Una pareja feliz y sus dos amigos desdichados

Ruth Cole y Harry Hoekstra se casaron el Día de Acción de Gracias por la mañana, en la sala de estar, apenas usada, de la casa de Ruth en Long Island. A Ruth no se le ocurría una manera mejor de despedirse de la casa que contraer matrimonio en ella. En los pasillos de ambas plantas se alineaban varias pilas de cajas de cartón, etiquetadas para el personal de mudanzas. Cada mueble tenía una etiqueta roja o verde: el rojo significaba que debían dejarlo donde estaba, y el verde, que habían de transportarlo a Vermont


Si cuando llegara el verano la casa de Sagaponack aún no se había vendido, Ruth la alquilaría. La mayor parte de los muebles estaban etiquetados para quedarse, y a Ruth ni siquiera le gustaban. Nunca había sido feliz en la casa de los Hamptons, excepto cuando vivió allí con Allan. (En cambio, no solía asociar a Allan con la casa de Vermont, lo cual sería ahora un alivio.)


Eddie vio que habían descolgado de las paredes todas las fotografías y supuso que debían de estar metidas en alguna de las cajas de cartón. Y, al contrario que la ocasión anterior en que vio las paredes despojadas de las fotos, esta vez habían extraído los ganchos para colgar los cuadros. Habían rellenado los agujeros y pintado o empapelado de nuevo las paredes. Un comprador potencial jamás sabría cuántas fotografías estuvieron expuestas allí en el pasado


Ruth les dijo a Eddie y Hannah que había "tomado en prétamo" al sacerdote de una de las iglesias de Bridgehampton para que oficiara en su boda. Era un hombre corpulento y parecía un tanto desconcertado, aunque saludó a los presentes con enérgicos apretones de manos. Su voz de barítono resonaba en toda la planta baja de la casa y hacía vibrar las copas que Conchita Gómez ya había colocado en la mesa del comedor, para la cena de Acción de Gracias


Eduardo condujo al altar a la novia. Eddie era el padrino de Harry y Hannah la dama de honor de Ruth, un cometido que realizaba por segunda vez. En la primera boda de Ruth, fue Eddie quien condujo a la novia al altar, y ahora le aliviaba no tener que repetirlo. Prefería ser el padrino, y aunque hacía menos de un mes que conocía a Harry, le había tomado mucho cariño al holandés. Hannah también estaba encariñada con Harry, pero aún le resultaba difícil mirarle


Harry había elegido un poema para leerlo. Sin saber que Allan había dado instrucciones a Eddie para que leyera un poema de Yeats en su funeral, Harry seleccionó unos versos del mismo poeta para su boda con Ruth. Aunque el poema arrancó las lágrimas a Ruth, a Hannah e incluso a Eddie, Ruth amó a Harry todavía más por ello. Era un poema sobre la circunstancia de "ser pobre", algo que Harry era ciertamente en comparación con Ruth, y lo leyó con el vigor inflexible con que un policía bisoño podría leer sus derechos a un delincuente


El poema se titulaba "Él desea las telas del cielo", y Eduardo y Conchita se tomaron de la mano mientras Harry lo recitaba, como si se casaran de nuevo


Had I the heavens' embroidered cloths,

Enwrought with golden and silver light,

The blue and the dim and the dark cloths

Of night and light and the half-light,

I would spread the cloths under your feet:

But I, being poor, Nave only my dreams;


I have spread my dreams under your feet; Tread softly because you Tead on my dreams'


"Si tuviera las telas bordadas del cielo,

hechas delicadamente con luz de oro y plata,

las telas azul, mortecina y oscura

de la noche y la luz y la media luz,

las extendería a tus pies.


Pero, como soy pobre, sólo tengo mis sueños,

y he extendido mis sueños a tus pies,

pisa con cuidado porque pisas mis sueños". (N. del T)


Las alianzas estaban en poder de Graham. Al dárselas le dijeron con fingida solemnidad: "Aquí tienes, porque eres nada menos que el entregador de los anillos". El pequeño oyó mal la extraña palabra y entendió que era el "enterrador" de los anillos. Así pues, cuando llegó el momento en que debía dar las alianzas, se indignó porque habían olvidado una parte importante de la ceremonia. ¿Cuándo tenía que enterrar los anillos, y dónde? Después del acto, puesto que Graham estaba desesperado porque creía que habían estropeado el simbolismo de los anillos, Ruth le permitió enterrar las alianzas entre las raíces del seto que se alzaba al lado de la piscina. Harry examinó atentamente el lugar en que las había enterrado, a fin de que, al cabo de un tiempo prudencial, pudieran mostrar al pequeño dónde debía desenterrar los anillos


Por lo demás, la segunda boda de Ruth salió a pedir de boca. Sólo Hannah observó que ni Ruth ni Eddie parecían estar ojo avizor por si se presentaba la madre de Ruth. Si pensaban en Marion, no lo demostraban. Hannah no había conocido a Marion, por supuesto, y apenas le había dedicado algún que otro pensamiento fugaz


El pavo de Acción de Gracias, que Ruth y Harry habían llevado allí desde Vermont, habría podido alimentar a otra familia entera además de a todos ellos. Ruth dio a Eduardo y Conchita la mitad del sobrante antes de que regresaran a casa. Graham, a quien el pavo no le hacía ninguna gracia, exigió que le dieran un emparedado de queso a la plancha

Durante la larga cena, Hannah preguntó con aire de indiferencia a Ruth cuánto pedía por la casa de Sagaponack. La suma era tan pasmosa que Eddie derramó sobre su regazo una generosa porción de salsa de arándano, mientras que Hannah le decía fríamente a su amiga:


– Tal vez por eso no la has vendido todavía. Quizá deberías rebajar el precio, chica


Eddie ya había abandonado la esperanza de que la casa llegara a ser suya. Desde luego, no deseaba compartirla con Hannah, quien aún seguía "entre novios", pero que de todos modos se las arregló para estar guapa durante todo el fin de semana correspondiente a la festividad de Acción de Gracias. (Ruth había observado que Hannah hacía considerables esfuerzos para tener buen aspecto cuando estaban con Harry.)


Ahora que Hannah volvía a prestar atención a su apariencia, Eddie no le hacía ni caso, pues su belleza significaba poco para él. Por otro lado, la inequívoca felicidad de Ruth había apagado la pasión por ella, prolongada durante un año, y volvía a estar enamorado de Marion, su verdadero y único amor. Pero ¿cuáles eran sus esperanzas de ver a Marion o siquiera de tener noticias suyas? Habían pasado unos dos meses desde que le enviara sus libros y ella no le había contestado. Al contrario que Ruth, a cuya carta Marion tampoco había respondido, ya no esperaba saber nada de ella


No obstante, al cabo de casi cuarenta años, ¿qué podía esperar? ¿Que Marion le entregara un certificado de su conducta en Toronto? ¿Que le enviara un ensayo sobre sus experiencias como expatriada? Sin duda ni Ruth ni Eddie tenían motivos para esperar que Marion asistiera a la segunda boda de Ruth. "Al fin y al cabo -como Hannah susurró a Harry mientras él le servía otra copa de vino-, no se presentó en la primera."


Harry sabía cuándo era conveniente cambiar de tema y, a su manera improvisada, se embarcó en una especie de interminable oda a la leña. Nadie sabía cómo reaccionar, y lo único que podían hacer era escucharle. El holandés había pedido prestada a Kevin Merton su camioneta de caja descubierta y había transportado a Long Island una carga de madera de Vermont


Eddie había observado que a Harry le obsesionaba un poco la leña. No podía decirse que le hubiera fascinado exactamente la charla sobre la leña, que Harry prosiguió incansable durante el resto de la cena. (Todavía estaba hablando sobre la leña cuando Eduardo y Conchita se fueron a casa.) Al novelista le gustaba mucho más que Harry hablara de libros, pues no había conocido a muchas personas que leyeran tantos libros como el ex policía, con excepción de Minty, su difunto padre


Terminada la cena, mientras Harry y Eddie se ocupaban de los platos y Hannah preparaba a Graham para acostarlo y se disponía a leerle un cuento, Ruth salió al jardín y permaneció al lado de la piscina, bajo el cielo estrellado. La piscina había sido parcialmente vaciada y estaba cubierta en previsión del invierno. En la oscuridad, el seto en forma de U que la rodeaba era como un gran marco de ventana que delimitaba su visión de las estrellas


Ruth apenas se acordaba del tiempo en que la piscina y el seto que la rodeaba no estaban allí, o de cuando el césped era el campo sin segar por el que sus padres discutían. Ahora se le ocurrió pensar que, en otras noches frías, cuando alguien fregaba los platos y su padre o una canguro la habían acostado y le contaban un cuento, su madre debía de estar en aquel jardín, bajo las mismas estrellas implacables. Marion no habría contemplado el cielo ni se habría considerado tan afortunada como lo era su hija


Ruth sabía que era afortunada. Se dijo que su próximo libro debería tratar de la buena suerte, de cómo la buena suerte y el infortunio se distribuyen de una manera desigual, si no al nacer, por lo menos a medida que se dan las circunstancias sobre las que no tenemos control alguno, así como en la pauta al parecer fortuita de los acontecimientos que entran en colisión: la gente que conocemos, el momento en que ese conocimiento tiene lugar y si esas personas importantes podrían conocer casualmente a otras, y el momento en que podría suceder tal cosa. Ruth sólo había tenido un pequeño infortunio. ¿Por qué razón su madre había tenido tantos?


– Oh, mamá -dijo Ruth a las frías estrellas-, ven a conocer a tu nieto ahora que todavía puedes hacerlo


En el dormitorio principal, situado en el piso superior, y en la misma cama de matrimonio donde hiciera el amor con el difunto Ted Cole, Hannah Grant aún trataba de leer un cuento al nieto que Ted nunca conoció. No había avanzado mucho, porque los rituales del cepillado de dientes y la elección de pijama habían requerido más tiempo del que esperaba. Ruth le había dicho que a Graham le encantaban los cuentos protagonizados por Madeline, pero el pequeño no estaba tan seguro


– ¿Cuál es el que me encanta? -inquirió Graham


– Todos -respondió Hannah-. Elige el que quieras y te lo leeré


– No me gusta Madeline y los gitanos -le informó Graham.


– Muy bien, entonces no leeremos ése -dijo Hannah-. A mí tampoco me gusta


– ¿Por qué? -quiso saber Graham


– Por la misma razón que a ti tampoco te gusta -respondió Hannah-. Elige uno que te guste. Elige un cuento, cualquier cuento


– Estoy harto de El rescate de Madeline -le dijo Graham.


– Estupendo. La verdad es que a mí también me harta. ¿Cuál te gusta?


– Me gusta Madeline y el sombrero malo -decidió el muchacho-, pero Pepito no me gusta, de veras, no me gusta nada.


– ¿No sale Pepito en Madeline y el sombrero malo? -le preguntó Hannah


– Eso es lo que no me gusta del cuento -respondió Graham.


– Tienes que elegir un cuento que te guste, Graham


– ¿Te sientes frustrada? -inquirió el chico.


– ¿Quién, yo? Jamás. Dispongo de todo el día.


– Es de noche -señaló el niño-. El día ha terminado


– ¿Qué te parece Madeline en Londres? -le sugirió Hannah.


– En ése también sale Pepito


– ¿Y qué me dices de Madeline a secas, la historia original de Madeline?


– ¿Qué quiere decir "original"?


– La primera


– Ésa ya la he oído muchísimas veces -dijo Graham. Hannah inclinó la cabeza. Había tomado demasiado vino durante la cena. Quería de veras a Graham, su único ahijado, pero había ocasiones en que el pequeño la reafirmaba en su decisión de no tener nunca hijos


– Quiero La Navidad de Madeline -dijo Graham por fin.


– Pero sólo estamos en Acción de Gracias -replicó Hannah-. ¿Quieres que te cuente una historia navideña el Día de Acción de Gracias?


– Has dicho que podía elegir el que quisiera


Sus voces llegaban a la cocina, donde Harry restregaba la bandeja del asado y Eddie secaba una espátula agitándola distraídamente. Le había estado hablando a Harry acerca de la tolerancia, pero parecía haber perdido el hilo de sus pensamientos. Su conversación se había iniciado con el tema de la intolerancia, sobre todo racial y religiosa, en Estados Unidos, pero Harry percibía que Eddie había entrado en un terreno más personal. De hecho, Eddie estaba a punto de confesarle la intolerancia que le causaba Hannah, cuando la voz de ella, mientras dialogaba con Graham, le distrajo


Harry sabía qué era la tolerancia. No habría discutido con Eddie, ni con cualquier compatriota de éste, que los holandeses son más tolerantes que la mayoría de los estadounidenses, pero creía que así era. Percibía la intolerancia que Eddie le causaba a Hannah, no sólo porque para ella Eddie era patético y por la monotonía de su relación sentimental con ancianas, sino también porque no era un escritor famoso


Harry pensó que en Estados Unidos no existe ninguna intolerancia comparable a la intolerancia, tan estadounidense, hacia la falta de éxito. Aunque Eddie no le interesaba gran cosa como escritor, le gustaba mucho como persona, sobre todo por su afecto constante hacia Ruth. Cierto que le asombraba la naturaleza de su adoración, cuyo origen, suponía él, debía de ser la madre desaparecida. El ex policía se daba cuenta de que lo que Ruth y Eddie tenían más en común era la ausencia de Marion. Su ausencia era una parte fundamental de sus vidas, como le ocurría a Rooie con su hija


En cuanto a Hannah, requería aún más tolerancia de la que el holandés estaba acostumbrado a tener, y el afecto de Hannah hacia Ruth era menos seguro que el de Eddie. Además, en la manera en que Hannah le miraba, el ex sargento Hoekstra veía algo demasiado familiar. Hannah tenía el corazón de una puta, y Harry sabía que el corazón de una prostituta no era en modo alguno el proverbial corazón de oro, sino sobre todo un corazón calculador. Un afecto calculado nunca era digno de confianza


Relacionarse con los amigos de la persona que uno ama no es nada fácil, pero Harry sabía mantener la boca cerrada y limitarse a observar cuando era necesario


Mientras Harry ponía una olla a hervir, Eddie le preguntó cuáles eran sus planes para disfrutar de la jubilación. Tanto a él como a Hannah les intrigaba saber a qué iba a dedicar su tiempo el ex policía. ¿Le interesarían los procedimientos de aplicación de la ley en Vermont? Era un lector muy ávido pero exigente…, ¿tal vez, un día, trataría de escribir una novela? Y era evidente que le gustaba el trabajo manual. ¿Le atraería alguna clase de tarea al aire libre?


Pero Harry le dijo a Eddie que no se había retirado para buscar otro trabajo. Quería leer más, y también viajar, pero esto último sólo cuando Ruth estuviera libre para acompañarle. Y si Ruth, según decía ella misma, era "así así" como cocinera, Harry cocinaba mejor y disponía de tiempo para hacer la compra. Además, a Harry le ilusionaba hacer muchas cosas con Graham


Era exactamente lo que Hannah le había confiado en privado a Eddie: ¡Ruth se había casado con un ama de casa! ¿Qué escritor o escritora no querría contar con su propia ama de casa? Ruth había llamado a Harry su policía particular, pero el holandés era en realidad su ama de casa particular


Ruth entró con la cara y las manos frías y se calentó al lado de la olla, en la que el agua había empezado a burbujear.


– Tomaremos sopa de pavo toda la semana -le dijo Harry. Una vez fregados y recogidos los platos, Eddie se sentó con Ruth y Harry en la sala de estar, donde la pareja se había casado por la mañana, pero Eddie tenía la impresión de que Ruth y Harry se conocían desde siempre… y así iba a ser sin duda. Los recién casados ocuparon el sofá, Ruth con una copa de vino en la mano y Harry con una cerveza. Desde el piso de arriba les llegaba la voz de Hannah, que leía el cuento a Graham:


Era la víspera de Navidad, y en toda la casa no se movía nada, ni siquiera el ratón, pues, como todo el mundo en aquella vieja casa, el pobre ratón estaba en cama, aquejado de un fuerte resfriado, y sólo nuestra pequeña y valiente Madeline estaba levantada, iba de un lado a otro y se sentía la mar de bien


– Así es como me siento, la mar de bien -comentó Harry.


– Yo también -dijo Ruth


– Por la pareja afortunada -brindó Eddie O'Hare con su Coca-Cola Light


Los tres amigos alzaron los vasos. Proseguía la voz de Hannah, extrañamente placentera, que leía a Graham. Y Ruth volvió a pensar en lo afortunada que había sido al sufrir sólo un pequeño infortunio


Durante aquel largo fin de semana de Acción de Gracias, la pareja feliz sólo cenó una vez más con Hannah y Eddie, sus amigos desdichados


– Se están pasando el fin de semana follando, no es broma -le susurró Hannah a Eddie, cuando éste acudió a cenar el sábado por la noche-. ¡Te lo juro, me han invitado para que cuide de Graham mientras ellos se ponen las botas! No es de extrañar que no hayan ido de luna de miel, ¡ni falta que les hace! ¡Pedirme que fuese la dama de honor no ha sido más que una excusa!


– Puede que no sean más que imaginaciones tuyas -le dijo Eddie


Pero lo cierto era que Hannah se había visto colocada en una posición fuera de lo corriente, por lo menos desde su punto de vista. Se encontraba en la casa de Ruth sin novio, y era muy consciente de que si Ruth y Harry no estaban haciendo el amor a cada momento, evidentemente querían hacerlo


Además de preparar una ensalada de remolacha, Harry había hecho una sopa de pavo exquisita. También había horneado pan de maíz. Sorprendió a todos cuando persuadió a Graham de que probara la sopa, y el pequeño se la tomó junto con un emparedado de queso a la plancha. Todavía estaban cenando cuando se presentó la activa agente inmobiliaria de Ruth, acompañada por una mujer de aspecto severo a quien presentó como una "posible compradora"


La agente pidió disculpas a Ruth por no llamarla primero y concertar una cita, pero la posible compradora acababa de enterarse de que la casa estaba a la venta y había insistido en verla. Aquella misma noche tenía que regresar a Manhattan


– Para no encontrar caravana -dijo la posible compradora. Se llamaba Cándida, y su severidad procedía de la boca de labios finos y prietos, tanto que sonreír debía de resultarle doloroso, y la risa con semejante boca era ya impensable. Cándida podría haber sido en su juventud tan bonita como Hannah, pues todavía conservaba la esbeltez y vestía con elegancia, pero tenía por lo menos la edad de Harry, aunque parecía mayor. Además, daba la impresión de que le interesaba más evaluar a las personas reunidas en el comedor que visitar la casa


– ¿Por qué la venden? ¿Alguien se divorcia?


– En realidad acaban de casarse -dijo Hannah, señalando a Ruth y Harry-. Y nosotros nunca nos hemos divorciado… ni casado -añadió mientras indicaba a Eddie y a ella misma


Cándida dirigió una mirada inquisitiva a Graham. La respuesta de Hannah no daba ninguna explicación referente a la procedencia del niño, y Hannah, que miraba fijamente a la mujer de expresión adusta, decidió que no iba a explicarle nada


En el aparador, donde los restos de la ensalada atrajeron otra mirada desaprobadora de Cándida, había también un ejemplar de la traducción francesa de Mi último novio granuja, que tenía un gran valor sentimental para Ruth y Harry, pues consideraban Mon dernier voyou como un entrañable recuerdo de su enamoramiento en París. La mirada que Cándida dirigió a la novela implicaba también su desaprobación del francés. Ruth detestó a aquella mujer. Probablemente la agente inmobiliaria también la detestaba, y ahora se sentía un poco violenta


La agente, una mujer bastante corpulenta y que parecía gorjear cuando hablaba, volvió a pedir disculpas por haberles interrumpido la cena. Era una de esas mujeres que se dedican al negocio inmobiliario una vez sus hijos han volado del nido. Tenía una vehemencia aguda e insegura, unos deseos de complacer más propios de la interminable preparación de bocadillos de mantequilla de cacahuete y jalea que de vender o comprar casas. No obstante, por frágil que fuese su entusiasmo, no era fingido. Deseaba realmente que a todo el mundo le gustara todo, y como eso sucedía muy raras veces, la mujer tendía a sufrir repentinos accesos de llanto


Harry se ofreció para encender las luces del granero a fin de que la posible compradora pudiera ver el espacio dedicado a despacho en el primer piso, pero Cándida respondió que no estaba buscando una casa en los Hamptons porque deseara pasar el tiempo en un granero. Quería ver el piso superior, y lo que más le interesaba eran los dormitorios. Así pues, la agente acompañó a la señora escalera arriba. Graham, que se aburría, fue tras ellas


– Mi jodida ropa interior está en el suelo de la habitación de invitados -le susurró Hannah a Eddie


Éste podía imaginárselo; es más, ya se lo había imaginado. Cuando Harry y Ruth entraron en la cocina para preparar el postre, Hannah preguntó a Eddie en voz baja:


– ¿Sabes lo que hacen juntos en la cama?


– Puedo imaginármelo -respondió él-. No hace falta que me lo digas


– Él se dedica a leerle -susurró Hannah-. Eso puede durar horas. A veces es ella la que lee en voz alta, pero a él le oigo mejor.


– Creí que habías dicho que no paraban de joder


– Eso lo hacen de día. Por la noche, él lee en voz alta y ella le escucha…, es algo enfermizo -añadió Hannah


Una vez más, Eddie se sintió lleno de envidia y nostalgia.


– Un "ama de casa" normal y corriente no hace eso -susurró a Hannah, y ella le respondió con una mirada furibunda.


– ¿Qué estáis cuchicheando? -inquirió Ruth desde la cocina.


– A lo mejor estamos teniendo una aventura -respondió Hannah, y Eddie se estremeció


Estaban tomando tarta de manzana cuando la agente inmobiliaria regresó con Cándida al comedor. Graham iba detrás de ellas, como si tramara algo malo


– Es demasiado grande para mí -dijo Cándida-. Estoy divorciada


La agente, apresurándose tras la clienta que se alejaba, dirigió a Ruth una mirada que anunciaba la inminencia de las lágrimas.


– ¿Por qué ha tenido que decir que está divorciada? -preguntó Hannah-. Su cara lo pregona


– Ha mirado uno de los libros que lee Harry -informó Graham-. Y también tus bragas y sostenes, Hannah


– Ya ves, cariño mío, hay gente que hace esas cosas -replicó Hannah


Aquella noche Eddie O'Hare se durmió en su modesta casa del lado norte de Maple Lane, donde las vías del ferrocarril de Long Island estaban tendidas a menos de sesenta metros de la cabecera de su cama. Se sentía tan fatigado (la fatiga le sobrevenía a menudo cuando estaba deprimido) que no le despertó el tren de las 3.21 en dirección este. A esa hora de la madrugada, el tren del este solía despertarle, pero aquella mañana de domingo durmió a pierna suelta… hasta que pasó el tren de las 7.17 en dirección oeste. (Los días laborables se despertaba antes, gracias al tren de las 6.12 en dirección oeste.)


Hannah le telefoneó cuando él estaba preparando el café.


– Tengo que largarme de aquí -susurró Hannah. Había intentado sacar un billete para el autobús de línea, pero ya no quedaban plazas libres. Antes había planeado marcharse aquella tarde en el tren de las 18.01 en dirección oeste, hasta la estación de Pennsylvania-. Pero tengo que marcharme antes -le dijo-. Me estoy volviendo loca…, los tórtolos me sacan de quicio. Te llamo porque supongo que conoces el horario de los trenes


Sí, claro, Eddie estaba bien informado del horario. Los sábados, domingos y festivos por la tarde había un tren con dirección oeste a las 16.01, y casi siempre se podía conseguir asiento en Bridgehampton. "Sin embargo -le advirtió Eddie-, si el tren va muy lleno, quizá tengas que viajar de pie."


– ¿No crees que algún tío me ofrecerá su asiento, o por lo menos dejará que me siente en su regazo? -le preguntó Hannah. Estas palabras deprimieron todavía más a Eddie, pero accedió a recoger a Hannah y llevarla en coche a la estación de Bridgehampton. Los cimientos, que eran todo lo que quedaba de la estación abandonada, estaban prácticamente al lado de la casa de Eddie. Hannah le dijo que Harry ya había prometido que se llevaría a Graham a dar un paseo por la playa, exactamente en el mismo momento en que Ruth dijo que quería darse un largo baño. Aquel domingo, cuando terminaba el fin de semana de Acción de Gracias, caía una lluvia fría. Mientras se bañaba, Ruth recordó que era el aniversario de la noche en que su padre la obligó a conducir hasta el hotel Stanhope, adonde Ted había llevado a tantas de sus mujeres. Durante el trayecto le relató lo que les sucediera a Thomas y Timothy, y ella no desvió los ojos de la carretera. Ahora Ruth se estiró en la bañera, confiando en que Harry se hubiera vestido adecuadamente, y hubiera hecho lo propio con Graham, para pasear con el niño por la playa bajo la lluvia


Cuando Eddie recogió a Hannah, el holandés y el pequeño, con impermeables y esos sombreros de marino, de ala ancha por detrás y llamados suestes, subían a la camioneta de Kevin Merton. Graham también llevaba unas botas de goma que le llegaban a las rodillas, pero Harry calzaba sus zapatos deportivos de siempre, pues no le importaba que se mojaran. (Lo que le había servido en De Wallen le bastaría para la playa.)


Debido al mal tiempo, sólo un reducido número de neoyorquinos regresaban a la ciudad en el tren de la tarde; la mayoría se había marchado antes. Cuando llegó a Bridgehampton, el tren de las 16.01 que iba en dirección oeste no iba tan lleno de pasajeros


– Por lo menos no tendré que entregar mi virginidad o algo por el estilo para conseguir un jodido asiento -comentó Hannah


– Cuídate, Hannah -le dijo Eddie, si no con un gran afecto, sí con auténtica preocupación


– Tú sí que debes cuidarte, Eddie.


– Sé cuidarme -protestó él


– Permíteme que te diga una cosa, mi divertido amigo -replicó Hannah-. El tiempo no se detiene


Le tomó las manos y le dio un beso en cada mejilla. Era lo que Hannah acostumbraba a hacer, en vez de estrechar la mano. A veces, en vez de darle a alguien un apretón de manos, se lo tiraba


– ¿Qué quieres decir? -inquirió Eddie


– Han pasado casi cuarenta años, Eddie. ¡Ya es hora de que lo superes!


Entonces el tren se puso en marcha, llevándose a Hannah. El de las 16.01 en dirección oeste dejó a Eddie de pie bajo la lluvia; las observaciones de Hannah le habían dejado petrificado. Aquellas observaciones revelaban una aflicción tan duradera que Eddie pensó en ellas mientras cocinaba sin prestar atención a lo que hacía y se tomaba la cena


"El tiempo no se detiene" resonaba en su cabeza mucho después de que hubiera depositado un filete de atún marinado en la parrilla al aire libre. (Por lo menos, la barbacoa de gas, en el porche delantero de la humilde casa de Eddie, estaba protegida de la lluvia.) "Han pasado casi cuarenta años, Eddie." Repitió estas palabras mientras comía el atún con una patata hervida y un puñado de guisantes hervidos. "¡Ya es hora de que lo superes!", dijo en voz alta cuando lavaba el único plato y el vaso de vino. Cuando quiso tomarse otra Coca-Cola Light, estaba tan abatido que la tomó directamente de la lata


El paso del tren de las 18.01 con dirección oeste hizo temblar la casa


– ¡Odio los trenes! -gritó Eddie, pues ni siquiera su vecino más próximo podría haberle oído por encima del estrépito que producía el tren


Toda la casa volvió a estremecerse cuando pasó el de las 20.04, el último de los trenes dominicales con dirección oeste


– ¡A la mierda! -gritó inútilmente


Desde luego, era hora de que lo superase. Pero sabía que jamás podría olvidar a Marion ni lo que sintió por ella. Eso sería imposible

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