MARTES

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Las luces tenues del monitor y de una lamparilla de habitación de hotel iluminaban el teclado de un ordenador portátil y unas manos blancas, casi perfectas.

La pantalla se detuvo pidiendo una contraseña y los alargados dedos la introdujeron, tecleando con fuerza: «Arkángel.»

Varios mensajes esperaban en el buzón, pero las manos dirigieron el ratón a uno que firmaba Samael.

El único dedo imperfecto, el índice de la mano derecha, que mostraba un corte vertical dividiendo la uña al estilo pezuña de ungulado, pulsó con rapidez el botón enter.

Un comunicado apareció en pantalla y los dedos se apoyaron en la mesita de noche.

«Se han seguido tus instrucciones al pie de la letra. En dos días, sonarán las trompetas de los elegidos y los muros de Jericó empezarán a derrumbarse. Samael.»

«Dios te bendiga, Samael. Y que ayude a nuestros hermanos», escribió como respuesta.

Y firmó: «Arkángel.»

Acto seguido las manos ordenaron el envío del mensaje y, una vez comprobada su salida, borraron ambos textos.

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