MIÉRCOLES

13

– Voy a ver a Douglas. -Jaime se sentía inquieto y necesitaba salir del despacho.

– De acuerdo -contestó Laura sonriendo con malicia-. Espero que regreses de buen humor.

Jaime no apreciaba a Daniel Douglas, su colega en la vicepresidencia de Auditoría, pero al estar en la misma posición jerárquica podían abordar temas y sentimientos que raramente tratarían con el jefe, y menos con subordinados.

Afortunadamente sus áreas de responsabilidad estaban completamente separadas. Jaime revisaba las actividades de distribución tales como cine, vídeo, televisión, periódicos, música y libros. El área de Douglas se centraba en los estudios Eagle y, por lo tanto, en la producción de películas y telefilmes. Discrepaban con frecuencia sobre cómo clasificar algunas cuentas o qué debiera provisionarse y de qué forma; incluso sobre los propios procedimientos de auditoría.

Esas diferencias y sus temperamentos les llevaban a discutir mas y a mayor volumen de voz de lo correcto, requiriendo en ocasiones la intervención de Charles White, su jefe, para resolver algún punto irreconciliable.

Pero ahora no importaba la falta de sintonía, Jaime deseaba hablar y compartir sus inquietudes sobre el asesinato de Kurth.


– Buenos días, Jaime. -La secretaria de Douglas le recibió con una sonrisa demasiado risueña.

– Buenos días, Sharon. -Le devolvió la sonrisa.

– ¿Quieres ver a Daniel?

– Sí.

– Me temo que no podrá ser ahora. Está en una reunión y no se le puede interrumpir. -A través de la puerta se oían los murmullos de una conversación en tono excesivamente alto-. ¿Le digo que le quieres ver?

– Sí, por favor, si eres tan amable. -Y giró para salir.

Justo en aquel momento se abría la puerta, apareciendo una hermosa mujer con las cejas fruncidas y los labios apretados. Era Linda Americo, jefe de equipo de auditoría del grupo de Douglas. Cerró la puerta con furia.

– Buenos días, Jaime -saludó forzando una tensa sonrisa al verlo y, sin esperar respuesta, enfiló el corredor con paso rápido.

– Creo que ya está libre. -Sharon continuaba con su sonrisa divertida-. ¿Aún le quieres ver?


– Precisamente estaba pensando en ti. -Douglas le recibió con un tono animado, que sonaba falso.

– ¿Y eso?

– Sí, con referencia al programa de rotación de posiciones claves. ¿Lo recuerdas?

– Sí, lo recuerdo, pero ¿qué tiene que ver conmigo? ¿Quieres cambiarme el puesto?

– No, hombre. Resulta que tengo al candidato ideal para tu área. Pero debe ser ascendido a supervisor principal, claro. Tú tienes la posición por cubrir.

– ¿Ah, sí? -Jaime estaba intrigado-. ¿Quién es?

– Posee formación contable de primera y ha trabajado como auditor y supervisor. Tiene entusiasmo, buen criterio, responsabilidad y trabaja duro. -Douglas ponía fuerza en sus palabras-. Nuestro jefe está impresionado por su buen trabajo y seguro que aprobará su ascenso.

– Seguro que sí. Pero dime quién es.

– Hace tres años y medio que trabaja para la Corporación y obtuvo su graduación en la UCLA con notas excelentes -continuó sin contestar-. Lleva dos años como supervisor y ha demostrado que sabe liderar equipos.

– ¿Quién es? -Aunque sabía ya la respuesta, Jaime insistió fingiendo cansancio.

– Es Linda Americo, una gran profesional.

– ¿No era la chica que salía de tu despacho?

– Sí.

– Parecía acalorada, como si hubierais tenido una discusión. ¿No intentarás pasarme un problema?

– En absoluto -respondió contundente-. Linda es una excelente subordinada. Pero te contaré.

– Cuéntame.

– Ya sabes cómo son algunas de las mujeres del tipo muy competitivo; trabajan mucho, pero a veces tienen choques temperamentales con otras mujeres de las mismas características. Tengo otra jefe de equipo un poco más veterana, y los problemas son constantes; me están haciendo la vida imposible.

– Vaya, hombre. -Jaime fingió simpatía.

– Linda me contaba su último altercado. Está harta de esta situación y desea trabajar en armonía. Os llevaréis a la perfección y ella se sentirá muy motivada contigo.

– Deja que lo piense. No tenía planes para cubrir ese puesto por el momento.

– Jaime, lo consideraré un favor personal.

– ¡Bien, hombre! Déjame ver qué posibilidades hay. ¡Después de todo es una guapa mujer! Espero que sea profesionalmente tan buena como dices.

– Verás cómo es incluso mejor.

– ¿Algo nuevo sobre la muerte del viejo? -Jaime cambió al asunto de su interés.

– Al parecer Los Hermanos por la Defensa de la Dignidad han llamado a un periódico reivindicando el asesinato.

– ¡Hijos de puta! ¿Quiénes son y qué quieren esos locos?

– Lo que todos. Respeto y reconocimiento para su raza en películas y series de televisión. Según eso todos los psicópatas y malos de las películas debieran ser hombres rubios y de ojos azules.

– Los extremistas y fanáticos son un verdadero peligro.

– Ya verás, un día saldrá un grupo de amigos tuyos hispanos haciendo algo semejante. -Douglas sonreía.

– ¿Y por qué deberían de hacerlo? -replicó Jaime, molesto. -Ya sabes, todo rebaño tiene ovejas negras. Descontrolados.

– A veces las ovejas descontroladas son rubias.

– Vamos, hombre, no te enfades; bromeaba. -Douglas le dio una palmada en la espalda.

– Bien, debo volver al trabajo.

– De acuerdo. Gracias por la visita. ¿Cuándo me dices algo sobre Linda?

– Pronto. Pronto. -No le apetecía en absoluto comprometerse.

– Dime algo mañana. ¿De acuerdo?

– Veremos. Hasta luego.

Jaime regresó a su despacho malhumorado. ¡Qué forma tan zafia de pedir un favor!

Laura estudió, por encima de sus gafas, su expresión al regresar. No dijo nada, pero sonrió divertida.

14

Había resistido bien la mañana, pero ahora el recuerdo de Karen volvía una y otra vez. Jaime se acercaba a la ventana, y sus pensamientos corrían como perros vagabundos tras los coches que, cruzando el bulevar, se perdían hacia algún lugar desconocido. Y ella estaba siempre al final del trayecto.

No recordaba cuándo fue la última vez que pasó un rato tan agradable con alguien, y la tentación de invitarla a salir era ya irresistible; pero habían pasado sólo unas horas y no quería llamarla tan pronto. Ella se daría cuenta de inmediato de que él necesitaba verla. Entonces sonó su teléfono directo.

– ¿El vicepresidente de auditoría, por favor?

A Jaime le dio un vuelco el corazón.

– ¿Karen?

– La misma de la hamburguesería. -La voz sonaba risueña.

– ¡Ah!, sí, Karen. -Decidió fingir indiferencia. Se aprovecharía de que era ella quien llamaba-. ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Necesitas que te audite algo?

– Muy gracioso el señor vicepresidente -continuó ella con voz cantarina-. Tendré que hablar con mi abogado sobre el tono que usted ha usado al ofrecerme su auditoría.

– Yo no tengo abogado. ¿Me podrías recomendar alguno en caso de que esto llegue a pleito?

– Conozco a una buena abogado, pero cuesta cara.

– ¿Cuánto?

– Una hamburguesa griega.

– Bien. Podríamos llegar a un acuerdo. -Se sentía Humphrey Bogart y no quería mostrar prisa-. ¿Qué tal mañana jueves?

– Imposible, tengo otro compromiso -respondió ella-. Propongo la noche del viernes.

Jaime sintió que perdía su pretendida ventaja. Quedó por un momento callado por la sorpresa. La noche del viernes era obviamente un compromiso más serio que la del jueves, lo cual le encantaba. Sin embargo tendría que cancelar su cita con Mary-Anne. Su entrenamiento como negociador le decía que para recuperar su posición debía contestar que él estaba ocupado el viernes y ofrecerle el próximo lunes. Definitivamente el lunes.

– Mejor el sábado -se oyó decir. Esperar hasta el lunes le había producido un pánico repentino.

– ¡Oh! Lo siento, pero el sábado no puedo.

– Bien, acepto el viernes. -Era una rendición, pero confiaba en que no se notara-. Pero tú invitas en compensación a un preaviso tan corto.

– Dejemos que nuestros abogados lo discutan en la cena -dijo Karen-. Por cierto, al mío le apetece más ir a un restaurancito en New Port llamado The Red Gull. ¿Te parece bien?

– Pero ¿no querías una hamburguesa?

– Sí, me apetece, pero otro día. Estamos hablando de un viernes noche. ¡No seas tan agarrado, hombre! -Reía.

Pero has sido tú la que… -Jaime se dio cuenta de que tenía poco que argumentar-. Bien, de acuerdo -aceptó.

Recógeme en mi casa a las ocho. -Karen le dio la dirección-. Hasta entonces, cariño.

Jaime se quedó mirando el auricular, deseando besarlo.

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