde los Estados Unidos hicieron saber a Portugal, en una audiencia urgente solicitada por el embajador Charles Dickens al presidente de la República, que ya no tenía sentido la permanencia de un gobierno de salvación nacional, dado que habían cesado las razones que, Muy discutiblemente, señor presidente, si me permite mi opinión, habían llevado a que se constituyera. De esta impertinente diligencia hubo conocimiento por la puerta excusada y no porque los servicios competentes de la Presidencia hubieran hecho público un comunicado, o por declaraciones del embajador a la salida de Belem, de hecho se limitó a decir que había sostenido con el señor presidente una conversación muy abierta y constructiva. Pero fue bastante para que los partidos que inevitablemente tendrían que abandonar el gobierno, bien por su remodelación o por elecciones generales, pusieran el grito en el cielo denunciando la injerencia intolerable consustancial a la intervención imperativa del embajador. Las cuestiones internas de los portugueses, decían, compete a los portugueses resolverlas, y añadían con despiadada ironía, El hecho de que el señor embajador haya escrito David Copperfield no le autoriza a venir a dar órdenes a la patria de Camoes y de Os Lusíadas. En esto estaban todos cuando, sin avisar, la península se puso de nuevo en movimiento.

Pedro Orce tuvo razón, allá en la falda de los Pirineos, cuando dijo, Se habrá parado, sí señor, pero sigue temblando, y para no ser el único en afirmarlo, puso la mano en el lomo del can Constante, temblaba también el animal, como pudieron comprobar de inmediato los dos hombres y las dos mujeres, repitiendo la experiencia que en las áridas tierras entre Orce y Venta Micena, bajo el olivo cordovil, único, habían hecho Joaquim Sassa y José Anaiço. Pero ahora, y el asombro fue general y mundial, el movimiento no era ni hacia occidente ni hacia oriente, ni hacia el norte ni hacia el sur. La península giraba sobre sí, en sentido diabólico, es decir al contrario de las agujas del reloj, cosa que, al divulgarse, fue causa inmediata de mareos en la población portuguesa y española, aunque la velocidad de rotación no fuera precisamente vertiginosa. Ante aquel fenómeno definitivamente insólito, que ponía en cuestión, y ahora de manera absoluta, todas las leyes físicas, sobre todo las mecánicas, por las que la tierra ha venido rigiéndose, se interrumpieron las negociaciones políticas, las combinaciones de gabinete y pasillo, las maniobras diplomáticas a filo vivo o gota de agua. Convengamos, no obstante, en que no es fácil mantener la serenidad, la sangre fría, cuando se sabe, por ejemplo, que la mesa del consejo de ministros, con la casa y la ciudad, y el país, y la península entera, eran como un carrusel que iba girando lentamente como en un sueño. Las personas más sensibles juraban que notaban el desplazamiento circular, aunque reconocieran que no se enteraban del de la propia tierra en el espacio, y para demostrarlo, extendían los brazos para agarrarse, no todas lo conseguían, caían incluso, y se quedaban en el suelo tumbadas, viendo como el cielo rodaba lentamente, por la noche las estrellas y la luna, el sol también durante el día, con cristales ahumados, aunque en opinión de ciertos médicos se trataba sólo de manifestaciones histéricas.

Claro está que no faltaron escépticos más radicales, no podía ser que la península girara sobre sí misma, imposible, lo de deslizarse, pase, todos sabemos qué es un deslizamiento de tierras, lo que pasa en un talud cuando llueve mucho le puede ocurrir a la península incluso sin llover nada, pero la tan pregonada rotación significaría que la península estaría retorciéndose sobre su propio eje, y, aparte de ser esto algo objetivamente imposible, si no lo fuera también subjetivamente, el resultado sería que iba a partirse tarde o temprano el núcleo central, y entonces, sí, entonces nos quedaríamos a la deriva sin amarras, entregados al albur y a la suerte. Olvidaban éstos que la rotación podría estar haciéndose simplemente por una placa que rodara sobre otra placa, esta pizarra cenagosa, fíjense, compuesta, como su nombre indica, por laminillas superpuestas, si la adhesión entre dos placas se aflojaba, una podría perfectamente girar sobre la otra, manteniendo, al menos teóricamente, cierto grado de unión entre sí capaz de impedir el total desligamiento. Eso es lo que pasa, afirmaban los defensores de esta hipótesis. Y para poder confirmarla mandaron otra vez a los submarinistas al fondo del mar, lo más profundo que pudieran en esa región abisal del océano, y fueron también el Archimède, el Cyana, y un ingenio japonés de nombre dificilísimo, el resultado de todos estos esfuerzos fue que el investigador italiano repitiera la frase célebre, salió del agua, abrió la escotilla y dijo ante los micrófonos de las televisiones del mundo entero, No puede moverse, y sin embargo se mueve. No había ningún eje central retorcido como una cuerda, no había placas, pero la península giraba majestuosamente en medio del océano Atlántico, y a medida que iba girando se iba haciendo cada vez menos reconocible a nuestros ojos, Es realmente aquí donde hemos vivido, se preguntaba la gente, la costa portuguesa toda apuntando al sudoeste, lo que fuera el antiguo extremo oriental de los Pirineos apuntando a Irlanda. Se hizo obligatorio en los vuelos transatlánticos una observación de la península, aunque, la verdad sea dicha, el provecho no fue mucho, por faltar la indispensable referencia fija con que poder establecer la relación. Verdaderamente nada podía sustituir la imagen recogida y transmitida por satélite, la fotografía desde gran altitud, entonces sí, se tenía una idea adecuada de la magnitud del fenómeno.

Duró un mes este movimiento. Visto desde la península, el universo se iba transformando poco a poco. Todos los días el sol nacía en un punto diferente del horizonte, y la luna, ya las estrellas había que buscarlas por el cielo, no bastaba ya su movimiento propio, de traslación en tomo del centro del sistema de la Vía Láctea, ahora estaba también este otro movimiento que hacía del espacio un delirio de luceros inestables, como si el universo se estuviera reorganizando de punta apunta, tal vez por encontrar que el primer orden establecido no había dado resultado. Llegó un día en que el sol se puso por el mismo lugar donde en tiempos normales había salido, de nada servía decir que no era verdad, que se trataba de una simple apariencia, que el sol seguía su trayectoria de costumbre sin poder hacer otra, la gente simplemente argumentaba, Perdón, mi estimado señor, antes el sol me entraba de mañana por la ventana de delante y ahora me entra por la de atrás, a ver si puede explicarme esto de manera que lo entienda. Explicar, lo explicaba el sabio, mostraba fotografías, hacía dibujos, desdoblaba el mapa del cielo, pero el instruendo no se convencía, y la clase terminaba rogándole al señor doctor que hiciera el favor de procurar que el sol, al nacer, volviera a iluminarle la fachada de la casa. En desespero de causa y de ciencia decía el profesor, No se preocupe, en cuanto la península dé una vuelta completa, verá el sol como lo veía antes, pero el alumno, desconfiado, respondió, Entonces, señor profesor, cree usted que todo esto está aconteciendo para acabar todo como antes. Y realmente no se quedó.

Debía de ser ya invierno, pero el invierno, que parecía estar encima, había retrocedido, no se encontraba otra explicación. No era invierno, otoño no era, primavera ni pensarlo, verano tampoco podía ser. Era una estación suspensa, sin fecha, como si estuviéramos en los inicios del mundo y no hubieran sido decididas todavía las estaciones ni sus tiempos. Dos Caballos seguía despacio, a lo largo de las estribaciones inferiores de los montes, ahora los viajeros se detenían en los lugares, les maravillaba sobre todo el espectáculo del sol, que había dejado de aparecer por encima de los Pirineos para surgir del mar, lanzando sus primeros rayos contra los contrafuertes altísimos de la montaña hasta las cimas nevadas. Fue aquí, en una de estas aldeas, donde María Guavaira y Joana Carda se dieron cuenta de que estaban encinta. Ambas. Nada tenía el caso de asombroso, incluso puede decirse que estas mujeres hicieron lo posible para que sucediera a lo largo de estos meses y semanas, entregándose a sus hombres con saludable franqueza, sin la menor precaución, tanto por parte de ellos como de ellas. Y la simultaneidad de los hechos tampoco debería sorprender a nadie, fue sólo una de esas coincidencias que constituyen el orden del mundo, bueno es que algunas puedan ser claramente identificadas de vez en cuando, para la ilustración de escépticos. Pero la situación es embarazosa, como salta a la vista, y el embarazo resulta de la dificultad de deslindar dos dudosas paternidades. Si no fuera por el resbalón de Joana Carda y María Guavaira, cuando fueron, más movidas por piedad que por cualquier otro sentimiento, por esos bosques y breñales en busca de aquel hombre solo, a quien ni tuvieron que rogarle para que él, tartamudeando de emoción y ansiedad, entrara en ellas y derramase sus penúltimas savias, si no fuera por este lírico y tan poco erótico episodio, ninguna duda habría de que el hijo de María Guavaira hijo era de Joaquim Sassa y de que el hijo de Joana Carda tenía como eficaz autor a José Anaiço. Pero he aquí que aparece Pedro Orce en el camino, aunque mejor sería decir que al camino de Pedro Orce salieron las tentadoras y la normalidad, avergonzada, ocultó el rostro. No sé quien es el padre, dijo María Guavaira, que fue la del ejemplo, Ni yo, dijo Joana Carda, que la siguió luego por dos razones, la primera por no quedar de menos en heroicidad, la segunda por enmendar el error con el error, haciendo regla de lo que era excepción.

Pero este discurrir, o incluso otro más sutil, no oculta que la cuestión principal es ahora informar a José Anaiço y a Joaquim Sassa, cómo van a reaccionar cuando sus respectivas mujeres les digan, y con qué cara, Estoy embarazada. En las circunstancias de armonía, se pondrían, según la costumbre, o lo que se dice que es costumbre, locos de alegría, y quizá bajo la sorpresa el rostro y la mirada revelen el súbito júbilo que les salta en el alma, pero inmediatamente se les cargará el rostro, los ojos se les volverán tinieblas, se anuncia una terrible escena. Propuso Joana Carda no decir nada, pasando el tiempo y creciendo las barrigas, la fuerza del hecho consumado se encargaría de ablandar las susceptibilidades, el honor ofendido, el despecho que volvía a despertar, pero María Guavaira no fue de esa opinión, le parecía mal que los procedimientos primeros, de valor y generosidad por parte de todos, tuvieran por conclusión la desmayada cobardía del fingimiento, la cobardía aún peor que la complacencia tácita, Tienes razón, reconoció Joana Carda, más vale coger al toro por los cuernos, dijo sin darse cuenta de lo que decía, éste es el peligro de las frases hechas cuando no prestamos atención suficiente al contexto.

Aquel mismo día las dos mujeres llamaron a sus hombres aparte, fueron a dar con ellos un paseo campestre, allá donde los espacios reducen a murmullos los gritos más coléricos o dilacerados, por esa triste razón las voces de los hombres no llegan al cielo, y allí sin rodeos, como habían acordado, les dijeron, Estoy embarazada, y no sé si de ti o de Pedro Orce. Reaccionaron Joaquim Sassa y José Anaiço como esperábamos, una explosión de furia, un bracear violentísimo, una punzante tristeza, no estaban a la vista uno de otro, pero los gestos se repetían, las palabras eran igualmente amargas, No te basta con lo que pasó, todavía vienes diciéndome que estás embarazada y no sabes quién es el autor, Cómo voy a saberlo, pero el día en que nazca el niño, ya no habrá dudas, Por qué, Por el parecido, Bueno, pero imagina que se parece sólo a ti, Si se parece sólo a mí será que es hijo mío y de nadie más, Y, encima, te burlas de mí, No me burlo, no sé burlarme de nadie, y ahora, cómo vamos a resolver esta situación, Si pudiste aceptar que me acostara una vez con Pedro Orce, acepta esperar ahora nueve meses antes de tomar una decisión, si el niño se parece a ti es tu hijo, si se parece a Pedro Orce, es hijo de él y lo rechazas, y a mí también, si es ésa tu voluntad, y en lo de parecerse sólo a mí, no lo creas, siempre hay un rasgo del otro, y con Pedro Orce, qué vamos a hacer, se lo piensas decir, No, durante los dos primeros meses no se notará, y tal vez más, de la manera como andamos vestidas, estas blusas anchas, estos chaquetones holgados, Lo mejor es no decir palabra, confieso que me molestaría mucho ver a Pedro orce mirándote, mirándoos con aire de garañón emérito, esa frase fue de José Anaiço, que domina mejor el lenguaje, Joaquim Sassa se expresó muy a ras de tierra, Me fastidiaría ver al señor Pedro orce con aire de gallo de corral. De este modo, al fin pacífico, aceptaron los hombres la afrenta, ayudados por la esperanza de que tal vez venga a dejar de serlo el día en que el enigma, hoy aún sin figura, se resuelva por vía natural.

A Pedro Orce, que nunca supo qué era tener hijos, no se le pasa por la cabeza que en el vientre de las dos mujeres germinen quizá fecundaciones suyas, bien verdad es que el hombre jamás llega a conocer todas las consecuencias de sus actos, he aquí un buen ejemplo, se va apagando el recuerdo de los felices momentos gozados, y el posible efecto fecundante de ellos, ínfimo todavía, pero más importante para sí que todo lo demás, si a término llega y hay confirmación, es invisible a sus ojos, está oculto a su conocimiento, el mismo Dios hizo a los hombres y no los ve. Pedro orce, en todo caso, no es enteramente ciego, siente que ha sufrido una conmoción la armonía de las dos parejas, hay en ellos cierta distancia, no diríamos frialdad, sino más bien una reserva sin hostilidad, pero generadora de grandes silencios, empezó este viaje tan bien y ahora es como si se les hubieran acabado las palabras o no se atrevieran a decir las únicas que tendrían sentido, Se acabó, lo que estaba vivo está muerto, si es de eso de lo que se trata. También puede ser que haya reavivado el rescoldo de los primeros celos, tal vez dejando pasar un tiempo, y tal vez pasando yo inadvertido, por eso volvió Pedro Orce a dar grandes paseos por los alrededores siempre que acampaban, hasta increíble parece que este hombre pueda andar tanto.

Un día que Pedro Orce, era éste un tiempo en el que ya habían dejado atrás las primeras ondulaciones orográficas que desde muy lejos anunciaban los Pirineos, un día que Pedro Orce se había adelantado por caminos desviados, y por poco cae en la tentación de no volver más al campamento, son ideas que se le ocurren a uno en horas de agotamiento, encontró sentado en el arcén, descansando, a un hombre que debía de andar por su edad si no más viejo, gastado y cansado parecía. Junto a él estaba un burro, de albarda y serones, rapando con los dientes amarillos la hierba reseca, que el tiempo, como queda dicho, no va propicio a nuevas reverdescencias, o las hace surgir fuera de lugar y de ocasión, la naturaleza se ha extraviado, diría un amante de las metáforas. El hombre estaba royendo un mendrugo sin compaña, debía de andar en apuros de necesidad, vagabundo sin techo ni mesa, pero tenía un aire tranquilizador, no de maleante, por otra parte no es Pedro Orce persona timorata, como bastante ha demostrado en estas grandes caminatas por los yermos, cierto es que el perro no le abandona ni por un instante, es decir, lo dejó dos veces, pero en mejor compañía y por pura discreción.

Saludó Pedro Orce al hombre, Buenas tardes, y el otro respondió, Buenas tardes, los oídos de ambos registraron el acento familiar, el tono del sur, andaluz, para decirlo en una palabra. Pero al hombre del mendrugo le pareció motivo de desconfianza ver en estos sitios, apartados de lugar habitado, a un hombre y a un perro con aire de haber sido abandonados allí por un platillo volante y, cautelosamente, pero sin ocultarlo, se acercó el bastón herrado que estaba en el suelo. Pedro Orce entendió el gesto y la inquietud del otro, debía de preocuparle la actitud del perro, con la cabeza baja, inmóvil, mirando, No le asuste el perro, es manso, es decir, manso no es, pero no ataca a nadie que no piense en hacer mal. Y cómo sabe ese animal lo que piensan las personas, Una buena pregunta, sí señor, ojalá pudiera responderle, pero ni mis compañeros ni yo sabemos qué perro es éste ni de dónde de vino, Creí que andaba usted solo y que viviría por aquí, Ando con unos amigos, tenemos una galera, por estos casos que se están dando nos echamos a la carretera y todavía no hemos salido, Usted es andaluz, se lo conozco en el habla, Vengo de Orce, que está en la provincia de Granada, Yo soy de Zufre, en Huelva, Saludos, paisano, Saludos para usted, amigo, Me permite que me siente aquí un rato, Póngase a gusto, no puedo ofrecerle más de lo que tengo, pan seco, Se lo agradezco como si lo aceptara, he comido ya con mis compañeros, Quiénes son, Son dos amigos y sus mujeres, ellos dos y una de las mujeres son portugueses, la otra mujer es gallega, y cómo se juntaron, Ah, eso es una larga historia para contarla ahora.

El otro no insistió, se dio cuenta de que no debía hacerlo, y dijo, Pensará usted por qué, siendo yo de la provincia de Huelva, estoy ahora aquí, En estos tiempos es difícil encontrar a alguien que esté donde estuvo siempre, Soy de Zufre y allí tengo mi familia, si es que está todavía allí, pero cuando empezaron a decir que España estaba separándose de Francia, decidí venir a verlo con mis ojos, España, no, la Península Ibérica, Pues eso, y no fue de Francia de donde la península se separó, si no de Europa, parece que es lo mismo, pero hay su diferencia, Yo de esos detalles no entiendo, pero quise ir a verlo, y qué vio, Nada, llegué a los Pirineos y vi sólo el mar, Nosotros tampoco vimos más que mar, No había Francia, no había Europa, ahora bien, en mi opinión una cosa que no hay es como si no la hubiera habido nunca, trabajo perdido el mío andar tantas y tantas leguas para ver lo que no existía, Bueno, ahí hay un error, Qué error, Antes de que la península se separara de Europa, Europa estaba ahí, había una frontera, claro, se iba de un lado al otro, pasaban los españoles, pasaban los portugueses, venían los extranjeros, nunca vio turistas en su tierra, A veces, pero allí no hay nada que ver, Eran turistas que venían de Europa, Pero cuando yo vivía en Zufre, nunca vi Europa, y ahora que salí de Zufre tampoco la veo, dónde está la diferencia, Tampoco ha ido a la luna y la luna existe, Pero la veo, anda ahora desviada, pero la veo, Cómo se llama usted, Me llaman Roque Lozano, para servirlo, Yo me llamo Pedro Orce, Tiene el nombre de la tierra donde nació, No nací en Orce, nací en Venta Micena, que está al lado, Recuerdo ahora que al principio de mi viaje encontré a dos portugueses que iban a Orce, A lo mejor son los mismos que me acompañan, Me gustaría saberlo, Venga conmigo y saldrá de dudas, Si me invita, voy, hace ya demasiado tiempo que ando solo, Levántese lentamente, para que no crea el perro que me va a hacer daño, yo le daré el palo. Roque Lozano se echó el morral a cuestas, tiró del burro y allá fueron todos, el perro al lado de Pedro Orce, quizá debiera ser siempre así, que donde estuviera un hombre hubiese un animal con él, un papagayo posado en su hombro, una culebra enrollada en la muñeca, un escarabajo en la solapa, un escorpión hecho una bola, diríamos incluso que un piojo en la cabeza si ese animal no perteneciera a la aborrecida especie de los parásitos, que hasta de los insectos se aprovecha, pobre bicho, no tiene él la culpa, fue voluntad divina.

Al paso sin destino en que han caminado entraron en el interior de Cataluña. Prosperó el negocio, fue realmente una buena idea lanzarse al ramo del comercio. Se ve menos gente ahora por los caminos, lo que significa que, pese a que la península continúa su movimiento de rotación, las personas vuelven a sus hábitos y comportamientos normales, si es éste el nombre que debemos dar a los antiguos hábitos y comportamientos. Ya no se encuentran pueblos abandonados, pero, no se puede apostar que todas las casas hayan recibido a todos sus habitantes primitivos, hay hombres con otras mujeres y mujeres con otros hombres, los hijos andan mezclados, siempre de las grandes guerras y de las grandes migraciones resultan tales efectos. Fue esta mañana cuando José Anaiço, de modo súbito, dijo que era necesario decidir sobre el futuro del grupo, una vez que parecía no haber más peligro de abordajes y conmociones. Lo más seguro, o al menos la más plausible hipótesis, sería que la península se quedara para siempre girando sin salirse del mismo sitio, lo que no traería ningún inconveniente a la vida cotidiana de las personas, salvo que nunca más será posible saber dónde están los diversos puntos cardinales, lo que por otra parte poca importancia tiene, no hay ninguna ley que diga que no se puede vivir sin norte. Pero ahora que estaban vistos los Pirineos, y fue una gran felicidad, el mar desde tanta altura, Es como estar en un avión, dijo María Guavaira, y José Anaiço corrigió, como persona de experiencia, No se puede comparar, basta decir que en la ventana de un avión nadie siente vértigos, y aquí, si no nos agarramos con fuerza, seguro que nos lanzábamos al mar por propia voluntad. Más tarde o más temprano, concluyó José Anaiço el matinal aviso, tendremos que decidir nuestros destinos, seguro que a nadie le interesa seguir en la carretera el resto de la vida. Joaquim Sassa se mostró de acuerdo, las mujeres no quisieron opinar, sospechan que hay motivo oculto en esta súbita prisa, sólo Pedro Orce, tímidamente, recordó que la tierra seguía temblando, y que si esto no era suficiente señal de que el viaje no había acabado, entonces le gustaría que le explicaran por qué razón lo habían empezado. En otro momento la sensatez del argumento, aunque argumento por duda, habría impresionado a los espíritus, pero hay que tener en cuenta que las heridas del alma son profundas, o no serían del alma, ahora cuanto Pedro Orce diga resulta sospechoso de interés oculto, éste es el pensamiento que se puede leer en los ojos de José Anaiço mientras va diciendo, Luego, después de cenar, cada uno dirá lo que ha pensado del asunto, si seguimos como hasta ahora o volvemos a casa, y Joana Carda preguntó sólo, A qué casa. Por ahí viene ahora Pedro Orce y trae otro hombre con él, a esta distancia parece viejo, menos mal, porque problemas de cohabitación ya tenemos de sobra. El hombre tira de un burro cargado con albarda y serones, como solían todos los burros del mundo antiguo, pero éste tiene un raro color de plata, si se llamara Platero honraría el nombre, como Rocinante, siendo antes rocín, no desmerecía el suyo. Pedro Orce se para en la línea invisible que delimita el territorio del campamento, tiene que cumplir con las formalidades de presentación e introducción del visitante, lo que siempre se ha de hacer del lado de aquí de la barbacana, son reglas que ni siquiera hay que aprender, las cumple desde dentro de nosotros el hombre histórico, un día quisimos entrar en el castillo sin autorización y recordamos el escarmiento. Dice Pedro Orce enfático, Me he encontrado con este coterráneo y lo traigo para que coma un plato de sopa con nosotros, hay evidente exageración en la palabra coterráneo, y se disculpa, a esta hora en Europa, un portugués del Minho y otro del Alentejo tienen añoranzas de la misma patria, y con todo quinientos kilómetros separaban a uno del otro, ahora son seis mil los que de ella los separan.

Joaquim Sassa y José Anaiço no reconocen al hombre, pero del burro no pueden decir lo mismo, hay algo de reconocible y familiar, con perdón, cosa que en él no tiene nada de asombroso, un burro no cambia en tan pocos meses, mientras que un hombre, si está sucio y despeinado, si se dejó crecer la barba, si adelgazó o engordó, si de melenudo pasó a calvo, la propia mujer tendría que desnudarlo para ver si la señal particular está en el mismo sitio, a veces demasiado tarde, cuando todo se ha consumado y el arrepentimiento no recogerá el fruto del perdón. Dijo José Anaiço cumpliendo la regla de hospitalidad, Bienvenido sea, siéntese aquí con nosotros, y si quiere desalbardar al burro, hágalo sin problemas, ahí hay paja suficiente para él y los caballos. Sin los serones y la albarda el burro parecía más joven, ahora se veía bien que estaba hecho de dos calidades de plata, una oscura, otra clara, ambas de buenos quilates. El hombre fue a instalar al animal, los caballos miraron de soslayo al recién llegado y dudaron de que pudiera servirles de ayuda, por deficiencia de complexión y dificultades de collarada. Volvió el hombre a la hoguera, y antes de acercar la piedra que iba a servirle de asiento, se presentó, Me llamo Roque Lozano, lo demás mandan las técnicas elementales de la narrativa que tenga dispensa de repetición. Iba José Anaiço a preguntarle si el burro tenía nombre, si, por ejemplo, se llamaba Platero, pero las últimas palabras dichas por Roque Lozano, que por fin, siempre se repiten, Vine para ver Europa, lo hicieron callar, un súbito recuerdo alzó un dedo en su memoria y murmuró, Yo conozco a este hombre, menos mal que llegó a tiempo, sería ofensivo necesitar de un burro para reconocer a las personas. Movimientos. Semejantes andarían también por la cabeza de Joaquim Sassa, que dijo, dudando, Tengo la impresión de que nos hemos visto ya, También yo, respondió Roque Lozano, me recuerdan ustedes a dos portugueses a quienes encontré al principio de mi viaje, pero aquéllos iban en automóvil y no llevaban señoras, El mundo da tantas vueltas, señor Roque Lozano, y en ellas es tanto lo que se gana y lo que se pierde, que bien puede acontecer perder un automóvil Dos Caballos y encontrar una galera con dos caballos, dos mujeres y otro hombre además, dijo María Guavaira, y lo que falta aún por ver, esta frase fue de Joana Carda, ni Pedro Orce ni Roque Lozano sabían de qué estaba hablando, lo sabían José Anaiço y Joaquim Sassa, y no les gustó aquella alusión a los secretos del organismo humano, particularmente a los del femenino.

Ya estaba hecha la presentación y reconocimiento, desvanecidas las dudas, Roque Lozano era aquel viajero que encontraron entre las sierras Morena y de Aracena, con su burro Platero camino de una Europa, que en definitiva no vio, pero queda la intención, siempre salvadora. Y ahora, adónde va, preguntó Joana Carda, Ahora vuelvo a casa, que no será por tanto dar vueltas la tierra por lo que ella deje de estar en el mismo sitio, La tierra, No, la casa, la casa está siempre donde está la tierra. María Guavaira empezó a llenar los cuencos de sopa, un poco aumentada de agua para que llegase para todos, cenaron en silencio, excepto el perro, que trituraba metódicamente un hueso, y los animales de tiro y carga que molían y remolían la paja, de vez en cuando se oía estallar un haba seca, no se pueden quejar estos animales de mal pasar, teniendo en cuenta las dificultades de la hora presente.

Una de esas dificultades, pero particular, intentó resolverla el consejo de familia convocado para esta noche, no será impedimento la presencia del extraño, al contrario, ya hemos dicho que Roque Lozano va de regreso a casa, y nosotros, qué vamos a hacer nosotros, seguir como gitanos, comprando y vendiendo ropas hechas, o volvemos para casa, al trabajo, a la regularidad de la vida, pues aunque la península no deje ya de dar vueltas, la gente acabará habituándose, como la humanidad se habituó a vivir en una tierra que está siempre en movimiento, ni siquiera somos capaces de imaginar lo que habrá costado al equilibrio de cada uno vivir en una peonza zumbadora que gira alrededor de un acuario con un pez-sol allá dentro, Perdone que le interrumpa, dijo la voz desconocida, pero eso del pez-sol no existe, hay un pez-luna, pero pez-sol, no, Pues mire, yo no voy a discutir, pero si no lo hay, hace falta, Desgraciadamente no se puede tener todo, resumió José Anaiço, comodidad y libertad son incompatibles, esta vida vagabunda tiene sus encantos, pero cuatro paredes sólidas, con un techo encima, protegen mejor que un toldo vacilante y con agujeros. Dijo Joaquim Sassa, Empezamos por llevar a Pedro Orce a su casa, y luego cortó la frase, no sabía cómo completarla, fue entonces cuando intervino María Guavaira, y dijo claramente lo que era necesario decir, Muy bien, dejamos a Pedro Orce en su farmacia, luego seguimos hasta Portugal, José Anaiço se quedará en la escuela, en un lugar del que no sé ni el nombre, continuamos hacia lo que antes se llamaba norte, Joana Carda tendrá que elegir entre quedarse en Ereira, con sus primos, o volver a los brazos de su marido en Coimbra, resuelto el asunto, tomamos rumbo a Porto, y dejamos a Joaquim Sassa a la puerta de la oficina, ya habrán vuelto los jefes desde Peñafiel, y luego, yo vuelvo sola a casa, donde un hombre me está esperando para casarse conmigo, dirá que se quedó guardando mis bienes mientras yo estaba ausente, Ahora, señora, cásese conmigo, y yo con un tizón plantaré fuego a esta galera como quien quema un sueño, quizá luego consiga empujar hasta el mar la barca de piedra y embarcar en ella.

Un discurso así, continuo, corta la respiración a quien habla y no deja respirar a quien oye. Durante unos minutos permanecieron todos callados, finalmente José Anaiço recordó, En una balsa de piedra ya vamos todos, Es demasiado grande para sentimos marineros, respondió María Guavaira, y Joaquim Sassa observó, sonriendo, Bien dicho, tampoco nos convirtió en astronautas el andar dando vueltas por el espacio encima del mundo. Otro silencio, ahora le tocaba hablar a Pedro Orce, Hagamos una cosa detrás de otra, Roque Lozano puede unirse a nosotros, lo llevamos a su familia que debe estar en Zufre esperándolo, y luego decidimos sobre nuestra vida, Pero dentro de la galera no cabe otro a dormir, dijo José Anaiço, No se preocupen, si otra razón no tienen para que los acompañe, por mí estoy habituado a andar al aire libre, basta con que no llueva, y ahora, con la galera, durmiendo debajo, es como si tuviera todas las noches un techo, ya me estaba cansando de tanta soledad, qué quieren que les diga, confesó Roque Lozano.

Al día siguiente reanudaron el viaje. Pig y Al murmuran contra la suerte de los burros, éste viene trotando tras la galera, suavemente atado a ella y aliviado de carga, en pelo como vino al mundo, con su brillo de plata bonita, el dueño, en el pescante, habla de la vida con Pedro Orce, las parejas conversan bajo el toldo, el perro va delante, de batidor. De un momento a otro, casi por milagro, ha vuelto la armonía a la expedición. Ayer, tras la última deliberación, trazaron un itinerario, no muy riguroso, sólo para no ir a ciegas, primero bajar a Tarragona, ir por la costa hasta Valencia, meterse hacia el interior por Albacete, hasta Córdoba, bajar a Sevilla, y finalmente, a menos de ochenta kilómetros, Zufre, allá diremos, Aquí viene Roque Lozano, sano y salvo regresa de su gran aventura, pobre fue y pobre vuelve, no ha descubierto Europa ni Eldorado, no todos los que buscaron encontraron, pero la culpa no es siempre de quien busca, cuántas veces no hay riqueza alguna donde, por maldad o por ignorancia, nos habían dicho que la había, después nos quedaremos a un lado para ver cómo lo reciben, querido abuelo, querido padre, querido marido, lástima que hayas vuelto, creí que habrías muerto en un descampado, comido por los lobos, no todo es para ser dicho en voz alta.

Entonces, en Zufre, se volverá a reunir el consejo de familia, a ver adónde vamos, qué van a decir de nosotros cuando lleguemos, dónde para qué, para quién, Es en las preguntas que haces donde mientes, porque ya sabías por anticipado la respuesta, en tan poco tiempo dos veces ha hablado la voz desconocida.

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