Venid acá.

Eddie O'Hare vivía en una especie de paraíso masturbatorio. Debió haberse quedado allí, debió tomarlo como residencia permanente. Como no tardaría en descubrir, poseer más de lo que ya tenía con respecto a Marion no le parecería suficiente. Pero Marion controlaba la relación. Si iba a ocurrir algo más entre ellos, sólo ocurriría cuando ella tomara la iniciativa


Empezaron a salir juntos a cenar. Ella le llevaba y se ponía al volante, sin preguntar al muchacho si quería conducir. Era sorprendente, pero Eddie se sentía agradecido hacia su padre por haber insistido en que añadiera al equipaje unas camisas de vestir, corbatas y la chaqueta deportiva "para todo uso". Pero cuando Marion le vio vestido con su tradicional uniforme de Exeter, le dijo que podía prescindir de la corbata y la chaqueta, pues no las necesitaba para ir adonde iban. El restaurante, en East Hampton, era menos lujoso de lo que Eddie había esperado, y era evidente que los camareros estaban acostumbrados a ver allí a Marion. Le sirvieron las tres copas de vino que tomó sin que tuviera que pedírselo


Eddie desconocía hasta entonces que fuese tan habladora.


– Ya estaba embarazada de Thomas cuando me casé con Ted -le contó-. Sólo tenía un año más de los que tienes tú ahora. (La diferencia de sus edades era un tema recurrente en ella). Cuando naciste, yo tenía veintitrés. Cuando tengas mi edad, yo tendré sesenta y dos -siguió diciendo, y en dos ocasiones se refirió al regalo que le había hecho, la rebeca de cachemira rosa-. ¿Te gustó mi sorpresita? -le preguntó


– ¡Muchísimo! -balbució él


Marion se apresuró a cambiar de tema y le dijo que en realidad Ted no había abandonado Harvard. Le pidieron que tomara una excedencia temporal


– Por "incumplimiento", creo que lo llamaban -dijo Marion. En la nota biográfica que aparecía en las sobrecubiertas de sus libros, siempre se afirmaba que Ted Cole había abandonado Harvard. Al parecer, esa verdad a medias le complacía, pues daba a entender que había sido lo bastante listo para ingresar en Harvard y lo bastante original para que no le interesara terminar los estudios


– Pero lo cierto es que era perezoso -reveló Marion-. Nunca quiso esforzarse demasiado. -Tras una pausa, le preguntó a Eddie: ¿Qué tal te va el trabajo?


– No hay mucho que hacer -le confesó el muchacho


– Me extrañaría que lo hubiera -replicó ella-. Ted te contrató porque necesitaba un conductor


Marion no había finalizado la enseñanza media cuando conoció a Ted y quedó embarazada. Pero en el transcurso de los años, cuando Thomas y Timothy estaban creciendo, aprobó un examen equivalente al bachillerato superior, y fue completando cursos a tiempo parcial en diversos campus universitarios de Nueva Inglaterra. Tardó diez años en graduarse por la Universidad de New Hampshire, en 1952, sólo un año antes de que sus hijos se mataran. Estudió sobre todo cursos de literatura e historia, muchos más de los necesarios para obtener un título universitario. Su renuencia a seguir los otros cursos requeridos retrasó la licenciatura


– Al final sólo quería tener un título universitario porque Ted no lo tenía -le dijo a Eddie


Thomas y Timothy se enorgullecieron de su graduación. -Me estaba preparando para dedicarme a escribir cuando murieron -le informó Marion-. Aquello acabó con mis aspiraciones


– ¿Eras escritora? -le preguntó Eddie-. ¿Por qué lo dejaste?


Ella le dijo que no podía encontrar inspiración en sus pensamientos más profundos cuando en lo único que pensaba era en la muerte de los chicos; no podía permitirse imaginar libremente, porque su imaginación la llevaba de una manera inevitable a Thomas y Timothy


– Y pensar que me gustaba estar a solas con mis pensamientos… -le dijo a Eddie, y añadió que dudaba de que a Ted le hubiera gustado alguna vez estar a solas con los suyos-. Por eso sus relatos son tan cortos y para niños, por eso no hace más que dibujar


Eddie, sin darse cuenta de lo harto que estaba de las hamburguesas, devoró una copiosa cena


– ¡Ni siquiera el amor puede frenar el apetito de un chico de dieciséis años! -observó Marion


Eddie se ruborizó. No tenía que haberle dicho cuánto la quería. Seguro que a ella no le había gustado


Y entonces Marion le contó que cuando colocó para él sobre la cama la rebeca de cachemira rosa y, sobre todo, mientras elegía el sujetador y las bragas y los depositaba en sus lugares respectivos ("para el acto imaginado", como ella le dijo), se había dado cuenta de que aquél era su primer impulso creativo desde la muerte de sus hijos, y también que había sido su primer y único momento de lo que ella llamaba "diversión pura". La supuesta pureza de esa diversión era discutible, pero Eddie nunca habría puesto en tela de juicio la sinceridad de las intenciones de Marion, y sólo hería levemente sus sentimientos que lo que para él era amor, para ella no pasara de "diversión". Incluso a los dieciséis años, debería haber comprendido mejor la advertencia que ella estaba haciéndole


Cuando Marion conoció a Ted, éste le dijo que "recientemente" había abandonado los estudios en Harvard y estaba escribiendo una novela. En realidad, habían pasado cuatro años desde su salida de Harvard, y estaba siguiendo unos cursos en una escuela artística de Boston. Siempre había sabido dibujar, y en ese campo se consideraba un "autodidacta". (Los cursos en la escuela de arte no eran tan interesantes para él como las modelos.)


Durante su primer año de matrimonio, Ted trabajó para un litógrafo, una tarea que detestó de inmediato


– Ted habría detestado cualquier trabajo -comentó Marion. No le gustaba la litografía ni el grabado, y le dijo a su mujer que ni el cobre ni la piedra eran sus materiales preferidos


Ted Cole publicó su primera novela en 1937, cuando Thomas tenía un año de edad y Marion todavía no estaba embarazada de Timothy. Las críticas fueron en general favorables, y las ventas estuvieron bastante por encima de la media para ser una primera novela. Ted y Marion decidieron tener un segundo hijo. Las críticas de la segunda novela, publicada en 1939, un año después de que Timothy naciera, no fueron ni favorables ni numerosas. Del segundo libro sólo se vendieron la mitad de ejemplares que del primero. La tercera novela de Ted, que se publicó en 1941, "un año antes de que nacieras", le recordó Marion a Eddie, apenas recibió críticas, y las pocas que tuvo fueron desfavorables. Las ventas fueron tan bajas que el editor de Ted se negó a darle las cifras definitivas. Y entonces, en 1942, cuando Thomas y Timothy tenían seis y cuatro años respectivamente, apareció El ratón que se arrastra entre las paredes. La guerra retrasaría las numerosas traducciones extranjeras, pero antes de que éstas llegaran estuvo claro que Ted Cole nunca más tendría que odiar un trabajo o escribir otra novela


– Dime -preguntó Marion a Eddie-, ¿no te da escalofríos saber que tú y El ratón que se arrastra entre las paredes nacisteis el mismo año?


– Sí, es verdad -admitió el muchacho


Pero ¿por qué habían pasado por tantas ciudades universitarias? Los Cole habían vivido a lo largo y ancho de Nueva Inglaterra


Desde el punto de vista del comportamiento, la vida sexual de Ted era desordenada. Ted le había dicho a Marion que las poblaciones universitarias eran los mejores lugares para educar a los hijos, pues la calidad de las escuelas locales era por lo general elevada, mientras que las actividades culturales y los acontecimientos deportivos en el campus eran estímulos para la comunidad. Además, Marion podría continuar su formación. Y en el aspecto social, añadió Ted, las familias de los profesores serían una buena compañía. Al principio Marion no reparó en la cantidad de madres jóvenes que figuraban entre aquellas esposas de profesores


Aunque Ted evitaba cualquier cosa que se pareciera a un auténtico trabajo en la universidad (aparte de que no estaba cualificado para desempeñar ninguno), cada semestre daba una conferencia sobre el arte de escribir y dibujar para niños. A menudo esas conferencias estaban patrocinadas conjuntamente por el departamento de bellas artes y el de lengua y literatura inglesas. Ted era siempre el primero en afirmar que, en su humilde opinión, el proceso de creación de un libro infantil no era un arte, y prefería llamarlo un oficio


Pero Marion observó que el verdadero "oficio" de Ted era su descubrimiento y seducción sistemáticos de las jóvenes madres más bonitas y más desdichadas entre las esposas de los profesores. De vez en cuando, una estudiante también caía en las redes de Ted, pero las madres jóvenes constituían una presa más vulnerable


No es infrecuente que las aventuras amorosas terminen de mala manera, y como los matrimonios de las más desdichadas de aquellas esposas de profesores ya eran frágiles de por sí, no resultaba sorprendente que muchas parejas se separasen definitivamente a causa de las aventuras románticas de Ted


– Y por eso siempre estábamos cambiando de residencia -le dijo Marion a Eddie


En las poblaciones universitarias encontraban con facilidad casas en alquiler. Siempre había profesores en excedencia y la tasa de divorcios era relativamente alta. El único hogar que los Cole habitaron durante un período de tiempo considerable fue una granja en New Hampshire; iban allí para pasar las vacaciones escolares, para ir a esquiar y durante uno o dos meses en verano. La casa pertenecía desde tiempo inmemorial a la familia de Marion


Cuando los chicos murieron, Ted sugirió marcharse de Nueva Inglaterra y dejar atrás cuanto les recordaba aquella región. El extremo oriental de Long Island era principalmente un centro veraniego y un retiro finisemanal para los neoyorquinos. A Marion le aliviaría no seguir viendo a sus viejos amigos.


– Un nuevo lugar, un nuevo hijo, una nueva vida -le dijo ella a Eddie-. Por lo menos ésa era la idea


A Marion no le sorprendía que las aventuras amorosas de Ted no hubieran disminuido desde que abandonó aquellas pequeñas ciudades universitarias de Nueva Inglaterra. A decir verdad, el número de sus infidelidades había ido en aumento, aunque no conllevaban ninguna pasión apreciable. Ted era adicto a las aventuras amorosas. Marion había hecho una apuesta consigo misma: la adicción de su marido a las seducciones, ¿sería más fuerte o más débil que su adicción al alcohol? (Apostó a que podría abandonar más fácilmente el alcohol.)


Marion explicó a Eddie que, en el caso de Ted, la seducción previa siempre duraba más que la aventura. Primero hacía los retratos convencionales, normalmente de la madre con su hijo, luego la madre posaba sola y, finalmente, lo hacía desnuda. Los desnudos revelaban una progresión determinada de antemano: inocencia, recato, degradación, vergüenza


– ¡La señora Vaughn! -exclamó Eddie, interrumpiéndola, al recordar las maneras sigilosas de aquella mujer menuda


– La señora Vaughn está experimentando ahora la fase de degradación -le dijo Marion


Eddie pensó que, a pesar de lo pequeña que era, la señora en cuestión dejaba un fuerte olor en las almohadas. Pensó también que sería imprudente, incluso lascivo, expresarle a Marion su opinión sobre el olor de la señora Vaughn


– Pero has vivido con él durante muchos años -observó el muchacho, entristecido-. ¿Por qué no le has abandonado? -Los chicos le querían -le explicó Marion-, y yo los quería a ellos. Había planeado abandonarle después de que mis hijos finalizaran la enseñanza media, cuando se marcharan de casa, tal vez después de que acabaran los estudios universitarios -añadió con menos firmeza


Eddie superó la tristeza que sentía por ella y dio buena cuenta de un postre enorme


– Eso es lo que me gusta de vosotros, los jóvenes -le dijo Marion-. Pase lo que pase, vais a lo vuestro


Permitió que Eddie condujera el coche de regreso a casa. Bajó la ventanilla y cerró los ojos. La brisa nocturna le agitaba el cabello


– Es agradable que la lleven a una -le dijo a Eddie-. Ted siempre bebía demasiado, y yo conducía siempre. Bueno…, casi siempre. -Esto último lo dijo en un susurro


Entonces volvió la espalda a Eddie. Quizá lloraba, porque movía los hombros de una manera espasmódica, pero no emitía sonido alguno. Cuando llegaron a la casa de Sagaponack, o el viento le había secado las lágrimas o no había llorado en absoluto. Eddie, que en cierta ocasión había llorado delante de ella, sabía que Marion desaprobaba el llanto


Una vez en la casa, tras despedir a la niñera de la noche, Marion se sirvió una cuarta copa de vino de una botella abierta que sacó del frigorífico. Pidió a Eddie que la acompañara cuando fue a comprobar si Ruth dormía, y por el camino le susurró que, a pesar de que las apariencias demostraban lo contrario, en otro tiempo había sido una buena madre


– Pero no seré una mala madre para Ruth -añadió, todavía en un susurro-. Preferiría no ser una madre para ella antes que una mala madre


Eddie no comprendió entonces que Marion ya sabía que iba a dejar a su hija con Ted. (Y Marion, por su parte, no comprendía que Ted había contratado a Eddie no sólo porque necesitaba un conductor.)


La luz piloto del baño principal iluminaba tan débilmente el cuarto de Ruth que costaba distinguir las fotografías de Thomas y Timothy, pero Marion insistió en que Eddie las mirase. Quería contarle lo que los chicos estaban haciendo en cada una de las fotos, y por qué razón ella había seleccionado ésas en concreto para la habitación de Ruth. Entonces Marion precedió a Eddie al baño principal, donde la luz piloto iluminaba las fotos con un poco más de claridad. Allí Eddie pudo discernir un tema acuático, que Marion consideraba adecuado para el baño: un día festivo en Tortola y otro en Anguilla, una excursión veraniega al estanque de New Hampshire, y los dos hermanos, cuando eran más pequeños que Ruth, juntos en una bañera. Tim estaba llorando, pero Tom no


– Le había entrado jabón en los ojos -susurró Marion. Entraron entonces en el dormitorio principal, donde Eddie no había estado hasta entonces y tampoco había visto las fotografías, en torno a cada una de las cuales Marion trenzaba un relato. Recorrieron así toda la casa, de una habitación a otra, de una foto a otra, hasta que Eddie comprendió por qué Ruth se había alterado tanto al ver los trocitos de papel que cubrían los pies descalzos de Thomas y Timothy. Ruth debía de haber realizado aquel viaje al pasado en muchas, muchísimas ocasiones, probablemente tanto en brazos de su padre como de su madre, y para la pequeña los relatos de las fotografías eran sin duda tan importantes como las mismas fotografías. Tal vez incluso más importantes. Ruth estaba creciendo no sólo con la presencia abrumadora de sus hermanos muertos, sino también con la importancia sin par de su ausencia


Las imágenes eran los relatos, y viceversa. Alterar las fotografías, como lo había hecho Eddie, era tan impensable como cambiar el pasado. El pasado, que era donde vivían los hermanos muertos de Ruth, no era susceptible de revisión. Eddie se juró que intentaría resarcir a la pequeña, le aseguraría que cuanto le habían dicho acerca de sus hermanos muertos era inmutable. En un mundo inseguro, con un futuro incierto, por lo menos la niña podía confiar en ello. ¿0 no era así?


Al cabo de más de una hora, Marion dio por finalizado el recorrido de la casa en el dormitorio de Eddie y, finalmente, en el baño para los invitados que el muchacho utilizaba. Que la última de las fotografías que inspiraron el relato de Marion fuese aquella en la que ella estaba en la cama con los dos pies descalzos de sus hijos entrañaba un fatalismo muy pertinente


– Me encanta esta foto tuya -logró decirle Eddie por fin, sin atreverse a añadir que se había masturbado estimulado por la imagen de los hombros desnudos de Marion y su sonrisa


Como si lo hiciera por primera vez, Marion se examinó lentamente en la foto tomada hacía ya doce años


– Aquí tenía veintisiete -le dijo, y el paso del tiempo, y la melancolía que ello le producía, le afloraron a los ojos


Tenía en la mano la quinta copa de vino, y la apuró de una manera mecánica. Entonces le dio la copa vacía a Eddie. Éste se quedó de pie allí, en el baño para los invitados, inmóvil durante un cuarto de hora después de que Marion se hubiera ido


A la mañana siguiente, en la casa vagón, Eddie había iniciado la colocación de la rebeca de cachemira rosa sobre la cama, junto con una camisola de seda de color lila y unas bragas a juego, cuando oyó el ruido exagerado de las pisadas de Marion en las escaleras que partían del garaje. No llamó a la puerta del apartamento, sino que la aporreó. Esta vez no iba a sorprender a Eddie haciendo aquello. El muchacho aún no se había desvestido para tenderse al lado de las ropas. No obstante, se quedó un momento indeciso y ya no tuvo tiempo de retirar las prendas de Marion. Había estado pensando en lo desacertado de elegir los colores rosa y lila. Sin embargo, los colores de las prendas no eran nunca lo que le incitaba. Le había atraído el encaje que adornaba la cintura de las bragas y el espléndido escote de la camisola. Eddie estaba todavía inquieto por su decisión cuando Marion golpeó la puerta por segunda vez, y el muchacho dejó las prendas sobre la cama y fue a abrir


– Espero no molestarte -le dijo ella con una sonrisa


Llevaba gafas de sol, y se las quitó al entrar en el apartamento. Eddie percibió por primera vez su edad cuando vio las patas de gallo junto a los ojos. Tal vez Marion había bebido demasiado la noche anterior. Cinco copas de cualquier bebida alcohólica eran demasiadas para ella


Eddie se sorprendió al ver que la mujer se dirigía directamente a la primera de las pocas fotografías de Thomas y Timothy que había llevado a la casa alquilada, y le explicó por qué había elegido precisamente esas fotos. En ellas los chicos tenían más o menos la edad de Eddie, lo cual significaba que habían sido tomadas poco antes de su muerte. Marion le explicó que había pensado que tal vez Eddie encontrara familiares las fotografías de sus coetáneos, incluso acogedoras, en unas circunstancias que probablemente no tendrían nada de familiares y acogedoras. Mucho antes de que Eddie llegara, se había preocupado por él; sabía que iba a tener muy poco que hacer, dudaba de que se lo pasara bien, y había previsto que el muchacho de dieciséis años carecería de vida social alguna


– Excepto a las niñeras más jóvenes de Ruth, ¿a quién ibas a ver? -le preguntó-. A menos que fueras muy sociable. Thomas lo era, Timothy no, era más bien introvertido, como tú. Aunque físicamente te pareces más a Thomas, creo que tienes un carácter más parecido al de Timothy


– Ah -dijo Eddie. ¡Le pasmaba que Marion hubiera pensado en él antes de su llegada!


Siguieron mirando las fotografías. Era como si la casa alquilada fuese una habitación secreta situada en el pasillo del ala de invitados y Eddie y Marion no hubieran terminado juntos la velada, sino que se hubieran limitado a pasar a otra habitación, donde había otras fotos. En la cocina fueron de un lado a otro, Marion hablando por los codos, y regresaron al dormitorio, donde ella siguió hablando y señalando la única fotografía de Thomas y Timothy que colgaba sobre la cabecera de la cama


Eddie reconoció sin dificultad un hito muy familiar del campus de Exeter. Los jóvenes fallecidos posaban ante la puerta del edificio principal, donde, bajo el frontón triangular encima de la puerta, había una inscripción latina. Cinceladas en el mármol blanco, que resaltaba en el gran edificio de ladrillo y la doble puerta verde oscuro, figuraban estas palabras humillantes:


HVC VENITE PVERI

VT VIRI SITIS


(Naturalmente, la U de Huc, PVERI y UT estaba tallada como una V.) Allí estaban Thomas y Timothy con chaqueta y corbata, el año en que murieron. A los diecisiete años, Thomas parecía casi un hombre, mientras que Timothy, a los quince, tenía un aspecto mucho más infantil. La puerta ante la que posaban era el fondo fotográfico que elegían con mayor frecuencia los orgullosos padres de innumerables exonianos. Eddie se preguntó cuántos cuerpos y mentes sin formar habían cruzado aquella puerta, bajo una invitación tan severa e imponente


VENID ACÁ, MUCHACHOS,

Y SED HOMBRES


Pero eso no les había sucedido a Thomas y Timothy. Eddie se dio cuenta de que Marion había interrumpido su explicación de la fotografía al ver la rebeca de cachemira rosa que, junto con la camisola lila y las bragas a juego, estaba sobre la cama


– ¡Cielo santo! -exclamó Marion-. ¡Rosa con lila jamás! -No pensaba en los colores -admitió Eddie-. Me gustaba el… encaje


Pero sus ojos le traicionaban. Miraba el escote de la camisola y no recordaba la palabra francesa que se usaba en inglés para nombrarlo finamente


– ¿El décolletage?-sugirió Marion. -Sí, eso es -susurró Eddie


Marion alzó los ojos por encima de la cama y miró de nuevo la imagen de sus hijos felices: Huc venite pueri (venid acá, muchachos) ut viri sitis (y sed hombres). Eddie había tenido dificultades en el segundo curso de latín, y le esperaba un tercer curso de la lengua muerta. Pensó en la vieja broma que circulaba por Exeter sobre una versión más apropiada de aquella inscripción. ("Venid acá, muchachos, y hastiaros.")


Mientras contemplaba la fotografía de sus chicos en el umbral de la virilidad, Marion le dijo a Eddie:


– Ni siquiera sé si hicieron el amor antes de morir


Eddie, que recordaba la imagen de Thomas besando a una chica en el anuario de 1953, suponía que por lo menos él lo había hecho


– Tal vez Thomas lo hizo -añadió Marion-. Era tan… popular. Pero Timothy seguro que no, era demasiado tímido y sólo tenía quince años… -Miró de nuevo la cama, donde la combinación de rosa y lila con la ropa interior le había llamado antes la atención-. Y tú, Eddie, ¿has hecho el amor? -le preguntó a bocajarro


– No, claro que no -respondió Eddie


Ella le dirigió una sonrisa compasiva. El muchacho procuró no parecer tan desdichado y poco atractivo como estaba convencido de que lo era


– Si una chica muriese antes de haber hecho el amor, podría decirse que ha sido afortunada -siguió diciendo Marion-, pero un muchacho… Dios mío, eso es todo lo que queréis, ¿no es cierto? Los chicos y los hombres -añadió-, ¿no es cierto? ¿No es eso todo lo que queréis?


– Sí -dijo Eddie en tono desesperado


Marion tomó de la cama la camisola color lila de escote increíble. También tomó las bragas a juego, pero empujó la rebeca de cachemira rosa al borde de la cama


– Hace calor -le dijo a Eddie-. Espero que me perdones si no me pongo la rebeca


El muchacho permaneció allí inmóvil, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, mientras ella empezaba a desabrocharse la blusa


– Cierra los ojos, Eddie -tuvo que decirle


Con los ojos cerrados, él temió desmayarse. Oscilaba de un lado a otro, eso era todo lo que podía hacer para no mover los pies


– Muy bien -oyó que ella le decía. Estaba tendida en la cama, con la camisola y las bragas-. Ahora me toca a mí cerrar los ojos


Eddie se desvistió torpemente, sin que pudiera dejar de mirarla. Cuando ella notó su peso sobre la cama, a su lado, se volvió para mirarle. Cuando se miraron a los ojos, Eddie sintió una punzada. La mirada de Marion reflejaba más sentimiento maternal del que él se había atrevido a esperar en ella


No la tocó, pero cuando empezó a tocarse él mismo ella le aferró la nuca y le atrajo el rostro hacia los senos, allí donde él ni siquiera se había atrevido a mirar. Con la otra mano le tomó la mano derecha y la aplicó con firmeza donde había visto que él ponía su mano la primera vez, en la entrepierna de sus bragas. Él notó que se derramaba en la palma de su mano izquierda, con tal rapidez y fuerza que se contrajo contra el cuerpo de la mujer, y ella se sorprendió tanto que también reaccionó contrayéndose


– ¡Vaya, eso sí que es rapidez! -exclamó


Manteniendo la palma ahuecada delante de sí, Eddie corrió al baño para no manchar nada


Una vez se hubo lavado, regresó al dormitorio, donde encontró a Marion todavía tendida de costado, casi exactamente como él la había dejado. Titubeó antes de tenderse a su lado, pero ella, sin moverse en la cama ni mirarle, le dijo:


– Vuelve aquí


Permanecieron tendidos, mirándose a los ojos durante un tiempo que a Eddie le pareció interminable, o por lo menos él no quería que aquel momento finalizara jamás. Durante toda la vida consideraría ese momento como un ejemplo de lo que era el amor. No se trataba de querer algo más, ni de esperar que alguien superase lo que ellos acababan de realizar, sino de sentirse sencillamente tan… completo. Nadie podía merecer una sensación mejor


– ¿Sabes latín? -le susurró Marion.


– Sí


Ella miró hacia arriba, por encima de la cama, para indicar la fotografía de aquel paso importante por el que sus hijos no habían navegado


– Dímelo en latín -susurró Marion


– Huc venite pueri… -empezó a decir Eddie, también susurrando


– "Venid acá, muchachos…" -tradujo Marion quedamente.


– ut viri sitis -concluyó Eddie. Observó que Marion le había tomado la mano para colocarla de nuevo en la entrepierna de sus bragas


– "… y sed hombres" -susurró Marion. Una vez más le tomó de la nuca y le atrajo la cara hacia los senos-. Pero todavía no has hecho el amor, ¿verdad? -le preguntó-. Quiero decir que no lo has hecho de verdad


Con la cara en los senos fragantes, Eddie cerró los ojos.


– No, de verdad no -admitió, preocupado, porque no quería dar la impresión de que se estaba quejando-. Pero soy feliz, muy feliz -añadió-. Me siento completo


– Yo te enseñaré qué es eso -le dijo Marion


En cuanto a capacidad sexual, un joven de dieciséis años es capaz de repetir sus proezas un número asombroso de veces en un período de tiempo que Marion, a sus treinta y nueve, consideraba notablemente breve


– ¡Dios mío! -exclamaba ante la perpetua y casi constante evidencia de las erecciones de Eddie-. ¿No necesitas tiempo para… recuperarte?


Pero Eddie no necesitaba recuperación. Paradójicamente, se satisfacía con facilidad y al mismo tiempo era insaciable. Marion era más feliz de lo que recordaba haber sido en cualquier etapa desde la muerte de sus hijos. Por un lado, estaba fatigada y dormía más profundamente de lo que lo había hecho en muchos años, y por otro lado no se molestaba en ocultarle su nueva vida a Ted


– No se atreverá a venirme con quejas -le dijo a Eddie, el cual temía, sin embargo, que Ted sí pudiera irle con quejas a él. Era comprensible que el pobre Eddie estuviera nervioso por las evidentes huellas de su emocionante aventura. Por ejemplo, cada vez que el acto amoroso dejaba señales en las sábanas de la casa vagón, era Eddie quien se mostraba partidario de hacer la colada para evitar que Ted viera las manchas reveladoras. Pero Marion siempre decía: "Dejémosle en la duda de si soy yo o la señora Vaughn". (Cuando había manchas en las sábanas del dormitorio principal de la casa de los Cole, donde la señora Vaughn no podía haber sido la causante, Marion decía, de un modo más pertinente: "Dejémosle en la duda".)


En cuanto a la señora Vaughn, tanto si conocía como si no el vigor con que Marion y Eddie se ejercitaban en la cama, su relación con Ted, más discreta, había cambiado. Si antes, cuando iba a posar como modelo y cuando regresaba a su coche, era la encarnación del carácter sigiloso por sus movimientos vacilantes y rápidos en el sendero de acceso a la casa, ahora se enfrentaba a cada nueva oportunidad de posar con la resignación de un perro apaleado. Y cuando la señora Vaughn abandonaba el cuarto de trabajo de Ted y volvía a su coche, se tambaleaba con un descuido indicador de que su orgullo era irrecuperable, como si la pose que aquel día había adoptado para el dibujante la hubiera derrotado. Era evidente que la señora Vaughn había pasado de la fase de degradación, como Marion la había llamado, a la fase final de la vergüenza


Ted nunca había visitado a la señora Vaughn en su finca de verano de Southampton más de tres veces a la semana, pero ahora las visitas eran menos frecuentes y de duración notablemente más breve. Eddie lo sabía porque siempre era él quien conducía el coche de Ted. El señor Vaughn pasaba los días laborables en Nueva York. Ted era el hombre más feliz de los Hamptons durante los meses de verano, cuando tantas madres jóvenes estaban allí sin sus maridos, los cuales trabajaban lejos. Ted prefería las madres jóvenes procedentes de Manhattan a las que residían en Sagaponack todo el año. Las veraneantes pasaban en Long Island el tiempo suficiente…, "el lapso de tiempo perfecto para una de las aventuras de Ted", había informado Marion a Eddie


Estas palabras inquietaron al muchacho, pues le llevaron a preguntarse cuál creería ella que era "el lapso de tiempo perfecto" para su aventura con él. No se atrevía a preguntárselo


En el caso de Ted, las jóvenes madres que estaban disponibles fuera de la temporada veraniega resultaban problemáticas a la hora de la ruptura. No todas ellas seguían siendo tan amistosas, una vez terminado ese "lapso de tiempo", como ocurrió con la esposa del pescadero de Montauk, a quien hasta entonces Eddie sólo había conocido como el fiel proveedor de tinta de calamar para Ted. A finales del verano, la señora Vaughn estaría de regreso en Manhattan, donde podría desmoronarse a unos ciento sesenta kilómetros de distancia de Ted. Que la residencia de los Vaughn estuviera en el Gin Lane de Southampton resultaba irónico, dado lo mucho que a Ted le gustaba la ginebra y los vecindarios elegantes


– Nunca tengo que esperar -observó Eddie-. Normalmente, cuando es la hora de recogerle, camina por el arcén de la carretera. Pero no sé qué debe de hacer ella con su hijo


– Probablemente lo envía a clases de tenis -replicó Marion. Pero, desde hacía algún tiempo, las citas de Ted con la señora Vaughn no duraban más de una hora


– Y la semana pasada sólo le llevé una vez -informó Eddie a Marion


– Casi ha terminado con ella -comentó Marion-. Siempre lo noto


Eddie suponía que la señora Vaughn vivía en una mansión, aunque la finca, que se hallaba en el lado de Gin Lane que da al océano, estaba rodeada por unos altos setos que no permitían ver nada. Las piedras perfectas, del tamaño de un guisante, que cubrían el sendero de acceso, acababan de ser rastrilladas. Ted siempre le pedía a Eddie que le dejara en la entrada del sendero. Tal vez le gustaba andar por aquella costosa grava, camino de las tareas que le aguardaban


Comparado con Ted, Eddie O'Hare no era más que un bisoño en los asuntos del amor, un absoluto principiante, pero había aprendido enseguida que la espera excitada era casi igual a la emoción de hacer el amor. Marion sospechaba que, en el caso de Ted, éste disfrutaba más de la espera. Cuando Eddie estaba en brazos de Marion, esa posibilidad era inimaginable para el muchacho


Cada mañana hacían el amor en la casa vagón. Cuando le tocaba a Marion pasar la noche allí, Eddie se quedaba con ella hasta el amanecer. No les importaba que el Chevrolet y el Mercedes estuvieran aparcados en el sendero, a la vista de cualquiera, como tampoco les importaba que los vieran cenando juntos cada noche en el mismo restaurante de East Hampton. Marion no ocultaba el placer que le producía ver comer a Eddie. También le gustaba tocarle la cara, las manos o el cabello, sin que le preocupara que la estuvieran mirando. Incluso iba con él a la peluquería para decirle al barbero cuánto debía cortarle el cabello o cuándo debía dejar de cortar. Ella le lavaba la ropa, y en agosto empezó a comprarle prendas de vestir


Y había ocasiones en que la expresión de Eddie mientras dormía se parecía tanto a alguna de Thomas o de Timothy que Marion de repente le despertaba y le hacía ir, aún medio dormido, al lugar donde colgaba la fotografía en cuestión, sólo para mostrarle cómo le había visto. Y es que ¿quién puede describir el aspecto capaz de evocar a los seres amados? ¿Quién puede prever el fruncimiento de ceño, la sonrisa o el mechón de cabello desviado que establece una rápida e innegable relación con el pasado? ¿Quién puede calcular el poder de asociación, siempre más intenso en los momentos de amor y en los recuerdos de muerte?


Marion no podía evitarlo. Con cada acto que realizaba para Eddie, pensaba en todo lo que había hecho por Thomas y Timothy. También prestaba atención a los placeres de los que, según ella imaginaba, sus hijos perdidos nunca habían disfrutado. Aunque fuese brevemente, Eddie O'Hare había hecho revivir a sus hijos muertos


Aunque a Marion no le importaba que Ted estuviera enterado de su relación con Eddie, le sorprendía que no le hubiera dicho nada, pues sin duda lo sabía. El escritor se mostraba con Eddie tan afable como siempre y, últimamente, también pasaban más tiempo juntos


Un día Ted, con una gran carpeta de dibujos bajo el brazo, pidió a Eddie que le llevara en coche a Nueva York. Usaron el Mercedes de Marion para el viaje de ciento sesenta kilómetros. Ted dio instrucciones al muchacho para llegar a su galería de arte, que estaba en Thompson cerca de la esquina de Broome, o en Broome cerca de la esquina de Thompson, Eddie no se acordaba. Tras entregar los dibujos, Ted y Eddie comieron en un restaurante donde el escritor llevó cierta vez a Thomas y a Timothy. Le dijo que a los chicos les había gustado. A Eddie también le gustó, aunque se sintió incómodo cuando Ted le dijo, durante el viaje de regreso a Sagaponack, que le estaba agradecido por ser tan buen amigo de Marion. Ésta había sido muy desdichada, y era estupendo verla sonreír de nuevo


– ¿Dijo eso? -preguntó Marion a Eddie. -Exactamente


– Qué raro -observó ella-. Más bien esperaba que dijera algo sarcástico


Pero Eddie no había percibido nada "sarcástico" en las palabras de Ted. Era cierto que hizo una referencia al estado físico del muchacho, pero Eddie no podía saber si la observación de Ted había insinuado o no que conocía los ejercicios atléticos que practicaba con Marion día y noche


En su cuarto de trabajo, al lado del teléfono, Ted tenía una lista con media docena de nombres y números de teléfono, correspondientes a sus adversarios regulares en los partidos de squash, los cuales, le dijo Marion a Eddie, eran sus únicos amigos. Una tarde, cuando uno de los adversarios regulares de Ted canceló un partido, Ted le pidió a Eddie que jugara con él. El muchacho le había expresado anteriormente su recién adquirido interés por el squash, pero también le confesó que su habilidad estaba por debajo de la de un principiante


Habían restaurado el granero contiguo a la casa de los Cole. En el desván, sobre el recinto que servía de garaje de dos plazas, habían construido una pista de squash casi de medidas reglamentarias, siguiendo las especificaciones de Ted. Éste decía que una ordenanza municipal le había impedido elevar el tejado del granero, por lo que el techo de la pista de squash era más bajo de lo reglamentario, y las ventanas de gablete que daban al océano eran la causa de que una pared de la pista tuviera forma irregular y ofreciera notablemente menos superficie de juego que la pared opuesta. La forma y las dimensiones peculiares de la pista doméstica daban a Ted una clara ventaja


En realidad, no existía ninguna ordenanza municipal que impidiera a Ted elevar el tejado. Sin embargo, había ahorrado una considerable cantidad de dinero, y la excentricidad de una pista que respondiera a sus propias especificaciones le había satisfecho. Los jugadores de squash de la localidad consideraban que Ted era invencible en su curioso granero, mal ventilado y donde hacía un calor espantoso en los meses de verano, mientras que en invierno, como el establo carecía de calefacción, a menudo hacía un frío insoportable en la pista y la pelota rebotaba poco más que una piedra


Con ocasión del único partido que jugaron, Ted advirtió a Eddie sobre las peculiaridades de la pista. Para él, la pista en el granero presentaba las mismas dificultades que cualquier otra pista de squash. Ted le hizo correr de un extremo al otro. El mismo Ted se colocó en la T central de la pista. Nunca tenía que desviarse más de medio paso en cualquier dirección. Eddie, sudoroso y sin aliento, no pudo marcar un solo punto, pero Ted ni siquiera estaba acalorado


– Me parece que esta noche dormirás como un tronco, Eddie -le dijo Ted cuando finalizaron los cinco partidos que jugaron-. En fin, a lo mejor necesitas recuperar sueño


Dicho esto, le dio un golpecito en las nalgas con la raqueta. Podría haber sido o no "sarcástico", como informó Eddie a Marion, la cual ya no sabía cómo interpretar la conducta de su marido


Ruth era un problema más apremiante para Marion. En el verano de 1958, los hábitos de sueño de la pequeña rozaban lo extravagante. A menudo dormía durante toda la noche tan profundamente que por la mañana estaba exactamente en la misma posición en la que se había dormido y todavía arropada como si no se hubiera movido. Pero otras noches no dejaba de dar vueltas en la cama. Se tendía de costado en la litera inferior hasta que metía los pies debajo de la ancha barandilla protectora, y entonces se despertaba y pedía ayuda a gritos. Lo peor era que, a veces, los pies atrapados se convertían en un elemento de la pesadilla que estaba teniendo. La niña se despertaba convencida de que un monstruo la había atacado y la tenía entre sus garras aterradoras. En esas ocasiones Ruth no sólo gritaba para que la libraran de la barandilla, sino que también era preciso llevarla al dormitorio principal, donde volvía a dormirse, sollozando, en la cama de sus padres, al lado de Marion o de Ted


Cuando Ted intentó eliminar la barandilla protectora, Ruth se cayó de la litera. Por suerte había una alfombra y la caída no tuvo consecuencias. Pero cierta vez, desorientada, la niña salió al pasillo. Y con barandilla protectora o sin ella, lo cierto era que Ruth tenía pesadillas. En una palabra, Eddie y Marion no podían contar con que sus encuentros sexuales se desarrollaran sin interrupciones, no podían confiar en que Ruth durmiera durante toda la noche. La niña podía despertarse gritando o aparecer silenciosamente junto a la cama de su madre, por lo que era arriesgado que Eddie y Marion hicieran el amor en el dormitorio principal, o que Eddie llegara al séptimo cielo en brazos de Marion y se quedara allí dormido. Y cuando hacían el amor en la habitación de Eddie, que se encontraba a considerable distancia del dormitorio de Ruth, Marion se preocupaba porque quizá no oiría las llamadas o el llanto de la niña, o porque ésta pudiera entrar en el dormitorio principal y asustarse al no encontrar allí a su madre


Así pues, cuando estaban acostados en la habitación de Eddie, se turnaban para salir al pasillo y prestar atención por si Ruth decía algo. Y cuando yacían en la cama de Marion, las leves pisadas infantiles en el suelo del baño obligaban a Eddie a levantarse a toda prisa de la cama. Cierta vez permaneció tendido en el suelo, desnudo, durante media hora, hasta que Ruth por fin se quedó dormida al lado de su madre. Entonces Eddie cruzó la habitación a gatas. Poco antes de abrir la puerta y encaminarse de puntillas a su propia habitación, Marion le susurró: "Buenas noches, Eddie". Al parecer, Ruth sólo estaba dormida a medias, pues la niña (con voz soñolienta) rápidamente secundó a su madre: "Buenas noches, Eddie"


Después de ese incidente, era inevitable que una noche ni Eddie ni Marion oyeran el ruido de los piececillos que se aproximaban. Así pues, la noche en que Ruth apareció con una toalla en el dormitorio de su madre, porque la niña estaba convencida de que, a juzgar por el ruido que producía, su madre estaba vomitando, Marion no se sorprendió. Y como el muchacho la había montado por detrás y le sostenía los pechos con las manos, Marion tenía poco margen de maniobra. Lo único que hizo fue dejar de gemir


Eddie, en cambio, reaccionó a la aparición súbita de Ruth de una manera sorprendentemente acrobática pero desafortunada. Se retiró de Marion con tal brusquedad que ella se sintió a la vez vacía y abandonada, pero siguió moviendo las caderas. Eddie, que voló una corta distancia hacia atrás, sólo quedó suspendido un instante en el aire. No logró esquivar la lámpara de la mesilla de noche, y tanto él como la lámpara rota cayeron en la alfombra, donde el esfuerzo espontáneo pero inútil del chico por ocultar sus partes íntimas con una pantalla de lámpara abierta por el extremo aportó a Marion por lo menos un instante de comicidad pasajera


A pesar de los gritos de su hija, Marion comprendió que el dramatismo de este episodio tendría unos efectos más duraderos para Eddie que para Ruth. Impulsada por esta convicción, Marion le dijo a su hija con aparente sangre fría:


– No grites, cariño. Sólo somos Eddie y yo. Anda, vuelve a la cama


Eddie se sorprendió al ver que la niña hacía obedientemente lo que le pedían. Cuando el muchacho estuvo de nuevo en la cama al lado de Marion, ésta le susurró, como si hablara consigo misma:


– Bueno, no ha estado tan mal, ¿verdad? Ahora podemos dejar de preocuparnos por eso


Pero entonces se dio la vuelta, de espaldas a Eddie y, aunque sus hombros se estremecían ligeramente, no lloraba, o lloraba sólo por dentro. Sin embargo, Marion no respondió a las caricias ni a las palabras tiernas de Eddie, y él supo que lo mejor sería dejarla en paz


El episodio suscitó la primera reacción clarificadora de Ted. Con una hipocresía impávida, Ted eligió el momento en que Eddie le llevaba en coche a Southampton para visitar a la señora Vaughn


– Doy por sentado que ha sido un error de Marion -le dijo-, pero es indudable que permitir que Ruth os viera juntos ha sido un error de los dos


El muchacho no abrió la boca


– No te estoy amenazando, Eddie -añadió Ted-, pero debo decirte que tal vez te llamen a declarar como testigo.


– ¿Declarar como testigo?


– En caso de que haya una disputa por la custodia de la niña, sobre cuál de los dos es más adecuado para cuidar de ella -replicó Ted-. Yo nunca dejaría que una criatura me viera con otra mujer, mientras que Marion no ha hecho nada para evitar que Ruth viera… lo que vio. Y si te llamaran a declarar como testigo de lo sucedido, confío en que no mentirás ante un tribunal. -Pero Eddie seguía sin decir nada-. Según parece, se trataba de una penetración desde atrás… Ojo, no es que tenga nada personal contra ésa ni contra ninguna otra postura -se apresuró a decir-, pero imagino que hacerlo como los perros debe de parecerle a una chiquilla especialmente… animal


Por un instante Eddie supuso que Marion se lo había dicho a Ted. Pero después se dio cuenta, con aprensión, de que Ted había estado hablando con Ruth


Marion llegó a la conclusión de que Ted debía de haber hablado con Ruth desde el principio: ¿los había visto juntos? Y en caso afirmativo, ¿juntos de qué manera? De repente, todo lo que Marion había malentendido estaba claro


– ¡Por eso quiso que trabajaras para él! -exclamó


Supuso que Marion tomaría a Eddie como amante, y que el muchacho no podría resistirse. Pero aunque Ted creía conocer bien a Marion, lo cierto era que no la conocía lo bastante bien para comprender que ella nunca se pelearía con él por la custodia de Ruth. Marion era consciente de que había perdido a la niña. Ella nunca había querido a Ruth


Ahora Marion se sentía insultada porque Ted la tenía en tan poca estima que no se daba cuenta de que ella jamás afirmaría, ni siquiera durante una conversación pasajera, y no digamos ante un tribunal de justicia, que Ruth estaría mejor con su madre que con su falaz e irresponsable padre. Porque incluso Ted podría cuidar de la niña mejor que ella, o así lo creía Marion


– Voy a decirte lo que vamos a hacer, Eddie -le dijo Marion al muchacho-. No te preocupes. Ted no te hará declarar como testigo de nada, no va a haber ningún juicio. Conozco mucho mejor a Ted de lo que él me conoce a mí


Durante tres días que parecieron interminables, no pudieron hacer el amor porque Marion tenía una infección y el acto sexual le resultaba doloroso. De todos modos, yacía al lado de Eddie, cuya cabeza sostenía contra sus pechos mientras él se masturbaba a sus anchas


Marion bromeó con él preguntándole si masturbarse junto a ella no le gustaba tanto como hacerle el amor o incluso más. Cuando Eddie lo negó, Marion siguió bromeando. Dudaba sinceramente de que las mujeres que conocería en un futuro se mostraran tan comprensivas con su preferencia como lo era ella, y le aseguró que lo encontraba bastante agradable


Pero Eddie protestó: no podía imaginar que alguna vez le interesaran otras mujeres.


– Otras mujeres se interesarán por ti -le dijo ella-. Y puede que no estén lo bastante seguras de sí mismas para permitir que te masturbes en vez de exigirte que les hagas el amor. Sólo te lo advierto como amiga. Las chicas de tu edad se sentirían abandonadas si hicieras eso


– Nunca me interesarán las chicas de mi edad -replicó Eddie, con ese tono apesadumbrado que a Marion tanto le atraía


Y aunque ella bromeara con él de ese modo, sería cierto. jamás le interesaría una mujer de su edad, lo cual no era necesariamente un perjuicio causado por Marion


– Tienes que confiar en mí, Eddie -le dijo-. No debes temer a Ted. Sé exactamente lo que vamos a hacer


– De acuerdo


Yacía con la cara pegada contra sus pechos; sabía que su relación con ella iba a terminar, era inevitable que acabara. Faltaba menos de un mes para que regresara a Exeter, y ni siquiera un muchacho de dieciséis años podía imaginar que mantendría su relación con una querida de treinta y nueve bajo las reglas estrictas del internado


– Ted cree que eres su peón, Eddie -le dijo Marion-. Pero eres mi peón, no el de Ted


– De acuerdo -replicó el chico


Pero Eddie O'Hare aún no comprendía hasta qué punto desempeñaba realmente el papel de peón en la discordia culminante de una guerra conyugal que duraba veintidós años


Para ser un peón, Eddie se planteaba muchas preguntas. Cuando Marion se recuperó de su infección lo suficiente para poder hacer de nuevo el amor, Eddie le preguntó qué clase de "infección" había tenido


– Ha sido una infección de la vejiga -le dijo ella


Aún obedecía al instinto maternal, más de lo que ella creía, y le ahorró la noticia -que tal vez le perturbaría- de que la infección había sido el resultado de sus repetidas atenciones sexuales


Acababan de hacer el amor en la posición preferida de Marion. Le gustaba sentarse sobre Eddie, "montarle", como ella decía, porque gozaba viéndole la cara. No se trataba tan sólo de que las expresiones de Eddie la obsesionaran agradablemente por sus incesantes asociaciones con Thomas y Timothy, sino también de que Marion había empezado a despedirse del muchacho, lo cual le estaba afectando más íntimamente de lo que había creído posible


Ella sabía, desde luego, hasta qué punto la afectaba, y se sentía preocupada. Pero al mirarle, o al hacer el amor con él, sobre todo al mirarle mientras hacía el amor con él, Marion imaginaba que podía ver la terminación de su vida sexual, que había sido tan ardiente, aunque breve


No le había dicho a Eddie que, antes de él, no había hecho el amor con nadie excepto con Ted. Tampoco le había dicho que, desde la muerte de sus hijos, sólo hicieron el amor una vez, y que en esa ocasión, por iniciativa de Ted, lo hicieron con la única finalidad de que ella se quedara embarazada. (Marion no deseaba quedarse embarazada, pero se sentía demasiado abatida para oponer resistencia.) Y desde el nacimiento de Ruth, Marion no había tenido tentaciones de hacer el amor. Con Eddie, lo que había empezado como amabilidad por parte de Marion hacia un muchacho tímido, en el que veía reflejados tantos aspectos de sus hijos, se había convertido en una relación profundamente gratificante para ella. Pero si a Marion le había sorprendido la excitación y la gratificación que Eddie le había proporcionado, eso no la había persuadido de que alterase sus planes


No sólo abandonaba a Ted y a Ruth, sino que, al despedirse de Eddie, también se despedía de toda clase de vida sexual. ¡Allí estaba ella, despidiéndose del sexo cuando, por primera vez, a los treinta y nueve años, el sexo le parecía placentero!

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