XIX

Cambió el tiempo, fórmula de concisión ejemplar que, de modo suave o neutramente objetivo, nos dice que, habiendo mudado, fue para peor. Llueve, y es una lluvia mansa, de otoño iniciado, que mientras no empape las tierras nos da ganas de pasear por esos campos, con botas e impermeable, recibiendo en el rostro la polvareda suavísima del agua y gozando la melancolía de las distancias brumosas, los primeros árboles dejan caer las hojas y aparecen desnudos, frioleros, como si estuvieran pidiéndonos caricias, alguno hay al que apetecería apretar contra el pecho con tierna piedad, acercamos el rostro a la corteza húmeda y es igual que un rostro mojado de lágrimas.

Pero el toldo de la galera viene de los primeros tiempos de los toldos, la tecnología, sólida en la tela y en la trama, cuidaba poco de impermeabilidades, era el siglo y el lugar de las personas capaces de secarse la ropa en el cuerpo teniendo por toda protección, y no siempre, un vaso de aguardiente. Se acrecentó el efecto de las estaciones, se resecaron las fibras, se descosieron las costuras, es fácil ver que la lona retirada del automóvil no puede remediar tanto daño. Por eso empieza a gotear dentro de Dos Caballos, y continúa goteando, contra la convicción de Joaquim Sassa, que defendía que, al empaparse la tela y engrosar los hilos, con la consiguiente reducción del espacio entre ellos, la lluvia iba a tener su lado benéfico si había paciencia para esperar. Teóricamente, nada más exacto, pero la evidencia práctica es otra, sino hubieran tenido el cuidado de enrollar y recoger los colchones, nadie iba a poder dormir en ellos.

Cuando la lluvia cae con más fuerza y surge la oportunidad, los viajeros se meten bajo un puente, pero son raros en esta carretera, es sólo un camino vecinal, fuera de las grandes rutas, esas que, para evitar cruces y permitir grandes velocidades, hacen pasar por encima de sí las vías secundarias. Uno de estos días se le ocurrió a José Anaiço la idea de comprar un barniz o una pintura impermeable, y así lo hará, pero la única untura apropiada que encontró, de un rojo estridente, no llega siquiera para la cuarta parte del toldo. Si Joana Carda no hubiera tenido mejor y más razonable idea, coser trozos anchos de plástico unos a otros hasta formar una cobertura completa, y de paso una segunda para los caballos, y adivinando que no sería posible encontrar en treinta kilómetros a la redonda untura impermeable del mismo color y tonalidad, podría ocurrir que acabaran paseando la galera por el vasto mundo con un toldo abigarrado, a rayas, círculos y cuadrados, según inspiración del artista, verde, amarillo, naranja, azul, violeta, blanco sobre blanco, castaño, tal vez negro. Mientras tanto, llueve.

Después del breve e inconcluso diálogo sobre el sentido de los nombres y el significado de los sueños, se ha discutido qué nombre habrán de dar al sueño que este perro es. Se dividen las opiniones, las cuales, como también deberíamos saber ya, son simple cuestión de gusto, digamos incluso que la opinión es la expresión aparentemente racionalizada del gusto. Pedro Orce propone y justifica un nombre rústico y tradicional, Fiel, o Piloto, ambos muy pertinentes si consideramos las características morales del animal, guía infalible y de lealtad sin mácula. Joana Carda duda entre Centinela y Combatiente, nombres de bélica resonancia que no parecen ajustarse a la personalidad de quien los sugiere, pero el alma femenina tiene profundidades insondables, Margarita en el telar va a luchar toda su vida para reprimir los ímpetus de la lady Macbeth que lleva dentro, y hasta su última hora no tendrá seguridad de que va a ganar. En cuanto a María Guavaira, aun no sabiendo explicar por qué, cosa que no es la primera vez que le acontece, propuso, medio avergonzada con su propia idea, que se le llamara Ángel de la Guarda, y se ruborizó al decirlo, se había dado cuenta qué ridículo sería, sobre todo en público, llamar al ángel de la guarda y en vez de un ente luminoso, vestido de túnica inmaculada, anunciándose con un frufrú de alas, apareciera, sucio de barro y de la sangre del último conejo, un terror canino que sólo a sus dueños respeta, si éstos lo son. Quiso José Anaiço echar agua a aquel hervor de risas que la sugerencia de María Guavaira provocó, y propuso que se le diera el nombre de Constante, recordaba haber leído este nombre en algún libro, Ahora no me acuerdo, pero Constante, si entiendo bien la palabra, contiene todos los nombres que fueron sugeridos, Fiel, Piloto, Centinela, Combatiente, y hasta Ángel de la Guarda, porque si ninguno de éstos es constante, se pierde la fidelidad, se desorienta el piloto, el centinela abandona el puesto, el combatiente rinde las armas, y el ángel de la guarda se deja seducir por la muchacha a quien debía defender de la tentación. Todos aplaudieron, aunque Joaquim Sassa opinaba que lo mejor sería llamarle simplemente Perro o Can, porque siendo el único que allí hay, no puede haber posibilidad de confusión en llamadas y respuestas. Le llamarán por fin Constante, pero realmente no valió la pena tanto trabajo de bautismo, pues el animal responde a todos los nombres que le den si ha oído que la palabra, cualquiera que sea, va por él, aunque otro nombre asome a veces a su memoria, Ardent, pero ése no se le ocurrió a nadie. Razón tenía quien una vez dijo, contra la opinión de María Guavaira, que un nombre no es nada, ni siquiera un sueño.

Siguen, y no lo saben, el antiguo Camino de Santiago, pasan por tierras que tienen nombres de esperanza o recuerdo malo, según los episodios que en ellas vivieron los viajeros de aquel primitivo tiempo, Sarriá, Samos, o la privilegiada Villafranca del Bierzo, donde el peregrino enfermo o cansado que llamara a la puerta de la iglesia del apóstol quedaba dispensado de llegar a Compostela, ganando las mismas indulgencias que si hubiera ido. Ya la fe, entonces, tenía sus acomodos, pero nada comparable a los días de hoy, cuando la acomodación es más retributiva que la misma fe, esta o cualquier otra. Al menos, estos viajeros saben que si quieren ver los Pirineos tendrán que llegar allí, ponerles la mano encima, que el pie no basta, por ser menos sensible, y los ojos, mucho más de lo que se cree, se dejan engañar. La lluvia, al cabo de un rato, empezó a disminuir, cae ahora en gotas espaciadas, hasta que cesa del todo. El cielo está aún encapotado, la noche viene más de prisa. Acampan bajo unos árboles para protegerse de otros posibles chaparrones, aunque Pedro Orce cite el refrán ibérico, Quien bajo un árbol se abriga, dos veces se moja, ésta es la versión portuguesa, modificada. No fue fácil encender el fuego, pero las artes de María Guavaira acabaron por vencer la resistencia de la leña mojada, que estallaba y hervía en las puntas como si derramara la savia. Comieron como pudieron, lo suficiente para que el estómago no gimiera de hambre durante la noche, porque, como enseña otro refrán, Quien se acuesta sin cenar, pasa una noche de rabiar, versión auténtica. Comieron dentro de la galera, a la luz del candil humeante, en una atmósfera pesada de ropas húmedas, los colchones enrollados y sobrepuestos, los restantes haberes en un montón, para una buena ama de casa sería una puñalada este espectáculo. Pero no hay mal que siempre dure ni lluvia que no se acabe, espera a que venga un poco de buen tiempo y ya verás qué actividad, los colchones abiertos para que pueda secarse hasta el más fino hilo de paja, las ropas tendidas sobre arbustos y piedras, cuando vayamos a recogerlas tendrán aquel buen olor cálido que el sol deja por donde pasa, y esto se hará mientras las mujeres, componiendo un hermoso cuadro familiar, ajustan y cosen las anchas bandas de plástico que han de resolver los problemas hidráulicos, bendito sea quien inventó el progreso.

Han estado hablando con la indolencia y la vaguedad de quien tiene que matar el tiempo mientras la hora de dormir no llega, y entonces Pedro Orce interrumpe lo que él mismo estaba diciendo y va a empezar a hablar, Leí una vez no sé dónde que la galaxia a que pertenece nuestro sistema solar se dirige hacia una constelación de cuyo nombre tampoco me acuerdo ahora, y esta constelación se dirige a su vez hacia cierto punto del espacio, me gustaría ser más exacto, pero mi cabeza no retuvo los detalles, pero lo que quería decir era lo siguiente, mirad, nosotros aquí vamos andando sobre la península, la península navega sobre el mar, el mar rueda con la tierra a que pertenece, y la tierra va rodando sobre sí misma, y, mientras rueda sobre sí misma, rueda también al rededor del sol, y el sol también gira sobre sí mismo, y todo esto junto va en dirección de la tal constelación, entonces lo que yo pregunto, si no somos el extremo menor de esa cadena de movimientos dentro de movimientos, me gustaría saber qué es lo que se mueve dentro de nosotros y hacia dónde va, no, no me refiero a las lombrices, microbios y bacterias, esos seres vivos que habitan en nosotros, hablo de otra cosa, de una cosa que se mueve y que tal vez nos mueve, como se mueven y nos mueven constelación, galaxia, sistema solar, sol, tierra, mar, península, Dos Caballos, qué nombre tiene lo que a todo mueve, de un extremo de la cadena a otro, o no hay tal cadena y el universo quizá sea un anillo, simultáneamente tan delgado que parece que sólo nosotros, y lo que en nosotros cabe, cabemos en él, y tan grueso que pueda contener la máxima dimensión del universo que él mismo es, qué nombre tiene lo que viene detrás de nosotros, Con el hombre empieza lo que no es visible, fue la respuesta sorprendida de José Anaiço, que la dio sin pensar.

Sobre el toldo caen, espaciadas, las grandes gotas de agua que vinieron resbalando de hoja en hoja, se oyen allá fuera los movimientos de Pig y Al bajo los hules que no los cubren por entero, para esto es para lo que el silencio sirve realmente, para poder oír lo que se dice que no tiene importancia. Cada uno de los que aquí se hallan creen que es obligación suya contribuir con el saber que tenga a tan alto concilio, pero temen todos que, al abrir la boca, les salgan, si no los sapos de la leyenda, unas banalidades surtidas sobre el ser, ontológicas, aunque tenga uno sus dudas sobre la pertinencia de la palabra en un contexto primario de carromato, gotas de lluvia y caballo, sin olvidar al perro, que duerme. María Guavaira, por ser la menos instruida, fue la primera en hablar, A lo no visible le daríamos el nombre de Dios, pero es curioso cómo se introdujo en la frase un cierto tono interrogativo, O voluntad, la propuesta vino de Joaquim Sassa, O inteligencia, añadió Joana Carda, O historia, remató José Anaiço, Pedro Orce no tenía ninguna sugerencia que hacer, se limitó a preguntar, y quien crea que eso es lo más fácil está muy engañado, no tienen cuenta el número de respuestas que sólo están a la espera de las preguntas.

Enseña la prudencia que el examen de tan complejas materias se suspenda antes de que cada uno de los que intervienen empiece a decir cosas diferentes de las que antes había sustentado, y no porque sea necesariamente equivocado cambiar de opinión, sino porque, variando tanto estas diferencias, puede ocurrir, y generalmente ocurre, que la discusión vuelva al inicio sin que los participantes se hayan dado cuenta. En este caso, aquella inspirada primera frase de José Anaiço, después de haber hecho la rueda de los amigos, acabó banalmente en la evidencia más que obvia de la invisibilidad de Dios, o de la voluntad, o de la inteligencia, y quizá menos banal y un poco menos evidente, de la historia. Mientras atrae hacia sí a Joana Carda, que se queja de frío, José Anaiço intenta no quedarse dormido, quiere expresar su idea, si la historia es realmente invisible, si los visibles testimonios de la historia le confieren visibilidad suficiente, si la visibilidad así relativa de la historia no pasará de ser un mero encubrimiento, como las ropas que el hombre invisible vestía, y seguía siendo invisible. No soportó mucho tiempo estos volteos cerebrales, y menos mal, porque en los últimos instantes, antes de caer en el sueño, su pensamiento se había concentrado de manera absurda en precisar la diferencia que hay entre visible e invisible, cosa que, siendo patente para quien piense un poco, no tenía particular relevancia para el caso. A la luz del día todos los líos tienen mucha menos importancia, Dios, el más ilustre de los ejemplos, creó el mundo porque era de noche cuando tuvo tal ocurrencia, sintió en aquel supremo instante que ya no podía aguantar más las tinieblas, si fuese de día Dios lo habría dejado todo como estaba. y como este cielo de aquí amanece libre y descubierto, y el sol salió sin impedimento de nubes, y así se conservó, las filosofías nocturnas se disiparon, ahora toda la atención se centra en la buena andadura de Dos Caballos sobre la península, tanto da que bogue o que no bogue, que aunque la ruta de mi vida me lleve a una estrella, no por eso he sido dispensado de recorrer los caminos del mundo.

Aquella tarde, cuando estaban en sus negocios, supieron que la península, tras alcanzar un punto al norte de la más septentrional de las Azores, Corvo, en línea recta, debiendo entenderse por esta descripción sumaria que el extremo sur de la península, la Punta de Tarifa, se encontraba en otro meridiano al este, al norte del extremo norte de Corvo, Punta dos Tarsais, ahora bien, la península, tras lo que intentamos explicar, volvió inmediatamente a su desplazamiento hacia occidente, en dirección paralela a la de su primera ruta, es decir, ya ver si nos entendemos de una vez, siguiéndola unos grados más arriba. Con este acontecimiento triunfaron los autores y defensores de la tesis del desplazamiento en línea recta, quebrada en ángulos rectos, y si hasta ahora todavía no se ha comprobado ningún movimiento que fundamente la hipótesis de un regreso al punto de partida, enunciada, más como demostración de lo sublime que como confirmación previsible de la tesis general, esto no significaba la imposibilidad de retrocesos, siendo admisible incluso que la península no llegue a detenerse nunca, vagabundeando eternamente por los mares del mundo, como el tantas veces citado Holandés Errante, irá la península, con otro nombre, aquí por prudencia no puesto para evitar explosiones nacionalistas y xenófobas, que serían trágicas en las circunstancias actuales.

A la aldea donde los viajeros se encontraban no llegaron noticias de estos cambios, sólo que los Estados Unidos de América habían anunciado, por boca del propio presidente, que los países que por el mar venían podían contar con el apoyo y la solidaridad moral y material de la nación norteamericana, Si continúan navegando hacia aquí, serán recibidos con los brazos abiertos. Pero esta declaración, de extraordinario alcance, tanto desde el punto de vista humanitario como geoestratégico, vino a apagarse un poco con el súbito alborozo de las agencias de turismo de todo el mundo, asediadas por clientes que querían viajar a Corvo lo más rápidamente posible, sin reparar en medio ni en gastos, y por qué, Porque, si no hay modificación de rumbo, la península va a pasar a la vista de la isla de Corvo, espectáculo que no puede ser comparado con el insignificante desfile de la roca gibraltareña, cuando la península se apartó del peñón y lo dejó allí abandonado a las olas. Ahora es una masa inmensa lo que pasará ante los ojos de los privilegiados que consigan un rinconcito en la mitad norte de la isla, pero, pese a la amplitud de la península, el suceso va a durar pocas horas, dos días cuanto más, porque, teniendo en cuenta la configuración peculiar de esta balsa, sólo la parte extrema del sur podrá ser observada, y eso si está claro el día. El resto, a causa de la curvatura de la tierra, pasará lejos de la vista, imagínense lo que sería si, en vez de aquella forma esquinada, la península tuviera al sur una costa cortada en línea recta, no sé si siguen el dibujo, serían dieciséis días viendo pasar el desfile, unas vacaciones, si sostiene la velocidad de cincuenta kilómetros por día. Sea como fuere son grandes las posibilidades de un aflujo de dinero sobre la isla de Corvo como nunca se vio, lo que ha obligado ya a los habitantes a pedir que les manden cerraduras para las puertas y cerrajeros que se las pongan, con trancas y señales de alarma.

Caen de vez en cuando chaparrones, en el peor de los casos es un aguacero rápido, pero la mayor parte del día está hecha de sol, cielo azul y nubes altas. La cobertura de plástico fue armada, cosida y reforzada, ahora, si amenaza lluvia, se para la marcha y, en tres tiempos, primero desdobla, luego alza, tercero ata, está el toldo protegido. En la galera van los colchones más secos que se hayan visto jamás, el relente de vaho y de humedad ha desaparecido, este interior, limpio y ordenado, es verdaderamente un hogar. Pero ahora se ve bien cuánto ha llovido por aquí. La tierra está empapada, hay que tener cuidado con la galera, no meterla, sin sondeo previo, en los terrenos blandos de los bordes de la carretera, que luego todo serían trabajos para sacarla de allí, dos caballos, tres hombres y dos mujeres no valen un tractor. Ha cambiado el paisaje, quedaron atrás las montañas y los cerros, las últimas ondulaciones van desmayando, y lo que empieza a aparecer ante los ojos es una llanura que parece no tener fin, y arriba un cielo tan grande que duda uno de que el cielo sea sólo uno, lo más seguro es que cada lugar, si no cada persona, tengan su propio cielo, mayor o menor, más alto o más bajo, y esto sí que ha sido un gran descubrimiento, sí señor, el cielo como una infinidad de cúpulas sucesivas e imbricadas, la contradicción en los términos es sólo aparente, basta mirar. Cuando Dos Caballos alcanza la cima de la última colina se creería que nunca más, hasta el fin del mundo, la tierra volvería a levantarse, y, siendo tan común que tengan diferentes causas el mismo efecto, aquí se nos cortó la respiración, como si nos hubieran llevado a lo alto del monte Everest, dígalo quien allá estuvo, si no le aconteció lo mismo que a nosotros en este suelo raso.

Buenas cuentas echa Pedro, pero otras mejores hace el patrón. Digamos, no obstante, que este Pedro no es Orce, ni sabe siquiera el narrador quién pueda ser, aunque admita que tras el dicho pueda estar aquel apóstol del mismo nombre que a Cristo negó tres veces, y éstas son también las cuentas que Dios hizo, probablemente por ser trino y no andar fuerte en ciencia aritmética. Se suele decir que echa Pedro buenas cuentas cuando las cuentas que los Pedros hacen salen falsas, es un modo popular e irónico de significar que no deberían unos decidir lo que sólo a otros cabe cumplir, es decir, si erró Joaquim Sassa al estipular ciento cincuenta kilómetros de marcha por día, tampoco acertó más María Guavaira cuando corrigió a noventa. De la tienda sabe el tendero, de tirar saben los caballos, y así como se dice, o decía, que la mala moneda elimina la moneda buena, también la andadura del caballo viejo moderó la andadura del caballo joven, si no fue conmiseración de éste, bondad de corazón, respeto humano, alardear de fuerzas el fuerte ante el débil es señal de perversión moral. Todas estas palabras fueron consideradas necesarias para explicar que vamos yendo más vagarosamente de lo que estaba previsto, pero la concisión no es una virtud definitiva, a veces lo que le pierde a uno es hablar demasiado, de acuerdo, pero cuánto no se ha ganado por haber dicho sólo lo suficiente. Los caballos van al paso que quieren, los pusieron al trote y ellos obedecieron al capricho o necesidad del cochero, pero poco a poco, tan sutilmente que nadie se da cuenta, Pig y Al van reduciendo la andadura, es un misterio el cómo lo consiguen tan armoniosamente, no se oyó que el uno le dijese al otro, Más despacio, y el otro respondiera, Pasado aquel árbol.

Afortunadamente, los viajeros no tienen prisa. Al principio, cuando salieron de las ya distantes tierras gallegas, aún les parecía que había fechas que cumplir e itinerarios que respetar, incluso tenían una cierta sensación de urgencia, como si cada uno tuviera que llegar a tiempo de salvar a su padre de la horca y llegar al patíbulo antes de que el verdugo abriese la trampilla. Aquí no se trata de padre o madre, que de éstos nada sabemos, excepto de la madre de María Guavaira, que está loca y no la tienen ya en A Coruña, o quizá haya vuelto, pasado el peligro. De las otras madres y de los otros padres, antiguos y modernos, nada fue revelado, cuando los hijos se callan deben callarse igualmente las preguntas y recogerse las indagaciones, realmente en cada uno de nosotros empieza y acaba el mundo, si con esta declaración no quedan mortalmente ofendidos el espíritu de la familia, el interés de la herencia y la limpieza del nombre. La carretera, en pocos días, se ha convertido en un mundo fuera del mundo, como cualquier hombre que, estando en el mundo, descubre que él es también un mundo, y no es difícil, basta crear un poco de soledad a su alrededor, como estos viajeros que, yendo juntos, van solos. Por eso no tienen prisa, por eso han dejado de echar cuentas sobre el camino andado, las pausas son para el negocio y para el reposo, y no es raro que apetezca parar sin más motivo que ese mismo deseo, para lo que siempre hay razones y en general no perdemos el tiempo en buscarlas. Todos acabamos por llegar a donde queremos, y todo es cuestión de tiempo y de paciencia, la liebre va más rápida que la tortuga, quizá llegará primero, siempre que no encuentre en el camino un cazador con escopeta.

Dejamos el páramo leonés, vamos ahora por Tierra de Campos, donde nació y floreció aquel famoso predicador fray Gerundio de Campazas, cuyos hechos y dichos relató por lo menudo el no menos célebre padre Isla, para escarmiento de oradores prolijos, citadores impenitentes, refranistas convulsos y escritores descomedidos, malo es que nos haya aprovechado tan poco la lección siendo tan clara. Cortemos, pues, apenas nacido, el divagante exordio, y digamos, con recta simplicidad, que los viajeros irán a dormir esta noche a un pueblo llamado Villalar, no lejos de Toro, Tordesillas y Simancas, lugares todos ellos que a la historia portuguesa tocan de cerca, por batalla, tratado y archivo. Siendo José Anaiço profesor de oficio, son nombres que despiertan en él fáciles evocaciones, sin gran desarrollo, por otra parte, pues su ciencia histórica en general no pasa de los rudimentos, poco más abastecida de pormenores que la de sus oyentes, españoles y portugueses, que algo habrán aprendido, y no del todo olvidado, respecto a Simancas, Toro y Tordesillas, de acuerdo con la prodigalidad informativa y el interés nacional de los manuales de historia patria de un lado y otro. Pero de Villalar ninguno sabe nada, salvo Pedro Orce que, pese a ser oriundo de tierras andaluzas, tiene las luces de quien anduvo, en cualquier tiempo, por las tierras todas de la península, el hecho de que dijera que no conocía Lisboa, cuando allí estuvo hace dos meses, nada supone contra esta hipótesis, puede simplemente no haberla reconocido, como no la reconocerían hoy sus fundadores fenicios, los pobladores romanos, los dominadores visigodos, quizá con algunos vislumbres sí los musulmanes, y cada vez de manera más confusa los portugueses.

Están sentados en tomo a la hoguera, dispuestos por parejas, Joaquim y María, José y Joana, Pedro y Constante, la noche está un poco fría, pero el cielo es sereno y límpido, casi no se ven estrellas, porque la luna, que salió pronto, inunda de claridad los campos rasos y, aquí cerca, los tejados de Villalar, cuyo alcalde, hombre cabal, no puso objeciones a que se instalaran tan cerca de la población las gentes de la caravana hispano-portuguesa, pese al oficio que practican, de nómadas y buhoneros, competidores, en esta especialidad mercantil, con el comercio local. La luna no va alta, pero tiene ya el aspecto con que más nos gusta verla, un disco luminoso inspirador de versos fáciles y sentimientos facilísimos, cedazo de seda que va empolvando una harina alba sobre el paisaje rendido. Decimos entonces, Qué hermosa luna, e intentamos olvidar el escalofrío de miedo que sentimos cuando el astro aparece enorme, rojo, amenazador, sobre la curva de la tierra. Después de tantos y tantos milenios, la luna naciente todavía sigue surgiendo hoy como una amenaza, una señal del fin, menos mal que la ansiedad dura sólo pocos minutos, asciende el astro en el cielo, se vuelve pequeño y blanco, podemos respirar descansados. Y los animales también se afligen, hace poco, al salir la luna, el perro se quedó mirándola, tieso, yerto, tal vez habría aullado si no le faltaran las cuerdas vocales, pero todo él se erizaba como si una mano helada le acariciara el lomo a contrapelo. Son momentos en los que el mundo se sale de sus ejes, nos damos cuenta de que nada está seguro, y si pudiéramos dar voz plena a lo que sentimos diríamos, con expresiva ausencia de retórica, Nos hemos librado por un pelo.

Las historias de Villalar que conoce Pedro Orce vamos a saberlas ahora, cuando acabe la cena, mientras danza la hoguera en el aire quieto, se miran pensativos los viajeros, tienden las manos hacia ella como si las impusieran o al fuego se rindiesen, hay un viejo misterio en esta relación entre nosotros y el fuego, hasta con el cielo encima, es como si estuviéramos, él y nosotros, en el interior de la caverna original, gruta o matriz. Hoy le toca lavar los platos a José Anaiço, pero no hay prisa, la hora es pacífica, casi dulce, la luz de las llamas recorre los rostros atezados por el aire libre, rostros que tienen el color que les da el sol cuando nace, el sol es de otra naturaleza y está vivo, no muerto como la luna, ésa es la diferencia.

Y dice Pedro Orce, Quizá no lo sepáis, pero hace muchos y muchos años, en mil quinientos veintiuno, hubo en estas tierras de Villalar una gran batalla, mayor por las consecuencias que por la gente muerta, y si la hubieran ganado quienes la perdieron, otro mundo habríamos heredado los vivos de hoy. De grandes batallas que han quedado en la historia tiene José Anaiço suficiente información, y si a quemarropa se lo pidieran, recitaría sin dudar una docena de nombres, empezando, clásicamente, por Maratón y las Termópilas, y, sin cuidado de la cronología, Austerlitz y Borodino, el Marne y Monte Cassino, las Ardenas y Al-Alamein, Poitiers y Alcazarquivir, y también Aljubarrota, que para el mundo no es nada y para nosotros lo es todo, aquéllas vinieron emparejadas sin ninguna razón particular, Pero esta batalla de Villalar nunca la oí, concluyó José Anaiço. Pues esta batalla, explicó Pedro Orce, ocurrió cuando las comunidades de España se levantaron contra el emperador Carlos Quinto, extranjero, pero no tanto por ser extranjero, que en los siglos de antiguamente lo más común de la vida era que vieran los pueblos cómo les entraba por la puerta un rey hablándoles en otra lengua, el negocio era todo entre casas reales que se jugaban los suyos y otros países, no voy a decir que a los dados o a la baraja, sino por intereses de dinastías, con trucos de alianzas y cosas de casamientos, por eso no vamos a decir que se alzaran las comunidades contra el rey intruso, y tampoco vamos a imaginar que fue la gran guerra de pobres contra ricos, ojalá todas las cosas, éstas y las demás, fueran tan sencillas como explicarlas, el caso es que a los nobles españoles no les gustaba nada, pero nada, que a los extranjeros del emperador les hubiesen sido distribuidos tantos cargos y oficios, y una de las primeras resoluciones de los nuevos señores fue elevar los impuestos, es remedio infalible para costear lujos y aventuras, ahora bien la primera ciudad rebelde fue Toledo, y luego siguieron otras el ejemplo, Toro, Madrid, Ávila, Soria, Burgos, Salamanca, y más y más, pero los motivos de una no eran los motivos de la otra, algunas veces coincidían, claro, pero otras se contradecían, y si era así con las ciudades mucho más lo era con las personas que las habitaban, había caballeros que sólo defendían sus intereses y ambiciones, y por eso cambiaban de campo conforme soplaba el viento y venía el beneficio, pues bien, como siempre acontece, el pueblo estaba metido en esto por sus propias razones pero sobre todo por las ajenas, es así desde que el mundo es mundo, aunque si el pueblo fuese todo uno, estaría bien, pero el pueblo no es todo uno, ésta es una idea que cuesta mucho meterle en la cabeza a la gente, sin hablar de que los pueblos viven generalmente engañados, tantas veces llevaron sus procuradores un voto a cortes y, llegados allí, por soborno o amenaza, votaron los diputados lo contrario de la voluntad de quien los mandó, la maravilla es que a pesar de tanto descontento y contradicción, fueran las comunidades capaces de organizar milicias e ir a la guerra contra el ejército del rey, ni que decir tiene que hubo batallas ganadas y perdidas, aquí en Villalar fue donde se perdió la última, y por qué, lo de siempre, errores, incompetencias, traiciones, gente que se cansó de esperar la soldada y se marchó, se dio la batalla, unos la ganaron, otros la perdieron, nunca llegó a saberse cuántos comuneros murieron, aquí, por las cuentas modernas no fueron muchos, hay quien dice que dos mil, hay quien jura que no pasaron del millar, y hasta que fueron sólo doscientos, no se sabe, no se sabrá, salvo si a alguien un día se le ocurre remover estas tierras cementeriales y contar los cráneos enterrados, que contar los demás huesos no iba a servir más que para aumentar la confusión, tres de los capitanes de las comunidades fueron juzgados al día siguiente, condenados a muerte y decapitados en la plaza de Villalar, se llamaban Juan de Padilla, toledano, Juan Bravo, segoviano, y Francisco Maldonado, salmantino, ésta fue la batalla de Villalar, que si hubiera sido ganada por quien la perdió podría haber cambiado el destino de España, con una luna como ésta quién puede imaginar lo que habrá sido la noche y el día de la batalla, llovía, los campos estaban inundados, combatían hundidos en el barro, sin duda para las cuentas modernas fue poca la gente que murió, pero a uno le dan ganas de decir que la poca gente muerta en las guerras de antiguamente pesa más en la historia que los centenares de miles y millones del siglo veinte, lo que no cambia es la luna, tanto cubre Villalar como Austerlitz o Maratón, o, O Alcazarquivir, dijo José Anaiço, Qué batalla fue ésa, preguntó María Guavaira, Si también ésa se hubiese ganado en lugar de perdido, no puedo imaginar cómo sería hoy Portugal, respondió José Anaiço, Una vez leí en un libro que vuestro rey Manuel entró en esta guerra, dijo Pedro Orce, En los libros por los que yo enseño no se habla de que los portugueses anduvieran en guerra con España en esa época, No vinieron portugueses de carne y hueso, vinieron cincuenta mil cruzados que vuestro rey prestó al emperador, Ah, bueno, dijo Joaquim Sassa, cincuenta mil cruzados para el ejército real, por eso perdieron las comunidades, los cruzados ganan sIempre.

Aquella noche el perro Constante soñó que estaba desenterrando huesos en el campo de batalla. Había reunido ya ciento veinticuatro cráneos cuando la luna se puso y la tierra se oscureció. Entonces el perro volvió a dormirse. Dos días después, unos niños que andaban por el campo jugando a las guerras dijeron al alcalde que habían encontrado un montón de calaveras en un trigal, nunca se supo cómo aparecieron allí, tan juntas. Pero de aquellos portugueses y españoles que llegaron en la galera y ya partieron, las mujeres de Villalar sólo dicen bien, En precio y calidad era la gente más honrada que ha pasado por aquí.

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