V

De piedras y estorninos hablaron, ahora hablan de decisiones tomadas. Están en el patio trasero de la casa, José Anaiço sentado en el poyo de la puerta, Joaquim Sassa en una silla porque es la visita, y estando José Anaiço de espaldas a la cocina, de donde viene la luz, seguimos sin saber qué facciones son las suyas, parece como si se escondiera este hombre, y no es tal, cuántas veces ocurre que nos mostramos como quien somos y no vale la pena, no había allí nadie para vernos. José Anaiço echó un poco más de vino blanco en los vasos, lo beben a temperatura ambiente, como en opinión de los entendidos debe beberse, sin los artificios modernos de refrigeración, pero en este caso es sólo porque en la casa del maestro no hay frigorífico, Es suficiente, dijo Joaquim Sassa, con el tinto de la cena me he pasado, Éste es para brindar por el viaje, respondió José Anaiço, y sonreía, se le veían los dientes muy blancos, hecho que conviene registrar, Que vaya yo en busca de Pedro Orce, aún se entiende, porque estoy de vacaciones, sin nada especial que hacer, También yo, y más largas, hasta principios de octubre, cuando empiecen las clases, Yo vivo solo, Y solo vivo yo también, No era mi intención venir aquí a tentarlo para que me acompañara, ni lo conocía, Soy yo quien le pide que me deje acompañarlo, si me deja un lugar en el coche, pero ya se lo ha dejado, y no puede volverse atrás, Imagine el alboroto que se va a armar cuando noten su ausencia, son capaces de llamar a la policía a primera hora, van a pensar que está muerto y enterrado, ahorcado en una rama, o que lo han tirado al río, que lo he tirado yo, claro, es de mí de quien van a sospechar, el desconocido de la misteriosa fuerza que vino de lo ignoto, hizo preguntas y desapareció, todo está en los libros, Dejaré una nota en la puerta del ayuntamiento diciendo que tuve que marchar inesperadamente a Lisboa, espero que a nadie se le ocurra preguntar en la estación si he comprado billete.

Durante unos momentos se quedaron callados, luego José Anaiço se levantó, dio unos pasos hacia la higuera mientras bebía el resto del vino, los estorninos no paraban de cantar y removerse, unos habían despertado con la charla de los dos hombres, otros quizá soñaban en voz alta aquella terrible pesadilla de su especie que es creerse volando, pájaro solitario, perdido de la bandada, en una atmósfera que resiste y frena el batir de alas como si fuese agua, lo mismo les pasa a los hombres cuando la voluntad en sueños les manda que corran y no pueden. Saldremos una hora antes del amanecer, dijo José Anaiço, ahora hay que irse a dormir, y Joaquim Sassa se levantó de la silla, Me quedo en el coche, vendré a buscarlo de madrugada, Por qué no duerme aquí, sólo tengo una cama pero es ancha, cabemos los dos. El cielo estaba alto, punteado de estrellas que parecían cercanas como si estuviesen colgadas de hilos invisibles, polvo de cristal, velo de leche nevada, y las grandes constelaciones refulgían dramáticamente, Boyero, las dos Osas, sobre los rostros alzados de los dos hombres caía una llovizna fría hecha de cristalitos de luz que se pegaban a la piel, se quedaban prendidos en el pelo, no era la primera vez que tal fenómeno se producía, de repente se callaron todos los murmullos de la noche, sobre los árboles apareció el primer albor de la luna, ahora tendrán que apagarse las estrellas. Entonces Joaquim Sassa dijo, Con una noche así puedo dormir bajo la higuera, si me deja una manta, Le haré compañía. Amontonaron y ahuecaron luego unos haces de paja como lechos, igual que se hace para el ganado, tendieron las mantas, se tumbaron sobre una parte y se cubrieron con la otra. Los estorninos acechaban desde las ramas atentos a los bultos, Quién será ése, debajo del árbol y en las ramas todo el mundo está despierto, con una luna así va a tener el sueño que batallar mucho. Sube la luna, sube de prisa, la copa redonda de la higuera se transforma en un laberinto negro y blanco, y José Anaiço dice, Estas sombras no están como estaban, Se ha movido la península tan poco, unos metros, el efecto no puede haber sido grande, observó Joaquim Sassa, feliz por haber entendido el comentario, Se movió, y eso basta para que las sombras sean diferentes, hay ahí ramas en las que toca por primera vez a esta hora la luz de la luna. Pasaron unos minutos, los estorninos empezaban a sosegarse, y José Anaiço murmuró, con voz al fin quebrada por el sueño, cada palabra a la espera o en busca de la siguiente, Un día, Don Juan Segundo, nuestro rey, perfecto de apellido y a mi ver humorista perfecto, le dio a un hidalgo una isla imaginaria, dígame si sabe de otro país donde pudiera haber ocurrido una historia así, Y el hidalgo, qué hizo el hidalgo, se echó al mar a buscarla, me gustaría saber cómo se puede dar con una isla imaginaria, A tanto no llega mi ciencia, pero ésta es otra isla, la ibérica, que era península y dejó de serlo, la veo como si, con humor igual, hubiese decidido lanzarse mar adentro en busca de los hombres imaginarios, Es bonita la frase, poética, Pues en mi vida he hecho un verso, Bueno, si todos los hombres fueran poetas dejarían de escribirse versos, También esa frase tiene su intríngulis, Hemos bebido demasiado, Creo que sí. Silencio, quietud, suavidad infinita, y Joaquim Sassa murmuró, como si ya soñase, Qué harán mañana los estorninos, se quedarán o vendrán con nosotros, Cuando salgamos lo sabremos, siempre es así, dijo José Anaiço, la luna está perdida entre las ramas de la higuera, pasará toda la noche buscando la salida.

Aún no clareaba cuando Joaquim Sassa se levantó de su lecho de paja triga para ir en busca de Dos Caballos, que se había quedado descansando bajo los plátanos de la plaza, justo al lado de la fuente. Para que no los viera juntos algún madrugador matutino, de esos que abundan en tierras agrícolas, decidieron encontrarse a la salida del pueblo, lejos de las últimas casas. José Anaiço iría por caminos desviados, atajos y precipicios, pegado a las sombras, Joaquim Sassa, aunque discretamente, por la carretera de todos, es un viajante que ni debe ni teme, salió temprano para gozar la fresca de la mañana y aprovechar el día, los turistas matinales son así, en el fondo problemáticos e inquietos, sufren con la inevitable brevedad de las vidas, acostarse tarde y levantarse temprano, salud no da, pero alarga el vivir. Dos Caballos tiene un motor discreto, el arranque es de seda, sólo lo oyeron los raros habitantes insomnes, y ésos pensaron que dormían y soñaban, ahora apenas se nota, en la quieta madrugada, el rumor regular de una bomba hidráulica. Joaquim Sassa salió del pueblo, dobló la primera curva, la segunda, luego detuvo a Dos Caballos y esperó.

En la profundidad plateada del olivar los troncos empezaban a percibirse, había en el aire un vaho húmedo e impreciso, como si la mañana estuviera saliendo de un pozo de agua neblinosa, y ahora canta un pájaro, o es ilusión auditiva, ni las calandrias cantan tan pronto. Pasó el tiempo y Joaquim Sassa empezó a pensar, A ver si se ha arrepentido y no viene, pero no me parece hombre para tal cosa, habrá tenido que dar una vuelta mayor de lo que pensaba, eso habrá sido, y también cuenta la maleta, la maleta pesa, cómo no se me ocurrió, podría habérmela traído en el coche. Entonces, entre los olivos, José Anaiço apareció rodeado de estorninos, un frenesí de alas como un redoble, gritos estridentes, quien dijo doscientos es poco aritmético, esto me recuerda un enjambre de abejas negras, grandes, pero a la memoria de Joaquim Sassa acudieron, sí, los pájaros de Hitchcock, filme clásico, aunque aquéllos eran malvados asesinos. José Anaiço se acercó al coche con su corona de aladas criaturas, viene riendo, tal vez por eso parezca más joven que Joaquim Sassa, es bien sabido que la gravedad carga el rostro, tiene los dientes muy blancos, como desde la noche pasada sabemos, y en el conjunto de la cara ningún rasgo sobresale de manera particular, pero hay cierta armonía en las mejillas hundidas, nadie tiene obligación de ser bonito, Metió la maleta en el coche, se sentó al lado de Joaquim Sassa y, antes de cerrar la puerta, miró afuera, para ver los estorninos, Vámonos, quería saber qué iban a hacer, y ya ve, Si tuviéramos una escopeta, con dos cartuchos de perdigones hacía una matanza, Es cazador, No, sólo hablo por lo que he oído decir, Pues no tenemos la escopeta, Tal vez haya otra solución, pongo a toda marcha a Dos Caballos y los dejo atrás, el estornino es ave de poco vuelo y huelgo corto, Pruébelo. Dos Caballos cambió de velocidad, aceleró en una recta prolongada, y, aprovechando el terreno llano, dejó atrás rápidamente a los estorninos. El alba empezaba a teñirse rosa pálido y rosa vivo, eran colores caídos del cielo, y el aire se volvió azul, el aire, decimos bien, no el cielo, como pudimos observar al anochecer, estas horas son muy iguales, una en el inicio, otra en el final. Joaquim Sassa apagó los faros, disminuyó la marcha, sabe que Dos Caballos no vino al mundo para mucho galope, le falta pedigrí, además, dónde queda ya su mocedad, y la mansedumbre del motor es renuncia filosófica, nada más, Bueno, se han acabado los estorninos, eso fue lo que dijo José Anaiço, pero se le percibía un tono de pena en la voz.

Dos horas después, en tierras del Alentejo, pararon para comer algo, tomaron café con leche, pastas secas con canela, luego volvieron al coche debatiendo sus preocupaciones, Lo peor no es que no me dejen entrar en España, lo peor será que me detengan, No te acusan de ningún crimen, Inventarán cualquier pretexto, me detienen para hacer averiguaciones, No te preocupes, de aquí a la frontera ya encontraremos un modo de que pases, éste fue el diálogo, que de nada sirve para una mejor inteligencia de la historia, quizá sólo está aquí para que nos demos cuenta de que Joaquim Sassa y José Anaiço ya se tutean, deben de haberlo acordado en el camino, y si nos tuteáramos, dijo uno, y el otro estuvo de acuerdo, En eso precisamente venía pensando. Estaba Joaquim Sassa abriendo la puerta del coche cuando reaparecieron los estorninos, aquella enorme nube, más que nunca como un enjambre volando en torbellino, y zumbaban de modo ensordecedor, se les notaba furiosos, la gente, aquí abajo, se quedaba con la nariz en alto, apuntando al cielo, alguien aseguró, Nunca en mi vida he visto tanto pájaro junto, por la edad que aparentaba no debían faltarle esta y otras experiencias, Son más de mil, añadió, y tiene razón, por lo menos fueron mil doscientos cincuenta los convocados en esta ocasión. Nos han alcanzado, dijo Joaquim Sassa, pero les pegamos otro estirón y acabamos con ellos de una vez. José Anaiço miraba a los estorninos que volaban en círculo amplio, triunfantes, los miraba con expresión atenta, concentrada, Vamos lentamente, a partir de ahora vamos a ir despacio, Por qué, No sé, es un presentimiento, por algún motivo estos pájaros no nos sueltan, A ti no te sueltan, De acuerdo, y por eso puedo pedirte que vayamos lentamente, quién sabe lo que puede pasar.

Atravesar el Alentejo por este brasero, bajo un cielo más blanco que azul, entre rastrojos que refulgen, con espaciadas encinas en la tierra desnuda y haces de paja por recoger, bajo el incesante chirrido de las cigarras, daría para una historia completa, quizá más rigurosa que la otra, contada a su tiempo. Cierto es que durante kilómetros y kilómetros de carretera no se ve bulto humano, pero las mieses han sido segadas, el cereal trillado, y tantos trabajos requirieron hombres y mujeres, por esta vez no sabremos de unos y de otras, muy verdadero es el nuevo dicho, Quien contó un cuento, si no cuenta otro quedará mal. El calor es inmenso, sofoca, pero Dos Caballos no tiene prisa, se da el gustazo de pararse en las sombras, entonces salen José Anaiço y Joaquim Sassa a echar una mirada al horizonte, esperan el tiempo necesario, por fin vienen, única nube en el cielo, estas paradas no serían precisas si los estorninos supieran volar en línea recta, pero, siendo tantos, y tantas sus voluntades, hasta gregariamente reunidas, no se pueden evitar dispersiones y distracciones, unos quisieran posarse, otros beber agua o catar frutos, en cuanto prevalece la opinión de un discrepante se perturba el conjunto y se confunde el itinerario. Por el camino, además de los milanos, solitarios cazadores, y de otras aves de menor congregación, se vieron pájaros de la misma especie, pero no se juntaron a la compañía, tal vez por no ser negros, sino pintos, o porque sus vidas tienen otro destino. José Anaiço y Joaquim Sassa entraban en el coche, Dos Caballos se lanzaba carretera adelante, y así, andando y parándose, parándose y andando, llegaron a la frontera. Entonces dijo Joaquim Sassa, y si no me dejan pasar, Tú sigue, a ver si los estorninos nos echan una mano.

Como en esas historias de hadas, embrujos y andantes caballeros, o en las otras no menos admirables aventuras homéricas en las que, por prodigalidad del fabulador o manía de los dioses y demás potencias accesorias, todo podía ocurrir al revés de la repetición de costumbre, de no natural manera, se dio aquí el caso de parar Joaquim Sassa y José Anaiço en la garita de policía, puesto fronterizo en el lenguaje técnico, y sabe Dios con qué ansiedad en el alma estaban presentando sus documentos de identidad, cuando, de repente, como violento chaparrón o huracán irresistible, picaron desde las alturas los estorninos, negro meteoro, cuerpos que eran relámpagos, silbando, chillando y, a la altura de los tejados bajos, se dispersaron en todas direcciones, igual que un torbellino enloquecido, los policías medrosos se cubrían con los brazos, corrían a refugiarse, resultado, Joaquim Sassa salió del coche para coger los documentos que la autoridad había dejado caer, nadie reparó en la irregularidad aduanera, y ya está, por tantos caminos como atraviesa la gente clandestina y nunca había ocurrido nada así, Hitchcock aplaude en la platea, son aplausos de un maestro en la materia. La excelencia del método se comprobó inmediatamente, quedando demostrado que la policía española, tanto como la portuguesa, aprecia estas suertes de ornitología general y estornino negro. Los viajeros pasaron sin la menor dificultad pero en el terreno quedaron unas decenas de pájaros, pues en la aduana de los vecinos había una escopeta cargada, hasta un ciego sería capaz de acertar, bastaba tirar al buen tuntún, y ésta fue una inútil mortandad, porque en España, como sabemos, nadie busca a Joaquim Sassa. Mala cosa es que así hayan procedido carabineros andaluces, que los estorninos eran portugueses de nación, nacidos y criados en tierras de Ribatejo, y acabaron muriendo tan lejos, al menos tengan esos despiadados guardias el detalle de invitar a la fritada a sus colegas del Alentejo, en ambiente de saludable convivencia y camaradería de armas.

Ya van por las tierras del otro lado los viajeros, con su dosel de pájaros acompañantes, camino de Granada y alrededores, y tendrán que pedir ayuda en las encrucijadas, pues el mapa que los lleva no indica el pueblo de Orce, notable falta de sensibilidad de los diseñadores topógrafos, seguro que de su tierra no se olvidaron, en el futuro recuerden el vejamen que significa que una persona consulte el mapa para ver si está allí el lugar donde vino al mundo y encuentre un espacio en blanco, vacío, así han surgido gravísimos problemas de identidad personal y nacional. Por la carretera pasan los Seat, los Pegasos, se reconocen en seguida por el habla y por la matrícula, y los pueblos que Dos Caballos atraviesa tienen aquel aire adormecido que dicen que es propio de las tierras del sur, indolentes les llaman las tribus del norte, son desprecios fáciles y soberbias de casta de quien nunca tuvo que trabajar con este sol sobre las espaldas. Pero verdad es que hay diferencias de un mundo a otro, todos saben que en Marte los hombres son verdes, mientras que en la Tierra los hay de todos los colores menos ése.

De un habitante del norte no oiríamos lo que vamos a oír, si nos paramos a preguntar a aquel hombre que va allí, a horcajadas en un burro, qué piensa del extraordinario caso de haberse separado de Europa la Península Ibérica, tirará del ronzal, Sooo, y responderá sin morderse la lengua, Todo esto es una payasada. Roque Lozano juzga por las apariencias, con ellas forma una razón que es suya y buena de entender, contémplese la serenidad bucólica de estos campos, la paz del cielo, el equilibrio de las piedras, las sierras Morena y Aracena igualitas desde que nacieron, o, si no tanto, desde que nacimos nosotros, Pero la televisión mostró que los Pirineos se abrieron como una sandía, argumentamos usando una metáfora al alcance de la comprensión del rústico, No me fío de la televisión si no lo veo con mis propios ojos, estos que se comerá la tierra, no me fío, responde Roque Lozano sin desmontar, y qué va a hacer, Dejé a la familia ocupándose de las cosas y voy a ver si es verdad, Con sus ojos que la tierra se comerá, Con estos ojos míos que la tierra todavía no se ha comido, Y espera llegar hasta allí en burro, Cuando él no pueda conmigo, iremos a pie los dos, Cómo se llama el burro, Un burro no se llama, le llaman, Entonces cómo llama a su burro, Platero, Y van de viaje, Platero y yo, Puede decirnos hacia dónde queda Orce, No señor, no lo sé, Parece que es pasada Granada, Ah, pues entonces les queda mucho que andar, y ahora adiós, señores portugueses, mucho mayor es mi jornada y voy en burro, Es probable que cuando llegue ya no vea Europa, Si no la veo es porque nunca ha existido. En definitiva, tiene entera razón Roque Lozano, que para que las cosas existan son necesarias dos condiciones, que el hombre las vea y que les ponga nombre.

Joaquim Sassa y José Anaiço durmieron en Aracena, repitiendo lo hecho por Don Alfonso III, nuestro rey, cuando la conquistó a los moros, pero duró lo que un suspiro, sol de poco durar, era la noche de los tiempos. Los estorninos se dispersaron por algunos árboles, porque, siendo tantos, no pudieron quedarse juntos, en majada, como suelen. En el hotel, acostados ya, cada uno en su cama, José Anaiço y Joaquim Sassa conversan sobre las amenazadoras imágenes y palabras que han visto y oído en la televisión, que está en peligro Venecia, y lo mostraban patentemente, la plaza de San Marcos anegada sin ser época de acqua alta, una sábana líquida y lisa en la que se reflejaban, hasta el ínfimo pormenor, el campanile y el frontis de la basílica, A medida que la Península Ibérica se va alejando, decía el locutor con voz pausada y grave, se intensificará el efecto destructor de las mareas, se prevén grandes perjuicios en toda la cuenca mediterránea, cuna de civilizaciones, es preciso salvar Venecia, se apela a la humanidad, hagan una bomba de hidrógeno menos, hagan un submarino nuclear menos, si es que aún estarnos a tiempo. Joaquim Sassa estaba como Roque Lozano, nunca había visto la perla del Adriático, pero José Anaiço podía garantizar su existencia, cierto es que no le había puesto nombre y apellidos, pero la había visto con sus ojos vivos, la había tocado con sus manos vivas, Qué gran desgracia, si se pierde Venecia, dijo, y estas palabras angustiadas impresionaron a Joaquim Sassa más que la agitación del agua en los canales, las tumultuosas corrientes, el avance de las mareas en los bajos de los palacios, los muelles inundados, la impresión irremediable de ver una ciudad entera hundiéndose, incomparable Atlántida, catedral sumergida, los mori, ojos ciegos del agua, batiendo en la campana con los martillos de bronce mientras las algas y los caramujos no paralicen los engranajes, líquidos ecos, el Cristo Pantocrátor de la basílica en teológica conversación con los dioses marinos subalternos de Jove, el Neptuno romano, el Poseidón griego, y, vueltas a las aguas de que nacieron, Venus y Anfítrite, sólo para el dios de los cristianos no hay mujer. Quién sabe si no es mía la culpa, murmuró Joaquim Sassa, No te valores tanto, considerándote culpable de todo, Me refiero a Venecia, a que se pierda Venecia, De perderse Venecia la culpa será de todos, y antigua, por abandono y lucro ya se perdía, No hablo de esas causas, por ellas se pierde el mundo todo, hablo de lo que hice, tiré una piedra al mar, y hay quien cree que ésa fue la razón para que se apartara la península de Europa, Si un día tienes un hijo, él morirá porque tú naciste, de ese crimen nadie te absolverá, las manos que hacen y tejen son las mismas que deshacen y destejen, de la certeza sale el error, el error produce la certeza, Flaco consuelo para un triste, No hay consuelo, amigo triste, el hombre es un animal inconsolable.

Quizá José Anaiço, que fue el de la sentencia, tenga razón, tal vez el hombre sea ese animal que no puede, o no sabe, o no quiere ser consolado, pero ciertos actos suyos, sin más sentido que parecer que no lo tienen, sustentan la esperanza de que el hombre vendrá un día a llorar en el hombro del hombre, probablemente cuando sea demasiado tarde, cuando ya no haya tiempo para otra cosa. De uno de estos actos habló la televisión en el mismo telediario, y mañana hablarán los diarios con detalles y testimonios de historiadores, críticos y poetas, fue el caso que desembarcó de ocultis, en Francia, en una playa cerca de Collioure, un comando civil y literario de españoles que, por la callada de la noche, sin miedo del pío de la lechuza ni de los ectoplasmas, asaltaron el cementerio donde muchos años atrás fue enterrado Antonio Machado. Despertaron los gendarmes, advertidos por algún noctívago, y persiguieron a los ladrones de cementerios, pero no pudieron alcanzarlos. El saco con los restos fue lanzado a una lancha que esperaba en la playa con el motor trabajando mansamente, y en cinco minutos estaba la nave pirata en alta mar, los gendarmes, desde la arena, disparaban al aire, sólo para desahogar el aburrimiento, no porque pensaran que les hacían maldita falta aquellos líricos huesos. Hablando para France-Presse, el alcalde de Collioure intentó desacreditar la proeza, insinuando incluso que nadie podría asegurar que aquellos restos mortales fueran los de Antonio Machado, al cabo de tanto tiempo, no vale la pena averiguar cuántos son los años que han pasado, sólo por un improbable olvido de la administración todavía se encontrarían allí, y eso contando con la benevolencia particular con que son tratados los huesos de los poetas.

El periodista, hombre muy vivido, y tan poco escéptico que ni francés parecía, opinó, por su cuenta, que el culto de las reliquias sólo precisa objeto adecuado, la autenticidad es lo de menos, y para la verosimilitud no se exige más que una pacifica semejanza, véase la catedral de Valencia, donde en tiempos se incrementaba la fe con este prolijo relicario, a saber, el cáliz que sirvió a Nuestro Señor en la última cena, la camisa que de niño vistió, unas gotas de leche de Nuestra Señora, algunos de sus cabellos, rubios, y el peine que los peinaba, y también astillas de la Vera Cruz, un trozo indefinible de uno de los Santos Inocentes, dos de aquellos treinta denarios, de plata al fin, con que Judas se dejó comprar sin culpa propia y, cerrando la lista, un diente de San Cristóbal, con cuatro dedos de ancho y tres de largo, dimensiones indudablemente excesivas pero que sólo sorprenderán a quien no tenga noticia de la gigante naturaleza del santo. Adónde irán los españoles a enterrar ahora al poeta Machado, preguntó Joaquim Sassa, que nunca lo había leído, y José Anaiço respondió, Si, pese a los desvaríos del mundo y descrédito de la fortuna, cada cosa tiene su lugar y cada lugar reclama la cosa que le corresponde, la cosa que es hoy Antonio Machado será enterrada en cualquier lugar de los campos de Soria, bajo un árbol de esos que en castellano llaman encina, y nosotros, portugueses, azinheira, sin cruz ni losa, sólo un montículo de tierra que ya ni tendrá que imitar la forma de un cuerpo tendido, con el tiempo bajará la tierra a la tierra y será igual todo, y nosotros, portugueses, qué poeta tenemos que ir a buscar a Francia, si es que por allí se nos quedó alguno, Que yo sepa, sólo Mário de Sá-Carneiro, pero con éste no vale la pena de intentarlo, primero porque no querría venir, segundo porque los cementerios de París son lugares bien guardados, tercero porque tantos años después de su muerte, la administración de la capital no se permitiría cometer los errores de una comuna de provincia que, además, tiene la disculpa de ser mediterránea, Aparte de eso, de qué iba a servir sacarlo de un cementerio para meterlo en otro, si en Portugal no está permitido enterrar los muertos fuera de sitio, al aire libre, Ni sus huesos se quedarían quietos si los dejáramos a la sombra de un olivo en el parque Eduardo VII, Todavía habrá olivos en el parque Eduardo VII, Buena pregunta, pero no te sé responder, y ahora vamos a dormir, que mañana tenemos que ir en busca de Pedro Orce, el hombre de la tierra trémula. Apagaron la luz, se quedaron con los ojos abiertos en espera del sueño, pero, antes de que llegase, Joaquim Sassa preguntó aún, Y a Venecia, qué le podrá ocurrir, Mira, amigo, la más fácil de las cosas difíciles del mundo sería salvar Venecia, bastaba cerrar la laguna, ligar las islas entre sí para que el mar no pueda entrar a sus anchas, si los italianos no fueran capaces de hacer el trabajo solos, que llamen a los holandeses, que es gente para poner Venecia en seco en un decir amén, Deberíamos ayudarles, tenemos responsabilidades, Nosotros ya no somos europeos, ahora bien, esto no es enteramente verdad, De momento todavía están en aguas territoriales, dijo la voz desconocida.

Por la mañana, mientras pagaban la cuenta, estuvo el gerente desahogando preocupaciones, el hotel casi vacío en plena temporada alta, una pena, Joaquim Sassa y José Anaiço, abismados en sus cosas, ni habían notado la escasez de huéspedes, y las grutas, nadie viene ya a ver las grutas, repetía consternado el hotelero, el que no viniera gente a ver las grutas era la peor de las catástrofes. En la calle era grande el alborozo, la juventud de Aracena nunca había visto tantos estorninos juntos, incluso durante sus paseos instructivos por el campo, pero poco duró el sabor de la novedad, apenas el Dos Caballos portugués se puso en movimiento, rumbo a Sevilla, los estorninos alzaron el vuelo como un solo pájaro, dieron dos vueltas de despedida o reconocimiento de horizontes y desaparecieron tras el castillo de los templarios. La mañana es luminosa, podría tocarse con los dedos, y el día promete menos ardores que el de ayer, pero el viaje es largo, De aquí a Granada hay más de trescientos kilómetros, y luego tenemos que buscar Orce, ojalá no sea en vano y encontremos al hombre, esto dijo José Anaiço, no encontrar al hombre era una posibilidad que sólo ahora se le había ocurrido, y cuando lo encontremos, qué vamos a decirle, ahora le tocaba dudar a Joaquim Sassa. De pronto, por iluminación del día nuevo o por efecto de la noche mala consejera, todos estos episodios les parecían absurdos, no podía ser verdad que se partiera un continente porque alguien tirara una piedra al mar, aunque fuese la piedra mayor que las fuerzas que la lanzaron, pero la verdad incontrovertible era que la piedra fue lanzada y empezó a partirse el continente, y un español dice que nota que tiembla la tierra, y una bandada de pájaros enloquecidos no deja en paz a un maestro portugués, y sabe Dios qué más cosas habrán acontecido o estarán aconteciendo por esta península adelante, Le hablaremos de tu piedra y de mis estorninos y él nos hablará de la tierra que tembló o que aún tiembla, y luego, Luego, si no hay nada más que ver, sentir y saber, nos volvemos a casa, tú a tu trabajo, yo a la escuela, como si todo hubiera sido un sueño, y a propósito todavía no me has dicho a qué te dedicas, Soy funcionario, También yo soy funcionario, soy maestro. Se echaron a reír los dos, y Dos Caballos, providente, anunció en su indicador que andaba corto de gasolina. Se reabastecieron en la primera gasolinera que encontraron, pero tuvieron que esperar más de media hora, pues la fila de automóviles se extendía a lo largo de la carretera, y todo el mundo quería llenar el depósito. Volvieron al camino, Joaquim Sassa ahora inquieto, Andan acaparando gasolina, pronto cerrarán las gasolineras, y después, Con esto había que contar, la gasolina es un producto sensible, volátil, cuando hay crisis es el primero que da la alarma general, hace años hubo una situación de embargo de suministros, no sé si te acuerdas o si oíste hablar de eso, fue el caos, estoy viendo que ni a Orce vamos a llegar, No seas pesimista, Nací así.

Atravesaron Sevilla sin parar, aunque los estorninos sí se demoraron un poco celebrando a la Giralda, que nunca la habían visto. Si fueran sólo media docena, podrían haber formado una corona de ángeles negros para la estatua de la Fe, pero tantos millares, al caer sobre ella en alud, la convirtieron en figura indefinible que tanto podía ser lo que era como su contrario, el emblema del Descreimiento. Duró poco la metamorfosis, por ese dédalo de calles corre ya José Anaiço, sigámoslo, nación alada. Por el camino, Dos Caballos fue bebiendo donde podía, algunas gasolineras exhibían el cartel de agotada, pero los empleados decían, Mañana, éstos son de la especie de los optimistas, o quizá, simplemente, habrían aprendido la regla del bien vivir. A los estorninos no les faltaba agua, gracias a Dios, que más cuidados tiene Nuestro Señor con los pájaros que con los humanos, ahí están los afluentes del Guadalquivir, las marismas, los embalses, más agua de la que podrían beber picos tan pequeños en toda la historia del mundo. Va ya mediada la tarde cuando llegan a Granada, jadea Dos Caballos, trémulo por el esfuerzo, mientras Joaquim Sassa y José Anaiço van de pesquisa, es como si llevaran carta real de navegación y fuese hora de abrirla, ahora sabremos dónde nos espera el destino.

En la oficina de turismo, una empleada les preguntó si eran arqueólogos o antropólogos portugueses, lo de que eran portugueses se notaba en seguida, pero antropólogos o arqueólogos, por qué, Porque a Orce, generalmente, sólo va gente así, hace años descubrieron allí cerca, en Venta Micena, al europeo más antiguo de que hay registro, Un europeo entero, preguntó José Anaiço, Sólo un cráneo, pero viejo, con edad entre un millón trescientos mil años y un millón cuatrocientos mil, y es seguro que se trata de un hombre, quiso saber sutilmente Joaquim Sassa, a lo que María Dolores respondió con una sonrisa de complicidad, Cuando se encuentran vestigios humanos antiguos, son siempre hombres, el Hombre de Cromagnon, el Hombre de Neanderthal, el Hombre de Steinhem, el Hombre de Swanscombe, el Hombre de Pekín, el Hombre de Heidelberg, el Hombre de Java, en aquel tiempo no había mujeres, Eva no había sido creada aún, luego quedó de criada para siempre, Es usted irónica, No, soy antropóloga de formación y feminista por irritación, Pues nosotros somos periodistas y queremos entrevistar a un tal Pedro Orce, el que sintió que la tierra temblaba, y cómo llegó tal noticia a Portugal, A Portugal llega todo, y nosotros llegamos a todas partes, este trozo de diálogo fue todo con José Anaiço, que es hombre de respuesta pronta, será de tanto tener que lidiar con los alumnos. Joaquim Sassa se había apartado un poco para ver los carteles con fotografías del Patio de los Leones, de los Jardines del Generalife, de las estatuas yacentes de los Reyes Católicos, mirando se preguntaba a sí mismo si valdría la pena ver las cosas verdaderas tras haber visto su imagen. Con este filosofar sobre las percepciones de lo real se perdió Joaquim Sassa el resto de la conversación, qué habría dicho José Anaiço para que María Dolores se riera así, tan divertida, si Dolores no hubiera convertido su nombre en Lola cada una de sus carcajadas sería un escándalo. Lola ya no mostraba sombra de irritación feminista, quizá porque este Hombre de Ribatejo era algo más que una mandíbula, diente molar y tapa de los sesos, y por haber prueba abundante de que hay mujeres en este tiempo en que vivimos. María Dolores, que es empleada de turismo por no tener empleo de antropóloga, traza en el mapa de José Anaiço la carretera que falta, señala con un punto negro la población de Orce, la de Venta Micena al lado, ahora los viajeros pueden seguir, la sibila de la encrucijada ya les indicó el camino, Es como un desierto lunar, pero en sus ojos se lee la pena por no poder ir también, practicar su ciencia en compañía de los periodistas portugueses, principalmente con aquel más discreto que se alejó un poco para ver los carteles, cuántas veces nos ha enseñado la experiencia de la vida que no debemos juzgar por las apariencias, como está juzgando ahora el propio Joaquim Sassa, error suyo, su modestia, Si nos quedáramos aquí un tiempo, te ligabas a la antropóloga, vamos a perdonarle la vulgaridad de la expresión, los hombres, cuando están juntos, tienen de estas conversaciones groseras y José Anaiço, presuntuoso pero equivocado también, respondió, Quién sabe.

Este mundo, no nos cansamos de repetirlo, es una comedia de engaños. Otra prueba de esta verdad es que se le haya dado el nombre de Hombre de Orce a un hueso que encontraron, no precisamente en Orce, sino en Venta Micena, que daría un hermoso nombre para la paleontología, si no fuese por esa otra palabra, Venta, signo y señal de comercio grosero y pobre. Es extraño el destino de las palabras. Si Micena no fue nombre de mujer, por no haber podido ser antes de hombre, como aquella célebre gallega que en Portugal dio nombre a la Villa de Golegâ, tal vez a estos remotísimos parajes hubieran llegado unos griegos de Micenas, huidos de la locura de los Atridas, en algún sitio tendrían que replantar el topónimo patrio, y tocó aquí, mucho más lejos que Cerbère, en el corazón del infierno, y nunca tan lejos como ahora, que vamos navegando. Aunque mucho os cueste creerlo.

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